lunes, 3 de febrero de 2025

El fotógrafo que creaba luz en su estudio


Retrato de Doug, un miembro de los Ángeles del Infierno, en San Francisco (1967).

FUNDACIÓN IRVING PENN


Manuel Morales

“Una luz da vida, dos luces matan”. Con este credo sobre la sencillez a la hora de tomar imágenes, el fotógrafo Irving Penn (Nueva Jersey, 1917-Nueva York, 2009) logró ser uno de los más grandes del siglo XX. Su trabajo, siempre con luz natural y en estudio, y la meticulosidad, cualidad heredada quizás de su padre, relojero, los plasmó con elegancia y sobriedad en todos los géneros que tocó, desde extraordinarios retratos de celebridades a bodegones compuestos por colillas, pasando por la fotografía de moda. Una panorámica a su extensa trayectoria, iniciada en los años treinta y que llegó hasta comienzos del siglo XXI, puede verse en la exposición Irving Penn: Centennial, en la Fundación Marta Ortega Pérez (MOP) en A Coruña. La organiza el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York (Met), en colaboración con la Fundación Irving Penn y puede verse hasta el 1 de mayo de 2025.

Con cerca de 170 imágenes, además de revistas en vitrinas y piezas como el telón de fondo que Penn usaba en su austero estudio, la exposición está comisariada por Jeff L. Rosenheim, jefe del Departamento de Fotografía del Met, El recorrido comienza con sus fotos más antiguas, de 1939: carteles publicitarios cuyas letras le atraían. Desde niño, este hijo de padres rusos judíos que cambiaron sus nombres en EE UU fue observador y sensible.

En su formación fue ayudante del ruso Alekséi Brodóvich, su maestro en la escuela de arte industrial de Filadelfia y director de arte de Harper´s Bazaar. A través de él, Penn conoció los trabajos de Matisse, Picasso, Man Ray... "Era mi padre en muchas cosas", escribió. En 1938, se compró una cámara Rolleiflex y debutó como director de arte de una revista sobre mujeres voluntarias.

Sin embargo, como otros grandes fotógrafos, Penn quiso probar antes con los pinceles, una etapa que vivió en Mexico y "donde se dio cuenta de que no pasaría de pintor mediocre, incluso llegó a destruir sus cuadros", dice Rosenheim. A su vuelta conoció a su segundo padre artístico, Alexander Liberman, otro ruso emigrado, director artístico de Vogue, que lo contrató cuando vio sus fotos de México. En octubre de 1943, Penn fotografió la primera de sus 165 portadas que firmó para esta revista: un bodegón compuesto por un bolso, unos guantes, un cinturón y una cartulina con unos limones dibujados, un aparente desorden en el que todo encajaba. Fue un género en el que ejerció su maestría, como se ve en los sencillos ingredientes de una ensalada o en los objetos del bolso de una mujer elegante.

Al inicio de la exposición hay una especie de rincón de pensar para niños traviesos. Son dos paneles móviles que simulan el espacio donde colocaba Penn en su estudio, a las que extraía su personalidad. El efecto era como si se abriera un libro y viéramos a Dalí, Stravinsky, Duchamp... antes, había probado con retratos en los que el único atrezo era una vieja alfombra sobre un taburete en la que colocó, entre otros, a Hitchcock. Eran largas sesiones en las que Penn, introvertido, hablaba lo justo.

Penn pasó casi siete décadas trabajando para revistas, sobre todo Vogue. Un periodo que solo interrumpió por su participación al final de la II Guerra Mundial como conductor de ambulancias en Nápoles. Tras absorber los conocimientos de sus maestros y de los clásicos de la pintura y la escultura, estaba listo para ser el gran renovador de la fotografía de moda, al colocar a las modelos sobre un telón neutro para realzar los tejidos, sin aparatosas escenografías, como entonces sucedía.

Del glamur pasó, durante un viaje de trabajo a Perú, en 1948, a fotografiar a los quechuas en Cuzco, en uno de sus trabajos más conocidos. Son imágenes en las que Penn baja la cámara y hace posar a los indígenas con gran dignidad, aunque vistieran harapientos.

