martes, 5 de noviembre de 2024

MAKOKI / Gallardo y Mediavilla


Antes de que Barcelona celebrase sus Juegos Olímpicos y su aspecto cambiase para siempre, era una ciudad mediterránea prototípica. Algo en la línea de la cercana Marsella. Estaba llena de marineros, soldados y camioneros, prostitutas y travestis, ladrones, traficantes, contrabandistas, expresidiarios, emigrantes españoles huyendo de la ruina rural e inmigrantes llegados de África, de Asia, jipis, modernos, artistas... un sin fin de personajes sin rumbo, todos ellos controlados con mano dura por la policía franquista. Era un hervidero de historias que ahí seguirán en los archivos de los tribunales meticulosamente relatadas y que sirvió de caldo de cultivo para la aparición de Makoki.

El origen de la historieta fue un relato de Felipe Borrallo, Revuelta en el frenopático, de 1976. El protagonista era un loco internado en un psiquiátrico. Un día se produce un motín de los enfermos y Makoki consigue escapar, pero le han dado tanto electroshock que se va con los cables colgándole de la cabeza y, de tanto en cuanto, se tiene que meter una buena descarga de megavatios para ponerse a tono. Eso, y algo de mandanga. De hecho, para conseguirla tiene una banda, La Basca, formada por El Niñato, El Cuco, El Emo y Morgan, con los que va metiéndose en líos y corriendo unas aventuras absolutamente delirantes.



El tebeo de Miguel Gallardo y Juanito Mediavilla está considerado como el máximo exponente de la llamada «línea chunga», un término que usaron en su día los dibujantes que querían distinguir algunas de sus historietas más gamberras e irreverentes de la «línea clara» que marcaba la revista Cairo con sus cómics de aventuras o policíacos, tebeos aseaditos y para todos los públicos.

Las historias de Makoki bebían de la calle en sentido literal. Primero el lenguaje, que era una exquisita reproducción de la jerga taleguera que se podía escuchar en aquellas calles oscuras. En muchas ocasiones la gracia estaba en los giros y expresiones, sin necesidad de acción. Esos «está de putifa», «ven aquí guapa que te voy a meter este puro en a boca que te vas a creer que tienes sinco mil pelas de chicle», «un mercancías mu largo, mu largo... más que una meada cuesta abajo». Muchas de ellas aún se siguen repitiendo. Makoki llegó a ser un pequeño fenómeno social en determinados ambientes.

Del mismo modo, las ocurrencias para las historias también venían del barrio. De lo que escuchaba o había visto Borrallo por los callejones oscuros de La Ribera, en la Rambla, o de Juanito. Porque Mediavilla, el guionista, tenía familiares que eran delincuentes de baja intensidad, en el piso que utilizaban como estudio a veces se quedaba a dormir alguien allegado que acababa de salir de la cárcel y por unas vías u otras terminaron absorbiendo como esponjas todas las vivencias y recuerdos de esta gente que vivía al margen de la ley.

Hasta tal punto llegó la obsesión por documentarse que cuando Makoki y sus amigos iban a Madrid, recorrían los barrios de marcha de la capital entrando en los bares de moda del momento, como La Vía Láctea o la Sala el Sol. Para retratar a la perfección escenarios como Granada, Málaga, Melilla o incluso Nueva York, Gallardo echó mano de postales logrando auténticas obras de arte en cada viñeta. Su estilo empezó cercano al de E. C. Segar y fue evolucionando de forma muy personal e inconfundible hasta crear algunas de las páginas más brillantes de la historieta underground española. En este sentido, hay que destacar la historieta de Fuga de la Modelo, en la que los autores fueron al Colegio de Arquitectos a por los planos de la prisión barcelonesa, de modo que con ellos y las descripciones de cómo eran las celdas que les habían contado los presos que conocían, terminaron pariendo una historieta mítica en la que el realismo formaba parte del chiste.

Las aventuras de Makoki eran auténticas locuras, con giros imposibles, palizas y persecuciones cada dos por tres. Era un cómic de puro nervio y en eso también fue deudor de su época. El escenario barcelonés descrito en el que vivían los autores hay que situarlo en los años de vacío de poder tras la muerte de Franco. Una etapa donde la única realidad palpable era la dureza de las fuerzas de seguridad del Estado, el paro y la delincuencia, pero en la que al mismo tiempo persistía un anhelo irrefrenable de libertad y diversión. Superada la época de los hippies, ahora los jóvenes querían recuperar la ciudad, el rock and roll primigenio y de Londres llegaba el estallido punk el mismo año en que Makoki iniciaba su andadura en las páginas de Disco Express. Este Makoki despendolado y sin un mensaje de paz y amor que darle al mundo era fruto de todo aquello.

Se podría decir, además, que fue la perfecta fusión entre el cómic underground americano y el tebeo de tradición española de la escuela Bruguera. El primero había empezado a llegar con cuentagotas a alguna tienda o lo había publicado la revista contracultural Star, el segundo lo habían mamado los autores desde pequeños, ese Carpanta de Escobar o las historietas de Vázquez. Al final fue como si los personajes de las películas de Berlanga interpretasen una aventura de los Freak Brothers. Además, el formato resultante sirvió para articular la primera revista El Víbora y luego el Makoki, publicaciones en las que luego empezaron a aparecer los mejores dibujantes de la siguiente generación de cómic underground, como Mauro, Calvo o Calpurnio.

