Los diversos barómetros, informes y estudios sobre hábitos de lectura de la última década encargados tanto por entidades públicas como privadas coinciden en que, pese a todas las opciones de ocio y entretenimiento existentes en la actualidad, hay un elevado porcentaje de gente menuda que disfruta leyendo en su tiempo libre. Además, los monográficos sobre libro infantil y juvenil que el Observatorio de la Lectura y el Libro publicó de manera periódica a lo largo de la segunda década del siglo XXI arrojan interesantes datos sobre el crecimiento de la facturación y elevado consumo (sí, ese verbo que tanto nos gusta utilizar cuando hablamos de cultura) de literatura infantil y juvenil (LIJ). Por otra parte, lo que todos esos estudios también parecen confirmar es que el segmen- to de población menor de 15 años lee cómics, siendo esa la franja de edad que más se acerca a las viñetas. Esas amenazantes pantallas de las que hablaba Antonio Altarriba en su ensayo La España del tebeo (Grafikalismos) parecen convivir apaciblemente con las tradicionales hojas de papel en su función de acceso a la ficción. Y es que es lógico pensar que, si entre los menores de 15 años encontramos el grupo de edad que más lee y el porcentaje más elevado de frecuencia lectora, será porque en las páginas de los libros (y de los tebeos) encuentran lo que buscan.
Es innegable que el panorama del cómic infantil y juvenil (CIJ) en nuestro país ha dado un vuelco importante en cuanto a oferta y lectores desde 2013. De la caduca identificación del tebeo patrio con títulos de la factoría Bruguera, del erial de las últimas décadas del siglo XX (ese manga y esas franquicias a las que también se vieron abocadas las y los lectores más jóvenes) o del olvido del público infantil consecuencia del movimiento global que trataba de alejarse de esa concepción tradicional, hemos pasado a la consolidación de una amplia oferta de títulos en la segunda década del siglo XXI a partir de la traducción de tebeos provenientes de otros mercados (principalmente el estadounidense y franco-belga) y de la producción propia. Probablemente hayan contribuido a ello factores tan diversos como esos elevados índices de lectura y publicación de LIJ, que los creadores han vuelto a posar su mirada sobre los menores como público implícito de sus trabajos, la globalización de la industria, la irrupción del noveno arte en las librerías generalistas, la presencia en bibliotecas, la popularización del tebeo como herramienta de divulgación y educativa (en buena medida gracias a iniciativas de amantes de las viñetas) o una clara apuesta editorial por el CIJ, un nicho de mercado que había que cubrir.
Dos de los términos que posiblemente mejor definen el cómic infantil actual, entendido como tal hasta los doce años, son diversidad y dispersión.
Si nos centramos en los canales tradicionales de edición y distribución, quien quiera estar al día de los títulos de tebeos infantiles que se publican en nuestro país ha de consultar los catálogos de un buen número de editoriales. José A. Serrano (https://www.comicinfantilhoy.es/) hablaba de dispersión editorial en cuanto a CIJ se refiere en un artículo publicado en la revista Faristol en 2019. Lo cierto es que se podría hacer una larga enumeración de las decenas de editoriales que en los últimos años han publicado al menos un cómic dirigido al público infantil: desde editoriales de cómic o literarias (especializadas en LIJ o no); de forma continua o esporádica; abriendo líneas, sellos o colecciones definidas; o publicándolos sin más, bajo ningún paraguas. Y un buen número de ellas cuentan con títulos de producción propia para cuya creación emplean a autores y autoras del territorio. Cabe destacar a la considerada buque insignia del tebeo infantil en nuestro país, Bang Ediciones. No solo por su clara apuesta por esa franja edad desde el sello Mamut (creado en 2008) sino también por publicar títulos producidos por ellos mismos y creados en su mayoría por autores/as de la tierra. Y un par de ejemplos más. En 2015 surge Sallybooks con unas premisas similares: editorial de LIJ y CIJ (años más tarde diversificaría público) que apuesta por la creación propia empleando para ello talento de proximidad. En 2022 ECC reorganizó Kodomo (su sello infantil) dando presencia a la producción propia con títulos de creadoras y creadores españoles. Conforme pasan los años, se aprecia una mayor presencia de autoría nacional, aunque todavía se está muy lejos de alcanzar los números que presenta el cómic infantil que nos llega traducido. Nada nuevo bajo el sol: misma tendencia que la global en la industria del cómic en España. Otro patrón que se repite es la exportación del talento creativo que vuelve en forma de licencia. ¿Un par de ejemplos? Niko (2023), de Paco Sordo publicado por Kómikids, editorial nacida del acuerdo entre la editorial de LIJ Kókinos y el grupo editorial francés Bayard; Hammerdam (2023), de Enrique Fernández, cuya edición integral nos ha llegado de manos de Astronave, el sello infantil de Norma editorial; o Brujeando. Integral (2021), de Teresa Valero y Juanjo Guarnido, editado en el mismo sello en tomos y posteriormente en un integral.
