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jueves, 30 de julio de 2020

VIDA MOSTRENCA: Justicia poética

El Pais de las Tentaciones, viernes 29 de junio de 2001

Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti

Hablemos de Mel Brooks: es el cómico judío que, en La loca historia del mundo, transformó el espesor metafísico de 2001, una odisea del espacio en una aparatosa oda a la masturbación. Un tipo capaz de imaginarse a los pájaros de Hitchcock cagando o de preguntarse cómo la tendría de larga el monstruo de Frankenstein. En suma, alguien que le ha perdido el respeto a toda idea de cultura oficial y que ha sido considerado durante años la quintaesencia de la zafiedad y el mal gusto. Un bruto. Un bruto que acaba de deshancar a Hello, Dolly! en la historia de los premios Tony con su montaje Los productores, adaptación al musical de su primera película como director. Lo que demuestra que un bruto puede subir a la cima del glamour y conquistarla sin dejar de ser fiel a sí mismo. Los productores, la película, contaba cómo dos picaros diseñaban un perfecto bluff -el musical neonazi Primavera para Hitler, escrito por un zote nacionalsocialista, dirigido por una locaza megalómana y protagonizado por un führer amanerado-, con la intención de que durase un solo día en cartel y, así, poder huir con la taquilla y los excedentes de producción. La estrategia funcionaba mal; Primavera para Hitler se convertía en un gran éxito de público y crítica. Los productores era, como toda gran ópera prima, un manifiesto, una declaración de intenciones: una poética del arte basura, entendido como algo atroz que fascina. Brooks quiso ser fiel a ese programa: se abismó en el mal gusto, pero no encontró a un público fascinado al otro lado del esfínter cultural. Hasta hoy: que Los productores, el musical, sea el fenómeno de la temporada tiene algo de justicia poética. Que el sofisticado público de Broadway aplauda un número de claque bailado por lujuriosas abuelas con caminadores es un triunfo histórico. Una victoria de la cultura basura. 




jueves, 16 de julio de 2020

VIDA MOSTRENCA: Humor danés

Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti

Lars von Trier es un gran humorista. Ha conseguido convertir el cine en un montón más o menos informe de Vídeos de primera, en los que un puñado de actores sobreactuados representan una exageración de vida con un toque de psicoterapia argentina (se cuenta que la mujer de Lars es bonaerense). Los cómicos, a veces, miden su impacto coyuntural en el grado de infección que sus chascarrillos provocan en el habla popular. Si el cine es un lenguaje, el dogma le ha provocado un chancro de lenta curación. La última vez que Lars von Trier me ha hecho reír: cuando le ha otorgado el certificado oficial a Érase otra vez, de Juan Pinzas, primera obra del dogma español y película bastante chistosa a su pesar. Otorgar el certificado a ese largometraje es la demostración de que lo del dogma era, a fin de cuentas, una chanza. Los idiotas, el único producto dogma hasta la médula, era, de hecho, una película chanza sobre una panda de gamberros que siembran el caos y acaban sufriendo mucho. Von Trier reconocería en la figura de Jorge Riera a un compañero de viaje: en la muestra de cine fantástico de Bilbao, Fant 2001, Riera acaba de presentar Amanao, el niño salvaje, corto presuntamente dogma, que ofrece un lúcido diagnóstico generacional de rockeros crepusculares -encarnados por el totémico Manuel Valencia, faneditor de 2000 maniacos-, bakaladeros en confuso presente -el propio Riera- y una concisa metáfora de lo que viene y dar miedo -el niño Carlos Riera, joven promesa-. El dogma resuelve su incógnita gracias a lo menos dogmático del mundo: la risa.




domingo, 12 de julio de 2020

VIDA MOSTRENCA:Una educación en familia

Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti


Estamos en Knoxville (Tennessee) a finales de los setenta. Un padre de familia, propietario de una tienda de neumáticos, entra en la cocina, coge una salchicha de Francfort del frigorífico y la calienta en el microondas durante 10 segundos exactamente. Acto seguido, con la salchicha templada y suave al tacto en la mano, se dirige a la habitación de su hijo de siete años. Delicadamente, introduce la salchicha en la boca del infante dormido y espera. Ante los primeros indicios de interrupción del sueño, el padre, con gran precisión de movimientos, le saca la salchicha de la boca y simula estar subiéndose los pantalones y abrochándose la bragueta en el mismo momento en que se abren los perplejos ojos del chaval. Cuando el niño, que no da crédito a lo que está viendo, le pregunta a su padre qué demonios estaba haciendo, éste suelta una estruendosa carcajada. Esta simulación en familia de una violación pedófila por vía oral podría haber provocado un trauma mayúsculo en la indefensa víctima: sin embargo, es uno de los pilares sobre los que se asienta la admiración del hoy popularísimo Philip John Clapp por su progenitor, un pedazo de animal aficionado a las bromas crueles, un auténtico jackass. P. J. Clapp es el auténtico nombre de Johnny Knoxville, mastuerzo de 29 años que ha ocupado la portada del número de febrero del RollingStone americano por ser, precisamente, la cabeza visible de Jackass, el último éxito de riesgo de la cadena MTV, Seguido por tres millones de espectadores en Estados Unidos, Jackass es la amplificación espectacular de las heterodoxas enseñanzas que Knoxville recibió de su padre: un programa de bromas brutales y sádicas que flirtea constantemente con la idea de autodestrucción. Entre otras floridas anécdotas,
Knoxville recuerda en Rolling Stone aquel día en que su padre camufló una grabadora en el lavabo de su tienda y grabó a uno de sus empleados obrando. La cinta se convirtió en un hit familiar. ¿Quién se atrevería a decir que el señor Clapp no educó a su hijo para que fuera un hombre de provecho?


sábado, 4 de julio de 2020

VIDA MOSTRENCA: McNamara y McNamara

EL PAÍS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 9 DE FEBRERO DE 2001



Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti




A Teoría del superhéroe y el supervillano. Les propongo un juego. Piensen en las diferencias y en las similitudes existentes entre una película de Garci y una de Almodóvar. ¿Les ayudo? Las de Almodóvar suelen contener colores vivos, algún transexual en su repertorio de personajes, un tema musical -por lo menos- de alguna diva del drama cantado -sea Chávela Vargas, Mina o La Lupe- y una risa (o varias) antes de que aparezcan los créditos finales. Las de Garci suelen contener las mismas gamas cromáticas que un pub de provincias frecuentado por separados de mediana edad -cuando no son, directamente, en rudo blanco y negro-, algún paisaje bonito -frecuentemente asturiano-, unos diálogos que parecen esculpidos en mármol y, como mínimo, una referencia cinéfila explícita antes de que aparezcan los créditos finales. Vayamos con los parecidos: tanto las películas de Garci como las de Almodóvar hablan de amor, hacen llorar, huelen a Oscar y acostumbran a contener alguna monja (o casi) en su repertorio de personajes. Conclusión: el cine de Almodóvar quizá se está empezando a parecer demasiado al cine de Garci. O, para enunciarlo en positivo, está cogiendo solera, cuerpo... Quizá madera de clásico. El juego podría prolongarse estableciendo parentescos espirituales en una colección de programas dobles mixtos, proyectados en nuestro cineclub mental: Entre tinieblas más Canción de cuna, La flor de mi secreto más Solos en la madrugada, Todo sobre mi madre más You're the one...

La situación afecta a quienes, como su mostrenco servidor, han crecido apoyándose en una concepción maniquea de la vida basada en la dialéctica de contrarios. Según esta visión del mundo, Almodóvar y Garci habían encarnado, respectivamente, a la modernidad y a la tradición. O, lo que es lo mismo, al superhéroe y al supervillano. Al hombre indestructible y al señor cristal. Finalmente, no hay más remedio que darles la razón a Frank Miller, Alan Moore y Grant Morrison: superhéroe y supervillano son las dos caras de una misma moneda. El supervillano es el reverso oscuro del superhéroe. Y viceversa. O, como dice M. Night Shyamalan, el superhéroe es el sueño del supervillano: su creación, la obra de su vida.



B Teoría del homónimo maléfico. Hay un mismo nombre que, en estas últimas semanas, ha cobrado dos acepciones antitéticas a los ojos de este mostrenco articulista: McNamara. Vayamos por partes: Rockstation, de McNamara -el Robín de ese Batman de la movida mentado en el apartado anterior- es el disco electrizante y juvenil que nadie esperaba a estas alturas de la película. No sé qué habrá estado haciendo McNamara durante los años que median entre el soberbio ¡Cómo está el servicio... de señoras! y esta flamante joya del cyberchascarrillo petardo cargada de himnos instantáneos para una vida mutante. Años de silencio. De criogenia doméstica. Años que nos lo han devuelto, en suma, tan joven (de espíritu) como cuando le perdimos de vista. Retengamos un fragmento de esta obra capital: "Eres un black zafiro / Eres un puerco espín / Eres un Ziggy Stardust / Eres un telefilm". La fórmula secreta de la alegría metafísica debe estar contenida en versos como estos. Pasemos a la segunda acepción de McNamara, el nombre: David McNamara, también conocido como The Anti-Porn Guy, responsable de una inquietante página web (http://www.internettrash.com/users/dcmcnamara), a través de la cual este muchacho americano con evidentes problemas de sobrepeso, acné y autoestima pretende articular un movimiento político orientado a abogar por la penalización de la práctica y el consumo de la pornografía. Más estremecedor que las páginas con fotos del joven McNamara resulta su listado de links, que permite acceder a webs de agrupaciones católicas antigay que contienen perlas como la siguiente: "Según un estudio, el marica medio ha practicado felaciones  a entre 20 y 206 hombres, he tragado 50 cargas seminales, ha tenido  72 penetraciones anales y ha ingerido heces de 23 hombres diferentes CADA AÑO". La fórmula secreta del mal rollo metafísico debe estar contenido en estadísticas como esta. El joven David McNamara es tan inquietantemente viejo como estimulantemente joven es el veterano Fabio McNamara. Conclusión: busquemos todos a nuestro homónimo maléfico. Será nuestro retrato de Dorian Grey.








miércoles, 1 de julio de 2020

VIDA MOSTRENCA: ¡No descubrir torso!