Finalmente, Gallardo decidió matar al personaje para evitar incómodas duplicidades. Acabaron con él unos skinheads, una muestra de los nuevos tiempos. Cuando le prenden fuego, Makoki estaba durmiendo en un contenedor de basura. La nueva Barcelona ya no era para él.


Jot Down- Cien Tebeos Imprescindibles (2014)




lunes, 4 de noviembre de 2024

Días de guerra y esvástica en el zoo de Berlín

 El faro del fin del mundo / Jacinto Antón

Hacía frío y una atmósfera melancólica cubría la otra tarde el zoo de Berlín. Paseaba bajo los grandes árboles por los caminos cubiertos de hojas con la mirada amarilla del cárabo lapón aún clavado en la retina. Tras acceder por la Löwentor, la Puerta del León, con sus plintos con felinos de piedra, y ver la pagoda de los rinos, las cebras y a las jirafas en su palacio oriental (desgraciadamente ya no existe el viejo bar El Flamenco Sediento), había entrado en un aviario en el que el cárabo y otros grandes rapaces nocturnas permanecían sueltas, perchadas al alcance de la mano.

Tanques soviéticos destruidos en el zoo de Berlín frente a la Torre antiaérea (Flakturm).

Wikipedia, dominio públicoHacía tiempo que quería visitar el zoo berlinés, un escenario donde se mezclan dos cosas que me interesan tanto como los animales y la II Guerra Mundial. El zoo fue uno de los más terribles escenarios de la Batalla de Berlín, la lucha por la capital al final de la guerra, en abril de 1945, cuando las tropas soviéticas lanzaron el ataque definitivo. Tengo en la cabeza la imagen de los combates del zoo desde que leí a los 12 años La última batalla, de Cornelius Ryan (Destino, 1966), regalo de una amiga alemana de mi madre que debió ver algo raro en mí para elegir ese libro en vez de uno de Enid Blyton. Ryan (1920-1974), que ya había escrito El día más largo y luego alumbraría Un puente lejano, explicaba que junto al zoo estaba la gran torre de defensa antiaérea (Flakturm) que servía también de refugio (Zoobunker) contra los bombardeos. Y allí se constituyó un punto de resistencia que aguantó más que el Bunker de Hitler. El vecino zoo se convirtió en campo de batalla y quedó devastado, con cadáveres de humanos y de animales por todas partes. De los 4.000 animales del zoo en 1939 solo 92 sobrevivieron a la guerra. Los tanques rusos disparaban a quemarropa desde la Casa de los Hipopótamos, donde uno de esos animales flotaba en el agua con un proyectil sin explotar atravesado en el cuerpo. En el recinto de los simios, un gorila y un chimpacé yacían muertos junto a tres oficiales de los SS.

El pico de zapato 'Abu Markub', refugiado en un baño del zoo durante la guerra.

Con todo, la historia que más me conmovía de niño era la que contaba Ryan del cuidador del zoo Heinrich Schwartz, de 83 años, y su abnegación por salvar a Abu Markub, el raro pico de zapato (Balaeniceps rex). A lo largo de su relato, Ryan volvía una y otra vez al zoo, a Schwartz y a Abu Markub, como un contrapunto a la gran matanza de la ciudad. En la última página del libro, silenciados ya los cañones y rendida Berlín, el viejo cuidador recorría la terrible devastación del zoo buscando a la desaparecida ave y gritando su nombre, "¡Abu!, ¡Abu!". Entonces, "hubo un revoloteo, y en el borde del estanque vacío estaba la rara cigüeña, Abu Markub, sosteniéndose en una sola pata y mirando a Schwartz. Éste cruzó el estanque vacío y cogió a la cigüeña: ya ha terminado todo Abu -dijo Schwartz- Todo ha terminado". Y se la llevó en brazos.

Imaginarán mi emoción cuando tantos años después paseando por el zoo de Berlín mientras la luz se desvanecía y pensando en mi viejo libro, me di de bruces con Abu Markub. Era una realista estatua de bronce, pero la acaricié como si hubiera volado directamente desde mis sueños.

Pero cuando tratas con el pasado alemán, ya sea en Wansee o en el Tiergarten, no sueles irte de rositas. Ya cerca de la hora del cierre vi que había una exposición sobre la historia del zoo y entré a verla. Está especialmente dedicada a la época del nazismo y pone los pelos de punta. Y es que el zoo de Berlín fue muy pero que muy nazi. El director, Lutz Heck, que era miembro del Partido, contribuyente de las SS y amigo personal de Hermann Goering, puso el zoo al servicio del III Reich. Se colgó el cartel de "los judíos no son bienvenidos" incluso antes de que se aprobaran las leyes antisemitas y se les prohibiera la entrada. Y durante la guerra se utilizaron centenares de trabajadores esclavos.

Goering y junto a él con abrigo oscuro el director del zoo de Berlín Lutz Heck, en 1942 en una visita al parque.
ARCHIVES OF ZOOLOGISCHER GARTEN BERLIN (AZGB)


Las sombras del pasado siguen presentes en el zoo: la colocación en 1984 de un busto de Heck, que fue muy suavemente desnazificado, provocó controversia, pero la estatua no se ha retirado. Más ardua ha sido la lucha por la reparación a los accionistas judíos del parque despojados de sus títulos, algunos de los cuales murieron en los campos de exterminio. Se les ha dedicado una placa conmemorativa y su historia figura en la exposición instalada como un necesario recordatorio en el viejo corazón del gran zoo alemán.


