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domingo, 17 de marzo de 2024

La oscura melancolía de los Sardaukar

El faro del fin del mundo / Jacinto Antón

Es dificil quedarse con un aspecto de Dune: parte 2, la excepcional segunda entrega de la saga cinematográfica de Denis Villeneuve sore la gran novela de Frank Herbert. Todo es extraordinario: la lucha en torno a la cosechadora en las dunas, la cabalgada del gran gusano Shai Hulud, el combate en el anfiteatro de Giedi Prime (planeta a evitar), la apoteosis de Muad´Dib como mahdi en el consejo Fremen, la llegada de la corte imperial, incluidas cinco legiones Sardaukar, a Arrakis y la batalla definitiva, la pelea a muerte final entre Paul Atreides y el Harkonnen Feyd-Rautha, tan hamletiana... Las escenas impresionantes se encandenan una tras otra sin solución de continuidad, sin dar respiro, en un increíble crescendo que parece no tener fin. ¿Es el martilleador de arena, Reverenda Madre?, ¿o los latidos de mi corazón?

Los Saudaukar imperiales se despliegan en Arrakis en la segunda entrega de Dune

Si hay que elegir algo, yo escojo el tratamiento de los Sardaukar, las temidas tropas imperiales. Dune, es también, quizá inesperadamente, la historia de la decadencia de esa fuerza galáctica, que da sopas con honda, en su terrible trayectoria, sus habilidades y su profundidad existencial, a las tropas imperiales (Stromtroopers) de La Guerra de las Galaxias. Mezcla de espartanos, jenízaros, Waffen-SS y Navy Seals, fuerza especiales espaciales, los Sardaukar (la sonoridad de su nombre es otro de los hallazgos lingüísticos de Herbert: dices "Sardaukar" y se te pone cara de mala hostia), arrastran una musculada melancolía que Villeneuve ha sabido ver y plasmar muy bien. Y a mí me pueden. En la novela, Frank Herbert nos lo fue explicando -como todo su mundo- poco a poco. Los Sardaukar son formados, con un rigor que deja a los marines como boy scouts, en Salusa Secundus, el planeta prisión imperial, convertido en un infierno ideal para el entrenamiento militar. Fuertes, duros y feroces, convencidos de su propia superioridad y embebidos de una mística de secta secreta guerrera, brutales y con un desprecio casi suicida por la seguridad personal, los Sardaukar son tan mortíferos que unos pocos marcan la diferencia en cualquier batalla.

Se dice que su habilidad de espadachines corría pareja con la del Ginaz de décimo grado (sea eso lo que sea) y que su astucia en el combate equivalía a la de una adepta Bene Gesserit. El emperador los gestiona para sus intereses y muchas veces los suministra para operaciones clandestinas poco edificantes. En Dune, se los alquila a los Harkonnen. Villeneuve nos los sirve magníficamente, a los Sardaukar. La escena de Dune 1 en la que vemos como reciben el sasacramentum (que dirían los legionarios romanos) en medio de un ritual sangriento, ominoso y lluvioso en su jodido planeta, bajo un cielo desesperanzador de cenizas, es de lo mejor que ha dado nunca el cine de ciencia ficción: con un oficiante que les canta un himno como para salir corriendo (con una voz gutural de chamán mongol), un bautismo con la sangre que chorrea de los reclutas que no han pasado el corte, y un ambiente sobrecogedor. Pero, curiosamente, pese a su terrorífica fama y la arrogancia y el desdén que irradian, es indudable que en Dune, los Sardaukar van a la baja, que ya no son lo que eran, vamos. Sucede así porque el autor quiso enfatizar la pujanza de los nuevos guerreros de referencia, los Fremen, esa gente recia que te homenajea a escupitajos, y a los que Paul Muad´Dib acaudillará en la Jihad galáctica. Yo me siento muy identificado con los Saudakar. Son unos has been de élite que viven de su fama pero que intuyen lo resbaladizo de su posición, lo que no mejora su carácter. En las pelis de Villeneuve, pese al display con que los adorna, el director hace que los maten a puñados. Me fascina el ensimismamiento melancólico de los Sardaukar, que parecen conocedores de su destino. Los vemos por última vez (en el libro y en la peli) alrededor del trono de Shaddam IV formando un arco para proteger al emperador antes de que sea depuesto. Cae el telón con un último y sordo redoble de tambor para los orgullosos Sardaukar, sometedores de mundos, tan fieles como al final, prescindibles.


El Pais. Cultura. Sábado 16 de marzo de 2024


Tiempos modernos

¡Olvidaos de los libros de historia y vamos a viajar en el tiempo a una Edad de Piedra muy diferente y, sobre todo, divertida! 


JOSÉ LUIS VIDAL

14 Marzo, 2024 

En un museo de historia reposa en una enorme vitrina, el cuerpo perfectamente conservado de un neandertal. Son muchos los curiosos visitantes que se paran ante él, preguntándose el por qué de esa mirada perdida, acompañada por una expresión cuyo origen no consiguen desentrañar…




Los Picapiedra

Guion: Mark Russell

Dibujo: Steve Pugh, Rick Leonardi, Scott Hanna

Tapa dura

Color

368 págs.

43,50 euros

ECC Ediciones


Pues bien, en un plis plas, gracias a la magia de los cómics podremos trasladarnos sin movernos de casa a tiempos muy lejanos, en los que todo era más sencillo y rudiment… ¡Un momento!

Dinosaurios transformados en grúas, pequeños elefantes que hacen las veces de aspiradoras, armadillos con los que se juega a los bolos… Pero, ¿qué es esto, adónde hemos ido a parar?

Todo tiene una explicación, una que los más talluditos de la casa van a pillar al vuelo. Y es que estos remotos tiempos prehistóricos no vienen reflejados en ningún texto de historia, ya que se basan en aquella maravillosa serie de dibujos animados, creada por la productora norteamericana Hanna Barbera, que nos acompañó a muchos en nuestra ya lejana infancia.

En ella conocíamos a sus protagonistas, Pedro Picapiedra, su mujer Vilma y su hijita Peebles.

Aquí, en esta apasionante traslación a las viñetas, los personajes son los mismos, pero sus problemas se parecen mucho, muchísimo más, a los que hoy en día el hombre y la mujer moderna pueden padecer.

Para ello, el guionista Mark Russell transforma esta sociedad en puro consumismo, donde la última novedad 'tecnológica' es rápidamente adquirida con ansia, aunque en poco tiempo termine encerrada en un armario (la historia del elefantito es conmovedora).

Aunque tampoco estos cavernícolas venidos a más se van a librar de otras de las terribles lacras que padece la sociedad moderna, como el racismo, que tiene mucho que ver con la historia detrás de ese espécimen que reposa en la vitrina de un museo. O la homofobia, que surgirá ante la presencia de una pareja gay sobre la que Pedro Picapiedra tiene una historia que contar.

¿Y la religión? Ahí ya sí que Russell carga las tintas a tope, convirtiendo al "sacerdote-shaman-cómo se le quiera llamar" en una auténtica veleta de creencias, que van cambiando según la conveniencia, o cuando los feligreses tratar de evitar los servicios.

En fin, un recipiente genial, vitriólico, donde vamos a poder reconocer y reconocernos en más de una, por no decir todas, las situaciones que agobian la existencia de los protagonistas.

Y hablando de personajes, me gustaría destacar especialmente la labor de un gran dibujante como es Steve Pugh, al que imagino devanándose los sesos cuando le llegó el encargo. Alejar del estilo cartoon a los personajes no es tarea fácil, pero Pugh lo consigue con maestría, y un gusto por los detalles que hará que nos detengamos en todas las viñetas, que suelen contener más de un guiño-chiste.

El tomo que recopila las doce entregas de la maxiserie se completa con un encuentro muy especial, en el que Booster Gold, uno de los superhéroes más torpes del Universo DC, que conocerá a los peculiares habitantes de Piedradura, dibujados esta vez por otro grande de las viñetas, Rick Leonardi.

Cuando terminemos este peculiar trayecto, tan solo nos quedará gritar ¡Yabadabadú!


Malaga Hoy


La carne humana sabe a cerdo

El faro del fin del mundo / Jacinto Antón


Un momento de Holocausto caníbal, falso documental de Ruggero Deodato

La carne humana sabe a cerdo del bueno. No lo digo yo, que soy muy tiquismiquis y no como cualquier cosa, sino los que la han probado, caníbales antiguos y modernos cuyo testimonio ha quedado recogido por la historia o las noticias. En Polinesia, de hecho, se conocía la carne humana como "cerdo largo" y se la tenía como más sabrosa que la del porcino. Son menos, pero los hay, los que la han comparado con el pollo y la ternera. Recientemente se ha sugerido que no somos especialmente nutritivos.

El jefe maorí Tuai -hermano del poderoso rangatira Korokoro-, que estuvo de visita 11 meses en Londres en 1818 y sorprendía en las reuniones sociales haciendo la haka mucho antes que los All Blacks, explicó que lo que más echaba de menos de su tierra era "el festín de carne humana", lo que parece lógico si le hacían vivir a base de fish and chips y pudin de Yorkshire. Comentó que prefería comer mujeres y niños (más tiernos), y que en caso de tener que consumir carne de hombre, la de un negro, preferentemente de unos 50 años, le parecía mejor que la de un blanco. Por lo visto somos demasiado salados. Lo que no fue óbice para que al capitán Cook se lo comierna los hawaianos.

