domingo, 22 de diciembre de 2024

Nada extraño JESÚS CUADRADO



Doctor Extraño

Orígenes Marvel

Editorial Planeta-De Agostini

STAN LEE STEVE DiTKO


Está mucho mejor en los planos ambiente: de conjunto, generales, -generalísimos (con perdón); pero no, no es que en los conversacionales, en los de exposición, en los de intercambio, en los de réplica, ya saben, los fotonovélicos (discúlpenme, es para entendernos), el gran Ditko desbarre, que no es eso: tan sólo, que allí está porque tiene que estar. Bi bien, es cierto que, cuando está (y lo está, ay, demasiado y a su pesar), lo está en formato propio: si es medio, lo es, pero largo; si es corto, lo es, pero, con angulación, dinamiza el encuadre; si es primero (pocos, con tristeza lo anoto), descarga la luz de su lectura directa, obvia (frontalidad, recorte de lo inmediato, apoyo exterior, en fin, cosas muy suyas, que no de la historia propiamente dicha); no, primerísimos no hay, no se llevaban, no era el momento (o rehuyó el tema, que cualquiera sabe el grado de cansancio de cada uno).

O sea, que no, que no es que se quede corto en lo corto, pero está mejor en lo largo. Dicho así, hasta parece boutade (léase pasada, si se precisa). Como que disfruta, parécenos, en complicarse la alegría en tan diminutos contornos; veamos: la media está bien, de seis a nueva escaques por página, hablo del contorno escénico de la acción en sí: esos férreos límites que establecen las cosas de Lee (el Stan, que no mi General, Don Roberto). Un gran parlamento (hablo en simple apreciación a partir de la tercera entrega, que, las previas, mero probatorio son: encantador, sí, pero ensayo) es siempre cárcel: ayer, hoy y siempre. Ahí tienen los doscientos mil doscientos doce ejemplos morosos (de Víctor Mora, o sea) abrumantes en nuestro pasado y apaisados: los Canella, Quesada y demás, grandes tipos, pero absortos en la convicción de que lo suyo va primero; y sí, para muchos lectores es posible, pero no para todos. En fin, es ya Historia del tebeo, lo de la polémica, digo, del gran bocadillo; también son Historia todos ellos, los creadores: su forma de hacer, si se descontextualiza, ningún sentido se le encuentra.

He aquí, sin rubor lo constato, un clásico de los míos (sin antorchas, humanas o de las otras, por medio, se devora mejor): el gran Ditko, antes de irse al carajo (un poquito ayudado en el empujón, que no todo es autosuicidio en los suicidios). En la edición, no molesta mucho la neocoloración, el traductor (el Patrullero Méndez) vigila lo justo y la memez del prologuista es solapada, colateral; álbum que, como toda la colección, es de búsqueda, pero ya (aún sin su cartoné original). Felices sueños, pues.

Revista Viñetas nº3 marzo 1994 Ediciones Glenat


viernes, 20 de diciembre de 2024

Aquellos maravillosos odios

Buddy Bradley y Cía regresan a las librerías para demostrarnos que las cosas no han cambiado… ¿O tal vez sí?


José Luis Vidal

19 de diciembre 2024

He de confesar que los personajes creados por Peter Bagge me han hecho pasar ratos de irremediables carcajadas. Ese retrato de una sociedad tan imperfecta como la norteamericana, barnizado con una capa de vitriolo y presentando a una familia tan disfuncional como los Bradley se ha convertido en un autentico clasicazo.




¡Odio desatado!

Autor: Peter Bagge

Tapa blanda

Blanco, negro y color

132 págs.

22,50 euros

Ediciones La Cúpula


Pero claro, el tiempo pasa irremediablemente, y su creador en los últimos tiempos tomó otros senderos narrativos, deteniéndose en las vidas de las grandes mujeres Rose Wilder, Margaret Sanger o Zora Neale Hurston, un trío de ejemplares féminas que dedicaros sus vidas a la defensa de la libertad y el feminismo.