El País sábado 2 de noviembre de 2024

domingo, 3 de noviembre de 2024

Los superhéroes se enfrentan hoy a la realidad social

Marvel y Dc presentan a sus iconos en cómics que intentan repensar algunas de sus claves para seducir a nuevos lectores


Tommaso Koch

Madrid


Muchas noches, Peter Parker no puede dormir. No porque salga a combatir el crimen con su disfraz. Ni siquiera lo tiene, ni mucho menos lanza telarañas. Lucha contra el agobio existencial de sus 35 años. Un tanque de café le permite pasar los días. Pero la inquietud siempre regresa. Una esposa y dos hijos que ama, un trabajo de fotorreportero. Tendría razones válidas para estar satisfecho. Algo falta, sin embargo, aunque él no sepa lo que es. Para el lector de Ultimate Spider-Man (Panini), en cambio, resulta evidente. Nunca le picó de adolescente una araña radiactiva. Ni, por tanto, pudo convertirse en el célebre trepamuros. En la reinvención en los cómics firmada por Jonathan Hickman y Marco Checchetto no es un superhéroes. Todavía.

Tampoco lo es Wonder Woman. Al menos,  según el Gobierno de EE UU. En los tebeos recientes -publicados por ECC, escritos por Tom King e ilustrados, entre otros, por la española Belén Ortega- quiere explusarla del país, como migrante clandestina, igual que a las demás amazonas. El mundo cambia y para salvar el planeta, al fin y al cabo, antes hay que entenderlo. Marvel lo llama Ultimate, DC habla de Amanecer, a lo que seguirán los proyectos Absolute y All In -puede traducirse como órdago-. Ambas compañías buscan modernizar y retocar sus símbolos, insuflar juventud y originalidad a personajes de edad de jubilación o más allá, simplificar una conología que ya asustaba incluso a los aficionados. En definitiva, enganchar a nuevos y viejos públicos. Y, por supuesto, que la caja siga sonando.

Detalle de una imagen promocional dibujada por Ryan Stegman de 'Ultimate Spiderman', de Jonathan Hickman y Marco Checchetto, editado por Marvel y publicado en España por Panini.

Para Sean Howe, autor del aplaudido ensayo Marvel Comics: la historia jamás contada, reeditada por EsPop, seguramente el último de los motivos es el principal; los artistas se esmerarán para seguir el mandato de forma creativa". Lo cierto es que algunas premisas resultan sorprendentes. En Absolute Batman I, de Scott Synder y Nick Dragotta, Bruce Wayne perdió a su padre, pero no a su madre.

Tampoco es millonario, lo que da pie a un inédito Caballero Oscuro de la clase trabajadora. En la versión Absolute, Wonder Woman se crio en los bajos fondos griegos, y la de Superman, aún por estrenar, también promete descolocar a los veteranos del tebeo -en España la publicará ECC a partir de abril-. La Patrulla X repensada por Peach Momoko surgió en Japón, luce estética manga y prescinde de alguno de sus pilares, así como del liderazgo del profesor Charles Xavier.

Una viñeta del primer número de 'Wonder Woman', de Tom King, Daniel Sampere y Belén Ortega, en el marco de 'El amanecer de DC'.
TM & © 2024 DC Comics. All Rights Reserved


"Estas editoriales afrontan un embrollo extraño: se especializan en narrativas seriales que deben mucho de su poder a su complejidad. Y, a la vez, esta se hace cada vez más dificil de absorber por parte del público. Atraer nuevos lectores se convierte así en un desafío aún mayor", agrega Howe. Como indicio, el propio sello Ultimate: ya se usó a principios de los 2000, para una anterior modernización de los personajes. De ahí que ahora la web de Marvel explique en una página "todo lo que hay que saber" sobre el regreso de esta etiqueta: son 22 párrafos.


Reseteo necesario

Así que el reseteo, cada cierto tiempo, se hace necesario y bienvenido. Junto con la introducción de héroes más conectados con los tiempos modernos, como Miles Morales, Ghost Spider, Ms. Marvel o la Wonder Woman brasileña Yara Flor. Para modificar a los más antiguos, sin embargo, suelen preferirse reformas, más que una revolución. O incluso cambiarlo todo para, de cierta manera, mantenerlo todo igual. "Se trata de buena parte de aterzzo. La esencia debe permancer. Contar lo mismo, pero de una manera distinta, para otras generaciones", reconoce Alejandro Martínez, editor de Panini Comics, que publica las obras de Marvel en España. "Me sigo sintiendo independiente de algún modo, y a la vez hay pequeñas reglas que debo respetar para seguir representando Marvel", declaró Peach Momoko al portal especializado Scrant.

Detalle de la portada del primer número de 'Absolute Batman', de Scott Snyder y Nick Dragotta, editado por DC Comics.
TM & © 2024 DC Comics. All Rights Reserved


Sus nuevos X-men siguen siendo marginados en busca de encaje en un mundo que los rechaza. Y el Spider-Man de Ultimante aprende lo mismo que en su primerísima historia, ideada por Stan Lee y Steve Ditko en 1962: "Grandes poderes conllevan grandes responsabilidades". Solo que, esta vez, la enseñanza no procede del fallecido tío Ben, que está vivo y se ha hecho periodista de investigación.

