sábado, 28 de septiembre de 2013

Firmado Mister J. por J. Fernandez

Bajo el gran sol negro

ROCKY
Jaime Hernández. Fulgencio Pimentel. 48 páginas. 16,15 euros. 


'Rocky' recopila una serie de historietas procedentes de Los primeros números de La revista 'Love & Rockets' firmadas por Jaime Hernández



Lo bueno de ser editor en un mercado deficiente es que, a poco que uno se esfuerce, los resultados saltan a la vista. Hablando específicamente de traducciones -y dejando de lado el mercado de los superhéroes, donde está todo el pescado vendido-, basta con estar suscrito a la newsletter de Fantagraphics y darle un par de repasos a su fondo todos los meses para confeccionar un catálogo a la medida. Eso sí, hay que darse prisa porque esto ya no es como hace 20 años, ahora está todo el mundo al loro. (Abro un paréntesis para pedir un aplauso sincero para esos locos que todavía se atreven a publicar tebeo patrio.)

Y claro está que Fantagraphics hace su trabajo mejor que nadie, y a uno le encanta que se traduzcan sus títulos -ya puestos aprovecho para sugerir que alguien se anime con Supermen! The First Wave of ComicBook Héroes 1936-1941, recopilación de historietas de Lou Fine, Jack Cole, Basil Wolverton,Bill Everet... ¿Que mas se puede pedir?-, pero también se añora un poco de riesgo e imaginación por parte de los editores. De esto último ha hecho precisamente gala -otra vez- Fulgencio

La historia de Penny Century sirvió de inspiración a 'Rocky'.

Pimentel, a quien se le ha ocurrido ahora recopilar en tomo la serie Rocky, un pequeño conjunto de historietas cortas de los primeros números de la mítica revista Love & Rockets, firmadas por el siempre excelente Jaime Hernández. Nunca antes habían sido editadas de manera exenta, así que no lo encontrarán -aún- en el catálogo de la citada editorial de Seattle, y es que lo que tenemos aquí es algo así como una primicia mundial. Lo que yo decía, imaginación.

Con su toque futurista y sus gotas de culebrón, Rocky es un divertimento de estos que siempre han poblado el universo de los Hernández, protagonizado por una chica negra llamada Rocky y su robot Patoso. "La primera historia de Rocky la cogí de otra historia de Penny Century que había hecho algunas años antes para el pequeño fanzine impreso que hacía un tipo... Fue antes de Love & Rockets", explica el propio Hernández en la entrevista que nos regalan Alberto García Marcos y César Sánchez al comienzo del volumen. "En seguida se convirtió en un miembro permanente de un grupo de superhéroes en el que estaba trabajando. En la época en la que apareció Love & Rockets yo ya estaba en lo punk y no estaba por la labor de tomarme los superhéroes muy en serio. Pero me seguía gustando el dibujo de aquella chica".

Para el que conoce Locas, la esplendorosa obra en marcha de Jaime Hernández, Rocky trae el aroma de los viejos tiempos de Mechanics, cuando el personaje de Hopey no estaba aún tan desarrollado, el tono general bebía de la ciencia ficción y Maggie trabajaba arreglando cohetes. Los guiones tienen el mismo desenfado de entonces, ese encanto sencillo e inexplicable, y el dibujo aún no posee la claridad y la contundencia de las etapas más maduras de Locas, pero es tan delicioso como cabe esperar del maestro. Aclara Hernández que estas historietas fueron un receso en el trabajo de Locas, y que le gustaría que significasen eso mismo para el lector: un descanso. Ya aviso que sienta mucho mejor que dormir la siesta.





El placer es nuestro


SEXO MAJARA
Robert Crumb. La Cúpula. 84 páginas. 15 euros.

¿ Continuando con '   su sabia, necesaria y nunca suficientemente loada recopilación ¡¡ de las historietas y dibujitos de Robert Crumb, La Cúpula acaba de lanzar Sexo majara, pequeño, sabroso y cachondo libro que recopila historietas y dibujitos porno realizadas por el genio de Filadelfia allá por finales de la década de 1960. Tal como nos informa Rubén Lardín en su estupenda introducción: "Las páginas aquí reunidas proceden, en su mayor parte, de los tres únicos números que conoció Snatch Comics, una publicación nacida en 1968 donde confluyeron artistas como S. Clay Wilson, Spain Rodríguez, Robert Williams o Rory Hayes, todos operando bajo la batuta de Don Donahue, estandarte del cómic underground norteamericano".


'Snatch Comics' editó tres números.

