sábado, 31 de diciembre de 2011

Zits de Scott y Borgman (colofón y fin de año, ya no hay más)




























FERNANDO VICENTE por Ana Rimblas Mira






Algunas de sus imágenes son tan revela­doras, tan llenas de sugerencias y senti­do, tan capaces de aportarnos en un solo instante el resumen y la esencia del largo y denso texto que ilustran, que sería fácil considerar su trabajo como un perfecto ejemplo de aquel famoso lema: Una imagen vale más que mil palabras. Pero esta apreciación sería evidentemen­te un error. Porque las imágenes de Fernando Vicente son antes que nada literatura. Esa litera­tura que las nutre y a la que en todo instante sir­ven. Prueba evidente de ello son por supuesto las numerosísimas ilustraciones que ha ido publicando durante estos últimos años en las páginas de Babelia, el suplemento literario de El País, acompañando los artículos de Elena Ochoa o Almudena Grandes y más recientemente las que aparecen en la página de opinión del premio Nobel Mario Vargas Llosa.
Imágenes que acompañan textos, pero que son ellas mismas narración, literatura. Sus acertadas y siempre sorprendentes ilustraciones, sus collages integrando fragmentos de antiguos mapas o plan­chas de anatomía, la larga colección de caricaturas de personajes públicos -pero sobre todo de escrito­res- y las también muy numerosas portadas que ha realizado para Babelia han convertido a Fernando Vicente en uno de los grandes ilustradores españo­les del momento y le han hecho ganar tres Award of Excellence de la Society for News Design.
Y a todo esto hay que añadir evidentemente sus también muy numerosas portadas de libros para las principales editoriales, Espasa, Alfaguara, Síntesis, etc., algunas de ellas verdaderamente espléndidas, inolvidables. Y, por supuesto, loslibros ilustrados, Peter Pan de J. M. Barrie (Alfa­guara 2006), Lo que comen los ratones de Fernando Rouyela (Alfaguara 2007), Momo de Michel Ende (Alfaguara 2007), El misterio de la ópera, de Norma Sturniolo (Fundación Autor 2008), Bruno Dhampi­ro de Rosa Gil (Espasa 2008), Misterio, emoción y riesgo de Fernando Savater (Ariel 2008), El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde de Robert Louis Ste­venson (Casals 2009), El valle del miedo de Arthur Conan Doyle (Casals 2009), Póquer de ases de Manuel Vicent (Alfaguara 2009), El pequeño hopli­ta, de Arturo Pérez Reverte (Alfaguara 2010), La expedición de los libros de Vicente Muñoz Puelles (Oxford University Press 2010), El enfermo imagi­nario de Moliere (Bambú 2010) o El juego de las nubes de J. W. Goethe (Nórdica 2011).
Pero si la literatura está muy presente en su obra, también lo está en su propia trayectoria. Por­que de alguna manera el tiempo y las circunstan­cia que le vieron nacer como dibujante -la famosa movida madrileña de los años ochenta- es hoy ya leyenda, es decir, literatura.






Extraido del la revista Album Letras Artes numero 106

Nostalgia del pasado


Unimos un conmutador "rèverie" y abstraccion. Un filtro, esa luz de vela que hace que se vean bonitos ciertos recuerdos y dejara otros en la sombra. Y por supuesto, nada como los dias finales del año para recordar.

