Tom King explicó a Scrant que su Wonder Woman sale precisamente de una reflexión sobre lo que la hace distinta. Concluyó que Batman protege la justicia y Superman el status quo. La amazona, en cambio, "está en contra del sistema establecido. Es una rebelde. Se planta". Justo lo que, por otro lado, el escritor ve reflejado en sus hijos, de 10 y 14 años, uno de los objetivos de Marvel y DC.

Martínez considera que en realidad esto es algo que sucede desde el mismo origen de estas leyendas. Muchos mitos de Marvel se estrenaron cuando EE UU se empantanaba en Vietnam y arrancaba la revolución estudiantil; algunos de DC incluso presenciaron la II Guerra Mundial. Los chavales que leyeron sus primeras historias hoy son abuelos. Los superhéroes nunca abandonarían a nadie. Y menos aún a sus primeros seguidores. Pero también necesitaban hablar a sus nietos. La oportunidad, de impacto y negocio, se antoja inédita: por primera vez coinciden tres generaciones dispuestas a escucharlos.

Aun así, Howe subraya que desde los ochenta este tipo de iniciativas ha "aumentado sensiblemente". Grandes encuentros, tebeos entrelazados con decenas de personajes, choques antológicos con villanos (casi) imbatibles. Guerras secretas, La era del Apocalipsis o Civil War han marcado los veranos de apasionados de Marvel que hoy tiene canas e hijos. A la vez, DC ha desatado variadas Crisis (de identidad, oscura, en tierras infinitas...). Y, el marketing de ambas compañías tira de épica con frecuencia casi mensual. Se vende un evento mastodóntico, hasta que el siguiente lo sea más.


Portada del primer número de 'Ultimate X-Men', de Peach Momoko, editado por Marvel y publicado en España por Panini.


Un nuevo comienzo para los héroes, y para los lectores que se sintieran intimidados por tanta cronología. Además, según Howe, la estrategia apeló también a Hollywood, para servirle en bandeja la esencia simplificada de cada personaje. Ahí están la taquilla y el impacto en la cultura popular para decir que funcionó. Al menos durante un tiempo largo. Porque la compleja red de tramas que enrevesó los cómics terminó enmarañando también a la pantalla. Y tanto Marvel como DC buscan una nueva era también en el cine.

"Estamos en un mundo capitalista. Es injusto decir que Marvel intenta hacer caja. Todos los cómics deben venderse, si no, no hay industria. Al final, deciden los lectores", apunta Martínez. Ahora puede haberlos de todas las edades. Aunque pocas misiones se antojan más difíciles como poner de acuerdo a tres generaciones distintas. Debe de ser que hace falta un superpoder.


El Pais Sabado 2 de noviembre de 2024


sábado, 2 de noviembre de 2024

Arzach / Moebius




Si hay un cómic que recomendaría a cualquier profano en el género pero que fuese al mismo tiempo aficionado a visitar las grandes pinacotecas del mundo —porque supongo que a ningún buen aficionado al tebeo le resultará necesaria la recomendación— es sin duda la serie Arzach, compuesta de cuatro narraciones breves con las que el francés Jean Giraud revolucionó el mundillo a mediados de los años setenta. Por entonces estaba enfrascado en la confección de las exitosas aventuras del teniente Blueberry, el cómic del género western que lo había situado en el candelero. Pero Giraud, que por medio de su alter ego Moebius también elaboraba ilustraciones con temática de ciencia ficción, decidió seguir los insistentes consejos de algunos de sus amigos (muy particularmente su colega Philippe Druillet) y explorar más profundamente el género, creando un cómic de ciencia ficción propiamente dicho.

El resultado dejó atónitos a todos los aficionados: el famoso dibujante del clásico Blueberry se descolgaba con una extraña historia sin diálogos, protagonizada por un jinete solitario que en vez de caballo montaba un pterodáctilo, ambientada en un extraño mundo híbrido en el que no parecía haber demasiadas referencias reconocibles a los tópicos del género fantástico. La primera historia protagonizada por este nuevo personaje se llamaba como él, Arzach, y parecía ser poco más que un extraño sketch, por su descarnada sencillez: una mezcla de aventura, erotismo y un toque de humor tan llano que lindaba la categoría de tira cómica de un periódico. Sin embargo, el apartado visual resultaba difícil de asimilar de golpe y no solamente lo alejaba de esa categorización de sketch sino que lo situaba más cerca de la pintura clásica que del tebeo tradicional. No por las técnicas empleadas —que seguían siendo las propias de un cómic— sino por una apabullante profundidad artística hasta entonces prácticamente desconocida en el mundo de las viñetas.

