jueves, 21 de mayo de 2020

VIDA MOSTRENCA: La identidad sexual es un dibujo animado

EL PAÍS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 17 DE NOVIEMBRE DE 2000

Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti

1 Robert Crumb, padre del gato Fritz, declaraba en una entrevista que, en su adolescencia, solía masturbarse pensando en la imagen de Bugs Bunny travestido. El conejo de la suerte se vistió de mujer en 37 de los 168 cortos que protagonizó entre 1940 y 1964. En otros 28 cortos, Bugs besaba —casi siempre en la boca- a otros personajes masculinos sin necesidad de travestirse: eran besos envenenados, actos de agresión en el frenético juego de humillaciones desencadenado contra sus intercambiables oponentes. Bugs sólo besó a personajes femeninos en cuatro ocasiones. En dos de ellas, su objeto de deseo no era una hembra, sino su réplica mecánica: un robot y un señuelo de caza.

Según Kevin S. Sandler, editor del libro colectivo Reading the Rabbit. Explorations in Warner Bros. Animation, no hay que ver nada transgresor en esos festivos juegos con el concepto del género: al modo de clásicas comedias sobre el travestismo como La novia era él, el equívoco servía para ridiculizar al género femenino, reafirmando, así, el orden heterosexual establecido. Permítanme disentir: adoptando algunos recursos cómicos ya explotados por Chaplin -el travestismo, el beso "homo" entendido como desafío al contrincante-, los animadores de la Warner crearon con Bugs Bunny el esbozo de una sexualidad futura. Sin límites. Piénsenlo por un momento: para Bugs Bunny, la sexualidad es un arma arrojadiza, un instrumento de humillación, un medio para lograr fines. Bugs Bunny es Catherine Tramell. O Nuria Bermúdez. Además, la identidad sexual de Bugs es líquida: una convención puntual en un momento concreto, como el alias que adoptamos en algún tórrido chat. Bugs Bunny es el ancestro de esa transexualidad virtual que invade la Red. Y en los momentos de placer, Bugs prefiere el simulacro: la muñeca mecánica, esbozo de la hinchable, premonición de las Real Dolls.

Volvamos a Katharine Gates, nuestra consejera sexual de la semana pasada. En su libro Deviant Desires nos habla de una interesante subcultura fundamentada en la sexualización radical de un icono infantil: son los flurverts, evolución pervertida de los furries. La cultura furry está integrada por todos aquellos entusiastas de los animales antropomórficos que pueblan el imaginario de los dibujos animados. En ocasiones, algunos furries -denominados fursuiters— se construyen a mano sus disfraces, forjando un álter ego animal vagamente parecido a una mascota deportiva o una criatura extirpada de la figuración de un parque temático. Los furverts son los furries que utilizan este tipo de estrategias como fantasía sexual: o sea, gente que se traviste de animal hipersexualizado para fornicar con otra gente travestida de animal hipersexualizado. Una variante zoológica de la cultura drag. Muchos empleados de Disneylandia vestidos de Mickey, Minnie o Goofy son furverts que han encontrado su particular edén lúbrico-laboral.

3 ¿Es un pervertido todo aquel que se excita viendo dibujos animados? El joven Crumb se tocaba pensando en Bugs Bunny. A los chicos de Wayne's world —como a un servidor— les ponía Betty Mármol. Reduzcan por un momento los dibujos animados a su esencia: colores hipnóticos, mensajes elementales, formas voluptuosas... Los dibujos animados, amigos míos, son puro sexo. La primera pornografía de nuestras vidas.

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