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lunes, 23 de diciembre de 2024

Spirou et moi- Ronan Toulhoat



De sus numerosas lecturas de revistas, Ronan conserva su amor por el cómic de género, que practica con talento.

¡Tu tablero nos muestra que tienes una gran cultura de los clásicos del cómic!

TOULHOAT ¡Es porque devoré decenas de ellos! ¡Tener acceso a todos estos ejemplares antiguos de la revista Spirou me permitió conocer a mucha gente!

He podido leer a Spirou desde los años cincuenta hasta la actualidad. Recuerdo con alegría cosas muy diferentes: Les belles histories de l ´Oncle Paul o Jerry Spring en los años 50, las páginas sobre innovaciones tecnológicas que estaban en los contenidos en los años 60, los inicios de Frank Pé con Broussaille a finales de los años 70... He atravesado las décadas gracias a la hermosa colección de mis abuelos. Aún hoy indago en la historia del cómic para descubrir joyas del pasado. Puedo pasar horas en librerías de segunda mano para eso.

Dibujaste a Barbarroja, un personaje nacido del lápiz de un pilar de Spirou...

> Victor Hubinon tenía un trazo maravilloso. Mis padres tenían una biblioteca enorme y me atrajo su colección de libros completos de Buck Danny, de los cuales Hubinon fue el primer diseñador. En estos archivos descubrí toda su obra y despertó mi pasión por la aviación. Durante mi adolescencia, dibujé aviones. Tan pronto como hice una página de cómic, incluí aviones. Me cansé la vista con las páginas de Buck Danny y luego con las de Barbe-Rouge. cuando lo hice en mi álbum La República de la Calavera, fui redibujando las secuencias y actitudes de los personajes sin darme cuenta que descubrí cuando era adolescente! La influencia de las lecturas a veces regresa décadas después...

¿Cuándo imaginaste convertirte en profesional?

> Tenía un profundo deseo desde la adolescencia. Para complacer a mis padres, todavía estudié para hacer “un trabajo serio”. Seguí un curso científico para convertirse en ingeniero. Pero, justo después de la secundaria, conocí a Vincent Brugeas, y ambos nos propusimos el objetivo de intentar abrirnos camino en el cómic. Nos animamos unos a otros. Nosotros sufrimos muchos reveses, merecidos, porque aún no estábamos preparados. En 2008, terminamos firmando nuestro primer contrato para el álbum. Bloque 109 publicado por Akileos. Acababa de obtener mi título de ingeniero. Sin embargo, después de seis meses de prácticas, me di cuenta de que no era un trabajo para mí, así que me esforcé por ganarme la vida con los cómics. Los primeros años fueron difíciles, pero aguanté.

Si tuvieras que divertirte encarnando a un personaje nacido en el diario Spirou, ¿quién sería?

> Serían Johan et Pirlouit. es un duo de personajes que me marcó: la aventura, la Edad Media y el toque fantástico, es una serie que reúne muchos de mis ingredientes favoritos.

→ Ronan Toulhoat es el autor de Tête de chien (guión de Vincent Brugeas, Dargaud), La République du crâne  (guión de Vincent Brugeas, Dargaud), Conan el Cimmerio (guión de Vincent Brugeas, Glénat).

NACIMIENTO: el 19 de septiembre de 1984 en Chevreuse, 

LUGAR DE RESIDENCIA: Le Mans


Entrevista publicada en la revista Le Journal de Spirou nº4468/4469

lunes, 18 de noviembre de 2024

Maitena, la abuela punk

Reencuentro con la dibujante que marcó época con sus sátiras sobre la mujer.

POR RAQUEL GARZÓN FOTOGRAFÍA DE SEBASTIÁN FREIRE




Está di-vi-na. Vestida de negro y dorado, delgada como una espiga, minifalda infartante y pelo larguísimo. Rubia como eligió desde los noventa y ocurrente como las chicas de sus historietas. Con algunas novedades vitales decisivas que bien podrían protagonizar las páginas de Mujeres alteradas y Curvas peligrosas, que publicó durante seis años en El País Semanal (1999-2005). Maitena Burundarena (Buenos Aires, 1962) ya pasó los 50, acaba de ser abuela, se separó hace un año del padre de la menor de sus tres hijos, está enamorada de nuevo ("de un hombre mas joven") y trabajando en un libro para este año: Lo peor de Maitena, que recupera dibujos eróticos de sus años punk.

Son las cuatro de la tarde de un viernes y, antes de salir de vacaciones, la reina de la historieta argentina traducida a 12 idiomas y publicada en 30 países, cuenta todo esto en su guarida creativa: un cuarto piso sobre la avenida de Callao, en Buenos Aires, ante un escritorio lleno de papeles, lápices y proyectos.

¿De qué habla cuando promete "lo peor" de Maitena? 

El proyecto incluye dos libros que se me ocurrieron juntos. Lo mejor de Maitena (Sudamericana), que salió en 2013, y Lo peor. Este último cuenta con material inédito que tengo de historietas eróticas. Tomé mis carpetas de los ochenta y noventa y estoy prendida fuego con todo lo que encontré. Es material que nunca se llegó al gran público, de la época en la que trabajaba en revistas como Sex Humor y Cerdos y Peces.

En esos dibuios se ve mi camino autodidacta cómo empecé a dibujar copiando; hay mucho de Milo Manara. de Hugo Pratt... Tenía 23 o 24 años y no definí mi propio estilo hasta Mujeres alteradas. Ahora lo veo con frescura, antes no.

¿Le dan ganas de dibujar de nuevo?

No, lo dejé en 2006. Dibujé un montón y con el tiempo me di cuenta de que lomás me gusta es hacer libros. Tengo casi doce y dos o tres pensados por delante.

¿Cómo recuerda su contacto con el público español?

Como algo superimportante. A partir de publicar allí, desde 1999, me conocieron en toda Latinoamérica. Yo abordaba temas en no se planteaban en voz alta-el divorcio y sus traumas, por ejemplo-y los trataba con desparpajo. Fue algo fuerte; mucha gente me escribía: "Yo siento que vos vivís en nuestra casa". Fue muy lindo.

¿Dónde buscaría hoy su originalidad?

No sé, no tengo 20 años. Para empezar hay que tener 20 años Pero en el material de lo peor... ya hablaba de un tipo que se enamoró de una travesti, de toda esta cosa de género femenino-masculino, más allá de Mujeres alteradas, más hot, de sexo entre mujeres, tríos. Tocaba esos temas hace 30 anos. Ahora se puede decir todo o casi todo, pero creo que nunca hay que pensar en la obligación de hacer algo revulsivo. Ponerte a hacer con la intención de impactar no sale. Hay que ser honesto y tratar de decir eso que querés decir.

¿Y qué quería decir usted entonces?

Mujeres alteradas es sobre todo preguntas: ¿por qué son así los varones? ¿Por qué somos así las mujeres? Porque en mi familia no me entienden? ¿Por qué mis hijos...? ;Por qué mi cuerpo...? ¿Por qué me siento así si tengo todo? Ahora no tengo tantas preguntas, tampoco es que conozca las respuestas. Sigo igual de confundida, incluso mas. La seguridad que tenia entonces la perdí hace rato, porque la vida me dio más de un porrazo.

¿Cómo cambian el amor y el humor después de los 50?

Tengo cada vez más humor, eso no se modificó, no me convertí en una persona amarga. Uno aprende a no  tomarse en serio. Sufro menos, me río más. Y ¿qué te puedo decir del amor? Estoy enamorada; es lo más del mundo, así que no me importa nada. Por primera vez en mi vida no tengo proyecto de futuro ni me interesa. Estoy viviendo en ese planeta un poco teenager.

¿Y qué permanece?

El humor y cierta ternura a la que siempre tuve bronca porque me parecía mi parte blanda. ¿Cómo una chica punk va a ser tierna? Incluso mi trabajo erótico tiene mucha delicadeza. Ahora me reconcilio con eso. Uno puede ser punk y tierno, probablemente es punk porque es tierno, es una manera de poder soportarlo.

De eso que reconoce como suyo, ¿qué le gusta y que no?

Lo que no me gusta es siempre lo mismo: que hablo mucho, que soy muy impulsiva. Pero rescato cierta conexión con el mundo y con la gente. Sigo haciéndome amiga de cualquiera en cualquier lado. Abro puertas y me gusta la gente de cualquier edad. Ayer estaba a las cinco en el subte [metro], iba a análisis y me mira una mina y me dice: "¿Vos sos muy parecida a ella o sos ella?". "Soy ella", contesté. "Tengo todos tus libros", me dijo, y hablamos durante cuatro estaciones.

¿De qué se ríen los hombres cuando leen a Maitena? 

De lo mismo, de verse representados ellos y sus mujeres, la relación. Si vieras la cantidad de tipos que me piden que les firme algo y me dicen "para mi mujer” y yo "daleee". Cuando tenés un libro de Mujeres alteradas el título marca. Pasó eso en los noventa: estaban de moda las mujeres, ya no.

¿Qué está de moda ahora? 