Así que el sencillo chiste inaugural de la saga Arzach se presentaba bajo un formato de impactante barroquismo visual, repleto de detalle, donde la composición, las formas, los volúmenes y los intensos contrastes cromáticos producían la sensación de estar realmente asomando la mirada a un mundo que existía por sí mismo, pero sin padecer el desangelado mimetismo del hiperrealismo. La sobrecargada sensualidad de aquel estilo de dibujo, más propio de una trabajada ilustración aislada que de una sucesión de viñetas, nos hablaba de una considerable cantidad de trabajo insólitamente puesto al servicio de un argumento a todas luces improvisado. Y sí, Jean Giraud admitió que para dibujar Arzach se había dejado llevar por el subconsciente, dibujando sin ningún plan determinado y permitiendo que todo ese esfuerzo se derramase sobre el papel sin tener muy claro cuál iba a ser el resultado final, algo que rompía con las leyes básicas de todo dibujante de cómic profesional. Pero fue precisamente la evidente falta de planificación argumental una de las cosas que más impactaron a los lectores: Arzach parecía la representación de un sueño y estaba tan entroncado con el surrealismo como con la ciencia ficción. Es más, los lectores ya no eran «lectores», puesto que no había nada que «leer». Moebius había convertido su cómic en cine y no cualquier tipo de cine: era cine completamente mudo.



La ausencia de diálogo y la falta de información sobre la historia que contemplábamos le confería a todo una aureola de gratuidad que por necesidad debía contener significados más profundos. En realidad, esos significados que el lector pudiera inventar no estaban allí, o más bien estaban únicamente los que provenían de los recovecos de la mente de Giraud y que solamente él pudo explicar con cierto detalle más adelante. Detalles como los constantes símbolos fálicos, oscuridad y tenebrismo conceptual (no tanto visual) o referencias constantes a la muerte como por ejemplo el propio pterodáctilo de Arzach, que pertenece a una especie extinta y que además parece hecho de cemento, una sustancia muerta. Estos elementos, decía Giraud, hablaban de una infelicidad soterrada en el espíritu del dibujante, pero también respondían a una expresión inconsciente de su sometimiento a las modas del momento: se llevaba mucho entre los artistas parisinos de los setenta la noción de que una historia «tenía» que ser oscura para ser considerada profunda y de calidad.

Estas y otras explicaciones que Giraud nos ofreció sobre la breve saga Arzach tan pronto parecen serias como repletas de ironía y pueden encerrar tanta verdad, o no, como los giros sarcásticos con los que, conforme avanzaba la breve saga, seguía quebrantando las normas del «buen cómic». Una buena muestra: los siguientes tres episodios fueron titulados de manera ligeramente distinta (Harzak, Arzak, Harzakc), como si el propio Moebius estuviera riéndose del éxito de la marca. Como si Batman, tras el éxito, cambiase de nombre cada vez que se publicaba un nuevo número, dinamitando así toda posible idea de solemnidad o seriedad asociada a la serie como producto profesional. Por lo demás, la saga carecía de un hilo conductor lógico: cada capítulo parecía responder a unos resortes distintos (mi favorito de niño, cuando los miraba una y otra vez, solía ser el tercero, Arzach, que era «el más ciencia ficción» de todos). En realidad, esa indefinición propia de una divagación onírica era la única característica común en los cuatro episodios. Viendo el mundo de Arzach, no sabemos nunca nada: ¿Quién es Arzach? ¿Qué busca? ¿Por qué hace lo que hace? Su única motivación clara y visible es el sexo —o lo es al menos en dos de las cuatro historias— porque se siente atraído por exuberantes mujeres jóvenes y trata de conseguirlas, estan- do su camino hacia el sexo dificultado por diversas formas de monstruosidad (¿una expresión de la idea de pecado?).

La verdad es que resulta difícil extraer conclusiones claras más allá de lo que el propio Giraud pudo decir de manera explícita en diversos momentos, por escrito o en entrevistas. El planeta por donde viaja Arzach carece de lógica o posee una lógica que no podemos comprender a causa de nuestra carencia de información. Por ejemplo, vemos en ese planeta a humanos desnudos y demacrados que deambulan sin propósito aparente en manadas formadas solamente por varones, y también vemos criaturas extrañas —también masculinas— a las que nunca les faltan los genitales, por otro lado una de las obsesiones de Giraud. Sigmund Freud se hubiese frotado las manos con todo esto y a Giraud le hubiese divertido mucho, sin duda. Bastantes años después de finalizados los cuatro primeros episodios, Jean Giraud alias Moebius (o viceversa) añadió un quinto capítulo en el que de nuevo transgredía las normas, aunque esta vez eran las normas que él mismo había creado, y ¡añadía diálogos a la saga! Para disgusto de muchos puristas del viejo Arzach, el personaje nos explicaba de primera mano quién era, de dónde venía y qué hacía en el mundo. Para col- mo, su biografía entroncaba con una de las más conocidas historietas de ciencia ficción humorística de Moebius, titulada El desvío, protagonizada por el propio dibujante y por su fa- milia, y consistente en una fascinante mitificación fantástica de sus vacaciones estivales. Sin duda alguna, este quinto episodio, en el que Moebius ejercía como desmitificador apócrifo de su propio trabajo, era un epílogo gamberro creado deliberadamente para destruir —o al menos parodiar— la aureola de mágico misterio que siempre envolvió los cuatro episodios anteriores. Pero las absurdas aventuras de Arzach, pese a los ju- guetones intentos del propio Jean Giraud, no perderán nunca esa aureola. Aunque Giraud quisiera sobreponerse a Moebius, enterrarlo bajo una pesada lápida de sátira, lo cierto es que nunca lo consiguió. Moebius había capturado a Giraud para siempre. Y para nosotros, sumergirse en las cuatro aventuras del «ptero-guerrero» es la manera más rápida y directa de soñar despiertos. Arzach no es un simple cómic. Es una experiencia.


