domingo, 3 de noviembre de 2013

Homenaje al fotógrafo desconocido



 “21/10/1918. Resistencia final alemana en Hooglède (Bélgica)”, escribe sobre el negativo de vidrio el autor.


Un archivo de 500 imágenes inéditas de la I Guerra Mundial, hechas durante años por un militar anónimo, será la base de una gran exposición en 2014, centenario de la contienda
ANDRÉS GARCÍA DE LA RIVA Logroño 31 OCT 2013 


“20/06/1918, en el casino de Loon-Plage”, escribe sobre el negativo de vidrio el autor.

Viendo estas fotos en blanco y negro, algunas terribles, otras llenas de romanticismo e incluso de ternura, todas ellas testimonio mudo de una época indeseable de la Humanidad, la de la I Guerra Mundial, uno piensa en Senderos de gloria, la película con la que Stanley Kubrick retrató en 1957 la sinrazón de la contienda y sus miserias. Tras un repaso veloz a estas imágenes, tomadas durante y después de la Gran Guerra por un militar anónimo que se recorrió todo el frente occidental de norte a sur haciendo fotos con su unidad, uno piensa que podrían estar hechas directamente por el responsable de la foto fija de aquella obra maestra de Kubrick protagonizada por Kirk Douglas.


“26/03/1918, refugiados en la plaza de Oise (norte de Francia)”, escribe sobre el negativo de vidrio el autor.

Todo comenzó en 2003, cuando el fotoperiodista Pablo San Juan encontró por casualidad en un mercado de Tánger un curioso material: unas cajitas de madera, de 15 x 20 centímetros, dentro de cada una de las cuales había 50 placas de vidrio con imágenes.

“Octubre de 1918, un tanque pequeño”, escribe sobre el negativo de vidrio el autor.

El vendedor le dijo que eran fotos pero que se veían al revés. Lógico, teniendo en cuenta que eran negativos obtenidos con una cámara estereoscópica Verascope. Cuando San Juan extrajo uno de aquellos negativos comprobó que reproducía una escena bélica antigua. Intrigado, no dudó en llamar de inmediato para contarle su hallazgo a su amigo Jesús Rocandio, un fotógrafo riojano responsable de la Casa de la Imagen de Logroño. La CDI es una entidad especializada en la conservación de material fotográfico que ha impulsado iniciativas tan solventes como Fotoconservación, un encuentro internacional celebrado en 2011 donde se actualizaron las técnicas de restauración de patrimonio fotográfico. Rocandio no dudó en recomendarle encarecidamente que comprara todas las cajas. Lo hizo, y cuando estas llegaron a Logroño, Rocandio y sus ayudantes descubrieron con gozo que habían adquirido un verdadero tesoro: una colección de medio millar de negativos estereoscópicos de gran calidad, fechados, localizados y, muchos de ellos, con comentarios. Como explica el fotógrafo Carlos Trespaderne, compañero de Rocandio en la Casa de la Imagen, “la técnica estereoscópica de aquella época consistía en un cámara con dos objetivos y un disparador. La imagen que se obtenía era doble y correspondía una a cada ojo. Las dos quedaban recogidas en una placa de cristal, el negativo. Cuando la información llegaba al cerebro creaba la sensación de profundidad”, una suerte de 3D en los albores del siglo XX.


“4/6/1918, un avión inglés aterriza en Dunquerque”, escribe sobre el negativo de vidrio el autor.


La colección supone un documento inédito de la I Guerra Mundial ya que, “a diferencia de la mayoría de imágenes que conocemos sobre esta contienda, nos sumerge de lleno en el frente de la contienda, en la guerra de verdad; vemos las trincheras, las armas, los tanques, los cañones, los ejércitos, las destrucciones... Nunca se había visto esta guerra así”, asegura Trespaderne.




BÉLICA (I Guerra Mundial) from Casa de la Imagen on Vimeo.




La colección está formada por 500 negativos de entre 1916 y 1938. Un primer bloque de 235 placas se obtuvieron durante las principales batallas de esta contienda, como Verdun, Arras o Somme. El resto corresponde a la posguerra y retrata escenas familiares y vacaciones localizadas en Niza, el sur de Italia o el norte de África.



“25/10/1917, tanque”, escribe sobre el negativo de vidrio el autor.


Aunque se sabe que el autor de estos negativos era un militar francés, seguramente un capitán de artillería —extremo deducido por sus minuciosos comentarios sobre el calibre de los cañones—, aún no se hay datos sobre su identidad, ya que no firmaba sus fotografías. Ahora se investiga quién era realmente este oficial aficionado a la fotografía cuyo trabajo tiene, según él, “un gran valor documental y estético: tenía un ojo fotográfico estupendo, sus planos están muy bien construidos y sabía componer muy bien para 3D”.

La Casa de la Imagen inició hace ahora una década el lento proceso de conservación de este material, estabilizándolo, aislándolo, reproduciéndolo y realizando una complejísima restauración digital. “Las cajas llegaron en muy malas condiciones, el clima del norte de África, tan seco, es terrible, tenían hasta termitas”, recuerda Carlos Trespaderne. En 2007 organizaron Bélica, una primera muestra con una mínima parte de este material; y ahora trabajan para la puesta en marcha de una exposición definitiva, y la publicación de un libro en 2014 con motivo del primer centenario del inicio de la contienda. Para ello, la entidad se ha puesto en contacto con asociaciones y organismos de diferentes países que participaron en la guerra, como Italia, Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda o Reino Unido.



“20/03/1916, iglesia de San Hilario (Marne)”, escribe sobre el negativo de vidrio el autor. 

“27/3/1917. Somme”, escribe sobre el negativo de vidrio el autor.

“01/07/1917, Un avion inglés (Somme)”, escribe sobre el negativo de vidrio el autor.

Estado mayor del 99º Regimiento de Infantería.


El Pais

La dura travesía del cómic



Tras el éxito de ‘Dublinés’, Alfonso Zapico recrea la expedición de Vasco Núñez de Balboa
El autor emuló con más pena que gloria la ruta de hace 500 años
Un novísimo a los pies de un clásico

TEREIXA CONSTENLA Madrid 1 NOV 2013 



Viñetas de 'El otro mar', de Alfonso Zapico. / EL PAÍS

Hay cierta aura de poeta romántico o de pintor maldito revoloteando en torno a Alfonso Zapico (Blimea, Asturias, 1981), hijo de la cuenca minera de manos estilizadas y sueños contundentes que el año pasado se consagró como talento del cómic con poco más de 30 años y cuatro álbumes. Por Dublinés, una mirada apasionada al no menos apasionado James Joyce y sus correrías interiores y exteriores, ganó el Premio Nacional, un abrazo institucional que los historietistas agradecen con la humildad de quienes derrochan maestría para lograr ventas modestas.

Algo se mueve, sin embargo. Dublinés (Astiberri) va por su quinta edición, camino de los 10.000 ejemplares, una cifra a enarbolar en un mundillo donde el pan de cada día ronda las 2.000 copias. La novela gráfica se ha traducido al francés, al polaco, al alemán y al inglés. En Irlanda, prueba de fuego, lo celebran con cierta pesadumbre nacionalista. “Les parece un poco feo que el autor no sea irlandés”, desvela con picardía Zapico. Su novela destila admiración por Joyce. Contagiosa. “Mucha gente me dice que le han entrado ganas de leer Ulises después del cómic”. Hace una pausa, sonríe con sorna y añade: “Y eso no sé si es bueno o malo”.

