domingo, 7 de julio de 2013

Los valores del paisaje

La exposición de Camille Pissarro merece una visita atenta. La obra del francés ayudó a finales del siglo XIX a mirar el campo y la agricultura con ojos estéticos


Es cierto que su obra, en la que se refleja a veces el trabajo de campesinos y la silueta de fábricas y chimeneas, se puede interpretar en términos políticos y sociales, más si sabemos de su militancia anarquista, pero Pissarro no pretendió servirse de la pintura para hacer alegatos ideológicos, sus obras no están contaminadas por ningún fanatismo ajeno a la pintura, como sucede con el trabajo de muchos artistas de inclinación religiosa.

Por Javier Maderuelo


El camino de Marly, circa 1870, de Camille Pissarro.


INVADIDOS POR EL IMPRESIONISMO, Madrid se ha convertido en la capital del siglo XIX.
Una exposición de impresionismo más y acaban, de una vez para siempre, con la incipiente tradición vanguardista de la capital de la movida. Pero, un minuto de atención, porque Camille Pissarro (1830-1903) merece una visita atenta y una mirada analítica que permita superar la
complacencia superficial que aletarga a los amantes de la pastelería impresionista. Quiero llamar la atención  aquí sobre una cuestión que espero ayude a completar los espléndidos ensayos que se publican en el catálogo de la exposición y que permita entender la importancia que Pissarro ha tenido en la construcción de la mirada contemporánea y en la formación del concepto europeo de paisaje.
Hay una serie de tópicos literarios, cuando no de muletillas léxicas, que se repiten insistentemente al escribir sobre el impresionismo, son frases hechas como: "Pintar del natural" o "representación de la naturaleza". Sin embargo, en los cuadros de la mayoría de los artistas del siglo XIX y, muy particularmente, en los de Pissarro la naturaleza está totalmente ausente. Guillermo Solana, comisario de esta exposición, llama la atención sobre un hecho cierto: "Si hubiera que elegir un solo tema visual que resumiera toda la obra de Pissarro, ese tema sería el camino: una calle saliendo de un pueblo, una carretera a través de los campos, un sendero que se pierde en el bosque". Calle, sendero, pueblo, campos de cultivo y bosque, entre otros muchos elementos que componen los cuadros de Pissarro, como casas, cercados, fábricas, chimeneas, plantíos de frutales, puentes, jardines o carruajes, no son elementos naturales, no han surgido de forma espontánea sobre el territorio, sino que son puro artificio humano, son producto del trabajo persistente de hombres y mujeres a los que se ve faenando en muchos de sus cuadros.

Si el naturalismo de su amigo Émile Zola pretende describir con realismo y cientificidad el mundo, la realidad que Pissarro ve en los diferentes emplazamientos de la cuenca del río Sena, y no digamos en París o Londres, donde pinta "del natural", es precisamente lo más elaborado, lo más trabajado, del territorio europeo. Es puro artificio: huertos, plantíos, bocages y alamedas, en el campo, y las novedades urbanas de los grandes bulevares y plazas del París planificado por Haussmann.

En los cuadros de Pissarro podemos apreciar gran precisión en el dibujo, armonía clásica en la composición, serenidad en las escenas y dominio de la luz, el color y las sombras. ¿Por qué, sin embargo, tuvo serias dificultades para mostrar y vender su obra? ¿Por qué no gustaron inicialmente? Porque no se ajustaban al modelo idealista de paisaje romántico, de naturaleza panteísta o salvaje, porque mostraban la antropización del territorio provocada por
el trabajo. Así, el paisaje real se descubre como algo antinatural, como construcción humana. Este tipo de cuadros enseñaron a finales del siglo XIX a mirar el campo y la agricultura con ojos estéticos. A través de los matices de la luz, de los cambios cromáticos, de la pincelada que construye la imagen, estos cuadros nos han enseñado a apreciar los valores reales del mundo rural, a configurar la idea europea de paisaje. •

Pissarro. Museo .Thyssen-Bornemisza. Paseo del Prado, 8. Madrid. Hasta el 15 de septiembre

El Pais Babelia 06.07.2013

Viñetas con mil lecturas




El gran momento creativo que atraviesa el cómic, en profunda transformación desde principios de siglo, motiva la publicación de una oleada de ensayos que diseccionan sus claves políticas, históricas y culturales









Dos imágenes de Richard Stark. Parker, del estadounidense Darwyn Cooke, una de las historias de género negro del cómic reciente.

