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miércoles, 13 de mayo de 2020

VIDA MOSTRENCA: 'Pulp life'

EL PAÍS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 5 DE ENERO DE 2001


EI 19 de diciembre de 1986, la actriz Susan Cabot murió después de que su propio hijo le propinara una gran paliza. Con una biografía en la que confluyen abusos infantiles, desengaños amorosos y vaivenes profesionales, la Cabot ha pasado a la historia del cine de culto por su encuentro con el rey de la serie B Roger Corman. De su relación surgieron Carnival rock, Sorority girl, La guerra de los satélites, Viking women and the sea serpent -todas ellas de 1957-, La ley de las armas (1958) y el que sería el mejor trabajo de la actriz, La mujer insecto (1960). Fijémonos en cómo riman vida y arte: en La mujer insecto, la Cabot encarnaba a una cosmetóloga que se inyectaba jalea real en las venas para conseguir la juventud eterna. Inevitablemente, por pura lógica de género, acababa convirtiéndose en un monstruo. Timothy Cabot, el hijo y verdugo de esta fugaz estrella, nació el 27 de enero de 1967 en Washington, tras un parto que requirió una cesárea de emergencia para liberar el ovillado intestino de la madre. Prematuro y aquejado de ictericia, el bebé estuvo hospitalizado durante sus dos primeros meses y medio de existencia. Años después, los médicos determinaron que los periódicos ataques del niño estaban causados por una hipoglucemia aguda. Pero lo peor estaba por llegar. En 1970, ese hijo de padre desconocido, que Susan Cabot atribuía, alternativamente, a un aristócrata inglés o un agente de la CÍA o del FBI -aunque el abogado de la familia consideraba fruto del affaire entre la actriz y el rey Hussein de Jordania-, vio cómo su vida se transformaba en una película de serie B. Los médicos le diagnosticaron enanismo y propiciaron su conversión en cobaya para experimentar una nueva hormona de crecimiento extraída de la pituitaria de cadáveres humanos. Susan Cabot sobreprotegio al hijo hasta extremos rayanos con lo malsano, aislándolo de ese mundo real que sabía hostil. La hormona experimental obró milagros: Timothy logró superar en cuatro pulgadas la altura de su madre. Pero la Cabot, cada vez más desequilibrada, dejó de suministrar correctamente la medicación de su hijo, que acabó convirtiéndose en un monstruo. Conclusión: la vida y la serie B son vasos comunicantes. Las películas de monstruos son un espejo.





lunes, 11 de mayo de 2020

VIDA MOSTRENCA:El mostrenco del siglo (y 2)

EL PAÍS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 4 DE FEBRERO DE 2000



Sigamos con Andy Kaufman, no sin antes recapitular: Kaufman era el cómico de culto americano cuya vida se glosa en el filme de Milos Forman, Man on the moon, protagonizada por un Jim Carrey que, al parecer, ha sufrido algún trastorno psicológico al ceñirse tan extravagante personaje. Kaufman ha sido el Gran Mostrenco del siglo XX, un espíritu desbocado víctima de su propia leyenda. Su estilo estaba más cerca del arte conceptual que de la comedia: como el Tony Leblanc que se zampó una manzana ante la estupefacta audiencia del programa de Iñigo, Kaufman era capaz de convertir en espectáculo incluso una de sus siestas o la lectura íntegra de El gran Gatsby ante un público que no daba crédito. En una ocasión, un empresario se empeñó en contratarle para una actuación el Día de Acción de Gracias. El cómico aceptó a regañadientes, pero se vengó con saña: se abrió el telón y sobre el escenario apareció la familia de Kaufman al completo -tíos, abuelos, padres, sobrinos...- sentada en una larga mesa. Y la actuación era eso: la cena del Día de Acción de Gracias de los Kaufman, sin chistes, ni sentido del espectáculo y con el habitual cúmulo de chascarrillos familiares desgranado de espaldas al público asistente.

A Kaufman le gustaba flirtear con los extremos: con el éxito y el fracaso, el aplauso y el abucheo, lo ingenuo y lo perverso... El cómico intentaba contrarrestar sus trastornos de múltiple personalidad con la práctica de la meditación trascendental, pero, a veces, su desequilibrio era la base de su peculiar idea del espectáculo. En ocasiones, sus seguidores se topaban con un Kaufman candoroso, de mirada desarmante y maneras tímidas, que interpretaba un play back naïf de la sintonía de los dibujos de Súper Ratón o dialogaba con uno de sus mitos infantiles, el muñeco de ventrílocuo Howdy Doody. Otras, el (en apariencia) apocado cómico judío sacaba a la bestia que llevaba dentro.