A todo color van diversas portadas, y a blanco y negro ilustraciones e historietas de una sola página, algunas splash pages -nunca mejor dicho- y dos o tres cómics un poco más largos, como los muy célebres La lucha, que narra con pelos, sudor y saliva la carnal pelea callejera de una rubia y una negra voluptuosas, o Las aventuras de Napio Polla, que comienza con el susodicho -que, no podía ser de otro modo, tiene un miembro viril en medio de la cara- huyendo de una jovencita que le persigue al grito de "¡Venga, Napio, deja que te suene la nariz!". El acólito del artista reconocerá la mayoría de este contenido, pero resulta realmente emocionante verlo todo recopilado en un mismo volumen, y su gozosa lectura nos devuelve la esencia del mejor Crumb, aquel legendario dibujante de La familia que se acuesta unida ¡permanece unida!, ¡Arnold, estás babeando! y Orgasmo sobre hielo.
Dice Lardín en su prólogo que "Sexo majara es lo que se llama pornografía digna. Primero hace mucha risa, y luego, si el lector no se ha dejado contaminar por los estándares y ha sabido conservar su vigor, pone. Sobre todo, contento". Yo añado que es también un tebeo educativo, que nos recuerda verdades sencillas y naturales, pero no por ello menos sustanciales. A saber: "Tú tienes la salchicha, ella tiene el bollo, ¡júntalos y diviértete!".




El corazón de la maravilla

LA COLMENA
Charles Burns. Mondadori. 64 páginas. 17'90 euros.

La estremecedora trilogía comenzada con Tóxico continúa camino en La colmena, una nueva obra maestra de ese genio indie llamado Charles Burns, una especie de Neil Young de las viñetas. A la miríada de referentes habituales del autor, se suman en esta ocasión los motivos del cómic romántico estadounidense, con un tierno aroma a lo Romita regurgitado con la fiereza y la densidad habituales en Burns. El territorio de La colmena vuelve a ser una pesadilla, y la página se llena otra vez de seres grotescos, máscaras adolescentes y heridas abiertas, pero también de esa rara ternura y de la extravagante belleza de la que sólo es capaz el autor de Agujero negro. El libro es un intenso retrato emocional y un viaje al corazón de la maravilla, y deja al lector deseando tener entre las manos la siguiente etapa de esta historia soberbia.

  Los porqués del vengador


EL RAYO MORTAL
Daniel Clowes. Mondadori. 56 páginas. 17'90 euros.

Todo el mundo sabe -y el que no, no se entera de nada- que Daniel Clowes es uno de los mejores historietistas vivos. Su irrupción en la escena estadounidense, allá por los años 80, fue un seísmo que modificó para siempre la orografía del tebeo independiente y hasta la del dependiente. Y ahora, cuando el mundo ha sucumbido de nuevo al influjo de los superhéroes -como ya sucediera hace siete décadas, en época de guerra-, Clowes se marca una novela gráfica que es una lectura avanzada sobre los vengadores enmascarados y sus motivaciones. Desde el Foolkiller de Gerber no recuerdo un tebeo del género tan excitante y certero, y antes de éste quizá haya que remontarse al propio Ditko. El rayo mortal es una virguería de principio a fin.

Publicado en el periodico Malaga Hoy, sabado 21 de septiembre de 2013
 firmadomisterj.blogspot.com

lunes, 23 de septiembre de 2013

Jeremiah por Hermann


 Desde el año 1979 la serie de cómics "Jeremiah" pertenecía en cuerpo y alma a Hermann Huppen (su creador), es decir, realizaba el dibujo y el guión y tan solo unos años después del comienzo de la serie, ésta me poseyó a mi. Un autor sin descanso (vease la ficha en Wikipedia: aquí) que en esta serie en particular despliega una realidad aplastante de la sociedad, después al leer el resto de su obra la cosa no difiere mucho, pero ésta fue la primera que leí y me enganchó, yo era prácticamente un niño, y los futuros apocalípticos con un personaje adjunto como Kurdy Malloy casi era como un canto de sirena. Transcurrido el tiempo conseguí parte de la colección (hay 27 historietas), de los dos primeros ejemplares, como un mal místico, cada vez que los consigo, los pierdo (sufro algunos casos así con diversas historietas, algo digno de estudio esoterico). En cualquier caso, estas son las portadas de las historietas que tengo de Jeremiah, los personajes son casi como de la familia.















domingo, 22 de septiembre de 2013

Y EL COMIC, ¿QUE DICE?