Por Abel Grau

LA TRIUNFADORA del pasado Festival de Cannes fue La vida de Adéle, una película que cuenta la tormentosa relación de amor entre dos chicas. Su mezcla de arrebatos, melancolía y lujuria logró cautivar al jurado y a la crítica. Lo que quizá muchos no sepan es que su guión se inspira en un cómic, Él azul es un color cálido, de Julie Maroh, buen ejemplo del espléndido momento que vive la historieta, tanto en la creación de universos fantásticos como en la narración de relatos testimoniales. Una eclosión que en España ha motivado una oleada de ensayos que desentrañan las claves políticas, históricas y culturales de este vigoroso fenómeno artístico.
El cómic experimenta desde principios de siglo una profunda transformación. "Ha cambiado como forma artística; se ha desligado de su soporte habitual, la prensa, y se produce de modo distinto: en formato libro, con otros temas y para un lector adulto", explica Santiago García, historiador del arte y divulgador de referencia nacional. Este nuevo cómic, bautizado con el nombre de novela gráfica, se define por la distancia que separa a Mortadelo y Filemón de Aventuras de un oficinista japonés, de José Domingo, o al último Spiderman del Jimmy Corrigan de Chris Ware. "Todo arte genera sus discursos, y esta nueva forma de arte requiere nuevas interpretaciones", añade.
Nuevas interpretaciones como las que recoge el volumen Supercómic. Mutaciones de la novela gráfica contemporánea, coordinado por García, en el que críticos como Daniel Ausente y Jordi Costa, y artistas como Max y Eddie Campbell, diseccionan los mecanismos de grandes cómics recientes: los relatos biográficos de Emmanuel Guibert, las pesadillas de Shintaro Kago o las tramas noir de Ed Brubaker y Sean Phillips. Es un muestrario de lo mejor que se cuece ahora mismo. "Son ensayos para un lector curioso, sin prejuicios", alguien que disfruta igual con The Wire, Deseando amar, o un videojuego, "que lee tanto a Delisle como a DeLillo". La literatura ensayística sobre la historieta es frecuente en Estados Unidos y Francia, pero en nuestro país es una novedad.
En España, el big bang del prestigio del cómic se sitúa a mediados de la década pasada. "Dos títulos, Arrugas, de Paco Roca, y María y yo, de Miguel Gallardo, ganan la consideración de la crítica y del público. Muestran que los cómics pueden servir para contar grandes temas [en este caso, el alzheimer y el autismo]", explica el historiador. De ese boom creativo da testimonio la antología Panorama. La novela gráfica española hoy, también coordinada por García, que repasa el singular universo creativo de 30 autores destacados: David Rubín, Alfonso Zapico, Juanjo Sáez, David Sánchez...
"La industria del cómic tradicional, la del tebeo de grapa [producido en serie para un lector juvenil], desapareció en España a finales de los ochenta", sostiene García, autor del estudio La novela gráfica. "Y ese vacío lo ha ocupado un nuevo cómic adulto; que no se vende en los quioscos, sino en grandes superficies y librerías". Con los años su público ha aumentado y las pequeñas editoriales se han ido afianzando (Astiberri, Sins Entido, Dibbuks, Bang!), e incluso las grandes generalistas abren sellos de cómic. Así, el tebeo ha ido dando paso a la novela gráfica.
El objetivo de estos nuevos ensayos es normalizar la situación del cómic. "Los intelectuales de la cultura de la transición tenían muy mala imagen de los tebeos", explica el divulgador Pepo Pérez, ex-profesor de Derecho y dibujante, que también escribe en Supercómic. "Estos textos tratan de reflexionar sobre el cómic de manera profesional; para que se pueda hablar de él con la misma amplitud con que se habla del cine, la novela o la música".
En uno de los análisis más sugestivos de Supercómic, el crítico Daniel Ausente rastrea en el cómic español un hilo permanente de crítica social. Desde los personajes grises de la editorial Bruguera, reflejo del desarrollismo, pasando por la iconoclastia punk de la revista El Víbora, en los setenta, hasta llegar a las recientes novelas gráficas El invierno del dibujante y El arte de volar, que echan un vistazo al pasado para denunciar la represión bajo la dictadura y el desarraigo de los derrotados en la Guerra Civil.
A pesar de la consolidación de la novela gráfica, para muchos lectores los tebeos siguen siendo sinónimo de superhéroes en serie. Sus aventuras todavía se producen al modo industrial, y básicamente en Estados Unidos: publicación periódica para un lector juvenil. El género languidecía a finales de los noventa hasta que Hollywood llegó al rescate. Con el nuevo siglo, una serie de grandes superproducciones —Spiderman, X-Men, Iron Man, El caballero oscuro y El hombre de acero— han relanzado la popularidad de los justicieros. Y sus figuras se suelen interpretar como mitos clásicos trasladados a la cultura de masas.
Uno de los primeros que estudió a los superhéroes como medio y como mitología fue el semiólogo Umberto Eco. En Apocalípticos e integrados (1964), radiografiaba el funcionamiento de Superman. Su conclusión: "No es cierto que los cómics sean una diversión inocua que, hechos para los niños, puedan ser disfrutados por adultos que, en la sobremesa, sentados confortablemente en un sillón, consuman así sus evasiones sin daño y sin preocupaciones".
Para mostrar la sutil carga crítica que a menudo subyace en los tebeos, el divulgador Pepo Pérez ofrece en Supercómic una interpretación del héroe en clave política. Muestra cómo un mismo personaje puede transmitir ideologías dispares. Superman nace en 1938 con los valores del New Deal, luchando contra empresarios desalmados y políticos malversadores. Cuarenta años después, en la era Reagan, el cómic El regreso del caballero oscuro presenta a Superman al servicio de un Gobierno corrupto. En los tebeos de hoy, en un contexto económico similar al de la Gran Depresión, el héroe vuelve de nuevo a combatir contra las "ratas" capitalistas.
El hombre de acero, que cumple su 75° aniversario y acaba de estrenar nueva adaptación al cine, es un icono de la cultura popular con muchas facetas. Dos recientes ensayos monográficos desentrañan la trayectoria y la simbología del personaje creado por Jerry Siegel y Joe Shuster: Superman. El primer superhéroe, de los divulgadores Mariano Bayona y Diego Matos, y Superman. La creación de un superhéroe, del crítico y editor David Hernando.
Más personal es la aproximación a la cosmogonía superheroica que firma el guionista Grant Morrison en Supergods. Héroes, mitos e historias del cómic, una estimulante mezcla de memorias, ensayo histórico y crítica. Morrison sostiene que los cómics pasan cíclicamente de la evasión a la búsqueda de realismo. Como ejemplos célebres cita Miracleman y Watchmen, ambas de AlanMoore, que juegan con una idea que ya sugería Eco en su estudio: ¿qué significaría la aparición de un ser superpoderoso en el mundo real? Media docena de nuevos títulos emprenden, con mayor o menor profundidad, la disección del mito superheroico. Desde la teoría de la literatura, el volumen colectivo Radiografías de una explosión aborda el análisis de Watchmen con citas a Lacan y la Teoría del Caos. Los periodistas Manuel Cuadrado y Juan Scaliter firman En la mente de los superhéroes, donde ilustran nociones de neurología a través de varios personajes. Los ensayos de Batman desde la periferia desentrañan al Hombre Murciélago desde el pensamiento feminista o la filosofía pop de Slavoj Zizek. "Son diferentes perspectivas para explicar cómo estas ficciones reflejan el modo de pensar de cada época", indica la periodista Elisa G. McCausland, que colabora en el libro.
Los superhéroes integran una brillante mitología, pero sus orígenes no son tan luminosos. En Marvel Cómics. La historia jamás contada, el periodista Sean Howe se adentra en la turbulenta historia de la editorial que creó a Spiderman y La Patrulla X. Howe escribe una crónica apasionante de disputas creativas —como la del guionista Stan Lee y los dibujantes Jack Kirby y Steve Ditko— y batallas empresariales con ejecutivos depredadores que van tomando el control de la empresa. En definitiva, múltiples lecturas para un arte con mil interpretaciones y una creatividad en plena ebullición.