Kaufman debe haber sido uno de los pocos seres humanos que han conseguido convertir su particularísima perversión sexual en concurrido espectáculo público: como lo único que le ponía a cien era practicar la lucha libre con mujeres enfundadas en ajustadísimos panties, al humorista se le ocurrió protagonizar una serie de giras interestatales en las que desafiaba a las chicas del público a lanzarse con él (o contra él) al cuadrilátero. Dicen que ganó todos los combates y que muchas de sus contendientes acababan visitándole, tras la función, con intenciones más que amigables. El froterismo de masas tenía sus recompensas. Sátiro voraz e impenitente que gustaba de practicar la modalidad seudonecrófila (o necrófilo-suave) de hacer al amor a mujeres que yacían inmóviles, Kaufman se apostó en una ocasión con la madame de un famoso prostíbulo de Reno -el Mustang Ranch— que era capaz de acostarse con las 42 prostitutas del local en una se¬mana. Al parecer, ganó la apuesta.

Hombre austero y de hábitos ordenados, Kaufman vivía en un piso espartano, no fumaba, no bebía y era un vegetariano radical, pero la locura que anidaba en su interior le llevó a generar un Mr. Hyde propio: Tony Clifton, un entertainer sinvergüenza de Las Vegas venido a menos, gordo, alcohólico, putero, carnívoro y fumador empedernido. Cuando adoptaba esa personalidad, Clifton poseía a Kaufman, lo negaba: insultaba a su público, agredía -sin previo pacte— a presentadores de televisión y conseguía ser echado a patadas por los guardas de seguridad de clubes nocturnos y estudios televisivos.

Kaufman murió a los 35 años de cáncer de pulmón y las leyendas florecieron: el cómico quizá murió devorado por su álter ego, Tony Clifton, que le minó la salud con su mala vida. También se rumoreó que había simulado su muerte: obsesionado con engañar a su público, el cómico barajó, en los últimos años, la idea de impostar su fallecimiento para reaparecer, 10 años después, protagonizando, así, el mayor acto de escapismo de todos los tiempos y borrando de un plumazo la memoria del gran Houdini. Pero hay otra teoría: dado que Kaufman imitaba a Elvis como Dios, hay quien piensa que las sobrenaturales apariciones del Rey del rock and roll de las que, periódicamente, da cuenta la prensa sensacionalista no son sino manifestaciones de Kaufman en su nueva vida: la vida del Gran Mostrenco que quiere tomarle el pelo al siglo XX en pleno.






domingo, 10 de mayo de 2020

VIDA MOSTRENCA: El mostrenco del siglo (1)

EL PAÍS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 28 DE ENERO DE 2000

Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti

Scott Alexander y Larry Karaszewski son dos guionistas de Hollywood que, después de haber dado al género comedia con niño dos de sus títulos más explosivos (e incomprendidos) -Este chico es un demonio y su secuela-, decidieron reorientar su carrera de manera harto estimulante: cogieron un género cinematográfico de rancia tradición -el biopic— y le retorcieron el alma. Si las películas biográficas del viejo Hollywood se habían consagrado a glosar las vidas de los grandes hombres, Alexander y Karaszewski decidieron sublimar las existencias de individuos situados en los antípodas de lo ejemplar: primero se ocupa¬ron de Ed Wood -y contaron con un cómplice de altura: Tim Burton-; después, de Larry Flynt, padre del venéreo Hustler, y ahora le ha tocado -de nuevo con Milos Forman tras la cámara- a Andy Kaufman.

El público español puede tener de Kaufman un recuerdo tan tenue como insuficiente: era Latka, el emigrante centroeuropeo que mantenía una relación chiripitifláutica con su idioma de adopción en la telecomedia Taxi -una producción recuperada por Antena 3 en sus primeros años y por la llorada Álbum TV, de Canal Satélite Digital-. A Kaufman, cómico de choque, siempre le preocupó que se le acabase recordando por el trabajo que, en el fondo, más menospreciaba: el territorio en el que desarrolló su talento hasta las últimas consecuencias fue el de los clubes nocturnos de comedia... pero la vida cotidiana también fue para él un campo de experimentación sin límites. Alexander y Karaszewski han partido para escribir su guión del libro Andy Kaufman Revealed!, escrito por el que fuera su mejor amigo -y compinche de incontables tropelías- Bob Zmuda y editado por Little, Brown and Company (Nueva York, 1999).

