EL PAÍS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 4 DE FEBRERO DE 2000
Sigamos con Andy Kaufman, no sin antes recapitular: Kaufman era el cómico de culto americano cuya vida se glosa en el filme de Milos Forman, Man on the moon, protagonizada por un Jim Carrey que, al parecer, ha sufrido algún trastorno psicológico al ceñirse tan extravagante personaje. Kaufman ha sido el Gran Mostrenco del siglo XX, un espíritu desbocado víctima de su propia leyenda. Su estilo estaba más cerca del arte conceptual que de la comedia: como el Tony Leblanc que se zampó una manzana ante la estupefacta audiencia del programa de Iñigo, Kaufman era capaz de convertir en espectáculo incluso una de sus siestas o la lectura íntegra de El gran Gatsby ante un público que no daba crédito. En una ocasión, un empresario se empeñó en contratarle para una actuación el Día de Acción de Gracias. El cómico aceptó a regañadientes, pero se vengó con saña: se abrió el telón y sobre el escenario apareció la familia de Kaufman al completo -tíos, abuelos, padres, sobrinos...- sentada en una larga mesa. Y la actuación era eso: la cena del Día de Acción de Gracias de los Kaufman, sin chistes, ni sentido del espectáculo y con el habitual cúmulo de chascarrillos familiares desgranado de espaldas al público asistente.
A Kaufman le gustaba flirtear con los extremos: con el éxito y el fracaso, el aplauso y el abucheo, lo ingenuo y lo perverso... El cómico intentaba contrarrestar sus trastornos de múltiple personalidad con la práctica de la meditación trascendental, pero, a veces, su desequilibrio era la base de su peculiar idea del espectáculo. En ocasiones, sus seguidores se topaban con un Kaufman candoroso, de mirada desarmante y maneras tímidas, que interpretaba un play back naïf de la sintonía de los dibujos de Súper Ratón o dialogaba con uno de sus mitos infantiles, el muñeco de ventrílocuo Howdy Doody. Otras, el (en apariencia) apocado cómico judío sacaba a la bestia que llevaba dentro.
Kaufman debe haber sido uno de los pocos seres humanos que han conseguido convertir su particularísima perversión sexual en concurrido espectáculo público: como lo único que le ponía a cien era practicar la lucha libre con mujeres enfundadas en ajustadísimos panties, al humorista se le ocurrió protagonizar una serie de giras interestatales en las que desafiaba a las chicas del público a lanzarse con él (o contra él) al cuadrilátero. Dicen que ganó todos los combates y que muchas de sus contendientes acababan visitándole, tras la función, con intenciones más que amigables. El froterismo de masas tenía sus recompensas. Sátiro voraz e impenitente que gustaba de practicar la modalidad seudonecrófila (o necrófilo-suave) de hacer al amor a mujeres que yacían inmóviles, Kaufman se apostó en una ocasión con la madame de un famoso prostíbulo de Reno -el Mustang Ranch— que era capaz de acostarse con las 42 prostitutas del local en una se¬mana. Al parecer, ganó la apuesta.
Hombre austero y de hábitos ordenados, Kaufman vivía en un piso espartano, no fumaba, no bebía y era un vegetariano radical, pero la locura que anidaba en su interior le llevó a generar un Mr. Hyde propio: Tony Clifton, un entertainer sinvergüenza de Las Vegas venido a menos, gordo, alcohólico, putero, carnívoro y fumador empedernido. Cuando adoptaba esa personalidad, Clifton poseía a Kaufman, lo negaba: insultaba a su público, agredía -sin previo pacte— a presentadores de televisión y conseguía ser echado a patadas por los guardas de seguridad de clubes nocturnos y estudios televisivos.
Kaufman murió a los 35 años de cáncer de pulmón y las leyendas florecieron: el cómico quizá murió devorado por su álter ego, Tony Clifton, que le minó la salud con su mala vida. También se rumoreó que había simulado su muerte: obsesionado con engañar a su público, el cómico barajó, en los últimos años, la idea de impostar su fallecimiento para reaparecer, 10 años después, protagonizando, así, el mayor acto de escapismo de todos los tiempos y borrando de un plumazo la memoria del gran Houdini. Pero hay otra teoría: dado que Kaufman imitaba a Elvis como Dios, hay quien piensa que las sobrenaturales apariciones del Rey del rock and roll de las que, periódicamente, da cuenta la prensa sensacionalista no son sino manifestaciones de Kaufman en su nueva vida: la vida del Gran Mostrenco que quiere tomarle el pelo al siglo XX en pleno.