Supercómic. Mutaciones de la novela gráfica contemporánea. Santiago García (coordinador). Errata Naturae. Madrid, 2013.357 páginas. 21,90 euros. Supergods. Héroes, mitos e historias del cómic. Grant Morrison. Traducción de Miguel Ros González. Turner. Madrid, 2012. 511 páginas. 29,90 euros. Marvel Cómics. La historia jamás contada. Sean Howe. Traducción de Santiago García. Panini. Barcelona, 2013. 548 páginas. 24 euros. Panorama. La novela gráfica española hoy. Santiago García (coordinador). Astiberri. Bilbao. 2013. 312 páginas. 22 euros. Batman desde la periferia. Varios autores. Alpha Decay. Barcelona, 2013. 210 páginas. 16,90 euros. Radiografías de una explosión.Doce aproximaciones concéntricas a Watchmen. Varios autores. Modernito Books. Madrid, 2013.300 páginas, 16,50 euros. W de Watchmen. Rafael Marín. Dolmen. Palma de Mallorca, 2009. 155 páginas. 15,95 euros. Apocalípticos e integrados. Umberto Eco. DeBolsillo. Barcelona, 2011.430 páginas. 9,95 euros. En la mente de los superhéroes. Manuel Cuadrado y Juan Scaliter. Robinbook. Madrid, 2013. 220 páginas. 16 euros. Superman. El primer superhéroe. Mariano Bayona y Diego Matos. Dolmen. Palma de Mallorca, 2013. 250 páginas. 21,95 euros. Superman. La creación de un superhéroe. David Hernando. Timun Mas. Barcelona, 2013. 296 páginas. 15 euros.

El Pais Babelia 06.07.2013

jueves, 4 de julio de 2013

Del kiosco a las librerías: Planeta De Agostini

Sello pionero, lleva más de 25 años en la edición de cómic en España


ANTONIO PÉREZ*
Un cuarto de siglo. En ese tiempo el mercado del cómic en España ha vivido multitud de transformaciones en cuanto a formatos, puntos de venta, prestigio social y aceptación del público. Planeta De Agostini Cómics ha estado presente en todos ellos. Desde que hace algo más de 25 años editara su primer cómic de Conan el bárbaro, el departamento de cómics de la editorial ha apostado fuerte por conseguir que el noveno arte estuviera al alcance de todos y fuera valorado en su justa medida por el público, los medios de comunicación y la crítica. Para llevar a cabo semejante tarea, al año de empezar a editar tebeos del Cimmerio el sello se hizo con los derechos de la famosa compañía Marvel para el territorio español. Fue el principio de todo lo que estuvo por venir. Con Marvel bajo el brazo, Planeta De Agostini Cómics (que por aquel entonces respondía al nombre de Forum) obtuvo una parte muy importante del mercado y le sirvió para realizar con semejante franquicia todos los experimentos editoriales necesarios para encumbrar el cómic hasta donde se encuentra hoy día. Con personajes como Spiderman o los Vengadores era más sencillo hacerse un hueco en el siempre complicado canal del kiosco. Es aquí donde siempre hemos mantenido la vocación por considerar buena parte del mercado del cómic como un producto popular que debe estar al alcance de todos a un precio asequible. Hace más de dos décadas lo que hoy vemos como algo habitual y rutinario era una auténtica rareza: no había cómics en librerías generales ni en cadenas importantes de entretenimiento, ni siquiera había estrenos de películas basadas en un cómic ni estos alcanzaban cifras de ventas extraordinarias entre todo tipo de lectores. Los cómics tenían un público fiel que sigue ahí día a día pero que entraban en el mercado sobre todo gracias al canal kiosco.

Debido a que el kiosco se consideraba el germen de los futuros lectores, se decidió apostar por alimentar poco a poco el apartado de librerías especializadas; un fenómeno que fue en aumento con los años y que se consideraba el lugar donde acababan peregrinando los nuevos lectores que aportaba el kiosco. Al ser algo novedoso, las editoriales todavía no sabían cómo explotar de forma eficaz este desvío de flujo de lectores ni saber aportar qué títulos eran más adecuados para un canal o para otro, pero era la génesis de un mundo editorial y no había otra manera que aprender andando el camino por primera vez.

El concepto del kiosco como punto de atracción principal para nuevos lectores acabó con los años desembocando en otro género que se descubrió en España hace poco más de 15 años: el manga. La editorial encontró en éxitos exportados de televisión como Dragón Ball, Los cáballeros del Zodíaco o Ranma 1/2 un gancho importante para empezar a editar manga, si bien era difícil pensar en su formato de edición de otra manera que no fuera imitando el del cómic norteamericano, esto es ejemplares de 24 páginas encuadernados con grapa y en sentido de lectura occidental. Fue un paso muy necesario que permitió abrir mercado, acercar público nuevo y acabar generando lo que conocemos hoy día: multitud de editoriales que publican manga de todo tipo en su formato original (volúmenes de 200 páginas mínimo en sentido de lectura oriental). La diversidad de formatos, títulos y autores de hoy día tuvo su nacimiento en unas entregas escuálidas con grapas que dieron paso a experimentos como la creación de la Biblioteca Pachinco, en la que se dieron a conocer autores como Jiro Taniguchi con El almanaque de mi padre o Naoki Urasawa con Monster, ambas obras merecedoras de una reedición en la actualidad que no hace sino confirmar su éxito. Esto sin olvidar Adolf de Osamu Tezuka, una edición que acercó más que nunca el cómic al formato de la novela y permitió que muchos medios de comunicación abrieran los ojos ante el noveno arte como lo que es en realidad: un medio de expresión tan válido y con tantos matices como lo puedan ser la novela, el cine o la música.