La homosexualidad, el género y el transgénero. Hoy, si hiciera historieta, sería de lo que más hablaría: la autopercepción. El otro día tenia a mi nieta en brazos, y la miraba toda vestida de rosa y pensaba:" ¿Y si es varón? ¿Si no se siente María Luisa?". Miré a mi hija y lo pregunté. "Pará, por favor, mamá. No me quemes", me contestó. Pero puede pasar. Si un día me dice: "Sácame todo esto rosa y andá a comprarme un autito ya; tírame ese osito a la mierda".

¿Se relaciona con nuevos modos de vivir roles tradicionales? 

Es que se dio vuelta todo: puede haber un hombre que haga las compras y cuide a los chicos, y la mujer va a trabajar y maneja el taladro. Todos tenemos amigos así: amigas-chongo que cargan el auto mientras el marido aún no salió del baño.

Pero subsisten, por ejemplo, diferencias salariales. 

Por eso es muy importante que el feminismo siga trabajando. En Bolivia surte efecto, hay un mensaje vigente. Con la cantidad de mujeres que se mueren en todo el mundo, golpeadas y violadas por un novio violento, sigue vigente el feminismo. Mientras sigamos ganando un 30% menos haciendo el mismo trabajo y teniendo excedencias por maternidad solo para mujeres y el papá a los cinco días tiene que ir a trabajar, hay un camino enorme por recorrer.

Cuando las chicas jóvenes dicen. "Eso del feminismo es una antigüedad" , yo contesto: "No nena no te equivoques; ya vas a ver cuando salgas a trabajar" •


El Pais Semanal número 2.000

Domingo 25 de enero de 2015




martes, 1 de octubre de 2024

José María Beroy. Entrevista


De José María Beroy (Barcelona, 1962) podría decirse que es un trotamundos de la historieta. Vio nacer su carrera en el crepúsculo del cómic para adultos, dejándonos muy pronto obras de culto como el Doctor Mabuse, Ajeno, 999 o La enfermedad del sueño. Pasado el tiempo, el tono apocalíptico de algunas de estas obras se podría ver como una profecía del yermo en el que se iba a convertir la industria del tebeo en España en los años noventa; panorama que le llevaría a probar fortuna, a destiempo, en el mercado americano de los superhéroes y las franquicias, y —ya con mejores resultados— en la industria franco-belga.

Beroy ha materializado ficciones futuristas y relatos históricos. Ha dibujado tanto sus propias historias como las de buenos amigos. Lo que ha aprendido de sus mentores y de sus vivencias lo ha compartido como docente en la Escuela Joso. De manera que una charla con alguien como él, con una experiencia y obra tan variada, se nos antoja una antesala de excepción para nuestras cien propuestas.

La conversación se desarrolla en la hospitalidad de su piso bar- celonés, en el que nos recibe en familia y, cómo no, rodeado de tebeos. Hablando de estos, por cierto, nos concede el privilegio de hojear su último trabajo, A l’ombre du convoi, publicado en Francia, inédito por el momento en España; una historia basada en un hecho real: el rescate de prisioneros judíos que llevó a cabo la Resistencia francesa tomando un tren cuyo destino eran los campos de exterminio nazis. En la actualidad, Beroy se halla enfrascado en la adaptación al cómic de Victus, la novela de Albert Sánchez Piñol.

José María, has trabajado en tantos mercados y has hecho cosas tan distintas que no se me ocurre otra forma de empezar esta charla que por tus principios. ¿Cómo fueron tus inicios en el mundo del cómic? ¿Qué leías que te hizo querer ser dibujante?

Mis inicios son muy parecidos a los de cualquiera de este sector. Sí que hubo una circunstancia que, de hecho, se ha dado también en otros casos que conozco. Y es que estuve enfermo, cogí el sarampión. En aquella época te tenían en cama, casi sin beber agua y con una fiebre del copón, imgínate. Un amigo me dejó unos tebeos. No me acuerdo de qué editorial, quizás de la Warren, o de los de EC, no sé si publicaron aquí en aquella época. Recuerdo que había un tebeo en concreto sobre unas vampiras, unas vampiras en la luna. Se me quedó grabado y me dio mucho miedo. Desde aquel momento pensé en reproducir esa sensación como febril. Quise tratar de hacer lo mismo y transmitírselo a los demás. Es una chorrada, una anécdota tonta; cuando te haces mayor piensas: «¿He cimentado toda una carrera en esa tontería?» [risas].

Pero no es muy frecuente, ¿no? Muchos dibujantes se refieren a los cómics de Bruguera o a cómics de superhéroes.

Bueno, yo leía Bruguera. Pero me afectó aquello, aquel cómic en concreto.

Una referencia de tus inicios es el fanzine Zero, en el que empezaste con otros dibujantes de bastante peso: Das Pastoras, Miguelanxo Prado...

Sí, Pascual Ferry, Mike Ratera, Toni Garcés, que fue el iniciador; Eduard Bosch... Éramos una buena «colla».

¿Consideras que erais una quinta propiamente?

Claro que sí. Recuerdo que en aquella época había dos personas que hacían un fanzine que se llamaba Funnies, si no recuerdo mal, que eran Félix Flores, Antoni Guiral, Pepe Gálvez y Jordi Costa. Hoy por hoy, Félix Flores es periodista en La Vanguardia y Toni Guiral... qué decir de Antoni Guiral. Y recuerdo que hicimos un número conjunto entre Zero y Funnies. Imagínate la plantilla que había allí. Fueron unos momentos muy bonitos, la verdad.







¿Qué temas unían a aquella generación?

Quizás la admiración que sentíamos por Moebius. En realidad, no puedo hablar mucho de aquella época, porque yo no era nada más que un colaborador. Es decir, que no estaba dentro del equipo que hacía y creaba el fanzine. Eso era cuestión de Toni Garcés, de Ratera y de Das Pastoras. Yo más bien colaboraba con historietas, iba de vez en cuando a las reuniones que hacíamos en una granja de Torrent de l’Olla, poco más. Sí he de decir que para mí es un honor haber colaborado de alguna forma en ese fanzine.

¿Crees que el fanzine todavía se sustenta hoy como modo de formar a los nuevos dibujantes?

Lo bueno que tiene estar en la Escola Joso dando clases es que te das cuenta de que el fanzine es casi como formar parte de un club de fútbol o de un partido político. Para los chavales que empiezan es una forma de iniciarse en la profesión, de saber lo que es entregar, trabajar en equipo, empezar a foguearse la vanidad, a experimentar los conflictos entre unos y otros; todas esas cosas. Lo ves desde fuera y te hace gracia. «Total», piensas, «nadie les va a pagar». Pero luego resulta que sí: van al salón, ponen su paradita y consiguen al menos recuperar el dinero invertido. Es una forma de que ellos vean cómo funciona el tema de la edición. Y es algo que va más allá de hacer una historieta, es formar parte de algo emocionante. Está muy bien.

De tus primeros trabajos profesionales me llaman mucho la atención los temas que tocabas en aquel momento, que suenan mucho a fin de siglo. El tema de las conspiraciones, por ejemplo. O el tema del mal, que acapara el protagonismo de la historia, más incluso que el héroe, como sucede en Doctor Mabuse o en 999. ¿Dónde encontrabas la inspiración para aquellas historias?

Pues me puse enfermo, pillé unas fiebres... [risas]. No, ya en serio: recuerdo que veía películas como ¿Qué sucedió entonces? (Quatermass and the Pit, en inglés), por ejemplo. Iba sobre unas excavaciones en el metro de Londres en las que encontraban un bicho que resultaba ser la encarnación del demonio. No sé, yo veía esas películas de serie B de pequeño y me impresionaban mucho. Mi mujer tiene una teoría para esto y es que las películas de terror, cuanto más cutres son y peor hechas están, más miedo dan. Porque hay menos producción y llega un momento en que piensas que igual es de verdad. Yo veía esas cosas y sentía esa fascinación juvenil por las cosas que conoces poco o conoces a medias y las ves desde lejos. Y, sin embargo, sientes fascinación por ello. De alguna forma, quería representarlo.

Todos estos clásicos se recogieron en Onírica. ¿Has pensado en hacer una reedición, como con Versus? Recuperar los personajes, reinterpretarlos, modernizarlos...

No creo. No veo al mercado interesado en más reediciones de Beroy. No, tengo que hacer cosas nuevas. Si hago algo para el mercado español directamente, que sea algo nuevo. Tengo suficientes inquietudes como para no tener que retomar cosas antiguas. Sencillamente, aquellas historias son casi como si las hubiera hecho otra persona. No sé por qué hacía estas cosas entonces, no lo sé. Antes me preguntabas en qué me basaba para hacer las historias tipo 999. En realidad, no sé muy bien por qué las hacía. De hecho, en un Salón del Cómic me vino un tipo con una especie de abalorios y tal, cuando estaba firmando 999. El tipo espera a que yo acabe y luego me viene muy serio con el ejemplar en las manos y me pregunta: «Usted está en el secreto, ¿verdad?» [risas]. Yo siempre acabo pensando que hay un bromista detrás de estas cosas. Le dije: «¿El secreto de qué?». Y él me respondió: «Usted ha conocido al Maligno». Le tuve que decir al hombre que yo no me creía nada de todo aquello, que para mí era como un juego hacerlo, que me fascinaba, pero que no me creía nada, ni hacía sacrificios humanos en el comedor de casa [risas].