 por Joan-Josep TP. BIGART

Indiscutiblemente no queda otra opción que aceptar que estamos en la era (¿época?) de la imagen. Además, ya hace tiempo. No es nuevo. Sólo basta experimentar la extraña sensación de que ya somos exclusivamente imágenes, o que eso es realmente lo que importa. La medida auténtica de las cosas parece que exclusivamente reside en su aspecto superficial, de que no va más allá de lo que aparentan. No importa si alguien cree tener soluciones para el desarme o si hay quien es capaz de presentar una sólida crítica a la Sociobiología. Lo más interesante (que no lo único) en estos momentos es si el crítico a la Sociobiología lleva los pantalones pinzados o si el poseedor de una solución para el desarme lleva el adecuado corte de pelo. Y es que en el fondo todo esto está bien porque probablemente el crítico a los postulados sociobiológicos no sería más que otro paridor de constructos hipotéticos que no nos llevarían a ninguna parte. Como siempre. Y el "desarmador" un pre-político ávido de publicidad. Una pena.

Lo importante de una hamburguesa es su aspecto, no cómo sabe. Muchos pastelitos (de edulcorantes varios) son un alarde de abigarramiento psicodélico, hasta el punto de que sabe mal abrirlos para comerlos. Sé de quien compra libros por la presentación. Los hay que son extrovertidos porque son altos. Así, lo mejor que puede hacerse es comportarse de modo acorde con la propia imagen que nos hayamos construido.

Es diferente ser rocker que ir de rocker. Ser marinero de Cadaqués que hacérselo de "havaneres". Aquí, aquí es donde se puede ver hasta qué extremo uno es capaz de llegar en la propia creación de su imagen. Pero no voy a hablar ni de semiótica ni de iconos ni de grafos, que para eso están los expertos si es que están. No. Simplemente voy a fijarme en el tipo ese del fondo, el del vistoso jersey negro con marca amarilla que consume un quinto. Parece un tipo consecuente con lo que hace porque ha tenido las suficientes agallas como para no dejar propina. No como yo.




Por su parte, el camarero sigue inquieto ya que el tipo en cuestión lleva más de cuatro horas ocupando la misma mesa, mesa de cuatro además, sin siquiera repetir consumición.
Lo cierto, es que el chico, porque es un chico, llama más la atención que esas odiosas máquinas tragaperras, no porque se dedique a tragar perras sino porque no suelta un duro, y además es uno de esos llamativos devoradores de cómics. De cómics. A eso voy precisamente.

A partir de ahora voy a llamarle David por la sencilla razón de que en su cuaderno de Fisicaquímica de estudiante he visto que se llama Ignacio y no me gusta.
Es fantástico. (No hace más que repetir David ante la lectura de su nueva adquisición).
El color parece pobre —sigue el camarero que se las da de entendido en cómics, entre otras cosas porque lo es. Tanto, que es capaz de distinguir a Snoopy de Valentina en no más de veinte segundos—.
Es fantástico.
No sé chico, a mí el que más me gusta es ese dibujante... ¿Cómo se llama?... sí hombre, el que hace esas tías y esos monstruos en las portadas.
Por lo que me dice, hay miles de esos.
Desde luego, el camarero empieza a estar preocupado porque su reputación empieza a venirse abajo con tanto razonamiento dubitativo. Por otra parte, David, sin quererlo seguramente, ha dicho algo con lo que estoy plenamente de acuerdo: ¿Cuántas portadas habré visto con el héroe autosuficiente salvando sagazmente a la idiota-imbécil chica que no tiene nada mejor (nada más) que hacer que mostrar su feliz cuerpo?
Pues es uno —insiste el camarero— que pinta genial.
¿Sí? Debe ser alucinante. Pero lo dudo. Usted tiene gustos muy raros. No entiende mucho de estas cosas, me parece...
¡ ¡ ¡Ya salió el enterao!!!
Efectivamente, el camarero se ha ofendido, y no es para menos. Qué más da que uno no sepa de cómics o de otras Artes, no por ello debe impedírsele su opinión. De verdad que me gustaría meterme en la discusión, pero a un guionista no se le tomaría mucho en consideración. O al menos no tanto como a un dibujante (¿Cuántos libros de guionistas,ilustrados por diversos dibujantes ocupan el mercado? Pregunto).
No se ofenda hombre. Tiene razón en lo de que estamos en un gran momento del cómic.
Y lo que vendrá, chaval.
Eso digo yo. Puede ser demasiado pal cuerpo. Por una vez parece que estamos de cuerdo en algo.
Por cierto, ¿no te entra sed de tanto hablar?
A eso le llamo yo Psicología del Bar. Pero me callo, el tema iniciado parece que promete...
Creo que las nuevas técnicas —insiste David, haciendo caso omiso
de la oferta refrescante del camarero— ofrecen un amplio panorama a los autores, tanto a los consagrados como a los nuevos valores...