En Marvel afianzaron poco a poco la diferenciación entre kiosco y librería especializada hasta conseguir editar obras en formatos más acordes con el segundo canal, ediciones más cuidadas y, por ello, más caras, que eran del agrado de aquel lector experimentado y con mayor poder adquisitivo que, dada la cada vez mejor percepción del cómic en la cultura, no dudaba a la hora de gastarse en un cómic lo que no habría dudado en gastarse en un libro o en una película. Mientras los superhéroes quedaban más que cubiertos con estas acciones, el resto de líneas editoriales del departamento fue en aumento, desde Spawn, de Todd McFarlane, hasta The League of Extraordinary Gentleman, de Alan Moore y Kevin O'Neill, pasando por clásicos de prensa de principios de siglo como RipKirby, de Alex Raymond, o Terry y los piratas, de Milton Caniff, sin olvidar ediciones directamente dirigidas a un público lector totalmente distinto a lo visto hasta ahora con obras como From Hell, de Alan Moore y Eddie Campbell, o Palestina, de Joe Sacco. Se trataba de ediciones que entraban directamente en otra categoría no creada hasta entonces pero que no dejaban de ser cómic y ampliar por sí mismas el mercado del tebeo en España. Al construir como base un catálogo de publicaciones tan extenso como el que estaban generado, la pérdida en 2004 de los derechos de Marvel Comics no supuso la hecatombe que podría haber sido, sino que aportó la suficiente confianza como para atreverse con la otra gran editorial de cómics norteamericana: DC, hogar de franquicias todavía más potentes como Superman y Batman, entre otras. Con los derechos para editar los cómics de DC a partir de 2005, dio comienzo una nueva andadura que no ha sido sino repetir el mismo éxito alcanzado con Marvel, y en ocasiones hasta superarlo. El mercado que se encuentra ahora con DC del que había cuando se obtuvo Marvel es muy distinto, por todo lo visto hasta ahora y por la situación de ambas compañías en el panorama editorial español. DC fue publicada de forma interrumpida por diversas editoriales a lo largo de los mismos años en los que Planeta gestionaba Marvel. Cuando el mercado giró 180 grados, uno de los objetivos principales de la editorial era el mismo que tenía cuando consiguió a Spiderman y compañía: popularizar los cómics DC, pero con toda la experiencia acumulada y la mejora de la percepción del cómic por el gran público como puntos a favor para conseguir una jugada ganadora. La consolidación definitiva de la relación entre DC y Planeta DeAgostini Cómics vino en 2006 cuando el departamento empezó su expansión territorial al empezar a editar Superman y Batman en Italia. Esto ha propiciado que hayamos entrado en dicho mercado con una apuesta fuerte desde el principio y además ha conseguido que no se quede quieto sino que siga apostando por el cómic en sus múltiples facetas, ya no solo de formato sino de idioma.
Ahora una de nuestras mayores apuestas se centra en la creación propia, para dar la oportunidad de aprovecharse de esta expansión a autores de todas las nacionalidades que quieran publicar directamente con nuestro sello, una empresa que lleva un cuarto de siglo demostrando que es la pionera en la publicación del cómic en España.
(*) Director de Planeta De Agostini Cómics.

Revista Mercurio nº107 Enero 2009

Génesis por Robert Crumb

POR OUE NO CREO EN DIOS
por HÉCTOR MÁRQUEZ



Génesis
Robert Crumb
La Cúpula 29,90 euros 220 páginas


Las más de las veces, el artista que hace sátira o caricaturiza a sus contemporáneos se ve obligado a exagerar rasgos para que, mediante la distorsión, la sátira surta efecto. Robert Crumb (Filadelfia, 1943) es uno de los grandes autores satíricos contemporáneos y uno de los grandes artistas plásticos del siglo XX. Estas palabras son del crítico de arte australiano Robert Hughes, quien lo puso a la altura del mismísimo Pieter Brueghel. Supongo que todos saben quién es el autor del gato Fritz o Mr. Natural, el creador del cómic underground -o sea, del cómic adulto sin restricciones- y uno de los más despiadados y lúcidos intérpretes de la bestialidad e idiotez de la condición humana. El caso es que Crumb recibió el encargo de ilustrar el libro del Génesis hace cinco años y ha tardado más de cuatro en acabar esta obra fabulosa. Sus lectores quizás esperarían un sinfín de coñas irreverentes de este narrador que fue católico practicante hasta los 19 años y hoy es agnóstico declarado. Pero lo cierto es que Crumb se ha tomado muy en serio el encargo. Como tanto su editor como el tímido patológico que es don Roberto sabían que para los fundamentalistas de la judeo-cristianos el solo hecho de que este artista ilustrase su libro sagrado fundacional era ya de por sí un escándalo semejante a que Rocco Siffredi interpretase a Cristo en una película de los hermanos Coen, decidió someterse a los ipsutn verba. Y así fue que eligiendo como base textual la traducción de la Tora -o sea, los cinco primeros libros de la Biblia- de Robert Alter y haciendo una labor filológica estimable, decidió ser absolutamente fiel a los textos que tanta gente ha considerado sagrados durante siglos y que son la base de la cultura occidental. Todo eso lo recoge en las notas -¿qué sería de una Biblia sin notas?- del final donde matiza traducciones, apunta dudas y vaguedades originales, reconoce que para él la Biblia es un texto fundamental pero nada divino y recuerda lo mucho que se parecen los mitos bíblicos a los sumerios. Y en la parte gráfica, ay, tenemos a un Crumb casi clásico, monumental, documentadísimo en escenografía, atrezzo y vestuario de la época, un Crumb escultórico en blanco y negro dominador de su trazo lleno de sombras. Sus Jacob, Isaac, Noé, Adán, Eva, Abel, Rebeca, Sara, Abraham, el faraón, José, la serpiente con patitas o Dios aparecen rotundos -por supuesto, sus mujeres son macizas y voluptuosas y casi todos son, casi sin excepción, tan feos y expresivos como suelen ser los personajes crumbianos- como sacados de un altorrelieve mesopotámico. Entonces, ¿por qué Crumb I, el Satírico, elige este texto? Pues porque tiene todo lo que a él le interesa: incestos, engaños, violencia, abusos de poder, lujuria, castigos, ambición y mucha, mucha ira divina.Y es que en la Biblia están todas las historias. Las de los hombres y su dios colérico y cambiante que promete tierras y ventajas a los que le adoren y que tiene la capacidad de perdonar de un misil Tomahawk. Con una especie, la humana, con un único objetivo: perpetuar su ramal genético frente a los demás. ¡Y condenaron a Darwin por hereje! Confieso que desde que era bien niño y en el colegio los curas agustinos nos ponían cada mañana por los altavoces ocultos del aula una narración dramatizada de algún episodio bíblico, donde dios siempre tenía rever, no había disfrutado tanto de los cabreos de Yaveh. Como tampoco había reparado en esos versículos del Génesis donde se hablaba de los seres divinos que poblaban la tierra y se apareaban con nuestras mozas. ¿Pero esta religión no fue siempre monoteísta? ¿Y Dios, por qué cambiaba tanto de opinión? Vaya con Crumb, me ha hecho reconocerme en mis orígenes. Si es que somos todos unos pecadores de la pradera.