Otros caníbales han testimoniado que los chinos están muy buenos y es conocida la historia de un barco chino naufragado en 1858 en un archipiélago frente a Nueva Guinea cuyos 300 tripulantes fueron comidos todos en una verdadera apoteosis de los rollitos de primavera excepto cuatro (no está claro por qué los descartaron, ni si los caníbales pidieron el libro de reclamaciones).

Si bien se te podían comer por gusto, y valga la frase, y en algunas sociedades el factor gastronómico parece haber sido predominante (siempre me ha impresionado lo que contestaron sus guías a aquel explorador del río Congo al preguntar qué decían los tambores a su paso: "Llega comida"), lo más habitual era el canibalismo ritual: te comías a una persona como señal de respeto y hasta de cariño (a tus muertos, ¿dónde iban a estar mejor?) o para adquirir algunos de sus atributos, usualmente el valor de un hombre bravo o un guerrero. Los basutos comían el hígado de los enemigos valientes, considerado el asiento del valor; las orejas, donde residía la inteligencia, y los testículos, de su fuerza. Es cierto que si te comían todo eso tanto te debía dar el motivo.

Usar el pasado como hago en estos ejemplos es tranquilizador, pero aún quedan caníbales tradicionales en algunos puntos del globo: el viajero Norman Lewis me contó que había departido con uno en Papúa Nueva Guinea "muy educado". Él también le confirmó que sabemos a cerdo. 

Viene todo esto, claro, a cuenta de la nueva película de J.A. Bayona, La sociedad de la nieve, sobre el accidente aéreo de los Andes (1972) y la supervivencia de los que se salvaron a base de comerse los cuerpos de sus compañeros de tragedia muertos. Esa historia, plasmada en el best seller ¡Viven! (1974), nos afectó mucho a los que éramos adolescentes en los años setenta y marcó nuestra relación con el canibalismo. Pensar que tú mismo te podías convertir en antropófago si la ocasión lo requería fue un impactante segundo paso en nuestra relación con el asunto tras descubrirlo en las pelis de exploradores y en Robinson Crusoe. Fue una gran lección antropológica y de relativismo cultural ver que no te tenías que identificar siempre con el misionero en la olla. Como inesperada prolongación de la lectura de ¡Viven! tuve la oportunidad de comer un día mano a mano con uno de los supervivientes del accidente Eduardo Strauch. Fue en 2008 y, pinturero, yo pedí entrecot. Él prefirió verduras y pescado. Me dijo que, en su acreditada opinión, la carne humana sabe a vacuno.

El caso es que el canibalismo de los neandertales a El silencio de los corderos (con nuestro chef favorito Hannibal Lecter), escapa continuamente de lo etnológico, donde se lo ha tratado de situar tranquilizadoramente (el caníbal es el otro: distante y primitivo), para colársenos por doquier. El fenómeno es complejo y poliédrico y podría hablarse más bien de canibalismo: ritual, de necesidad, gastronómico, político (Idi Amin, Obiang), psicopatológico (como el de los modernos caníbales tipo Issei Sagawa o el de los que se canibalizaban a sí mismos, y no estamos hablando de comerse las uñas, las pieles o sorberse los mocos)... Aparece en prácticamente todas las sociedades humanas desde los albores de la especie. Nosotros hemos desplegado un gran tabú a su alrededor, pero a la que tenemos hambre de verdad y no hay otro recurso, nos entregamos a la antropofagia como tupinambas.

En los naufragios ha sido corriente aplicar la ley del mar, o sea comerse al superviviente con peor suerte. También se ha dado canibalismo en expediciones perdidas (como la de Franklin), hambrunas y situaciones bélicas extremas. Un ejemplo moderno es el largo y terrible asedio nazi de Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial, donde el consumo de carne humana se hizo tan conspicuo que pasar por según qué barrios te hacía candidato al menú del día. Y se podría argüir -lo hicieron los paganos romanos- que el cristianismo está centrado en un verdadero acto de antropofagia: la Eucaristía (a la que por cierto aludieron varios de los supervivientes del accidente de los Andes para justificar su decisión).

Esta misma semana he podido observar entre las colecciones etnológicas que se exhiben en el Humboldt Forum de Berlín en impactante Autorretrato con 12 discípulos del artista de origen samoano Greg Semu, nacido en 1971 en Auckland. En la imagen, parte de la obra La última cena caníbal, porque mañana nos haremos cristianos, Semu se retrata como un salvaje Cristo semidesnudo y tatuado, rodeado de otros indígenas, incluidas mujeres con el pecho al aire, en un provocador y polisémico remedo de La última cena de Leonardo y frente a un plato que contiene lo que parece un cerdo asado...


El Pais. Cultura. Sábado 23 de diciembre de 2023

sábado, 16 de marzo de 2024

Odisea cósmica

Mi nombre es Ruthye Marye Knoll. Tú mataste a mi padre… ¡Prepárate para morir!



JOSÉ LUIS VIDAL

10 Marzo, 2024 

La joven protagonista de esta historia abandonó la infancia de la manera más dramática y súbita que podemos imaginar, contemplando el inerte cuerpo sin vida de su progenitor que, tras unas palabras con un tipo de poco fiar, un tal Krem, había sido asesinado sin ningún tipo de miramiento.




Supergirl: La mujer del mañana

Guion: Tom King

Dibujo: Bilquis Evely

Color: Mateus Lopes

Tapa dura

Color

224 págs.

28,50 euros

ECC Ediciones

La única prueba de la maldad del agente real se encontraba clavada en el pecho del finado, en forma de afilada espada, arma que desde entonces la joven Ruthye portaría consigo hasta que consiguiera dar con el criminal.

Lo que ella desconocía era que, más allá de la casa donde se crio, el mundo era terriblemente duro y engañoso, y tras intentar conseguir la ayuda de un traicionero cazarrecompensas, la fortuna y el azar la rozarían, ya que en una taberna su destino iba a cruzarse con el de cierta joven kriptoniana que estaba celebrando su veintiún cumpleaños.

Sí, sin querer entrar en más detalles, ya que este viaje merece que lo realicemos con ojos nuevos, Supergirl se convertirá en esa compañía que, a través de un buen puñado de mundos, todos muy diferentes entre sí, ayudaría a la joven en su búsqueda.

Pero claro, las cosas no les van a ser nada fáciles, ya que para que Kara pudiera celebrar del todo su aniversario tuvo que exponerse a un planeta donde hubiera un sol rojo, hecho éste que la convierte en casi humana, con sus poderes desvanecidos y acompañada por el fiel can Krypto que se encuentra en la misma situación, por lo que el primer cara a cara va a ser de lo más dramático y mostrará a la superheroína el verdadero y cruel rostro del escurridizo Krem, que la convierte a ella y a su perro en auténticos alfileteros…

Nada será fácil en este periplo, y por muy lejos que se encuentren en el cosmos, iremos repasando el viaje con la prosa en forma de diario de Ruthye, que arribará con su compañía en lugares que esconden oscuros secretos y otros donde la supervivencia es una quimera, aunque poco a poco irán estrechando el cerco sobre su perseguido que, en un momento dado, necesitará la ayuda de unos inesperados cómplices de maldades.

Hay ocasiones en los que algunos equipos creativos parecen tocados por una invisible varita mágica, consiguiendo gracias a la conjunción de sus talentos crear una historia única, que va a perdurar en el tiempo como un auténtico clásico moderno. Y Tom King, junto a Bilquis Evely lo han conseguido, mostrándonos a Supergirl como nunca antes la habíamos visto, enseñando esos otros perfiles que no suelen verse en los cómics de superhéroes, ya que aquí habrá momentos para el cansancio, la fragilidad, el dolor… Pero también para el humor y sobre todo el compromiso, la valentía de unas protagonistas que llegarán a saber que tal vez la venganza no lo sea todo.

O tal vez sí.

Destacar, como no podría ser de otra manera, el apabullante trabajo de la brasileña Bilquis Evely que, apoyada por el color de Mateus Lopes, consiguen trasladarnos desde la primera página a esos otros mundos, con un estilo gráfico espectacular, muy personal, poseedor de un bello barroquismo, que llevó al éxito a este cómic en el que, como ya nos tiene acostumbrados, el guionista Tom King sabe enseñarnos esa otra cara, más humana, de estos personajes de ficción.

Abrochaos el cinturón, ya que este viaje va a comenzar, y os aseguro que no tiene desperdicio.

Malaga Hoy

viernes, 15 de marzo de 2024

La princesa robada

Un misterioso caso llama a la puerta del mejor detective de la ciudad, Slam Bradley, y le cambiará para siempre

JOSÉ LUIS VIDAL

09 Marzo, 2024

Gotham, una peligrosa urbe en la que más vale no transitar por sus calles a ciertas horas, ya que te puedes cruzar con lo peor de sus bajos fondos o, incluso con algún destacado miembro de esa temible y terrible galería de enloquecidos villanos que le hacen la vida imposible al Caballero Oscuro.

