lunes, 21 de abril de 2025

RUBBER FLESH / Miguel Ángel Martín


«Desde que sufriste el accidente, tu coño huele diferente, Mónica». En Rubber Flesh desde el primer bocadillo la lectura es inquietante, morbosa, repugnante. Mónika Ledesma es programadora en una multinacional. Tras sufrir un accidente, descubre que su cuerpo es de biosilicona y se da cuenta gracias al sutil percance de que un grupo de silicodides genéticamente configurados para destruir ese material la han encontrado y han intentado matarla. Desde ese momento, todo es una orgía de sangre, sexo y carne de plástico quemada. Y siempre con mucho cuidado, cada trocito de piel que queda en el suelo, engendra a otro ser, a un clon.

Mientras que en España la modernidad en música y tendencias varias ha llegado generalmente por la vía de la importación, con Miguel Ángel Martín a finales de los ochenta y principios de los noventa dimos con un genio inigualable que, sin préstamos, creó su propio universo. Algo único, a medio camino de la ciencia ficción, el gore, la intriga y la pornografía; algo que no tenía nada que envidiarle a ningún otro tebeo. Miguel ángel Martín es el gran maestro de su tiempo.


Rubber Flesh
fue su primera colaboración en El Víbora. Un idilio que se prolongó durante años y dejó historias memorables, pero quizá esta, la primera que publicó, sea la más completa a la hora de reunir todas sus típicas características así como fue la que más sorprendió en su día. Poco después, el autor se convertiría en la pluma de todo el universo Subterfuge, como la portada del legendario primer disco de Sexy Sadie, al tiempo que su cómic Psychopathía Sexualis era secuestrado en Italia por incitar al suicidio, la pederastia y no se sabe cuántas cosas más. Pero sus tebeos no necesitaban impulsarse con la música pop o los escándalos. Rompían por sí mismos. En Rubber Flesh creó un futuro muy cercano, era muy fácil imaginarse inmerso en él en unos pocos años. Su ciencia ficción no transcurre en escenarios muy exóticos. Para esta historieta solo partía de la idea de los virus informáticos, que en 1993 aún sonaba a chino a la mayoría de la población, y algunos adelantos más, como la realidad virtual y fenómenos como los adictos a los videojuegos. Además, dio en el clavo en muchos detalles. Por ejemplo, Álex, el hijo de Mónika, «siempre ve la televisión a través del computador».

Era un universo donde la inteligencia seguía siendo un bien escaso entre las personas y el sexo, en todas sus variantes, con el matiz añadido de la biosilicona, era mostrado sin sutilezas ni tabúes. En aquel entonces su lectura era turbadora, las escenas eran atractivas y repelentes al mismo tiempo. Aunque lo más inquietante no eran estos detalles explícitos. Como luego ha ocurrido con toda la obra de Miguel ángel Martín, lo que afectaba al lector verdaderamente era el negro sobre blanco, el guion, las palabras.

Un día cualquiera en la vida de Mónika Ledesma es, por ejemplo, conocer a un hombre y acostarse con él para relajarse. Tras hacer un sesenta y nueve, el hombre saca de su maletín una pistola extractora de cerebros —los saca del cráneo y los guarda intactos en un tarro— pelean y ella termina inconsciente estampada contra la taza del váter. En ese momento su hijo entra inocentemente en escena y el amante aprovecha para violarlo analmente. Mónika se despierta, coge al intruso y lo degüella con un trozo del espejo del baño. Descuartiza el cadáver, se va al trabajo y, cuando vuelve a casa, ¡sorpresa! su hijo está obligando a su hermano a hacerle una felación. «No es que me importe que pudieran ser gays, pero incestuosos es demasiado... sabía que la violación de Álex dejaría secuelas ¡pero no esto!». ¿No es conmovedor?

Los personajes no perdonan la debilidad ni les gusta convivir con ella. Su falta de sentimientos o empatía da miedo, con todas las letras. La protagonista de Rubber Flesh, Mónika, es responsable, le gusta el sexo y lo necesita, pero al margen de eso nunca se deja llevar, no da rienda suelta a sus emociones.