Llegamos a los noventa y se produce un vacío, dentro de lo poco que teníamos de industria española del tebeo. ¿Qué crees que fue lo que llevó a esa situación? Hay quien piensa que fue la llegada del manga y la fuerza del cómic de superhéroes. Otros apuntan al desinterés del público.

Como en todas las situaciones de cambio, no actúa un solo factor. Por un lado, estuvo el relevo generacional. Es decir, se había agotado ese periodo de gracia que mezclaba todo, el cómic, la música, la movida. Teníamos muchas ganas de probar cosas diferentes en aquella época. Veníamos de la España franquista, de aquella situación de la Transición, de la presión política. Durante una época, todo era política, como ahora, que parece que se ha recuperado esta especie de presión sobre lo político. Y en los ochenta teníamos ganas de hacer cosas diferentes, de probar lo que en otros países era algo normal. Eso por un lado. Por otro, al mismo tiempo, hubo una burbuja de publicaciones. No sé si esto es algo de lo que se habla, pero es que sencillamente no se podía aguantar por ningún lado. Quiero decir que una de las primeras burbujas que vivimos en este país no fue la inmobiliaria, sino la de publicaciones de revistas de cómic de los ochenta. Si te pones a contar, tenías las revistas de Toutain, que eran tres: Creepy, Zona 84 y Comix internacional. Tenías las de Norma, que eran el Cimoc y el Cairo. Tenías las de La Cúpula, el Víbora y el Kiss, que se publicaban en aquel momento. Estaba también Makoki, que lo publicaba Felipe Borrallo. Tenías el Metropol. También había revistas como Totem. Y, al mismo tiempo, la revista de Enric Sió, La oca, que se vendía a sí misma como la mejor revista de cómics de todos los tiempos. Claro, todo eso, conviviendo en un mismo momento, lo que consigue es fragmentar el poco mercado que hay; de manera que cuando antes se vendían cincuenta mil ejemplares, se acaban vendiendo cinco mil y luego dos mil... y luego ya no se vendía nada. Porque la gente sencillamente se cansaba. Y luego, a los hijos de aquellos que compraban los cómics, ya no les interesaban las historias que leían los papás, que siempre eran lo mismo, con el mundo apocalíptico y todas esas cosas. No, querían otras cosas. Leían manga.

Pedían una renovación.

Por supuesto. Y ahora, los chavales que leían manga entonces, que ya son mayorcitos y comienzan a tener niños, no están com- prando tanto manga. La industria del manga ya no publica ni vende tanto. También habrá un relevo aquí. No sé hacia dónde, pero lo habrá.

¿Quizás, por cercanía, hacia el manga europeo?

Hablo de esto con gente en la Joso, gente joven que empieza y que quiere dibujar manga. Es como lo que te comentaba de los fanzines. O como los usuarios de PC y los de Macintosh. O como los socios del Barça y los del Madrid. O eres purista del manga o lo eres del tebeo europeo, pero todo no puede ser, el híbrido no funciona. Claro, tú te lo miras y piensas «a ver, estáis todos como chotas». Bueno, en Francia parece que hay como una cierta tradición. Lo han asimilado mejor. Pero también habría que ver cómo funciona en el mercado. Y si no se mantiene un poco por la dinámica propia del mercado francés. No lo sé. En todo caso, aquí hay también una línea de manga español, una línea gaijin que quería hacer EDT y tienes autores, como Kenny Ruiz, que mantienen esta idea, que son capaces de sintetizar el estilo manga y al mismo tiempo añadirle la tradición de dibujo europea.

¿Cómo llegaste al mercado estadounidense?

Mal, llegué mal. Llegué tarde.

Sí que hubo como una punta de lanza de autores españoles en el mercado americano que fueron Carlos Pacheco, Salvador Larroca, Pascual Ferry, Óscar Giménez...

Justamente después del crack del mercado de revistas, vas a la editorial y hablas con el que lleva el tema de la representación en el extranjero, que te mira a la cara y te dice: «Beroy, mejor te lo piensas esto de continuar haciendo cómic, ¿eh?». Y tú le dices: «Vale, chico, muchas gracias». Gracias por la franqueza, es decir. El problema es todo; todo se ha ido a la porra, te dicen que no te pueden pagar como te han pagado hasta ahora y entonces te planteas qué hacer. A mí me dio por probar estilos nuevos, porque yo me notaba un poco encarcelado en el estilo que tenía hasta ese momento. Quería aprender más, quería ser más dúctil. Y jolín si he sido dúctil... he acabado haciendo de todo. Me dio por probar cómic infantil, cómic humorístico... y podría haber intentado justamente lo contrario, dedicarme a seguir haciendo lo que había hecho hasta entonces e intentar entrar en el mercado americano. Pero para entrar en el mercado americano te ha de gustar el tema de los superhéroes. Lo has de amar.

Eso lo nota el editor.

El editor y los lectores. Notan si tú eres fan también. Lo detectan y si no lo eres, tu estilo no entra. Y a mí no me iba demasiado. Yo respeto muchísimo a la gente que sí que lo ha hecho, porque realmente hay que tener un dominio de la anatomía muy considerable, que yo entonces, en aquel momento, no me veía capaz de hacer, sencillamente. Probé a hacer otras cosas. Con la perspectiva del paso del tiempo, quizás podría haber intentado entrar antes. En todo caso, cuando intenté entrar sucedió lo de las Torres Gemelas.

Tú estabas haciendo Deadman en aquel momento.

Fue como para plantearme si yo era gafe o algo así. Además, mi editor estaba al lado, vivía enfrente. Me explicaba que vio caer las torres, le afectó mucho. Y coincidió con el nacimiento de mi hijo. En el momento en que nacía mi hijo se derrumbaban las torres. Y yo tenía que entregar una historieta. Un ser humano no puede con todo.

Además, hubo un brote de censura a raíz del atentado, si no recuerdo mal.

Sí, cuando ocurrió esto, Andrew Helfer, que era el que entonces lo llevaba, quedó tocado. Durante dos semanas estuvo desaparecido. El guionista me enviaba mensajes diciéndome: «Dios mío, no sé si está muerto». Total, que cuando Helfer apareció estaba tan afectado que se horrorizó de que su trabajo y el de los autores de cómics fuera el de transmitir violencia. Y se plantearon si todo lo que estaban haciendo lo estaban haciendo mal. Se les pasó pronto. Pero en aquel momento había justamente una escena en la que a un poblado de Egipto llegaba un malo y había un montón de árabes muertos. Chungo. Que conste que me lo pedía el guionista. Pero claro, el hombre la vio y se echó para atrás.

A pesar de la mala experiencia, ¿hay algún personaje del mercado americano en el que te hubiera gustado trabajar?

Batman, sin duda.

Hablemos ahora del mercado francés. ¿Cuál es la diferencia más relevante entre ese mercado y el americano? ¿Crees que fue mejor o peor? Bueno, peor, no creo...

[Risas] No, en general, mis experiencias en Francia siempre han sido buenas. Creo que mi estilo se ata mejor a la tradición de cómic que tienen allá: viñetas más recargaditas, con paginaciones más calmadas, más estructuradas. A mí me gusta más. Incluso los temas son más variados. Puedes hacer cómic histórico, cómic fantástico. En el mercado americano también existen estas cosas, pero digamos que lo que no es cómic de superhéroes ya es más minoritario.

Es como un gigante que tapa todo lo demás.

Exactamente, exactamente. Entonces, lo que ocurre es que mi relación, entre comillas, con el mercado francés es bastante larga- porque Zoo y Ajeno ya se habían publicado allí, se habían vendido a las editoriales francesas. O sea, que ya hace tiempo que tenía esa relación y ya había tomado contacto con ellos. Vas a Anguleme, hablas con este, hablas con el otro, te proponen cosas, conoces a este guionista, a este editor, etc. Luego hubo un impasse en mi carrera que fue cuando me dediqué un poco más al cómic de agencia, al cómic publicitario, al cómic porno... todo tipo de cómic. Y después me ofrecieron una oportunidad de entrar en un proyecto que era un cruce entre multimedia y bande desinée, un medio interactivo. Y a partir de ahí me reenganché un poco al mundillo del cómic en general. Conocí a un guionista belga, Kid Toussaint, que es un tío que tiene un poco de malditismo, como yo: va a una editorial y resulta que la cierran, cosas así. El caso es que es una persona que lleva años intentando ubicarse en el mercado francés y, a pesar de ser francófono, le cuesta. Es un buen guionista, pero es un medio muy difícil. Y a raíz de conocerle empezamos a hacer proyectos juntos, como el reciente A l’ombre du convoi. Antes de eso me ofrecieron hacer la adaptación de La saga de Miles Vorkosigan, que se hizo todo lo mal que se hizo, no hubo promoción, no se hizo apenas nada. Y eso que es una serie que tiene muchísimos seguidores en todo el mundo. Pero nada, casi no se promocionó; salió en una especie de colección de otras adaptaciones, y no cuajó, no se vendieron los suficientes álbumes y ya no se habló más del tema. Pero eso dio pie a que las editoriales me conocieran mejor.