Delacroix o el eterno debatirse por Gonzalo Pernas Frias

Autorretrato con chaleco verde, 1837 Óleo sobre lienzo. 65 x 54.5 cm




En 2009, una titánica labor filológica permitió la reedición revisada del Dia­rio de Eugene Delacroix: cientos de páginas dispersas que orbitan incesante­mente sobre recurrentes cuestiones existenciales en paralelo a una pintura que lo hace sobre temas una y otra vez esgrimidos.
Su obra de juventud apunta ya las maneras con la representación de modelos anatómicamente menos precisos y sin embargo notablemente más vivos que los pintados y dibujados por artistas neo­clásicos. Rompe las formas para acercarse a la feno­menología, a ese lugar indefinido en el que la pintu­ra sucede. No ha de extrañar entonces su filiación con el retratismo británico de los años veinte y treinta del siglo diecinueve toda vez que pintores como su amigo Sir Thomas Lawrence procuraron también que sus lienzos hablasen aunque lo hiciesen única­mente sobre el carácter de retratadas y retratados.
Por eso e incluso debiéndose a una cuestión de formato la ausencia de La libertad guiando al pueblo (1830) en Madrid no es casual, ya que la exposi­ción parece centrarse más en los procesos intelec­tual y formalmente circulares que convierten a Delacroix en una especie de moderno fundacional. De hecho en aquel que Baudelaire considerase el primero; una afirmación que Cezanne afinaría al considerar Las mujeres de Argel en sus habitaciones(1834) una especie de obra inaugural de todo lo que vendría después.
Y es que el girar y girar sobre los temas, el cons­truir dibujístico mediante constelaciones de volutas en lugar de una línea bien definida -como la de Ingres- y los acabados abocetados que sugieren fina­les abiertos absolutamente modernos no pueden separarse del ambiguo y dubitativo pensamiento político de Delacroix. Liberal y sin embargo conser­vador, hubo de callar ante el advenimiento de la Restauración antes de sumirse en un silencio herido y decepcionado que le acompañaría hasta el final del camino; herido por la contradicción intrínseca a su condición burguesa y decepcionado por los aspectos sombríos de los gregarismos revolucionarios.
El Primer apunte para la galería de Apolo (1851) es la perfecta muestra de cómo el artista destila toda una serie de figuraciones excepcionalmente elásticas de una informidad de trazos circulares. No obstante, Delacroix no pierde nunca esa especie de sustrato caótico en el que se manifiestan las figuras, lo que no sólo dota a su obra de una excelsa unici­dad sino que lo convierte en uno de los primeros artistas conceptuales europeos. Por eso sus bocetos, estudios y dibujos menores aceptan ser considerados como una especie de obra viva que no parece tener principio ni fin. Su renuncia a estructuraciones centroperiféricas no habla para nada del desorden



'El taller'.Hacia 1822-1827. Pincel, aguada marrón, 18 x 28 cm.



 Natchez, 1835 Oleo sobre lienzo 90.2 x 116.8 cm



que tantos críticos vieron en ella, pues el milagro delacroixiano consiste en que cualquier parte com­positiva aspira a ser tomada como centro, ni más ni menos que en esa intercambiabilidad.
Volvemos a su vida ahora y ponderamos su suerte al distanciarse del contexto de entre revolu­ciones para reencontrarse en Oriente. Este punto de inflexión no sólo permite distinguir una prime­ra época más negra -goyesca incluso- del segundo Delacroix, sino que habla de cómo el pintor apren­dió a olvidar en Marruecos al descubrir todo el mundo de posibilidades cromáticas que le permi­tió desarrollar la técnica de la mezcla óptica: un procedimiento consistente en plasmar sutiles com­binaciones cromáticas en el lienzo (en vez de sobre la paleta) consiguiendo que los colores se mezclen en el cerebro de quien contempla la tela.
Pero a pesar de que el francés consiguiese acer­carse a lo otro exótico ajenamente a las tendencias occidentalizantes al uso, lo plasmado en sus lienzos responde más a un mundo mental propio lleno de reminiscencias clásicas que a un aprehender consu­mado de las esencias de dichas otras culturas. Es exactamente lo que ocurre en Los Natchez (1823-1835) debido a que el conocimiento que el artista tenía de los indios americanos se limitaba a la lec­tura de la novela homónima de Chateaubriand.
Con todo, una producción pictórica cada vez más ágil y plástica será la verdadera protagonista del Delacroix maduro. El tema por el tema dará paso ya a toda una pintura del inacabamiento como objeto de conocimiento. De ahí que las composi­ciones dinámicas, tumultuosas y circulares del Esbozo de La caza de los leones (1854) y La caza de los leones (1855) hablen ya sin ambages de una pintura que parece haber tomado una triunfante conciencia de sí misma. Que ambas obras custodien la salida del itinerario expositivo es todo un acierto comisa­rial que permitirá al espectador abandonar la mues­tra con la sensación de que ese final no es más que un principio enorme, y con la intuición de que el sendero desbrozado por el francés es el mismo que tras él recorrerán Van Gogh, Matisse y otros tantos deudores indirectos del pintor del eterno debatirse.