Parece que hoy es el día. Lo digo porque en estos instantes entra "El Rima". No se trata de un "camello" o un delincuente. Es poeta. Para muchos es lo mismo, pero ya haré la distinción, hagámosla, que todos sabemos que hay entre un poeta y un delincuente.

El Rima es místico, pero habla bastante cuando empiezan los efectos etílicos. Se dirije hacia el camarero para pedir su absenta de las nueve menos diez, seguramente, sin saber que empieza a meterse en una discusión sobre lo que en una conferencia oficial sería "Aspectos varios sobre el cómic y su incidencia en la renovación de este medio a través de una perspectiva icónico-crítica con metodología de análisis libre".

Me permito recordarte —alza la voz el camarero pensando que está en posesión de una idea Universal, de esas que no sólo hacen época sino que erigen monumentos— que antes surgían genios de la pintura, de la música, del Arte con mayúscula. Ahora no salen genios, qué va.
Una absenta, por favor. (Lo dicho, El Rima se ha metido de lleno).
Eso no es cierto —dice David con aspecto más hipertenso—. La renovación del cómic, fíjese lo que le digo, la re-no-va-ción del cómic no ha hecho más que empezar. De genios haberlos haylos. Ocurre que ahora es todo como más popular. Hay más gente. Leonardo da Vinci tenía la competencia de Miguel Ángel y poco más. Un dibujante de ahora tiene muchos seguidores. Escuelas enteras lo analizan.
Todo posee un principio, un centro y un final.
Realmente la incursión de El Rima ha sido de lo más desafortunada que hay por estos alrededores. Ninguno sabe lo que ha querido decir con ese aforismo.
¿Perdón? —laconizan David y el camarero al unísono.
Estamos, somos Naturaleza, amigos —prosigue El Rima que ya no hay quien le detenga a pesar de no haber ni olido la absenta—. No sé si sabréis que para que exista una evolución debe haber una regresión inicial. La Naturaleza funciona así. Metaforizando: si estamos en el número 4 y queremos pasar al 5 debemos retroceder al 3 para llegar al 5 con éxito. Es lo que los franceses denominan "reculer pour mieux sauter", oséase "retroceder para saltar mejor". Toda evolución se rige por este principio. Y el Arte no es menos. Si a ello añadimos una homogeneidad de conceptos y de ideas, llegamos a la conclusión de que el cómic actualmente está en una fase de estabilización.
Pero muchas historias no dicen nada. ¿Qué dice el cómic? Muchas veces no entiendo más que el dibujo —apunta el camarero—.
El camarero, el hombre, ha estado realmente acertado. Eso mismo pienso yo. Es más estoy considerando la posibilidad de hacerme camarero. No sabía que pudiera llegarse a estas conclusiones estando ocupado con el servicio de mesa.
¡Precisamente por ello! Estamos atravesando, no un vacío o una crisis de ideas y de guiones. Estamos en fase de evolución. Lo que parece mediocre, los cómics aburridos que nos invaden, no son más que una carrerilla que nos conducirá a "saltar mejor"...
Todo lo que usted quiera. Pero ocurre que hay muy pocos buenos guiones. Yo es que últimamente me aburro mucho. Y no sólo con los cómics. También con los vídeo-clips, el cine... ¡TODO!
Debemos tener paciencia. De momento el cómic, el cine, el teatro... tienen la ventaja de la imagen. Una novela mala no tiene ninguna salida —insiste El Rima—.
Eso es cierto —dice David que empieza a tener sed, pero se aguanta—. Hoy lo que vende es la imagen. El dibujo. Si una historia está bien dibujada entonces nos la leemos, que no a la inversa.
Algo es algo —apunta el poeta pensando en la absenta que no viene—.
Claro. Imagínense que todos los cómics fueran excelentes. Sería como tomar mal el champán. El champán tomado a diario se convierte poco más que en gaseosa.

¡ ¡Dios mío!! ¡ ¡Lo que hay que oír!! Empiezan los mecanismos de defensa del frustrado. Ya esto empieza a ser delirante. No me extraña. Últimamente vengo observando que muchos se autoconvencen, e incluso se establecen en grupos para resignarse a lo que hay. Pienso que este es el mayor error del cómic actual que se proyecta hacia el futuro. Y, particularmente, si hay un predominio de mediocridad de ideas lo atribuyo no a un "mieux sauter" sino a un "mieux nous résigner". Efectivamente, si existe una descompensación alarmante entre guión y dibujo en la mayoría de las historias mejor será pensar en que la mayoría se resigna a no solventar el problema porque el aspecto (dibujo) del cómic es lo que hace vender. Sencillamente porque así lo han querido los editores.