El libro de Zmuda resulta una introducción ideal al universo kaufmaniano y compendia las suficientes hazañas como para que, desde aquí, no dudemos ni un instante en otorgar a Andy Kaufman el título de gran mostrenco del siglo XX. Diabólico manipulador de las reacciones del público, Kaufman, según afirma Zmuda, estaba más cerca del científico conductista que del cómico: obsesionado con la mecánica del fracaso, se construyó una carrera que parecía ir contra sí mismo. Si los Monty Python revolucionaron el lenguaje de la comedia televisiva al concluir que los sketches no tenían por qué tener un final, Kaufman revolucionó el humor americano tras llegar a la peregrina certidumbre de que la comedia no tenía por qué ser divertida. Kaufman se abrió camino en los circuitos de una manera casi suicida: previo acuerdo con el propietario del local, se apostaba entre el público y, durante las actuaciones del resto de cómicos, pedía a gritos, con acento vagamente ruso, que le dejasen subir al escenario. Kaufman conseguía subir y, utilizando un inglés de juzgado de guardia, empezaba a contar chistes sin gracia. El público no tardaba en empezar a reírse de él —y no con él- y a pedir que lo echaran a patadas. Cuando la situación empezaba a aproximarse a la tenue frontera que separa la increpación del linchamiento inminente, Kaufman anunciaba que, acto seguido, iba a imitar a Elvis Presley. En un segundo, el torpe centroeuropeo aspirante a cómico se transformaba en un Elvis perfecto, impecable, que conseguía enmudecer a la concurrencia con sus sincopados movimientos y su dicción erotizante. La manipulación del público había resultado perfecta y acababa de nacer el primer personaje memorable en el repertorio de Kaufman: el extranjero, germen del posterior Latka de Taxi y polo opuesto del otro álter ego del cómico, Tony Clifton, ese Mr. Hyde que acabó llevándole a la tumba... a los 35 años.




sábado, 9 de mayo de 2020

VIDA MOSTRENCA: Voces alegres


EL PAÍS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 21 DE ENERO DE 2000



 Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti

El 11 de noviembre de 1999, mientras se hallaba sola en la lujosa casa de Los Ángeles que compartía con su marido, Mary Kay Bergman cogió una escopeta, apoyó su barbilla sobre el cañón, disparó y puso fin a su vida. Con un acto de tan inapelable radicalismo, la señora Berg-man consiguió ponerles las cosas bastante difíciles a cuantos redactores de necrológicas tuvieron que dar noticia de su muerte: la suicida no sólo se hallaba en la cúspide de su éxito, sino que también tenía uno de los trabajos más festivos a los que cualquiera haya podido aspirar en el siglo XX. Mary Kay Bergman tenía una voz divertida y su técnica de dicción le permitió multiplicarla en centenares de voces divertidas, que consolidaron una de las carreras más notables en el difícil arte del doblaje de dibujos animados. En sus últimos años se dedicó a doblar todas las voces femeninas de la serie de animación de culto South Park: las respectivas madres de Stan, Kenny, Kyle y Eric, así como las enfermeras Gollem y Goodly, la alcaldesa McDaniels, la conductora de autobús Mrs. Crabtree y la diabólica niña con la mandíbula ceñida por un aparato de ortodoncia Shelly Marsh, entre otras, hablaban a través de su boca versátil.
Mary Kay Bergman descubrió su vocación en el curso de una fiesta con karaoke: cuando subió al improvisado escenario y empezó a imitar a Ethel Merman, no tardó en acercársele un invitado -que, a la sazón, estudiaba en una escuela de doblaje—dispuesto a orientar esa hipohuracanada energía oral. Capaz de imitar a la suma perfección las voces de Meryl Streep, Gwyneth Paltrow, Meg Ryan, Jodie Foster, Madonna, Julia Roberts, Alanis Morissette, Marilyn Monroe, Judy Garland, Katherine Hepburn y Annie Lennox, entre muchas otras, la Bergman podía haber invertido su talento en el Lado Oscuro de la Fuerza, sembrando la confusión en el mundo del show-business con grabaciones piratas, psicofonías estelares o envenenados mensajes dejados en estratégicos contestadores, pero prefirió apostar por la luz. Desde 1989, se convirtió en la voz oficial de la Blancanieves de Disney en un buen número de juguetes, audio-libros y atracciones de parque temático. Sus perfectos ladridos y sonidos de cachorro la convirtieron en la dobladora ideal de la carnada al completo de 101 dálmatas, del revisitado clásico de la Disney. Anuncios, dibujos animados de sábado por la mañana y videojuegos completaron su amplísimo campo de operaciones.