Jot Down - Cien Tebeos Imprescindibles (2014)


viernes, 1 de noviembre de 2024

AMERICANIA. NUEVO MUNDO Viaje lisérgico al corazón de la conquista. Diego Espiña Barros


Americania. Nuevo mundo

Sergio Toppi 

Ponent Mon 

Italia 

Cartoné

216 págs.

Blanco y negro, color

Traducción: José Emilio Martínez Tur

Obras relacionadas

Americania Historias de la frontera

Sergio Toppi

(Ponent Mon)

Pribiloff 1898 y otras historias septentrionales

Sergio Toppi

(Ponent Mon)

La india blanca

Serpieri

(Ponent Mon)

Corto Maltés. Siempre un poco más lejos

Hugo Pratt 

(Norma Editorial)


La primera vez que leí «Los tesoros de Cíbola» fue en un volumen que llevaba por título Las ciudades de Arizona, publicado en 1992 en la co- lección Relatos del Nuevo Mundo. Era esta una serie de libros que combinaban el cómic y el ensayo, y que aparecieron en el contexto de los fastos que rodearon al V Centenario

Crepax, Serpieri, Giardino o Matotti, el de Toppi debería brillar con luz propia. Su trabajo bebe de dos fuentes principales: la fluidez narrativa de la historieta de aventuras de las hojas de periódico y la contundencia plástica de la ilustración donde la capacidad de observación, la del descubrimiento de América.

La efeméride (junto a los Juegos Olímpicos que ese mismo año se celebrarían en Barcelona) fue usada por el entonces Gobierno socialista de Felipe González como catapulta definitiva que lanzaría la «nueva España» al escaparate de las naciones más desarrolladas.

Mi yo adolescente no dedicó ni un minuto a pensar en lo problemático de aquella operación desde el punto de vista histórico y cultural —España sigue hoy sin encarar de manera seria su pasado colonial y su legado de luces y sombras—, pero recuerdo el impacto que en mí tuvo otro descubrimiento: el de Sergio Toppi (1992-2012), uno de los auto- res icónicos del fumetto italiano y cuyo trabajo, variado y disperso a partes iguales, me lancé a buscar de forma compulsiva por revistas y publicaciones como Linus, Alter Alter, Corto Maltese, o Cimoc, entre otras, y casi siempre con poco éxito.

Cuando pensamos en cómic europeo solemos mirar hacia Francia y, en ocasiones, olvida- mos el peso y la influencia de los artistas que llegaron de Italia. Entre nombres como Pratt, libertad expresiva y la imaginación desbordante mantienen un delicado y preciso equilibrio. Por esa razón me alegra tanto que Ponent Mon se haya lanzado a recuperar y recopilar en preciosos volúmenes la fascinante obra del italiano bajo el nombre común de Americania. Si hace un par de años apareció en las librerías Historias de la frontera, libro que contenía las historietas que Toppi había dedicado a Norteamérica y su mitología, ahora le ha llegado el turno a la conquista del subcontinente americano a cargo de los exploradores españoles. Nuevo mundo, este segundo volumen de la colección, contiene un total de ocho relatos que, bien blanco y negro o en color, nuevamente, muestran ese rico universo creativo que hace de Toppi uno de los autores más importantes (y quizá no reconocido como debiera) del noveno arte. Se trata de piezas ambientadas inmediatamente antes o después de la conquista que destacan por su pulsión narrativa. En ellas, historia, mito y fantasía se dan la mano. El lápiz de Toppi es un prodigioso creador de relatos y dibujos contundentes, que nos llenan los ojos y nos gritan que no estamos ante cómics del montón. Cada página cobra vida propia y no son simples plantillas que pretenden seguir una secuencia cinematográfica, algo demasiado presente en muchos cómics actuales. Se trata de un quehacer artístico que convierte la página en una experiencia sensorial única, casi onírica, y que remite al barroquismo sinfónico de una canción de Cream, una pieza Stravinski o un cuadro de Klimt. Tal es la exuberancia creativa de Toppi, cuya lectura de la aventura colonial, su violencia y fascinación, perfectamente se refleja en un trazo grueso pero certero y de tenebrosa belleza, ya en su preciso control sobre el blanco y negro o en su apabullante despliegue del color.




