jueves, 17 de noviembre de 2011

Alack Sinner de Muñoz y Sampayo



Felipe Hernández Cava



Fue John Lennon el que avisó que «el sueño había terminado», y fue su muerte la que desencadenó en toda una generación la necesidad de hacer un ajuste de cuentas con sus vivencias. Luis García, por ejemplo, si lo recuerdan, interrumpió el desarrollo de Nova-2 para deslizarse por el camino de la introspección, abandonando a su suerte a aquella expedición que buscaba en el sur de Argelia el impacto de un meteorito. Y Muñoz y Sampayo, que tenían a sus espaldas ya una decena de episodios de Alack Sinner, decidieron entregar a su detective a ese mismo examen de conciencia con igual pretexto: la muerte del ex­Beatle.
Encuentros y Reencuentros, uno de los dos mejores álbumes editados este año, empieza, como la pelicula Sur de Solanas, con muchos papeles que vuelan de aquí para allá. Es, supongo, el sino de la memoria. Y es, en este caso, lo que desencadena el mencionado viaje del protagonista (historia circular, como debe ser) al
encuentro y reencuentro de sí mismo, a la búsqueda de ese órgano, como el brazo de su companero inicial y final, que una mañana caemos en la cuenta de que en algún momento nos fue amputado.
Estamos ante una obra de madurez del tándem Muñoz-Sampayo, que progresivamente había ido reventando las convenciones del género negro para hablar de la esencia de esa «negritud».
Para hablar, en el caso del guionista, sospecho, de muchos sentimientos encontrados que sólo se reflejan en los espejos, como aquellos que Douglas Sirk colocaba en todas sus películas para desesperación de sus operadores.
Estamos ante una obra simple y compleja a la vez. Simple, porque el grado de síntesis que a estas alturas habían alcanzado guionista y dibujante les colocaba en disposición de prescindir de subrayados (reconozco mi debilidad por un guionista que recrea como pocos la atmósfera ambiental con sus frases entrecortadas, y por un dibujante que puede parecer barroco sólo por mor de dejar que lo episódico se entrecruce con la mayor simpleza, como en la vida misma). Y compleja, porque en esa bajada a los infiernos, Sinner va encontrando personajes que se enriquecen en la medida en que el lector ha sido partícipe de sus anteriores peripecias, lo que, no obstante, no deviene fundamental para paladear su esfuerzo.
Me explico: uno puede desconocer Sophie, En el Bar y todos aquellos primeros y excelentes relatos y, sin embargo, puede leer este álbum desde otro interesante nivel, aquel en que las elipsis y los sobrentedidos juegan un importante papel narrativo, como en las películas que Monte Hellman rodó hasta principios de los anos 70. Y creo que así es como recomendaría yo que se leyese: sin volver la vista atrás, sin revisar pasadas lecturas, respetándole a Sinner sus divagaciones interiores como instantes suspendidos en medio de esos fraseos crecientemente acelerados con que le gusta trabajar a Carlos Sampayo (¡ Qué gran tema el capítulo quinto!).
Ni mas ni menos, en fin, que como tocaba Charlie Parker su Cheryl, nombre de la hija de Sinner: marcando un ritmo frenético con el saxo, al que luego ni trompeta, ni piano, ni contrabajo ni batería podían ya sustraerse. Siempre hacia el infinito, sin posibilidad de volver hacia atrás.


Un Año de Tebeos 1993 Editorial Glenat

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