Pero, ¿esto ha sido siempre así?




Gotham City: Año Uno

Guion: Tom King

Dibujo: Phil Hester, Eric Gapstur

Color: Jordie Bellaire

Tapa dura

Color

192 págs.

26 euros

ECC Ediciones


Retrocedamos hasta el año 1961, en la que una floreciente economía ha hecho de Gotham un lugar perfecto para residir, ya que la tranquilidad y seguridad de sus barrios se ha impuesto a base de mano dura. Y es que cuenta con un cuerpo de policía, comandado por el comisario Huff cuyo cometido, en ocasiones de manera harto expeditiva, es que el crimen sea eliminado de raíz, obteniendo por ello el aplauso de sus felices conciudadanos.

Mas esta tranquilidad se va a ver muy alterada con un suceso incomprensible e inesperado: el rapto de Helen, la pequeña heredera de la principal estirpe de Gotham, los Wayne… Y justo aquí comienza el relato, en primera persona, del protagonista, involucrado en un caso desde el momento que una chica negra llega a su despacho y le entrega un sobre y cien dólares por sus servicios. Sin él saberlo aún, se convertirá en el peón de una oscura trama, conocerá a los afligidos padres de la pequeña, Constance y Richard, que comparten (en apariencia) el dolor por la desaparición de su hija, y están dispuestos a lo que sea para recuperarla con vida y que regrese a sus brazos sana y salva.

Pero claro, los que ya estéis acostumbrados a disfrutar de un buen relato del género noir sabéis de sobra que nada es lo que parece, y como ya les ocurrió en multitud de ocasiones tanto a Philip Marlowe como a San Spade, famosos detectives nacidos de la imaginación de Dashiel Hammet y Raymond Chandler, el protagonista de este cómic, Slam Bradley, va a transitar por un camino repleto de medias verdades, falsedad, odio, femme fatales, racismo y mucha, mucha violencia.

Y es que en este cómic no hay un solo misterio que resolver, sino que además seremos testigos de la diferencia, el insondable abismo que separa a los habitantes del barrio sur de la ciudad, poblado por una mayoría de habitantes de color, que Sam conoce como a la palma de su mano, y el resto de Gotham.

La terrible lacra del racismo va a impregnar toda y cada una de las páginas de este cómic, en el que su guionista, Tom King, uno de los grandes nombres del cómic-book norteamericano actual, ha entendido a la perfección (como ya hicieron en su momento Frank Miller, Ed Brubaker o Greg Rucka) el tipo de historias que mejor funcionan en la Ciudad del Crimen, y en ningún momento vamos a ver capas ni supertipos pululando entre sus edificios.

Para ello, esta historia requería del trabajo de un dibujante totalmente alejado del llamado 'canon superheroio', y qué mejor elección que el talentoso trío formado por Phil Hester a los lápices, Eric Gapstur en la tinta y Jordie Bellaire aportando su personal paleta de colores, introduciéndonos a la perfección en los diferentes ambientes y situaciones, ya sean la suntuosa mansión de los Wayne, o los barrios bajos con sus sórdidos callejones, y los animados clubes de jazz , en un apasionante relato en el que nos aguardan varias sorpresas, y alguna que afecta directamente al protagonista.


Malaga Hoy


miércoles, 6 de marzo de 2024

Villanos como nosotros

El fin de todo lo que conocemos se acerca, y solo ellos podrán detenerlo


JOSÉ LUIS VIDAL

05 Marzo, 2024 

Una terrible tormenta, como nunca se había conocido, está arrasándolo todo a su paso. Nada queda en pie. Ciudades, pueblos, sus habitantes, caen eliminados sin piedad, atrapados en su inmisericorde vórtice de destrucción.




La Frontera

Guion: Jacopo Paliaga

Dibujo: Alessio Fioriniello

Tapa blanda

Blanco y negro

224 págs.

18 euros

Nuevo Nueve


Los habitantes del pueblo llamado Caldwell miran hacia el horizonte y respiran aliviados al constatar que este oscuro fenómeno se ha detenido a las afueras del lugar.

¿Ha llegado el final o es simplemente una tregua?

La respuesta parecen tenerla cinco forasteros que, con su sola presencia, alterarán la frágil paz que reina en el lugar. Y es que ellos sí que saben lo que ocurre, y han llegado allí con un claro propósito…

Comandados por la rubia y bella Jane, sobre cuya cabeza revolotean dos cuervos que se transforman en sus letales armas cuando es necesario; Butch, un antiguo y cruel sheriff que carga con unas cadenas y un letal puño metálico, recordatorio de todo el daño que infringió en el pasado; Clint, un tipo que usa la ironía, además de sus temibles poderes, y cuya lascivia parece no tener límites físicos; Kaya, una indígena que guarda en su interior una dolorosa deuda que hará pagar, tarde o temprano y, finalmente, el miembro más extraño del quinteto, Notte, un ser de apariencia humana, que levita y parece ser la más poderosa del grupo.

Ellos son La Frontera.

En respectivos flashbacks conoceremos el origen de cada uno, cómo en los momentos más extremos, se cruzó en su camino un tipo de eterna y aterradora sonrisa, impecablemente vestido de blanco y con quien todos han firmado un ominoso contrato que sí, les otorga poderes, pero a cambio de realizar la tarea que Mr. Bone les encarga…

En medio de la violencia, de lo inesperado, surgirá algo, un cambio de rumbo que hará que el argumento de esta apasionante historia ponga a sus protagonistas en la mira del que hasta ahora ha dirigido sus pasos. La rebeldía e incumplimiento de los pactos es lo que tiene.

Con La Frontera nos encontramos con un pastiche, una hábil mezcla de géneros como son el western y el de los personajes con superpoderes, aunque en esta ocasión visto desde la óptica de los villanos. El lado oscuro siempre ha sido más atractivo, obviamente.

Pero la cosa no queda ahí, ya que formato y el estilo gráfico de su dibujante, Alessio Fioriniello, remiten directamente al manga japonés, el formato que triunfa en nuestro país y en Francia.

Junto a él, completando el tándem autoral, Jacopo Paliaga, que escribe un argumento tan loco y divertido, violento, y que al final de esta primera entrega nos deja con ganas de saber más sobre todos los misterios que se han colocado ante nuestros ojos de lectores.

Y es que esto, amigos, no ha hecho más que empezar.


Malaga Hoy

martes, 5 de marzo de 2024

El desdichado barco de la isla de Luf

EL FARO DEL FIN DEL MUNDO / JACINTO ANTÓN


El barco de la isla de Luf, en el Humboldt Forum (Berlín)./ JÖRG CARSTENSEN (GETTY)

Hasta ahora pensaba que el barco más infeliz del mundo era el de mi cuñado, La perla negra como le llamábamos su tripulación de corso y que, tras naufragar en el artero arrecife de Chipiona, se descompone en un astillero en Galicia en espera de desguace. En el ínterin, el velero ha perdido, por enfermedad, tras el contramaestre Eusebio, a otro de sus tripulantes, Nacho —tan valeroso en el naufragio y tan gran tipo—, con lo que la lista de bajas ya es digna de la Surprise tras enfrentarse al Acheron. En comparación, la famosa nave con batanga (que no es un ritmo caribeño sino el estabilizador, balancín o flotador lateral) de la isla de Luf podría parecer una embarcación feliz. Ni mucho menos.

Está anclada en una de las salas más espectaculares del flamante Humboldt Forum de Berlín, al que han ido a parar las formidables colecciones etnográficas del Ethnologisches Museum de Berlin-Dahlem, que se han desplegado en su nuevo y espacioso hogar en plena polémica sobre la descolonización de los museos. El barco de Luf navega en medio de esa tormenta.

Cuando lo observas por primera vez, en el área dedicada a la navegación en Oceanía, el corazón te da un brinco. El barco, una enorme canoa melanesia de más de 15 metros de largo, dos palos con velas de estera rectangulares y batanga unida con una gran plataforma, parece salido de una novela de aventuras o de las viñetas de La balada del mar salado (Norma, 2006), de Hugo Pratt, la primera historia de Corto Maltés. Casi oyes tambores, cánticos y el rítmico golpear de los remos en las olas mientras imaginas cómo avanza la nave orlada de espuma. De hecho, el mundo en que se construyó el barco de Luf era muy similar al del álbum de Pratt, cuando surcaban esa zona del Pacífico los cruceros y cañoneras del Káiser.

El barco, de finales del XIX, procede de Luf, la mayor de las 12 islas Hermit (Ermitaño), en el archipiélago de Bismarck, actualmente integradas en el Estado de Papúa Nueva Guinea pero entonces parte del protectorado alemán de Deutsch-Neuguinea.

Dan ganas de subirse al barco y partir en busca de la isla La Escondida, las Fiyi, Tonga, Samoa, y al fondo a la derecha, pasada Pitcairn, Pascua. O de merienda con Viernes. Desafortunadamente para los mitómanos, a diferencia de la Kon-Tiki —la legendaria balsa de Thor Heyerdahl— en su museo de Oslo, en este caso no es posible meterse de polizón, ya que la borda es muy alta. Pero cuando conoces la historia de la embarcación se te pasan las ganas de fiesta.