EL PAÍS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 2 DE FEBRERO DE 2001

Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti


1Si la ciudad ha sido el escenario central de la novela del siglo XX, el primer desafío de la literatura del nuevo siglo deberá consistir en la disección de su sucesor evolutivo: el simulacro de ciudad, o sea, el parque temático, las grandes estructuras del ocio. Y sus homólogos: el megacentro comercial, el complejo residencial... El lector inquieto ya puede ir haciendo su lista de la compra para empezar a entender esta profunda transformación del entorno que nos conduce, inevitablemente, a un futuro de aspecto feliz y médula atroz: a La caverna, de José Saramago, no tardarán en sumarse en las librerías las traducciones de la última novela de J. G. Ballard -Super-Cannes- y de las dos colecciones de relatos del norteamericano George Saunders -Pastoralia y Civil War Land in bad decline.

Los relatos que dan título a las antologías de Saunders, autor de quien me habló por primera vez mi compinche Darío Adanti, se ambientan, cómo no, en parques temáticos: en Pastoralia, una pareja, que ejerce de familia cavernícola en un parque sobre la historia de la humanidad, desarrolla su aberrante vida cotidiana durante las pausas de 15 minutos que la organización del complejo les concede para fumar; en Civil War Land in bad decline, los espectros de los muertos de la guerra civil americana se manifiestan en el escenario de un parque lúdico que reproduce ese episodio histórico. El parque temático es el instrumento de la disneyización de nuestro pasado, nuestra historia, nuestros referentes culturales y nuestra vida cotidiana: es el pienso del espíritu que esponjará nuestro cerebro colectivo, nuestra esencia convertida en harina deglutible, el desencadenante del síndrome de los humanos locos. Los parques temáticos son la punta del iceberg de una gran conspiración cuyo fin último es la sustitución integral: la transformación de lo que hemos sido y somos en su simulacro dirigido.

En Super-Cannes, variación sobre el tema de Noches de cocaína, un matrimonio se muda a Eden-Olympla -neo-ciudad consagrada a la tecnología y los negocios (o sea, un parque temático "para entrar a vivir"), modelada a imagen y semejanza de la existente Sophia Antipolis- y acaba descubriendo que las válvulas de escape de la élite social que allí reside son la pederastía y el crimen racista. Para Ballard, esta sustitución de la vida no logrará acabar con nuestra barbarie intrínseca.

En Japón, algunos parques temáticos se erigen en sucedáneo de la experiencia turística. El japonés medio tiene dos opciones para ocupar su escueta ración de ocio anual: 1) dar la vuelta al mundo cámara en mano en un tiempo récord; o 2) dar la vuelta al mundo sin salir de Japón. Existe un par¬que temático dedicado a España poblado de figurantes españoles: ¿qué debe sentir un español ejerciendo de español en un parque temático japonés?


Hace poco visité el más flamante parque temático de nuestro país: Terra Mítica, el sitio idóneo para averiguar qué queda de la españolidad -de lo que hemos sido, de lo que somos- a las puertas del nuevo milenio. Me fijo en un rótulo insólito, sin precedentes en el resto de parques temáticos que he tenido ocasión de visitar: "No descubrir torso". Primer indicio inquietante: la prohibición de la muy sanguínea y mediterránea costumbre de quedarse en pecho bajo el sol levantino. Por las calles (falsas) de Terra Mítica discurren filas de Moros y Cristianos. Segundo Indicio inquietante: el folclor ha dejado de ser folclor para convertirse en figuración, en animación de parque temático. La franja inferior izquierda de Terra Mítica se llama Iberia, La Orilla Cálida: en ella me subo a la atracción El tren bravo, montaña rusa recorrida por lo que se anuncia como "el tren más bravo de la península Ibérica". Acaba el viaje y llego a la conclusión de que se ha trata¬do de una experiencia suave, escasa¬mente brava: quizá sea una buena metáfora del machismo ibérico, fatuo por naturaleza. El parque temático se convierte, así, en un instrumento para la autocrítica: un mecanismo aparatoso concebido para decirnos que no somos lo que pretendemos ser. Que no somos nadie. Que, dentro de nada, todos sere¬mos figurantes de parque temático.

sábado, 20 de junio de 2020

65 años de paz

EL PAÍS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 26 DE ENERO DE 2001



En El hombre en el castillo Philip K. Dick imaginó un universo alternativo donde los países del Eje habían ganado la II Guerra Mundial. En The Third Reich'n'Roll, The Residents condensaron en dos atronadoras suites lo que habría sido la historia del rock si Hitler hubiese derrotado a los aliados. Imaginemos que, una mañana, salen de nuestra radio los sonidos avernales de The Third Reich'n'Roll: nos sentiríamos personajes de Dick, enfrentados de una vez por todas a la realidad tal y como es, con el velo que nos permitía vivir más o menos tranquilos definitivamente desgarrado. Ha empezado 2001 y este mostrenco articulista se siente como un personaje de Dick: sumido en la sospecha de que esto no es el futuro, sino una suerte de prolongación del pasado; como si esos 25 años posdictatoriales que acabamos de celebrar nunca hubiesen tenido lugar. ¿Motivos?: a) la clasificación X aplicada en nuestro país al filme Follame, de Virginie Despentes y Coralie Trinh Thi y b) la decisión de la galería madrileña Malone de cancelar la exposición de David Glamour titulada Apología del terrorismo pop, prevista para el mes de febrero.

La postal que debía anunciar la exposición muestra la efigie del mítico Zamora, de la Real Sociedad, sobre los colores de una ikurriña.

Flanquean la imagen dos ametralladoras abrazadas por sendas serpientes. Sobre la cabeza de Zamora levita el logotipo de las manos blancas. En la parte inferior de la postal, un escueto graffiti: "ETA No". David Glamour, popólogo, ha construido un discurso artístico en hirientes tonos fosforito, atravesado por una envenenada fascinación por el kitsch y la estética de los setenta, con los materiales de derribo de nuestra realidad inmediata: su humor, sutilmente agresivo, deriva de la intencionada yuxtaposición de signos. El mono Amedio, Afrodita A o el payaso Fofo fueron algunos de los referentes en sus trabajos pretéritos: para su muestra Apología del terrorismo pop, el artista había decidido utilizar como materia prima (o sopa Campbell's) de su discurso la iconografía (o identidad corporativa) de los totalitarismos pasados y presentes de la realidad española.

Estas son las piezas que ustedes no podrán ver en la galería Malone: una colmena integrada por cinco lienzos octogonales sobre Rumasa, que incluía los rostros de Ruiz-Mateos y Miguel Boyer, así como lemas del tipo I love Escriba de Balaguer o I love Opus Dei; una serie de 10 pequeños cuadros circulares en forma de hiperbólicos medallones con logotipos de Fuerza Nueva, efigies de Franco y demás parafemalia ultra; un retrato del rey don Juan Carlos sobre un fondo estampado de logos de la desaparecida Alianza Popular y el icónico conejito de Playboy sumándose al conjunto; nueve lienzos ocupados por otras tantas vedettes de revista con, de nuevo, el logo de Alianza Popular como leitmotiv; y, finalmente, un desconcertante objeto encontrado, el viejo vídeo de bodas de una pareja del extrarradio que el artista halló en un contenedor de basura.


3 Señala la galerista, Begoña Fernández, que está fuera de lugar hablar de censura, que no le apetecía exponer esa obra y que, como propietaria de un negocio, necesita poder defender los trabajos que expone ante sus posibles clientes. Ejerciendo su democrático derecho a seleccionar las obras que expone en su galería, no ha podido evitar que se manifieste la última mutación del problema: la censura de mercado. Estamos ante un concepto delicado en estos tiempos en que convertirse en víctima suele ser un proceso rentable. El camino más rápido para que un artista se convierta en víctima pasa por ser censurado: a muchos artistas de obra menos agresiva de lo que suponen se les llena la boca al pronunciar la palabra "censura". Al ser censurado, el artista se victimiza y, en consecuencia, cotiza en un mercado hipersensibilizado ante cualquier forma de injusticia u opresión. Confío en que Glamour no sea de este tipo de artistas: lo importante (y lo inquietante) es que su exposición abortada ha demostrado que su baño irónico sobre toda esa chatarra icónica -AP, Rumasa, Fuerza Nueva- sigue levantando ampollas en este distópico 2001 que nos ha tocado vivir.



lunes, 15 de junio de 2020

VIDA MOSTRENCA: La semilla del tamarismo

EL PAÍS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 19 DE ENERO DE 2001

Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti

EI tamarismo es la última mutación vírica del añejo síndrome señorita de Trévelez. Recordemos dos notables aproximaciones cinematográficas al tema: 1) Calle mayor, de Juan Antonio Bardem, donde unos jóvenes burgueses de provincias deciden jugar con los sentimientos de una triste solterona; 2) En compañía de hombres, de Neil Labute, donde dos yuppies amorales se apuestan la seducción de una secretaria sordomuda. Según lo aprendido en este programa doble se podrían extraer un par de conclusiones: a) que la esencia del universo femenino es la ilusión; b) que el motor del universo masculino es la inflamación y posterior aniquilación de esa ilusión.