Revista Mercurio nº119 Marzo 2010

miércoles, 3 de julio de 2013

Dalí, visiones de un genio



DALÍ EN RETRATO SURREAL

 Philippe Haisman realizó estas interpretación fotopictóricas del gran surrealista ciñendose su visión del mundo en los años cincuenta.


Profeta de lo moderno. Rey del surrealismo. Enigmático, adorable, execrable y provocador


JESÚS RUIZ MANTILLA 24 ABR 2013



Es la exposición definitiva, la más completa; la que ha batido récords de visitantes en el Centro Pompidou de París; la que da fe del gran Dalí pintor de enigmas, desde El gran masturbador hasta el El rostro de la guerra; la que muestra la letra original del superdotado escritor que fue; la que disecciona al cineasta precursor y visionario de Un perro andaluz, La edad de oro, fascinado igualmente por Hitchcock, Walt Disney, Chaplin o los Hermanos Marx; la que no deja de lado al monstruo surrealista retador de Breton, al finísimo intelectual. Pero falta lo surrealmente importante… Su obra de arte más completa y lograda:

ÉL.


Él en carne y hueso. Él metafísico, nuclear, absoluto y desoxirribonucleico. Él dalinizado y dalinizante. Porque aunque el tiempo ha venido a dar la razón a Salvador Dalí, durante muchos años se la había quitado. Cuando las diatribas, las discusiones, las polémicas, el amor, el odio, la veneración, el desprecio, la nunca alcanzada ni plena compresión de sus misterios, de sus manías, de sus delirios; cuando pasan las décadas y su figura se agranda y cae sobre nuestro atónito pesimismo con la pegajosa contundencia de sus relojes blandos; cuando miramos alrededor y todo lo que observamos es furor por un minuto de gloria furtiva, juguetes rotos, inconsistentes alardes a la hora de teorizar la modernidad, la posmodernidad, el presente, Dalí rompe el huevo, nos embadurna con la fuerza vitamínica de su yema y todo lo sobrevuela como el auténtico precursor de los tiempos presentes en que el futuro le ha convertido.

Contemplar la mejor y más jugosa carne de sus lienzos –también los hubo, y muchos, espantosos–, leerlo en profundidad, como apunta Pere Gimferrer, con sus fascinantes “aberraciones gramaticales”, buscar y sentir al tiempo pavor y entusiasmo con su cine radical y salvaje, el que convertía al alimón con Luis Buñuel a Jesucristo en marqués de Sade para La edad de oro, resulta un revulsivo en el edulcorado reino de lo light.

Pero aún lo es más comprobar cómo se convirtió en un auténtico genio de la autopromoción. Cómo en vida construyó persona y personaje con las armas al tiempo mezcladas y perfectamente engrasadas de un artista, un negociante, un teórico, un moralista de la amoralidad, un filósofo, componiendo un tótem entre divino y patético –qué ser humano no lo es, íntimamente– al que todavía quedan años para alcanzar a comprender en toda su profundidad.


Con cierta coquetería, a Salvador Dalí le gustaba decir que era mejor escritor que pintor”
Catherine Millet.
Dalí es el niño que, según él, nunca logró suficiente amor por parte de un padre notario obsesionado con el hermano muerto que le precedió y que se llamaba como él. También es el joven inadaptado, con pinta de mohicano, a quien sus amigos de la Residencia de Estudiantes –Lorca, Buñuel, Pepín Bello– apodaron el pintor polaco y junto a quienes se iba de farra, pagaba 25 pesetas por un cóctel en el Palace que costaba 3 y le indicaba al camarero: “Quédese con el cambio”. Pero además es quien en cierto modo les traiciona, quien se planta en París azuzando la vanguardia y se bate en duelo –intelectual, pero a metafórica hostia limpia– con André Breton para arrebatarle el liderazgo del grupo surrealista; quien dice y se desdice ideológicamente según su propia conveniencia política; quien se enamora con pasión mística –nada de sexo– de Gala y se aferra a ella como a una madre recaudadora mientras no disimula pulsiones homosexuales y se jacta de que alguien como Lorca intentó penetrarle; quien inventa las performances, crea y destruye escaparates en la Quinta Avenida cuando quiere que se sepa que ha llegado a Nueva York para conquistar la ciudad; quien no reniega del término Avida Dollars, aprendido a sangre y fuego en quienes después llevan su legado y convierten su museo de Figueres en un centro de arte ¡rentable!

