domingo, 16 de febrero de 2025

Una metáfora de la vida

Un nuevo libro recuerda que el ajedrez más que un juego, es casi una filosofía vital

"Al final de la partida, el peón y el rey duermen en la misma caja". Puede que este refrán italiano sea el que mejor resume la idiosincrasia de un juego que, desde su invención por los árabes en el siglo V, se ha convertido en metáfora de todo lo humano: la vida, la guerra, la política o la lucha de clases. Hasta hoy: la expectación que ha despertado la aparición de Magnus Carlsen o el fenómeno que generó Gambito de dama, cuando más de dos millones de personas se unieron a clubs de ajedrez por todo el mundo (solo en los primeros tres meses desde el estreno de la serie se vendieron 40.000 tableros) demuestran que el rey de todos los juegos, vive una época dorada. Sobre todo ello reflexiona, con una deliciosa selección de imágenes, Chess players. From Charlie Chaplin to Wu-Tang (editorial Fuel) [Jugadores de ajedrez: de Charlie Chaplin a Wu Tang Clan], de Dylan Loeb McClain.

Bobby Fisher juega contra Andrew Solt en 1971


La paradoja es que Loeb McClain habla con ICON poco después de que el New York Times decidiera cancelar su columna de ajedrez. El juego desaparece de muchos medios de comunicación al mismo tiempo que artistas como Taras Yoom o marcas como Off-White, Kid Robot o Percival entran al negocio del ajedrez con tableros de edición limitada, obras de arte o colecciones de ropa. "Estoy de acuerdo en que el ajedrez se ha vuelto mas cool. Creo que los medios tradicionales no le dedican espacio porque ya hay mucha información disponible en línea. Los editores han decidido destinar sus recursos a otras áreas", reflexiona Loeb McCain.

John Wayne en un descanso del rodaje en Madrid de El fabuloso mundo del circo (1963)


Para el escritor y jugador profesional de 58 años hay en el ajedrez mucho más de lo que podría suponerse a primera vista. "Como escribí en la introducción, el ajedrez, en su forma más simple, es un juego. Pero uno de los juegos más antiguos y prestigiosos del mundo", afirma. "Su impacto ha ido más allá del tablero en el que se juega. Escribir sobre el ajedrez es un placer porque se superpone con la cultura y la ciencia, tiene una rica historia y una maravillosa lista de personajes que lo han jugado".

David Bowie se enfrenta a Catherine Deneuve en la película El ansia (1983)


Muchos de esos personajes aparecen en el libro: Lenin, Bogart, Che Guevara, James Dean o Masta Killa del legendario grupo de hip-hop Wu-Tang Clan. Y Loeb McClain entiende el por qué: "Creo que cualquiera que se tome el tiempo de aprender el juego, jugar a él y estudiar su historia se enriquecerá con el proceso. No estoy seguro de que se pueda decir lo mismo en la misma medida sobre muchas actividades, y ciertamente no sobre muchos juegos", con cluye el ajedrecista. TONI GARCÍA

sábado, 15 de febrero de 2025

Catwoman: Lonely City by Cliff Chiang

Catwoman: Lonely City es una miniserie de cuatro números escrita y dibujada por Cliff Chiang, que ofrece una interpretación única del personaje de Catwoman (Selina Kyle). Esta obra se distingue por una narrativa visual de alta calidad y un enfoque maduro sobre los eventos que siguen a la caída de Gotham City.

En Catwoman: Lonely City, Selina Kyle ha pasado años en prisión tras un robo fallido. Después de salir, se enfrenta a una ciudad muy diferente: Gotham está en ruinas, y muchos de los grandes héroes y villanos de la ciudad han desaparecido o están muertos. El cómic no solo se centra en las habilidades de Selina, sino también en sus sentimientos de soledad y su lucha por redimir su pasado, todo mientras navega por las ruinas de una ciudad que solía conocer tan bien.