Támara es esa cantante cargada de ilusión que la comunidad gay local acaba de elevar automáticamente a mito de la modernidad. La comunidad gay es algo así como el universo masculino elevado al cuadrado: o sea, un universo masculino incluso con más ganas de inflamar y aniquilar ilusiones ajenas. Conclusión: Támara es, ahora mismo, una damisela en serio peligro.

2 Existen precedentes más o menos ilustres del Tamarismo: recordemos a John Waters entrevistando a Pia Zadora, con el más envenenado cariño del mundo, en las páginas de su libro Majareta (Anagrama). El " piropo" que abre el legendario encuentro -"Eres mi actriz de cine cutre favorita"- da la exacta medida del sofisticado sadismo con que el "pope del trash" estaba dispuesto a tratar las aspiraciones artísticas de la estrella. Existe, no obstante, una sensible diferencia con respecto al tamarismo: al escoger a una diva de serie Z para elevarla a los altares del gusto lateral, Waters le extendía, también, el permiso de residencia a perpetuidad en su universo imaginario. Su juego, aun así perverso, no era excluyente: Pia Zadora acabó convertida en estimulante presencia secundaria del universo Waters. Para entenderlo todo quizá haya que recurrir a otros títulos en la filmografía del maestro: la casi autobiográfica Pecker. El protagonista es un joven fotógrafo que se dedica a capturar instantáneas de lo más pintoresco, grotesco o aberrante de su Baltimore natal... hasta que su arte es descubierto por la intelectualidad neoyorquina y se convierte en el fenómeno de moda. Waters nos advierte: toda sacralización imprudente supone la autodestrucción del artista. Por eso, Pecker abandona el dulce limbo aséptico de las galerías neoyorquinas para volver a su bullicioso Baltimore, primordial nutriente de su vena artística. No resultaría descabellado ver ahí ecos de la relación entre el propio Waters y los cantos de sirena de Hollywood. Waters también corrió el peligro de ser tamarizado: de verse convertido en el niño malo -inocuo, neutralizado- de la gran industria. Por eso, como Pecker, ha escapado y ha regresado al origen: Cecil B. Demente, una película tan áspera, combativa y radical como sus primeros trabajos, un puñetazo a su recién adquirida corrección gramatical.

Támara es nuestra Pía Zadora pobre. Por desgracia no ha caído en manos de John Waters, sino de un colectivo en pleno ataque frívolo que ha querido forjar un icono con fecha de caducidad inminente. La Támara interesante era la extraterrestre rodeada de freaks que conocimos este verano: en aquellos momentos, Irwin Chusid podría haberla incluido en su estudio Songs in the Key of Z-del que les hablaré pronto-. La Támara devenida icono gay, musa de la modernidad, acuñadora de warholianas declaraciones de principios -"soy adicta a la laca"- está condenada a ser una mera atracción de temporada.

3 Existe una forma de evitar que Támara, cual Patty Hearst, se transforme en una terrorista homófoba dispuesta a devastar Chueca con bombas-laca para paliar su depresión poséxito. Se requiere que todo varón heterosexual saque a flote sus adormecidos ideales caballerescos para salvar a esta dama en peligro. Hay que convertirse, inevitablemente, en fan incondicional de Támara: comprar todos sus discos, acudir a todas sus actuaciones, siempre... Para que esa ilusión frágil no sea aniquilada con crueldad rosa. De momento, un servidor se ha comprado dos copias del maxi y puede asegurar que, tras repetidas escuchas, el No cambié tiene su punto.





viernes, 12 de junio de 2020

Un oregoniano en Valencia

EL PAÍS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 12 DE ENERO DE 2001



A los habitantes de Portland (Oregón) no les hacen falta drogas para contemplar una realidad agradablemente distorsionada: se dice que en sus playas puede contemplarse, a la hora del crepúsculo, el mítico rayo verde que ya estimulara las fantasías de Julio Veme y Eric Rohmer, y que, debido a la ocasional presencia de fitoplancton luminoso entre los granos de arena, caminar por la orilla puede reportar al paseante la sorpresa de haber dejado tras de sí huellas fosforescentes. También se cuenta que, al peinar las dunas, el viento produce un sonido parecido al chillido de un roedor. La climatología excéntrica de Oregón genera pequeños tornados que absorben porciones de población marina y acaban provocando surreales lluvias de peces.

Dicho esto, cualquiera podría pensar que nacer en Oregón y convertirse, al instante, en una suerte de iluminado new age es casi inevitable. Ese "casi" revela, no obstante, que hay excepciones. Capar de transpirar toda esa posible cursilería del paisaje oregoniano para quedarse sólo con su fuerza alucinatoria, Bill Plympton es una de esas excepciones: el único animador de la era infográfica que sigue haciéndolo todo a mano. Y, casi siempre, a lápiz. Y a solas. Émulo de los artesanos medievales, viaja de festival en festival con su hatillo de películas y, al acabar las proyecciones, vende dibujos originales y modestas piezas de mercadotecnia -libros y camisetas- para empezar a financiar sus próximos proyectos. Mutant Aliens, su último largometraje animado, ha conocido una inusual fuente de financiación: la publicación de su storyboard en formato novela gráfica de lectura apasionante.

Se dice que Oregón también tiene su propia Área 51: en un sinuoso tramo de la autopista 18 se oculta, dicen, una secreta base gubernamental donde se desarrollan experimentos. He ahí una explicación conspiratoria para el elevado índice de accidentes de la zona. Quizá esa leyenda local, unida a la surrealidad paisajística, sea la principal fuente de inspiración de Mutant Aliens: una aventura frenética en la que un astronauta traicionado por los burócratas de la carrera espacial crea, a través del sexo contra natura, a un Ejército de mutantes para vengarse. Si Plympton ha sido fiel a su storyboard, el filme combinará candoroso Idealismo con sexo pirotécnico y ultraviolencia desternillante. En algunos aspectos, Mutant Aliens podría considerarse el Porky in Wackyland particular de Bill Plympton: su flirteo con el absurdo puro. Por otro lado, es una repetición de la jugada de I married a strange person, pero con el ritmo acelerado. Oficialmente, el filme tendrá su estreno mundial en el Festival de Sundance a finales de enero, pero Plympton va a tener un gigantesco detalle con sus fans españoles. En el 2º Festival Internacional de Cine y Vídeo de Animación de Valencia (del 16 al 28 de enero), podrá verse un work in progress del filme como remate a la retropectiva de Plympton. Quizá no debería extrañarnos tanta generosidad: esa obra cocinada bajo el influjo del Área 51 oregoniana verá la luz en una tierra que no sólo ha generado su propio "expediente X" célebre -el avistamiento de ovnis en Manises por parte del comandante Lerdo de Tejada en 1979-, sino que cultiva ese humor pro¬caz que tan afín le resulta a Plympton. Sus animaciones sobre el caso Lewinsky no están lejos de lo que podríamos llamar el espíritu Visanteta de Favara. Probablemente, Plympton sea, en el fondo, más valenciano que oregoniano. Y quizá él ya lo sepa a estas alturas.

martes, 9 de junio de 2020

VIDA MOSTRENCA: 'Armaggedon' rumiante

El Pais de las Tentaciones
Viernes 22 de diciembre de 2000

Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti

1 En mayo de 1980, el humorista norteamericano Gary Larson dibujó su primer chiste sobre vacas. A partir de ese momento, las variaciones surreales sobre el mundo rumiante se convertirían en una de las señas de identidad de su catedralicia obra The far side, construida a golpe de chiste diario: vacas erguidas sobre dos patas, vacas vampiro, vacas con tocado frutal a lo Carmen Miranda, vacas hinchables, vacas bidimensionales, vacas cotillas, vacas caníbales, vacas ligonas... Larson nunca se ha mostrado muy amigo de la reflexión y, por eso, en su antología The prehistory of the far side. A lOth anniversary exhibit se limita a constatar que, a partir de esa fecha clave, la vaca se impuso en su discurso cómico. Un jalón significativo en el uso jocoso de la vaca le había precedido: el rumiante catapultado en esa escena antológica de Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores, la comedia medieval de los Monty Python. Después de Larson, la explotación bufa del ganado se multiplica: la falsa vaca con botas de lluvia de Top secret o el bóvido agónico de Yo, yo mismo e Irene son dos remarcables hitos de la especialidad. De todo ello podemos extraer una conclusión: que las vacas dan risa. 0, desarrollando esa línea de pensamiento, que colocar a una vaca en una posición, actitud o estado de ánimo que en un ser humano podría antojarse cotidiano, patético, dramático o, directamente, trágico, tiene sobre el receptor del chiste un efecto hilarante automático y garantizado.