Su descomunal talento se trasladó a otros campos en los cincuenta, como la publicidad ("una fotografía que vende una pastilla de jabón también puede ser arte") o los desnudos, en los que apostó por cuerpos carnosos de modelos de pintores, a lo Rubens, sin rostro y en escorzo. Era también una reacción a su trabajo "con tanta mujer delgada con aspecto de haberse obligado a pasar hambre", aseguraba. Sin embargo, los desnudos no gustaron a Liberman y el Museo de Arte Moderno los rechazó por vulgares. Vistos hoy, puede pensarse que Penn era un adelantado a los críticos y comisarios de arte de su época.

Con Europa en paz, a Penn lo mandaron a París porque allí estaba el esplendor de la alta costura con Dior, Balenciaga... Y se introdujo en el mundo de los rápidos cambios de traje, los retoques de peluquería y maquillaje, en el que además conoció a la que sería su segunda esposa, la modelo sueca Lisa Fonssagrives, la mejor pagada en ese momento. En un estudio modesto y con su telón, alternaba las sesiones de moda con la que sería otra de sus estupendas series, Los pequeños oficios, que empezó en París y continuó en Londres y Nueva York: camareros, afiladores, barrenderos... Quería que posaran con sus ropas de trabajo y si estaban sucios, mejor.

Son los años en que también despliega su galería de "retratos clásicos", en los que elimina detalles para resaltar las formas. El más célebre, que ocupa un lugar especial en la muestra, es el que hizo a Picasso en 1957. El artista le dio 10 minutos, suficientes para que Penn se acercase más y más al rostro de Picasso, hasta lograr un primer plano en el que el genio posó con capa y sombrero, con la mitad del rostro en sombra y su ojo izquierdo atrayendo todo el foco. A su alrededor, Francis Bacon, Dora Maar, Miró con su hija...

Llegan los sesenta y el mundo se agita entre protestas, movimientos sociales y la descolonización. Penn, atento, fotografía hippies, ángeles del infierno o tribus indígenas de Nueva Guinea.

Esa renovación en los temas llegó también a su técnica. Penn experimenta con el platino para conseguir otra textura en sus imágenes, viendo que la calidad de impresión de las revistas había bajado mucho por su coste. Con la técnica de la platinotipia producirá la serie Cigarrillos (1972), en la que fotografió colillas como bodegones. Era la crítica de un hombre que odiaba el tabaco y que había perdido a su padre y a su maestro Brodóvich por culpa del cáncer de pulmón. Cuando se expuso en el Museo de Arte Moderno de Nueva York recibió muy duras críticas; "repugnante, feo", lo tildó The New York Times. Hoy solo pueden ser contemplados como obras de arte.

Siempre sensible, tras la muerte de su esposa, en 1992, realizó una preciosa serie de flores en fase de marchitarse, que se ve al final del paseo expositivo. Al fin y al cabo, Penn decía que "una buena fotografía era aquella que tocaba el corazón de espectador".


El Pais. Sábado 23 de noviembre de 2024



domingo, 2 de febrero de 2025

EL VIAJE DE SHUNA Las semillas del destino

David García Reyes




El viaje de Shuna

Hayao Miyazaki 

Salamandra Graphic 

Japón

Cartoné

160 págs.

Color

Traducción: Marc Bernabé

Obras relacionadas

Cómo piensan los niños y otros recuerdos de mi vida

Hayao Miyazaki y Eduardo Luzzatti

(Confluencias)

Princess Mononoke. The First Story

Hayao Miyazaki

(Simon & Schuster)

Nausicaä del Valle del viento

Hayao Miyazaki 

(Planeta Cómic)

Hay libros ilustrados cuyo aparato gráfico supera la narración de la historia, en El viaje de Shuna del extraordinario Hayao Miyazaki, el relato minimalista ofrece un equilibrio que se ve compensado en su convergencia y unicidad viñetal a través de las sugerentes secuencias elaboradas con acuarelas por el creador japonés. Miyazaki compone un libro único cuyas singularidades también se reflejan en el recorrido y referencialidad con el que ha contado desde que fuera publicado originalmente en 1983.

