viernes, 15 de mayo de 2020

Los 'samplers' de la memoria

EL PAÍS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 14 DE JULIO DE 2000


El sampler, que es algo así como el equivalente sonoro a la cita textual, tiene tras de sí un largo pasado que precede a su propia existencia como recurso expresivo dentro del ámbito de la música electrónica. De hecho, como bien sabían James Joyce y Dennis Potter, nuestro cerebro lleva sampleando desde tiempo inmemorial esos retazos de memoria sonora que, ante cualquier estímulo, nos llevan a sublimar, relativizar o, simplemente, acompañar las emociones que nos provoca cualquier experiencia del mundo físico. No hay que llevarse a engaño: muy rara vez somos capaces de alumbrar una idea elevada e inédita bajo las bóvedas de nuestros cráneos. Es mucho más frecuente que nuestro íntimo proceso mental para descifrar el mundo que nos rodea consista en una desordenada sucesión de chorradas: coletillas de humorista televisivo, jingles radiofónicos, el último chiste guarro que nos hayan contado, algún ripio chusco, un piropo de serie Z o la más atormentante canción del verano. Desde que sabemos que el pensamiento es -simple y llanamente- lenguaje, no tiene demasiado sentido que sigamos autoengañándonos con inexistentes elevaciones del espíritu: lo que se nos pasa por la cabeza es una papilla mental elaborada básicamente con materiales ajenos y cuya composición es primordialmente... ¡chorra! Pero tampoco hay que deprimirse, porque ahí reside la grandeza del ser humano: en llegar adonde ha llegado teniendo en el cerebro lo que tiene.

Una vez ceñida en una neurona, toda información tiene el mismo valor. Por eso mismo, este mostrenco articulista andaba desde hace unos días obsesionado por exteriorizar su gratitud hacia unos bienhechores, los responsables del sello discográfico Rama Lama, que han invertido no poco esfuerzo en la ardua labor de recopilar, con ánimo completista y voluntad enciclopédica, esos fragmentos de nuestro pasado sonoro que no han sido -ni, probablemente, serán- carne de reviva! por parte de los sucesivos arbitros de la modernidad. El catálogo Rama Lama está integrado por viejas grabaciones que, en su día -los decisivos años de formación de muchos de nosotros-, formaron parte de nuestra papilla neuronal, o sea de nuestra íntima herramienta para entender la vida.

Reuní en mi casa a algunos de mis amigos -Zebulón, Berto, los Pollopera- para someterles a una selecta audición de mis discos del sello Rama Lama y el resultado fue catártico. Para Zebulón, el tema Yo también necesito amar, de Ana y Johnny, supuso recuperar "el fondo sonoro de mi despertar al sexo. La frase '¡libérame del pudor!' berreada por Ana, los primeros números de la revista Nuevo Vale y el culo de una chica que veraneaba en mi pueblo, apretado en unos ceñidísimos Lois de pana marrón oscuro, inspiraron mis primeras pajas". A los Pollopera, el fundacional A cántaros, de Pablo Guerrero, les trajo el sinestésico recuerdo "del olor a pies y de las sandalias descoloridas del cura rojo que nos enseñó a tocar la bandurria en esas convivencias de la parroquia del barrio en las que nos conocimos". Y, a los acordes del My sweet Marlene, de Lone Star, Berto volvió a paladear "las largas tardes de domingo que pasé pegado a una máquina del millón de un bar de Soria, entre trago y trago de Pippermint en vaso largo, mientras mi hermano mayor se iba a la disco".

Tengo que confesar que en el templo Rama Lama yo tengo también a mis santos particulares: Desmadre 75 y La Charanga del Tío Honorio, grupos que me hicieron reír sin freno en la infancia y que, en la edad adulta -y gracias a las sendas recopilaciones de su obra integral editadas por el dili¬gente sello—, se me han revelado más llenos de matices y más cargados de niveles de lectura de lo que el recuerdo permitía aventurar. De ellos les hablaré la próxima semana, si de ahora hasta entonces no me han perdido el poco respeto que, ya a estas alturas, me deben tener.




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