Sin embargo, ¿por qué no volver a ese desopilante universo que tan buenos momentos nos ha deparado? Tras tantos años, ¿qué habrá sido de Buddy, Lisa, Babs, Butch y demás personajes?

¡Pues dicho y hecho! Abramos los ojos y ahí tenemos de nuevo al melenudo protagonista, con el aspecto de siempre, el paso del tiempo no parece haberle afectado en lo físico. Ahora ya es un 'serio' padre de familia, sigue emparejado con Lisa que, curiosamente ha calmado su bipolar temperamento (no sé si gracias a la terapia o a la ingestión de algún que otro medicamento).

Pero algo sí que ha cambiado en el 'ambiente', y da bastante miedo. Y es que sobre las vidas de estos personajes planea la ominosa sombra de ese tipo de rostro anaranjado y arquitectura capilar imposible, Donald Trump.

Lisa y su hijo Harold le echan en cara a Buddy que tal vez él le haya votado, hecho este que le cabrea bastante, ya que llegados a este punto de su vida no se fía de ningún político, y se niega a regalarle su voto a nadie.

Lo malo es que la propaganda trumpista contamina a miles, millones de personas, entre ellas a mamá Bradley, que ahora vive en un edificio en el que comparte espacio con otros ancianos. Uno de ellos es, atención, la madre jipiosa de uno de los personajes más extremos, caóticos y divertidos de esta saga, Apestoso.

Su recuerdo volverá una y otra vez a la cabeza de Buddy, que piensa que es el único que conoce su aciago destino. Pero, tal vez, esto no sea así…

Daremos saltos hacia el pasado, esa viñetas en blanco y negro que nos meten de lleno en otra época, no sé si mejor o peor, pero muy diferente en la vida de estos personajes.

Por supuesto, Buddy y Lisa no serán los únicos protagonistas del relato, ya que conoceremos a su hijo Harold, que se está radicalizando por momentos, en parte debido a la influencia de su 'tito' Butch, que ve enemigos por todas partes; Babs Bradley seguirá comprobando como su vida es una interminable sucesión de fracasos sentimentales y Jay, el ex socio de Buddy, estará cerca, demasiado, de ver el final del temido túnel…

En fin, un placer reencontrarse con esta panda, como supongo que también lo ha sido para los editores de La Cúpula y, sobre todo, para Hernán Migoya, escritor, guionista y maravilloso traductor que firma un sentido prólogo.


¡Vamos allá, odiemos a tope!


miércoles, 18 de diciembre de 2024

¿PORQUÉ LEER A LOS CLÁSICOS? 2 Basil Wolverton: Carne distorsionada

ANTONIO TRASHORRAS

Imágenes grotescas de Basil Wolverton


A la hora de enfrentarse a la ingente obra gráfica dejada, tras su fallecimiento en 1978, por el ilustrador e historietista norteamericano Basil Wolverton, el primer impulso que le asalta a uno, no es otro que limitarse a encadenar una serie de perplejos adjetivos que, aplicados a su trabajo, hasta parecen quedarse cortos.

Monstruoso, grotesco, excesivo, enloquecido... son algunos de los lugares comunes esgrimidos cada vez que se trata de describir toda la desbocada insania presente en los inimitables wolvertoons.

Sin embargo, escarbando bajo esa merecida montaña de epítetos, que no hace sino confirmar el estupor que durante generaciones ha asaltado a todos aquellos que se han acercado al hilarante trabajo de este titán del grafismo demente, hallamos el talento latifundista de uno de los humoristas más contundentes y personales que jamás haya dado la historieta estadounidense.