Hay ciertos momentos delicados o a los detalles más íntimos que se encuentran a lo largo de la historia, como los sentimientos de Selina y sus interacciones con personajes secundarios que la ayudan a revalorar su lugar en el mundo. En esta obra, los momentos de reflexión y conexión humana son fundamentales para el desarrollo de su personaje, contrastando con la estética de la ciudad oscura y peligrosa.

La coraza viene sin mangas: "Gladiator II" en clave de moda

 Vestidos para la aventura / Jacinto Antón

En Gladiator II, Paul Mescal lleva a coraza de gladiador sin mangas, al estilo imperio.

Alamy  La secuela de Gladiator presenta interesantes aspectos en términos de vestuario, y ha servido para desvelar un enigma: el de qué había pasado con la coraza de Russell Crowe de la primera entrega. El espectacular complemento del gladiador justiciero salió a subasta en Londres en 2021 en el lote 142 de efectos de la película. Otros lotes incluían la tiara de Lucila, el famoso casco de Máximo Decimo Meridio, sus grebas y una espada romana SFX (efectos especiales) de la que brota sangre cuando la clavas. Dado que ni yo, ni Willy Altares (¡fuerza y honor!), ni Santiago Posteguillo habíamos comprado la coraza y el propio Crowe estaba descartado porque hace años que ya no cabe en ella, el paradero de la armadura era un misterio. Pues bien, en Gladiator II la coraza aparece colgada en una capillita en los bajos del Coliseo dedicada a nuestro gladiador favorito. El protagonista, Paul Mescal se la pone para las escenas finales del filme.

Me parece destacable en términos de moda que si bien Crowe luce la coraza con mangas (o protecciones laterales) en las escenas más icónicas, Mescal opta por llevarla sin, estilo camiseta imperio (romano). Ciertamente, en Gladiator II estamos 16 años después de Gladiator, hemos pasado de los antoninos a los severos, y la moda cambia. El casco, por lo visto, no es tendencia. Ya nadie pelea tampoco, por lo visto, no es tendencia. Ya nadie pelea tampoco en subligaculum, como lo hacían Kirk Douglas y el reciario Draba en Capua en Espartaco. El grado cero de indumentaria lo luce el mono de Ostia, y valga la frase. Por cierto, ninguna broma con ese correoso babuino gladiador depilado que combate a mordiscos contra Mescal: a mí una vez me quitó un bocadillo un bicho de esos en un picnic en el lago Manyara y no me hubiera atrevido a tratar de recuperarlo ni con un rifle. El otro mono del filme, Dundus, la mascota del inestable y sifilítico Caracalla, a la que interpreta la tití Sherry en su debut actoral, luce una toga en miniatura cuando su dueño la nombra cónsul, de la misma manera que otro césar lunático, Calígula, dio la misma dignidad (y ropa) a su caballo.

Los depravados hermanos emperadores Caracalla y Geta,  Locomía style, son, junto al Macrino de Denzel Washington, ataviado como la versión senatorial de un jefe de pandilla de Harlem, de lo mejor de la función en términos de vestuario, con esos magníficos ropajes y esas corazas doradas de los dos chicos, herederas de la del Mordred de Excalibur, de John Bormann.

Hay que recordar que aunque sea más el (más) malo y loco de la función, Caracalla está documentado históricamente como un tipo elegante que incluso vistió a un contingente de legionarios como una falange macedonia de Alejandro Magno, al que admiraba. Recibió su nombre como prescriptor e influencer. Efectivamente, igual que Calígula se granjeó su apodo por las botas militares que usaba, la caligae, el de Caracalla era por el sobretodo galo que le gustaba llevar, la caracalla, una prenda multiuso de fondo de armario que a veces se portaba con capucha. Y no, Cómodo no se llamaba así porque vistiera casual. A señalar por último como homenaje a la moda y los modistos el que el sufrido general Acacius -ojo al spoiler- se convierta en su escena postrera en alfiletero. ¡Ave César, qui vestiuntur te salutant!, los que se van a vestir te saludan.


