La exposición de Camille Pissarro merece una visita atenta. La obra del francés ayudó a finales del siglo XIX a mirar el campo y la agricultura con ojos estéticos
Es cierto que su obra, en la que se refleja a veces el trabajo de campesinos y la silueta de fábricas y chimeneas, se puede interpretar en términos políticos y sociales, más si sabemos de su militancia anarquista, pero Pissarro no pretendió servirse de la pintura para hacer alegatos ideológicos, sus obras no están contaminadas por ningún fanatismo ajeno a la pintura, como sucede con el trabajo de muchos artistas de inclinación religiosa.
Por Javier Maderuelo
El camino de Marly, circa 1870, de Camille Pissarro.
INVADIDOS POR EL IMPRESIONISMO, Madrid se ha convertido en la capital del siglo XIX.
Una exposición de impresionismo más y acaban, de una vez para siempre, con la incipiente tradición vanguardista de la capital de la movida. Pero, un minuto de atención, porque Camille Pissarro (1830-1903) merece una visita atenta y una mirada analítica que permita superar la
complacencia superficial que aletarga a los amantes de la pastelería impresionista. Quiero llamar la atención aquí sobre una cuestión que espero ayude a completar los espléndidos ensayos que se publican en el catálogo de la exposición y que permita entender la importancia que Pissarro ha tenido en la construcción de la mirada contemporánea y en la formación del concepto europeo de paisaje.
Hay una serie de tópicos literarios, cuando no de muletillas léxicas, que se repiten insistentemente al escribir sobre el impresionismo, son frases hechas como: "Pintar del natural" o "representación de la naturaleza". Sin embargo, en los cuadros de la mayoría de los artistas del siglo XIX y, muy particularmente, en los de Pissarro la naturaleza está totalmente ausente. Guillermo Solana, comisario de esta exposición, llama la atención sobre un hecho cierto: "Si hubiera que elegir un solo tema visual que resumiera toda la obra de Pissarro, ese tema sería el camino: una calle saliendo de un pueblo, una carretera a través de los campos, un sendero que se pierde en el bosque". Calle, sendero, pueblo, campos de cultivo y bosque, entre otros muchos elementos que componen los cuadros de Pissarro, como casas, cercados, fábricas, chimeneas, plantíos de frutales, puentes, jardines o carruajes, no son elementos naturales, no han surgido de forma espontánea sobre el territorio, sino que son puro artificio humano, son producto del trabajo persistente de hombres y mujeres a los que se ve faenando en muchos de sus cuadros.
Si el naturalismo de su amigo Émile Zola pretende describir con realismo y cientificidad el mundo, la realidad que Pissarro ve en los diferentes emplazamientos de la cuenca del río Sena, y no digamos en París o Londres, donde pinta "del natural", es precisamente lo más elaborado, lo más trabajado, del territorio europeo. Es puro artificio: huertos, plantíos, bocages y alamedas, en el campo, y las novedades urbanas de los grandes bulevares y plazas del París planificado por Haussmann.
En los cuadros de Pissarro podemos apreciar gran precisión en el dibujo, armonía clásica en la composición, serenidad en las escenas y dominio de la luz, el color y las sombras. ¿Por qué, sin embargo, tuvo serias dificultades para mostrar y vender su obra? ¿Por qué no gustaron inicialmente? Porque no se ajustaban al modelo idealista de paisaje romántico, de naturaleza panteísta o salvaje, porque mostraban la antropización del territorio provocada por
el trabajo. Así, el paisaje real se descubre como algo antinatural, como construcción humana. Este tipo de cuadros enseñaron a finales del siglo XIX a mirar el campo y la agricultura con ojos estéticos. A través de los matices de la luz, de los cambios cromáticos, de la pincelada que construye la imagen, estos cuadros nos han enseñado a apreciar los valores reales del mundo rural, a configurar la idea europea de paisaje. •
Pissarro. Museo .Thyssen-Bornemisza. Paseo del Prado, 8. Madrid. Hasta el 15 de septiembre
El Pais Babelia 06.07.2013
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