El faro del fin del mundo / Jacinto Antón
Es dificil quedarse con un aspecto de Dune: parte 2, la excepcional segunda entrega de la saga cinematográfica de Denis Villeneuve sore la gran novela de Frank Herbert. Todo es extraordinario: la lucha en torno a la cosechadora en las dunas, la cabalgada del gran gusano Shai Hulud, el combate en el anfiteatro de Giedi Prime (planeta a evitar), la apoteosis de Muad´Dib como mahdi en el consejo Fremen, la llegada de la corte imperial, incluidas cinco legiones Sardaukar, a Arrakis y la batalla definitiva, la pelea a muerte final entre Paul Atreides y el Harkonnen Feyd-Rautha, tan hamletiana... Las escenas impresionantes se encandenan una tras otra sin solución de continuidad, sin dar respiro, en un increíble crescendo que parece no tener fin. ¿Es el martilleador de arena, Reverenda Madre?, ¿o los latidos de mi corazón?
Si hay que elegir algo, yo escojo el tratamiento de los Sardaukar, las temidas tropas imperiales. Dune, es también, quizá inesperadamente, la historia de la decadencia de esa fuerza galáctica, que da sopas con honda, en su terrible trayectoria, sus habilidades y su profundidad existencial, a las tropas imperiales (Stromtroopers) de La Guerra de las Galaxias. Mezcla de espartanos, jenízaros, Waffen-SS y Navy Seals, fuerza especiales espaciales, los Sardaukar (la sonoridad de su nombre es otro de los hallazgos lingüísticos de Herbert: dices "Sardaukar" y se te pone cara de mala hostia), arrastran una musculada melancolía que Villeneuve ha sabido ver y plasmar muy bien. Y a mí me pueden. En la novela, Frank Herbert nos lo fue explicando -como todo su mundo- poco a poco. Los Sardaukar son formados, con un rigor que deja a los marines como boy scouts, en Salusa Secundus, el planeta prisión imperial, convertido en un infierno ideal para el entrenamiento militar. Fuertes, duros y feroces, convencidos de su propia superioridad y embebidos de una mística de secta secreta guerrera, brutales y con un desprecio casi suicida por la seguridad personal, los Sardaukar son tan mortíferos que unos pocos marcan la diferencia en cualquier batalla.
Se dice que su habilidad de espadachines corría pareja con la del Ginaz de décimo grado (sea eso lo que sea) y que su astucia en el combate equivalía a la de una adepta Bene Gesserit. El emperador los gestiona para sus intereses y muchas veces los suministra para operaciones clandestinas poco edificantes. En Dune, se los alquila a los Harkonnen. Villeneuve nos los sirve magníficamente, a los Sardaukar. La escena de Dune 1 en la que vemos como reciben el sasacramentum (que dirían los legionarios romanos) en medio de un ritual sangriento, ominoso y lluvioso en su jodido planeta, bajo un cielo desesperanzador de cenizas, es de lo mejor que ha dado nunca el cine de ciencia ficción: con un oficiante que les canta un himno como para salir corriendo (con una voz gutural de chamán mongol), un bautismo con la sangre que chorrea de los reclutas que no han pasado el corte, y un ambiente sobrecogedor. Pero, curiosamente, pese a su terrorífica fama y la arrogancia y el desdén que irradian, es indudable que en Dune, los Sardaukar van a la baja, que ya no son lo que eran, vamos. Sucede así porque el autor quiso enfatizar la pujanza de los nuevos guerreros de referencia, los Fremen, esa gente recia que te homenajea a escupitajos, y a los que Paul Muad´Dib acaudillará en la Jihad galáctica. Yo me siento muy identificado con los Saudakar. Son unos has been de élite que viven de su fama pero que intuyen lo resbaladizo de su posición, lo que no mejora su carácter. En las pelis de Villeneuve, pese al display con que los adorna, el director hace que los maten a puñados. Me fascina el ensimismamiento melancólico de los Sardaukar, que parecen conocedores de su destino. Los vemos por última vez (en el libro y en la peli) alrededor del trono de Shaddam IV formando un arco para proteger al emperador antes de que sea depuesto. Cae el telón con un último y sordo redoble de tambor para los orgullosos Sardaukar, sometedores de mundos, tan fieles como al final, prescindibles.
El Pais. Cultura. Sábado 16 de marzo de 2024
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