Y mención aparte merece que todo esto sucede con un dibujo limpio, de trazo elegante y genuino, lo que le revuelve a uno la tripa todavía más.

Ese dibujo y las citadas características del guion logran que Rubber Flesh sea una lectura fría a más no poder, que transmite desasosiego, pero siempre con un interés irresistible. La tecnología se impone sobre las personas, no ya como una infraestructura de la que se depende, sino como algo que desplaza a la propia naturaleza humana, una condición que no tiene lugar en su futuro más que como carne de cañón y objetos sexuales ocasionales.

El conjunto además estaba aderezado, entre capítulo y capítulo, de citas de personajes como Charles Manson o Lana Turner (sex symbol de los años cuarenta) y valiosos inputs sobre experimentos tecnológicos o armas de fuego, como la munición Rhino, cuya belleza reside, escribe el autor, en que se fragmenta ocasionando «fabulosas heridas» y es la que da nombre al capítulo más sangriento de esta saga.

Si no te da reparos adentrarte en un mundo aséptico, si te interesa la cultura ciberpunk, la tecnología entendida en su faceta más enfermiza, Rubber Flesh es una cita ineludible. Con todas las barbaridades que han pasado por delante de nuestros globos oculares desde los años noventa, es increíble cómo esta serie consigue seguir tocando la fibra, molestando, repugnando y atrayendo locamente; cómo consigue generar el inconfundible placer de estar pasándolo mal con una lectura.


Jot Down - Cien Tebeos Imprescindibles (2014)



domingo, 20 de abril de 2025

Recorrido por la exposición de Masamune Shirow

Un breve paseo por la exposición “ El mundo de Shirow Masamune - Ghost in the Shell y el camino de la creación ” dedicada al mangaka Masamune Shirow, que se inauguró el 12 de abril en Japón ( Museo Literario Setagaya , Tokio).

La oportunidad de recordar que hoy también salió a la venta en las librerías un libro de arte relacionado: “ Shirow Masamune – Artworks In The Shell ” (304 páginas).

Y que este libro de arte no se confunda con el catálogo de la exposición , que es un libro distinto ( 192 páginas), que se vende sólo en la exposición, como ya he indicado muchas veces (porque nadie más parecía haberlo seguido/entendido antes, y muchos cometieron el error de hablar del libro de arte en las librerías como si fuera el catálogo de la exposición).




Espero, deseo, rezo, porque esta exposición pueda viajar como lo hizo en su día la exposición sobre "El Ataque de los Titanes", que tardó dos años, pero llegó a Angouleme. Aparte de ver el video de la exposición sobre Shirow, he entrado en la página del Museo donde se expone, y el nivel de detalle y de perfección, tan solo se podría encontrar en Japón. Hasta las mismas entradas, diferentes para cada día, son postales preciosas.  Lo dicho, espero, deseo, rezo por llegar a ver la exposición algún día.
No sé como puedo agradecer al sitio de Catsuka todo el esfuerzo y la maravilla que transporta.


Via Catsuka. Por favor no dejéis de visitar este sitio porque es algo impresionante.



Honkfu: Demoreel 2025

Nuevo demo reel del estudio de animación ruso Honkfu.

Es en su casa donde trabaja habitualmente la diseñadora Anna Cattish (que actualmente trabaja con Honkfu en el videojuego español " GodsTV ").






Via Catsuka

La vida es buena si no te rindes / Seth




«Si, después de que muera, quisieran escribir mi biografía, no hay nada más sencillo.

Solo tiene dos fechas: la de mi nacimiento y la de mi muerte. Entre una y otra cosa, todos los días son míos».

Fernando Pessoa

Junta todas las piezas de la vida de un hombre y, cuando hayas acabado de reunirlas, no tendrás nada. Jack Kalloway, 1914-1979. Dibujaba, combatió en la Segunda Guerra Mundial, se casó, tuvo una hija, sobrevivió a su mujer, montó una empresa. Le publicó el New Yorker. El New Yorker siempre ha sido la Meca: la revista de referencia, en la que se publican las mejores portadas, los mejores relatos, el humor gráfico más incisivo. Pero a Kalo solo le editaron una vez. Las suficientes para que Seth se enamorara. «Dibuja parecido a ti», le dice Chester Brown. Podría. Pero Kalo no existió nunca.