Alfonso Zapico, autor de cómic. / ULY MARTÍN

En su nuevo álbum, el dibujante ha retornado a la Historia para recrear la expedición del extremeño Vasco Núñez de Balboa en El otro mar (Astiberri). Un trabajo que arranca de la iniciativa de la Fundación Mare Australe, que invitó a nueve creadores de Panamá y España a emular la travesía de hace 500 años. “Muy interesante, pero allí fue un desastre. Nos libramos de la lluvia pero sufrimos todo lo demás: un calor horrible, caminatas por el río, noches en hamacas al raso. Allí no disfruté nada, me habría vuelto de haber podido, pero luego al regresar empecé a verlo de otra manera y a pensar que había sido una experiencia singular”, relata sobre los 12 días que invirtió en salvar los 110 kilómetros que separan Atlántico y Pacífico. Su Núñez de Balboa es a ratos sanguinario, a ratos heroico. “El personaje es muy contradictorio y yo no quería hacer una historia idealizada. He dibujado una historia épica pero también hablo de la devastación de una tierra y unos pueblos que desaparecieron pocos años después de la llegada de Balboa”.
Una equidistancia que desea imprimir a su próximo trabajo, La balada del Norte, novela gráfica que saldrá en dos entregas dedicada la revolución de Asturias en 1934 y a la singular sociedad donde enraizó. “No fue algo ni heroico ni romántico ni tampoco condenable... fue más complejo que todo eso”, reflexiona. Suena a balada final, a homenaje de despedida y cierre de alguien ensamblado en una cultura industrial que camina hacia la extinción. “Es un mundo que desaparecerá porque en dos años se cerrarán las explotaciones”, señala Zapico, primera generación de una familia con raíces mineras hasta dónde se sabe que se aferró a una veta artística y dio la espalda a la costumbre.
Al cómic llegó por una sucesión de placer infantil, tenacidad adolescente y refugio psicológico. “Soy solitario, muy tímido y cortado; descubrí que el cómic me ayudaba, que yo podía crear algo solo en mi casa que luego llegaría a un montón de gente. Y a mí me interesa compartir lo que hago”.

Su primer libro, La guerra del profesor Bertenev, se publicó en Francia, en 2006. Con la audacia de quien nada tiene que perder apostó por llamar a la puerta de editoriales francesas, grandes maquinarias de producción de tebeos para públicos masivos. “Todos pensábamos que publicar allí era la repera, pero era mentira. No era tan bonito. Resulta que me ha ido mucho mejor publicando antes en España y vendiendo los derechos”, compara.

Zapico reside en Angulema, ciudad sagrada para los historietistas de todo el mundo por facilidades, atmósfera y devoción a las viñetas. Hace cuatro años se instaló allí, primero en la Casa de los Autores y ahora en el taller de Julie Maroh, la autora de El azul es un color cálido (Dibbuks), el cómic que inspiró La vida de Adèle. Angulema no le decepciona, aunque tal vez cierre pronto esa etapa: “Tengo ganas de volver”.


El Pais 1.11.13

Lo que está arriba, lo que está abajo


El empeño en la ternura y la preocupación por hacer arte sobrevuelan la obra de Miguelanxo Prado

BORJA HERMOSO Madrid 1 NOV 2013

Arcanos no del todo descifrables, pero que seguro que tienen que ver con cosas como el horror a diluir la memoria, la renuncia militante al olvido, el empeño en la ternura, la afición a edificar universos complejos y raros a partir de cosas microscópicas y la preocupación por hacer arte en cada centímetro cuadrado sobrevuelan la obra de Miguelanxo Prado. Después de ciencias ficciones de estructura compleja (Fragmentos de la enciclopedia délfica, Stratos...), el realismo más reconocible, cuando no el costumbrismo más asfixiante y más hilarante (véase las aventuras del detective Manuel Montano), poblaron sus viñetas. Las historias recogidas en Quotidiania delirante, que antes de convertirse en álbum lo habían sido en las páginas de El Jueves para guateque semanal de sus devotos lectores, son buena prueba de ello, con sus brujas de aldea, con sus ejecutivos patéticos, con sus labriegos bonachonamente temibles o temiblemente bonachones y, en general, con esas gentes pintorescas y reales como la vida misma... y como nosotros todos, por ende.

Galicia caníbal.

Pero enfrente de los vejetes gruñones y cabroncetes, y de los insoportables empleados de banca y demás hombres del maletín surgidos de la nada (aunque han acabado mandando en todo), de las parejas dislocadas y de los perros cagando en los parques —cosas tan nuestras— Miguelanxo Prado siempre colocó aquello que arcanos no del todo descifrables, etcétera, etcétera, definieron como lo que está debajo (y algo sabía Moebius), por contraposición a lo que, como el aceite de las evidencias, siempre se queda arriba, tiránico, tangencial, blanco o negro. Y así, las gamas de grises, los reflejos ondulantes, el mar abisal, los amores rotos y hasta, como diría Kundera, ridículos, los recuerdos, la soledad, el respeto a los mayores, el sexo legañoso entre las sábanas, la dignidad de esos personajes femeninos y poderosos poniendo en evidencia al macho alfa y grotesco... Trazo de tiza, Tangencias, Ardalén. Y todo eso en, como siguen diciendo algunos, unas cosas para niños llamadas viñetas... arte mayor, en el caso de este señor gallego y de algún otro maestro empeñado en este maravilloso arte secuencial, como Carlos Giménez, pongamos por caso.

Que Miguelanxo Prado gane el Nacional de Cómic es un honor. Para el Nacional de Cómic.

Miguelanxo Prado gana el Nacional de Cómic con ‘Ardalén’


El autor invirtió tres años y medio en un álbum pictórico que ahonda en las trampas de la memoria
Un novísimo a los pies de un clásico
TEREIXA CONSTENLA Madrid 31 OCT 2013

Miguelanxo Prado, en su estudio de Sada. / GABRIEL TIZÓN

Miguelanxo Prado (A Coruña, 1958) tiene larga carrera, muchos reconocimientos como autor de cómics (en Angulema, en Barcelona...) e incluso la admiración rotunda de Steven Spielberg. Esta mañana añadió uno más: el Premio Nacional de Cómic 2012 por su obra Ardalén. El álbum, que ha sido publicado en gallego por El patito editorial y en castellano por Norma, es un fiel ejemplo de su estilo: la historia se mueve en la nebulosa entre lo mágico y lo real; el trazo es más pintura que dibujo. Para culminar las 256 páginas de este, el autor empleó tres años y medio. "El cómic es un lenguaje muy lento. No hay atajos. Siempre hay una hoja en blanco en la que tienes que ir viñeta a viñeta. En este trabajé a buen ritmo, creo que si lo hubiera hecho con menos años de experiencia habría tardado el doble", cuenta por teléfono poco después de recibir la noticia de su galardón desde una casa rural de Segovia, donde pasa unos días de vacaciones.

El fallo del jurado le alegró, pero su reflexión inmediata es sobre lo colectivo y no lo individual. "El premio está siendo muy eficaz porque mucha gente ha empezado a darse cuenta de que se pueden abordar muchos temas". "Aunque en España la relación con el cómic no se ha normalizado como en otros países como Francia o Bélgica, donde lo lee desde el ministro de Cultura al repartidor de supermercado, el premio ha ayudado a cambiar la visión que había", añade.


Página de 'Ardalén', de Miguelanxo Prado.


Los protagonistas de Ardalén son Sabela, una mujer un tanto en crisis que comienza a rastrear los orígenes de su familia, marcada por la desaparición de un abuelo emigrante, y Fidel, un mayor solitario que podría atesorar valiosos recuerdos para esa búsqueda. Entre ambos surge una relación que, como ocurre a menudo en las obras de Prado, avanza en diferentes caminos: uno mágico y otro pegado a la realidad. El jurado destacó el carácter poético de su obra, que mezcla la realidad con el sueño, la memoria y el olvido, y su maestría técnica en el uso del color. El premio, concedido por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, está dotado con 20.000 euros


Viñetas de 'Ardalén', de Miguelanxo Prado.

