lunes, 8 de junio de 2020

VIDA MOSTRENCA: La cinefilia

EL PAÍS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 15 DE DICIEMBRE DE 2000

 Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti

1 Cuando era pequeño, en la barbería de mi barrio solía coincidir con un tipo al que todavía no estaba capacitado para catalogar, directamente, como freak. Cada vez que iba a sentarse en el sillón de barbero, el tipo decía: "¡Fila 7, y centraditas!". Y, acto seguido, procedía a atormentar al des¬dichado profesional con sus comentarios mitómanos -y, para más inri, tartamudos-sobre apolillados hitos del cine patrio como Pena, penita, pena o Locura de amor. En esos momentos, debí haber entendido que la cinefilia es una parafilia. Una disfunción.

Dos acontecimientos recientes de pareja gravedad me han llevado a a la conclusión de que la cinefilia es una enfermedad de la que es mejor curarse: el estreno de You're the one, de José Luis Garci y la aparición en los quioscos de Dígame, el semanario del corazón (cosido por cuatro puñaladas traperas) que edita el sin par abogado Emilio Rodríguez Menendez.

La cinefilia consiste en llevar en la cabeza una épica portátil -a modo de invisible boina cool-forjada en el consumo imprudente de celuloide más o menos imperecedero. Es una disfunción del ojo moral que nos hace interpretar hechos cotidianos en clave mejor que la vida. En otras palabras: el cinefilo ve cosas que realmente no están ahí. Su mirada glamourosa baña la vida de tecnicolor o achata la caspa ambiental en resultona panavisión: convierte en mitología lo que quizá no sea más que miseria.

En los cines donde se proyecta You're the one se agolparon, por lo menos en la primera semana, largas filas de jóvenes cinefilos. Hay, incluso, quien ha visto You're the one dos veces: me cuesta entenderlo, a no ser que su cinefilia, distorsionadora como todas, le haya hecho ver cosas que no estaban. Ante un trabajo tan referencial, la mirada cinéfila no puede parar de leer en clave, de descifrar, de reconocer las salvas que provocaron esos ecos. Quien disfruta de You're the one quizá no esté disfrutando del cine de Garci, sino del sucesivo estímulo sobre su catálogo neuronal de reminiscencias del cine de McCarey, Sirk o Ford.

Tuve la constatación de que mi cinefilia era preocupante tras adquirir el antológico -y secuestrado- tercer número de Dígame.

Cuando, en el editorial Putas, maricones y famosos, Rodríguez Menendez confiesa tener el corazón destrozado al verse obligado a publicar el reportaje sobre su ex Malena Gracia que le había propuesto el director de la publicación, mi filmoteca mental se disparó. Me acordé de esa escena de Ciudadano Kane en la que Orson Welles termina la crítica de ópera que un alcoholizado Joseph Cotten ha empezado a escribir sobre la amante del primero. Según avanzaba en la lectura, me iba acordando de Danny DeVito y su amarillista Hush, Hush en L. A. confidencial, de Walter Matthau en Primera plana... He ahí un ejemplo del uso de la cinefilia como clave aberrante para leer la vida.

3 En Dígame, Rodríguez Menendez invoca la palabra "democracia". En su boca, suena a obscenidad gritada desde un andamio a una belleza en minifalda que pasa por debajo. Sigo perversamente fascinado por Dígame. El secreto está en las palabras: en cómo se tensan, reordenan, infectan y acaban perdiendo su sentido. Una revista que cuenta con artículos de Antonio David, Nuria Bermúdez, el Padre Apeles y Paco Porras debe tener, a la fuerza, una toma de postura muy radical con respecto a las palabras. Un plan. En el número 4 de Dígame, aparece un pie de foto bajo la imagen de un perro famélico: "¿Hay vida después de la muerte?". He ahí una clave: no habrá vida (inteligente) después de Dígame, porque todos los códigos para entender el mundo -desestimables como la cinefilia o sólidos como el lenguaje- habrán pillado la sífilis.





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