Allí en esa otra vida a la que su certero disparo le habrá mandado, Mary Kay Bergman podrá encontrarse con los maestros de su rara especialidad: Mel Blanc y Clarence Nash. El primero de ellos fue la voz de los más histéricos toons de la Warner -Bugs Bunny, Porky, el pato Lucas...-y su interesantísima trayectoria describe la evolución de las voces divertidas -ese arte del siglo XX sin academias, ni demasiados exégetas-desde la primitiva radio americana hasta el excelso dibujo animado, pasando por la televisión. El segundo, Clarence Nash, fue un talento radical: hizo, de la dicción, abstracción, al articular el parpar del pato Donald y crear sus versiones en inglés, portugués, español, francés, italiano, alemán, holandés, sueco y chino.

Mary Kay Bergman se lo ha puesto, en efecto, difícil a quienes tengan que escribir su necrológica: es difícil pulsar alguna nota triste a partir de una trayectoria tan aparentemente alegre. Por eso, les invito a experimentar la alternativa mostrenca a la misa de difuntos: acercarse a la médium más cercana y convocar, a la vez, los espíritus de Blanc, Nash y la Bergman. Seguro que no puede concebirse un contacto con el más allá más desternillante.




viernes, 8 de mayo de 2020

VIDA MOSTRENCA: Esta noche nos vamos de alcantarillas

EL PAÍS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 14 DE ENERO DE 2000


Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti



Hubo algunos utopistas de la comunicación convencidos de que el advenimiento de las televisiones digitales iba a traer un renacimiento de la contracultura. La multiplicación de ofertas de ocio no podría sino tender hacia una especializacion cada vez más singularizada. El canal temático sería el primer estadio de lo que acabaría por convertirse en el fanzine virtual. Quizás porque la velocidad (de caracol) de los procesos evolutivos no tiene mucho que ver con la velocidad (de gacela) de los avances tecnológicos, la aparición de voces apocalípticas no se ha hecho esperar: según éstas, lo único que podrá ofrecer la proliferación de canales digitales será un espectacular incremento de posibilidades de ver... siempre lo mismo.

Quizás ni los utopistas ni los apocalípticos sirvan para describir lo que está ocurriendo: el ocio digital, por ahora, es una suerte de reflejo hiperbólico del ocio sin adjetivos. O sea, un bosque de alicientes para el paladar común en el que, no obstante, el buscador avezado siempre podrá encontrar trufas transgresoras. Y, por supuesto, como el reflejo es hiperbólico, en el universo digital todo es más grande que la vida: por un lado, está la más espectacular gama de alicientes para el espectador medio; por otro, singulares explosiones de contracultura tan fresca y agresiva que difícilmente podrían hallar cobijo en las televisiones generalistas. Toda esta chachara viene a cuento porque el único programa televisivo mostrenco ha hecho su aparición en ese contexto. Se trata de Red infernal, espacio que Canal C:, de Canal Satélite Digital, programa en la medianoche de los sábados. Su concepto no puede ser más excéntrico: Flus y Sport, un par de zopencos que se dirían sacados de una versión mascleta de las odiseas indies de Kevin Smith, han sido abducidos por el universo virtual y, a bordo de una nave legañosa, buscan una salida mientras un supervillano de tebeo les hace la vida más o menos imposible. Flus y Sport se detienen en algunos de los más sucios web-sites y topan con pintorescos personajes de la Red, entre ellos el Prisionero —la cabeza levitante de un tetraplejico moralista que alerta a los muchachos sobre los peligros virtuales— y el profesor Orloff —algo así como el nieto canábico de Jiménez del Oso-.