El accidentado trayecto de este manga es una metáfora de la primera parte de la biografía artística de Miyazaki, marcada por las dificultades para materializar sus proyectos de animación más personales. En una época de barbecho, tras la agridulce experiencia de su debut en el largometraje de animación con El castillo de Cagliostro (1977), en el que adapta un manga de Lupin III, de Monkey Punch. En este lapso de tiempo, Miyazaki publica la obra que nos ocupa en la editorial Tokuma Shoten como un emonogatari, una suerte de libro ilustrado. El viaje de Shuna, toma como base la historia de El príncipe que se convirtió en perro, una leyenda fundacional del pueblo tibetano que sirvió de inspiración al artista para crear esta fábula de aventuras en un contexto de fantasía. Curiosamente, el deambular de Shuna no llegó convertirse en una adaptación cinematográfica de Miyazaki o alguno de los realizadores del Studio Ghibli, pero sí se sustancia temática y estéticamente en el manga Nausicaä del Valle del viento (1982-1994) y en la película homónima (1984), ambas del cineasta y dibujante. Además, Shuna cuenta con una adaptación dramática en radioteatro emitida por la emisora pública japonesa NHK FM, que fue emitida en mayo de 1987. Posteriormente, Gorō Miyazaki, hijo de Hayao, aprovecha parcialmente el mito tibetano que inspiró a su padre en su largometraje Cuentos de Terramar (2006), libre transposición de la saga literaria de Ursula K. Le Guin

La trama es resuelta casi como si se tratase de un relato fronterizo y épico que bebe del western norteamericano y exhibe tintes apocalípticos y distópicos. Shuna es el joven príncipe de un pequeño reino en las montañas dentro de un mundo en el que la precariedad material se traduce en la incapacidad de que las cosechas de sus modestas tierras sean suficientes para mitigar el hambre de la población, que soporta estoicamente estas situaciones de carestía. En este espacio, Shuna se rebela para intentar cambiar su destino y el de su pueblo. Sin saber muy bien si al dejar su confortable existencia tendrá éxito, se embarca en un viaje tras la pista de una promesa que será la solución a las estrecheces de su pueblo: unas fértiles semillas de cereal que ofrecen la posibilidad de acabar con la escasez y las hambrunas. A lomos de su Yakul, el joven inicia un periplo que le lleva a enfrentarse a múltiples dificultades, enfrentándose a traficantes de esclavos y a otros seres egoístas que atesoran las riquezas y consumen a la humanidad. En el camino, el protagonista demuestra su carácter altruista y valiente al rescatar a la aguerrida Tea y a su pequeña hermana del yugo de los esclavistas, un encuentro crucial para el devenir de sus protagonistas.

La hibridación de esta narración gráfica recuerda al planteamiento esbozado y no concluido de un storyboard previo a la elaboración de la animación. La cuidada edición hace que la experiencia sea completa y no un libro de arte. De hecho, El viaje de Shuna es una de esas lecturas de amplio espectro que estimula el acto físico de leer de forma táctil, deteniéndose en su prodigioso dinamismo y en una poética visual en la que sumergirse. Obviamente no es un producto para los detractores de Miyazaki, aunque puede que la propuesta termine convenciéndoles de la maestría de este brillante hacedor de ilusiones.

Se da la circunstancia de que se trata de un libro que, como se señaló más arriba, ha generado obras derivadas, pero la más notoria dentro de los hitos de Miyazaki es la aparición del Yakul, este fiel y valeroso animal es una mezcla de alce rojo y yak, animal fundamental para Shuna que volvería aparecer como la montura de Ashitaka en el largometraje de animación La princesa Mononoke (1997), un filme clave en la filmografía de Miyazaki y en la internacionalización del Studio Ghibli. Cuarenta años después de su publicación en tierras niponas, se edita en español uno de los pocos títulos como mangaka del artista tokiota, que no nos ha regalado más incursiones en el cómic y, en contrapartida, nos ha entregado algunas de las mejores cintas de animación de la historia del cine.




Jot Down 2024

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Un explorador iconoclasta y perverso

 Manuel Vilas



No soy un admirador del cine de David Linch, yo soy su enamorado. Lynch (fallecido a los 78 años) fue al cine de los ochenta y noventa del pasado siglo lo que William Burroughs a la literatura de los años cincuenta y sesenta: un individualista devastador, infiltrado en la disolución de la mirada del espectador o del lector. Lynch era guapo. Se parecía a otro individuo cegador: David Bowie. Tenían un flequillo parecido. Lynch es Estado Unidos, es la narración cinematográfica más brillante y honda que se ha hecho de ese país en los últimos cincuenta años.

