domingo, 10 de mayo de 2020

VIDA MOSTRENCA: El mostrenco del siglo (1)

EL PAÍS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 28 DE ENERO DE 2000

Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti

Scott Alexander y Larry Karaszewski son dos guionistas de Hollywood que, después de haber dado al género comedia con niño dos de sus títulos más explosivos (e incomprendidos) -Este chico es un demonio y su secuela-, decidieron reorientar su carrera de manera harto estimulante: cogieron un género cinematográfico de rancia tradición -el biopic— y le retorcieron el alma. Si las películas biográficas del viejo Hollywood se habían consagrado a glosar las vidas de los grandes hombres, Alexander y Karaszewski decidieron sublimar las existencias de individuos situados en los antípodas de lo ejemplar: primero se ocupa¬ron de Ed Wood -y contaron con un cómplice de altura: Tim Burton-; después, de Larry Flynt, padre del venéreo Hustler, y ahora le ha tocado -de nuevo con Milos Forman tras la cámara- a Andy Kaufman.

El público español puede tener de Kaufman un recuerdo tan tenue como insuficiente: era Latka, el emigrante centroeuropeo que mantenía una relación chiripitifláutica con su idioma de adopción en la telecomedia Taxi -una producción recuperada por Antena 3 en sus primeros años y por la llorada Álbum TV, de Canal Satélite Digital-. A Kaufman, cómico de choque, siempre le preocupó que se le acabase recordando por el trabajo que, en el fondo, más menospreciaba: el territorio en el que desarrolló su talento hasta las últimas consecuencias fue el de los clubes nocturnos de comedia... pero la vida cotidiana también fue para él un campo de experimentación sin límites. Alexander y Karaszewski han partido para escribir su guión del libro Andy Kaufman Revealed!, escrito por el que fuera su mejor amigo -y compinche de incontables tropelías- Bob Zmuda y editado por Little, Brown and Company (Nueva York, 1999).

El libro de Zmuda resulta una introducción ideal al universo kaufmaniano y compendia las suficientes hazañas como para que, desde aquí, no dudemos ni un instante en otorgar a Andy Kaufman el título de gran mostrenco del siglo XX. Diabólico manipulador de las reacciones del público, Kaufman, según afirma Zmuda, estaba más cerca del científico conductista que del cómico: obsesionado con la mecánica del fracaso, se construyó una carrera que parecía ir contra sí mismo. Si los Monty Python revolucionaron el lenguaje de la comedia televisiva al concluir que los sketches no tenían por qué tener un final, Kaufman revolucionó el humor americano tras llegar a la peregrina certidumbre de que la comedia no tenía por qué ser divertida. Kaufman se abrió camino en los circuitos de una manera casi suicida: previo acuerdo con el propietario del local, se apostaba entre el público y, durante las actuaciones del resto de cómicos, pedía a gritos, con acento vagamente ruso, que le dejasen subir al escenario. Kaufman conseguía subir y, utilizando un inglés de juzgado de guardia, empezaba a contar chistes sin gracia. El público no tardaba en empezar a reírse de él —y no con él- y a pedir que lo echaran a patadas. Cuando la situación empezaba a aproximarse a la tenue frontera que separa la increpación del linchamiento inminente, Kaufman anunciaba que, acto seguido, iba a imitar a Elvis Presley. En un segundo, el torpe centroeuropeo aspirante a cómico se transformaba en un Elvis perfecto, impecable, que conseguía enmudecer a la concurrencia con sus sincopados movimientos y su dicción erotizante. La manipulación del público había resultado perfecta y acababa de nacer el primer personaje memorable en el repertorio de Kaufman: el extranjero, germen del posterior Latka de Taxi y polo opuesto del otro álter ego del cómico, Tony Clifton, ese Mr. Hyde que acabó llevándole a la tumba... a los 35 años.




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