El programa combina el lenguaje de la telecomedia aberrante -La pareja basura, la serie de Rik Mayall y Adrián Edmonson, sería su único referente posible— con el reportaje fanzinero con voces que mimetizan, versión ultra-trash, las de José Luis Moreno y Rockefeller, Beavis y Butthead, el oso Yogui y Bubu o Isabel Pantoja. El programa tiene de todo: bromas cuartelarias, atracones de donuts, guiños a Benny Hill preservativo en mano, sanguíneos homenajes a divas del pomo, sinceras apologías del onanismo, videojuegos ultraviolentos, zafiedad por un tubo, loas a los libros de cómic más brutales, juiciosas dosis de manga y anime y toda la grosería que uno podría perdonar a su hermano pequeño adicto al pegamento. Red infernal es un producto de la mente loca de Jorge Riera, ex niño prodigio del periodismo especializado en subcultura que revela, en la piel del asilvestrado, colérico y machista Flus, una energía cómica casi sobrenatural. Le secunda Sergio Benet encarnando al deglutidor de dobles whopper con queso Sport. No dejen de darse un garbeo por las cloacas de Internet en su insana compañía. Son lo más mostrenco que se puede encontrar en la pequeña pantalla.




VIDA MOSTRENCA: El hombre que gritó puta

Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti

1
 Contaba Terry Gilliam, tras haber adaptado al cine la áspera Miedo y asco en Las Vegas, que los personajes de tan insólita odisea -el creador del periodismo gonzo Hunter S. Thompson y su abogado Óscar Zeta Acosta- habían logrado escapar de la guerra del Vietnam pero, como contrapartida, convirtieron su propio cerebro en un campo de batalla. En el Vietnam mental de Thompson y Acosta las más surtidas sustancias psicotrópicas caían sobre su bosque neuronal como cargas de napalm iluminando los neones de Las Vegas con los colores del Gran Infierno Americano. Lo importante no es dónde está uno, sino dónde cree estar. En Viet-Ñam, cortometraje del mostrenco cineasta Manuel Romo, un orondo gañán recibe la encomienda materna de comprar un frasco de Mr. Proper en el supermercado: su estado de divergencia mental le llevará a sublimar el encargo en clave Chuck Norris. Y la ficción le absorberá, sumiéndole en la beatitud perpetua.
2
 El freak-show -o feria de fenómenos humanos- es el origen mismo del show-business americano. Las Vegas es el estadio más sofisticado: los seres deformes han sido sustituidos por artistas que han reventado las costuras de su sentido del ridículo para convertirse en semidioses del espectáculo. Los artistas de Las Vegas no pueden ser juzgados por un rasero convencional: están más allá del bien y del mal, como antorchas ofrendadas frente al altar de esa manifestación de lo sublime que llamamos kitsch. Algunas instantáneas: el Elvis Presley fondón e hiperbólicamente patilludo de la última época; Liberace vestido de lentejuelas ante un piano blanquísimo con un candelabro en el centro; Tom Jones convirtiendo la más rugiente expresión de su masculinidad en dinamita musical...
3
 Hablemos de otro cortometraje español: Mi novio es bakala, de Diego Abad, director sin alma pero con una pericia narrativa más que respetable. En él, una joven en estado de catatonía indie-pop reflexiona sobre su (imaginaria) felicidad vital mientras el mundo se desmorona a su alrededor. En un momento, aparece Raphael ofreciéndose como fontanero en un programa de Tele-empleo. Este mostrenco articulista ignora dónde creía estar Raphael en esos instantes. Repito: lo importante no es dónde está uno, sino dónde cree estar. Raphael ha estado actuando en la Gran Vía madrileña, pero eso no es importante. Lo importante es que ha ofrecido una serie de conciertos memorables desde su Las Vegas mental.
4
 Si Raphael hubiese sido un artista de Las Vegas quizá le hubieran apodado Mr. Tongue-in-Cheek: pocas veces se ha visto tanta autoconsciencia del manierismo, tanta habilidad para puntuar el aspaviento melodramático con un atisbo -a veces casi imperceptible- de distancia irónica. Un concierto de Raphael contiene más elementos mesméricos y sobrenaturales que una actuación de David Copperfield. El artista actúa con la mente en Las Vegas y cada espectador puede ver algo distinto sobre el escenario: al artista doliente cuyo repertorio gira alrededor de la nostalgia de una infancia no vivida —No nos dejan ser niños, Volveré a nacer- y de una orgullosa, transgresora y combativa celebración ultrarromántica (y byroniana) de la diferencia -Qué sabe nadie, Escándalo, Digan lo que digan, No me comprendo- al eslabón perdido del glam, al histrión enamorado hasta de su más nimio mohín, al hombre que mejor sabe gritar "¡puta!" -o mejor, "¡putas reprimidas!"- ante un micrófono, a la voz que anaboliza sin vuelta atrás al arte del crooner para hacerle batir una marca cósmica... Sus canciones son como el alarido de un arlequín de Lladró estallando en mil pedazos en el cuarto oscuro de un club de ambiente. Y eso es Arte.


