viernes, 29 de mayo de 2020

VIDA MOSTRENCA: El arte de la 'sit down comedy'

EL PAIS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 1 DE DICIEMBRE DE 2000

Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti

Hoy cualquiera puede envolver su bocata de anchoas con un papel de periódico estampado de noticias sobre la clonación. La cotidianidad de un concepto como la clonación puede llevarnos al desvarío: a creer que todo es clonable. Que es clonable, por ejemplo, ese arte de la stand up comedy en un país en el que no ha existido ninguna tradición, más allá del excepcional Gila. Soñar en la figura de un humorista español erguido ante su audiencia es creerse que esto es Suiza. O un Broadway tamaño familiar. La postura correcta del humorista español pasa por la leve inclinación del cuerpo acodado en la barra de la tasca. O, en su estado más puro, el perfecto humorista español debería ser una figura sedente: la del tipo que cuenta chascarrillos en la partida de dominó. Se admiten variantes: el cascarrabias sentado en su butacón de orejas, con la mantita tapándole las piernas, mientras despotrica contra el mundo. Como el maestro Joan Capri, cuyo heredero posindustrial es ese vitriólico Caries Flaviá que, en Crónicas marcianas, se sienta ante Sarda para desgranar, sin herniarse, su afinado veneno. El humor español debería ser pura sit down comedy.

2 El arte de la sit down comedy nació en Japón hace 400 años. En la sociedad feudal japonesa de finales del XVI, los señores de la guerra necesitaban tener a su lado a un bufón que, de noche, les entretuviera para no caer dormidos y convertirse en presas de sus enemigos. El humor era -y es-una estrategia de supervivencia. En el siglo XVII, esos cuentahistorias evolucionaron a profesionales: nacía el arte del rakugo, que ha pervivido hasta nuestros días.

El cómico sedente japonés viste traje tradicional, se sienta sobre sus talones y utiliza como únicos accesorios un abanico y una toalla de mano. Sus monólogos cómicos se construyen sólo con los diálogos de los múltiples personajes que aparecen en la historia: la gestualidad, los cambios de voz y las muletillas permiten identificar al instante quién está hablando en la hilarante ficción. El rakugo posee rígidas reglas estructurales: se abre con el makura -introducción que conduce hacia la historia que se va a contar-, prosigue con el hanashi -el relato propiamente dicho- y se cierra con una frase chocante y graciosa, el sage.

La última palabra en humor español es uno de los más extraños maestros que haya encontrado la sit down comedy: el Prisionero. Su precisión formal, su control de la pausa y el silencio como recurso cómico y su hieratismo le asemejan a un descendiente de las tradiciones combinadas del ragoku y el kabuki. Su personalidad de ficción le emparenta, no obstante, a un inclasificable cómico americano: el parapléjico incompleto Chris Sheridan que, tras destrozarse las vértebras lumbares en un accidente de aviación, reparte su buen rollo desde una silla de ruedas. El Prisionero, enigmático humorista enmascarado que encarna a un tetrapléjico de escueto verbo y calamitosa fortuna, se dio a conocer en dos cortos y vivió una fugaz y minoritaria fama televisiva en el seno del programa Red infernal.

Debutó en directo hace unas semanas en la sala de cine independiente madrileña La Enana Marrón: manteniendo a toda la sala en vilo, controlando desde la inmovilidad el estallido de cada carcajada, el cómico bordó un tronchante número de magia mental rematado con un homenaje minusválido al escapismo del gran Houdini. Esa noche nació el futuro de la comedia española.




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