lunes, 15 de junio de 2020

VIDA MOSTRENCA: La semilla del tamarismo

EL PAÍS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 19 DE ENERO DE 2001

Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti

EI tamarismo es la última mutación vírica del añejo síndrome señorita de Trévelez. Recordemos dos notables aproximaciones cinematográficas al tema: 1) Calle mayor, de Juan Antonio Bardem, donde unos jóvenes burgueses de provincias deciden jugar con los sentimientos de una triste solterona; 2) En compañía de hombres, de Neil Labute, donde dos yuppies amorales se apuestan la seducción de una secretaria sordomuda. Según lo aprendido en este programa doble se podrían extraer un par de conclusiones: a) que la esencia del universo femenino es la ilusión; b) que el motor del universo masculino es la inflamación y posterior aniquilación de esa ilusión.

Támara es esa cantante cargada de ilusión que la comunidad gay local acaba de elevar automáticamente a mito de la modernidad. La comunidad gay es algo así como el universo masculino elevado al cuadrado: o sea, un universo masculino incluso con más ganas de inflamar y aniquilar ilusiones ajenas. Conclusión: Támara es, ahora mismo, una damisela en serio peligro.

2 Existen precedentes más o menos ilustres del Tamarismo: recordemos a John Waters entrevistando a Pia Zadora, con el más envenenado cariño del mundo, en las páginas de su libro Majareta (Anagrama). El " piropo" que abre el legendario encuentro -"Eres mi actriz de cine cutre favorita"- da la exacta medida del sofisticado sadismo con que el "pope del trash" estaba dispuesto a tratar las aspiraciones artísticas de la estrella. Existe, no obstante, una sensible diferencia con respecto al tamarismo: al escoger a una diva de serie Z para elevarla a los altares del gusto lateral, Waters le extendía, también, el permiso de residencia a perpetuidad en su universo imaginario. Su juego, aun así perverso, no era excluyente: Pia Zadora acabó convertida en estimulante presencia secundaria del universo Waters. Para entenderlo todo quizá haya que recurrir a otros títulos en la filmografía del maestro: la casi autobiográfica Pecker. El protagonista es un joven fotógrafo que se dedica a capturar instantáneas de lo más pintoresco, grotesco o aberrante de su Baltimore natal... hasta que su arte es descubierto por la intelectualidad neoyorquina y se convierte en el fenómeno de moda. Waters nos advierte: toda sacralización imprudente supone la autodestrucción del artista. Por eso, Pecker abandona el dulce limbo aséptico de las galerías neoyorquinas para volver a su bullicioso Baltimore, primordial nutriente de su vena artística. No resultaría descabellado ver ahí ecos de la relación entre el propio Waters y los cantos de sirena de Hollywood. Waters también corrió el peligro de ser tamarizado: de verse convertido en el niño malo -inocuo, neutralizado- de la gran industria. Por eso, como Pecker, ha escapado y ha regresado al origen: Cecil B. Demente, una película tan áspera, combativa y radical como sus primeros trabajos, un puñetazo a su recién adquirida corrección gramatical.

Támara es nuestra Pía Zadora pobre. Por desgracia no ha caído en manos de John Waters, sino de un colectivo en pleno ataque frívolo que ha querido forjar un icono con fecha de caducidad inminente. La Támara interesante era la extraterrestre rodeada de freaks que conocimos este verano: en aquellos momentos, Irwin Chusid podría haberla incluido en su estudio Songs in the Key of Z-del que les hablaré pronto-. La Támara devenida icono gay, musa de la modernidad, acuñadora de warholianas declaraciones de principios -"soy adicta a la laca"- está condenada a ser una mera atracción de temporada.

3 Existe una forma de evitar que Támara, cual Patty Hearst, se transforme en una terrorista homófoba dispuesta a devastar Chueca con bombas-laca para paliar su depresión poséxito. Se requiere que todo varón heterosexual saque a flote sus adormecidos ideales caballerescos para salvar a esta dama en peligro. Hay que convertirse, inevitablemente, en fan incondicional de Támara: comprar todos sus discos, acudir a todas sus actuaciones, siempre... Para que esa ilusión frágil no sea aniquilada con crueldad rosa. De momento, un servidor se ha comprado dos copias del maxi y puede asegurar que, tras repetidas escuchas, el No cambié tiene su punto.





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