EL PAÍS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 7 DE ENERO DE 2000

martes, 5 de mayo de 2020

VIDA MOSTRENCA: Últimas manifestaciones del "portergeist Macarena".

EL PAÍS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 3 DE DICIEMBRE DE 1999


{ Según el diccionario, mostrenco es el "que no tiene casa, ni hogar, ni señor, ni amo conocido": algo bastante parecido a ser un hombre libre. Aplicado a la cultura o al arte, 'mostrenco' podría definir fenómenos que, en tiempos de encasillamiento automático, resisten cualquier domesticación taxonómica. La revista británica 'Wallpaper' ofrece la mejor imagen del lugar espiritual al que nos ha llevado la cultura de este siglo: la vida es un papel pintado (de marca). Procede, portante, caminar en dirección contraria. Ha llegado la hora del 'engorilamiento intelectual, y esta nueva sección se propone catalogar mostrencas tomas de postura y zopencas irregularidades para contribuir a ese proceso liberador.)


 Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti 

Las leyes locales de la pequeña población americana de Bailer condenaron la práctica de cualquier tipo de danza durante 130 años... hasta que la onda expansiva del éxito de Macarena obligó al alcalde del lugar a tomar medidas y levantar la prohibición. Macarena es, sin duda, el equivalente pop de un fenómeno climático tan apocalíptico como El Niño: es un auténtico poltergeist cultural, un fenómeno extraño surgido de forma casual y arbitraria cuya fuerza se multiplica cada vez que se cobra una nueva víctima.

Hagamos memoria. Los del Río, es decir, Antonio Romero Monge y Rafael Ruiz, eran un modesto dúo de Dos Hermanas (Sevilla) que, desde los años sesenta, intentaba depurar, a través de innumerables casetes para gasolineras, una estética propia que, sin embargo, no llegaría a eclosionar en toda su plenitud hasta los primeros noventa. Forjadores de una personal modulación del flamenco pop que podríamos bautizar como Alcampo style, Los del Río fueron iluminados por una visión mística durante una gira por Venezuela: las cucamonas musculares de la joven bailarina Diana Patricia Cubilan, mezcla sincrética de flamenco y danza caribeña, estimularon sus respectivas glándulas pineales, llevándoles a emitir al unísono, cual si fuesen la versión patilluda y grijander de los lobos de Tex Avery, un gruñido-piropo que, casi automáticamente, se convirtió en quiebro rítmico de la que sería su obra maestra.

La grabación original apareció en nuestro país en abril de 1993, pero el poltergeist Macarena no mostraría toda su fuerza hipohuracanada hasta el lanzamiento en el continente americano de la versión dance editada por BMG, en 1994. En julio del 96, el tema llegaba al número 1 de las listas americanas: las sincronizadas coreografías de Macarena —con sus movimientos fraccionados en 16 pasos y el acento en la flexibilidad de las caderas-tomaron por asalto estadios de béisbol, clubes de country  and western, mítines del Partido Demócrata y hasta el mercado americano del vídeo, que nos ha legado Do the Macarena totally nude!, una colección de bellezas californianas bailando Macarena en cueros.

NO HAY ESCAPATORIA

Últimamente, el poltergeist se ha manifestado en los territorios más insospechados. Ahí va una somera enumeración. En la última edición de los premios Ondas, Macarena fue galardonada por ser el tema de autor español que ha generado más derechos desde El amor brujo, de Manuel de Falla. La novela Hannibal, de Thomas Harris, continuación de El silencio de los corderos, se abre con un violento tiroteo en un barrio chungo de Washington al ritmo de Macarena. El grupo danés Axel Boys Quartet incluye en su último disco, Casino Royale, una versión lounge del éxito. El ritmo trotón de Macarena y su rugido-looping se transforman, en manos del excéntrico combo, en una melodía lánguida y sofisticada. En una escena de Go!, Viviendo sin límites, de Doug Liman, un tipo se toma dos ácidos en un supermercado y se sumerge en una suerte de delirio solipsista que le lleva a... bailar Macarena. Una mente drogada puede huir de la realidad, pero no de este imbatible poltergeist cultural.

El asunto es cada vez más preocupante. Macarena ya no es sólo una canción, es un desmandado tifón de energía cósmica que puede acabar devorando nuestro universo conocido. ¿Qué Zelda Rubinstein nos librará de este peligro del Más Allá?