Nacido el 9 de Julio de 1909 en la pequeña localidad de Central Point, Oregon, Basil Wolverton crecería en un ambiente rústico (sus padres, Clarence y Olive, eran granjeros) y sin demasiado acceso a la cultura institucionalizada. No obstante, sí que se sentiría atraido desde bastante pronto por el mundo del espectáculo y muy especialmente por el "vaudeville", vocación de comediante que incluso llegaría a materializarse en un breve paso por los escenarios cuando todavía era un adolescente.

Finalmente su autodidacta pasión por el dibujo, así como su relativa facilidad (fruto de la inspiración más que de la formación) para reflejar en el papel personajes y situaciones absolutamente disparatadas, le impulsaron a tratar de abrirse camino como historietista.

Admirador de Rube Goldberg, sus primeros trabajos profesionales, consistentes en chistes e ilustraciones humorísticas, aparecerían publicados dentro de la revista American's Humor a partir de 1926. La primera de aquellas ilustraciones ya preludiaba muchas de las constantes de lo que posteriormente sería su humor desquiciado y salvaje, al representar a un extravagante cirujano partiendo en dos a un indefenso paciente con una gigantesca hacha

("Fue un comienzo delicioso", afirmaría años después). Instalado ya en Vancouver, Washington, donde pasaría la mayor parte de su vida, Wolverton contrae matrimonio en 1934 con Honor Lovette, muchacha de constitución facial notablemente flexible, experta en muecas e impagable modelo para el dibujante en muchas de sus más chocantes creaciones.

Fruto de esta unión nacería en 1948 su único hijo Monte, quién, con el tiempo, seguiría los pasos artísticos de su padre.

En Junio de 1937 debuta como historietista propiamente dicho en el número I de la revista Circus, The Comic Riot de la recién fundada Globe Comiesen. En los escasos tres números de vida de esta publicación Wolverton iniciaría dos series tituladas Spacehawks y Disk-Eyes, the Detective, esta última realizada bajo el seudónimo "Dennis Langdon" (homenaje al genial cómico del celuloide mudo Harry Langdon) por imposición del editor Monte Bourjaily.

Su siguiente trabajo sería una serie de ciencia ficción titulada Space Patrol, aparecida en la páginas de la revista Amazing Mystery Funnies en 1939, preámbulo estilístico de la que se convertiría pronto en su obra más conocida: Spacehawk (nada que ver con su anterior Spacehawks). Nacida en 1940, dentro del número 5 de la revista Target, Spacehawk tardaría poco en convertirse en la estrella de esta publicación de la Novelty Press. El enfoque del género fantacientífico adoptado por Wolverton en dicha serie se caracterizará tanto por su carácter rabiosamente ingenuo (puro material de derribo procedente de la más celérica literatura "pulp" y los rocambolescos seriales cinematográficos de la Republic y la Monogran) como por su atmósfera agresiva, dislocada y surrealista, en ocasiones decididamente aberrante.

No obstante, pese a la notable aceptación popular de este bizarro personaje, especie de Flash Gordon anfetamínico y un punto siniestro, los editores presionarían al autor para que atemperara un tanto la truculencia de la serie, tratando así de constreñir la desbocada imaginación wolvertoniana dentro de unos cauces expresivos algo más ortodoxos. Esto provocaria el inmediato desinterés del dibujante hacia Spacehawk y su cancelación definitiva en el número 34 de Target en 1942. Lejos de significar un serio frenazo profesional, la finalización del compulsivo Spacehawk en cambio daría paso, inmediatamente, a la etapa más fértil de toda la carrera de Wolverton, gracias a su concluyente vuelta al humor excéntrico con Powerhouse Pepper, obra que anticipa en casi una década la rompedora escuela cómica agrupada en torno a la cabecera MAD. Creado para el primer número de la revista Joker, lanzada en abril de 1942 por Timely Comics (embrión de lo que, más tarde, seria Marvel Comics), Powerhouse Pepper, muestra a un Wolverton en la cima de su impredecible creatividad tanto gráfica como literaria, merced a un uso recurrente del "gag" visual en segundo plano, una expresividad reminiscente tanto del "burlesque" como de las milimetradas pantomimas filmicas de Chaplin, Langdon o Charley Parrot Chase, un empleo alucinógeno de las alteraciones, los retruecanos y los ripios en el interior de unos diálogos delirantes y unos argumentos extremadamente volátiles, ubicados en un universo inestable y caprichoso digno casi de un Lewis Carroll pasado de revoluciones. Sátira del (aún en pañales) género superheróico, las descabelladas peripecias de este calvo forzudo eternamente ataviado con su jersey de cuello vuelto a rayas horizontales delataban la influencia del Thimble Theatre de Segar (de quien hereda no sólo el trazo serpenteante sino también su gusto por el desvario verbal y las tramas rocambolescas)| y del travieso "nonsense" del Smokey Stover de Bill Holman, así como del caótico "screwball" de los cómicos cinematográficos Olsen y Johnson ("Loquilandia", "Casa de Locos"...).