ICON Nº126 Febrero 2025

viernes, 14 de febrero de 2025

El caminante / Jiro Taniguchi




Hay algo de anticómic en las páginas de El caminante, una de las obras más importantes del japonés Jiro Taniguchi. Si la historieta, al igual que la narrativa literaria, se articula habitualmente en torno a una anécdota, El caminante carece de ella. Su argumento es tan sencillo como esto: un hombre ni joven ni viejo, ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco, pasea. Y así transcurren el centenar y medio de páginas de esta historia sin historia. El momento más emocionante del libro podría ser aquel en el que el protagonista recibe un pelotazo y se le rompen las gafas. Guau.

Taniguchi pasa por ser el más europeo de los dibujantes japoneses, afirmación fundamentada en el reconocimiento obtenido del público y la crítica del viejo continente y en sus colaboraciones con guionistas franceses como Jean-Pierre Morvan o Moebius. El mangaka ha llegado a confesar su devoción por los tebeos europeos, que hojea fascinado sin entender una palabra, y su forma de entender el dibujo recuerda sin duda a la línea clara francobelga. Pero el dibujante es también, de hecho, un claro exponente de muchas características que atribuimos a la cultura japonesa, empezando por la minuciosidad y el gusto por lo moroso y acabando por ese refinamiento que consiste en explicar el mundo poniendo el acento no en el ser humano, sino en aquello que lo rodea y que en gran medida lo modela. Ciertamente, es difícil argumentar que El caminante sea su mejor obra cuando se pondera la sutilidad emotiva de El almanaque de mi padre, Barrio lejano o Los años dulces, pero es una excelente puerta de entrada a la obra del autor, tal y como debieron de pensar los responsables de El Víbora cuando comenzaron a serializarla en 1992, provocando en los lectores de aquella revista desaforada y contracultural una especie de shock anafiláctico.

No es sencillo señalar cuáles son los elementos que hacen de El caminante una obra emocionante, en el sentido de que acaricia y hace cosquillas en el alma humana. Tal vez sea su capacidad para recordarnos sin palabras ni aspavientos aquel día que elevamos la vista y nos sorprendió un árbol en flor como si fuera la idea de un árbol en flor. O aquel otro en que nos envolvió una brisa con olor a hierba y ya fuimos incapaces de olvidar jamás aquel aroma. Conseguir todo esto, con el dibujo austero y preciso pero envarado de Taniguchi, es algo que va más allá de la pura maestría técnica y artesanal y que nos habla de un artista. A veces, no contar nada es la única manera de contar lo que importa, de trazar un camino sin ramales que nos despisten. Un camino, eso sí, repleto de bancos en los que detenerse a contemplar por primera vez aquello que hemos visto mil veces y que por eso mismo no conocemos.

Las militancias siempre son un coñazo y suelen dar lugar a panfletos, aproximaciones maniqueas que no hacen sino reforzar los argumentos en favor o en contra del asunto que ya sostiene el lector. Taniguchi ha caído en ocasiones en esto mismo (aunque suele ser de los que solo meten un pie en la trampa), de manera que se agradece doblemente cuando es capaz de transmitir su ideario desde un punto de vista mucho más universal, desprejuiciado y sin recurrir al conflicto forzado, como es el caso de El caminante. Porque, en última instancia, el tema de este libro es el diálogo entre el hombre y el mundo. Otra de sus grandes obras, La cumbre de los dioses, comienza como una lucha antagónica de la voluntad humana tratando de doblegar la naturaleza para acabar encontrando la auténtica paz de espíritu en la comunión entre ambas. En El caminante Taniguchi no necesita ni siquiera recorrer ese espacio de aprendizaje. Cuando hablábamos de que el autor es un claro exponente de la cultura japonesa nos referíamos especialmente a la filosofía implícita en casi todos sus trabajos, una filosofía que bebe de religiones orientales como el budismo y el sintoísmo y que tiene sus raíces en el concepto animista de que todo lo que nos rodea, planta, animal o cosa, tiene un alma, y que existe una fuerza que conecta todas estas esencias. En El caminante, y en menor medida en otra de sus obras, como Furari, Taniguchi se echa a un lado, intenta no distraernos con su presencia como demiurgo y se limita a pedirnos que miremos atentamente a nuestro alrededor y escuchemos el latido del mundo.