Retomando lo que comentabas del estilo francés, que es más estructurado, más clásico, con sus propios cánones, veo en tus cómics que el canon está presente, pero también buscas otras opciones sin salirte completamente. Por ejemplo, usas el fondo de la página para situar el escenario de la acción, algo que siempre se hace en el cómic francés con la clásica viñeta panorámica, y sobre ese fondo colocas las viñetas de la historia.

Es que mis influencias van desde Yves Chaland hasta Schuiten pero también Frank Frazzetta o Berni Wrightson, por decir algunas. El cómic que siempre me ha gustado es muy variado... Cojo influencias de todas partes. Me gusta también el manga. Otomo, por ejemplo.

Quería preguntarte también por el estilo envolvente de algunas de tus viñetas más grandes y abiertas. Yo las veo y es como si tuvieran un centro de gravedad que tira de ti, que coloca al lector en medio de la escena. ¿Cómo desarrollas este efecto? 

No lo sé. He trabajado en animación haciendo fondos, justamente, y a lo mejor me viene un poco de ahí el querer utilizar los escenarios como parte de la trama, ayudando a crear el ambiente. Con el paso de los años, de todas maneras, me he ido dando cuenta de que el eje principal de un cómic son los personajes. Es lo que te engancha. Donde tienes que dar el do de pecho es justamente caracterizando a los personajes, dibujándolos adecuadamente, con las expresiones correctas, etc. Pero no quiero perder de vista el crear también unos fondos que impresionen a la gente.

Ayudan mucho a que el lector se meta en la historia, en el universo.

Uso el 3D también, renderizo la línea, la retoco para dar calidez, y luego le doy el color. Me he divertido mucho haciendo cosas en 3D.







En relación a esto precisamente, tus trabajos de ilustración y diseño, ¿crees que te han servido para desarrollarte mejor como historietista? ¿Te han sido de utilidad?

Sí y no. Todo te sirve para crecer y madurar como creador, pero he hecho tantos trabajos diferentes que a veces noto que he tenido que bucear para rescatar cosas que no hacía hace tiempo: «¿Cómo dibujaba yo originalmente? ¿Cómo hacía yo estas cosas?». Recuerdo un pequeño encargo que hice para Cavas Codorníu, un pequeño cómic. Cuando lo acabé pensé que eso no lo podía entregar así. Me había acostumbrado a hacer storyboards, por ejemplo, y me había quedado una cosa simplificada, pero mal simplificada. Tuve que redibujarla porque no era como dibujaba habitualmente. Lo que quiero decir es que se cogen malas costumbres, aunque luego también te recuperas.

Pierdes el «musculo narrativo», la habilidad para contar historias.

Sí, sí que puedes perderlo. En mi caso, sí. Otros dibujantes, no sé. Pero yo sí que lo he podido relegar. Ahora me estoy volviendo a recuperar. Estoy volviendo a encontrarme a gusto dibujando. A pesar de que me gano la vida haciendo cómics que no son mis favoritos, pero bueno.

En estos últimos años también hiciste uno de los álbumes de Nuevas hazañas bélicas. Hernán Migoya reivindicó a Boixcar, que había sido atacado. ¿Crees que se menosprecia el legado de Boixcar y de los autores de su época que tuvieron que trabajar a la sombra del régimen?

Sí. Mira, José María Bea dijo un día que él respetaba a todo el mundo que se ganara la vida con un lápiz haciendo historietas. Y en general yo pienso lo mismo. Ideológicamente, además, creo haber leído que Boixcar era republicano. Lo de hacer cómics a la sombra del régimen es una tontería, la gente tenía que continuar viviendo. Es ridículo. Hay generaciones y generaciones de grandes creadores que sencillamente hacen su trabajo y luego nadie se acuerda de ellos. Evidentemente, nunca se les hace el caso suficiente y necesario. En ese sentido, la idea del Museo del Cómic debería ser eso: un sitio donde recordar a los autores. Ha habido tal cantidad de autores que ya nadie se acuerda de todos ellos. Han existido y han hecho sus obras y son importantes, todos son importantes. Otra cosa que me revienta es que hay un montón de buenos dibujantes tra- bajando en agencias, haciendo trabajos infantiles o juveniles, como hago yo para el mercado alemán, por ejemplo, y nadie se acuerda de ellos. Y son parte de la industria, pero eso no tiene glamur. No sé quién le resta validez a la obra de Boixcar, pero en cualquier caso es de una gran injusticia. Deberíamos ser capaces de reconocer si alguien es un buen artista o no es un buen artista y no seguir con el tema de las capillitas y el tema sectario de si tú eres esto o tú eres lo otro.

Retomemos La saga de Miles Vorkosigan y empecemos a hablar un poco de A l’ombre du convoi. En las dos obras trabajas como dibujante, con un guionista al cargo de la historia. La primera es un trabajo de ficción donde manda la visualización de unos personajes y un universo imaginado, al que tú das imagen. La segunda, sin embargo, es una historia real y lo que manda es la documentación. ¿Te sientes más cómodo visualizando o documentándote?

Buscando documentación. Sobre todo porque me han dado tantas patadas con la alternativa... Para IDW hice un número de Star Trek y tuve que soportar la ira de sus fans; sitúas la insignia un poco más lejos de donde deberías y entonces: «¡Este tío es un mal dibujante!». Para La saga de Miles Vorkosigan tuve que luchar contra una legión de seguidores que habían interiorizado el mundo de la saga, cada uno de ellos tenía una imagen concreta de cómo es cada uno de sus elementos. Vale, yo introduje algunas variaciones, por inocencia y por ser creativo, también.

Claro, porque tú, como ellos, también tienes tu propia visión.

Sí. Pero aprendí rápidamente que hay líneas rojas que no se pueden cruzar. El personaje tienes que hacerlo tal cual. Tiene lógica. Quizás tomas unas decisiones incorrectas, las retocas, tal y cual. No hay problema. El problema viene cuando la crítica es en general. Que si el ambiente no gusta, que si has dibujado algo con la referencia de un siglo y la gente se lo imagina de otro, etc. Esto sí que es discutible, porque cuando el guionista concreta mucho las cosas, vale, te has de ceñir. Pero cuando te sugiere es diferente, cada lector tiene en su cabeza su propia versión. Y cuando hay fans tan fanáticos es muy difícil. En Rusia hay una legión de seguidores de esta serie. A ellos les gustó. Pero a los seguidores americanos no. Y a los canadienses, tampoco. Y a los franceses, medio-medio, los pocos que se compraron el álbum. Así que yo prefiero cosas con referencias claras, prefiero bucear e investigar. Esto es una cosa que he descubierto ahora. Antes me gustaba más imaginarme cosas y ahora he descubierto que me gusta más recrearlas.

Respecto a A l’ombre du convoi, que está funcionando muy bien en Francia, ¿crees que son infinitas las historias sobre la Segunda Guerra Mundial? Parece que el público no se cansa de leerlas tampoco.

Bueno, aquí no sé. En Francia tienen un superávit de historias de este tipo. Y en realidad parece que tiene éxito. Ahora Casterman está publicando Airborne de Jarbinet, una serie que tiene bastante éxito. Y el nuevo editor de Casterman no quiere saber nada más de la Segunda Guerra Mundial. En Francia también tienen un género de cómic de la Primera Guerra Mundial: les tocó mucho, es algo normal, algo que tiene que ver con su tradición. Y ocurre que es cierto que si empiezas a bucear en estas dos guerras es obvio que hay historias a patadas. Hay temas que no se han explorado o se han explorado poco y que dan todavía más de sí. Lo que ocurre es que en España no despierta tanto interés como en el resto de Europa. Quizás es porque no las vivimos directamente. Tampoco hacemos muchos cómics de la Guerra Civil, por ejemplo, y podría ser todo un género. En cambio, aquí no afrontamos esas cuestiones.

Hace apenas unos meses ha salido Los surcos del azar, de Paco Roca.

Sí, que trata sobre el batallón español que liberó París. Está muy bien. Es que es una de esas historias que luego los franceses... [risas].

Que salgan españoles en la foto de la liberación de París...

Quedaría muy mal, sí, claro. Dónde va a parar. Está muy bien que se expliquen estas historias. La novela gráfica se creó para que la gente no sintiera vergüenza de llevar cómics bajo el brazo, si llevas un cómic que es histórico ya es otra cosa.

Una reflexión al respecto: estuvimos mucho tiempo peleando para que no se viera el cómic como un medio exclusivamente para niños y ahora, irónicamente, son los niños los que no leen cómics.