Prado obtuvo un gran reconocimiento internacional con álbumes como Quotidianía delirante (1987) y Trazo de tiza (1992). Ambos están incluidos en 1001 cómics que hay que leer antes de morir, editado en España por Grijalbo. Aunque como todas las selecciones es arbitraria, no es baladí que Prado haya sido el único español con dos obras incluido en este volumen que aspira a fijar el canon mundial del cómic. Comenzó su trayectoria en revistas como Creepy, Comix Internacional y Zona84. En 1985 publicó Fragmentos da Enciclopedia Délfica, su primer álbum en solitario, al que seguiría Stratos en 1987, y la serie Quotidiania Delirante se publicó en la revista satírica El Jueves. Trabajó para la Televisión Galega creando el personaje Xabarín y todos los personajes de la serie Os vixíantes do Camiño. En 2003 publicó junto al guionista de Sandman, Neil Gaiman, en el libro colectivo Noches eternas. Desde 1998 dirige el salón del cómic Viñetas desde o Atlántico.

Gemma Sesar, directora de El patito editorial, destaca de él su profesionalidad ("siempre cumple") y su sencillez a pesar de su éxito: "Fue jefe de dibujantes de la serie Men in black, trabajó con Spielberg y, a pesar de que se lo pidieron, no quiso quedarse". Durante cuatro temporadas, entre 1997 y 2001, creó algo más de 1.700 personajes entre humanos y alienígenas para esta serie de animación.

Hace poco volvió a lo audiovisual con una película, De profundis, un filme de animación silente protagonizado por un pintor que sueña con ser marino y una intérprete de chelo que viven en mitad del mar (de nuevo el mar, sus criaturas fantásticas y el universo onírico), con una banda sonora de la Orquesta Sinfónica de Galicia y que luego se trasladó al cómic. Su obra ha sido traducida a 14 idiomas. Y Ardalén ha sido el primer álbum que ha salido al mercado simultáneamente en gallego, idioma en el que el autor hace la primera versión, y en castellano (él mismo se traduce y se "reescribe").


El Pais 31.10.13

jueves, 31 de octubre de 2013

Ryuji, el manga bético

Marc Bernabé  |  Madrid  | Actualizado el 17/11/2012 a las 19:30 horas.

Así pues, cuál ha sido mi sorpresa cuando hace un rato he descubierto, a través de un diario deportivo español, la foto de un manga en la que dos jugadores, uno enfundado en la camiseta del Betis y otro en la del Sevilla, se disputaban un balón. Mi primera reacción ha sido pensar que estaba ante una obra menor o una simple ilustración suelta, o bien una obra creada en cualquier país asiático que no fuera Japón, pero mirándola más de cerca me he dado cuenta de que efectivamente era un manga japonés y que aquel era el 12.º tomo, lo que revela que no es una ilustración suelta cualquiera, sino una serie relativamente longeva y, al parecer, de cierto éxito.





Así pues, tirando del hilo he ido descubriendo que ese manga se llama "Ryûji - El dominador del fútbol" (esto último en perfecto castellano) y que se publica en las páginas de la revista de fútbol World Soccer King desde aproximadamente el año 2006. La serie, dibujada por Kunikazu Toda, está basada en una serie de novelas que el malogrado escritor Hisashi Nozawa escribió a partir de 2002, que proclaman ser “las primeras novelas de fútbol realista de Japón”.


"Ryûji" cuenta las peripecias del joven futbolista japonés Ryûji Shino desde sus inicios en Japón. El primer arco de la historia nos narra su desembarco en España para jugar en las categorías inferiores del equipo ficticio del Atlántico FC. Con el tiempo, Ryûji va despuntando hasta que llega al primer equipo y, tras un gran partido contra el Barça, llama la atención de los mandatarios del Real Betis Balompié, que deciden solicitar su incorporación al equipo como jugador cedido (hechos que ocurren alrededor del tomo 8). Más tarde, Ryûji será fichado del todo por el Betis y, a día de hoy, con el tomo 14 a punto de salir en Japón en un par de semanas, sigue en el equipo bético y, claro está, teniendo cada vez más peso en la selección japonesa.


Sin duda, una nota más que curiosa que, de nuevo, revela lo brutalmente amplio y vasto que llega a ser la industria del cómic japonés y que se suma a las hordas de mangas de fútbol que adornan las estanterías del aficionado japonés: Capitán Tsubasa (Oliver y Benji), Ganbare Kickers (Supergol), Whistle, Area no Kishi, Shoot!, Offside, Giant Killing, Inazuma Eleven... Y seguiría así durante un buen rato.
Fuente:
http://blogs.antena3.com/niponadas/ryuji-manga-betico_2012111600231.html

Más información:
http://www.hobbyconsolas.com/noticias/ryuuji-heroe-manga-que-juega-betis-45554
http://oliverybenji.foroactivo.com/t305-manga-curioso-manga-de-futbol-el-prota-juega-en-el-betis
http://www.betisweb.com/beticismo/67865-beticos-el-betis-en-los-comics-de-tokyo.html

sábado, 26 de octubre de 2013

Leonardo Da Vinci. La historia de los manuscritos que guarda la Biblioteca Nacional.

 Una cámara acorazada guarda en la Biblioteca Nacional de Madrid dos manuscritos de Leonardo da Vinci, fechados entre 1491 y 1493, en los que el artista toscano describe con auténtica pasión sus teorias acerca de fortificaciones, estética, mecánica y geometría.

Texto: Alejandro Gándara
 "Este instrumento puede hacerse de cualquier figura, tanto cuadrada, triangular como redonda y de cualquier otra forma que se pueda imaginar. Esta figura de abajo representa al plano de la de arriba. Las ruedas del centro son movibles, mientras que las que están cerca del círculo mayor están fijas. Y dando vuelta al torno se crea un movimiento circular. El piñón que gira puede ser de forma cilindrica o cónica. Y el instrumento representado arriba muestra cómo dicho piñón se mueve sobre su eje". Ésta es la traducción de los textos que Leonardo escribió, siempre al revés, en su manuscrito.

 "Éstas son las piezas del molde de la cabeza y del cuello del caballo, con sus armaduras y herrajes. La pieza de la frente tiene que ser la última cosa que se tiene que enclavar para que por esta ventana pueda hacerse totalmente sólido el macho que va en el interior de la cabeza y que está rodeado por la madera y herraje de la armadura. El morro será una pieza que se unirá por dos lados con dos piezas del molde de la carrillada alta".


Travesaños del cabestrante, uno de los muchos artilugios destinados a la construcción y traslado del molde del caballo: "Éste es el modo universal para bajar la forma por el revés y boca abajo. Los travesaños del cabrestante deben colocarse en su lugar después que has quitado el molde del caballo. Y los hornos se harán después de que el molde esté enterrado para hacerle dentro el macho. Este castillete o instrumento del cabrestante tiene que estar separado de la armadura de madera del molde". 

El pasado mes de noviembre fue subastado por Christie's, en Nueva York, el códice Hammer, un manuscrito de 74 folios de Leonardo da Vinci, por el que el multimillonario Bill Gates pagó 4.000 millones de pesetas. El asunto se convirtió en eso que da en llamarse una "auténtica conmoción". Indudablemente, la cifra de dinero era conmovedora o muy apta para estimular conmociones, ya que, como todo el mundo sabe, el dinero en nuestra civilización presta un valor añadido y a veces proporciona también un objeto de pensamiento. Por ejemplo, permite pensar en Leonardo da Vinci (1452-1519), el hijo ilegítimo de un notario florentino, que se pasó la mayor parte de su vida mirando las estrellas y obsesionado por la gravedad y los artilugios, mientras sus mecenas le perseguían para que les pintara un muro o les hiciera una estatua ecuestre de ocho metros de altura. También permite recordar que en la Biblioteca Nacional de Madrid existen dos manuscritos fechados entre 1491 y 1493, de muy ajetreada historia, conocidos como Codex Madrid I y Codex Madrid II, que suman 349 páginas en total, bastante intactas, y que son en realidad dos tratados de fortificación, estática, mecánica y geometría.