Paralelamente a Powerhouse Pepper (personaje que llegaría a obtener revista propia y cuyas aventuras se prolongarían hasta 1948), Wolverton crearia, para otras revistas (tanto de la Timely como de Fawcett), un puñado más de series, impregnadas con su intransferiblemente lunático sentido del humor, tales como: Inspector Hector, The Crime Detector, Flap Flipflop, the Flying Flash, Soop Scutle o Mystic Moot and His Magic Snoot. En 1946 su descomunal capacidad para la distorsión anatómica hallaría una inmejorable excusa para explotar en el concurso organizado por la United Feature Syndicate con el objeto de plasmar, por vez primera, el espeluznante rostro de "Lena la Hiena", célebre personaje de L'il Abner cuya extrema fealdad hacía que hasta Al Capp se negara a dibujarla frontalmente.

Wolverton, por supuesto, ganó de calle dicho concurso, creando uno de los semblantes más horripilantemente nauseabundos jamás reproducidos en papel.

Gracias al retrato de "Lena, la Hiena" Wolverton se convertiría, de pronto, en toda una celebridad nacional, atrayen do la atención instantánea de millones de lectores fulminantemente noqueados por la hilarante fealdad de su indescriptible criatura. Esta popularidad le serviría para ser llamado por la revista Life para publicar en sus páginas numerosas (y muy bien remuneradas) caricaturas de diversas personalidades del deporte, la política o el espectáculo. Pronto sus actividades se extenderían a la ilustración publicitaria, realizando también multitud de caricaturas de actores famosos y anuncios de prensa para Universal Pictures y Metro Goldwyn Mayer.

A pesar de tan exitosa inmersión en la parcela humorística (cuya lógica culminación llegaría al comenzar a colaborar con el superventas MAD de la EC), Wolverton continuaría descargando su pasión por las fantasías espaciales y los esperpénticos B.E.Ms (Bug Eyes Monsters) con no pocas historias cortas incluidas en los "comic books" "alienígenas" de la editorial Atlas. Mas, por desgracia, la llegada del nefasto Comics Code estrangularía el mercado del tebeo de género, obligando a Wolverton a refugiarse del chaparrón reaccionario en el campo de la ilustración, con encargos como el de una ambiciosa adaptación de la Biblia, titulada The Story of Man (posteriormente The Bible Story), para la Embassador Press.

A finales de los 6o, el talento de Wolverton se vería reivindicado, de forma más o menos explícita, por toda la horda de autores responsables de la eclosión del comic "underground". El trabajo de dibujante como Rory Hayes, Jay Lynch, S. Clay Wilson, Gilbert Shelton o Robert Crumb, delataba a las claras que la semilla de feismo plantada décadas antes por el indómito Basil germinaba ahora en toda una generación, dispuesta a hacer del desequilibrio y el exceso su única bandera.

