IN.
Will McPhail
Norma Editorial
Inglaterra
Cartoné
272 págs.
Color
Traducción: Hernán Migoya
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(Reservoir Books)
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Todos tenemos miedo. Miedos. Miedo a que nos hagan daño o hacérnoslo nosotros mismos. Miedo a abrirnos a los otros y que vean quiénes somos realmente y se rían, o se asusten, o ambas cosas, y nos señalen con el dedo mientras sueltan un codazo a quien tienen al lado, que también se ríe sin conocernos de nada, porque tampoco hace falta. La sociedad es un entorno amenazador, lesivo y malsano dispuesto a jodernos la vida por ser quienes somos, por hacer lo que hacemos o lo que no hacemos; por existir, simplemente. Porque existir es doloroso. Ya lo decía aquel: se viene a la vida a sufrir.
Pero.
Ese miedo existe porque detrás hay una necesidad. Necesitamos querer y sentirnos queridos. Necesitamos a las otras personas a pesar de que conozcamos los riesgos de relacionarnos con ellas. Necesitamos sentirnos realizados, importantes, al menos para alguien que no seamos nosotros, por eso de la validación externa. Por mucho nihilismo que exista, sin amor dejamos de ser personas y nos convertimos en vulgares autómatas. Nos enamoramos sabiendo que nos pueden romper el corazón. Pero mejor arriesgar, ¿no?
Ante esta pandemia de lo superficial, donde cada vez es más fácil encerrarse en uno mismo gracias a redes sociales que nos insultan por defecto y plataformas que nos atiborran de ficciones (o no ficciones, siempre que sean ajenas) con las que ocupar nuestras mentes las veinticuatro horas del día, aún existe un remedio tan antiguo como útil para volver a lo que nos hace genuinamente humanos: conectar con las personas. Y hacerlo de manera significativa, profunda, sincera. ¿Cuántas veces nos hemos quedado instalados en el comentario trivial en una reunión con amigos? ¿En cuántas charlas insustanciales nos hemos visto inmersos en la última semana? Nuestros cuerpos estaban allí, pero nuestras mentes se habían evadido desde el principio, disociándose de la realidad que nos rodea.
De todo esto y más trata IN., flamante novela gráfica con la que Will McPhail se lanza por primera vez a la experiencia de escribir, dibujar y colorear una obra de largo recorrido. Acostumbrados a su afilado (y premiado) humor en las viñetas de The New Yorker, McPhail logra con esta historia lo que su personaje intenta (y no diremos si consigue) con las personas que le rodean: vencer la vergüenza para mostrarnos un interior lleno de color y emociones capaz de contagiarnos de su deseo de empatizar con los demás. Y disfrutar haciéndolo.
La historia es sencilla: Nick, un ilustrador afincado en una gran ciudad (¿Nueva York?), se siente incapaz de conectar con nadie. Se conoce muy bien la teoría de cómo profundizar en las relaciones sociales, pero es incapaz de llevarla a la práctica. Sea con completos desconocidos como Wren (que me encanta, por cierto, necesito saber más de ella), o con su propia madre, siempre hay un muro que le impide llegar hasta ese mínimo roce que desencadenaría todo lo demás. Un muro construido por su propia voz interior.
Este es uno de los recursos de la obra más interesantes y bien afinados. Las posibilidades que ofrece la viñeta a la hora de plasmar simultáneamente el discurso hablado y el nacido del pensamiento del protagonista nos permiten entender (ver) la soledad a la que se enfrenta Nick. Una soledad que para nada es física (¡quién va a estar solo de esa forma en Nueva York!) sino psicológica. O, más bien, emocional. Soledad a la que parece enfrentarse desde la frivolidad del humor en la primera mitad de la obra, pero que va dando paso de manera paulatina a una historia dramática de primer nivel.
De ahí su necesidad de explorar esos terrenos ignotos que son los sentimientos ajenos, y de ahí sus primeros, torpes pero, aún así, o precisamente por eso, tiernos intentos de acercamiento a las personas de su entorno. Cuando por fin logra conectar por primera vez, casi de casualidad (siempre obligándose), el mundo que se abre ante sus (nuestros) ojos le deja completamente descolocado. ¡Hay profundidad tras las carcasas de esas personas! Una revelación llena de esperanza que viene acompañada del otro gran recurso de la obra, dando rienda suelta al color en esos momentos catárticos en contraposición con el blanco y negro que ocupa el resto de las páginas.
Valiéndose de esta aparentemente sencilla propuesta, McPhail logra hilar un relato que lentamente va cobrando sentido hasta conseguir que, de manera natural, todas sus piezas acaben por encajar. La historia de Wren, la de Nick y la de su madre confluyen en un desenlace lleno de emotividad, que cierra el arco de transformación de un personaje que ha logrado algo tan sencillo, y a la vez tan complejo, como es conectar con otros seres humanos. Con los personajes de la página, pero también con sus lectores. El nudo en la garganta que sentí al finalizar su lectura así lo atestigua. Ojalá muchas más obras como esta, tan sincera y valiente para llevar a cabo un gesto tan loable como es desnudar su alma (autor y personaje) frente a nosotros. Porque de eso trata lo de conectar, ¿no?
Jot Down 7. Anuario de comics
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