El Luf-Boot, como le llaman los alemanes, es un precioso navío construido sin un solo clavo (ensamblado con fibras vegetales), decorado con motivos marinos y simbólicos y heredero de una tradición de tecnología naval que se remonta a miles de años. Con el barco de Luf, que tenía capacidad para llevar, con velas o remos, a 50 viajeros o guerreros, estamos en el mundo de los increíblemente diestros navegantes del Pacífico sobre los que nos instruyó David Lewis.

El barco de Luf parece estar flotando en la sala del Humboldt Forum y es de entrada, como decía, una visión animosa y estimulante cuando llegas después de visitar las salas en las que se presenta con gran aparato crítico el material saqueado en las colonias alemanas de África. Sin embargo, la historia de la embarcación es un drama de aúpa. Construida hacia 1895, fue la última de su clase y cuando quisieron botarla los habitantes de la isla de Luf se encontraron con que eran demasiado pocos para hacerlo. La población había sido diezmada —por las expediciones punitivas alemanas y las enfermedades traídas por los europeos en su cóctel de civilización y sifilización— hasta tal punto que no había gente suficiente para llevar un barco tan grande hasta el mar. La gran canoa debía ser el barco funerario de un jefe recientemente fallecido, Labenan, para su entierro en mar abierto, pero al ser imposible arrastrar la nave no se pudo cumplir esa piadosa tarea.

El barco abandonado fue adquirido de manera turbia en 1903 por el empresario colonial Max Thiel y vendido al Museum für Völkerkunde de Berlín, antecesor del Museo Etnológico. Se le critica ahora al Humboldt Forum exponer la embarcación, que se ha llegado a calificar de “memorial de los horrores de la época colonial alemana” y similar a las propiedades robadas por los nazis, y no devolverla. Aunque el Museo Nacional de Papúa Nueva Guinea, en Port Moresby, ha declinado pedir el navío, que considera un embajador de las culturas del Pacífico y buen reclamo turístico, es difícil no estremecerse ante la embarcación varada en Berlín.

Asomado al barco de Luf, la maravillosa y desgraciada nave que nunca pudo navegar por falta de brazos, ya no ves sólo la gran aventura de los marinos del Pacífico, sino el corazón de las tinieblas, que está en todas partes.


El País. Cultura. Sábado 3 de Febrero 2024

Donde Shakespeare hace la guerra

El faro del fin del mundo / Jacinto Antón

Ya es curioso que alguien que ha expresado el amor como nadie también haya hablado como ningún otro de la guerra. Claro que resulta menos sorprendente si ese alguien es Shakespeare. Es dificil escoger una de sus grandes frases sobre la guerra, desde las célebres de Enrique V en la inflamada arenga a su pequeño ejército en Azimcourt, el día de San Crispín, "We few, we happy few, we band of brothers", "nosotros pocos, felices pocos, hermanos de sangre", hasta lo no menos icónica de Marco Antonio en Julio César: "Cry ¡havoc! and let splip the dogs of war", "grita '¡devastación!' y suelta a los perros de la guerra". Pensaba en eso el miércoles en Londres mientras me dirigía al National Army Museum (NAM), el museo militar en Chelsea, donde puede visitarse (hasta el 1 de septiembre) la exposición Shakespeare and War, Shakespeare y la guerra.

Laurence Olivier, en un momento de Enrique V

No todo ha de ser la Tate. El NAM, en el que vuelve a exhibirse el maniquí con ropa de Lawrence de Arabia que ha estado un tiempo de baja (¡hosanna!), es el único museo que conozco en el que puedes tomar el té con un helicóptero de combate Westland Lynx al alcance de la mano y sumergirte en las guerras victorianas como si tuvieras en Las cuatro plumas, La última carga o Zulú. Tal y como está hoy el mundo, un museo militar -con un tanque Challenger 2 en la puerta y una decena de Cruces Victoria auténticas en las vitrinas -parecería no tener mucho gancho, pero pensar eso es no conocer a los británicos. La exposición es pequeña pero muy sugerente. Se destaca de entrada que Shakespeare estaba avezado en las cuestiones militares hasta el punto de que no se descarta que pudiera haber sido soldado. En 26 de las 38 obras de Shakespeare la guerra aparece en primer plano o como referencia. El escritor describió campañas y batallas, desde la guerra de Troya a la de las Dos Rosas (seis obras), pasando por las guerras civiles de la Antigua Roma y la de los Cien Años. Entre sus personajes se cuentan guerreros militares reales y ficticios como Aquiles, Coriolano, Julio César, Marco Antonio, Tito Andrónico, Macbeth, Hotspur, Enrique V, Juana de Arco, Ricardo III, Hamlet (padre) y Otelo; hizo hablar en el escenario tanto a líderes como a soldados de a pie como el abanderado Pistol. Desde que se estrenaron, las obras de Shakespeare, recalca la exposición, han cobrado incluso mayor significado cuando Gran Bretaña ha ido a la guerra, sirviendo de inspiración, ejemplo y consuelo a militares y civiles.

Las guerras napoleónicas vieron una abundante utilización de Shakespeare, al igual que las victorianas. Durante la Segunda Guerra Mundial, más allá de su eco evidente en los discursos de Churchill, Shakespeare se convirtió en un símbolo de la resistencia de la cultura y los valores amenazados por los nazis. Y como parte de la propaganda de guerra hay que ver la patriótica adaptación cinematográfica de Enrique V por Laurence Olivier (1944). La exposición tiene uno de sus más interesantes apartados en el de los conflictos recientes y de qué manera han influido en adaptaciones teatrales de Shakespeare, de Irak a Ucrania. En la muestra se echa a faltar a Flastaff, el antihéroe en el que el Bardo representó el contrapunto a la épica y el valor de Enrique. Falstaff, el hombre del gran discurso de la sana cobardía y que proclama su escéptico catecismo sobre la guerra en el campo de batalla de Shewsbury antes de salir por piernas: "¿Qué necesidad tengo de meterme donde no me llaman?¿Qué es el honor? Una palabra. ¿Quién lo posee? El que murió el miércoles". Unas palabras muy convenientes para rebajar el entusiasmo cuando paseas por el museo entre redobles de tambor, valientes húsares y lanceros de Bengala.


El Pais.Cultura. Sábado 17 de febrero de 2024

lunes, 4 de marzo de 2024

Alejandro Jodorowsky, los 95 años de un autor de culto

por Jorge Morla

El escritor y artista Alejandro Jodorowsky, en su casa de París. Foto: Samuel Aranda.

Hollywood prepara la adaptación cinematográfica de ‘El Incal’, el más célebre cómic del escritor, cineasta, autor de cómic y psicomago chileno Alejandro Jodorowsky.

Hay muchas excusas para entrevistar a Alejandro Jodorowsky (Tocopilla, Chile, 1929). En breve vuela a Los Ángeles para inaugurar una exposición conjunta con su mujer (Pascale, con la que vive desde hace 20 años) en la galería BLUM. Allí asistirá también a la American Cinematheque, que prepara una retrospectiva de sus películas, y visitará a los responsables de la adaptación al cine de su obra maestra del cómic, 'El Incal'.

Entretanto, busca financiación para su siguiente película, 'El viaje esencial'. Acaba de publicarse su último libro, 'De la psicomagia al psicotrance', en Francia, donde se ha agotado en dos semanas. En mayo viajará a España para presentar el libro y dar una charla en la escuela de artes TAI de Madrid. Es decir, no para. Pero para justificar la charla quizá baste la excusa de que, pese a su lucidez y a su agenda, su carné de identidad dice que tiene 95 años.

El creador de la psicomagia recibe en su piso de París, atestado de montañas de libros. ¿Cómo está? “Mmmm… Estoy”. ¿En qué anda metido? “Hago lo que quiero hacer y no lo que otros quieren que haga”. ¿Es libre, entonces? “Soy libre, sí. Hasta cierto punto”.

¿Y es feliz? Aquí comienza el mambo: “Bueno, si yo me considero feliz, entonces no soy feliz; me estoy viendo, me divido en dos. Alguien que se observa se divide en dos: no ha vencido a su ego”. ¿En qué anda trabajando? “¡Tengo 25 proyectos en marcha!”. ¿Y cómo lleva la edad? “Hago 95 años. ¡Y hablo y pienso! Es una maravilla estar vivo”.

¿Y a su edad... piensa en el mañana? “A los 95 uno estira la pata”, suelta, y se queda pensando. “¿Por qué esa expresión…? Estirar la pata… caminas, te vas a otro sitio”, reflexiona. “Es posible que la muerte no exista, que sea un mito nuestro. La verdad no existe en este planeta, solo los caminos a la verdad.

¿Por qué me voy a considerar una persona que va a morir? Sí me considero una persona que va a cambiar. Pero si he desarrollado un espíritu, ese puede quedar, y ese puede ser eterno”. Y la pregunta que formula en voz alta queda resonando en la sala: “¿Por qué no atreverse a luchar para conquistar la eternidad?”. Por qué no.