Uno comienza a dibujar cuando es pequeño y luego imita los estilos de los demás, hasta que la suma de sus elecciones, infinitos bocetos en un cuaderno de rayas, le vayan acercando a su mejor manera de contar. «Los dibujos siempre han sido una parte muy importante de mi vida. Me han afectado profundamente desde que era un niño. No me refiero a los de Disney o los de la Warner o esas cosas. Hablo de tiras diarias, de chistes gráficos, de historietas». Todo lo que pueda pensar sobre sí mismo ha tenido su reflejo en un dibujo publicado. Sus relaciones, los objetos, un medio de transporte, un fenómeno meteorológico, sus padres. Un chiste. El tren. La nieve.

Amamos pocas cosas en este juego de expectativas y desengaños que son nuestros días. Amamos muy pocas cosas que no nos decepcionen, además, y hay amores que solo se pueden narrar de esta manera. Seth comenzó a publicar por entregas La vida es buena si no te rindes entre 1993 y 1996. Ha pasado mucho tiempo, pero las ideas que aparecen aquí las ha vuelto a utilizar en algunas obras más: las ideas, las elipsis, cuál es el grafismo adecuado para contar una historia en la que el dibujo te vaya llevando suavemente a la otra viñeta, la dignidad del medio narrativo, la relación íntima y duradera —mucho más duradera que con sus parejas, mucho más íntima que con la mayoría de la gente— que puede uno establecer con determinados personajes, la necesidad de conocer más sobre un autor.

Seth (el Seth del libro) pasa un par de años buscando a Kalo. Buscando sus dibujos, primero, en todas las librerías donde se vendan publicaciones antiguas y buscándole a él después. Viaja a los lugares que habitó, habla con las gentes que lo conocieron, encuentra a personajes tiernos por el camino, nos presenta a su familia y recorre, también, los años cuarenta y cincuenta, las historietas que amó y el pasado que le gusta.

Que a Seth (el Seth autor) le interesa el pasado no es ningún secreto. Viste con sombrero de ala ancha y gabardina, se pinta a sí mismo dibujando con lápiz y reza porque en el Royal Museum de Ontario no cambien los dinosaurios de cartón piedra por otros más actuales. Pero el pasado en Seth siempre es una reconstrucción: el mundo de lo que debería haber sido si todo hubiera ocupado su lugar. Y, en ese pasado, no solo va rescatando a dibujantes que existieron, como Doug Wright: también se los inventa. Porque inventarse la vida de una persona, inventarse el arte de una persona, es una manera de descubrir lo que uno mismo quiere hacer con su arte y con su vida. Cuál es su referente estético. Cómo se forja uno la propia identidad como creador. Qué es lo que rechaza (las novelas policíacas o la Marvel, ahora «un detestable conglomerado que difunde malos dibujos») y cómo puede juzgar a los demás cuando sus gustos no son los correctos. Cómo los juzga y los aleja, hasta que va quedándose sin nadie.

Porque, al tiempo que este dibujante busca a otro dibujante que pueda ser un referente, asistimos al derrumbamiento de todas sus relaciones de pareja. Asistimos a la vida de un señor que busca un lugar en el que incluirse (artística y personalmente), un tipo sin dinero porque el cómic no da para vivir y un eterno deprimido que no sabe si se crea él mismo su nostalgia para evitar enfrentarse a algún tipo de verdad o redención.

Y todo sin grandilocuencias. Sin el discurso del sacrificio que supone ser artista, de las renuncias inmensas y el sudor como sangre. Seth habla bajito. Dibuja bajito. Es rítmico, además: no solo en sus textos, también en sus composiciones, en las elipsis (hay un par de páginas, por ejemplo, donde el tiempo es lo único que ocurre), en los monólogos interiores, los diálogos y la presentación de unos personajes a los que siempre aborda con todo el respeto del mundo. Aunque no existan.

La vida es buena si no te rindes es una historia de amor. Porque qué es el amor sino una búsqueda.



Jot Down - Cien Tebeos Imprescindibles (2014)