No puedo hablar de todas las películas. Citaré las que me volvieron medio loco de amor y terror. La primera fue El hombre elefante (1980). La segunda -de la que salí desquiciado del cine, sabiendo que mi vida era de una rutina horripilante si la comparaba con la vida de Nicolas Cage- fue Corazón salvaje (1990): un latigazo visual donde el amor era un juego despiadado. allí, en esa película, constaté que Lynch era un cineasta asocial, como Wong Kar-Wai, por poner un ejemplo. Un cineasta obsesionado con las pasiones humanas más inconfesables, pasiones que ocurrían en la América profunda, en un lugar sin ley ni mandamientos sociales, o culturales, o morales. No hay moral social en Lynch, como tampoco la hay en Burroughs o en Kafka. Otra de las grandes incautaciones de mi alma por parte del cine de Lynch llegó con Mulholland Drive (2001). Allí Naomi Watts y Laura Harding se convertían en dos misterios de la humanidad. El cine de Lynch es el cine de un explorador iconoclasta y perverso y sarcástico de la condición humana. Mil pasos por delante de cualquier otro cineasta contemporáneo. 

Pero la puntilla me la dio Una historia verdadera (1999), una de las películas más inconcebibles de la historia del cine. El viaje de 500 kilómetros en una máquina de cortacésped de un hombre que vive en Iowa que va a ver a su hermano en Wisconsin. Cuando viví en Iowa tentado estuve de emular al protagonista de este historia.

Pero qué hay agazapado en las películas de Lynch. ¿Por qué las vemos o las veo con una pasión arrebatada? Por la libertad, ese es el gran tema de Lynch. Un canto disolvente a la libertad. Algunos ven surrealismo en Lynch. No estoy de acuerdo en absoluto. Lynch, cono Burroughs o Kafka, es un realista. Salí de ver Una historia verdadera con ganas de caminar 100 kilómetros para ir a hablar con mi hermano. No coge un autobús, no alquila un coche el protagonista de Una historia verdadera. Desafía al mundo.

Siempre Lynch es eso: un desafío a cualquier convención. De una película de Lynch sales viendo tres soles y cuatro lunas. Ya no te crees que haya un solo sol y una sola luna. En Netflix ahora mismo se puede ver una obra maestra de 17 minutos. El cortometraje titulado What Did Jack Do? (2017). Son los 17 minutos más hermosos de la historia del cine de este siglo XXI. Que qué se cuenta: se narra a la oscuridad. La oscuridad de las vidas, pero con fe en esas mismas vidas. Buenas noches, David Lynch. Eras el mejor.

El Pais. Sábado 18 de enero de 2025


sábado, 1 de febrero de 2025

Estudio Khara presenta la exposición de animadores de Tsurumaki y Yamashita

Para celebrar el lanzamiento del anime " Gundam GQuuuuuuX " (ya parcialmente disponible en los cines como película recopilatoria, y pronto como serie), el estudio khara ha vuelto a poner en línea 2 cortometrajes dirigidos por Kazuya Tsurumaki e Ikuto Yamashita (dos miembros del equipo). Emitidos hace 10 años para la antología " Japan Animator Expo ".


" ¡Puedo hacerlo el viernes de día! " (Kazuya Tsurumaki):


" Campo icónico " (Ikuto Yamashita):




EL TRIBUNAL DE LOS SECRETOS. ¿Te cuento un secreto?

Diego Matos Agudo






El tribunal de los secretos

Steven T. Seagle y Teddy Kristiansen 

Dolmen Editorial

EE. UU.

Cartoné

308 págs. 

Color

Obras relacionadas

Sandman

Neil Gaiman, Sam Kieth, Mike Dringenberg y AA.VV.

(editorial)

Es un pájaro...

Steven T. Seagle y Teddy Kristiansen

(editorial)

The Amazon

Steven T. Seagle y Teddy Kristiansen

(editorial)

La Cosa del Pantano

Len Wein y Bernie Wrightson 

(editorial)


«Esta casa...».

En algún lugar hay una casa que atrae a los perdidos. Parece abandonada. Parece embrujada. Se ha escrito sobre ella. Se habla sobre ella entre susurros. Te llama entre susurros. «Con sus goznes herrumbrosos. La pintura cayéndose de las abombadas paredes y fragmentos de cemento por todas partes... Sus secretos arrancados durante indiferentes meses y años por tormentas y borrascas...».