De todos esos proyectos en los que anda metido, quizá el que más repercusión mediática ha levantado es la adaptación cinematográfica de El Incal (1980, guionizado por él y dibujado por Moebius) que prepara el cineasta Taika Waititi (Jojo Rabbit, Thor: Love and Thunder). "Al final la va a hacer Hollywood. Y eso que yo siempre hablé mal de Hollywood; pero ahora hemos visto decaer Hollywood. Se han alimentado de los cómics, pero ha terminado incluso la moda de los superhéroes. Por eso se puede hacer la película ahora”.

Con 'El Incal', Jodorowsky cede las riendas de su obra para adaptarla, pero hubo un momento en el que estuvo en el otro lado. A mediados de los setenta del siglo pasado preparó la adaptación de Dune, malograda, pero en la que intervinieron H. R. Giger, Pink Floyd o Dalí.

La mejor película que nunca llegó a rodarse, la han definido muchos. “¿Has visto el documental 'Jodorowsky’s Dune'? Yo hice lo que yo quería con 'Dune'. Ahora es tiempo de que Waititi haga lo que quiera con 'El Incal'”. Está dispuesto a pasar al otro lado del espejo: “'El Incal' ya no es mío”.


Jodoroswky es autor del cómic 'El Incal'.

Cine, literatura, cómic, música, artes plásticas. Pero todo ello gravita en torno a otra cosa: el tarot. Redescubridor del Tarot de Marsella, que reclama como único, verdadero, ha ligado su vida a los arcanos mayores, que para él son “un método de conocimiento y de acceso al inconsciente”. Resuena el místico: “Yo sé cosas que no sé. Mi cerebro está en el inconsciente, en la unión de todas las familias, de todos los universos”, y se señala la cabeza: “Lo que llevamos aquí dentro es inimaginable. Es lo que nos guía”.

¿El mundo de hoy da la espalda al inconsciente? “Se la daba, hasta Freud, que, sin embargo, cometió un terrible error: pensar que el inconsciente era nefasto. Jung, su alumno, descubrió otra cosa: que está unido con todo. Que hay un milagro en cada ser”.

El trabajo de Jodorowsky es indisociable de la interdisciplinariedad. ¿Cómo define el arte? “El arte no es la verdad, es una búsqueda de la verdad. Es abrir una ventanita al inconsciente”. En ese viaje inconsciente primero vino la psicomagia: “Es abrir los límites, para que aparezca en ti la riqueza que tú tienes. Y qué hacer con ello para sanarte, para eliminar el sufrimiento”.

“El tarot va a explicarte quién eres”, abunda. “Cuando abandonas la enfermedad de no conocerte entras en el psicotrance”. Es el centro de su último libro. “Psicotrance es poner de lado las definiciones. Las palabras, los idiomas. Cesar de pensar sin convertirse en un idiota. Al punto de que puede lograr cosas maravillosas: se puede curar a otro ser”.

El libro expone 80 casos de curación a través de la psicomagia, su gran descubrimiento. ¿Cómo la define? “La psicomagia es la aplicación del inconsciente a la curación”. Siempre la practicó de manera gratuita, como el tarot, que echó durante 10 años en el café debajo de su casa, al que peregrinaba gente de todo el mundo.

A aprender de él han ido personalidades de toda índole, de Dennis Hopper a David Lynch, pasando por Kanye West o Darren Aronofsky, prueba de la huella que ha dejado en la cultura del siglo anterior y la de este.

¿Cómo ve el mundo del futuro? Pues es optimista. “Hace tres años se sentía la catástrofe. Pero ahora hemos salido, veo un cambio en la juventud. Se está preparando el cambio, viene un año de creatividad. El ser humano está mejorando”, cree. Y en lo personal, lo repite: “Estar vivo es maravilloso”.

Dos horas de conversación (tirada mediante) dan para resumir una vida. ¿Hubiera hecho algo diferente? "¡Todo!". Salió de Chile a los 24 años: "No me convenía, no era para mí". Ha vivido en Francia, en Estados Unidos, en México. Destaca un hecho luminonísimo: "A los 76 años me encontré con Pascale". También ha sufrido la negra espada del tiempo. "Tengo dos hijos muertos, y dos vivos. Es dura la vida, ¿eh? Pasan cosas que ni te sospechas que van a pasar. Pero ahí vamos". Ahí vamos. "No estoy muy seguro de llegar a mi cumpleaños", dice, socarrón. La entrevista tuvo lugar el martes. "Hasta las doce del mediodía del sábado son cuatro días. Pero pueden ser una eternidad... hasta que llegue no estaré tranquilo", ríe. Pero el sabado, puntual, ha llegado. Y Jorodowsky ha llegado a los 95.


El Pais. Cultura. Sábado 17 de febrero de 2024



Constantinopla: la puerta de San Romano está a desmano

El faro del fin del mundo / Jacinto Antón



Desayunábamos fuerte en la embajada y navegábamos el Bósforo entre Europa y Asia hacia el mar de Mármara, observando volar y zambullirse a los cormoranes, para desembarcar luego en la entrada del Cuerno de Oro y pasear por el corazón de Estambul antes de quedar a comer con amigos. Aunque parezca mentira, este ha sido el plan que hemos tenido unos días Guillermo Altares y yo, convertidos en la extraña pareja y pellizcándonos (cada uno a sí mismo) para creernos que era verdad, tú, que nos habíamos colado en una vida tan distinta a la nuestra habitual. “Oye, ¿no te sientes como un personaje de Lawrence Durrell?”, decía Guillermo, acodado tan ricamente en la barandilla de la motonave, chupando displicentemente una delicia turca mientras veíamos pasar embajadas, mezquitas, puentes y palacios (y baqueteados cargueros ucranios procedentes del mar Negro) en nuestra tranquila singladura desde Büyükdere. La bandera turca flameaba a popa poniendo una nota de rojo, luna y estrella en la lenta espuma de nuestra estela.

Pues sí, ya quisiéramos ser gente de esa, Darley, Mountolive o Pursewarden, aunque cuadrábamos más en la categoría de personajes pillastres de Eric Ambler, que no en balde escribió (además de La máscara de Dimitrios) La luz del día, llevada al cine como Topkapi, que era uno de los sitios ―el palacio― que, precisamente, íbamos a visitar. Vamos, que sólo nos faltaba Akim Tamiroff en el grupo.

Habíamos viajado a Estambul no para robar la daga de Mahmud I (inicialmente), sino para una actividad organizada por la Embajada de España en Turquía: una conversación sobre periodismo cultural que se desarrolló en el Instituto Cervantes de la ciudad. Nos alojábamos en la residencia de verano de la embajada, uno de los edificios diplomáticos más bellos de Estambul, un palacete de 1854 obra de los hermanos Fotassi con vistas al Bósforo y maravillosamente decadente. Dado que el anfitrión, el embajador Javier Hergueta, promovió un dress code y un ambiente desenfadados (sin etiqueta alguna ni Ferrero Rocher) nos sentimos como en casa (¡y qué casa!). Más aún porque tomando una copa en el jardín, Hergueta me explicó que allí mismo había estado el almirante Canaris, el jefe de la Abwehr, la inteligencia militar del III Reich (y había empezado su caída a raíz de la defección del matrimonio Vermehren, llevados por un submarino británico).




Una imagen del Bósforo en Estambul.Matteo Colombo (Getty Images)

Hergueta sabe cómo captar tu interés, ya sea hablándole a Guillermo de Mladic o de los misiles Patriot o a mí de Lola, una camella terca que tenía durante su destino en Yemen y a la que trataron infructuosamente de lavar con champú Raíces y Puntas los miembros de las fuerzas especiales que protegían la embajada. Me contó que entonces tenía hasta 66 hombres armados y le dije que, caramba, podría haber aprovechado para hacerse allá abajo un reino propio, como Brooke, Mayrena o Dravot: no pareció sorprenderle la idea. Dado que en la residencia estaban también el agregado cultural, José Luis Martín-Yagüe; el jefe de prensa y consejero de diplomacia pública, Gregorio Laso, y la escritora y poeta Rosa Cuadrado, autora del precioso libro Estambul inesperado, realmente la atmósfera era muy durrelliana, aparte de la estupenda tortilla de patatas de la embajada y que difícilmente se reunirían en toda Turquía tantos admiradores de Lawrence de Arabia.


José Luis comentó que había visto un jaguar (en la selva amazónica, no en Estambul) y lo sabroso que es el pangolín asado, y no sé quién recordó que los eunucos imperiales turcos se reconvirtieron con Atatürk en cobradores de tranvías. Ese era el ambiente. En fin, por la mañana, como decía, bien desayunados, nos íbamos a nuestros compromisos Guillermo y yo, que consistían en ver todo lo que nos apetecía de Estambul. Tomábamos un ferry que parecía salido de un álbum de Tintín y pasábamos casi dos deliciosas horas navegando frente a las preciosas villas del lado europeo, con las pardelas rozando con las alas las cúspides de plata de las olas, hasta llegar al muelle de Eminonu y desparramarnos en busca de alegrías, culturales por supuesto. “Os doy la ciudad para que la disfrutéis como un banquete”, animó el Conquistador a sus soldados, arengándolos para el último asalto: ese era el espíritu.