En 1973 regresaría triunfalmente a la historieta para prestar su inagotable sentido del absurdo a Plop!, el fugaz "magazine" humorístico de la D.C., donde sorprendería a toda una nueva generación de aficionados, sobre todo gracias a sus inauditas portadas. Esa resultaría, a la postre, la última incursión en la industria del comic de Basil Wolverton, cuyo fallecimiento tendría lugar el 3I de Diciembre de 1978.

Hoy, el legado gráfico del mayor creador de "freaks" nacido en este siglo, puede rastrearse fácilmente en la obra de historietistas como los estadounidenses Peter Bagge, Dan Clowes, Drew Friedman, Kim Deitch e incluso en el chiflado Edika; además de influir, en su momento, al singular italiano Benito Jacovitti, maestro del "slapstick" pirotécnico cuyo virtuosismo cinético presenta una gran afinidad con el Wolverton más huracanado y absurdo, el de Powerhouse Pepper.

¿Se animará pronto algún editor a dar a conocer aquí la exorbitante obra de este genio desconocido para el lector hispano?. Seguro,... cuando el Papa ponga una ferretería. De modo que, si están interesados, vayan haciéndose, por ejemplo, con el tomo francés Basil Wolverton (editado por Futuropolis en 1980), la reedición norteamericana de Spacehawk a cargo de Dark Horse Comics o el imprescindible Wolvertoons: The Art of Basil Wolverton, una pasada de libro publicado por Fantagraphics.

No se arrepentirán.


Revista Viñetas nº2 febrero 1994 Ediciones Glenat



Las crónicas vampíricas

La oscura maldición que sacude al planeta cae sobre el mutante canadiense de la manera más inesperada


José Luis Vidal

15 de diciembre 2024

Los que sois ávidos lectores de cómics publicados por la editorial Marvel seguro que conocéis de sobra esos brutales eventos que sacuden de vez en cuando a este universo de ficción, arrastrando a la gran mayoría de personajes que lo habitan. No hay colección, miniserie o one shot que se libre, y en este caso la amenaza no viene del espacio, ni es un peligroso mutante.




Lobezno: Caza sangrienta

Guion: Tom Waltz

Dibujo: Juan José RYP

Tapa blanda

Color

96 págs.

9,95 euros

Panini Cómics


No, es algo mucho, mucho peor. Son los Hijos de la Noche, los vampiros. Y atrapados por las páginas de las diferentes entregas de Caza Sangrienta vamos a contemplar, atónitos, cómo parece que las mejores cartas están dadas a los malvados chupasangres, que van a transmitir su condición a más de uno de los amados personajes de la Casa de las Ideas.

Y os decía que no habrá rincón que no se libre, y es verdad. En las cercanías de Barstow, Lobezno está sentado en un bar, disfrutando de una cerveza bien fría. Obviamente, el momento de relativa tranquilidad no dura demasiado, ya que un grupo de soldados contaminados por el vampirismo, irrumpen en el lugar buscándole.

Os podéis imaginar cómo acaba la cosa, ¿no?

Todos sabemos ya que Logan es un hueso duro de roer, y para nada se va a ver amedrentado por estos tipos, con los que acaba en un abrir y cerrar de ojos.

El motivo real de su estancia en este lugar no es otro que esperar a una vieja conocida, Louise, a la que se la conoce como Guardia Nocturna. Ella es uno de esos vampiros que, gracias a las enseñanzas de los ancianos chupasangre, ha conseguido dominar su sed, por lo que se ha convertido en una luchadora contra las hordas de monstruos asesinos que van a aparecer a lo largo del impactante relato.

Sin querer adelantaros mucho más de la trama, os diré que un viejo conocido y aliado de Lobezno es quien mueve los hilos, tras haber sido vampirizado, claro está. Una ominosa presencia le susurra al oído sus próximos movimientos y planes, contra los que Lobezno y Louise se unirán para llegar hasta el fondo de la verdad.