La renovación en la que tantas esperanzas se han puesto debe empezar más en un post-mentalismo que exclusivamente en un post-modernismo. (Puestos a catalogar conceptos para entendernos). De todas formas no sé si aquí en este Bar de moscas educadas (todavía no me han molestado, todo hay que decirlo) estamos ya todos delirando; excepto el borracho de la barra que entona el Asturias patria querida con total convicción, aunque mal.

Fíjense amigos —ataca el poeta—, la poesía y el cómic subsisten a pesar de no estar apoyados por la publicidad. Esto es verdaderamente significativo. ¿No les parece?
Sí.
Cierto, cierto...
Pues démosle un voto de confianza al cómic, si bien todo lo que hay no es únicamente mediocre.
Sí.
Cierto, cierto...
Pues mientras le damos un voto de confianza, me podría servir la absenta, digo yo...
No obstante —salta el camarero, cosa que me extraña debido a que no hace más de diez minutos intentaba sacarle otro quinto a David, y el poeta no hace más que reivindicar su absenta de las nueve menos diez, a pesar de que ya son las nueve y algo— insisto en que lo más importante actualmente es la imagen. No importa mucho lo que se diga.
Pero es que yo alucino —es David— con esta historia, por ejemplo. No dice nada pero es un orgasmo visual. Mira, mira...
Eso es lo que mantiene el cómic actualmente —es el poeta—.
Algo es algo —llega a la conclusión el camarero—.
Menos da una absenta —insiste El Rimas—.

Parece que no tienen ganas de proseguir. David que ya tiene más que suficiente alucinando con los dibujos y le importa poco si le dicen algo las historias o no. El camarero que ya no da para más porque no ve ni a Snoopy ni a Valentina por ninguna parte de los cómics de David y no puede alardear de su rapidez discriminativa entre ambos personajes. Y el poeta que no resiste un minuto más sin su absenta. Es probable que más tarde, una vez absentado, reinicie el análisis crítico-esperanzador que tanta falta nos hace. De momento es suficiente, y ello coincide curiosamente con el inicio del partido de fútbol que dan por el televisor. No obstante, como simples lectores no pueden más que elucubrar o predecir. Otra cosa sería si fueran editores.
Y es que es eso. Si a uno le preguntan por la renovación, los nuevos enfoques y perspectivas del cómic sólo se le ocurre decir: esperemos a ver. Aunque esto no diga nada. Como mucho del cómic que se hace actualmente.

De momento, bastantes empiezan a estar hartos de que el cómic (y otros mass media) generalmente no diga nada, de que se apunte al "no sabe/no contesta". Que todo nos sugiera historias ya hechas, retomadas. Que sólo se aprecie el dibujo o la imagen. Y que encima uno(a) tenga que leerse un cómic tomándose una hamburguesa porque es la imagen que ahora se lleva.
Pero lo peor de todo esto es que además se me ha enfriado el café y ya nos han metido un gol.

Neuroptica 3. Estudios sobre el comic. Septiembre 1985



Mark Schultz: Galeria



He aquí un caso claro de quien lo tiene clarísimo. Seguidor de los clásicos del comic y de la ilustración. Ver su obra, es ver la obra del comic y la ilustración americana desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX. La ficha de Wikipedia (aquí) lo deja bien claro, je, incluye hasta los premios Haxtur que recibió. Aunque todo hay que decirlo sus "Xenozoic Tales" me encantaban, la pasión en grado sumo: Cadillacs y Dinosaurios.



























El curioso disciplinado

El escenógrafo José Hernández divide su taller del barrio madrileño de Las Letras en tres salas: pintura, grabado y dibujo




El estudio de José Hernández ocupa una parte de su vivienda. Foto: Santi Burgos


LA VARIEDAD DE INTERESES de José Hernández se descubre nada más echar un vistazo a esa suerte de útero materno en que el artista ha convertido su estudio, compuesto por una tríada de grandes salas dedicadas, cada una de ellas, a sus actividades fundamentales: el dibujo, la pintura y el grabado. Junto a ellas está su actividad como escenógrafo y figurinista, tanto en cine cómo en teatro, donde ha logrado un gran prestigio entre las gentes de la escena. Algo que se puso de manifiesto en la exposición José Hernández y el teatro. 1973-2007, y en el prólogo que hizo sobre su actividad teatral el escritor Francisco Nieva, rendido admirador de la obra de Hernández. No hay que olvidar sus numerosas ediciones de libros de bibliofilia, sus ilustraciones para libros y su actividad como académico, ya que pertenece a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, de Madrid, y miembro titular de la Academia Europea de las Ciencias, las Letras y las Bellas Artes, de París.

