miércoles, 20 de mayo de 2020

VIDA MOSTRENCA: Perversiones a todo color

EL PAIS DE LAS TENTACIONES
Viernes 10 de Noviembre de 2000

Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti



El Congreso de Estados Unidos quiere promulgar una ley que declare ilegales los globos de látex. O sea, los globitos de colores de toda la vida, responsables, al parecer, de un elevado índice de mortandad infantil al ser ingeridos en fase de reposo. La noticia, en principio, no parece tener más importancia que la de ser una muestra más de esa tendencia imperial -y, a la larga, universal- de detectar potenciales e inéditas formas de peligro en lo cotidiano. Pero la futura ley es algo más: una estocada de muerte a una de las más inocuas, singulares y complejas subculturas sexuales de nuestro tiempo, la de los fetichistas de los globos, también conocidos como looners, balloonists o balloonatics.

Los balloonatics ocupan uno de los capítulos del extraordinario libro Deviant desires. Incredibly strange sex, de Katharine Gates (Juno Books). Empeñada en censar todas aquellas subculturas sexuales de nuevo cuño que han vivido su expansión gracias a Internet, la autora demuestra que quizá no haya en el mundo objeto que no sea potencialmente erotizable. O, dicho de otro modo, lo trivial para la mayoría puede ser orgásmico para una selecta minoría. La textura y el olor de los globos son los primeros estímulos sexuales que utilizan los balloonatics para calentar motores: son dos sensaciones que les retrotraen a una infancia arcádica en la que los estímulos básicos eran más intensos y la idea de culpa todavía no había hecho su aparición. Esencialmente, los balloonatics necesitan (o prefieren) la compañía de un globo para alcanzar el orgasmo. Más allá de esta premisa, los balloonatics pueden ser tan distintos entre sí como los heteros o los gay. Existen, no obstante, dos subgrupos diferenciados: los poppers y los non poppers.

Estos últimos consideran al globo casi como un sustituto del compañero sentimental: tras frotarse contra él o penetrarlo de alguna inventiva forma, proceden a desinflarlo, con mimo y cariño, hasta su próxima sesión de desahogo sexual. Para los poppers -o sea, los que alcanzan el éxtasis al hacer estallar los globos-, los non poppers son un subgrupo inmaduro al que suelen convertir en objeto de chanzas y burlas.

Para algunos balloonatics, el globo hinchado es una reminiscencia del seno materno. Para otros, puede ser un pene hiperbólico y flexible: no obstante, el globo nunca es utilizado como sustituto del consolador, porque su estallido en el recto o en la vagina podría ser peligroso. Algunas parejas de balloonatics disfrutan haciendo el amor colocando globos hinchados entre sus cuerpos. Pero, por lo general, a esta subespecie de fetichistas les resulta difícil encontrar una pareja que comparta su singular afición. Y ahí surgen los problemas morales que suelen discutir en sus chats: ¿puede considerar se infidelidad jugar con globos con alguien que no sea tu pareja, aunque no haya penetración ni sexo explícito en el encuentro?, ¿puede considerarse acoso sexual pedirle a una dependienta que hinche un globo delante de ti, aunque ella ignore el componente erótico de la propuesta?

Lo que podríamos llamar el globismo es un fetichismo reciente: los globos de látex se inventaron en los años veinte y no se popularizaron hasta los años cincuenta. Por eso, la mayoría de los balloonatics son veinteañeros o treintañeros: el globismo, como subraya Gates, es una modalidad sexual propia de los babyboomers y miembros de la Generación X. ¿Se sienten ustedes con ánimo de inaugurar la perversión sexual capaz de definir a la generación del "España va bien"?





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