Bajo la cabecera de La casa de los secretos se fue publicando, desde la Edad de Plata de los cómics, comenzando en 1956, hasta 1978, una serie antológica de historietas breves, la mayoría de las veces auto-conclusivas, y siempre de misterio o suspense (en la primera década, incluyendo el terror en la segunda). Con una serie paralela que se titulaba La casa de los misterios. Ambas tenían dos «anfitriones» (seres extraños que servían de hilo conductor e introducían las historietas al más puro estilo EC Cómics, como el archiconocido Guardián de la Cripta): Abel era el encargado de los secretos, mientras que a su hermano Caín le encomendaban los misterios. Muchos artistas archiconocidos pasaron por sus páginas, dibujando portadas o interiores: como Neal Adams, Michael Kaluta o Bernie Wrightson. Pero fueron el guionista Mike Friedrich y el dibujante Jerry Grandenetti quienes redefinieron la idiosincrasia de esta casa tan particular y explicaron sus orígenes.

En los años ochenta y noventa, tanto Caín como Abel se convertirían en personajes recurrentes de The Sandman y la Casa de los Secretos aparecería también, como una suerte de almacén que se cruza entre el mundo real y el ensueño.

Fue precisamente en el sello Vertigo, de DC Cómics, hogar de Morfeo y los eternos, donde reviviría la cabecera por segunda vez con un nuevo título y un nuevo concepto, más orientado a lectores adultos. Ahora, la Casa de los Secretos es una mansión móvil que puede aparecer en distintos sitios. Está encantada, poseída por los Juris, espíritus sedientos de secretos que invocan a quienes los poseen para juzgarlos y condenarlos. Un Tribunal de los Secretos muy particular que entiende con similar gravedad actos de diversa índole: desde agresiones sexuales a mentirijillas piadosas. Quien guarde un secreto tendrá que someterse a la curia. Nadie está a salvo.

El tribunal de los secretos es uno de los cómics de Vertigo que quedaban inconclusos en España, en una especie de sueño, esperando que alguna editorial se animase a despertarlo. Norma Editorial había comenzado con ella en los años 2000, pero quedó inconclusa. Ahora ha sido Dolmen quien la ha publicado completa en dos potentes volúmenes.

Steven T. Seagle (como curiosidad, es uno de los creadores de la serie televisiva Ben 10) y Teddy Kristiansen (Sandman Mystery Theatre, Tarzan...), el tándem encargado de presentar una de las historias más personales y originales sobre el Hombre de Acero, en Es un pájaro, es un avión, vuelven a trabajar juntos en esta historia que tiene como elementos comunes unos personajes redondos, que se mueven en una escala moral de grises y con un estilo gráfico particularísimo, sintético y feista, que, con su estética única, no deja indiferente. Es clave el color de Bjarne Hansen, con el que se consigue una atmósfera sucia y asfixiante; a veces cercana a lo preternatural.

Los seres humanos conviven con los secretos desde el principio de los tiempos. En silencio, la información o la ausencia de ella se han convertido en protagonistas. Una mirada, una sonrisa, un gesto... pueden significar mucho y pueden ocultar otro tanto. Pero ¿qué ocurre cuando los secretos se revelan? La respuesta es compleja y plural; con connotaciones filosóficas y hasta metafísicas. Es, a la vez, una y muchas. Como descubrirá Rain Harper, la protagonista de esta historia.

Adolescente. Fugitiva. Enfadada. Sin rumbo. Sin vuelta atrás. En su huida hacia delante, buscando un lugar donde refugiarse, se encontrará con la casa y con el tribunal de los secretos que alberga; y su vida cambiará para siempre. Junto a otra joven, Tracy, tendrá que afrontar lo que la casa les tenga preparado. Rain se convertirá en testigo involuntaria y participante. Su papel como lectora de las sentencias (pequeñas piezas centradas en personajes individuales que se van montando) aporta una fuerza especial a la trama, dotándola de una gran responsabilidad moral que se traslada, de forma directa, a los lectores. El conflicto interno está servido: salvar o condenar. He ahí la cuestión.

Un cómic profundo y poliédrico que invita a la reflexión interna. «Esta casa... esta errática jueza de oscuro carácter... Te llama. Te ofrece cobijo... y te traga entero...».

«Esta casa...».





Jot Down 2024

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viernes, 31 de enero de 2025

Lee Miller y el conde Almásy

 El faro del fin del mundo / Jacinto Antón



Lee Miller, retratada con su uniforme de corresponsal de guerra por un fotógrafo desconocido.