Los espacios dedicados a su actividad creadora están en una de las alas de su domicilio privado, dentro de una gran casa de 1851 en el madrileño barrio de Las Letras, en la que vive desde los años setenta del siglo pasado. "Este lugar es como un refugio, una cálida burbuja en la que aislarse, un espacio con el que me he hecho y al que me he hecho", dice Hernández, que añade: "Me es muy agradable y además el barrio me encanta, aunque cuando llegamos era un barrio muy degradado, pero era donde queríamos vivir, en especial mi mujer, que es muy galdosista", dice en referencia a la escritora estadounidense Sharon E. Smith, con la que comparte su vida hace 49 años.

Tiene tan claro que esta casa, este barrio, estos paisajes urbanos han sido tan fundamentales para él que llega a afirmar que en otro sitio su obra hubiera sido distinta. Obra que aborda con mucha disciplina: "Madrugo mucho y empiezo a trabajar sobre las siete de la mañana. A partir de ahí pasan y pasan las horas... Cuando se va la luz natural me meto en el táller de grabado y ahí, hasta que el cuerpo aguante". Y así "sábados, domingos y fiestas de guardar", José Hernández siempre ha querido tener el estudio donde viviera: "La pintura es muy exigente, pero más aún el grabado, para el que hay que tener mucha atención y disciplina. La parte buena de tener el taller en casa es obvia: entro en el taller en pijama y con la taza de café; la mala es que no sabes cuándo cortar", señala este hombre que vive rodeado de objetos curiosos y al que le interesan especialmente los insectos, las piedras y los huesos: "De pequeño era muy curioso, me gustaban las vidas de animales raros. Ahora los humanizo en mi obra, o tal vez soy yo el que me animalizo".

Hernández nació en Tánger, y fue en la Librairie des Colonnes de esa ciudad donde expuso en 1962 por primera vez. Allí comenzó una trayectoria jalonada por premios, como el Nacional de Bellas Artes y el Nacional de Arte Gráfico, cuya estación más reciente es la exposición que acaba de inaugurar en la Fundación Cristino de Verá de San Cristóbal de La Laguna (Tenerife).
Rosana Torres 


El Pais Babelia 20.04.13

David B. dibuja sin parar



David B. ha publicado recientemente en Francia Trieste-Bologne (Delcourt), primera entrega de su Journal d’Italie. Foto: Ana de Labra

El artista francés vive entre París y Bolonia. Su libreta es su “laboratorio portátil, junto a acuarelas y tinta china”

PIERRE-FRANÇOIS BEAUCHARD, en arte David B. (Nîmes, 1959), es idéntico a como se dibuja. Esbelto, nariz afilada, cejas densas detrás de gafas ligeras, mechones rebeldes que empiezan a encanecer. La mirada es quieta, apacibles los modales, la atención bien hincada en el cuaderno semiabierto encima del escritorio. Como si le preocupara que los muñecos japoneses y los pequeños personajes que pueblan la primera plancha de su álbum sobre Osaka pudieran escaparse. Estudia las criaturitas de papel con la concentración afectuosa de un padre que observa a su hijo dormir. El artista francés, que con la fundación de la editorial L’Association (1990) y con La ascensión del gran mal (1996, publicada en España por Sins Entido), dolorosa y onírica autobiografía en imágenes, ha dado dignidad literaria a la novela gráfica, se mantiene bien arrimado a su libreta, su “laboratorio portátil, junto a acuarelas y tinta china”. “Dibujar es lo que hago sin parar todo el día. Me encanta y además vivo de ello”, dice con serena simplicidad. Su estudio italiano es la prueba de ello.

El techo más que alto es remoto. La luz rebota sin estorbos y los escasos libros dejan casi desempleada la gran estantería de abedul. Al fondo, incómodo en medio de tanto vacío, el escritorio antiguo acoge cajitas de acuarelas, pinceles, unos tarros de mermelada que ahora
sirven para diluir los colores, bocetos y recortes de revistas. Una nave espacial recién aterrizada en Marte de otro planeta más animado. El cuaderno recoge las planchas del segundo volumen de Journal d’Italie, un diario de viaje aún a medias cuya primera parte acaba de salir en Francia.
David B. cuenta sus paseos por Trieste, Venecia y Bolonia, la ciudad donde se enamoró hace siete años y donde ahora pasa algún fin de semana con su mujer. El trazo, a veces tembloroso, otras decidido, recorta imágenes bidimensionales y planas como incisiones medievales. Una caligrafía para relatar el mundo, los recuerdos o los sueños de manera siempre expresiva, íntima y personal. Con fondo blanco y escenas amplias, ni el color consigue dar plasticidad a sus relatos de Italia o Japón, que se quedan flotando en una dimensión de irrealidad lírica. “De pequeño no paraba de copiar imágenes de libros de historia. Estaba obsesionado con los guerreros medievales, tan estilizados que acaban siendo expresionistas”. En Bolonia, su segunda casa, después de París, se puede “sumergir en aquella época, ayudado por los soportales, las iglesias románicas y las torres de ladrillo visto”. Y, en casa, encima de la mesita de noche, la autobiografía de Petrarca.
Lucia Magi 