Es un agobio. El cómic no es solo para niños, pero también lo es. La cuestión es que a las nuevas generaciones solo les gusta lo que hay en la pantalla. Y tenemos que convivir con eso. Es verdad que ya no leen tanto como antes. Antes había un montón de cosas que atraían al público infantil, pero parece que ahora no les mola tanto. Es lo mismo que decíamos antes del manga: estamos en un terreno que nadie sabe muy bien hacia dónde va.

¿Echas de menos trabajar tus propios guiones?

Depende. Echo en falta la oportunidad de hacer un guion, una historia, desarrollarla y publicarla. Pero si tengo confianza en los guionistas con los que trabajo, y además los guiones me interesan, no tengo problemas.

¿Con qué guionista te hubiera gustado trabajar o te gustaría trabajar?

Hombre, con Alan Moore. Puestos a escoger [risas].

Tú has trabajado mucho como docente en la Escuela Joso de Cómic en Barcelona. ¿Qué consejo les das a los dibujantes?

El que me daba a mí Alfonso Font: que es una dedicación muy dura, muy ingrata y que tienen que estar seguros de que quieren meterse en esto. Claro, entonces quizás había más opciones de futuro. En este punto, qué les puedo decir a los alumnos: «Dedícate al diseño» o «Dedícate a la arquitectura». Pues no: «Haz cómic». A lo mejor tienen suerte. Yo creo que el cómic es una de las disciplinas más competitivas que hay. No hay subvenciones, no hay apoyos de ninguna clase y lo que hay es lo que ves. Y en ese sentido, si sobrevives en este sector, estás hecho a todo, a todas las crisis y a todo en general. Aparte de dar consejos sobre dibujo, les explico cómo sobrevivir en el mundo de los autónomos, que esa es otra.

Sergio Bleda escribió hace unos meses un artículo muy interesante haciendo cuentas sobre la factibilidad de la profesión. Comentaba también la dificultad, pero decía que se podía llegar a vivir del cómic. Creo que, lejos de desanimar, incitaba a no dormirse en los laureles.

Desde luego. Es que, además, has de estar pensando con dos o tres meses de adelanto. Mientras estás haciendo un trabajo, ya tienes que estar buscando otros. No puedes dejar cosas de lado. Y te puede pasar que de no tener nada, tengas la mesa llena de cosas. Cuando convives, por ejemplo, con una persona que es funcionaria, no lo entiende. Hasta que pasan unos años y lo asume. Pero al principio, se extraña: «¿Por qué dices que sí a todo?». Pues porque luego habrá un día en que igual no hay nada.

¿Cómo ves el futuro del medio?

Sabía que me preguntarías esto [risas].

Bueno, ahora, entre críticos, dibujantes y lectores existe un debate sobre la cuestión de la novela gráfica, si ha rescatado un poco el medio entre el público mayor de edad.

No tiene recorrido. Ya me empiezan a decir que las ventas están cayendo. Es como todo, es una moda. Se le tiene que llamar de alguna manera, para que el que sentía vergüenza de salir con un cómic bajo el brazo, no se sintiera avergonzado. Decir que no era un cómic, sino una novela gráfica, una novela. El formato pequeño, no tan cantón como el álbum. Veamos. A mí me parece bien, no tengo nada en contra del concepto. Si se va a vender más cambiando el nombre me parece fantástico. Si ese concepto encubre una cierta superioridad creativa o moral del autor de novela gráfica frente a los que hacemos, digamos, «cómics solamente», pues sí que me parece mal. Pero, ya digo, en principio me parece muy bien.

Una cosa positiva es que desde la novela gráfica se defiende la libertad creativa del autor: poder hacer un libro y que el autor tome todas las decisiones, desde el número de páginas hasta el estilo gráfico, y que se edite así. ¿Ves positivo esto?

En realidad, para mí no. Ojo, es una opinión personal. Yo es que con el paso de los años he aprendido enormemente a respetar el trabajo del editor: un editor te puede hundir un libro o lo puede levantar. Por ejemplo, nos ha pasado con A l’ombre du convoi: el editor nos ha hecho correcciones razonables sobre la historia que allí se cuenta. Yo antes era muy de la opinión de que el creador tiene que llevar el control de todo. Sin embargo, con el paso de los años he aprendido a trabajar en equipo y a respetar muy en serio el trabajo de los demás. En ese sentido, obviamente, hay editores buenos y editores malos. Y los autores, en nuestra vanidad, podemos ningunear el trabajo del editor, podemos pensar que el editor se quiere aprovechar de nosotros y nos quiere putear. Y no siempre es así.

¿Cómo ves el mercado americano en comparación con el francés en la cuestión del tema editorial?

El mercado americano se adapta. Es un mercado más adaptado a los vaivenes del sistema capitalista. Justamente, tienen muy asumido que es cultura popular y que tienen que hacer lo que sea para sobrevivir. El mercado francés está más anquilosado, más anclado en una tradición, en una forma de narrar. Incluso todo el sistema de festivales, la forma de organizarse y promoverse, lo veo muy reacio a los cambios. Sí, igual llega a una editorial un editor nuevo que plantea hacer las cosas de una manera diferente, pero acaba haciendo más o menos lo mismo. Así que si realmente hay un cambio generacional y la gente deja de comprar cómics, creo que el mercado americano tiene más capacidad que el francés para adaptarse a los nuevos tiempos. Aun así, en Francia existe una tradición cultural mucho más arraigada que aquí, por ejemplo. Y tienen la famosa excepción cultural francesa, habrá ayudas... Sigue siendo un mercado muy particular. Les gusta tanto el cómic, aparentemente, que es algo que no pasa en otros países: sí, hay sectores de gente que lee cómics, pero no con la pasión con la que se lee en Francia. Ahora, ya te digo, si esa generación de lectores termina por desaparecer y sus hijos no cogen el testigo, pasará como en cualquier otro sitio. Es posible, no se puede descartar que suceda.

Vamos a echarle un vistazo a nuestro libro y a la selección de cómics que hemos realizado, a ver qué te parece.

Es muy buena. Veo por aquí a Ibáñez, muy bien. El sulfato atómico es muy bueno. A mí me encanta Ibáñez. Además, he conseguido inculcarle a mi hijo la pasión por él. Os faltará gente, porque no deja de ser una lista y está ceñida a un número concreto, pero está bien. Este es perfecto [señala Doctor Mabuse y nos reímos]. No debería decirlo, me gusta que lo consideréis, aunque yo no lo considero tan bueno.

Pero de tus cómics es uno de los que más poso ha dejado en la gente. A muchos les hablas de Beroy y enseguida dicen: «Ah, Beroy, el Doctor Mabuse». Es una obra de culto.

Eso es verdad, me he encontrado con mucha gente que lo comenta así. Debió de ser el momento. Luego, nunca supe si también fue otra broma, me enviaron una carta que llegó a la editorial de Toutain que se suponía que venía de los herederos de Norbert Jacques, el autor de la novela Dr. Mabuse. Decían que había usado el nombre sin permiso. El abogado de Toutain nos dijo que no le diéramos mucha importancia. Rascaron un poco y vieron que era una cosa de la que no iban a sacar mucho dinero. Pero luego he visto en algunas listas de internet Doctor Mabuse, el cómic, como parte del universo del Doctor Mabuse, como curiosidades, y me ha hecho mucha gracia.

Cuando publicamos artículos-listas en la web, la tradición manda que la mayoría de los comentarios sean un «echo en falta...». ¿Qué echas en falta tú en esta lista?

A mí me falta El cometa de Cartago de Yves Chaland. Es una obra formidable. Y encuentro a faltar algo de Bilal. El Partida de Caza de Enki Bilal y Pierre Christin es otra obra que me encanta.

De los que hay, elige tres.

Esta sí que es difícil. [Tras pensar unos segundos] Elegiría Little Nemo, de Winsor McKay; Will Eisner y Francisco Ibáñez.




Jot Down - Cien cómics imprescindibles (2014)





sábado, 7 de septiembre de 2024

Palabra ilustrada contra el miedo

[En la página de Jot Down, entrevista a María Hesse]


Maria Hesse nos invita a abrazar y a comprender la desazón a través de su último libro, una obra que exorciza las heridas a través de un vocabulario plástico y un léxico honesto y vibrante.

Texto: María Ovelar Fotos: Antártica


El miedo (Lumen) es quizá el proyecto más personal de María Hesse (Huelva, 42 años), un libro de autoficción que aúna ilustraciones y textos sobre la angustia y con el que no cuesta identificarse: el trauma infantil del bullying, la consecuente baja autoestima, las relaciones tóxicas, la soledad, las dudas ante la maternidad... Una obra de redención que exorciza las heridas a través de una prosa sincera y sin artificios y unos dibujos de alto colorido y sensualidad. Un emotivo trabajo cromático y semántico que contagia esperanza. "Empecé a darle forma en 2020: necesitaba ilustrar mis miedos, convertir en pintura sensaciones como un nudo en el estómago o la falta de aire. De las ilustraciones estáticas, fue surgiendo una secuencia tipo cómic, y de ahí, fueron brotando las palabras. He necesitado un largo proceso para decidir qué quería contar y cómo. Entremedias, lancé Marilyn y Malas Mujeres", cuenta Hesse. El placer también surgía de su experiencia personal. "Pero quedaba diluida en la investigación histórica, y en las referencias culturales. No he ideado El miedo como un libro reivindicativo, aunque se pueda defender que defiende la importancia de la salud mental".



