martes, 19 de mayo de 2020

El ser más odiado de la galaxia

El Pais de las Tentaciones
Viernes 3 de Noviembre de 2000

Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti

Según Chris Gore, uno de los mejores críticos de cine que se encuentran ahora mismo en la Red -www.filmthreat.com—, el estreno de La guerra de las galaxias, en 1976, fue el Vietnam de la generación que hoy cuenta con treinta y tantos años. Cuando Gore dice Vietnam, en realidad está diciendo "gran acontecimiento cohesionador generacional". O sea, lo que puede convertir a cualquiera en camarada de un completo extraño. Jeff Cioletti, director de Millennlum's end: The fanthom menace, documental definitivo sobre el culto a la saga galáctica, le secunda: "Somos una generación muy afortunada por no haber vivido una guerra que nos robara la juventud como les ocurrió a nuestros padres y abuelos. Algo tan horrible como la guerra creó para ellos un vínculo cultural unificador. El fenómeno star wars demuestra que ese tipo de vínculos se pueden formar también bajo circunstancias felices". Maticemos: si uno no es serbio, croata, hutu, tutsi, palestino, israelí o de cualquier otra colectividad recién azotada por vientos de guerra, el fenómeno star wars puede ser su "gran acontecimiento cohesionador generacional", su Vietnam blando para unos tiempos blandos, su colectiva catarsis digital (o sea, inmaterial y, por tanto, sucedánea de una catarsis espiritual). Para los que vivimos en esta Disneylandia del alma que es el Occidente en paz, La guerra de las galaxias es, efectivamente, nuestro Vietnam: nuestro código para entender disfuncionalmente el mundo.

Tal circunstancia nos ha permitido escoger opciones vitales -Han Solo (o sea, sinvergüenza simpático) o caballero jedi (o sea, primo)- y entender de qué iba esto de la vida en la Tierra, pero, hasta hace bien poco, también había eliminado el concepto de odio de nuestro repertorio emocional. La idea del mal concebida originalmente por Lucas y encarnada en la figura de Darth Vader resultó demasiado carismática para ser odiada, aunque el cineasta acabara desvelando que, bajo su yelmo fuliginoso, anidaba un triste calvo con pinta de contable. Por eso, para que su cosmología fuera completa, George Lucas creó a Jar Jar Binks, el ser más odiado de la galaxia.

Se trataba de una solución guiada por la lógica: en un mundo donde, a la hora de generar señas de identidad grupales, la guerra virtual ha sustituido a la real, lo consecuente era que la idea de lo maligno (o lo nocivo) no adoptara una formulación moral (Darth Vader), sino estética (Jar Jar Binks). Mientras la Humanidad entera pensaba que Lucas había metido la pata, Jar Jar Binks estaba irradiando esas infalibles ondas que iban a sumir a toda una generación en un inédito estado anímico: el odio.

De Jar Jar Binks se ha dicho de todo: entre otras cosas, que era la primera lederona digital. El personaje ha inspirado las páginas web más agresivas del fenómeno star wars: en las que figuran, por ejemplo, animaciones que muestran a R2-D2 mordiéndole los testículos. George Lucas ha vuelto a triunfar: el Mal Rollo, en mayúsculas, ha entrado en su universo, por fin, complejo. Pero lo siguiente quizá no figuraba entre sus previsiones: Jar Jar Binks ha generado en el seno del culto a star wars su propia contracultura, propiciando la fermentación de un trash galáctico que acaba de dar su primer fruto. Se trata del corto Jar Jar Binks: The El True Hollywood story, de Leif Einarsson, falso documental, realizado a imagen y semejanza de un popular programa del canal E! Entertainment, que revisa la ascensión y caída del alienígena y su redención a manos de los mismos criticos franceses que reivindicaron a Jerry Lewis y John Ritter.

El objetivo del cortometrajista no puede ser más explícito: "La gente parece odiar a Jar Jar. Si hemos hecho bien nuestro trabajo, habremos creado una nueva y más benévola perspectiva sobre el personaje, haciendo que la gente se sienta mal por odiarlo y acabe amándolo". Amar lo horrendo: esa es la esencia de la cultura basura. Así, Jar Jar Binks, el equivalente galáctico de Támara, ha sido el pináculo que ha rematado la catedralicia construcción del fenómeno star wars: lo que ha elevado el conjunto, dotándolo de sentido, enfrentándolo a su propio infierno estético.




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