EL PAÍS BABELIA 15.05.10

viernes, 20 de septiembre de 2013

Paul Cézanne: retrato del artista fracasado

Por Manuel Vicent


Su padre le consideró siempre un pintamonas; Zola, su amigo de infancia, un descarriado. Ambroise Vollard fue el primero en percibir el genio del pintor, terco, huraño e indomable, que dio paso al cubismo de Picasso, al fauvismo de Matisse y al abstracto de Kandinski. A partir de ahí la pintura del siglo XX rompió todas las amarras

AMBROISE VOLLARD, vendedor de cuadros, el descubridor de Cézanne, era un tipo agnóstico. Un día le preguntaron: en caso de que le forzaran a elegir religión, cuál escogería. Vollard contestó que era muy friolero, de modo que no dudaría en hacerse primero judío porque en las sinagogas era obligatorio llevar puesto el sombrero; en segundo lugar protestante porque en sus templos solía haber calefacción y nunca católico porque en las iglesias católicas había muchas corrientes de aire. Este hombre tan escéptico y pragmático con la religión fue, no obstante, un visionario para el arte. Había nacido en la isla de la Reunión, donde, de niño, comenzó a coleccionar guijarros y pedazos de vajillas rotas, sobre todo fragmentos de porcelana azul. Su tía Noémie pintaba rosas de papel. El niño quiso saber por qué no pintaba las flores del jardín que eran más bonitas. “Pinto flores de papel porque no se marchitan nunca”. Esta misma respuesta le dio Cézanne, muchos años después, en su galería de la Rue Lafitte.



Paul Cèzanne (Aix-en-Provence, 1839-1906), en su estudio. Foto: Album


Ambroise Vollard fue el primero en darse cuenta del genio de este pintor, que abrió la puerta a la vanguardia, cuando iba por París vestido como un mendigo, mal afeitado, con un chaleco rojo bajo una chaqueta raída y sus cuadros eran objeto de escarnio, rechazados en todos los Salones de pintura. El padre de Paul Cézanne, un sombrerero de Aix-en-Provence, conservador, con leontina de oro, de carácter tiránico, fundador de una banca de provincias, despreciaba el trabajo de su hijo como artista, aunque le tenía asignado un sueldo de subsistencia, ciento veinticuatro francos al mes, para evitarle tentaciones y tenerlo atado. Hasta el día de su muerte pensó que su hijo era un pintamonas. El escritor Émile Zola también consideraba que su viejo amigo Cézanne era un descarriado, sin habilidad para administrar su talento. Habían sido compañeros inseparables de juegos y de estudios en el colegio Bourbon de Aix. Cézanne tocaba la corneta de llaves y Zola el clarinete en una banda creada entre vástagos adolescentes de la burguesía; hacían excursiones por las laderas de Sainte-Victoire o del Pilón del Rey; se bañaban desnudos en el río Arc; recitaban versos de Victor Hugo y juntos viajaron a París soñando con la gloria.

Zola se hizo escritor y no tardó en alcanzar la fama. Mientras sus novelas comenzaron muy pronto a tener un éxito extraordinario, Cézanne sólo era un artista inhóspito que se había quedado atrás. No conseguía encontrar lo que buscaba. Apenas comenzaba a pintar, crispaba los puños ante el lienzo, lo desgarraba con la espátula y arrojaba los pinceles contra la pared. Por otra parte enrojecía hasta detrás de las orejas y huía del estudio cuando una modelo comenzaba a desnudarse. Las mujeres le trastornaban, pero acabó juntándose con una costurera bordadora, que a veces posaba para los pintores, Hortense Fiquet, con la que tuvo un hijo, una relación que ocultó a su padre por miedo a su tiranía. Cada día más terco, más indomable, más huraño, se negaba a aceptar las consignas del grupo de los impresionistas que se reunían en el café Guerbois en cuya puerta un día le dijo a Manet, que vestía como un dandy: “No le doy la mano porque no me la he lavado en ocho días”. Desde la cima de su éxito Zola contemplaba la ruina de su amigo con una compasión benevolente que acabó convirtiéndose en un desprecio sangrante. Su última novela, Nana, la aventura de una cortesana, vendió en el primer día de lanzamiento cincuenta mil ejemplares, mientras Cézanne tenía que aceptar unos pocos francos a cuenta o unos lienzos nuevos y tubos de colores a cambio de cuadros pintados en la tienda del famoso tío Tanguy, en Montmartre.