VIERNES 4 DE FEBRERO DE 2000
Sigamos con Andy Kaufman, no sin antes recapitular: Kaufman era el cómico de culto americano cuya vida se glosa en el filme de Milos Forman, Man on the moon, protagonizada por un Jim Carrey que, al parecer, ha sufrido algún trastorno psicológico al ceñirse tan extravagante personaje. Kaufman ha sido el Gran Mostrenco del siglo XX, un espíritu desbocado víctima de su propia leyenda. Su estilo estaba más cerca del arte conceptual que de la comedia: como el Tony Leblanc que se zampó una manzana ante la estupefacta audiencia del programa de Iñigo, Kaufman era capaz de convertir en espectáculo incluso una de sus siestas o la lectura íntegra de El gran Gatsby ante un público que no daba crédito. En una ocasión, un empresario se empeñó en contratarle para una actuación el Día de Acción de Gracias. El cómico aceptó a regañadientes, pero se vengó con saña: se abrió el telón y sobre el escenario apareció la familia de Kaufman al completo -tíos, abuelos, padres, sobrinos...- sentada en una larga mesa. Y la actuación era eso: la cena del Día de Acción de Gracias de los Kaufman, sin chistes, ni sentido del espectáculo y con el habitual cúmulo de chascarrillos familiares desgranado de espaldas al público asistente.
A Kaufman le gustaba flirtear con los extremos: con el éxito y el fracaso, el aplauso y el abucheo, lo ingenuo y lo perverso... El cómico intentaba contrarrestar sus trastornos de múltiple personalidad con la práctica de la meditación trascendental, pero, a veces, su desequilibrio era la base de su peculiar idea del espectáculo. En ocasiones, sus seguidores se topaban con un Kaufman candoroso, de mirada desarmante y maneras tímidas, que interpretaba un play back naïf de la sintonía de los dibujos de Súper Ratón o dialogaba con uno de sus mitos infantiles, el muñeco de ventrílocuo Howdy Doody. Otras, el (en apariencia) apocado cómico judío sacaba a la bestia que llevaba dentro.
Kaufman debe haber sido uno de los pocos seres humanos que han conseguido convertir su particularísima perversión sexual en concurrido espectáculo público: como lo único que le ponía a cien era practicar la lucha libre con mujeres enfundadas en ajustadísimos panties, al humorista se le ocurrió protagonizar una serie de giras interestatales en las que desafiaba a las chicas del público a lanzarse con él (o contra él) al cuadrilátero. Dicen que ganó todos los combates y que muchas de sus contendientes acababan visitándole, tras la función, con intenciones más que amigables. El froterismo de masas tenía sus recompensas. Sátiro voraz e impenitente que gustaba de practicar la modalidad seudonecrófila (o necrófilo-suave) de hacer al amor a mujeres que yacían inmóviles, Kaufman se apostó en una ocasión con la madame de un famoso prostíbulo de Reno -el Mustang Ranch— que era capaz de acostarse con las 42 prostitutas del local en una se¬mana. Al parecer, ganó la apuesta.
Hombre austero y de hábitos ordenados, Kaufman vivía en un piso espartano, no fumaba, no bebía y era un vegetariano radical, pero la locura que anidaba en su interior le llevó a generar un Mr. Hyde propio: Tony Clifton, un entertainer sinvergüenza de Las Vegas venido a menos, gordo, alcohólico, putero, carnívoro y fumador empedernido. Cuando adoptaba esa personalidad, Clifton poseía a Kaufman, lo negaba: insultaba a su público, agredía -sin previo pacte— a presentadores de televisión y conseguía ser echado a patadas por los guardas de seguridad de clubes nocturnos y estudios televisivos.
Kaufman murió a los 35 años de cáncer de pulmón y las leyendas florecieron: el cómico quizá murió devorado por su álter ego, Tony Clifton, que le minó la salud con su mala vida. También se rumoreó que había simulado su muerte: obsesionado con engañar a su público, el cómico barajó, en los últimos años, la idea de impostar su fallecimiento para reaparecer, 10 años después, protagonizando, así, el mayor acto de escapismo de todos los tiempos y borrando de un plumazo la memoria del gran Houdini. Pero hay otra teoría: dado que Kaufman imitaba a Elvis como Dios, hay quien piensa que las sobrenaturales apariciones del Rey del rock and roll de las que, periódicamente, da cuenta la prensa sensacionalista no son sino manifestaciones de Kaufman en su nueva vida: la vida del Gran Mostrenco que quiere tomarle el pelo al siglo XX en pleno.
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