Caixa Forum Madrid Del 19 de octubre de 2011 al 15 de Enero de 2012



 La muerte de Sardanápalo, 1827-1828, óleo sobre lienzo, 392 x 496 cm, Museo del Louvre, París



 Extraido de la revista Album Letras Artes numero 106

viernes, 30 de diciembre de 2011

Feliz Navidad por Jan

Han pasado casi 24 años y parece que fue ayer cuando leía los Especiales de Navidad de Comics Forum. Espero poder seguir leyendo comics, al menos, otros tantos.
Felices Fiestas a todos (un poco tarde) y Feliz Año Nuevo.


sábado, 19 de noviembre de 2011

Con ustedes, la hiperactividad de Elvis Riboldi








Los guionistas de 'Los Lunis' y 'Barrio Sésamo' lanzan la primera serie española de novela gráfica infantil
CARMEN MAÑANA - Madrid - 18/11/2011


Le encanta subirse a los árboles, escuchar AC/DC y comerse los lápices de colores. Así es el protagonista de la primera serie de novela gráfica infantil realizada íntegramente en España, Yo, Elvis Riboldi (laGalera). Un niño muy normal, sino fuera porque se pasa la vida de bronca en bronca. "Todo el mundo dice que no hago nada bien. Los mayores siempre están enfadados conmigo. Siempre se me olvida todo porque soy muy despistado. Me peleo constantemente con todo el mundo", se describe. No está poseído, ni es un gamberro (bueno, un poco sí). Lo único que le pasa a Elvis es que es hiperactivo. Y alrededor de sus travesuras, frustraciones y diagnóstico transcurre la primera aventura de las tres que hasta ahora han parido Jaume Copons, Daniel Cerdá, Ramón Cabrera y Òscar Juve, bajo el nombre grupal de Bono Bidari.

De izquierda a derecha: Jaume Copons, Daniel Cerdá, Ramón Cabrera, Óscar Julve (que firman conjuntamente como Bono Bidari) y un amigo.-


Los tres primeros -guionistas, entre otros muchos proyectos, de Barrio Sésamo y Los Lunis- le han dado voz. Él último -creador de las hormigas de El Hormiguero-, forma. "Cuando éramos pequeños no existía el concepto de hiperactivo. La gente nos crucificaba. Pasábamos por imbéciles y gamberros. Nos decían que éramos un desastre, inútiles, que no servíamos para nada. Si nos lo hubíesemos creído hubiésemos terminado siendo eso", relata Copons. Movidos por esas experiencias e inspirados por el hijo de este último, hiperactivo diagnosticado, dieron vida a ocho manos a un niño que tras ser expulsado del colegio, se escapa de su casa, quema otra y completa una larga lista de destrozos. "Pero con mucho sentido del humor", apostilla Copons.

El guionista y sus compinches saben cómo conseguirlo. Llevan 20 años dedicados a sacarle una sonrisa a los niños. Conocen los resortes y cómo han evolucionado. "Los niños de hoy tiene una oferta de ocio variadísima. Y si tienes que competir con un videojuego que maneja un presupuesto mayor que el de una película, no puedes hacerlo con una broma ñoña de un señor que se cae de una silla". Se necesita ritmo, locura, trabajar mucho los temas y buscar gags que estén a la altura de estos pequeños emperadores del mando a distancia", enumera Copons.

Humor bueno y eterno

Aunque "en el fondo del fondo del fondo", reconoce, la comedia no ha cambiado tanto y a los niños les sigue haciendo gracia lo mismo que hace dos décadas: "Que te estén diciendo una cosa y te enseñen lo contrario sigue funcionando". Como cuando Elvis responde supuestamente tranquilo a las preguntas del Dr. Higgins (inspirado en el doctor del hijo de Copons) y en realidad le está redecorando el despacho a patadas.

El libro, dice, es infantil pero está dirigido a un público más amplio: "lectores mayores de nueve años en adelante". Y ya se sabe que el estereotipo del niño travieso, inquieto y, sí, un poco gamberro atrae sin distinción de edad. Ahí está Bart Simpson, que lleva 20 años triunfando con sus bromas telefónicas, y ahí están las dos ediciones que se han hecho en solo un mes de esta primera novela. "Este mes sacamos la segunda Yo, Elvis Riboldi, y el restaurante chino. Y ya tenemos ofertas de editoriales internacionales para traducirlo", cuenta el guionista orgulloso.