Zola vivía ya en una mansión fuera de París, con mayordomo y criados; recibía a las visitas sentado en un sillón Luis XV enfrente de una chimenea de mármol, rodeado de tapices, armaduras, estatuas, figuras de porcelanas en las vitrinas, marfiles, un jarrón con un chino pintado bajo una sombrilla, con un ángel de las alas desplegadas colgado del techo con una atadura invisible y cuadros oscuros, entre los que se mezclaban auténticos y falsos, alegóricos y pom- piers, pintados con betún de Judea, al que los impresionistas llamaban zumo de iglesia. Tenía también algunos óleos de Cézanne guardados en un armario que no osaba enseñar a nadie.

Cuando Ambroise Vollard llegó un día a casa de Zola con una carta de recomendación de Mirbeau, siguiendo el rastro de los cuadros de primera época de Cézanne, que había decidido reunir, el escritor le recibió llevando en brazos a su querido perrito Pinpin. Al preguntarle por los cuadros de su amigo de la infancia, el maestro golpeó con la mano un armario bretón.
—Los tengo encerrados ahí. Cuando recuerdo que les decía a nuestros antiguos compañeros que Paul tenía un genio de gran pintor, aún siento vergüenza.

Si les pusiera estos cuadros ante sus ojos... ¡Cézanne!... Aquella vida que llevábamos en Aix y en los primeros años de París. ¡Todos nuestros entusiasmos! Ah, ¿por qué no produjo mi amigo toda la obra que yo esperaba de él? Por más que le decía que poseía el genio de un gran pintor y que tuviera el valor de llegar a serlo, no escuchaba ningún consejo. Intentar que entrara en razón era como tratar de convencer a las torres de Notre-Dame para que bailen.

Zola poseía diez obras de Cézanne ocultas entre cacharros y una de ellas no se encontró bajo el polvo hasta 25 años después de la muerte del escritor, ocurrida en 1927. El desencuentro con su amigo se produjo cuando Cézanne se vio reflejado, bajo el nombre del protagonista Claude Lautier, en la novela de Zola L’Oeuvre, que trataba de un pintor fracasado, ejemplo de la impotencia artística y de la quiebra de un genio, en la que al final el héroe se suicida. Cézanne la consideró una traición.

Mientras tanto, Ambroise Vollard había comenzado a acaparar todos los cuadros de Cézanne que encontraba; había adquirido los del tío Tanguy que se subastaron en el hotel Drouot a su muerte; viajó a Aix-en-Provence donde ahora, ya viejo y rico heredado de banquero, pero todavía escarnecido, Cézanne seguía pintando sin encontrar lo que buscaba, y arrojaba los cuadros por la ventana sobre los árboles del jardín y así vio Vollard cerezos cuajados de bodegones con manzanas; el marchante compró también todos los cuadros que los vecinos tenían arrumbados en las carboneras y desvanes, que el pintor había regalado y que le ofrecían desde los balcones. En su galería de arte de la Rue Lafitte entró un día la coleccionista Gertrude Stein.

—¿Qué vale este Cézanne?
—Quinientos francos —contestó Vollard.
—¿Si compro tres?
—Mil quinientos.
—¿Y si le compro los diez
que tiene?
—Entonces, cincuenta mil. —¿Por qué?
—Porque entonces me quedo sin Cézanne.

Obsesionado por dar toda la profundidad y consistencia a la materia Cézanne había comen-zado a estructurarla en planos cada vez más íntimos de luces entrecruzadas hasta descomponerla. Así dio paso al cubismo de Picasso, al fauvismo de Matisse y al abstracto de Kandinski. A partir de ahí la pintura del siglo XX rompió todas las amarras. Pero la gloria no le llegaría a Cézanne hasta la gran exposición que montó Vollard en su galería, la cual propició después la retrospectiva que se realizó en París, en 1904, en el Salón de Otoño, dos años antes de la muerte del pintor. Hoy a Zola se le recuerda sólo por un artículo, J’accuse, publicado en L’Aurore, sobre el caso Dreyfus, el 13 de enero de 1898. Mientras su amigo, el artista fracasado de su novela, es el pintor cuya cotización sigue siendo la más alta de la pintura moderna.

El Pais Babelia 30.01.2010