2 Veamos qué nos dice Jean Braudillard en su visionario Pantalla total (Anagrama) sobre el preocupante fenómeno de las vacas locas: "La epidemia de las vacas locas es, ante todo, la plaga del reblandecimiento cerebral de las poblaciones humanas que giran enloquecidas en torno a sí mismas en un prodigioso ataque de mimetismo bovino. Es un test de tamaño natural
sobre la calidad del rebaño humano". Para el pensador, la epidemia de las vacas locas es un síntoma más en un proceso global de debilitación desembocante en un apocalipsis vírico. Tal vez la vaca es el espejo del hombre, una metáfora de su reblandecimiento espiritual.

Pensemos ahora en la magnitud de la tragedia rumiante y en el problema más inmediato que el sistema deberá resolver al respecto: la desaparición de esos cadáveres no comestibles. No es descabellado imaginar la Europa inmediata como una suerte de siniestra barbacoa necrófila de tamaño continental. Basta colocarse en un estado mental levemente agorero para imaginar inmensos hornos crematorios para vacas, gigantescas montañas de esqueletos bovinos que podrían haber sobreestimulado la imaginación del Goya más oscuro. El exterminio del animal enfermo como la versión vaca del holocausto. 0 la parodia del holocausto. Si es cierto que Gary Larson descubrió una conexión entre la figura de la vaca y el músculo de la risa, la epidemia de las vacas locas desembocará en una representación del holocausto que, en teoría, debería darnos risa.

3 Pongámonos, por un momento, conspíranosos, como Miguel Ibáñez o Robert Anton Wilson. Es un hecho que los virus de última generación son selectivos, perversos y de ultraderecha: ahí están el sida y el síndrome de las vacas locas. He aquí una teoría de la conspiración a la medida de los hechos: la última vanguardia artística está integrada por una conjura de científicos nazis cuya disciplina es la creación sintética de virus caprichosos e implacables. Su última instalación conceptual ocupará todo el territorio europeo: una obscena representación paródica del holocausto en clave vacuna, concebida con la perversa intención de borrar, por la vía de la hilaridad, la memoria de la tragedia histórica. Nadie debería reírles la gracia.




lunes, 8 de junio de 2020

VIDA MOSTRENCA: La cinefilia

EL PAÍS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 15 DE DICIEMBRE DE 2000

 Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti

1 Cuando era pequeño, en la barbería de mi barrio solía coincidir con un tipo al que todavía no estaba capacitado para catalogar, directamente, como freak. Cada vez que iba a sentarse en el sillón de barbero, el tipo decía: "¡Fila 7, y centraditas!". Y, acto seguido, procedía a atormentar al des¬dichado profesional con sus comentarios mitómanos -y, para más inri, tartamudos-sobre apolillados hitos del cine patrio como Pena, penita, pena o Locura de amor. En esos momentos, debí haber entendido que la cinefilia es una parafilia. Una disfunción.

Dos acontecimientos recientes de pareja gravedad me han llevado a a la conclusión de que la cinefilia es una enfermedad de la que es mejor curarse: el estreno de You're the one, de José Luis Garci y la aparición en los quioscos de Dígame, el semanario del corazón (cosido por cuatro puñaladas traperas) que edita el sin par abogado Emilio Rodríguez Menendez.

La cinefilia consiste en llevar en la cabeza una épica portátil -a modo de invisible boina cool-forjada en el consumo imprudente de celuloide más o menos imperecedero. Es una disfunción del ojo moral que nos hace interpretar hechos cotidianos en clave mejor que la vida. En otras palabras: el cinefilo ve cosas que realmente no están ahí. Su mirada glamourosa baña la vida de tecnicolor o achata la caspa ambiental en resultona panavisión: convierte en mitología lo que quizá no sea más que miseria.

En los cines donde se proyecta You're the one se agolparon, por lo menos en la primera semana, largas filas de jóvenes cinefilos. Hay, incluso, quien ha visto You're the one dos veces: me cuesta entenderlo, a no ser que su cinefilia, distorsionadora como todas, le haya hecho ver cosas que no estaban. Ante un trabajo tan referencial, la mirada cinéfila no puede parar de leer en clave, de descifrar, de reconocer las salvas que provocaron esos ecos. Quien disfruta de You're the one quizá no esté disfrutando del cine de Garci, sino del sucesivo estímulo sobre su catálogo neuronal de reminiscencias del cine de McCarey, Sirk o Ford.

Tuve la constatación de que mi cinefilia era preocupante tras adquirir el antológico -y secuestrado- tercer número de Dígame.

Cuando, en el editorial Putas, maricones y famosos, Rodríguez Menendez confiesa tener el corazón destrozado al verse obligado a publicar el reportaje sobre su ex Malena Gracia que le había propuesto el director de la publicación, mi filmoteca mental se disparó. Me acordé de esa escena de Ciudadano Kane en la que Orson Welles termina la crítica de ópera que un alcoholizado Joseph Cotten ha empezado a escribir sobre la amante del primero. Según avanzaba en la lectura, me iba acordando de Danny DeVito y su amarillista Hush, Hush en L. A. confidencial, de Walter Matthau en Primera plana... He ahí un ejemplo del uso de la cinefilia como clave aberrante para leer la vida.

3 En Dígame, Rodríguez Menendez invoca la palabra "democracia". En su boca, suena a obscenidad gritada desde un andamio a una belleza en minifalda que pasa por debajo. Sigo perversamente fascinado por Dígame. El secreto está en las palabras: en cómo se tensan, reordenan, infectan y acaban perdiendo su sentido. Una revista que cuenta con artículos de Antonio David, Nuria Bermúdez, el Padre Apeles y Paco Porras debe tener, a la fuerza, una toma de postura muy radical con respecto a las palabras. Un plan. En el número 4 de Dígame, aparece un pie de foto bajo la imagen de un perro famélico: "¿Hay vida después de la muerte?". He ahí una clave: no habrá vida (inteligente) después de Dígame, porque todos los códigos para entender el mundo -desestimables como la cinefilia o sólidos como el lenguaje- habrán pillado la sífilis.





jueves, 4 de junio de 2020

VIDA MOSTRENCA: Primer aniversario


EL PAÍS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 8 DE DICIEMBRE DE 2000

Al cumplir su primer año de existencia, esta sección propone, a vez, una somera recapitulación y un sucinto plan de futuro. Un manual de autoayuda (o de supervivencia en tiempos de apocalipsis) a partir de cinco puntos imprescindibles para afrontar el inmediato porvenir con ojos de tamagotchi y corazón de pitbull.

Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti

"La historia del cine la escriben los exhibidores, que es como si la Historia Natural la escribiesen los carniceros" (25 de febrero de 2000)

Diversión

Querer salirse de la funda, sacar el esqueleto por la boca. Eso es la diversión: la forma más amable de la inevitable tendencia autodestructiva del ser humano. El sustituto pop del suicidio. No es extraño, pues, que algunas modernas maneras de divertirse -como el puenting- adopten en sus formas externas cierta retórica de la autoinmolación. En el fin de la historia, las cosas acaban pareciéndose a lo que, en el fondo, son. Por eso, las más populares atracciones de los parques temáticos ofrecen lujosos simulacros de aniquilación integral. Dragón Khan, Space Mountain: el secreto de su éxito está en proporcionar al usuario la sensación más cercana que un cuerpo humano pueda resistir al momento en que éste será uno con el cosmos. En su libro Mouse tales, David Koenig indaga en la crónica negra de Disneylandia y su espeluznante repertorio de atrocidades: azafatas aplastadas por muros móviles, cuerpos fracturados al caer de la Space Mountain, cráneos partidos en dos en el People Mover... La opción realmente mostrenca consiste en jugarse el tipo en atracciones ruinosas -como las de Coney Island- o en ferias itinerantes capaces de desaparecer del mapa antes de que se enfríe el primer cadáver.

"Las cuerdas vocales de Mónica Naranjo deben de ser como los brazos de Conan"
(14 de abril de 2000)

Amor

En The wonder book of sex, de Glen Baxter, una ilustración muestra a una pareja arrullándose en su alcoba mientras acaricia un trocito de linóleo. "Un compartido interés por el linóleo puede resultar un significativo estimulante sexual", comenta el pie. He ahí una idea esencialmente mostrenca: el fetichismo de lo anodino. Como demuestra Katharine Gates en Deviant desires, cualquier objeto puede ser erotizado. Pero la fauna humana que la sexóloga censa tiende a la exasperación, al placer culpable de puro grotesco: están, por ejemplo, los crush-freaks, que alcanzan el orgasmo al contemplar, con los ojos a la altura del suelo, cómo una dama aplasta cucarachas, gusanos o cangrejos de río con zapatos de tacón o con el pie descalzo. O los plushophiles, que fornican con peluches convenientemente agujereados. O los fetichistas del inflamiento corporal, para quienes son porno duro El profesor chiflado en versión de Eddie Murphy o esa escena de Un mundo de fantasía en la que una chica desmanda su contomo al consumir chicle en mal estado. El gran desafío mostrenco en materia amorosa consiste en forjarse un sutil fetichismo de la nada. Les doy ideas: piensen en besar a alguien con la boca llena de petazetas o en las infinitas posibilidades del gotelé.