Su aspecto es el típico de los cuadernos de notas de Leonardo, nunca dados a la imprenta por el autor y que se suponían alumbrarían en su momento verdaderos manuales acerca de aquellas disciplinas. Eso nunca pasó. El primer libro de Leonardo se publicó cuatrocientos años después de haber sido escrito y no era más que una reproducción de otro de sus cuadernos de notas. Se sospecha que este genio multidimensional llegó a componer unas sesenta piezas de este tipo, de las cuales se conservan 28. Todas tienen la misma estructura: una mezcla impensable de todo lo existente o, mejor dicho, de todo lo que llegaría a existir. Básicamente, lo que hacía Leonardo era dar forma a intuiciones, inventar desde los sueños de la razón y observar desde un ansia innegable por saber algo del mundo. El problema es que el mundo estaba hecho de anatomía, botánica, geografía, ingeniería, óptica, geometría, pintura, hidráulica, urbanismo, astronomía. El problema, en fin, es que Leonardo era sólo uno y, aunque él mismo fuera un mundo, no era el mundo. De forma que dejó acaso la primera gran constancia de las limitaciones del ser.


La característica más visible de los cuadernos de Da Vinci se refiere a su famosa escritura especular o al revés. Las palabras están invertidas y hay que utilizar un espejo para leerlas tal como las conocemos. Se ha hablado mucho de esta manía del toscano. Lo más probable es que no fuese tan ingenuo como para pensar que así serían indescifrables. No jugaba a espías, que se sepa. Cabe sospechar que simplemente se limitó a dificultar la lectura. Quería un lector interesado que compartiera los mismos interrogantes, la misma exigencia y que demostrara su interés cargando con la molestia del espejo, de la misma manera en que él cargaba con la posibilidad de ser llamado loco (que es el espejo de los otros).

Primero hacía los dibujos, luego redactaba en los huecos -que quedaban libres, dejando páginas en blanco que rellenaría más tarde con nuevos desarrollos de la idea. Lo malo es que antes de que tuviera tiempo de desarrollarla, ya se le había ocurrido otra, y entonces la metía en las páginas en blanco que había dejado con la intención anterior. Y  como las ideas eran tan expansivas y dispares, al lado de un sistema de engranaje, aparece una planta o un apunte más sobre su obsesión gravitatoria en tinta negra o en sanguínea. Si a lo anterior se añade que la ortografía no estaba fijada del todo y que para la mayor parte de esas ideas no existía aún vocabulario adecuado, puede uno imaginarse que la andadura por un texto de Da Vinci no es lo mismo que darse una vuelta por la manzana de casa.

Portada del Tratado de Estatica y Mechanica.

Tan preservados como la organización de los textos de Leonardo están materialmente los dos volúmenes en la Biblioteca Nacional. El sistema de protección está hecho a base de cámaras acorazadas con muros de dos metros de hormigón y puertas blindadas, en el subsuelo de la sede principal, en Recoletos. Por una puerta permanentemente controlada se accede a la bajada a los sótanos. Hay cuatro niveles subterráneos, dedicados a distintos grupos de libros. La escalera es estrecha y blanca, con una luz fría e insistente, que ilumina en los rellanos retratos ennegrecidos de antiguos literatos con expresión glacial, un poco conminatoria, como si advirtieran al visitante de que está llegando demasiado lejos. De hecho, a muy pocos investigadores se les permite tocar con sus manos lo que se conserva allí. Es una mezcla rara ésa del barniz antiguo de los cuadros y el sentimiento profundo de que se está descendiendo por un bunker último modelo. Un bombardeo masivo o un incendio asolador sobre Madrid no lograría tocar ninguno de los tesoros que guardan estos sótanos.

Al abrir una puerta blindada de la cámara, los más sensibles podrían agobiarse. Los techos son muy bajos, apenas unos palmos por encima de la cabeza. Los anaqueles repletos actúan como paredes que cortan la perspectiva. Los pasillos entre esas paredes y el corredor que las circunda tienen el ancho de un hombre, hombre y medio a lo sumo. Y atravesándolo todo difusamente, sin alterar en exceso la penumbra que condensa la atmósfera, están las hileras de tubos de luz, haciendo aún más geométrico el espacio, más cerrada la impresión de aislamiento.
Los manuscritos de Leonardo se encuentran en el interior de una caja fuerte estilo principios de siglo. Es un detalle gracioso y puramente simbólico —la caja se abre con una llave normal y la cámara es por sí misma bastante más hermética—, pero representa el lugar especial al que se destinan los tesoros de los tesoros. De ahí salen los Codex Madrid I y Madrid II Y donde uno esperaba encontrarse con todo el aspecto de una reliquia, se encuentra con dos volúmenes en perfecto estado de uso y sólo a veces con el color ligeramente disuelto por 500 años transcurridos, un poco apagado. Al lado, reposa el original del Poema de Mío Cid.

Durante mucho tiempo, estos manuscritos estuvieron perdidos en los almacenes de la Biblioteca Nacional. Entre 1820 y 1833, Francisco Antonio González, bibliotecario mayor y confesor de María Cristina de Borbón, los anotó en el índice con la correspondiente signatura y seguramente pasará a la fama por ello y por ser uno de los grandes productores de dolores de cabeza, como se verá. Muy probablemente, hasta entonces no habían sido catalogados como pertenecientes a Leonardo da Vinci y desde luego no hay ninguna prueba documental de que no fueran considerados como algo más que los escritos de un italiano medianamente raro. En esas fechas ya tenían padecidas unas cuantas vicisitudes. Felipe II recibió una oferta de su escultor, el italiano Pompeo Leoni, para quedarse con la mayor parte del legado de Leonardo. Por razones desconocidas, la rechazó. El escultor había conseguido convencer, al parecer sin mucho esfuerzo, a los herederos de Francesco Melzi, el gran amigo y heredero de Leonardo, de que se lo vendieran. Después de la muerte de Leoni en Madrid, en 1608, empezó la dispersión. Pero se sabe que en 1623, un noble excéntrico llamado Juan de Espina tenía en su poder dos manuscritos que algunos especialistas atribuían a Da Vinci. A su muerte, los legó a la biblioteca del rey de España (cuyo fondo daría lugar a la Biblioteca Nacional).

Ya no hay más noticias hasta que en el siglo XIX Francisco Antonio González hace la famosa anotación. Medio siglo más tarde, Bartolomé José Gallardo repite la anotación, pero sin ver los manuscritos. En 1898, Tammaro de Marinis va a buscarlos y no los encuentra. Sin noticias hasta 1964, en que André Corbeau, que tampoco los ha encontrado por su signatura, consigue una investigación de los fondos de la Biblioteca Nacional. Y en esa investigación, Ramón Paz y Remolar, jefe de la sección de manuscritos, descubre que Francisco Antonio González erró al transcribir la signatura. En vez de Aa 119 y 120, puso Aa l9y20.

Dibujo a sanguina de una fortaleza. Leonardo incluyó en el Codex Madrid II una versión abreviada del Tratado de Arquitectura Militar de su amigo de Siena Francesco di Giorgio Martini.