Y para ello tendrán que recorrer peligrosas carreteras, perseguidos por operativos vampiro, y surcar el mar para encontrarse que los tiburones blancos son la menor de las amenaza que les espera bajo las aguas…

Finalmente, ante el extremo peligro, una decisión tendrá que ser tomada. Y es que cuando no puedes hacer nada contra tus enemigos, más vale convertirse en uno de ellos.

Después de una larga temporada como dibujante de la colección del mutante canadiense junto a Benjamin Percy, Juan José RYP recibe al guionista Tom Waltz en una aventura que nos dejará sin respiración. Y la verdad es que, como siempre, el dibujante algecireño cumple a la perfección, con ese amor, casi obsesión diría yo, por el detalle, que convierte a todas y cada una de las viñetas en obligatorias paradas para que se pueda disfrutar de su característico arte.

Un capítulo más dentro de esta saga que ha sacudido los cimientos del Universo Marvel, y que nos depara más de una inesperada sorpresa.


Diario de Cadiz



martes, 17 de diciembre de 2024

Seis cosas para creer por Maitena

 

El Pais Semanal número 1.458

Domingo 5 de septiembre de 2004

Looney Tunes - The Day The Earth Blew Up : Trailer

 


Trailer de un largometraje de los Looney Tunes. Estreno en cines el 28 de febrero de 2025

Via Catsuka

Huellas cromadas

Huellas cromadas. Un viaje a los años cincuenta en La Habana actual, donde los coches clásicos estadounidenses y la arquitectura de la primera mitad del siglo XX se alían para desafiar cualquier lógica temporal. Un patrimonio único que la mirada de Norman Foster ha convertido en libro.


Por Belinda Saile Fotografía de Nigel Young

Un dúo de 1957. El Chevrolet Bel Air del artista plástico Marco Castillo, retratado frente al hotel Riviera de La Habana

Cada mañana, cuando el sol empieza a calentar la explanada
frente al Capitolio de La Habana, se repite un desfile singular en el kilómetro cero de Cuba. Un día cualquiera, más de una veintena de coches clásicos estadounidenses de los años cincuenta, niquelados y brillantes, aparcan aquí para convertirse en taxis turísticos. Formidables modelos de Chevrolet, Cadillac, Dodge o Mercury pintados de rosa chicle, turquesa o gris.

Muchos son descapotables. como el Buick Super Dynaflow de 1950 de William Hernández, que luce un llamativo naranja, llantas cromadas y tapicería blanca. Sin techo se puede ver todo mucho mejor y el aire alivia el calor", dice William. Hemos tenido suerte, está esperando a los próximos clientes y ha respondido al teléfono. Suele pasear a los turistas hasta la plaza de la Revolucion. el cementerio de Colón, El
Bosque de La Habana y el barrio de Miramar para recurvar, siguiendo la gran línea del Malecón, hasta el punto de salida. La tarifa de una hora son unos 20 euros. Y desde los asientos de estas piezas de museo rodantes se despliega la fascinante belleza destartalada de la ciudad.
Un viaje en el tiempo.

"La Habana es un gran museo de arquitectura al aire libre con edificios que han preservado sus estructuras originales gracias a que el boom constructivo que arrasó barrios enteros en otras capitales latinoamericanas en los años sesenta y setenta no llegó a Cuba", explica la arquitecta cubana María Elena Martín Zerquera,
coautora de una de las guías mas ambiciosas de la arquitectura habanera. Destaca la primera mitad del siglo XX, con obras de estilo art deco, art nouveau, eclecticismo y movimiento moderno. "Hay barrios que incluso guardan el urbanismo de aquella época, como el Vedado o el Nuevo Vedado, que se construyó prácticamente entero en la década de los cincuenta. Un patrimonio de gran valor que necesita urgentemente un plan de rescate", dice la arquitecta.