En Santa Sofía el ambiente ha cambiado mucho desde que Erdogan la ha convertido en mezquita (hasta agosto de 2020 era un museo). Curiosamente, ha perdido solemnidad y la fea moqueta verde le da un aire como del Sónar, más aún porque la gente se estira como si estuvieran de pícnic. Pasada la Sublime Puerta en obras visitamos el estupendo Museo Arqueológico y luego entramos en el palacio de Topkapi, más atraídos por la armería que por el serrallo (hay que pagar una entrada extra y ya no hay odaliscas). Vimos en la primera hermosas espadas, entre ellas la de Mehmed II (de tan mal recuerdo para su bella esclava Irene), mazas, arcos, escudos, cascos… Y fuera, en los jardines, junto a cornejas cenicientas y gorriones, los omnipresentes minás comunes, esos bonitos pájaros asiáticos de pico y anteojos amarillos. En cambio, no encontramos el célebre manto del Profeta, ausente sin explicación de su vitrina en las salas de Reliquias. Cruzamos al lado asiático de la ciudad luego para una comida con los periodistas Andrés Mourenza y Mikel Ayestaran, de los que te sorprende, vistas su capacidad de análisis y su valentía ante los riesgos (Mikel se volvía ya a Kiev, vía Moldavia) no sólo tener el mismo oficio, sino pertenecer a la misma especie.




Vista del Bósforo desde un ‘ferry’ en Estambul.Anton Petrus (Getty Images)

Bueno, pero yo también iba a hacer periodismo de guerra. De guerra algo vieja por eso. Entre mis muchos planes B para el viaje estaba satisfacer una de mis obsesiones constantinopolitanas: encontrar y visitar por fin uno de los tramos de la antigua muralla en la que hubo más trajín cuando cayó la ciudad en la nefasta fecha (no para los turcos) del 29 de mayo de 1453. La puerta de San Romano está a desmano y cuando recorres la muralla de Teodosio, que cierra el lado de tierra de Estambul, seis kilómetros entre el mar de Mármara y el Cuerno de Oro, todo el paño te parece igual. Conseguí arrastrar conmigo a Guillermo, José Luis, Gregorio y Seljuk, los cuatro con la guardia baja después del almuerzo. Yo es que es llegar a Estambul y enloquecer con la muralla como otros con la comida turca. He visitado varios lugares importantes, pero la puerta de San Romano (o del cañón) es la zona cero poética del asalto: donde el último emperador bizantino Constantino Paleólogo echó el resto y cayó peleando, y donde se produce el momento culminante de El ángel sombrío, la hermosa novela de Mika Waltari sobre la caída de Constantinopla.

Tras confundirnos varias veces, acabamos dando con la puerta, el Last Stand del postrer porfirogeneto de la última Roma. En el acceso de la puerta, desde dentro de la muralla, se alzan a lado y lado dos impresionantes estatuas de guerreros turcos, jenízaros, para dar el ambiente marcial que resta, en cambio, un vecino jardín público. La gente, que desciende del tranvía afuera, atraviesa el paso sin prestar ninguna atención. Esa puerta que marcó tantos destinos. Hay muchos gatos, gatos de Estambul, de aire recio y resabiado. Mis acompañantes deambularon sin tampoco especial emoción. Mientras, yo apuraba el tiempo que me era concedido (como hizo Juan Angelos) degustando cada minuto, releyendo los pasajes de mi viejo ejemplar de la novela de Waltari. “Nos encontramos en la puerta de San Romano como prometiste, ni siquiera sabía dónde se hallaba, pero el destino me ha traído a ella”. Aleo e polis!, la ciudad está perdida, redoblan los tambores de los jenízaros y refulgen sus cimitarras rápidas como el rayo. En el terreno fuera de la muralla una mujer vació una bolsa llena de pan viejo y cientos de gaviotas se cernieron sobre ella y se lanzaron a tierra entre grandes chillidos. Las alas subieron y bajaron como los gorros de los jenízaros, atravesando la brecha de la muralla y la puerta de San Romano.

Más tarde fuimos al Instituto Cervantes. Hablamos ante un público muy entregado y amable de la teoría y la práctica del periodismo cultural, de sus grandezas y miserias. Nos pusimos serios e hicimos reír (bastante). Contestamos algunas preguntas -¿cuál ha sido su peor experiencia?, ¿el entrevistado más difícil?, ¿qué piensa de la IA?- y el “conversatorio” se cerró con aplausos, cosa que no dejó de sorprendernos. Rematamos la velada en una de las célebres pastelerías de la calle Istiklal ante unas tartas del tamaño de los proyectiles del cañonero de Mehmet, Orban. Pero nada pudo endulzar el hecho de que el bolo se acababa, y de que nos marcharíamos de Estambul dejando sólo la huella de nuestra sombra en las calles de la ciudad, las piedras de las murallas, las aguas espejeantes del Bósforo y el recuerdo de los amigos.



El Pais Sábado 10 de junio de 2023

domingo, 3 de marzo de 2024

El caballo y el mono

Prepárense, lectores ávidos de emociones fuertes, porque este viaje al mundo de los sueños puede dejar permanente secuelas en sus retinas



JOSÉ LUIS VIDAL

29 Febrero, 2024

Si os hablo de Pepín López Cebolledo es bastante posible que así, a primera vista, no sepáis quién es. Chaval joven, de lustroso tupé, chupa de cuero plagada de chapas y parches, la mayor parte del tiempo metido en ambientes no demasiado recomendables y con unas amistades que para qué…





Los sueños del Niñato

Autor: Miguel Gallardo

Tapa dura

Color

112 págs.

25,90 euros

Ediciones La Cúpula


Junto a sus sufridos padres, claramente de origen sureño, vive en una barriada de San Adrián de Besós, caldo de cultivo para una generación que pasó por el infierno de las drogas y que muchos, por desgracia, no pudieron superar, quedándose en el camino.

El protagonista de este buen puñado de historias se niega a no meterse su chute diario, y cuando no tiene pelas para hacerlo es cuando la pesadilla, inevitable, le atrapa, llevándolo a paisajes desconocidos, en los que, como si de un títere se tratara, va a ir dando tumbos, con las pupilas dilatadas ante el alucinante y alucinado periplo al que se enfrenta.

Sí, Pepín es El Niñato, personaje ochentero nacido de la imaginación de dos grandes nombres del cómic patrio como Miguel Gallardo y Juanito Mediavilla, papis del menda en las primeras historias y al que Gallardo haría suyo por completo en el resto.

Gallardo, con una versatilidad gráfica que hace palidecer, nos va a coger de la mano, y de un fuerte tirón, introduce en una imaginaria galería, en la que junto al sudoroso protagonista, vamos a recorrer un universo de viñetas en las que el autor vuelca sus pasiones, múltiples guiños y a todos aquellos grandes nombres del Noveno Arte (y de los otros) a los que admira.

La cosa comienza con un tour, con mucho cachondeo, por el universo de La Casa de las Ideas, la Marvel yanqui, en la que el chaval se va a encontrar con los peores villanos, malos malosos de cuya influencia tan solo podrá huir gracias a la intervención de cierta familia compuesta por cuatro famosos miembros…

Pero no solo se llevará al protagonista a universos comiqueros ajenos, sino que el cine y las películas también tendrán un especial protagonismo en sus peripecias oníricas, ya sea la escalofriante, terrorífica Poltergeist o esa otra que muchos recordamos con cariño, y está protagonizada por un alienígena que tan solo quería regresar a su casssa.

Clásicos personajes de la literatura serán también utilizados para narrar las historias de este Niñato, como la oscura y violenta personalidad que se escondía en el interior del Dr. Jekill.

En el aspecto gráfico señalar que Gallardo va a utilizar diferentes técnicas, estilos de dibujo, para adecuarse a cada relato, convirtiendo los diferentes capítulos en una inesperada y gustosa experiencia, que van desde Heinz Edelmann hasta Vázquez. Casi nada.

Estos ejemplos son tan solo un aperitivo de lo que vais a encontrar en este tesoro de la historieta patria, que vuelve a confirmar (si es que hacía falta hacerlo) la genialidad de su autor, al que la enfermedad nos arrebató antes de tiempo, pero que nunca se irá de nuestro lado gracias a ésta, y muchas otras, de sus obras.

Y la editorial La Cúpula, que siempre ha sido el hogar de Miguel Gallardo, nos regala esta imprescindible edición, de gran formato, que incluye todo, todito el material protagonizado por este díscolo jovenzuelo, preso del chute y el síndrome de abstinencia en un mundo de pesadillas.