Detalle de una figura para una máquina textil. Leonardo consiguió avances en ellas especialmente revolucionarios: "Si quieres hacer este instrumento más pequeño, para cuatro mujeres, haz la rueda fn, con un diámetro de un codo".

 Para colmo, en Aa 19 y 20 se encontraban dos preciosos manuscritos, uno de Petrarca y otro de Justiniano. Se pensó que alguien los había cambiado y sustituido con la misma signatura. Y también se sospechó, como en varias otras ocasiones, que algún estudioso fetichista y conchabado con un bibliotecario había conseguido esconder los manuscritos en la propia biblioteca, con el objeto de utilizarlos para su único y exclusivo goce. Este tipo de cosas. Pero sólo se había tratado de un error tan humano como comprensible. Durante algún tiempo, los rumores sobre lo que sospechosamente había sucedido alcanzaron gran altura en la imaginación de las gentes. Hoy en día, la historia de los manuscritos de Leonardo da Vinci en la Biblioteca Nacional de Madrid es una de las leyendas asimiladas a la gran historia de la institución.

En 1967, y tal vez conmovido por la leyenda y por los acontecimientos recientes, el Ministerio de Educación y Ciencia autorizó la publicación de los códices. Se adjudicó la tarea a la editorial española Taurus en colaboración con la británica McGraw-Hill. La Administración se dio una cierta pompa en este asunto. Y aparte de probar con ello "una línea de conducta ampliamente seguida por el ministerio en esta esfera de su actividad", intentó demostrar que la existencia de los manuscritos eran "fiel reflejo del nivel cultural y científico a que había llegado la España de los siglos XVI y XVII". Con la verdadera historia de los manuscritos en la cabeza, no hay para tantos alardes. Pero se supone que la causa de la euforia fue la alegría del momento.

En 1974 se editaron 1.000 ejemplares facsímiles de los códices al precio de 30.000 pesetas. La edición se agotó con el tiempo y hoy es prácticamente inencontrable. Y también tuvo su historia. La maquetación de los textos escritos se realizó en Inglaterra. La reproducción por heliograbado, en Suiza. La encuadernación, que siguió la de la Biblioteca Real del siglo XVIII, en Alemania. Y la impresión de los textos en castellano en España y de los ingleses en Inglaterra. Al parecer, los textos de Leonardo da Vinci están condenados al viaje y a los peligros. Igual que la vida del hombre nacido en Vinci y educado en Florencia, que organizó fiestas de Ludovico el Moro en Milán, que trató de rehacer su vida en Venecia, que quiso acabarla en Roma, pero que realmente la dejó en un castillo francés, convencido de que "los Médici me crearon y ellos me destruyeron".


Leonardo se anticipó 400 años en idear cadenas de transmisión. "Ni es una cadena cuyos eslabones son de una sola pieza, y se puede hacer y deshacer sin romper los eslabones. Parece cosa imposible y sin embargo funciona".


Arriba, el tornillo sin fin. Abajo, dibujo sobre los eslabones del muelle de la escopeta, cuyas piezas se explican mediante letras del alfabeto: "La función de este instrumento es dar fuego a la escopeta con el frente g".




Dibujos de mecanismos y aplicación de los mismos: "Modo de fricción recíproca. Todo cuerpo requiere sus miembros y todo arte sus instrumentos. En cuanto sea creado el todo, serán también creadas las partes".





El artista y el científico
JUAN ANTONIO RAMÍREZ
A finales del siglo XV, cuando Leonardo da Vinci llegó a la edad adulta, la escena intelectual italiana estaba dominada por las escuelas neoplatónicas. Se suponía que el universo, regido con movimientos concordantes, emitía una música inaudible. La "armonía de las esferas" se podía describir y disfrutar en términos matemáticos. No es extraño que Leonardo pasara casi toda su vida cegado por aquel espejismo: la complejidad de los seres existentes, su maravillosa diversidad, seducían de un modo irresistible a su mirada de artista, pero invitaban al científico que había en él a encontrar la ley oculta, el principio lógico que encadenaba unas cosas con otras y a todas ellas con la hipótetica voluntad de Dios. Maravillosa esquizofrenia, de la que surgieron los manuscritos. Leonardo anotó sus descubrímientos sobre las cosas que le atraían y le preocupaban (en realidad, casi todo lo existente) e inventó al hacerlo un género que sólo ahora, en esta civilización de los medios fronterizos, estamos en posición de valorar: ni diario personal ni tratado sistemático, pero con algo de ambas cosas. Junto a los textos, dibujos y diagramas, detalles realistas, proyectos verosímiles y fantasías imposibles. No son cosas exclusivamente visuales, como los álbumes con modelos de los pintores tradicionales, pero tampoco parecen meros informes literarios. Su significado y su valor (estético o científico), como en tantos productos actuales, reside en la feliz confluencia de todos los recursos didácticos y expresivos. También testimonian, mejor que sus pinturas, el gran drama de la modernidad: la mirada fascinada desborda nuestra capacidad de comprensión. Imposible encontrar la ley común, el orden subyacente. El empirismo del artista desafía al de la ciencia moderna. Tal vez por eso, en casi todos sus cuadernos, Leonardo se deleitó con apasionada melancolía en mostrar la fuerza irrefrenable y la forma incontenible de las aguas...

Juan Antonio Ramírez es catedrático de Historia del Arte en la Universidad Autónoma de Madrid y autor del libro Ecosistema y explosión de las artes.

El Pais Semanal Diciembre 1994

viernes, 25 de octubre de 2013

CAGes de Dave McKean

Por Jose Miguel Pallarés

Dave McKean -Taplow, Berkshire, 1963- es un un demiurgo inquieto y ególatra del que se puede decir que cuanto hace lo convierte en arte. El huracán británico ha arrasado allí por donde ha pasado y lo ha probado casi todo: el diseño de producción del film Ecotopia, sus trabajos publicitarios tan poco heterodoxos como llamativos - Kodak le confía el lanzamiento de un nuevo tipo de películas de color -, su impresionante labor en los sellos discográficos 4AD o Virgin -él ha sido el seleccionado para actualizar gráficamente el catálogo del popular compositor Michael Nyman-, el mazo de cartas del Tarot -1995- más alucinantes que yo haya visto sobre ideas de la escritora Rachel Pollack, impactantes portadas para CDs, se permite el lujo de hacer esperar a Stephen King para realizar juntos uno de esos híbridos que tanto le gustan entre literatura e ilustración -Wizard & Glass-, se SALE con Slow Chocolate Autopsy, una novela de lan Sinclair en cuyas tripas deambulan 40 páginas de cómic de gran complejidad formal, realiza tres cortos para los Wormwood Studios, arrasa en el ámbito digital y encima, el muy cabrón, es un consumado pianista que abarca desde un jazz-funk primerizo hasta piezas para representaciones teatrales independientes. ¿Cómo puede ser tan bueno? A tipos así hay matarlos.

Si no me he demorado elaborando un completo check-list sobre su obra, aparte de que resulta perfectamente localizable a través otras publicaciones teóricas, obedece este vacío a la variedad de su obra. En demasiadas ocasiones McKean sólo es recordado por sus portadas alucinantes para The Sandman -su capacidad para captar la esencia de cada número y plasmarlo en la portada, hacer un retrato espiritual del comic-book- y sus trabajos primeros que permitieron que Neil Gaiman tuviera la oportunidad de saltar y lucirse, amén de enamorar a un buen montón de jovencitas. Aparte del mítico Violent Cases, el megaventas Arkham Asylum, un par de números -el 27 y el 40- para Hellblazer, el delirio cenobita Wordsworth de su cómic breve Muerte habla sobre la vida -inserto en alguno de los títulos más señeros de la Línea Vértigo de la todopoderosa editorial americana DC- en el que la popular estrella del cómic explica el usa de preservativos -es más conocido por la polémica levantada por los movimientos puritanos en USA- o el arrinconado pero excelente The Truth Is Spoken Here -cuarto número de la antología A1 en su versión Epic, para la editorial Marvel-, es un tipo desconocido para el gran público. Y es una injusticia. Injusticia que, por desgracia, su libro de ilustraciones Option Click-básicamente una recopilación de las imágenes más potentes creadas para portadas de CDs- no va cambiar. Y es una injusticia. Neil Gaiman ha declarado en más de una ocasión que cuando trabaja con Dave McKean le concede todas las libertades, y no porque sea su amigo, sino porque este huraño y genial dibujante es único e irrepetible. Sirva este artículo como desagravio.



