jueves, 30 de julio de 2020

VIDA MOSTRENCA: Justicia poética

El Pais de las Tentaciones, viernes 29 de junio de 2001

Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti

Hablemos de Mel Brooks: es el cómico judío que, en La loca historia del mundo, transformó el espesor metafísico de 2001, una odisea del espacio en una aparatosa oda a la masturbación. Un tipo capaz de imaginarse a los pájaros de Hitchcock cagando o de preguntarse cómo la tendría de larga el monstruo de Frankenstein. En suma, alguien que le ha perdido el respeto a toda idea de cultura oficial y que ha sido considerado durante años la quintaesencia de la zafiedad y el mal gusto. Un bruto. Un bruto que acaba de deshancar a Hello, Dolly! en la historia de los premios Tony con su montaje Los productores, adaptación al musical de su primera película como director. Lo que demuestra que un bruto puede subir a la cima del glamour y conquistarla sin dejar de ser fiel a sí mismo. Los productores, la película, contaba cómo dos picaros diseñaban un perfecto bluff -el musical neonazi Primavera para Hitler, escrito por un zote nacionalsocialista, dirigido por una locaza megalómana y protagonizado por un führer amanerado-, con la intención de que durase un solo día en cartel y, así, poder huir con la taquilla y los excedentes de producción. La estrategia funcionaba mal; Primavera para Hitler se convertía en un gran éxito de público y crítica. Los productores era, como toda gran ópera prima, un manifiesto, una declaración de intenciones: una poética del arte basura, entendido como algo atroz que fascina. Brooks quiso ser fiel a ese programa: se abismó en el mal gusto, pero no encontró a un público fascinado al otro lado del esfínter cultural. Hasta hoy: que Los productores, el musical, sea el fenómeno de la temporada tiene algo de justicia poética. Que el sofisticado público de Broadway aplauda un número de claque bailado por lujuriosas abuelas con caminadores es un triunfo histórico. Una victoria de la cultura basura. 




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