"El 'indie-pop' nació el día en que Sergio y Estíbaliz actuaron en Eurovisión"
(13 de octubre de 2000)

Alimentación

Un rumor pavoroso recorrió hace tiempo la Red: Kentucky Fried Chicken había financiado un experimento científico orientado a obtener pollos mutantes, cuya carencia de pico, patas y plumas facilitaba su posterior transformación en material deglutible. La leyenda urbana, originada en la universidad de New Hampshire, era rica en elementos conspiranóicos: los nuevos bocadillos de la cadena pollera -el tower sandwich, el zinger- evitaban en sus nombres toda referencia a la palabra chicken por secreta orden gubernamental. La comunidad científica no dio crédito a la noticia: que una empresa tan fenicia invirtiera en investigación -aun con fines aviesos- era implausible. No procede, por tanto, apoyar en esos cimientos un sibaritismo camicace-mostrenco: degustar cada nueva especialidad de comida rápida como quien cata lo último en alta vanguardia biogenética. Hay otras maneras de aunar paladar y peligro: la hostelería mostrenca del futuro, restaurantes temáticos cuyo sentido del espectáculo se basará en sus barrocas maneras de ser groseros con el cliente. Pioneros en la materia son el local valenciano Los Bestias y el neoyorquino La Nouvelle Justine, limbo sadomaso frecuentado por Bret Easton Ellis y del que un periodista afirmó que "no sólo legitima el abuso recibido en otros restaurantes, sino que, además, te cobra por ello".



"Según lo que, en un primer nivel de lectura, propone la última campaña de Benetton, un condenado a muerte puede servir para lo mismo que una top-model y, probablemente, sale mucho más barato"  (3 de marzo de 2001)

Cultura

Alguna vez tendremos que hablar de cómo empezó todo. Del protomostrenco: Diógenes de Sinope. A falta de un gurú contemporáneo de su calibre, al mostrenco con sed de conocimiento le queda la posibilidad de embarcarse a la búsqueda de esos productos culturales que, por su carácter extremo, sólo cabe interpretar como señales inequívocas del apocalipsis. Existen funcionales cartas de navegación: los enciclopédicos libros de Russ Kick -Outposts o Psychotropedia- O las diversas entregas de la publicación AMOK, de Stuart Swezey, donde se glosa un buen número de textos que pulsan los límites de la libertad de expresión y atentan frontalmente contra el gusto mayoritario. Gracias a ellos, se puede saber de la existencia de un libro como Michael Jackson was my lover, de Victor Gutiérrez, que incluye dibujos de los testículos del Rey del Pop elaborados por el presuntamente abusado niño Jordie Chandler. También se puede visitar, en la Red, la página web de Rogers Cadenhead (www.cruel.com), que selecciona a diario una joyita abisal del vasto catálogo de Amazon: cuentos infantiles para niños con déficit de atención, las memorias de un zoófilo, tratados sobre las bondades del fist-fucking vaginal o estudios históricos sobre la importancia de la sodomía en la vida de los piratas han sido algunas de sus sugerencias.




"Algún día el cuerpo de los atletas nos parecerá tan remoto como la estructura ósea del australopiteco: el músculo tiene el futuro fósil" (12 de mayo de 2000)

Acción

Recordemos uno de los actos reivindicativos más importantes de los últimos años: el lanzamiento de una tarta de nata sobre la cara de Bill Gates. La acción mostrenca se siente cercana a las últimas formas evolutivas que ha alcanzado el situacionismo: los lanzadores de tartas belgas, la Sociedad de la Cacofonía, Luther Blissett, herederos de ese movimiento que desestabilizó el paisaje sociopolítico de la Francia de los sesenta con tácticas dadaístas de subversión. La acción sobre la realidad tiene que ser espectáculo, representación. O, dicho con otras palabras, broma. Contaba Jello Biaffra que, una vez, alquiló una caja de seguridad en una entidad bancaria, colocó en su interior un pescado congelado y no volvió más por allí. A los pocos días, el olor a pescado podrido se adueñó del lugar: legalmente, el banco no podía abrir ninguna de las cajas de seguridad para averiguar el origen del mefítico hedor. La gamberrada sofisticada es la expresión última del activismo mostrenco. La publicación ideal para formarse una conciencia política libre de tópicos es el boletín internáutico Depr4v4dös E-Diktó (depravadosaeresmas.net) que, en una de sus últimas entregas, reflexionaba sobre una de las más vigentes reivindicaciones del pensamiento situacionista: la abolición del trabajo.


"Po Zí es a la España de 'Gran Hermano', lo que el enano de Twin Peaks' era al agente Cooper"
(23 de mayo de 2000)


"La forma futura y civilizada de la acción directa debería ser la de un activismo cuyo norte no estuviera en provocar el terror, sino la confusión. O sea, el caos. O sea, la risa" (9 de junio de 2000)







viernes, 29 de mayo de 2020

VIDA MOSTRENCA: El arte de la 'sit down comedy'

EL PAIS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 1 DE DICIEMBRE DE 2000

Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti

Hoy cualquiera puede envolver su bocata de anchoas con un papel de periódico estampado de noticias sobre la clonación. La cotidianidad de un concepto como la clonación puede llevarnos al desvarío: a creer que todo es clonable. Que es clonable, por ejemplo, ese arte de la stand up comedy en un país en el que no ha existido ninguna tradición, más allá del excepcional Gila. Soñar en la figura de un humorista español erguido ante su audiencia es creerse que esto es Suiza. O un Broadway tamaño familiar. La postura correcta del humorista español pasa por la leve inclinación del cuerpo acodado en la barra de la tasca. O, en su estado más puro, el perfecto humorista español debería ser una figura sedente: la del tipo que cuenta chascarrillos en la partida de dominó. Se admiten variantes: el cascarrabias sentado en su butacón de orejas, con la mantita tapándole las piernas, mientras despotrica contra el mundo. Como el maestro Joan Capri, cuyo heredero posindustrial es ese vitriólico Caries Flaviá que, en Crónicas marcianas, se sienta ante Sarda para desgranar, sin herniarse, su afinado veneno. El humor español debería ser pura sit down comedy.

2 El arte de la sit down comedy nació en Japón hace 400 años. En la sociedad feudal japonesa de finales del XVI, los señores de la guerra necesitaban tener a su lado a un bufón que, de noche, les entretuviera para no caer dormidos y convertirse en presas de sus enemigos. El humor era -y es-una estrategia de supervivencia. En el siglo XVII, esos cuentahistorias evolucionaron a profesionales: nacía el arte del rakugo, que ha pervivido hasta nuestros días.

El cómico sedente japonés viste traje tradicional, se sienta sobre sus talones y utiliza como únicos accesorios un abanico y una toalla de mano. Sus monólogos cómicos se construyen sólo con los diálogos de los múltiples personajes que aparecen en la historia: la gestualidad, los cambios de voz y las muletillas permiten identificar al instante quién está hablando en la hilarante ficción. El rakugo posee rígidas reglas estructurales: se abre con el makura -introducción que conduce hacia la historia que se va a contar-, prosigue con el hanashi -el relato propiamente dicho- y se cierra con una frase chocante y graciosa, el sage.

La última palabra en humor español es uno de los más extraños maestros que haya encontrado la sit down comedy: el Prisionero. Su precisión formal, su control de la pausa y el silencio como recurso cómico y su hieratismo le asemejan a un descendiente de las tradiciones combinadas del ragoku y el kabuki. Su personalidad de ficción le emparenta, no obstante, a un inclasificable cómico americano: el parapléjico incompleto Chris Sheridan que, tras destrozarse las vértebras lumbares en un accidente de aviación, reparte su buen rollo desde una silla de ruedas. El Prisionero, enigmático humorista enmascarado que encarna a un tetrapléjico de escueto verbo y calamitosa fortuna, se dio a conocer en dos cortos y vivió una fugaz y minoritaria fama televisiva en el seno del programa Red infernal.

Debutó en directo hace unas semanas en la sala de cine independiente madrileña La Enana Marrón: manteniendo a toda la sala en vilo, controlando desde la inmovilidad el estallido de cada carcajada, el cómico bordó un tronchante número de magia mental rematado con un homenaje minusválido al escapismo del gran Houdini. Esa noche nació el futuro de la comedia española.




jueves, 21 de mayo de 2020

VIDA MOSTRENCA: La identidad sexual es un dibujo animado

EL PAÍS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 17 DE NOVIEMBRE DE 2000

Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti

1 Robert Crumb, padre del gato Fritz, declaraba en una entrevista que, en su adolescencia, solía masturbarse pensando en la imagen de Bugs Bunny travestido. El conejo de la suerte se vistió de mujer en 37 de los 168 cortos que protagonizó entre 1940 y 1964. En otros 28 cortos, Bugs besaba —casi siempre en la boca- a otros personajes masculinos sin necesidad de travestirse: eran besos envenenados, actos de agresión en el frenético juego de humillaciones desencadenado contra sus intercambiables oponentes. Bugs sólo besó a personajes femeninos en cuatro ocasiones. En dos de ellas, su objeto de deseo no era una hembra, sino su réplica mecánica: un robot y un señuelo de caza.