Se ha dicho que CAGes -Jaulas- es una obra pretenciosa, fallida. Con sus luces y sombras se trata de un titánico y arriesgado esfuerzo de reflexión y veo más valioso el intento de escalar el Himalaya y fracasar que subir exitosamente al Teide. Frente a miles y miles de páginas yendo por caminos trillados, Dave McKean busca para nosotros senderos inexplorados. CAGes está hecho para inconformistas, para quienes reflexionar tras la lectura de un cómic sobre la propia vida y la van a mirar de otra manera. Sin ser la Biblia agnóstica nos hallamos ante una de esas obras diferentes y abrasadoras. No me importaría que se publicasen diez obras fallidas como esta al año. Lástima que, lo habitual sea la regla inversa: una de este estilo cada diez años.

CAGes es una serie de diez números iniciada en 1990 mas, cuando ya se habían publicado siete entregas, la editorial Tundra quebró de modo que hubo que esperar hasta 1996 para ver culminada la obra bajo el sello editorial Kitchen Sink. Esta monumental obra - con dibujos a tinta iluminados con bitono, aunque paulatinamente el cómic se va haciendo menos sombrío hasta llegar al blanco y negro- y algunos delirios gráficos soberbios- supone una excusa para vertebrar sus reflexiones sobre dos temas: la búsqueda de los motivos que llevan al ser humano a creer en algo y el arte como proceso creativo redentor. Sin caer, afortunadamente, en una mística de corte New Age y con una estética que nos recuerda El cielo sobre Berlín vamos a deleitarnos en ideas personificadas, ideas que explican más que definen a los personajes, cada uno de los cuales se halla en su jaula, en su elección. Cada personaje ha fabricado su propio infierno y, por consiguiente, sólo él tiene la llave para abrir la jaula y salir. Y a lo largo de toda esta historieta tendremos oportunidad, merced a su ritmo deliberadamente lento, de penetrar en muchas jaulas y ver cada infierno. El autor no es neutral, no pretende serlo porque se halla claramente detrás de las diferentes opciones que los personajes toman.

Nos hallamos ante una obra de corte fantástico de gran profundidad en el contenido y una creatividad visual intencionadamente contenida. No obstante, lo cotidiano se entremezcla con todos esos elementos fantásticos en una espiral de meticulosa y calculada calma. En España acaba de publicarse en un cuidadísimo y enorme volumen -tapa dura- de 496 páginas por Norma Editorial. Inconveniente: el elevado precio -8.500 Ptas.-. Pero aseguro que merece la pena. Pero si es preciso advertir al lector que esta historieta mastodóntica resulta interactiva, que es preciso que el lector participe para extraer su verdadero significado. Los elementos, todos ellos, están ahí pero la interpretación sólo puede proporcionarla el propio lector. Si no se lee de este modo, CAGes ha perdido gran parte de su encanto. Podrá ser disfrutada mas ha sido una lectura infrautilizada a la que no se le ha extraído todo el jugo.

Su prólogo -El andamiaje-ya supone una advertencia sobre las obsesiones que presidirán la obra, escrito con meticuloso cuidado El andamiaje rezuma el sabor de una obra generacional, una declaración de intenciones sobre el arte y el fuego sagrado liberador del hecho de la creación, todo ello mostrado a través de una prosa alegórica -a veces onírica y a veces bíblica- sobre la creación del mundo que bucea en la parábola para ahondar en el hecho mismo de la creación, la vida y el sentido de ésta. Escondidos en la letra hallamos al gato negro como símbolo de una divinidad intermedia que conecta el arriba y el abajo. ¿Un ángel? ¿Un ser que se enfrentó a Dios por las destructivas consecuencias que sus devaneos creativos habían producido y le es dado bajar de vez en cuando a nuestro mundo para poner algunos parches?
Y, con su descenso, comienza el Capítulo 1 -


 1990- con diecinueve deliciosas páginas. No habla pero genera -el vigor de ese imposible diálogo entre el gato mimoso y mudo y el músico es memorable- y sitúa en su deambular al protagonista - un pintor en crisis llamado Leo Sabarsky-frente a Meru House. Muchos pisos. Vecinos. Vecinos atrincherados en ellos. Jaulas.

Las dieciséis páginas del 2° capítulo -La subida- contienen dos lecturas: de un lado el pintor traspasado por el dolor que quiere alejarse de familia y amigos porque son el lastre a suprimir para ver el sentido del arte y recuperar la Inspiración. Aspira a la redención, a que sus cuadros recuperen la magia perdida. El fuego sagrado le ha abandonado. El artista se ha perdido, en algún lugar del camino ha dejado la inspiración. Le queda un horror vacui y aspira a que un drástico cambio de vida y ambiente le permita recuperar el favor de las musas. Ésa es su jaula. Pero asciende algo más que la interminable escalera de Meru House, el edificio es una torre de Babel sembrada de puertas y rostros esquivos. Son jaulas. Otras jaulas. Ya nos lo anticipa con su boceto que halla antes de entrar y decide guardar en el bolsillo. Y al final, en su jaula, Leo debe quitar la tela que protege al caballete y la obra, ¿o tal vez a él de su obra?

En el otro lado convive la realidad. Una realidad con la que la comunicación resulta difícil. Dificultades de comunicación con una casera gruñona que simboliza lo plano, que oye cuando le interesa, y algunas dificultades burocráticas.

Fracasando -capítulo 3º-, con sus cincuenta y una páginas realizadas ya en 1991, supone un cambio sustancial. Las páginas pierden drásticamente oscuridad - tras verse Leo, el pintor que ha perdido la magia de sus manos, obligado a volverse -dolorido- de espaldas a su obra, a renegar de ella y comprender que debe buscar fuera la Inspiración, que todavía no ha llegado su momento-conforme el personaje se va abriendo a las jaulas que lo rodean. La obra pierde de este modo una parte de su hermetismo -afortunadamente- para mostrarnos diferentes jaulas. Y, en su mayoría, se nos habla de las diferentes jaulas del arte. No debemos dejar de tener presente que CAGes, como su autor, tiende a analizar la obsesión y mostrarnos su rostro.

Fracasando contiene tal cantidad de referencias y tantos matices que, a mi juicio, se trata del capítulo mejor logrado. Leo toca fondo pero la vida sigue y, por tanto, él también debe seguir -quiera o no-. Para empezar podemos leer, entre risas y cabreo hondo, en la escena del transportista de la mudanza -chulo y déspota- que le impone en la camisa la pegatina: MUNDANZAS JOE: trabajamos cojonudamente bien y el viejo que realiza el pesado trabajo de subir el pesado cajón -a punto de sufrir un paro cardíaco- esa situación laboral actual -todo está mal, tragamos todos, exigimos nuestro derecho a ser explotados- y, como Leo, cerramos conscientemente los ojos. ¿Acaso no somos realmente así? Solidaridad de salón, de boquilla.