Jot Down - Cien Tebeos Imprescindibles (2014)


jueves, 13 de febrero de 2025

KRAZY KAT. 1916-1917 Una maravillosa locura

Pedro Rivera



Krazy Kat. 1916-1917

George Herriman 

La Cúpula

EE. UU.

Cartoné

127 págs.

Blanco y negro 

Traducción: Rubén Lardín

Obras relacionadas

Philémon

Fred

(ECC Ediciones)

Maus

Art Spiegelman

(Reservoir Books)

Jimmy Corrigan, el chico más listo del mundo

Chris Ware

(Reservoir Books)

Calvin and Hobbes

Bill Watterson

(Astiberri Ediciones)

El gran libro de Cuttlas

Calpurnio 

(Reservoir Books)


Vivimos en los últimos años una suerte de carrera frenética por parte de las editoriales de cómic de nuestro país por añadir nuevas obras a su catálogo, y de la que no escapan las reediciones de materiales clásicos norteamericanos. Dentro de la gran cantidad de títulos que en esa categoría ha llegado a los anaqueles de las librerías le ha tocado el turno, de manos de La Cúpula, a una de las obras más importantes de la historia del noveno arte: el Krazy Kat de George Herriman.

Al lector que acude a esta reseña no será necesario explicarle que el cómic es un medio que, combinando la pintura, la literatura y el cine es capaz de ofrecernos auténticas obras maestras. Ni tampoco que el Krazy Kat de Herriman, considerado por The Comics Journal como el mejor cómic del siglo XX, es una de las piezas que más ha contribuido a la categorización del cómic como arte. Así lo entendieron los responsables del Museo Reina Sofía, que en 2017 le dedicaron una exposición y la calificaron como «la obra de un artista que gracias a sus hallazgos formales puede ser comparado con los principales protagonistas de las vanguardias históricas, coetáneas de sus viñetas».

Los antecedentes de Krazy Kat los encontramos en 1910, cuando Herriman entra a trabajar para el The New York Journal, de W. R. Hearst, dibujando la tira The Dingbat Family —si bien pronto pasaría a llamarse The Family Upstairs— que relataba las vivencias de una familia y su gato. En una de las tiras de la serie al gato se le suma un ratón que agrede al primero de distintas e imaginativas formas, pasándose, al poco, a narrar las peripecias de ambos en la parte inferior de la página hasta convertirse posteriormente, el 28 de octubre de 1913, en una tira independiente, ya con el título que la haría universal. Su primera página dominical —con ella arranca el volumen de La Cúpula— aparecería el 23 de abril de 1916 y seguiría publicándose de manera ininterrumpida hasta la muerte de Herriman en 1944.

Pero que su longevidad y prestigio no nos engañen: Krazy Kat no disfrutó del apoyo mayoritario del público, sino todo lo contrario: fueron muchos los lectores que mandaban cartas a los periódicos solicitando que dejara de publicarse, pues no acababan de entenderla. Por suerte contó con el apoyo incondicional de Hearst, seguidor apasionado de la obra de Herriman. El mismo Citizen Hearst capaz de inventarse una guerra para disparar las ventas de sus tabloides, se negó a eliminar de ellos las planchas de Herriman, pese a no contar con el fervor de sus lectores. Un apoyo que no solo le llevó a defender la publicación de sus tiras, sino que, a modo de mecenas renacentista, puso empeño personal en que fuera bien retribuido para que no se viera tentado de abandonar y dedicarse a la creación de otros personajes. Apoyo que se prolongó tras la muerte de Herriman, negándose a que otro autor continuara su obra.