Según Kevin S. Sandler, editor del libro colectivo Reading the Rabbit. Explorations in Warner Bros. Animation, no hay que ver nada transgresor en esos festivos juegos con el concepto del género: al modo de clásicas comedias sobre el travestismo como La novia era él, el equívoco servía para ridiculizar al género femenino, reafirmando, así, el orden heterosexual establecido. Permítanme disentir: adoptando algunos recursos cómicos ya explotados por Chaplin -el travestismo, el beso "homo" entendido como desafío al contrincante-, los animadores de la Warner crearon con Bugs Bunny el esbozo de una sexualidad futura. Sin límites. Piénsenlo por un momento: para Bugs Bunny, la sexualidad es un arma arrojadiza, un instrumento de humillación, un medio para lograr fines. Bugs Bunny es Catherine Tramell. O Nuria Bermúdez. Además, la identidad sexual de Bugs es líquida: una convención puntual en un momento concreto, como el alias que adoptamos en algún tórrido chat. Bugs Bunny es el ancestro de esa transexualidad virtual que invade la Red. Y en los momentos de placer, Bugs prefiere el simulacro: la muñeca mecánica, esbozo de la hinchable, premonición de las Real Dolls.

Volvamos a Katharine Gates, nuestra consejera sexual de la semana pasada. En su libro Deviant Desires nos habla de una interesante subcultura fundamentada en la sexualización radical de un icono infantil: son los flurverts, evolución pervertida de los furries. La cultura furry está integrada por todos aquellos entusiastas de los animales antropomórficos que pueblan el imaginario de los dibujos animados. En ocasiones, algunos furries -denominados fursuiters— se construyen a mano sus disfraces, forjando un álter ego animal vagamente parecido a una mascota deportiva o una criatura extirpada de la figuración de un parque temático. Los furverts son los furries que utilizan este tipo de estrategias como fantasía sexual: o sea, gente que se traviste de animal hipersexualizado para fornicar con otra gente travestida de animal hipersexualizado. Una variante zoológica de la cultura drag. Muchos empleados de Disneylandia vestidos de Mickey, Minnie o Goofy son furverts que han encontrado su particular edén lúbrico-laboral.

3 ¿Es un pervertido todo aquel que se excita viendo dibujos animados? El joven Crumb se tocaba pensando en Bugs Bunny. A los chicos de Wayne's world —como a un servidor— les ponía Betty Mármol. Reduzcan por un momento los dibujos animados a su esencia: colores hipnóticos, mensajes elementales, formas voluptuosas... Los dibujos animados, amigos míos, son puro sexo. La primera pornografía de nuestras vidas.

miércoles, 20 de mayo de 2020

VIDA MOSTRENCA: Perversiones a todo color

EL PAIS DE LAS TENTACIONES
Viernes 10 de Noviembre de 2000

Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti



El Congreso de Estados Unidos quiere promulgar una ley que declare ilegales los globos de látex. O sea, los globitos de colores de toda la vida, responsables, al parecer, de un elevado índice de mortandad infantil al ser ingeridos en fase de reposo. La noticia, en principio, no parece tener más importancia que la de ser una muestra más de esa tendencia imperial -y, a la larga, universal- de detectar potenciales e inéditas formas de peligro en lo cotidiano. Pero la futura ley es algo más: una estocada de muerte a una de las más inocuas, singulares y complejas subculturas sexuales de nuestro tiempo, la de los fetichistas de los globos, también conocidos como looners, balloonists o balloonatics.

Los balloonatics ocupan uno de los capítulos del extraordinario libro Deviant desires. Incredibly strange sex, de Katharine Gates (Juno Books). Empeñada en censar todas aquellas subculturas sexuales de nuevo cuño que han vivido su expansión gracias a Internet, la autora demuestra que quizá no haya en el mundo objeto que no sea potencialmente erotizable. O, dicho de otro modo, lo trivial para la mayoría puede ser orgásmico para una selecta minoría. La textura y el olor de los globos son los primeros estímulos sexuales que utilizan los balloonatics para calentar motores: son dos sensaciones que les retrotraen a una infancia arcádica en la que los estímulos básicos eran más intensos y la idea de culpa todavía no había hecho su aparición. Esencialmente, los balloonatics necesitan (o prefieren) la compañía de un globo para alcanzar el orgasmo. Más allá de esta premisa, los balloonatics pueden ser tan distintos entre sí como los heteros o los gay. Existen, no obstante, dos subgrupos diferenciados: los poppers y los non poppers.

Estos últimos consideran al globo casi como un sustituto del compañero sentimental: tras frotarse contra él o penetrarlo de alguna inventiva forma, proceden a desinflarlo, con mimo y cariño, hasta su próxima sesión de desahogo sexual. Para los poppers -o sea, los que alcanzan el éxtasis al hacer estallar los globos-, los non poppers son un subgrupo inmaduro al que suelen convertir en objeto de chanzas y burlas.

Para algunos balloonatics, el globo hinchado es una reminiscencia del seno materno. Para otros, puede ser un pene hiperbólico y flexible: no obstante, el globo nunca es utilizado como sustituto del consolador, porque su estallido en el recto o en la vagina podría ser peligroso. Algunas parejas de balloonatics disfrutan haciendo el amor colocando globos hinchados entre sus cuerpos. Pero, por lo general, a esta subespecie de fetichistas les resulta difícil encontrar una pareja que comparta su singular afición. Y ahí surgen los problemas morales que suelen discutir en sus chats: ¿puede considerar se infidelidad jugar con globos con alguien que no sea tu pareja, aunque no haya penetración ni sexo explícito en el encuentro?, ¿puede considerarse acoso sexual pedirle a una dependienta que hinche un globo delante de ti, aunque ella ignore el componente erótico de la propuesta?

Lo que podríamos llamar el globismo es un fetichismo reciente: los globos de látex se inventaron en los años veinte y no se popularizaron hasta los años cincuenta. Por eso, la mayoría de los balloonatics son veinteañeros o treintañeros: el globismo, como subraya Gates, es una modalidad sexual propia de los babyboomers y miembros de la Generación X. ¿Se sienten ustedes con ánimo de inaugurar la perversión sexual capaz de definir a la generación del "España va bien"?





martes, 19 de mayo de 2020

El ser más odiado de la galaxia

El Pais de las Tentaciones
Viernes 3 de Noviembre de 2000

Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti

Según Chris Gore, uno de los mejores críticos de cine que se encuentran ahora mismo en la Red -www.filmthreat.com—, el estreno de La guerra de las galaxias, en 1976, fue el Vietnam de la generación que hoy cuenta con treinta y tantos años. Cuando Gore dice Vietnam, en realidad está diciendo "gran acontecimiento cohesionador generacional". O sea, lo que puede convertir a cualquiera en camarada de un completo extraño. Jeff Cioletti, director de Millennlum's end: The fanthom menace, documental definitivo sobre el culto a la saga galáctica, le secunda: "Somos una generación muy afortunada por no haber vivido una guerra que nos robara la juventud como les ocurrió a nuestros padres y abuelos. Algo tan horrible como la guerra creó para ellos un vínculo cultural unificador. El fenómeno star wars demuestra que ese tipo de vínculos se pueden formar también bajo circunstancias felices". Maticemos: si uno no es serbio, croata, hutu, tutsi, palestino, israelí o de cualquier otra colectividad recién azotada por vientos de guerra, el fenómeno star wars puede ser su "gran acontecimiento cohesionador generacional", su Vietnam blando para unos tiempos blandos, su colectiva catarsis digital (o sea, inmaterial y, por tanto, sucedánea de una catarsis espiritual). Para los que vivimos en esta Disneylandia del alma que es el Occidente en paz, La guerra de las galaxias es, efectivamente, nuestro Vietnam: nuestro código para entender disfuncionalmente el mundo.

Tal circunstancia nos ha permitido escoger opciones vitales -Han Solo (o sea, sinvergüenza simpático) o caballero jedi (o sea, primo)- y entender de qué iba esto de la vida en la Tierra, pero, hasta hace bien poco, también había eliminado el concepto de odio de nuestro repertorio emocional. La idea del mal concebida originalmente por Lucas y encarnada en la figura de Darth Vader resultó demasiado carismática para ser odiada, aunque el cineasta acabara desvelando que, bajo su yelmo fuliginoso, anidaba un triste calvo con pinta de contable. Por eso, para que su cosmología fuera completa, George Lucas creó a Jar Jar Binks, el ser más odiado de la galaxia.

Se trataba de una solución guiada por la lógica: en un mundo donde, a la hora de generar señas de identidad grupales, la guerra virtual ha sustituido a la real, lo consecuente era que la idea de lo maligno (o lo nocivo) no adoptara una formulación moral (Darth Vader), sino estética (Jar Jar Binks). Mientras la Humanidad entera pensaba que Lucas había metido la pata, Jar Jar Binks estaba irradiando esas infalibles ondas que iban a sumir a toda una generación en un inédito estado anímico: el odio.

De Jar Jar Binks se ha dicho de todo: entre otras cosas, que era la primera lederona digital. El personaje ha inspirado las páginas web más agresivas del fenómeno star wars: en las que figuran, por ejemplo, animaciones que muestran a R2-D2 mordiéndole los testículos. George Lucas ha vuelto a triunfar: el Mal Rollo, en mayúsculas, ha entrado en su universo, por fin, complejo. Pero lo siguiente quizá no figuraba entre sus previsiones: Jar Jar Binks ha generado en el seno del culto a star wars su propia contracultura, propiciando la fermentación de un trash galáctico que acaba de dar su primer fruto. Se trata del corto Jar Jar Binks: The El True Hollywood story, de Leif Einarsson, falso documental, realizado a imagen y semejanza de un popular programa del canal E! Entertainment, que revisa la ascensión y caída del alienígena y su redención a manos de los mismos criticos franceses que reivindicaron a Jerry Lewis y John Ritter.