Todo él polémico, discutible, juguetón y autodestructivo. Éxito rotundo y fracaso fluctuable, según le dé a quienes se apoderen del juicio sobre su figura para la posteridad. Quiso ser genial y construyó con sus actitudes superdotadas una idea propia de genialidad. Para ella utilizó todas sus armas. La asombrosa capacidad ultraperceptora que guía después sus cuadros y de la que ya tuvo conciencia en su infancia, su magistral y creativa escritura, una desconcertante habilidad para la comunicación fingiendo ser a veces autista, a veces exhibicionista… Esa genialidad la alcanzó de manera sublime, casi inalcanzable, en todo menos en lo que realmente parece que le importaba: la pintura.
En ese campo caben todos los debates, cada una de las teorías posibles e imposibles y sus propios errores –que también pueden ser aciertos– al promover por ejemplo la falsificación de su propia obra. Era algo que casaba muy bien con su personaje ultrasurreal, pero bastante mal con el mercado de quien pretende convertirse en un artista serio. ¿Cuál era su prioridad? ¿Qué quiso ser Dalí en ese campo? ¿Un profeta adelantado de la resurrección del clasicismo aplicada al método paranoico-crítico, un concepto de su invención o sencillamente, como le han visto algunos después, un precursor del kitsch?

Su aportación va mucho más allá de los dos corsés que amarran la pregunta precedente. Según Montse Aguer, responsable de la Fundación Gala-Dalí y comisaria de la exposición junto a Jean-Hubert Martin, Jean-Michel Bouhours y Thierry Dufrêne, el debate estético no basta: “Es un artista que bebe del pasado para avanzar no solo hacia el presente, su presente, sino hacia el futuro”, afirma Aguer.

“Lo hace con nuevos lenguajes y medios de expresión, que recurren también a la ciencia y la tecnología. Dalí busca imprimir significados profundos a las imágenes del mundo real, imágenes que convierte a menudo en dobles o invisibles de manera que transforma tanto la realidad como la percepción que el espectador –el ojo, el cerebro del espectador– tiene de ella”, agrega la experta.

He ahí una clave del asombroso poder hipnótico que ejerce su obra: “Esta participación que apela al arte como un juego, como un espacio de memoria, nos provoca, nos atrae poderosamente y contribuye a crear la atmósfera de misterio, enigma y belleza que envuelve las obras de Dalí”, cree Aguer.

El recuerdo como gran payaso del mundo que él se propuso y logró ser sigue, por el momento, fascinando”
Ian Gibson.
Y de llegar a esas aproximaciones trata la muestra que lleva por título Dalí: todas las posibilidades poéticas y todas las sugestiones plásticas. Aterriza desde el Centro Pompidou, donde ha sido la más visitada de su historia con 800.000 personas; se ­inaugura el 27 de abril en el Reina Sofía y permanecerá hasta el 2 de septiembre. En ese tiempo, Manuel Borja-Villel espera que la muestra sirva para alejarse de presunciones: “Volver a medir la obra de Dalí con el museo, leer entre líneas, participar en su reactivación fuera de lo daliniano”.

Pero también, por qué no, sin duda la muestra servirá para corroborar su genio, agrandar y afianzar su figura, convencer de su decisiva huella a los más escépticos. Como su propio biógrafo, Ian Gibson, que, después de haber abordado a Lorca y al pintor, se encuentra rematando su trabajo sobre Luis Buñuel. Con el cineasta, Gibson cierra años de estudio dedicados al famoso trío de gloria para la cultura hispánica a escala universal. “Cuando murió Dalí hace casi veinticinco años, yo creía –recordando lo del perro y la rabia– que sin la presencia física del pintor a ambos lados del Atlántico disminuiría el interés por el personaje tan esmeradamente elaborado a lo largo de décadas”, asegura Gibson.



Pero no ha ocurrido así. “Parece ser, sin embargo, que el recuerdo del Dalí showman, del pintor más exhibicionista de nuestra era, del experto manejador de los medios, del gran payaso del mundo que él se propuso y logró ser, sigue por el momento fascinando. Es verdad que en estos tiempos de crisis y de depresión generalizadas nos viene muy bien el Dalí lúdico, el Dalí irreverente, capaz a la vez de hacer morir de risa a sus compañeros de la Residencia de Estudiantes y de pintar cuadros como La sangre es más dulce que la miel –hoy por desgracia perdido–, Cenicitas o El gran masturbador. El inmenso éxito de la muestra del Pompidou lo confirma. Veremos qué pasa en Madrid”.

Pues en Madrid reinará sin duda como la exposición de la temporada, o es al menos lo que esperan en el Reina Sofía. La ciudad que le acogió como estudiante compulsivo y antiacadémico –cuando un tribunal de Bellas Artes de San Fernando osó preguntarle en un examen por Rafael y les respondió que no tenían autoridad para hacerlo–; la ciudad que le abrió los ojos al mundo y al contagio creativo sufrido en la Residencia de Estudiantes –no es casual que tres de los iconos geniales de la España universal se criaran al socaire de aquel lugar clave para la historia de España inspirado por la Institución Libre de Enseñanza–; el espacio que recuerda en su Diario de un genio por esa época en la que hacía deposiciones que describe como “una innombrable ignominia pestilente, discontinua, espasmódica, salpicante, convulsiva, infernal, ditirámbica, existencialista, escocedora y sanguinolenta”… La ciudad pues que le abre sus puertas en primavera para una nueva y revitalizante consagración: la de su impacto en el siglo XXI.

Pero llegará Dalí y, si el ánimo lo provoca, reabrirá debates, destrozará convenciones, elevará quejas ante las actitudes más comodonas o recalcitrantes. Aparecerá y cortará por lo sano nuestra natural tendencia al conformismo, revolcará en su ciénaga del delirio ininterrumpido –bien plástico, bien fílmico, bien escrito– todos los convencionalismos. Nos aturdirá con su fascinación volátil por las moscas; implantará su nunca bien ponderada elegancia ultramoderna, que provocará estragos en nuestra indumentaria sanguínea; volará sobre nosotros con sus teorías científicas y sus compendios filosóficos quien presumió de haberse atiborrado de ­Nietzsche en tres días y haberlo comprendido todo perfectamente.

El marciano que fascinó a Sigmund Freud en Londres y que tras una visita lo definió como el perfecto ejemplo del fanático español; el hombre murciélago que se peinaba con brillantina, usaba bastón y exigía entrar en una orgía parisiense donde todos le recibieran desnudos salvo él, que podía presentarse vestido –según un servidor ha escuchado relatar a Eduardo Arroyo, presente allí–, Dalí bufón, Dalí iconoclasta, promete avivar el debate sobre su propia figura.