El lector se encontrará ante historias densas, no tanto por el volumen textual —no malgastan los personajes de Toppi las palabras; tampoco lo necesitan—, sino por la amplia gama de significados y connotaciones en las que la frontera entre civilización y barbarie cede al paso de aventureros europeos, buscavidas hijos de perra e indígenas americanos, en una suerte de apocalipsis

lisérgico hacia la autodestrucción del hombre. En las historietas de Nuevo mundo como la mencionada al principio de esta reseña, u otras como «San Isidro Maxtlacingo 1850», «Chapungo», o «La leyenda de Potosí», no hay héroes, simplemente hombres empujados por obsesiones malsanas abriéndose paso a machetazos en un contexto asfixiante y alucinante. El universo creativo de Toppi es suficientemente amplio para poder imaginar mundos alternativos que rompen barreras espacio-temporales. Así podemos leer otras de las historias que componen el volumen: el caso de «Tzoacotlan 1521», donde ni siquiera la intercesión divina en forma de ametralladora Browning puede detener la inexorable caída del imperio azteca; o «Hipótesis 1492», en la que se aventura un naufragio de las carabelas con un único superviviente. Sea como fuere, se me ocurren pocos lugares alternativos en los que invertir el dinero, no poco, que cuesta, todo hay que decirlo, este Americania. Nuevo Mundo, del inmenso Sergio Toppi.


jd comics 2024


¡Oh, diabólica ficción! por Max



 

El Pais Semanal número 1.984
Domingo 5 de octubre de 2014

CÓMIC INFANTIL ACTUAL ESPAÑOL Cristina Hombrados

Los diversos barómetros, informes y estudios sobre hábitos de lectura de la última década encargados tanto por entidades públicas como privadas coinciden en que, pese a todas las opciones de ocio y entretenimiento existentes en la actualidad, hay un elevado porcentaje de gente menuda que disfruta leyendo en su tiempo libre. Además, los monográficos sobre libro infantil y juvenil que el Observatorio de la Lectura y el Libro publicó de manera periódica a lo largo de la segunda década del siglo XXI arrojan interesantes datos sobre el crecimiento de la facturación y elevado consumo (sí, ese verbo que tanto nos gusta utilizar cuando hablamos de cultura) de literatura infantil y juvenil (LIJ). Por otra parte, lo que todos esos estudios también parecen confirmar es que el segmen- to de población menor de 15 años lee cómics, siendo esa la franja de edad que más se acerca a las viñetas. Esas amenazantes pantallas de las que hablaba Antonio Altarriba en su ensayo La España del tebeo (Grafikalismos) parecen convivir apaciblemente con las tradicionales hojas de papel en su función de acceso a la ficción. Y es que es lógico pensar que, si entre los menores de 15 años encontramos el grupo de edad que más lee y el porcentaje más elevado de frecuencia lectora, será porque en las páginas de los libros (y de los tebeos) encuentran lo que buscan.

Es innegable que el panorama del cómic infantil y juvenil (CIJ) en nuestro país ha dado un vuelco importante en cuanto a oferta y lectores desde 2013. De la caduca identificación del tebeo patrio con títulos de la factoría Bruguera, del erial de las últimas décadas del siglo XX (ese manga y esas franquicias a las que también se vieron abocadas las y los lectores más jóvenes) o del olvido del público infantil consecuencia del movimiento global que trataba de alejarse de esa concepción tradicional, hemos pasado a la consolidación de una amplia oferta de títulos en la segunda década del siglo XXI a partir de la traducción de tebeos provenientes de otros mercados (principalmente el estadounidense y franco-belga) y de la producción propia. Probablemente hayan contribuido a ello factores tan diversos como esos elevados índices de lectura y publicación de LIJ, que los creadores han vuelto a posar su mirada sobre los menores como público implícito de sus trabajos, la globalización de la industria, la irrupción del noveno arte en las librerías generalistas, la presencia en bibliotecas, la popularización del tebeo como herramienta de divulgación y educativa (en buena medida gracias a iniciativas de amantes de las viñetas) o una clara apuesta editorial por el CIJ, un nicho de mercado que había que cubrir.

Dos de los términos que posiblemente mejor definen el cómic infantil actual, entendido como tal hasta los doce años, son diversidad y dispersión.



Si nos centramos en los canales tradicionales de edición y distribución, quien quiera estar al día de los títulos de tebeos infantiles que se publican en nuestro país ha de consultar los catálogos de un buen número de editoriales. José A. Serrano (https://www.comicinfantilhoy.es/) hablaba de dispersión editorial en cuanto a CIJ se refiere en un artículo publicado en la revista Faristol en 2019. Lo cierto es que se podría hacer una larga enumeración de las decenas de editoriales que en los últimos años han publicado al menos un cómic dirigido al público infantil: desde editoriales de cómic o literarias (especializadas en LIJ o no); de forma continua o esporádica; abriendo líneas, sellos o colecciones definidas; o publicándolos sin más, bajo ningún paraguas. Y un buen número de ellas cuentan con títulos de producción propia para cuya creación emplean a autores y autoras del territorio. Cabe destacar a la considerada buque insignia del tebeo infantil en nuestro país, Bang Ediciones. No solo por su clara apuesta por esa franja edad desde el sello Mamut (creado en 2008) sino también por publicar títulos producidos por ellos mismos y creados en su mayoría por autores/as de la tierra. Y un par de ejemplos más. En 2015 surge Sallybooks con unas premisas similares: editorial de LIJ y CIJ (años más tarde diversificaría público) que apuesta por la creación propia empleando para ello talento de proximidad. En 2022 ECC reorganizó Kodomo (su sello infantil) dando presencia a la producción propia con títulos de creadoras y creadores españoles. Conforme pasan los años, se aprecia una mayor presencia de autoría nacional, aunque todavía se está muy lejos de alcanzar los números que presenta el cómic infantil que nos llega traducido. Nada nuevo bajo el sol: misma tendencia que la global en la industria del cómic en España. Otro patrón que se repite es la exportación del talento creativo que vuelve en forma de licencia. ¿Un par de ejemplos? Niko (2023), de Paco Sordo publicado por Kómikids, editorial nacida del acuerdo entre la editorial de LIJ Kókinos y el grupo editorial francés Bayard; Hammerdam (2023), de Enrique Fernández, cuya edición integral nos ha llegado de manos de Astronave, el sello infantil de Norma editorial; o Brujeando. Integral (2021), de Teresa Valero y Juanjo Guarnido, editado en el mismo sello en tomos y posteriormente en un integral.