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Aunque no tanto como mi hermana Graziella, que hasta se ha disfrazado de ella, soy un gran fan de Lee Miller, la célebre fotógrafa y corresponsal de guerra estadounidense, además de conspicua representante del surrealismo, que nos ha dejado algunas de las más icónicas y conmovedoras imágenes de la II Guerra Mundial, y a la que ahora dedica una gran exposición en Barcelona la galería FotoNostrum. Incluso tengo en el lavabo de mi casa una copia enmarcada de su famosa foto en la bañera de Hitler, así que cuando me ducho cruzamos miradas que quiero creer amistosas e incluso algo más.

Con motivo de la exposición me he leído The lives of Lee Miller (Thames & Hudson, 2021), de su único hijo, Antony Penrose, una interesantísima biografía, una interesantísima biografía en la que el autor no duda en profundizar en los aspectos más complejos y hasta escabrosos de la vida de la progenitora. Penrose ha estado en Barcelona para presentar la muestra, lo que me ha permitido preguntarle sobre un tema puede que colateral en la vida de Lee Miller pero que me apasiona: su posible relación con el conde húngaro, aventurero, explorador del desierto líbico Lászlo Almásy (1895-1951): efectivamente, el personaje en el que se basan la novela de Michael Ondaatje El paciente inglés y la película de Anthony Minghella, de las cuales soy gran fan.

Me puse a pensar en la relación al leer el libro de Penrose qué intenso fue el periodo que pasó Lee Miller en Egipto, en fechas en las que estaba ahí almásy. Lee se casó -fue su primer matrimonio- en el Consulado egipcio de Nueva York en 1934 con el rico empresario Azziz Eloui Bey, al que había conocido cuando este estaba negociando en la ciudad una compra para la sociedad estatal de ferrocarriles de su país. La pareja se fue a vivir a El Cairo, donde se relacionaban con la colonia extranjera y con el círculo del rey Faruk, ambientes ambos en los que se movía Almásy. Lee, que fue cayendo en un ennui y un desengaño amoroso similares a los de la Katharine Clifton de El paciente inglés, se lanzó a hacer expediciones por el desierto como nuestro conde y se reveló una gran viajera de las dunas. Afrontó tormentas de arena (no sabemos si leyó a Heródoto) y visitó los oasis de Siwa, Farafra, Bahariya, Dakhla y El Kharga en las mismas fechas en que Almásy rondaba por ahí. Es prácticamente imposible que no se conocieran.

Pero no es solo que Egipto, su vida social y su desierto unan a Lee Miller y Almásy. Al acabar la II Guerra Mundial, Lee se embarcó en un viaje por la devastada Europa central que la llevó a otros lugares habituales de Almásy, como Viena y Budapest.

Ya sé que mi Almásy no es Picasso, Man Ray, Cocteau o Paul Éulard, todos ellos amigos de Lee Miller, pero qué quieren, a mí me chifla el que dos de mis mitos se hubieran podido conocer, quizá incluso viajar juntos por el desierto, compartir un atardecer anaranjado en el Gran Mar de Arena, volar en el biplano del conde o bailar cheek to cheek en los salones del viejo Shepheard´s Hotel. Poca cosa más habrían hecho, dada la naturaleza homosexual del Almásy real, tan diferente en eso del personaje que encarnó Ralph Fiennes.

No soy el único que se entusiasma ante la posibilidad del encuentro. "Qué bonita cuestión", se exclama Antony Penrose. "Es muy posible que se conocieran mi madre y Almásy en Egipto. Ciertamente, la idea de él y esa conexión podrían haber estado en su cabeza en el viaje tras la guerra a Hungría en 1945 y 1946. Me encantaría conocer la respuesta. Pero en realidad no la tenemos, no disponemos de ninguna evidencia para confirmar que se hubieran conocido, excepto las circunstancias. Se movían en los mismos círculos. Si hubiera que buscar pruebas en algún sitio, yo lo haría tratando de reconocerlo a él en el background de las fotos en Siwa, por ejemplo".

A la espera de que puedan aparecer esas pruebas, es bonito imaginar a Lee Miller en otra bañera, en una habitación del viajo El Cairo. Quitándose allí no la suciedad y el horror de Dachau sino la dorada arena del desierto, mientras Almásy le prepara el té y juntos sueñan como grandes amigos, hermanos de aventura, exploradores de fronteras ignotas y testigos de los grandes dramas del siglo XX, con oasis perdidos, y vidas más felices.