El objetivo del cortometrajista no puede ser más explícito: "La gente parece odiar a Jar Jar. Si hemos hecho bien nuestro trabajo, habremos creado una nueva y más benévola perspectiva sobre el personaje, haciendo que la gente se sienta mal por odiarlo y acabe amándolo". Amar lo horrendo: esa es la esencia de la cultura basura. Así, Jar Jar Binks, el equivalente galáctico de Támara, ha sido el pináculo que ha rematado la catedralicia construcción del fenómeno star wars: lo que ha elevado el conjunto, dotándolo de sentido, enfrentándolo a su propio infierno estético.




domingo, 17 de mayo de 2020

VIDA MOSTRENCA: El enigma Blissett (y II)

EL PAÍS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 27 DE OCTUBRE DE 2000


Dispuesto a intoxicar con rumores y noticias falsas las redes de la información y a atentar con saña contra los sutiles mecanismos de control de nuestro presente, Luther Blissett-nombre múltiple de la más inteligente conspiración preapocalíptica-se ha construido un historial de agresiones a lo establecido que desmoralizaría incluso al más obsesivo agente del caos de la literatura pulp. La Iglesia católica ha sido una de sus dianas favoritas: el 27 de septiembre de 1997, Luther Blissett saboteó en Bolonia la celebración de ese Concilio Eucarístico Nacional que unió en perturbadora comunión espiritual a Bob Dylan con el papa Juan Pablo II. El llamado Ataque Psíquico sobre Karol Wojtyla consistió, entre otras acciones, en el reparto de falsas octavillas con el logotipo de la Congregación para la Salvaguarda de la Moral Cristiana en las que se denunciaba a la Iglesia por invitar al Concilio a un comunista judío (Dylan), y en la lectura del sermón El evangelio según Judas, herética disección de la figura de Cristo como construcción mediática, que proponía al propio (y plural) Blissett como mesias alternativo y motor del hipocalipsis, o la revolución desde abajo. También se atribuye al esquivo Blissett la construcción de una falsa página web del Vaticano poblada de blasfemias que logró pasar inadvertida en el espacio virtual durante más de un año. A mediados de agosto de 1999, la región de Calabria se vio sacudida por una oleada de robos de imágenes del Niño Jesús en sus iglesias: Blissett reivindicó la acción, reclamando a las autoridades eclesiásticas el pago de 100 millones de liras a los pobres de la zona para evitar la destrucción de las estatuas.

La versión italiana del programa televisivo ¿Quién sabe dónde? (Chi l'ha visto?), considerado por Blissett como "una expresión nazi-pop de la necesidad de control", fue otra sonada víctima de su devastador plan de actividades. Filtrando a una agencia de prensa la falsa noticia de la desaparición en el Friul de un inexistente artista conceptual británico, Harry Kipper, que recorría la región en bicicleta siguiendo el trazado de la palabra ARTE, la conspiración Blissett logró que el equipo del programa se pusiera en acción persiguiendo a la mismísima nada. El baño de ridículo televisado en horario de máxima audiencia fue antológico.

Pero la verdadera medida de su radicalidad la aporta su valiente intervención sobre las manipulaciones judiciales y mediáticas de un tema tan delicado como la pederastía. En 1996, Marco Dimitri, líder de la secta Bambini di Satana, y sus adeptos Piergiorgio Bonora y Gennaro Luongo fueron detenidos y acusados de practicar violaciones de niños, ritos satánicos y sacrificios humanos sin que hubiera evidencia alguna de sus presuntos crímenes. La campaña de prensa que precedió al juicio adquirió tintes inconfundiblemente inquisitoriales y esculpió en la opinión pública un monstruoso perfil de los acusados. El Proyecto Luther Blissett reaccionó con una campaña de contrainformación que sensibilizó a algunos periódicos italianos -entre los que figuraba La Repubblica-y desembocó en la exculpación y liberación de los detenidos, seguidores de un culto inocuo que se habían convertido en los chivos expiatorios de una campaña oscurantista y-paranoica iniciada por la fiscal Lucia Musti con la complicidad de la curia de Bolonia.

A estas alturas se preguntarán: ¿quién busca a Luther Blissett a través de esos enigmáticos carteles que han aparecido en nuestras calles? Espero que la solución del misterio -un tanto prosaica- no les defraude: los carteles forman parte de una imaginativa estrategia publicitaria previa a la publicación por parte de Grijalbo-Mondadori de Q, caudalosa y celebrada novela firmada por Luther Blissett, atribuida erróneamente a Umberto Eco y escrita en realidad por cuatro miembros de la conspiración -Federico Guglielmi, Luca di Meo, Giovanni Catabriga y Fabrizio Belletati-, que sitúa su acción en el siglo XVI, cuna, según los autores, "de todo lo que está podrido en la vida moderna: Europa, la comunica¬ción de masas, la policía estatal y el capital financiero". No sé qué estarán pensando ustedes, pero yo me muero de ganas por leerla.










sábado, 16 de mayo de 2020

VIDA MOSTRENCA:El enigma Blissett (I)


EL PAÍS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 20 DE OCTUBRE DE 2000

Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti


Un tipo sale de casa de buena mañana y se encuentra la ciudad empapelada de enigmáticos carteles. Su texto: "Se busca. Desde el pasado 11 de julio falta de su domicilio el conocido mago Luther Blissett. Firmó como propia la novela Q. Luther Blissett tiene buena presencia física, mide 1,85, cabello castaño, ojos verdes, voz seductora y mirada penetrante. Quien facilite pistas que conduzcan a su paradero recibirá una suculenta recompensa. Si quieres saber más busca en: www.q-blissett.com".

El tipo que sale de casa es su mostrenco servidor. Al undécimo cartel con el atildado rostro de Blissett, me topo con Zebulón, mi amigo cibernauta. Zebulón apunta la dirección en un bono-bus sin que nada delate que ha percibido mi presencia. Tras guardarse el bono-bus, me dice: "Muchacho, creo que aquí hay temita", con el mismo tono que hubiese empleado si llevásemos toda la tarde charlando. Y se va. Durante los dos días siguientes, Zebulón me fue mandando un e-mail cada dos horas. Sin mensajes, ni título: sólo con algunos vínculos a diversas páginas de Internet que me han permitido ir reconstruyendo el rom¬pecabezas Blissett. Tal y como he creído entenderlo: así se lo cuento a ustedes.

Luther Blissett fue un jugador de fútbol de origen jamaicano en las filas del Watford, que fue fichado por el Milán durante la temporada 83-84. Los cinco ridículos goles que marcó a lo largo de los 30 partidos de esa etapa italiana le valieron una reputación de ídolo deportivo trash e inspiraron una reprobable tradición de chistes de marcado corte racista. Diez años después, el nombre de Luther Blissett fue adoptado por un nutrido grupo de agitadores culturales con base en Bolonia. Luther Blissett se convirtió, así, en un "nombre múltiple", concepto inaugurado por algunos artistas de vanguardia del mail-art de mediados de los setenta y que va mucho más allá de la simple idea de colectivo.

El uso de los "nombres múltiples" está directamente relacionado con la creación de una mitología imaginaria —varias acciones diversas son atribuidas a un solo individuo- y con la transgresión de las nociones de identidad, individualidad, valor y verdad propias de la filosofía occidental. El "nombre múltiple" barrena la idea de la propiedad intelectual, porque está a disposición de cualquier persona que lo quiera utilizar para reivindicar una determinada acción o firmar una determinada obra, y crea una situación abierta en la que se diluye toda responsabilidad. Según uno de los manifiestos inaugurales de lo que se ha dado en llamar el Proyecto Luther Blissett -una arborescente conspiración cultural que nació con un programa de acción de cinco años-, "hay que escapar de las identidades convencionales. Seguimos luchando contra el lenguaje de los poderes existentes (...) Luther Blissett representa el poder de la comunicación y la inteligencia colectiva".

Luther Blissett destila algunos planteamientos del dadaísmo, fluxus, el neoísmo, el punk y el mail-art. El movimiento opera en 32 países, entre ellos Gran Bretaña, Francia y España, con el objetivo primordial de sabotear los medios de comunicación mediante el pánico informativo. Luther Blissett ha aplaudido actos de terrorismo artístico, como el del italiano Piero Cannata, que fue encerrado en un manicomio tras "intervenir", brocha en mano, sobre un cuadro de Jackson Pollock. Una minucia comparada con los desmanes que Blissett es capaz de perpetrar...
(Continuará...).




viernes, 15 de mayo de 2020

Los 'samplers' de la memoria

EL PAÍS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 14 DE JULIO DE 2000


El sampler, que es algo así como el equivalente sonoro a la cita textual, tiene tras de sí un largo pasado que precede a su propia existencia como recurso expresivo dentro del ámbito de la música electrónica. De hecho, como bien sabían James Joyce y Dennis Potter, nuestro cerebro lleva sampleando desde tiempo inmemorial esos retazos de memoria sonora que, ante cualquier estímulo, nos llevan a sublimar, relativizar o, simplemente, acompañar las emociones que nos provoca cualquier experiencia del mundo físico. No hay que llevarse a engaño: muy rara vez somos capaces de alumbrar una idea elevada e inédita bajo las bóvedas de nuestros cráneos. Es mucho más frecuente que nuestro íntimo proceso mental para descifrar el mundo que nos rodea consista en una desordenada sucesión de chorradas: coletillas de humorista televisivo, jingles radiofónicos, el último chiste guarro que nos hayan contado, algún ripio chusco, un piropo de serie Z o la más atormentante canción del verano. Desde que sabemos que el pensamiento es -simple y llanamente- lenguaje, no tiene demasiado sentido que sigamos autoengañándonos con inexistentes elevaciones del espíritu: lo que se nos pasa por la cabeza es una papilla mental elaborada básicamente con materiales ajenos y cuya composición es primordialmente... ¡chorra! Pero tampoco hay que deprimirse, porque ahí reside la grandeza del ser humano: en llegar adonde ha llegado teniendo en el cerebro lo que tiene.

