EL FARO DEL FIN DEL MUNDO / JACINTO ANTÓN
El barco de la isla de Luf, en el Humboldt Forum (Berlín)./ JÖRG CARSTENSEN (GETTY)
Hasta ahora pensaba que el barco más infeliz del mundo era el de mi cuñado, La perla negra como le llamábamos su tripulación de corso y que, tras naufragar en el artero arrecife de Chipiona, se descompone en un astillero en Galicia en espera de desguace. En el ínterin, el velero ha perdido, por enfermedad, tras el contramaestre Eusebio, a otro de sus tripulantes, Nacho —tan valeroso en el naufragio y tan gran tipo—, con lo que la lista de bajas ya es digna de la Surprise tras enfrentarse al Acheron. En comparación, la famosa nave con batanga (que no es un ritmo caribeño sino el estabilizador, balancín o flotador lateral) de la isla de Luf podría parecer una embarcación feliz. Ni mucho menos.
Está anclada en una de las salas más espectaculares del flamante Humboldt Forum de Berlín, al que han ido a parar las formidables colecciones etnográficas del Ethnologisches Museum de Berlin-Dahlem, que se han desplegado en su nuevo y espacioso hogar en plena polémica sobre la descolonización de los museos. El barco de Luf navega en medio de esa tormenta.
Cuando lo observas por primera vez, en el área dedicada a la navegación en Oceanía, el corazón te da un brinco. El barco, una enorme canoa melanesia de más de 15 metros de largo, dos palos con velas de estera rectangulares y batanga unida con una gran plataforma, parece salido de una novela de aventuras o de las viñetas de La balada del mar salado (Norma, 2006), de Hugo Pratt, la primera historia de Corto Maltés. Casi oyes tambores, cánticos y el rítmico golpear de los remos en las olas mientras imaginas cómo avanza la nave orlada de espuma. De hecho, el mundo en que se construyó el barco de Luf era muy similar al del álbum de Pratt, cuando surcaban esa zona del Pacífico los cruceros y cañoneras del Káiser.
El barco, de finales del XIX, procede de Luf, la mayor de las 12 islas Hermit (Ermitaño), en el archipiélago de Bismarck, actualmente integradas en el Estado de Papúa Nueva Guinea pero entonces parte del protectorado alemán de Deutsch-Neuguinea.
Dan ganas de subirse al barco y partir en busca de la isla La Escondida, las Fiyi, Tonga, Samoa, y al fondo a la derecha, pasada Pitcairn, Pascua. O de merienda con Viernes. Desafortunadamente para los mitómanos, a diferencia de la Kon-Tiki —la legendaria balsa de Thor Heyerdahl— en su museo de Oslo, en este caso no es posible meterse de polizón, ya que la borda es muy alta. Pero cuando conoces la historia de la embarcación se te pasan las ganas de fiesta.
El Luf-Boot, como le llaman los alemanes, es un precioso navío construido sin un solo clavo (ensamblado con fibras vegetales), decorado con motivos marinos y simbólicos y heredero de una tradición de tecnología naval que se remonta a miles de años. Con el barco de Luf, que tenía capacidad para llevar, con velas o remos, a 50 viajeros o guerreros, estamos en el mundo de los increíblemente diestros navegantes del Pacífico sobre los que nos instruyó David Lewis.
El barco de Luf parece estar flotando en la sala del Humboldt Forum y es de entrada, como decía, una visión animosa y estimulante cuando llegas después de visitar las salas en las que se presenta con gran aparato crítico el material saqueado en las colonias alemanas de África. Sin embargo, la historia de la embarcación es un drama de aúpa. Construida hacia 1895, fue la última de su clase y cuando quisieron botarla los habitantes de la isla de Luf se encontraron con que eran demasiado pocos para hacerlo. La población había sido diezmada —por las expediciones punitivas alemanas y las enfermedades traídas por los europeos en su cóctel de civilización y sifilización— hasta tal punto que no había gente suficiente para llevar un barco tan grande hasta el mar. La gran canoa debía ser el barco funerario de un jefe recientemente fallecido, Labenan, para su entierro en mar abierto, pero al ser imposible arrastrar la nave no se pudo cumplir esa piadosa tarea.
El barco abandonado fue adquirido de manera turbia en 1903 por el empresario colonial Max Thiel y vendido al Museum für Völkerkunde de Berlín, antecesor del Museo Etnológico. Se le critica ahora al Humboldt Forum exponer la embarcación, que se ha llegado a calificar de “memorial de los horrores de la época colonial alemana” y similar a las propiedades robadas por los nazis, y no devolverla. Aunque el Museo Nacional de Papúa Nueva Guinea, en Port Moresby, ha declinado pedir el navío, que considera un embajador de las culturas del Pacífico y buen reclamo turístico, es difícil no estremecerse ante la embarcación varada en Berlín.
Asomado al barco de Luf, la maravillosa y desgraciada nave que nunca pudo navegar por falta de brazos, ya no ves sólo la gran aventura de los marinos del Pacífico, sino el corazón de las tinieblas, que está en todas partes.
El País. Cultura. Sábado 3 de Febrero 2024
No hay comentarios:
Publicar un comentario