Malaga Hoy


La banda sonora de los derechos civiles

Una novela gráfica expone el papel del soul en la lucha contra la segregación racial en EE UU



Mar Padilla

Barcelona


La música es como un gran río: todo lo mezcla, y es dificil explicar su valor y su impacto. En 1946, en Estados Unidos la música de personas negras se catalogaba como música racial, hasta que Jerry Wexler, de Atlantic Records, consiguió cambiarlo con el nombre más amable de rhythm & blues. Por ese camino, se dice que el embrión del soul surgió un día de verano de 1954 en que Ray Charles escuchó por la radio la canción It Must Be Jesus, de The Southern Tones. Le gustó tanto que decidió versionarla, transformándola en I Got a Woman. Y causó ese tipo de shock que produce ver hacer algo que no se puede hacer: era una oda a una amante. Eran sólo los inicios, pero todo estaba ahí: la dureza y la alegría de los nuevos tiempos, la juventud, el dinero fresco, el incipiente negocio de la música negra en busca del fabuloso mercado del consumidor blanco y una progresiva búsqueda de justicia y libertad. Allí ya estaban el gospel y el rhythm & blues, que con los años se fue transformando en otro tipo de música: el soul, que acabaría siendo "la banda sonora de la lucha por los derechos civiles", subraya el escritor Manuel López Poy.

Junto con el ilustrador Pau Marfà, López Poy publica Soul. La novela gráfica (Redbook, 2023), un libro que narra el nacimiento, las vicisitudes y los triunfos de esa música en su tumultuoso contexto cultural, político y social. En la novela aparecen Sam Cooke, Solomon Burke, Etta James, Otis Redding, Aretha Franklin, The Supremes, Smokey Robinson, James Brown, entre otros. Y también aparecen Martin Luther King Jr, Los Black Panthers, Malcolm X o Mohammed Ali, que, mezclándose entre músicos y artistas, pelearon por la igualdad, contra el segregacionismo. "El soul era una música para disfrutar, pero a su vez evolucionó hacia connotaciones políticas claras", subraya López, que con Marfà ya publicó Blues. La novela gráfica.

El soul fue un altavoz de un mundo nuevo que permitió desarrollar una pujante industria de cantantes, compositores y sellos a su alrededor. En un principio cantaba a los placeres y los estragos del amor, pero conforme se iban sucediendo las luchas y las frustraciones, evolucionó hacia posiciones más políticas hasta canalizar el sentir y la rabia en las casas y en las calles, con canciones como Respect, de Aretha Franklin. "El reto estaba en retratar en pocas páginas un montón de años de música y contextualizar el soul, no hacer un libro de estampitas musicales", argumenta López.

El compromiso de esta música con la situación social podría fecharse en 1963. Fue cuando Bob Dylan  publicó Blowin in the Wind, que inspiró a Sam Cooke a componer A Change is Gonna Come tras sufrir un altercado al intentar registrarse en un hotel para blancos. El de Cooke, compositor, cantante, dueño de un sello discográfico y activista social, fue un acto de protesta que, ligado a muchísimas otras movilizaciones, abrió la senda para que se aprobara la Ley de Derechos Civiles. La nueva legislación, de 1964, prohibió oficialmente las prácticas discriminatorias en restaurantes, hoteles y teatros y puso fin a la segregación en escuelas, bibliotecas o piscinas. Un camino nuevo y luminoso que tuvo que enfrentarse a una sangrienta resistencia.

Marfà confiesa que preparando Soul le dio "una especie de ataque de nostalgia al ver que era una música que buscaba un cambio, una música de comunidad", dice. Ahora, tantas décadas después, los ecos del soul resuenan con una vitalidad y un aire de inocencia que casi rompen el corazón.


El Pais. Cultura. Sábado 2 de marzo de 2024

sábado, 2 de marzo de 2024

KOWLOON, LA CIUDAD NOSTÁLGICA DONDE NADA ES LO QUE PARECE Josep M. Berengueras



 

Kowloon Generic Romance

Jun Mayuzuki

Norma Editorial

Japón

Rústica con sobrecubierta

(4 vols. hasta la fecha)

208 págs. (cada vol.)

Blanco y negro más 2 o 4 páginas a color

Traducción: Laura García Alarcón

Obras relacionadas

Amor es cuando cesa la lluvia

Jun Mayuzuki

(Ediciones Tomodomo)

Maison Ikkoku

Rumiko Takahashi

(Planeta Cómics)

Solanin

Inio Asano 

(Norma Editorial)


Una de las mejores sensaciones que experimenta el ser humano al viajar a lugares desconocidos es, simplemente, observar tranquilamente, desde lejos, cómo se desenvuelve la población local: desde la terraza de un restaurante, desde la ventana del hotel o desde el traslado en transporte público, ver cómo una madre acompaña a sus hijos, un vendedor ambulante trata de alimentar a los transeúntes o como una pareja pasea cogida de la mano, no tiene precio. Esa sensación de cercanía con lo desconocido es lo que transmite la lectura de Kowloon Generic Romance, manga de Jun Mayuzuki comercializado por Norma Editorial, que mezcla a la perfección melancolía, costumbrismo, romance y algo de ciencia ficción. Un potente mix que merece lectura calmada, mente abierta y disposición a viajar mentalmente, y cuya lectura produce una sensación de satisfacción difícil de encontrar en el extenso abanico de opciones de cómics japoneses que se pueden hallar hoy en día en las librerías.

Como su nombre indica, Kowloon Generic Romance sitúa la acción en la extinta ciudad amurallada de Kowloon. Este lugar fue un asentamiento densamente poblado (llegó a registrar 50.000 habitantes en solo 2,6 hectáreas, es decir, ¡casi 2 millones de habitantes por km2!) situado en Hong Kong, de edificios altos, calles estrechas y presencia policial escasa —la pudimos ver en películas como Crime Story (Historia de un crimen) o en videojuegos como Shenmue 2—. Pero no, esta no es una historia de venganza o mafias, sino una historia de amor algo complicada.

La protagonista principal de Kowloon Generic Romance es Kujirai, una joven de mediana edad que reside en uno de esos apartamentos minúsculos que tantas veces hemos visto en el cine. Trabaja en la agencia inmobiliaria Wang Lai, donde comparte objetivos de venta con Kudo, un compañero aparentemente más preocupado por qué comer que por otra cosa. Rápidamente veremos la química que hay entre ambos personajes, pero también cómo se levantan ciertas preguntas que tardaremos en encontrar respuesta. Y, cómo no, en torno a los dos protagonistas se abre un círculo de personajes secundarios que dan forma a esta obra, a cada cual más variopinto.

Kowloon Generic Romance produce un efecto curioso en el lector. Mayuzuki, desde las primeras páginas, logra transportarnos a esa misteriosa ciudad, alejada de los estándares europeos, pero al mismo tiempo nos contagia la nostalgia que comparten los protagonistas por un pasado que no hemos vivido. Lo hace a través de conversaciones profundas, pero también de un costumbrismo plasmado en sus habitantes, las tiendas, los restaurantes; es decir, en lo cotidiano. Y, cómo no, poco a poco nos inyecta la chispa del amor, del romance de Kujirai y Kudo, haciéndonos preguntar porqué no están juntos (o cuándo lo estarán).

Pero ojo, que no en vano Mayuzuki es una de las autoras más prometedoras del momento. Casi sin darnos cuenta (relectura necesaria), nos va enviando pistas: nada es lo que parece, todo puede cambiar. Y vaya si lo hace: sin hacer spoilers, por un lado la autora combina la acción en esa histórica ciudad con un elemento artificial en el firmamento, Generic Terra, un proyecto tecnológico misterioso representado por un octaedro del que todo el mundo habla, pero del que nadie conoce detalles. Por el otro, los protagonistas comenzarán a experimentar situaciones que les harán replantear no solo el presente, sino también el pasado y el futuro. Un giro casi magistral.

Publicada en la revista Weekly Young Jump desde 2019 y con todo lo explicado hasta el momento, no es de extrañar que esta obra haya sido nominada a los premios Next Manga (2020) y a los Manga Taisho (2021), además de conseguir el tercer puesto en la lista Kono Manga Sugoi del 2021. Mayuzuki logra crear un universo de viñetas muy completo, lleno de personajes entrañables (en algunos momentos recuerda a obras de Rumiko Takahashi, como Maison Ikkoku), situaciones cómicas y la dosis justa de azúcar. Todo ello, combinado con una riqueza gráfica plasmada en un dibujo detallado y expresivo, y un ritmo narrativo que da lugar a los pequeños detalles, dejando en muchos casos que sea el lector quien interprete y viaje por su cuenta por la ciudad.

Kowloon Generic Romance mezcla a la perfección el pasado y el futuro, la nostalgia y evolución; y lo hace de la mano de sus protagonistas: disfrutan el presente, están marcados por el pasado, y tienen un ojo puesto en el inevitable futuro.


Jot Down 7. Anuario de comics



viernes, 1 de marzo de 2024

BAJO LA SUPERFICIE DEL SER HUMANO Jose Valenzuela

 


IN.

Will McPhail 

Norma Editorial 

Inglaterra 

Cartoné

272 págs.