Krazy Kat se ambienta en Coconino County, Arizona, y nos cuenta las aventuras de un particular e imposible triángulo amoroso, el conformado por el gato Krazy (de quien desconocemos si es gato o gata, indefinición con la que le gustaba jugar al autor) perdidamente enamorado del ratón Ignatz y a quien muestra su amor apasionado, pero que es contestado por el ratón lanzándole violentamente ladrillos y todo tipo de objetos. Mientras, Offissa Pupp, un perro policía, a su vez enamorado del primer personaje, trata de detener a Ignatz y encerrarlo en una cárcel construida con ladrillos. Un mundo al revés, pero lleno de ternura y lirismo.

Pese a la repetición incesante del mismo esquema una y otra vez, la imaginación desbordante de Herriman nos regala una obra de arte con cada una de sus planchas, en las que juega con el diseño, la perspectiva y el esquema de la página, ofreciéndonos un mundo mágico donde se combinan elementos surrealistas y oníricos con una gran riqueza plástica. Todo ello aderezado con un empleo del lenguaje plagado de juegos de palabras y dobles sentidos, críptico por momentos, que ha dado lugar a todo tipo de análisis sociales y psicológicos.

Han sido varias las editoriales que a lo largo de los años nos han ido ofreciendo ediciones llama- das a ser, sucesivamente, las definitivas. Pero es La Cúpula la que lo ha conseguido. Al cuidado exquisito en la reproducción de los materiales se unen la extraordinaria calidad del papel, sus completos materiales adicionales, la fantástica rotulación de Iris Bernárdez, que pareciera firmada por el mismísimo Herriman, y una prodigiosa labor de Rubén Lardín, que acomete el casi imposible reto de su traducción a nuestro idioma.

Krazy Kat es pura magia poética. Entren en su mundo y disfruten de esta maravilla, mas tengan cuidado, pues corren el riesgo de verse atrapados en sus páginas como si de una fantástica cárcel de papel se tratara...


Jot Down 2024

Anurio Comics


miércoles, 12 de febrero de 2025

Dilbert / Scott Adams




En sus primeros años Scott Adams, como tantos otros niños, desarrolló un gran interés por los cómics. Tan intensa fue esta afición que intentó estudiar en una escuela de arte, pero tras ser rechazado decidió que ya iba siendo hora de dejarse crecer la corbata y se pasó a una facultad de derecho. No contento con ello, tras licenciarse y en su empeño por ser el yerno ideal comenzó a trabajar en un banco de San Francisco. Pero por más que lo intentaba no conseguía convertirse en un zombi de clase media, no había manera de matar a esa vocecilla interior, observadora y maliciosa, que siempre está dispuesta a señalar al rey desnudo. Y si hay un lugar donde abundan los trajes invisibles es en el ámbito empresarial. No hay oficinista que no pueda desgranar media docena de anécdotas sobre el absurdo burocrático que no habría podido idear ni Kafka tras caerse en una marmita de LSD. Así que Adams, pacientemente, fue tomando nota de lo que veía con el paso de los años, dejando crecer a esa bestia interior hasta que publicó su primera tira cómica en 1989, dibujando por las noches mientras que por el día seguía trabajando en la muy respetable compañía telefónica Pacific Bell. El éxito fue inmediato.