Pero el perfil de niño malo y poco políticamente correcto -tiene un mural con las fotos de los niños a los que ha pegado- no responde a motivaciones comerciales sino a deseos personales. Copons y sus compañeros llevaban mucho tiendo desarrollando proyectos preescolares o en los que se buscaba principalmente un fin didáctico. "Queríamos desquitarnos un poco. Cuando hacíamos Barrio Sésamo teníamos un equipo de psicopedagogos estadounidenses que revisaban todos los capítulos, y una vez nos obligaron a parar un sketch sobre lavadoras porque decían que los niños españoles se podían traumatizar ya que, pensaban, muchos de ellos no tendrían una en casa", cuenta entre carcajadas.

Elvis y su entorno no viven en Disneyworld. Su padre, Leónidas, "toma pastillas para los nervios"; su amigo, el exhippy Sr. Lugosi robó su primera cámara de fotos; y a su madre, Irlanda, le gusta cantar Titanic. "No damos moralina ni moralejas ñoñas, pero todo el libro está lleno de valores, como la amistad, el esfuerzo, la comprensión..."

Yo, Elvis Riboldi. De Bono Bidari. Editorial laGalera. Barcelona 2011. 13,95 euros. www.elvisriboldi.com


jueves, 17 de noviembre de 2011

Alack Sinner de Muñoz y Sampayo



Felipe Hernández Cava



Fue John Lennon el que avisó que «el sueño había terminado», y fue su muerte la que desencadenó en toda una generación la necesidad de hacer un ajuste de cuentas con sus vivencias. Luis García, por ejemplo, si lo recuerdan, interrumpió el desarrollo de Nova-2 para deslizarse por el camino de la introspección, abandonando a su suerte a aquella expedición que buscaba en el sur de Argelia el impacto de un meteorito. Y Muñoz y Sampayo, que tenían a sus espaldas ya una decena de episodios de Alack Sinner, decidieron entregar a su detective a ese mismo examen de conciencia con igual pretexto: la muerte del ex­Beatle.
Encuentros y Reencuentros, uno de los dos mejores álbumes editados este año, empieza, como la pelicula Sur de Solanas, con muchos papeles que vuelan de aquí para allá. Es, supongo, el sino de la memoria. Y es, en este caso, lo que desencadena el mencionado viaje del protagonista (historia circular, como debe ser) al
encuentro y reencuentro de sí mismo, a la búsqueda de ese órgano, como el brazo de su companero inicial y final, que una mañana caemos en la cuenta de que en algún momento nos fue amputado.
Estamos ante una obra de madurez del tándem Muñoz-Sampayo, que progresivamente había ido reventando las convenciones del género negro para hablar de la esencia de esa «negritud».
Para hablar, en el caso del guionista, sospecho, de muchos sentimientos encontrados que sólo se reflejan en los espejos, como aquellos que Douglas Sirk colocaba en todas sus películas para desesperación de sus operadores.
Estamos ante una obra simple y compleja a la vez. Simple, porque el grado de síntesis que a estas alturas habían alcanzado guionista y dibujante les colocaba en disposición de prescindir de subrayados (reconozco mi debilidad por un guionista que recrea como pocos la atmósfera ambiental con sus frases entrecortadas, y por un dibujante que puede parecer barroco sólo por mor de dejar que lo episódico se entrecruce con la mayor simpleza, como en la vida misma). Y compleja, porque en esa bajada a los infiernos, Sinner va encontrando personajes que se enriquecen en la medida en que el lector ha sido partícipe de sus anteriores peripecias, lo que, no obstante, no deviene fundamental para paladear su esfuerzo.
Me explico: uno puede desconocer Sophie, En el Bar y todos aquellos primeros y excelentes relatos y, sin embargo, puede leer este álbum desde otro interesante nivel, aquel en que las elipsis y los sobrentedidos juegan un importante papel narrativo, como en las películas que Monte Hellman rodó hasta principios de los anos 70. Y creo que así es como recomendaría yo que se leyese: sin volver la vista atrás, sin revisar pasadas lecturas, respetándole a Sinner sus divagaciones interiores como instantes suspendidos en medio de esos fraseos crecientemente acelerados con que le gusta trabajar a Carlos Sampayo (¡ Qué gran tema el capítulo quinto!).
Ni mas ni menos, en fin, que como tocaba Charlie Parker su Cheryl, nombre de la hija de Sinner: marcando un ritmo frenético con el saxo, al que luego ni trompeta, ni piano, ni contrabajo ni batería podían ya sustraerse. Siempre hacia el infinito, sin posibilidad de volver hacia atrás.


Un Año de Tebeos 1993 Editorial Glenat