El faro del fin del mundo / Jacinto Antón
Hacía frío y una atmósfera melancólica cubría la otra tarde el zoo de Berlín. Paseaba bajo los grandes árboles por los caminos cubiertos de hojas con la mirada amarilla del cárabo lapón aún clavado en la retina. Tras acceder por la Löwentor, la Puerta del León, con sus plintos con felinos de piedra, y ver la pagoda de los rinos, las cebras y a las jirafas en su palacio oriental (desgraciadamente ya no existe el viejo bar El Flamenco Sediento), había entrado en un aviario en el que el cárabo y otros grandes rapaces nocturnas permanecían sueltas, perchadas al alcance de la mano.
Tanques soviéticos destruidos en el zoo de Berlín frente a la Torre antiaérea (Flakturm).Wikipedia, dominio públicoHacía tiempo que quería visitar el zoo berlinés, un escenario donde se mezclan dos cosas que me interesan tanto como los animales y la II Guerra Mundial. El zoo fue uno de los más terribles escenarios de la Batalla de Berlín, la lucha por la capital al final de la guerra, en abril de 1945, cuando las tropas soviéticas lanzaron el ataque definitivo. Tengo en la cabeza la imagen de los combates del zoo desde que leí a los 12 años La última batalla, de Cornelius Ryan (Destino, 1966), regalo de una amiga alemana de mi madre que debió ver algo raro en mí para elegir ese libro en vez de uno de Enid Blyton. Ryan (1920-1974), que ya había escrito El día más largo y luego alumbraría Un puente lejano, explicaba que junto al zoo estaba la gran torre de defensa antiaérea (Flakturm) que servía también de refugio (Zoobunker) contra los bombardeos. Y allí se constituyó un punto de resistencia que aguantó más que el Bunker de Hitler. El vecino zoo se convirtió en campo de batalla y quedó devastado, con cadáveres de humanos y de animales por todas partes. De los 4.000 animales del zoo en 1939 solo 92 sobrevivieron a la guerra. Los tanques rusos disparaban a quemarropa desde la Casa de los Hipopótamos, donde uno de esos animales flotaba en el agua con un proyectil sin explotar atravesado en el cuerpo. En el recinto de los simios, un gorila y un chimpacé yacían muertos junto a tres oficiales de los SS.
Con todo, la historia que más me conmovía de niño era la que contaba Ryan del cuidador del zoo Heinrich Schwartz, de 83 años, y su abnegación por salvar a Abu Markub, el raro pico de zapato (Balaeniceps rex). A lo largo de su relato, Ryan volvía una y otra vez al zoo, a Schwartz y a Abu Markub, como un contrapunto a la gran matanza de la ciudad. En la última página del libro, silenciados ya los cañones y rendida Berlín, el viejo cuidador recorría la terrible devastación del zoo buscando a la desaparecida ave y gritando su nombre, "¡Abu!, ¡Abu!". Entonces, "hubo un revoloteo, y en el borde del estanque vacío estaba la rara cigüeña, Abu Markub, sosteniéndose en una sola pata y mirando a Schwartz. Éste cruzó el estanque vacío y cogió a la cigüeña: ya ha terminado todo Abu -dijo Schwartz- Todo ha terminado". Y se la llevó en brazos.
Imaginarán mi emoción cuando tantos años después paseando por el zoo de Berlín mientras la luz se desvanecía y pensando en mi viejo libro, me di de bruces con Abu Markub. Era una realista estatua de bronce, pero la acaricié como si hubiera volado directamente desde mis sueños.
Pero cuando tratas con el pasado alemán, ya sea en Wansee o en el Tiergarten, no sueles irte de rositas. Ya cerca de la hora del cierre vi que había una exposición sobre la historia del zoo y entré a verla. Está especialmente dedicada a la época del nazismo y pone los pelos de punta. Y es que el zoo de Berlín fue muy pero que muy nazi. El director, Lutz Heck, que era miembro del Partido, contribuyente de las SS y amigo personal de Hermann Goering, puso el zoo al servicio del III Reich. Se colgó el cartel de "los judíos no son bienvenidos" incluso antes de que se aprobaran las leyes antisemitas y se les prohibiera la entrada. Y durante la guerra se utilizaron centenares de trabajadores esclavos.
Las sombras del pasado siguen presentes en el zoo: la colocación en 1984 de un busto de Heck, que fue muy suavemente desnazificado, provocó controversia, pero la estatua no se ha retirado. Más ardua ha sido la lucha por la reparación a los accionistas judíos del parque despojados de sus títulos, algunos de los cuales murieron en los campos de exterminio. Se les ha dedicado una placa conmemorativa y su historia figura en la exposición instalada como un necesario recordatorio en el viejo corazón del gran zoo alemán.
El País sábado 2 de noviembre de 2024
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