Hoy, para muchos, convence más el genio de la autopromoción que el pintor. Así lo ve Gimferrer en su artículo Dalí contracorriente publicado en el catálogo de la exposición: “A él lo que le gustaba era la destrucción, y la destrucción le concernía a él. Paralelo a otro hecho: la construcción de su propio personaje, que es quizá la obra principal que quería llevar a cabo”, apunta muy atinadamente el poeta catalán.


Crea con nuevos lenguajes y medios de expresión que recurren también a la ciencia y la tecnología”
Montse Aguer.
Para ello fue preciso todo: matar al padre y rematarlo a disgustos como el que le dio con ese cuadro dedicado a su esposa al morir con esta frase: “A veces escupo por placer sobre el retrato de mi madre”. También destrozar la autoridad de cualquier sombra de liderazgo estético que pusiera en duda su protagonismo, como fue el caso de Breton; aniquilar lazos vitales y amistades demasiado brillantes –de Lorca, a quien sacó de sus casillas con bromas privadas en Un perro andaluz; a Buñuel, a quien traicionó medio delatándolo como comunista cuando trabajaba en el Moma–, admirando y enmendando la plana a leyendas como Picasso, riéndose de cualquier atisbo de autoridad, forrándose contra corriente aferrado siempre a un concepto propio y autojustificativo como el de Avida Dollars, mostrándose precursor de la cultura de masas, empequeñeciendo a Andy Warhol y todo el pop art que vino después ante la grandeza de su efigie, muriendo con barretina y haciendo testamento con polémica para ser Dalí después de Dalí, transfigurado y eterno.

En medio quedará la gran pregunta: ¿fue un genio de la egolatría que se sirvió de su vocación para la pintura, la escritura y el cine con el objetivo de crear un icono? ¿Ocurrió al revés, que se trataba de un pintor deseoso de pasar a la posteridad, para lo cual se sirvió de la fabricación de un personaje para lograrlo?

Que el debate siga abierto, que dé tanto que hablar, viene a confirmar la fe de su inabarcable empeño en quedar fijado con letras grandes dentro de la historia. Ya lo avisaba él en las primeras líneas de su Vida secreta, poco antes de empezar el relato nada más y nada menos que desde sus recuerdos intrauterinos: “Cuando tenía seis años quería ser cocinero, y a los siete, Napoleón. Desde entonces, mi ambición ha ido aumentando sin parar…”.



Una persona-arte

LUIS GORDILLO
Siempre me ha llamado la atención una foto de 1978 en la que aparecen Salvador Dalí y Warhol besándose en la boca. Creo que es todo un monumento estético-histórico. Salvador Dalí está llegando al final de su histrionismo y Warhol está en la cumbre de su fama. Ambos reconocen la posibilidad de la persona del artista como objeto artístico. Dalí lo ha estado haciendo desde el principio: siempre hay alguien presente que hace la foto pertinente y Dalí siempre está dispuesto a jugar. Para Warhol toda esa teatralidad es la base de su obra. Ambos se reconocen mutuamente en esa coincidencia y Dalí transmite a Warhol los trastos de matar.
Después de su muerte no ha dejado de aumentar la importancia del personaje Dalí, centro de irradiación de una gran variedad de intereses de todo tipo, como su trabajo en la escultura, su intensa actividad como ilustrador en revistas de EE UU, sus trabajos para la publicidad en general también en televisión, su actividad cinematográfica, su trabajo en decoración… Pero lo que más ha aumentado el interés por este paranoico admirador de Franco y de la Iglesia católica ha sido precisamente el reconocimiento creciente del personaje total; ya no es un loco histriónico, sino una persona-arte.
Casi todo el mundo reconoce, yo también, que lo mejor de la obra de Dalí se extiende por los años veinte y treinta, y que a partir de los cuarenta va perdiendo interés; lo que significa que en sus biografías y antológicas se pierden cinco décadas de su trabajo. Su obra se enfría, se domestica y toma según él formas “imperiales”. Siendo yo muy joven, en Sevilla, me acuerdo de la popularidad que tenía Dalí, o más bien la pareja Dalí-Picasso. Se decía que Dalí era un maravilloso dibujante, mejor que Picasso (?). Es el momento en el que Dalí presentó el Cristo y la Madonna de Port Lligat, que tuvieron un gran éxito; sin embargo, estos cuadros ya eran muy diferentes de los anteriores, habían perdido profundidad. Daba la impresión de que Dalí había sido psicoanalizado.

Tengo la sospecha de que en una de las bases del surrealismo hay una cierta contradicción. Me explico. Por un lado se puede decir que este movimiento tenía una voluntad revolucionaria, vanguardista, con proyecciones políticas: comunistas. Pero que por otro lado presentaba un lenguaje formal más bien relamido, pompier, con fuentes muy claras en el simbolismo decimonónico o en el Renacimiento italiano. Dalí declama claramente su admiración por Bouguereau y Millet, y también por Rafael. Quizá sea el cambio en la sintaxis del cuadro lo que lo hace interesante, no su morfología.
Mis críticas a ciertos aspectos de Dalí no me ocultan el interés creciente que tengo por su obra, y cuando me pregunto por las razones de ese entusiasmo me acuerdo de un discurso dado por él en los cincuenta. Estaba ya en su segunda época y observaba lo hecho en los años veinte y treinta con intensa crítica y desagrado, y definía así esos años como pruebas de estos sentimientos: “La anarquía hormigueante y supergelatinosa, heterogeneidad viscosa, diversidad ornamental de las ignominiosas estructuras blandas exprimidas, supurando el último jugo de sus últimas reacciones”. Es un monumento a la estética surreal y nadie podría haber definido mejor la esencia de la primera parte de su obra ni las bases de mi admiración.
Luis Gordilo es pintor.
Dalí, un gran escritor