La autora en su estudio. 


Aunque dibuja desde los seis años. Hesse no estudió Bellas Artes, sino Magisterio: en medio de unas oposiciones, decidió abandonar la carrera docente para cursar un ciclo superior de ilustración. Autora de varias biografías gráficas (Frida Kahlo, David Bowie, Marilyn Monroe), de la renovación de clásicos a través del dibujo como Mujercitas (de Louisa May Alcott) y Orgullo y prejuicio (de Jane Austen), y de libros ilustrados que reflexionan sobre arquetipos como el de la femme fatale (Malas mujeres), Hesse ha desarrollado un estilo reconocible por los tonos vibrantes y el trazo curvilineo y acuoso. Un efecto al que contribuye no solo su técnica -basada en el gouche y la tinta china-, sino también un vocabulario plástico altamente sensitivo y feminista.

Algunas experiencias, razona la autora, son tan traumáticas que las confinamos en una guarida para que no campen a sus anchas por nuestra memoria. "Cuando los miedos se escapan, hablo mucho con mi pareja [Boris, con quien lleva seis años y a quien dedica el libro] y con mis amigas, un refugio. Si no soy capaz de controlarlos, recurro a la psicóloga. Cualquier preocupación se refleja en el cuerpo. He aprendido técnicas de relajación para parar el flujo del pensamiento. Pero confieso que ahora no las practico mucho". A la falta de tiempo, ha contribuido la maternidad. Hesse es madre de un bebé de un año. "He aprendido a decir que no, a que no pasa nada por rechazar proyectos. No quiero renunciar a la crianza. Durante el embarazo, noté que mi cabeza funcionaba lentamente. No podía abarcar tanto trabajo y en el posparto he preferido dedicarme a mi bebé".

La protagonista de El miedo sucumbe a varias metamorfosis, al principio es la chica-pelícano, en referencia al poema de Adrienne Rich, incluido, junto a otras poesías, en la obra, aunque no son los únicos versos en los que se ha refugiado: Anne Sexton, Alejandra Pizarnik, Raymond Carver, Piedad Bonet y Lara Moreno también están presentes. Enseñanzas sobre la desazón que conviven con las sugerentes letras de canciones de Tulsa y de Lorena Álvarez, y con citas de Marie Curie, quien nos recuerda que "no hay que temer nada en la vida, solo comprenderlo", y que "es el momento de comprender más para temer menos".

En medio de una relación tóxica, a la protagonista le falta el aire, el corazón y las pulsaciones se le aceleran y la habitación le da vueltas... En urgencias, la tranquilizan; "Es un simple ataque de ansiedad", le dicen, y el médico de cabecera le receta tranquilizantes. "Mucha gente sufre depresión y ansiedad. Vivimos en una sociedad que nos genera la necesidad de hacer un millón de cosas, de encontrar un oficio que nos apasione. Una sociedad que mercantiliza nuestras aspiraciones y nuestro estilo de vida", argumenta en alusión a la cultura del esfuerzo, el capitalismo hiperconsumista y a la sociedad del cansancio de Byung-Chul Han. "Todo esto genera frustración. Sé lo que es agotarse física y mentalmente de tanto trabajar; te anula". Hesse sigue escribiendo y pintando sobre la maternidad, un tema presente en El miedo: "Mis amigas madres solteras son muy valientes. Aunque, mucho mejor ser madre monoparental que con una pareja disfuncional".


Revista Smoda Nº 313- Septiembre 2024




martes, 4 de junio de 2024

Conversaciones a la contra: Moderna de pueblo. Ilustradora y autora de comics

 

Moderna de Pueblo, en su casa de Madrid el día 13. Álvaro García


Mónica Ceberio Belaza

Madrid

Raquel Córcoles (Reus, Tarragona, 37 años) es Moderna de Pueblo, ilustradora y autora de cómics que acaba de reeditar su libro Los capullos no regalan flores (Editorial Zenith), publicado por primera vez hace diez años. La idea era hacerlo tal cual, pero cuando lo leyó se dio cuenta de que las viñetas no pasaban su propio filtro, de que había muchos planteamientos que le parecían obsoletos y que su visión de la sociedad, de las relaciones de pareja y del papel de la mujer había cambiado tanto que no podía publicarlo tal cual. Así que lo ha hecho añadiendo comentarios (y críticas) a aquello que dibujó en 2013. Empezando por el título, en el que ha tachado el "no".

Pregunta. ¿Cómo ha cambiado su manera de ver el mundo?

Respuesta. Mi intención cuando publiqué el libro por primera vez era hacer un género que me fascinaba y que me servía de lexatín: una comedia romántica. Me parece que estaba bien enfocado y que tenía mucha parte de realidad, pero todo el protagonismo de mi vida se lo llevaba la búsqueda de una pareja, el adaptarme al chico de turno para gustarle. Eso es lo que ha quedado totalmente desfasado.

P. ¿Esperaba ser tan crítica con su propio cómic?

R. Yo no suelo releerme una vez que un libro ya está publicado, pero tenía la intuición de que no había envejecido bien. Por ejemplo, publiqué en redes una viñeta en la que Moderna y su compañera de piso se abrazan por haber conseguido instalar un programa en el ordenador, y me llovieron las críticas. Con razón. El cliché de "ay, qué patosas somos, que poco nos orientamos", nos perjudica.

P. Internet apenas aparece en su libro, pero ahora dibuja a los "capullos" de Instagram.

R. Todo ha cambiado mucho. Ahora tenemos, por ejemplo, al likeador. Antes había hombres que te llamaban guapa por la calle. Sus parejas, claro, no lo presenciaban. Ahora está ese tipo de hombre que da un like a cada publicación de cada mujer guapa en las redes sociales. Esto es mucho más público que el piropo callejero, y genera problemas. Cuando las parejas se quejan, el likeador le da la vuelta y se queja de un exceso de control. Hemos pasado del baboso callejero al baboso digital.

P. ¿En qué ha cambiado la masculinidad en estos 10 años?

R. La masculinidad sana existe, y hay muchos hombres reflexionando sobre los roles de género y cómo quieren que sean sus relaciones. Pero por otro lado también veo otros que por reacción al feminismo se van a un lugar muy oscuro, muy misógino, como esos hombres que he sacado de conversaciones reales en Internet en una viñeta y que concluyen que tiene que ir a buscar extranjeras para tener novias sumisas.

P. Usted usa el humor y la parodia en sus reflexiones, pero muchas veces recibe críticas por generalizar.

R. Muchos se sienten atacados, pero yo no estoy hablando de los hombres, estoy hablando de los capullos. Y no digo para nada que todos los hombres lo sean ni quiero hacer una pelea de bandos.

P. ¿Y que pasa con las capullas?

R. Claro que las hay, yo no defiendo la perfección en las mujeres. Pero, como autora, pongo el foco en otro sitio: en los hombres que me he encontrado y en sus comportamientos.

P. Habla también en el libro de otro fenómeno: de hombres a los que les cuesta mantener relaciones con mujeres con más éxito, con más poder, con más dinero.

R. A mí, mi pareja me ha empujado siempre a mejorar, aunque esto haya supuesto  dedicarle mucho tiempo a mi carrera. Pero hay quien empuja justo en la otra dirección, quien pretende que quieras conseguir menos porque no le haces casito.

P. En qué quedamos entonces, ¿los capullos regalan o no regalan flores?

R. Desde luego, no es un signo con el que puedas identificar el amor y el romanticismo. Hay que dejar de fijarse en los detalles equivocados.

El Pais. Sábado 25 de mayo de 2024


viernes, 31 de mayo de 2024

Riki Blanco / En pocas palabras

En su aparente simplicidad, las viñetas de Riki Blanco (Barcelona, 1978) esconden un humor subversivo cargado de críticas demoledoras. El ilustrador ha editado una selección de sus trabajos publicados en El Pais en Libro de reclamaciones.

¿Cuándo supo que se dedicaría a la ilustración?

Tuve la suerte de saberlo muy joven, todavía no me había cambiado la voz. (Metáfora).

¿Con qué tres adjetivos definiría la viñeta perfecta?

Inteligente, evocadora y reveladora

¿Cuál es la mejor crítica que ha recibido?

"Esto es demasiado antiguo y demasiado nuevo". Me la dijo un cliente. Pensé que era un piropo, pero no lo era.

¿Qué ilustrador/a poco conocido en nuestro país recomendaría?

Ana Bustelo. Ana hace algo inclasificable, entre el diseño, la ilustración y el arte contemporáneo, que está lleno de emoción y de verdad.