Un aspecto interesante que requeriría de un análisis más profundo es la presencia en lenguas cooficiales del estado (diferentes del castellano) de títulos dirigidos a un público infantil realizados por autores/as del país para su primera edición por parte de editoriales de ámbito nacional o regional. Bien sea mediante ediciones simultáneas en varios idiomas por diferentes editoriales o en diferido en una misma o en distinta editorial, los tebeos infantiles nacionales se producen y/o traducen en un elevado porcentaje, principalmente en catalán (mayormente), gallego y euskera. Así sucede en editoriales ya mencionadas, como Bang ediciones, Kodomo o Kómikids y, también, en Astiberri, Antela, Xerais, Takatuka, HarperKids, Cruïlla (del grupo SM), Barcanova (del grupo Anaya) o en sellos de los gigantes editoriales Grupo Planeta y Penguin Random House Grupo Editorial. Se trata de un cuestión que se extiende a la producción de CIJ que nos llega de otros países.

Paulatinamente, las editoriales han ido importando y licenciando superventas y fenómenos de lectura procedentes de otros mercados: Hilda, de Luke Pearson (2013); Raina Telgemeier (Maeva Young publica sus tebeos desde 2016 y, con ella, inicia la publicación de tebeos para este público en una línea muy reconocible); Dav Pilkey y su Policán, Los diarios de Cereza, de Joris Chamblain y Aurélie Neyret, y Animalotes, de Aaron Babley (2017); Elise Gravel, Narval, de Ben Clanton, y Cloe y su unicornio, de Dana Thomson (2018); Imbatible, de Pascal Jousselin (2019); La terrible Adèle, del exitoso guionista Mr. Tan, Snapdragon, de Kat Leyh (2021), o Tanja Esch (2023). Aunque aquí también contamos con nuestros propios fenómenos. El más paradigmático, sin duda, Artur Laperla y Superpatata (Mamut 2011-), quien compagina la creación del tubérculo más poderoso del género superheroico con otras series en otras editoriales para más o menos el mismo rango de edad. Un nombre se ha labrado el equipo creativo Jaume Copons y Liliana Fortuny, con especial incidencia en territorio catalanoparlante, gracias a sus series Agus y los monstruos (2014-), una hibridación entre novela y cómic, y Bitmax&Co (2020-), un cómic para primeros lectores, ambas publicadas por Combel. Finalmente, se podría citar a Míriam Bonastre con Hooky (Martínez Roca, 2022-). Esta joven autora de éxito internacional sería, por cierto, el perfecto punto de partida para hablar de cómic juvenil por su vinculación a plataformas de webcómics (donde Hooky fue inicialmente publicada) y al manga (por el estilo y narrativa de sus trabajos.


Escritores de renombre en la LIJ en nuestro país han probado suerte como guionistas de tebeos infantiles con títulos que han tenido predicamento entre sus lectores/as. Miguel López, el añorado Hematocrítico (profesor y autor de proyectos de humor además de escritor), guionizó los cuatro tomos de la serie Leyendas del recreo (2020-2022), publicada en la colección DeCómic de Anaya y con dibujo de Albert Monteys, uno de los máximos exponentes del humor del Estado español. Pedro Mañas (Premio Cervantes Chico de LIJ 2023), entre otros proyectos, ha llevado a cómic con dibujo de Luján Fernández una expansión de su exitosa serie de LIJ Princesas Dragón (SM).

Mención merecen por sus trabajos dirigidos a prelectores/as y primeros lectores/as autoras como Núria Aparicio, también conocida como LaPendeja (la deliciosa serie de Nuc para Kodomo, 2022-2024), Gómez (Ana Gómez Hernández) con su serie de cuatro números Drila Cododrila que edita Destino (2022-2024) o Katia Klein, con tebeos en la que es responsable absoluta (Lea y los pájaros para Mamut, 2019) o en los que firma el guion y cuenta con la complicidad de Ruth Pedreño al dibujo (el último, La isla de Oko. Sonríe para Kodomo, 2023).

Aunque sea brevemente, es de recibo nombrar el importante papel que las publicaciones seriadas han tenido en el cómic infantil de nuestro país. Se podría entrar a valorar la evolución de la incidencia histórica de tal relación, pero ya hay artículos y libros que se centran en esa cuestión y, para el tema que nos ocupa, podemos fijarnos en cómo algunas de esas historietas producidas inicialmente para su serialización en diferentes cabeceras, han acabado recopiladas y publicadas en formato libro: Todo Minomonsters (2018) o Todo Dinokid (2021), de David Ramírez, series surgidas en las páginas de la extinta ¡Dibus! y recuperadas en Astronave, o Vampi, de Jose Fonollosa, serie procedente de las páginas de la revista Camacuc y recopilada en volúmenes por Grafito editorial.


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