Esta sátira sobre el mundo de los empleados de cuello blanco y los seres que lo habitan tiene por protagonistas a un grupo de personajes arquetípicos. Como el jefe al que le encanta pontificar sobre aquello que desconoce, el compañero de trabajo parásito y por supuesto el propio Dilbert, un ingeniero eficaz y reservado, cuyo epónimo, El Principio de Dilbert, establece que: «Los trabajadores más ineptos pasan sistemáticamente a ocupar cargos donde pueden causar el menor daño: la dirección de la empresa». No importaba lo lejos que llegara en la caricatura, cuánto exagerara en su descripción de este microcosmos, que Adams siempre recibía por respuesta de su creciente número de lectores: «Así es mi empresa». Y le mandaban ejemplos reales, a cada cual más delirante, como proporcionar ordenadores portátiles a los empleados para que puedan usarlos en sus desplazamientos y, ante el riesgo de que pudieran ser robados, fijarlos en las mesas. O el caso de otra compañía, cuyo departamento de recursos humanos lanzó dos programas simultáneos: uno de exámenes al azar para detectar el consumo de drogas y otro para promover «la dignificación de la persona». Así que con lo que él vio en su experiencia personal, con lo que le cuentan y con lo que imagina ha ido conformando, viñeta tras viñeta, un hilarante aunque dolorosamente reconocible compendio de despropósitos.

Están ahí, los hemos vivido muchos de nosotros: ya sea redactar informes, muchos informes, lo suficientemente largos como para que nadie los lea o los recuerde. O establecer pomposas «visiones», «misiones» y «objetivos», como dice Adams, «una frase larga y torpe que expresa la incapacidad de la dirección de pensar con claridad». Pero el peligro no acaba ahí, dicha sustitución de palabras de uso corriente por jerga incomprensible puede extenderse al resto de comunicaciones dentro de la empresa. Recuerdo a un jefe que en cierta ocasión me pedía enfáticamente que potenciara la lateralización de mi cerebro, mientras yo mirándole a los ojos asentía y me preguntaba para mis adentros qué cojones significaba eso. En nuestro país, desde hace ya unos años, tampoco falta el uso de cualquier término en inglés para bautizar departamentos, cargos, procedimientos y prácticamente cualquier cosa que se ponga por delante, que así adquiere un aire de profesionalidad y rigor que no vaya usted a comparar. Horror. O salir siempre más tarde del horario establecido para impresionar al jefe con lo mucho que se trabaja y de paso dejar en mal lugar al resto de compañeros que sí tienen una vida personal ahí fuera. Espanto. Y qué decir del PowerPoint. Rechinar de dientes.

Al final muchos de esos sinsentidos provienen de la necesidad de aparentar que se trabaja —lo que paradójicamente acaba perjudicando la productividad— y también de la falta de sentido crítico y humor, que hace a jefes y trabaja- dores tomarse tan terriblemente en serio las cosas absurdas que deberían haber sido descartadas desde el primer momento. En esa tarea, el libro en el que Scott Adams recopiló parte de sus viñetas, El principio de Dilbert, además de muy divertido puede resultar extraordinariamente útil. Este debería ser el libro de cabecera de cualquier directivo, de cualquier empleado de oficina, antes que ¿Quién se ha llevado mi queso? y demás cháchara de autoayuda.


Jot Down - Cien Tebeos Imprescindibles (2014)


martes, 11 de febrero de 2025

HIRAYASUMI Bienvenidos a Asagaya

Josep M. Berengueras



Hirayasumi

Keigo Shinzo

Milky Way 

Ediciones Japón

Rústica con solapas (6 vols.)

x págs. (cada vol.) 

