viernes, 15 de mayo de 2020

'Dogmatofilia'


EL PAÍS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 7 DE JULIO DE 2000



Juan Pinzas se parece al señor con bigotes del logotipo de las patatas Pringles. Es un bigote modelo Linimento Sloan, adoptado tradicionalmente por los domadores de circo. Un bigote que, colocado en la faz de un director de cine, inquieta por pura cuestión de descontextualización. ¿Cuántas veces habrán pensado los interlocutores de Pinzas que se hallaban ante un cantamañanas? Pero, ¿es Pinzas un cantamañanas? Pinzas es, esencialmente, el director de la primera película del Dogma español -Érase otra vez-, así como el productor de uno de los melodramas desaforados que dan más risa del reciente cine nacional: Cuando el mundo se acabe te seguiré amando, de Pilar Sueiro, esa película en la que Cristina Piaget se travestía de mujer galáctica y pantera para reconquistar a una versión fondona de Nancho Novo, escritor atormentado y abocado al infierno del lingotazo de tequila.

Cuando Lars Von Trier fundó el Dogma con Los idiotas y lo presentó triunfalmente en Cannes, probablemente hubo en el acto mucho de pataleta punkie-juvenil, de salivazo a los cantamañanas que habían convertido el cine de autor en algo tan falazmente glamouroso -y, en consecuencia, muerto-como el cine más mercenario. Pero no todo acababa ahí: Los idiotas, además, tocó el nervio de un malestar inefable y contemporáneo, perturbó de un modo medular y se convirtió en una obra inmortal, la Gran Película del Mal Rollo Finisecular.

Érase otra vez no es, oficialmente, una película Dogma 95: le falta el certificado oficial que Pinzas decidió no solicitar para no ralentizar la producción. Érase otra vez tiene el primer certificado Spanish Dogma, lo que significa que cumple con el decálogo danés y con una nueva cláusula Pinzas: que las películas Dogma Español reflejen la realidad sociocultural de España. A partir de ahora, para hacer un nuevo Spanish Dogma habrá que solicitar el certificado pertinente a Juan Pinzas: a este mostrenco articulista

le gustaría pensar que Pinzas ha querido reaccionar contra esa industria española del cine que ha hecho de la hipertrofia de la idea hueca -o de la monserga cara- su emblema. De lo contrario, habría que pensar que le ha movido la lujuria de extender certificados, lo que le convertiría en aduanero del arte o, lo que es lo mismo, en un modelo específico de cantamañanas. Con todo, Érase otra vez demuestra que lo que sí puede aplicarse al cine español es una vieja cláusula estoica: "Hagas lo que hagas (caro o barato, en vídeo o con tropecientos millones), siempre la cagas (comercial o artísticamente, o de ambas maneras)".

2 El fetichismo es aquella práctica metonímica del sexo que lleva a excitarse del todo con la parte. Desde que las películas pomo están rodadas en vídeo hay quien encuentra sumamente excitante la textura de la imagen videográfica: quizá por eso a algunos nos nubla más el juicio Paprika Steen -actriz Dogma por excelencia-que, pongamos, Natalie Portman. Cuando uno contempla a unos actores grabados en vídeo tiende, inevitablemente, a pensar que no tardará en ocurrir algo clasificado X. Según esta línea de pensamiento, el Lars von Trier de Los idiotas no tenía más remedio que caer en la pornografía.

En Érase otra vez -ficción modelo Reencuentro-, un grupo de amigos se reúne 10 años después de su licenciatura. No tardan en ocurrir cosas... ¡clasificadas S! En el filme de Pinzas, como en la relación inicial entre Jorge y María José, de Gran Hermano, no hubo penetración. Lejos de sacudir conciencias como Von Trier, Pinzas prefiere recordarnos al añorado softcore español practicado en nuestra transición por cineastas como Manuel Esteba, Carlos Aured o Ignacio F. Iquino. Lo que permite sacar una conclu¬sión, quizá de peso: nuestra realidad socio-cultural es -aún- una realidad sociocultural de club liberal de intercambio de parejas. □



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