¿Cual ha sido el último libro que le ha gustado?

La mejor persona, de Xavi Puig. Una novela perfecta.

¿El que tiene abierto ahora mismo en la mesilla de noche?

El hombre de los dados, de Luke Rhinehart. Tengo sentimientos encontrados con esta novela. Y también ganas de acabarla para salir de dudas.

¿Uno que no pudo terminar?

Las primas, de Aurora Venturini. Lo disfruté hasta que perdí el hilo de una forma irreversible.

¿Qué película ha visto más veces?

Hot Shots 2, cuando era pequeño veíamos ese VHS de forma recurrente. Esa y una de Emmanuelle que alguien grabó por error sobre un vídeo de comunión.

¿La última serie que vió del tirón?

The Office, la americana. La he visto ya cuatro veces... Cinco.

Si tuviese que usar una canción o una pieza musical como autorretrato, ¿cuál sería?

Diría Wild Is the Wind, en versión de Nina Simone, o mejor aún , interpretada por Xiu Xiu.

¿La que suena en bucle en su cabeza?

Nada cambiará mi amor por tí, de Glen Medeiros.

¿En qué museo se quedaría a vivir?

Entre semana viviría en el Museo de la Ciencia de la Universidad de Coimbra, y los fines de semana en el Museo de la Ciencia y Tecnología de Múnich.

¿Qué suceso histórico admira más?

El 4 de abril del 45360 antes de Cristo, el día que se descubrió el humor.

¿Que encargo no aceptaría jamás?

Una campaña gráfica para La Casa de la Carcasas.

¿Qué está socialmente sobrevalorado?

Dibujar bien está sobrevalorado. Lo importante, desde mi punto de vista, es la capacidad para transmitir con ese medio. También están sobreestimados los ojos, que son solamente esferas gelatinosas y regulares. Son los párpados lo que hacen bonitas las miradas.

De no ser ilustrador le habría gustado ser...

Ser ilustrador me ha obligado a observar y a representar la vida, pero no estoy seguro de si la he vivido. Así que responderé a este pregunta de la siguiente manera: de no ser ilustrador me habría gustado ser.


El Pais. Babelia nº 1.696. Sábado 25 de mayo de 2024




martes, 16 de abril de 2024

Entrevista - Lizzy Stewart

ENTREVISTA

por Anatxu Zabalbeascoa fotografía de Manuel Vázquez

Lizzy Stewart

Su novela gráfica Alison fue elegida mejor libro del año en el Reino Unido. Retrata el Londres de los ochenta y los noventa y, traducida al castellano por Errata Naturae, plantea cómo ser musa y artista a la vez. Pero... ¿es la historia de una pintora capaz de lograr su independencia sin cortar la cabeza a nadie o el relato de un abuso? Existen matices. Esta premiada ilustradora ha abordado la zona gris del #MeToo. "Todavía me siento insegura sobre muchas cosas. Pero siento el permiso de decir lo que pienso. Igual a alguien le puede interesar", apunta.

Lizzy Stewart, retratada en su estudio en Forest Hill, en el sureste de Londres.


PUEDO RECOGERTE EN la estación de metro. O esperarte junto a la biblioteca", ofrece por correo electrónico. En Forest Hill, al sureste de Londres, la piscina pública oculta una casita de ladrillo. Es la biblioteca. A un lado, Lizzy Stewart (Plymouth, 36 años) agita la mano y sonríe tímidamente.

Explica que una ONG recuperó la biblioteca cuando el Gobierno la cerró por falta de medios. Alquilan mesas de trabajo. Aclara que estamos solas porque los otros tres ilustradores, que pagan 170 libras al mes por una mesa ("para Londres es barato"), le han dejado intimidad para hacer la entrevista. Ofrece té y galletas. Es escueta hablando. Pero gesticula, como si las muecas fueran dibujos que completan lo que dice.

En 1950 Ernst Gombrich publicó el manual canónico con el que Occidente estudió historia del arte. No había ni una sola mujer artista. ¿Ha cambiado algo?

Era el libro que debíamos comprar. Lo que nos indicaba qué era modélico, incluso qué había alterado las cosas. En mi educación no hubo ningún artista que no fuera un hombre blanco hasta que llegaron los años sesenta.

¿Qué pasó entonces?

El pop. Aparecieron mujeres, como Pauline Boty [una de las fundadoras de ese movimiento, que murió con 28 años]. La conocí gracias a una profesora brillante que ampliaba el programa. Dependías de la voluntad de los profesores de ir un poco más allá. Toda mi vida he dibujado y pintado. De niña solo me interesaba eso y leer. Quería ser pintora, pero pensé en ilustrar para ganarme la vida. Los cimientos de la historia del arte eran masculinos.

¿Eso cómo les hacía sentir?

Lo peor no es que sucediera, lo peor es que no lo veíamos. Lo normal era que las cosas para las mujeres fueran difíciles. Era igual de fantasía ponerse a estudiar arte siendo mujer que proviniendo de clase trabajadora. Hoy nos damos cuenta de que eso no es normal.

¿Qué porcentaje de mujeres expone, tras la revisión, en la National Gallery?

Debería ser el 50%, pero igual es ¿un 6%?

El 1%. En el Prado un 0,6%. ¿Hay una historia de la ilustración?

Es la de cómo hemos dibujado o presentado el mundo. Se hicieron ilustraciones para la enciclopedia, la enseñanza, para explicar el cuerpo humano o para que los ornitólogos pudieran clasificar a los pájaros... ¡Nos hemos pasado la vida dibujando! A partir del siglo XX los autores empiezan a recibir reconocimiento. Antes era considerado un oficio, no un arte.

¿Hoy hay una historia canónica de la ilustración?

No. Pero si llega a existir, tendrá mujeres 

Nora Krug, Alison Bechdel...

O Mary Blair. La Alicia de las grandes tazas o el Peter Pan de Disney salieron de sus manos y... ¿quién la conoce? La ilustración está mezclada con la vida —la portada de un libro, la etiqueta de una botella — y muchas veces es un trabajo anónimo.

¿Se debe exponer un porcentaje de artistas negras, gitanas, homosexuales...?

Debemos encontrarlos. Fui a la Tate Modern hace poco y no reconocía casi nada de la colección permanente. Aquello era otro museo. Era desconcertante, pero también emocionante. Tuve un momento de... ¿dónde está Hockney? Pero fue revelador poder ver arte de Oriente Próximo que nunca había visto.

¿Cómo evitar mirar desde el canon occidental?

De la misma manera que te acercas a cualquier obra de arte: con curiosidad, haciendo preguntas. Me gustó estudiar la historia canónica. Pero también ser capaz de editarla y añadir lo que voy conociendo. Descubrir a un artista que debíamos haber conocido hace años es emocionante.



¿Cuándo le ha ocurrido eso?

Con Artemisa Gentileshi, como a todos, ¿no? Su historia es terrorífica. Tenía más talento que sus hermanos y despertó sus celos. Su preceptor, Agostino Tassi, la violó. No la creían. Al final lo condenaron a un año de cárcel. Y muchos de sus cuadros se le atribuyeron a su padre. Pero tiene uno, Judit decapitando a Holofernes, que refleja su liberación.

La protagonista de su novela, Alison, no necesita cortarle la cabeza a nadie para pensar por sí misma.

Abandona la tranquilidad de una vida familiar para ser artista. Con timidez, dudas y miedo, pero sin tortura ni enfrentamiento.

¿Hoy no necesitaría un Pigmalión?

Para salir de nuestra zona de confort necesitamos que algo, una persona o un libro, nos muestre que existe un sendero para hacer un recorrido distinto. Alison no tiene modelo. No hay una mujer artista en la que se pueda proyectar. Y así era en el Reino Unido en los sesenta. No solo por ser mujer, sobre todo porque a la gente de clase trabajadora ni se le pasaba por la cabeza poder integrarse en el mundo del arte. No era una opción. Nadie te hablaba de esa posibilidad incluso si dibujabas bien.

¿Fue su caso?

Me crie en Plymouth, una ciudad obrera con una historia naval. Me apunté a Bellas Artes porque tuve suerte de que mis padres creyeran a mi profesora de plástica. Imagino que les aterrorizó pensar en mi futuro, pero, ni una sola vez, ni una, me sugirieron..., ¿sabes?., podrías intentar ser profesora. Si dudaron, que dudaron fijo porque no había ningún artista en su vida ni tenían idea de lo que estaba tratando de hacer, callaron. Me dejaron hacer lo que quería sin entender lo que era.

¿Ellos cómo se ganaban la vida?

Mi padre era electricista en la Marina y mi madre nos cuidaba. Cuando cumplí 12 años, ella fue a la Universidad a estudiar Logopedia. Hizo incluso un doctorado. Estaba fascinada con que mi madre fuera a la Universidad. Cuando eres pequeña crees que tu madre es amiga de las madres de tus amigas. Y, de repente, aparece con amigos profesores o estudiantes. Tenía 35 años y se hizo amiga de una chica de 24. Era tan cool...

Una madre con amigos de varias edades.