Fracasando también Integra al escritor. Y no resulta demasiado difícil determinar quién es el
escritor y su mujer recluidos en una jaula trabajada a base miedos a las verdades de la palabra. El Jonathan Rush de CAGes es Shalman Rusdie -aunque con algo más de suerte, al escritor de verdad su mujer le abandonó- vive enclaustrado en un apartamento pues hubo un libro que levantó las iras populares. En la página 94 nuestro escritor pronunciará las palabras claves para entender una parte de este cómic: Somos como pájaros encerrados en una bonita jaula. A veces vuelas hasta otra ligeramente más grande, pero nadie tiene el valor de abandonar para siempre la cautividad.

¿Y cómo escapar a una de las artes que más eleva el alma? La música tenía que aparecer con un grafismo rotundo, demoledor, parece que oímos el concierto de jazz que el ngel, más allá del bien y del mal, arranca al piano en el night club. Uno no puede olvidar esas impactantes Imágenes que McKean realizó para la biografía ilustrada de Miles Davis. Leo se siente subyugado y realiza un boceto a lápiz pero destroza el papel apenas concluido el boceto. No da la talla. No es suficientemente bueno. Algo no encaja. Al final del capítulo encontraremos la respuesta al enigma, bajo la tormenta. Allí Leo lanzará su mirada a la realidad. Una realidad simple y encantadora. A través de la cortina de lluvia puede ver, en un juego de luces y sombras soberbio, una mujer cuidando plantas. Leo dibuja y dibuja. Atrás queda la copa y el libro



 abierto que no será leído, el libro que queda abierto en el capítulo tercero: Fracasando. Leo no se da cuenta. Está dibujando. No existe verdadero arte si no roba la esencia de la realidad y la sublima. La redención ha comenzado.

Las líneas empiezan a describir algo -capítulo cuarto- tiene una extensión menor, veintiséis páginas. El propio autor parece consciente que debía conceder un descanso al devenir de los hechos. El bitono se hace más oscuro y realidad y delirio se mezclan en una muestra de valentía artística por parte de Dave McKean en lo gráfico y en la parábola artístico-musical de ngel. Existen momentos en los que se te pone la carne de gallina. La música existe en el interior del lector merced a las poderosas imágenes con que el dibujante nos obsequia. Y ngel, el negro señor del jazz, culmina: Es muy simple vivir pensando sólo en acaparar cosas. Es muy simple esconderse en la sombra de la fe. Fingiendo que cuanto brinca en la noche es sólo producto de tu imaginación Es muy simple quedarte donde estás. Echar raíces. Vegetar. Ser una patata. Es muy simple porque la ambición, la ignorancia y el rechazo del mundo son tan antiguo como la primera mentira. Es mucho más difícil haber oído el chasquido de la cerilla calentarse junto a su glamorosa llama, empuñarla y caminar para alumbrar otra parte de la oscuridad que te rodea. Es difícil, porque tienes que aceptar que si empuñas la vela cera que cae derretida te quemará la mano. Porque, al final, el dolor es parte del proceso de revelación. Y ésa es la verdad. Amén.
Y el paulatino gris se ha ido tiñendo de negro, fundiéndose con las palabras de modo tal que, cuando las palabras se apagan y la vela es soplada, la luz desaparece igualmente. Mueren texto y luz simultáneamente, en perfecta sincronía. Hace falta tener mucho talento para agredirnos, rendirnos, bajarnos y subirnos así desde un cómic.

De noche, todos los gatos son pardos, el quinto capítulo, no admite dos lecturas iguales. Calles
oscuras pobladas por seres abúlicos, ladrones que agreden a una niña y Leo siendo héroe con cinco segundo hasta que recibe un buen puñetazo y el gato negro -hilo directo con Dios- lo salva, Leo -en catarsis tras haber expulsado un buen montón de demonios bajo la lluvia escrutado por los ojos del gato- retoma lentamente la senda del fuego sangrado, la senda de la creación. El parto artístico, en su dura realidad: crear, sufrir, romper. Empieza a recuperarse. El cómo cada vez me parece un camino distinto. Veintidós páginas que te llevan al mismo destino por un camino que jamás se repite.

El tiempo y el origami son, de largo, las 48 páginas más tristes, patéticas y poéticas de toda la obra. Este capítulo, sencillamente, duele. Nos hallamos ante una mirada directa de la soledad más absoluta, del abandono, de una mujer hablándose a sí misma, a su loro parlanchín, a Bill -el marido que se marchó hace más de cinco años y del que sólo tenemos una imagen difusa en una fotografía de boda y el relato de la señora Featherskill-, del atávico pavor a mirarse en el espejo, las fichas de cocina meticulosamente archivadas que jamás serán utilizadas, del sueño de una Alicia que da el salto al color, al sueño, a una alegría infantil y pasajera hasta que la vela es extinguida y nuevamente se halla en el piso. Y allí le aguarda la verdad que ella niega, que se niega a aceptar: que su marido la abandonó sin despedirse. Y el loro le recuerda la verdad: Estaba hasta los huevos! Se moría de asco contigo. Aborrecía esta vida estúpida. Y ella, frente al cristal, poco a poco, muy lentamente se va fundiendo en el vidrio hasta ser casi nada. Y otro día más sin noticias de Bill.

Estratos es un río que fluye a lo largo de noventa y cuatro páginas. Realizado entre 1992 y 1993, con unas portadas inspiradísimas y llenas de arrebatador simbolismo, se halla claramente descompensado en cuatro partes que, todo sea dicho de paso, resultan las más íntimas y tiernas. La primera parte, con apenas ocho páginas, sin apenas textos, va alternando gamas de intensidad

 en el negro. Bocetos que Leo ya no rompe. Empieza a encontrar su equilibrio interior, aunque es una pared de cemento todavía fresco y vulnerable puesto que le falta algo aunque él no lo sepa. Resulta quizá el apartado menos coherente de toda la historieta.

El escritor y la parábola de la verdad y la vida. No, no busquen este título en la segunda parte de Estratos, ése es el título que yo he puesto en mis notas a esta entrega. Pero es la síntesis de páginas profundas y sensibles -por favor, no confundir sensibilidad y sensiblería-, de verdades duras, de recuerdos que muerden. La caricia de sus libros -siempre dedicados a Ellen, su esposa- traen a la mente de Jonathan Rush recuerdos, recuerdos que ni él ni el lector sabemos si desea abolir de su vida. Recuerdos en gris, recuerdos de amigos, tertulias, risas, conferencias, de horas dedicadas a machacar en una casa de campo páginas y más páginas en blanco desde una vieja máquina de escribir, de sonrisas, de éxitos y fama, de champagne. Recuerdos que son expresados sin palabras, con dibujo extraordinariamente simple y que fluye ante nosotros permitiéndonos participar, interpretando todas esas imágenes que culminan con el negro de la realidad, el color habitual para la verdad de una vida confinada entre unas pocas paredes. Y Jonathan Rush parece sonreír con melancolía. Una melancolía que se torna agridulce al volver a la realidad: en la mesa, junto a la comida y frente a su mujer, solos, en la mesa. Uno frente al otro. Otra vez.