CATHERINE MILLET
Con cierta coquetería, a Salvador Dalí le gustaba decir que era mejor escritor que pintor. Y se le podrá discutir esa opinión, pero es indudable que sus escritos, de todo tipo –poemas, ensayos teóricos, relatos autobiográficos, guiones e incluso una auténtica y gruesa novela–, son tan fascinantes como sus cuadros de múltiples imágenes imbricadas unas en otras. En cualquier caso, ese fue el Dalí que me interesó cuando escribía un libro de título un poco ilegítimo: Dalí et moi. Porque, desde luego, nunca conocí a Dalí (¡nunca tuvimos ninguna relación!), aunque estoy convencida de que un día coincidiré con él en el purgatorio de quienes, por decir la pura verdad, se ven obligados a sufrir el escándalo (cada uno en su justa medida, sin duda, puesto que el escándalo que suscita uno de mis libros no tiene nada que ver con el que suscitó Dalí durante toda su vida). Me imagino el asombro de algunos lectores: ¿Cómo? ¿Que Dalí, ese bufón, ese engañabobos, fue el cantor de la verdad? Pues sí, lo fue, de una verdad “sangrante”, para retomar una de sus palabras, y a veces la verdad más difícil de reconocer, la verdad sexual. Ningún artista del siglo XX tiene tanta perspicacia como Salvador Dalí a la hora de juzgar su época, ninguno tiene su sinceridad al hablar de sí mismo, en especial de sus inhibiciones sexuales. Uno puede convencerse de ello mediante algunos fragmentos de su obra. Mis favoritos pertenecen a la Vida secreta de Salvador Dalí, escrita en 1941, y a su novela Rostros ocultos, escrita en 1943. Dalí escribió la mayor parte de sus textos en francés, un francés de ortografía parasitada por el catalán y el castellano. En la novela, Dalí describe con ferocidad el ambiente mundano que frecuenta (y en el que encuentra a sus primeros mecenas), frívolo y ciego ante la ascensión del nazismo. Y evoca, con un diagnóstico acertado y de manera a la vez alucinante, premonitoria… y cinematográfica, la muerte de Hitler. En cuanto al fragmento de Vida secreta, al mismo tiempo que relata los primeros paseos de enamorados con Gala por los paisajes mil veces celebrados, expresa también con toda crudeza la pulsión de muerte que se esconde en el fondo de cualquier pasión demasiado devoradora…
Catherine Millet es escritora. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
Recordando ‘Recuerda’


MANUEL GUTIÉRREZ ARAGÓN
A los niños y jovencitos de los años cincuenta y sesenta Dalí nos era exhibido como una artística gamberrada de sí mismo antes que como pintor. Incluso salía en el No-Do cuando en el noticiero cinematográfico aparecían más que ninguna otra cosa Franco y los pantanos. La contemplación de los ojos desorbitados y el bigote de Dalí era un espectáculo casi de circo, no ajeno a la voluntad del artista. Blanco y negro y una genialidad de celuloide oficial. Ese era el cine de Dalí.
Y sin embargo Dalí era no solo un fabuloso creador de imágenes pictóricas, sino también un activo creador de imágenes fílmicas o, por lo menos, recreadas en la pantalla por sus amigos, examigos, cineastas, figurinistas, productores y todo género de fabricantes de un merchandising extenuantemente genial.
Estábamos todavía en la fase sádico-anal del No-Do cuando se proyectó el film policiaco Recuerda (Spellbound en su versión original), obra de Hitchcock, llegada tarde, como de costumbre, a las pantallas provincianas de Torrelavega, mi localidad natal. En la película aparecía una secuencia en forma de pesadilla del protagonista, Gregory Peck, que había sido diseñada por Salvador Dalí. Con razón o sin ella, la película no está considerada entre las mejores del maestro del suspense, por lo que es recordada sobre todo por ese sueño daliniano, que ni siquiera fue rodado por Hitchcock, sino por uno de sus ayudantes. Y convenientemente recortado por el productor, que dejó solo dos minutos de los veinte originales. Para la petit histoire, esa es la película de la secuencia onírica y ya está. La primera vez que la vi me pareció que contenía menos cine que alguno de los lienzos de Dalí, que tienen tiempo y ensueño, dos cosas propias del cine, aunque los cuadros no se muevan de la pared en la que están fijados. Gracias a Richard Peña, director de la sección de cine del Lincoln Center de Nueva York, pude visionar en una ocasión la secuencia completa. A la imagen ya canónica de una enorme tijera cortando un ojo gigantesco le siguen un poco más allá la curiosa transformación de la carne turgente de Ingrid Bergman en estatua de yeso, para ser después cubierta de hormigas, imágenes cortadas en la versión establecida por el productor. De los planos respetados en el montaje, quizá unas líneas que se pierden infinitamente hacia el horizonte sean uno de los momentos más inquietantes. También lo es el de una figura humana que se arroja con lentitud desde lo alto de una torre. En realidad, Vértigo (Hitchcock, 1958) es más surrealista que este surrealismo prefabricado.
En ese viaje hacia atrás del conocimiento al que nos obligaba la pobreza cultural del aquel tiempo, tardamos algo más en poder asistir a la proyección de Un perro andaluz. Pero al fin pudimos contemplar en la sala oscura el arrastre de los pianos de cola, los burros putrefactos y los frailes atados. Las imágenes estaban ahí, casi se podían tocar. Y a la vez estaban en lo más profundo de nuestro cerebro. El cine las hacía reales hasta dar casi miedo. Y ahora recuerdo que Buñuel nos contó un día que Charles Chaplin amenazaba a sus hijos pequeños con proyectarles Un perro andaluz si no obedecían en irse a la cama cuando se lo ordenaban.
Salvador Dalí tenía una concepción del cine absolutamente radical, de imposible exigencia. En su combate contra el sentimentalismo y el arte putrefacto, coloca al cine en la primera fila, vanguardia de la vanguardia. Si él mismo había decidido que su pintura iba a ser “antiartística”, encontraba que el cine ya lo era por sí mismo. “El filmador antiartístico ignora el arte, filma de una manera pura, obedeciendo solo las necesidades técnicas de su aparato y al instinto infantil y alegrísimo de su fisiología deportiva”. Como tantas otras veces, algunas de las mejores representaciones de Dalí están en las imágenes de sus palabras.
Manuel Gutiérrez Aragón es escritor y cineasta.








Animacómic Málaga 2013