¡Y hombres! "¿Quéé? ¿Tu madre tiene amigos hombres?", me decían mis amigas. En una ciudad de provincias, y en esa época, era una rareza. Vengo de un mundo de clase trabajadora, pero sería falso decir que yo soy clase trabajadora: mis padres pavimentaron el camino para sacarme de allí.

¿Planificó que su protagonista, Alison, escapara a su destino sin necesidad de hacer sangre?

Tenía que ser anodina para poder tener una vida excepcional. No se espera esa vida de una persona tan discreta. También es mi carácter. Como estudiante era muy tímida.



¿Hoy no lo es?

Creo que ahora soy reservada, pero no tímida. Ni introvertida, aunque no sea extrovertida. No se pasa de un extremo al otro. Estoy más cómoda con otras personas. Antes era un suplicio. Tenía que ver con no salir de mi cabeza: ¿qué diré para estar a la altura? Esa cosa de pensar en cómo vas a reaccionar en lugar de simplemente reaccionar. Justo por eso pensé en una Alison anodina. Los libros sobre artistas suelen hablar de personas fuertes, brillantes... Esa vida tempestuosa es en parte un cliché. Y desde luego no es lo que tenemos mis amigas y yo. Nosotras nos pasamos el día trabajando para poder seguir haciendo lo que nos gusta. Intentamos hacer ilustraciones para revistas o reunir el valor para dedicar ¡años! a hacer un libro. Nuestra vida es trabajo. Y sentía que explicaba algo más verdadero si contaba una vida inventada a partir de vivencias reales. Eso sí, dibujé otra artista audaz para contrastar y porque me atraen ese tipo de personas mucho más valientes que yo. Solo si rondas a los audaces llegas a ser una persona valiente. Y para alguien creativo atreverse es esencial.

¿Cree que la gente que parece valiente y atrevida lo es?

Claro que no [risas]. Y eso es maravilloso averiguarlo. Pero, aun desde el miedo, se atreven. Ser valiente no implica que no te cueste esfuerzo serlo.

¿Su novela es el relato de un abuso?

Retrata situaciones de control, pero también de ayuda porque muchas cosas no son blancas ni negras. Esa zona gris es la que me interesa. Cada uno de nosotros tiene un umbral de tolerancia. Alguien te puede ayudar y por eso impedir que te desarrolles. Me parecía importante contar matices. Cuando escribí la novela se había escrito mucho sobre el MeToo y los hombres, en esos libros y películas, eran despreciables. Está claro que existen y hay personas atrapadas en relaciones poco sanas, pero no todo es terrible. El protagonista tenía que ofrecer algo real: amor, cuidado... El utiliza su juventud y devoción tanto como ella utiliza su experiencia y conocimiento.

¿Por qué hablamos de utilización?

Una parte interesada, que a veces no es ni consciente, va de la mano del deseo, la admiración y el descubrimiento Eso te transforma. Por eso para mí la relación no es de abuso. Es complicada. Y eso la hace interesante. Cuando tienes 25 años es más fácil saber lo que no quieres que lo que quieres.

¿La necesidad de enseñar a alguien es control o deseo de compartir?

Las dos cosas, ¿no? Creo. ¿Qué creo? [Se para a pensar]. El lado menos positivo de compartir es esperar que se repita lo que has enseñado. Eso no es enseñar. Pero todos tenemos ese impulso. Cuando nos enamoramos, necesitamos mostrarlo todo: la música que nos gusta, los lugares, las películas, los libros... Hay una explosión de cultura popular entre dos personas que puede ser una invasión. ¡Te estoy enseñando lo que soy! Creo que a no ser que quieras un eco de ti mismo, la gente que enseña lo hace motivada por compartir algo.

Aborda la competencia profesional entre parejas.

Un hombre que enseña a su amante rara vez espera no ser imitado. Pero el buen profesor enseña no para ser imitado, sino para que el otro encuentre su camino. Me interesa lo inesperado de las relaciones. Cuando, en lugar de enfadarse por no ser un modelo, él se da cuenta de que la echa de menos por lo que es. No por lo que él querría que fuera.

Su pareja, Owen Pomery, también es ilustrador.

Se formó como arquitecto y es muy bueno con las líneas rectas y la perspectiva: todo en lo que yo soy mala. Pero cada uno tiene su espacio.

¿Nos gustan los hombres mayores de jóvenes y los jóvenes de mayores?

Ni idea. Creo que lo importante es acabar gustándote a ti misma. Reconozco que dejar solo a un personaje con 60 años te da un pelín de pena. Pero para mí es importante decir con un libro que una mujer puede estar sola y bien. Que los 60 sean un momento de oportunidades es de lo mejor de nuestra sociedad. Muchas mujeres necesitan ese espacio porque llevan años, la primera parte de su vida, definiéndose a partir de la persona que tienen al lado: su pareja, su padre, su madre, su amante jo su mejor amiga!

¿Cuándo empezó a tener voz propia?

Puede que... [empieza a silbar y mover los ojos] tal vez a ratos... Todavía me siento insegura sobre muchas cosas. Pero siento el permiso de decir lo que pienso. Acepto que igual a alguien le puede interesar. Antes lo hubiera descartado. Miro trabajos que hice con 20 o 30 años y veo que no estaba entera. Necesité esperar para contar algo real, algo en lo que estuviera lo que había sentido. Me gusta la verosimilitud: cuando algo se siente verdadero aunque no lo sea.

Ubicó a Alison entre los cincuenta y noventa del siglo XX para evitar dibujar pantallas.

Nos enteramos de los muertos y los embarazos por Ins-tagram. Para apoyar a alguien le das un "me gusta" en lugar de un abrazo. No sé si eso puede ser sano... En los cuentos infantiles trato de decirles a los niños que, más allá de las pantallas, hay un mundo que es para ellos. Es lo que los niños necesitan creer. Yo creí.

Su protagonista lleva el nombre de su abuela.

Mi abuela contaba que un día, mientras estaba en la bañera, vio una rata. ¿Cómo no querer salir de ahí?Quería ser algo más que una madre. Y sufrió. Las mujeres no tenían la oportunidad de plantearse lo que querían ser.

Escribía poemas. ¿Eran buenos?

Nooo. Eran los de una joven de 20 años que no estaba donde quería estar. Mi abuela encontró su mundo ya de mayor. Pudo viajar y escribir.

¿Alison es una alternativa al movimiento #MeToo?

No necesita el enfado. Y necesita a la gente. No mucha gente creativa lo afronta. Su humanidad la acerca. Es duro ser alguien introvertido. En una mujer se ve con suspicacia. Una mujer solitaria produce rechazo.

¿Qué enseña a sus alumnos?

Lo que para mí es esencial: sentirse a gusto. Normalmente a los artistas se les enseña de manera brutal: te cuestionamos, te rompemos y tú te reconstruyes. Para mí eso no funciona en el mundo en que vivimos. Quiero que mis alumnos se sientan entusiasmados con la idea de aprender. No quiero transmitirles lo que para mí es importante. Necesito que encuentren ellos lo que les importa. Enseñar lo que sabes puede ser bienintencionado, pero es limitado.

¿Por qué hace cuentos infantiles?

Aunque no tengo hijos me gusta escribir para los niños: están locos, son raros y brillantes a la vez. Hacen preguntas impertinentes. "¿Cuántos años tienes y cuánto dinero ganas?". Y me emociona que mis palabras puedan quedarse en ellos: acercarme sin necesidad de tratar de educarlos.

¿La falta de imaginación es un problema?

Nacen con la imaginación para sobrevivir. Y no hay imaginación mayor que la que se necesita para sobrevivir. Yo era físicamente tímida: soy muy alta y quería estar en el grupo, pero mi cabeza siempre sobresalía. Hubiera querido ser más invisible. Fui seria. Pero me gustaba hacer tonterías. Llega un momento en que tienes que parar de hacer el tonto. No te toca porque se supone que has crecido. Un error.

Ha dibujado Londres a lo largo de las décadas. ¿Cómo es el de hoy?

Incluso si es difícil y caro vivir aquí, en Londres las capas hablan. Sientes a los de antes: a Virginia Woolf, a Dickens. Hay una gran riqueza, y no hablo solo de dinero. Pero también hay engaño, gente que no tiene más remedio que irse, mansiones vacías que no son más que inversiones...

¿Por qué alguien que ha sido pobre se avergüenza de su infancia y alguien rico no?

La historia la escriben los poderosos. Pero puede que estemos reconsiderando lo que es ganar y perder. Lo veo como profesora. Los que intentan ser perfectos producen dibujos brillantes, pero los que experimentan, arriesgan y trabajan sin miedo son mejores.

¿En qué grupo estaba usted?

En el primero. Hoy creo que crear el ambiente en el que la gente deje de pensar que equivocarse arruinará su vida es un trabajo personal y comunitario. Los errores son el principio de una lección. Quiero vivir en un mundo en el que la gente puede cometer errores.


El Pais Semanal nº 2.481. Domingo 14 de abril de 2024