Las setenta y cuatro últimas páginas nos ponen frente a la vida, sin perchas ni tapujos. Hay cara y cruz: arte y miseria, el pintor encontrando su musa y el escritor enfrentado a la suya. Porque las veinticinco páginas de la tercera parte, transgresoras y deliciosas, saltan a la cuarta y última entrega sin transiciones. El ngel pone en manos de la vecina que vive en frente y que supuso la semilla que el lápiz de Leo recobrase el fuego sagrado, la magia del arte el libro de bocetos en el cual ella aparece muchas veces. Karen le explica que el músico se lo entregaría personalmente pero todavía está en la barra riéndose. En el night club ambos hablan y hablan mientras el jazz se desliza portentosamente plasmado por páginas que parecen expulsar notas de magia, de hechizo. En esa noche Karen descubrirá dos cosas sobre Leo cuando éste logre recuperarse de la sorpresa: en primer lugar, Leo no es un pervertido que la espía, es un soñador tímido, utópico y solitario; en segundo término, que vive exclusivamente para la pintura. Y, frente a quien está empezando a realizar su recuperación artística, con Karen como musa, que vive de prestado un mundo al que sabe que no puede llegar pero sí apreciarlo y que, en una hilarante escena logra la venta de uno de los cuadros de la nueva producción de Leo, nos encontramos nuevamente con Jonatahn Rush, el escritor. El escritor que triunfó y ahora vive encerrado en un piso con su musa: su esposa Ellen. Podemos soportar a los demás o escapar de ellos, pero ¡qué difícil es soportarse a sí mismo! Y allí aparecerá también el gato negro, emanando el fuego que le ayude a seguir. Rush llegará a confesarle: Tú eres mi último secreto, gato negro. Mi vida es propiedad pública. Echo de menos mis secretos. Rush hizo un trato con el poder. Éste confisca todo lo le gusta. Vive en la certidumbre de la derrota. Pero Ellen no puede más, no puede salir, no puede hacer preguntas a su marido por temor a las respuestas, no aguanta la ausencia del contacto con los árboles. ¿Por qué sigo aquí? No existen palabras para responder, sólo una viñeta cargada de significados, tantos como lectores. Habla el dibujo de McKean, cesan las palabras.

Cisma es la entrega más difícil y compleja de toda la obra. Oscuro, riesgoso y, probablemente, la de menor nivel. De la misma oscuridad el gato negro que es arrojado para caer convertido en un ser humano por el escritor, el delirio de la rata que huye en el sueño del hombre que era gato, el doctor sustituto operando bajo la luz de una lámpara casera con visillos con la duda de en qué lugar se halla el alma, los viajes a universos tan absurdos como abstractos y, al final, el gato negro vuelve a ser quien era, aunque nosotros intuyamos más que sepamos. Fracasa pues McKean en su intento de rasgar el velo del misterio y, lo que es peor, lo hace todo más confuso. Puede ser calificado como un capítulo totalmente superfluo. Sus lecturas, múltiples, no aportan nada excesivamente importante a la trama de la obra, la demoran de modo totalmente innecesario.
Escala cromática -el noveno capítulo- tiene una segunda lectura de lo más fascinante. Dos momentos de arte -jazz y exposición de pintura-











resultan quebrados por una explosión colectiva de odio en forma de pancartas y ejemplares de Cages del escritor J. Rush. Los rostros deformados, las formas oscuras que queman y queman enfrentándose a textos en blanco, los textos de Cages de los que reproduzco una nimia parte, en donde ya el rojo del fuego ha dominado las páginas, iluminando rostros menos deformados y más de rebaño: Por fin había aprendido a disfrutar de la vida sin que el remordimiento la atormentara. Dios mío, lo que llegasteis a hacerle, vosotros que os decís su familia. ¿De qué tenéis miedo? Y ese piadoso sufrimiento en nombre de vuestro Dios psicópata. ¡Estáis todos locos! Hacéis la guerra a cuantos no comparte vuestro miedo de la vida y os empe is en encontrar obscenidades secretas en toda palabra que os disgusta, mientras que intentáis sofocar vuestros deseos malsanos por medio de ensordecedoras oraciones. Hay frases mucho más duras. Y cuanto más enérgico es el texto la ola de violencia, contemplada desde la ventana por el escritor, va in crescendo.

Las páginas 395 a 397 revelan mucho más de Rush que todo lo que hasta ahora sabíamos. Una segunda verdad. Una frustración que estalló en quinientas páginas. Y una sentencia políticamente correcta: la clausura. Rush pide ayuda a la única persona con la que ha conversado e intimado: Leo.

Fuego - estrella - ventana - piedra, la décima entrega, es una tormenta de fuego que inicia ngel y que desemboca en páginas repletas de cinética, volcanes de absurdos que parecen llamarnos como las sirenas a Ulises, y parecen calmarse en los montajes fotográficos del niño y su madre en la playa. Pero el niño pide un cuento: el cuento de la piedra y el rey. Y el cuento es un relato de sabor amargo que deviene en obsesión y desencanto pues la búsqueda de perfección, de la torre que llegó a tapar el sol se torna en un final agridulce pero maduro. Corte. Nuevo salto a fotomontaje y la piedra vuelve a la realidad rompiendo un cristal en un intento de ayudar al escritor y su esposa a escapar. Y todo el plan sale mal y el perro de la intolerancia y los hombres negros del poder van a actuar. Y ngel cambia lo que Iba a suceder tocando la piedra.

Mundo nuevo, el capítulo once, es un giro, un leve triunfo de nueve líneas plasmado en la sonrisa del escritor que retorna, casi por sorpresa, a su arte por la magia de las cosas pequeñas. Voy cerrando, tapando casi herméticamente el argumento pues he tratado que este artículo sea más una guía de lectura, de búsqueda de segundas ideas e intenciones, sugerencias aparentemente banales ante una obra exigente y críptica. De ésas que, por desgracia, ya no abundan.

El ático supone el final. Un final, pese a todo optimista, un final de dioses difuminados sentados en una nube, un final de sexo en la azotea -es el final del ascenso, la recuperación del fuego del paraíso-, de amor pero, especialmente de esperanza. Leo y Karen hacen el amor en la azotea bajo la mirada casi aséptica de los dioses -ahí está el gato de nuevo- -queda la curiosidad y el análisis: ese latido, ese arqueo frenético de los cuerpos entregados al placer y que es convertido por obra y gracia del talento gráfico de McKean que nos lleva desde los cuerpos desnudos en una acelerada historia de la evolución de la pintura a un abstracto hasta un desnudo de pinceles raquíticos para volver a tomar forma, otra forma más determinante, más profunda y que deviene en la explosión que convierten el orgasmo en un Big Bang a color vivido, en el origen del universo y -al mismo tiempo- su explicación-.

CAGes puede ser considerada, desde ese punto de vista, como una suerte de Biblia para agnósticos, una parábola demasiado hermosa para ser verdad. Una obra fallida por su ambición, porque el final es poco demoledor. Prestemos atención a los personajes, a sus palabras, a su humor cotidiano. Mil obras fallidas quisiera yo como ésta. Por otro lado, que Leo y Karen terminen en un momento dulce de la relación no es real, ni estable.

El autor fue el primero en reconocer que ésa era una idea importante para él, quería un final feliz para los protagonistas porque él era feliz en ese momento. Frente a un demoledor hachazo, él ofrece un poquito de ternura. Mas, en cualquier caso, nos hallamos ante obra que -salvo que el rumbo del cómic cambie rotundamente- no se repetirá jamás. Y es una verdadera lástima: hay simbolismo, personajes que hablan, piensan, se contradicen. Dave McKean ha vertido mucho de sí mismo en CAGes y su solución vive por y para el arte. Aunque la vida no es propensa a finales felices por una vez, sólo una vez, el precio de un libro de cómic tan caro dejará más que satisfecho al lector.

Puestos a vivir, vivamos para el arte.
Si hemos de morir, muramos de belleza.


Todas las ilustraciones de este artículo proceden de la edición seriada ,en Tundra y Kitchen Sink, de Cages, y son obra de Dave McKean.
Existe una excelente edición española, en un tomo, a cargo de Norma editorial -1998- traducida por E.S. Abulí.

Dentro de la Viñeta nº4 Agosto 1999