Color

Traducción: Hernán Migoya

Obras relacionadas

Wilson

Daniel Clowes

(Reservoir Books)

Clase de actuación

Nick Drnaso 

(Salamandra Graphic)


Todos tenemos miedo. Miedos. Miedo a que nos hagan daño o hacérnoslo nosotros mismos. Miedo a abrirnos a los otros y que vean quiénes somos realmente y se rían, o se asusten, o ambas cosas, y nos señalen con el dedo mientras sueltan un codazo a quien tienen al lado, que también se ríe sin conocernos de nada, porque tampoco hace falta. La sociedad es un entorno amenazador, lesivo y malsano dispuesto a jodernos la vida por ser quienes somos, por hacer lo que hacemos o lo que no hacemos; por existir, simplemente. Porque existir es doloroso. Ya lo decía aquel: se viene a la vida a sufrir.

Pero.

Ese miedo existe porque detrás hay una necesidad. Necesitamos querer y sentirnos queridos. Necesitamos a las otras personas a pesar de que conozcamos los riesgos de relacionarnos con ellas. Necesitamos sentirnos realizados, importantes, al menos para alguien que no seamos nosotros, por eso de la validación externa. Por mucho nihilismo que exista, sin amor dejamos de ser personas y nos convertimos en vulgares autómatas. Nos enamoramos sabiendo que nos pueden romper el corazón. Pero mejor arriesgar, ¿no?

Ante esta pandemia de lo superficial, donde cada vez es más fácil encerrarse en uno mismo gracias a redes sociales que nos insultan por defecto y plataformas que nos atiborran de ficciones (o no ficciones, siempre que sean ajenas) con las que ocupar nuestras mentes las veinticuatro horas del día, aún existe un remedio tan antiguo como útil para volver a lo que nos hace genuinamente humanos: conectar con las personas. Y hacerlo de manera significativa, profunda, sincera. ¿Cuántas veces nos hemos quedado instalados en el comentario trivial en una reunión con amigos? ¿En cuántas charlas insustanciales nos hemos visto inmersos en la última semana? Nuestros cuerpos estaban allí, pero nuestras mentes se habían evadido desde el principio, disociándose de la realidad que nos rodea.

De todo esto y más trata IN., flamante novela gráfica con la que Will McPhail se lanza por primera vez a la experiencia de escribir, dibujar y colorear una obra de largo recorrido. Acostumbrados a su afilado (y premiado) humor en las viñetas de The New Yorker, McPhail logra con esta historia lo que su personaje intenta (y no diremos si consigue) con las personas que le rodean: vencer la vergüenza para mostrarnos un interior lleno de color y emociones capaz de contagiarnos de su deseo de empatizar con los demás. Y disfrutar haciéndolo.

La historia es sencilla: Nick, un ilustrador afincado en una gran ciudad (¿Nueva York?), se siente incapaz de conectar con nadie. Se conoce muy bien la teoría de cómo profundizar en las relaciones sociales, pero es incapaz de llevarla a la práctica. Sea con completos desconocidos como Wren (que me encanta, por cierto, necesito saber más de ella), o con su propia madre, siempre hay un muro que le impide llegar hasta ese mínimo roce que desencadenaría todo lo demás. Un muro construido por su propia voz interior.

Este es uno de los recursos de la obra más interesantes y bien afinados. Las posibilidades que ofrece la viñeta a la hora de plasmar simultáneamente el discurso hablado y el nacido del pensamiento del protagonista nos permiten entender (ver) la soledad a la que se enfrenta Nick. Una soledad que para nada es física (¡quién va a estar solo de esa forma en Nueva York!) sino psicológica. O, más bien, emocional. Soledad a la que parece enfrentarse desde la frivolidad del humor en la primera mitad de la obra, pero que va dando paso de manera paulatina a una historia dramática de primer nivel.

De ahí su necesidad de explorar esos terrenos ignotos que son los sentimientos ajenos, y de ahí sus primeros, torpes pero, aún así, o precisamente por eso, tiernos intentos de acercamiento a las personas de su entorno. Cuando por fin logra conectar por primera vez, casi de casualidad (siempre obligándose), el mundo que se abre ante sus (nuestros) ojos le deja completamente descolocado. ¡Hay profundidad tras las carcasas de esas personas! Una revelación llena de esperanza que viene acompañada del otro gran recurso de la obra, dando rienda suelta al color en esos momentos catárticos en contraposición con el blanco y negro que ocupa el resto de las páginas.

Valiéndose de esta aparentemente sencilla propuesta, McPhail logra hilar un relato que lentamente va cobrando sentido hasta conseguir que, de manera natural, todas sus piezas acaben por encajar. La historia de Wren, la de Nick y la de su madre confluyen en un desenlace lleno de emotividad, que cierra el arco de transformación de un personaje que ha logrado algo tan sencillo, y a la vez tan complejo, como es conectar con otros seres humanos. Con los personajes de la página, pero también con sus lectores. El nudo en la garganta que sentí al finalizar su lectura así lo atestigua. Ojalá muchas más obras como esta, tan sincera y valiente para llevar a cabo un gesto tan loable como es desnudar su alma (autor y personaje) frente a nosotros. Porque de eso trata lo de conectar, ¿no?





Jot Down 7. Anuario de comics

jueves, 29 de febrero de 2024

LA VIDA NO ES BUENA, INCLUSO SI NO TE RINDES Joan S. Luna



  

Hierba

Keum Suk Gendry-Kim 

Reservoir Books 

Corea del Sur

Rústica con solapas 

480 págs.

Blanco y negro

Obras relacionadas

La espera

Keum Suk Gendry-Kim

(Reservoir Books)

¡Corre, Bong-Gu!

Byun Byung-Jun

(Ediciones La Cúpula)

Una vida en China

P. Otié y Li Kunwu

(Astiberri)

Historias de color tierra

King Dong-Hwa 

(Planeta Cómic)


No negaremos que los premios —más todavía cuando son tantos y del calibre de los obtenidos por Hierba— consiguen aumentar la relevancia de cualquier título que se publique en nuestro país y que el número de lectores, y por tanto de cifras de ventas, aumente exponencialmente. Pero Hierba continuaría siendo una obra maestra aunque no acumulase galardones de mejor cómic del año para The New York Times, The Guardian e incluso para diversos medios españoles, o no se hubiera llevado a casa ese Prix Bulles d’Humanité. Obviamente no estamos en ese escenario, porque la primera obra de Keum Suk Gendry-Kim publicada en nuestro país carga con una mochila bien nutrida de reconocimientos por parte de medios, público e industria, pero nació desde la modestia más absoluta. Desde ese emotivo prólogo titulado «A casa», Keum Suk Gendry-Kim le cede todo el protagonismo de Hierba a una Lee Ok-Sun anciana cuyos gestos de bondad salen ya a la superficie desde esas fugaces, tiernas y cargadas de significado diez páginas iniciales.

Keum Suk Gendry-Kim nació y estudió Bellas Artes en Corea del Sur, aunque haya vivido du- rante prácticamente dos décadas en Francia. Hierba es su primer cómic en coreano y no se me ocurre mejor motivo para escribir en su idioma materno que descubrirle a los lectores de aquí y de allí una de esas historias tan crueles que, si el mundo fuera justo, jamás deberían quedar en el olvido. Para darle forma, llevó a cabo numerosas —e imagino que altamente emotivas— entrevistas con la propia Lee Ok-Sun. Hierba se centra en su caso personal, poniendo así nombre y apellidos a una de los millares de jovencitas coreanas que, durante la Segunda Guerra Mundial, fueron forzadas a convertirse en esclavas sexuales para los soldados japoneses. Se estima que la cifra de estas «mujeres de consuelo» estuvo entre 60.000 y 200.000, la mayor parte de ellas procedentes de entornos pobres y rurales. Y Hierba es un homenaje a todas ellas, además de un ejercicio de justicia poética para que jamás las olvidemos.

Pero, al margen del evidente valor histórico de Hierba a la hora de hablarnos de aquel episodio, estas casi quinientas páginas nos cuentan muchísimo más. Nos descubren lo cruda que era la vida en la Corea de posguerra para las chicas de familias humildes. Nos recuerdan que, muchas veces, los grandes héroes y las grandes heroínas no son un puñado de violentos guerreros con sus hazañas sangrientas, sino simples personas anónimas —aunque Lee Ok-Sun jamás volverá a serlo para nosotros— que consiguieron sobrevivir en un mundo hostil, horriblemente hostil, rehaciendo sus vidas y manteniendo su humanidad incluso en los momentos más complicados. Además de todo ello, Keum Suk Gendry-Kim nos ofrece más argumentos para que la lucha feminista continúe en el centro del debate público, porque Lee Ok-Sun sufre lo que sufre por ser pobre, sí, pero sobre todo por ser mujer en un mundo de hombres sin compasión.

Por tanto, lo primero que debe saber cualquier persona que se acerque a Hierba es que se sumergirá en un largo viaje empapado de tristeza y crueldad —que muchas veces solamente intuimos, gracias a que la autora evita dibujar las escenas más atroces—, pero es virtud de la coreana que la obra consiga despertarnos también los mejores sentimientos y emocionarnos con los escasos chispazos de felicidad que vive Lee Ok-Sun. Si el valor de la cultura es hacernos mejores personas, quede claro que Hierba lo consigue.

Lee Ok-Sun falleció en diciembre de 2022 a la edad de noventa y cuatro años. Esté dónde esté, Dios le debe una vida mejor.