Un aspecto interesante que requeriría de un análisis más profundo es la presencia en lenguas cooficiales del estado (diferentes del castellano) de títulos dirigidos a un público infantil realizados por autores/as del país para su primera edición por parte de editoriales de ámbito nacional o regional. Bien sea mediante ediciones simultáneas en varios idiomas por diferentes editoriales o en diferido en una misma o en distinta editorial, los tebeos infantiles nacionales se producen y/o traducen en un elevado porcentaje, principalmente en catalán (mayormente), gallego y euskera. Así sucede en editoriales ya mencionadas, como Bang ediciones, Kodomo o Kómikids y, también, en Astiberri, Antela, Xerais, Takatuka, HarperKids, Cruïlla (del grupo SM), Barcanova (del grupo Anaya) o en sellos de los gigantes editoriales Grupo Planeta y Penguin Random House Grupo Editorial. Se trata de un cuestión que se extiende a la producción de CIJ que nos llega de otros países.
Paulatinamente, las editoriales han ido importando y licenciando superventas y fenómenos de lectura procedentes de otros mercados: Hilda, de Luke Pearson (2013); Raina Telgemeier (Maeva Young publica sus tebeos desde 2016 y, con ella, inicia la publicación de tebeos para este público en una línea muy reconocible); Dav Pilkey y su Policán, Los diarios de Cereza, de Joris Chamblain y Aurélie Neyret, y Animalotes, de Aaron Babley (2017); Elise Gravel, Narval, de Ben Clanton, y Cloe y su unicornio, de Dana Thomson (2018); Imbatible, de Pascal Jousselin (2019); La terrible Adèle, del exitoso guionista Mr. Tan, Snapdragon, de Kat Leyh (2021), o Tanja Esch (2023). Aunque aquí también contamos con nuestros propios fenómenos. El más paradigmático, sin duda, Artur Laperla y Superpatata (Mamut 2011-), quien compagina la creación del tubérculo más poderoso del género superheroico con otras series en otras editoriales para más o menos el mismo rango de edad. Un nombre se ha labrado el equipo creativo Jaume Copons y Liliana Fortuny, con especial incidencia en territorio catalanoparlante, gracias a sus series Agus y los monstruos (2014-), una hibridación entre novela y cómic, y Bitmax&Co (2020-), un cómic para primeros lectores, ambas publicadas por Combel. Finalmente, se podría citar a Míriam Bonastre con Hooky (Martínez Roca, 2022-). Esta joven autora de éxito internacional sería, por cierto, el perfecto punto de partida para hablar de cómic juvenil por su vinculación a plataformas de webcómics (donde Hooky fue inicialmente publicada) y al manga (por el estilo y narrativa de sus trabajos.
Escritores de renombre en la LIJ en nuestro país han probado suerte como guionistas de tebeos infantiles con títulos que han tenido predicamento entre sus lectores/as. Miguel López, el añorado Hematocrítico (profesor y autor de proyectos de humor además de escritor), guionizó los cuatro tomos de la serie Leyendas del recreo (2020-2022), publicada en la colección DeCómic de Anaya y con dibujo de Albert Monteys, uno de los máximos exponentes del humor del Estado español. Pedro Mañas (Premio Cervantes Chico de LIJ 2023), entre otros proyectos, ha llevado a cómic con dibujo de Luján Fernández una expansión de su exitosa serie de LIJ Princesas Dragón (SM).
Mención merecen por sus trabajos dirigidos a prelectores/as y primeros lectores/as autoras como Núria Aparicio, también conocida como LaPendeja (la deliciosa serie de Nuc para Kodomo, 2022-2024), Gómez (Ana Gómez Hernández) con su serie de cuatro números Drila Cododrila que edita Destino (2022-2024) o Katia Klein, con tebeos en la que es responsable absoluta (Lea y los pájaros para Mamut, 2019) o en los que firma el guion y cuenta con la complicidad de Ruth Pedreño al dibujo (el último, La isla de Oko. Sonríe para Kodomo, 2023).
Aunque sea brevemente, es de recibo nombrar el importante papel que las publicaciones seriadas han tenido en el cómic infantil de nuestro país. Se podría entrar a valorar la evolución de la incidencia histórica de tal relación, pero ya hay artículos y libros que se centran en esa cuestión y, para el tema que nos ocupa, podemos fijarnos en cómo algunas de esas historietas producidas inicialmente para su serialización en diferentes cabeceras, han acabado recopiladas y publicadas en formato libro: Todo Minomonsters (2018) o Todo Dinokid (2021), de David Ramírez, series surgidas en las páginas de la extinta ¡Dibus! y recuperadas en Astronave, o Vampi, de Jose Fonollosa, serie procedente de las páginas de la revista Camacuc y recopilada en volúmenes por Grafito editorial.
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