El Pais. Cultura 25 de enero de 2025



lunes, 27 de enero de 2025

EL PEZ MÁGICO Nunca dejes de contarme cuentos

Nerea Fernández Rodríguez





El pez mágico

Trung La Nguyen

Editorial

España Japón EE. UU., Francia 

Tapa blanda

256 págs.

Color

Traducción: Juan Naranjo

Obras relacionadas

El enebro

N. Tamarit

(Ediciones La Cúpula)

Diccionario de fantasía, criaturas, cuentos, mitos

Laurielle y Morán

(Té con Cerveza)

La edad de oro

C. Pedrosa y M. Roxanne

(Norma Editorial)

El regalo

Z. Maeve

(Alpha Decay)

La reina orquídea

B. González 

(Reservoir Books)


   Aquellos que nacieron con las colecciones de cuentos que compendiaban a los Grimm, Andersen, Perrault, los rusos, etc. recordarán en este cómic esos días de fantasía y magia, tal vez ayudados también por el imaginativo dibujo de Trung Le Nguyen. También es reseñable el uso del color, en línea con las primeras ediciones tricolores de La historia interminable, de Michael Ende; así, en El pez mágico, el autor recurre al rojo para exponernos la narración del presente, mientras que el amarillo se usa para el pasado, y las tonalidades azules corresponden al reino de la fantasía. De este modo, si sólo tenemos en cuenta el planteamiento plástico-artístico, esta obra merece la pena por la profusión de los detalles, la excelencia del dibujo o el maravilloso empleo del color y sus diversas tonalidades.

Más allá de estas consideraciones, El pez mágico cuenta la historia de Tiên, inmigrante de segunda generación, que no solo tiene que lidiar con los problemas habituales de esta situación que ya hemos podido leer desde la novela El club de la buena estrella, de Amy Tan hasta la etapa de Ms. Marvel, de G. Willow Wilson y Adrian Alphona, sino que también luchará contra el miedo a mostrarse tal y como es ante su familia, y contra las dificultades que la comunicación lingüística en una lengua que está olvidando (el vietnamita) y otra que domina pero no comparte con sus seres queridos (el inglés). De esta manera, al protagonista se le plantea un problema: ¿cómo podrá decirle a su madre que es homosexual si no conoce las palabras en la lengua de esta, y ella no comprende la lengua de él? Y la respuesta se encontrará en los cuentos, un medio de comunicación que los unirá y que establecerá un lazo de conexión irrompible entre ambos.

Los cuentos escogidos abarcan desde la conocida Sirenita, de Andersen (aunque, eso sí, con un final distinto adaptado a la trama del cómic), o La Cenicienta, de Perrault, hasta relatos procedentes de Vietnam, todos ellos entremezclados e influidos por las vivencias del pro- pio autor y del narrador que los cuenta. En el plano estético se de- muestra un gusto por lo refinado y la ornamentación, por el lujo y lo exótico en ambientes y vestuario, como se puede comprobar, sobre todo, en los ricos vestidos de las protagonistas femeninas de los cuentos; mientras que la ropa del resto de personajes (Tiên, su madre, sus amigos, etc.) es mucho más sencilla y, aparentemente, Le Nguyen emplea un trazo más simple. A pesar de todo ello, el dibujo mantiene durante toda la obra cierto aire de ensoñación que conecta unas partes con otras y establece un hilo que nos guía a través de sus páginas.

Si, después de todo esto, aún te preguntas si me- rece la pena asomarse a la lectura de esta obra; si te planteas qué tiene de interesante este cómic (el primero que publica el autor y que, tras esto, se ha puesto un listón alto que superar) has de saber que, aunque puedas pensar que es otra historia más sobre los abismos de incomunicación que se abren entre los inmigrantes y sus hijos, o que es otro relato acerca de las dificultades y los temores por exponer la orientación sexual de uno ante sus seres queridos, o que se trata de una obra metaliteraria que emplea el cuento como hilo conductor o la estructura de las cajas chinas en su narración; has de saber que es todo eso y más: El pez mágico no es solo un canto a la familia, a la comunicación, a la palabra, a la libertad y a la comprensión y el entendimiento, sino que se trata también de una carta de amor a la literatura y a los lazos que nos unen gracias a ella.

Este cómic de Trung Le Nguyen es un canto nostálgico, hermoso, presente y delicado acerca de cómo, cuando las palabras nos separan, el amor por los nuestros y lo que compartimos es capaz de encontrar un nuevo lenguaje que nos permita comunicarnos y querernos aún más, si cabe.




Jot Down 2024

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