Blanco y negro 

Traducción: Marc Bernabé

Obras relacionadas

Perdidos entre la hierba

Keigo Shinzo 

(Milky Way Ediciones)

Insomniacs After School

Makoto Ojiro 

(Milky Way Ediciones)

Solanin

Inio Sano 

(Norma Editorial)

Hay cómics que tienen algo. Ese algo es difícil de describir, porque para cada lector es diferente. Hirayasumi, el manga que nos ocupa, es de esos cómics que producen ese algo, una sensación de que tenemos entre las manos algo especial, desde la tierna portada a la lectura de las prime- ras páginas. Un slice of life (manga costumbrista) fresco, jovial pero adulto, emotivo, reflexivo y a veces cómico que sustenta sus cimientos en sus personajes (tanto principales como secundarios), en el estilo de dibujo cercano de Keigo Shinzo y en cómo el autor parece tener en todo momento un plan de hacia dónde va la historia. Bienvenidos a Asagaya, el barrio tokiota donde, más que suceder la acción, viven y evolucionan los protagonistas de Hirayasumi.

El detalle de dónde viven no es baladí. Porque Hirayasumi narra precisamente la historia de Hiroto Ikuta, un chico de 29 años sin empleo fijo —ni aparentemente intención de encontrarlo— que es feliz con su simpleza y despreocupación. Ese carácter le lleva a hacerse amigo de una anciana solitaria, con pinta de cascarrabias debido a los derroteros de la vida. Su punto de encuentro: la casa de la anciana, un pequeño hogar tradicional japonés algo destartalado pero con porche y jardín situado en Asagaya.

Pero la vida es a veces cruel, y la anciana fallece. Su legado es dejarle a Hiroto su casa en herencia. El joven decide trasladarse a dicha casa, pero no estará solo: Natsu, hija de unos parientes, se muda del campo a Tokio para comenzar la universidad, y se instalará en dicho hogar. Han pasado la infancia juntos, se conocen perfectamente, y pese a que tienen caracteres distintos, encajarán a la perfección pese a la diferencia de edad.



Ese es el punto de inicio de Hirayasumi, un manga que nos convertirá en un espectador privilegiado de la vida de estos jóvenes y nuevos adultos que representan a la sociedad japonesa de hoy en día: Hiroto, que se mueve de trabajo temporal en trabajo temporal sin encontrar su camino, aunque su carácter le evita sentir la presión de la sociedad; Natsu, que viene de vivir tranquila en el campo y se traslada a la gran ciudad con todo lo que ello implica; Hideki, un amigo de Hiroto desde el instituto que acaba de ser padre y está dejando atrás su eterna juventud; Yomogi, trabajadora de una inmobiliaria y crush de Hiroto; Akari, amiga de Natsu; o la propia abuela, que volverá en forma de re- cuerdos de tanto en cuando. Y a partir de aquí, fluye la vida de los protagonistas principales y secundarios de esta historia. Sus inquietudes, miedos, momentos felices, recuerdos, anécdotas y momentos para recordar; sus triángulos amorosos, dificultades, penas y momentos para olvidar. Todo ello, haciendo al lector partícipe de esta historia, como si de un privilegiado vecino con derecho a escucharlo todo se tratase.

No es fácil lo que consigue Shinzo. Los slice of life deben estar compensados, ser ricos en escenarios y personajes, logrando que todo tipo de lector se sienta cómodo e interesado si no en la trama principal, en otras secundarias. El mangaka lo logra, gracias a una cuidada trama que se va entrelazando; de un dibujo de caras expresivas, nada cargado, simple pero con detalles, perfecto para describir la vida cotidiana de estos nuevos adultos; y con la dosis necesaria de humor, sin caer en los manidos recursos de otras obras similares. Un cóctel casi perfecto, que en los números editados hasta el momento ni mucho menos cansa, sino que deja con ganas de más. Porque, si algo demostró Shinzo en la magistral Perdidos entre la hierba, es que no está dispuesto a caer en los tópicos ni en hacer un manga que pase desapercibido.

Hirayasumi lleva desde 2021 acumulando diversas nominaciones a premios e inclusiones en diversas listas de los mejores mangas del año en Japón, lo que confirma que, sin duda, tiene ese algo especial. Una obra que narra la transición de unos jóvenes y no tan jóvenes hacia la vida adulta en el Japón actual.


Jot Down 2024

Anuario Comics