Una vez ceñida en una neurona, toda información tiene el mismo valor. Por eso mismo, este mostrenco articulista andaba desde hace unos días obsesionado por exteriorizar su gratitud hacia unos bienhechores, los responsables del sello discográfico Rama Lama, que han invertido no poco esfuerzo en la ardua labor de recopilar, con ánimo completista y voluntad enciclopédica, esos fragmentos de nuestro pasado sonoro que no han sido -ni, probablemente, serán- carne de reviva! por parte de los sucesivos arbitros de la modernidad. El catálogo Rama Lama está integrado por viejas grabaciones que, en su día -los decisivos años de formación de muchos de nosotros-, formaron parte de nuestra papilla neuronal, o sea de nuestra íntima herramienta para entender la vida.

Reuní en mi casa a algunos de mis amigos -Zebulón, Berto, los Pollopera- para someterles a una selecta audición de mis discos del sello Rama Lama y el resultado fue catártico. Para Zebulón, el tema Yo también necesito amar, de Ana y Johnny, supuso recuperar "el fondo sonoro de mi despertar al sexo. La frase '¡libérame del pudor!' berreada por Ana, los primeros números de la revista Nuevo Vale y el culo de una chica que veraneaba en mi pueblo, apretado en unos ceñidísimos Lois de pana marrón oscuro, inspiraron mis primeras pajas". A los Pollopera, el fundacional A cántaros, de Pablo Guerrero, les trajo el sinestésico recuerdo "del olor a pies y de las sandalias descoloridas del cura rojo que nos enseñó a tocar la bandurria en esas convivencias de la parroquia del barrio en las que nos conocimos". Y, a los acordes del My sweet Marlene, de Lone Star, Berto volvió a paladear "las largas tardes de domingo que pasé pegado a una máquina del millón de un bar de Soria, entre trago y trago de Pippermint en vaso largo, mientras mi hermano mayor se iba a la disco".

Tengo que confesar que en el templo Rama Lama yo tengo también a mis santos particulares: Desmadre 75 y La Charanga del Tío Honorio, grupos que me hicieron reír sin freno en la infancia y que, en la edad adulta -y gracias a las sendas recopilaciones de su obra integral editadas por el dili¬gente sello—, se me han revelado más llenos de matices y más cargados de niveles de lectura de lo que el recuerdo permitía aventurar. De ellos les hablaré la próxima semana, si de ahora hasta entonces no me han perdido el poco respeto que, ya a estas alturas, me deben tener.




'Dogmatofilia'


EL PAÍS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 7 DE JULIO DE 2000



Juan Pinzas se parece al señor con bigotes del logotipo de las patatas Pringles. Es un bigote modelo Linimento Sloan, adoptado tradicionalmente por los domadores de circo. Un bigote que, colocado en la faz de un director de cine, inquieta por pura cuestión de descontextualización. ¿Cuántas veces habrán pensado los interlocutores de Pinzas que se hallaban ante un cantamañanas? Pero, ¿es Pinzas un cantamañanas? Pinzas es, esencialmente, el director de la primera película del Dogma español -Érase otra vez-, así como el productor de uno de los melodramas desaforados que dan más risa del reciente cine nacional: Cuando el mundo se acabe te seguiré amando, de Pilar Sueiro, esa película en la que Cristina Piaget se travestía de mujer galáctica y pantera para reconquistar a una versión fondona de Nancho Novo, escritor atormentado y abocado al infierno del lingotazo de tequila.

Cuando Lars Von Trier fundó el Dogma con Los idiotas y lo presentó triunfalmente en Cannes, probablemente hubo en el acto mucho de pataleta punkie-juvenil, de salivazo a los cantamañanas que habían convertido el cine de autor en algo tan falazmente glamouroso -y, en consecuencia, muerto-como el cine más mercenario. Pero no todo acababa ahí: Los idiotas, además, tocó el nervio de un malestar inefable y contemporáneo, perturbó de un modo medular y se convirtió en una obra inmortal, la Gran Película del Mal Rollo Finisecular.

Érase otra vez no es, oficialmente, una película Dogma 95: le falta el certificado oficial que Pinzas decidió no solicitar para no ralentizar la producción. Érase otra vez tiene el primer certificado Spanish Dogma, lo que significa que cumple con el decálogo danés y con una nueva cláusula Pinzas: que las películas Dogma Español reflejen la realidad sociocultural de España. A partir de ahora, para hacer un nuevo Spanish Dogma habrá que solicitar el certificado pertinente a Juan Pinzas: a este mostrenco articulista

le gustaría pensar que Pinzas ha querido reaccionar contra esa industria española del cine que ha hecho de la hipertrofia de la idea hueca -o de la monserga cara- su emblema. De lo contrario, habría que pensar que le ha movido la lujuria de extender certificados, lo que le convertiría en aduanero del arte o, lo que es lo mismo, en un modelo específico de cantamañanas. Con todo, Érase otra vez demuestra que lo que sí puede aplicarse al cine español es una vieja cláusula estoica: "Hagas lo que hagas (caro o barato, en vídeo o con tropecientos millones), siempre la cagas (comercial o artísticamente, o de ambas maneras)".

2 El fetichismo es aquella práctica metonímica del sexo que lleva a excitarse del todo con la parte. Desde que las películas pomo están rodadas en vídeo hay quien encuentra sumamente excitante la textura de la imagen videográfica: quizá por eso a algunos nos nubla más el juicio Paprika Steen -actriz Dogma por excelencia-que, pongamos, Natalie Portman. Cuando uno contempla a unos actores grabados en vídeo tiende, inevitablemente, a pensar que no tardará en ocurrir algo clasificado X. Según esta línea de pensamiento, el Lars von Trier de Los idiotas no tenía más remedio que caer en la pornografía.

En Érase otra vez -ficción modelo Reencuentro-, un grupo de amigos se reúne 10 años después de su licenciatura. No tardan en ocurrir cosas... ¡clasificadas S! En el filme de Pinzas, como en la relación inicial entre Jorge y María José, de Gran Hermano, no hubo penetración. Lejos de sacudir conciencias como Von Trier, Pinzas prefiere recordarnos al añorado softcore español practicado en nuestra transición por cineastas como Manuel Esteba, Carlos Aured o Ignacio F. Iquino. Lo que permite sacar una conclu¬sión, quizá de peso: nuestra realidad socio-cultural es -aún- una realidad sociocultural de club liberal de intercambio de parejas. □



jueves, 14 de mayo de 2020

VIDA MOSTRENCA: La 'fatwa' y el "fake"

EL PAIS DE LAS TENTACIONES 
Viernes 15 de junio de 2001


Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti


Tropiezo con Zebulón, el cibernauta chandalista, que sale airado de la primera sesión de El diario de Bridget Jones y vierte sobre mí su chachara incendiada: "Con la guerra que yo he dado en Internet y la de virus que he mandado a listas de correo de fundamentalistas islámicos. Para que luego me haga un cameo en una película de marujas prematuras". Resulta que la frivola aparición de Salman Rushdie en la película, donde cumple la trivial función narrativa de indicarle a la protagonista dónde está el lavabo en un cóctel literario, ha sido recibida por Zebulón como una traición. Hagamos memoria: la fatwa, la condena islámica por los Versículos satánicos, cayó sobre Rushdie -que hasta entonces había sido un creador libérrimo con un componente lúdico importante-como un baño de inesperada gravedad. Dejó de ser un artista para convertirse en un símbolo. En una víctima protegida y oficial. Una cosa seria. Hasta cierto punto es comprensible que, ahora mismo, Rushdie anhele un baño de banalidad como sólo el cine podría proporcionarle. Pero Zebulón no lo entiende. Se da cuenta de que llevo bajo el brazo la revista Dígame: en su portada, Terelu Campos desnuda; aunque, en realidad, es un fake (imitación) de Internet. Si El diario de Bridget Jones fuese una película española, Terelu Campos podría haber sido una razonable opción de casting: es, como el mito sociológico creado por Helen Fielding, una colosal representante del poder marujo que secretamente domina el mercado.

O sea, el mundo. Siento que se cierra un círculo y a Zebulón se le ilumina la cara. Se le acaba de
ocurrir una buena manera de consolarse: colgará en Internet un obsceno fake de Salman Rushdie desnudo. Un fake es una forma suave de fatwa: también se trata de cortar cabezas. Pero es más limpio. Y es una buena manera de cerrar una historia.