Un legado fabuloso que fascinó a un visitante excepcional, el arquitecto británico Norman Foster, quien en sus viajes a la isla caribeña también se quedó maravillado con las líneas sinuosas de los coches clásicos. Y nació la idea de documentar este binomio congelado en el tiempo en un libro, Havana. Autos & Architecture, que vio la luz estos días. Coches y arquitectura. Dos elementos que funden el presente y el pasado de la ciudad y encierran historias que sólo podrían contarse en La Habana. El periodista Mauricio Vicent las ha escuchado a lo largo de los 28 años que ha vivido en La Habana (muchos de los cuales fue corresponsal de EL PAÍS) y las relata aquí con mucho detalle. Historias como las de William Hernández, cuyo abuelo fue un inmigrante canario que llegó a ser general mambi y congresista, y cuyo padre, dueño de una vaquería y de colonias de caña de azúcar, se compró en 1951 aquel Buick descapotable que fue lo único que
quedó de la fortuna familiar tras la revolución. Hoy da de comer a una familia entera.

La vida media de un coche en Europa puede ser de unos 10 o 15 años. En Cuba se calcula que circulan unos 70.000 vehículos estadounidenses fabricados antes de 1959; es decir, que tienen al menos 55 años. Muchos de ellos se han convertido en taxis colectivos, una especie de transporte público con rutas fijas que alivia la complicada movilidad cotidiana de la ciudad. Los cubanos suelen llamarlos "almendrones", en referencia a su forma de almendra
gigante, o "cacharros" cuando ya están muy destartalados. Los mas exclusivos y cuidados son, simplemente, clásicos . La gran mayoría sigue circulando gracias a múltiples adaptaciones e inventos mecánicos. Llevan motores rusos o modernas piezas coreanas. Todo vale con tal de seguir rodando y gastar menos combustible. Pero mantienen su estética. diseños soñados y llevados a la realidad en un tiempo en que la aerodinámica, el tamaño o la eficiencia no importaban.

Uno de los modelos más brillantes fue el Chevrolet Bel Air de 1957, un clásico entre los clásicos, símbolo del sueño americano, el lujo accesible para la clase media. Sus grandes y estilosas aletas fueron trazadas por el genial Harley Earl (responsable de otros modelos míticos como el Chevrolet Impala o el Cadillac Eldorado), y en Cuba se vendieron de este modelo unas 2.000 unidades. Uno de ellos, de color verdesurf, lo cuida y conduce hoy el artista plástico Marco Castillo, integrante del conocido dúo Los Carpinteros. Todo es original, cada una delas piezas. localizadas y compradas por medio mundo durante años. Marco Castillo ve su Bel Air como una escultura perfecta que supo capturar el espíritu de un tiempo.

En Havana. Autos & Architecture, el Bel Air de Marco Castillo posa junto al hotel Riviera. inaugurado aquel mismo año de 1957 con un elegante casino en manos del mafioso americano Meyer Lansky. Las fotos siguen evocando otras historia. Un Mercury rojo de 1954 cruza
por delante de la rachada barroca del palacio del Centro Gallego, aquel que el escritor cubano Alejo Carpentier comparó con un pastel
de cumpleanos. Y un elegante Austin Healey de 1958 aparece junto a la casa racionalista de Max Borges, arquitecto del mítico cabaret Tropicana. Varios almendrones pasan junto al hotel Habana Libre, en cuyo piso 23 instaló su primer cuartel general Fidel Castro en 1959
Un par de años después entrarían los últimos coches estadounidenses en Cuba.



Dos clásicos. Arriba un Mercury Monterey de 1955 frente al Palacio de los Capitanes, en La Habana Vieja, y abajo, una pareja se retrata el día de su boda en un Ford Thunderbird también de mediados de los años cincuenta.

En el barrio del Vedado. Un Chevrolet de 1957 pasa por la mítica esquina de las calles L y 23, donde se sitúa el cine Yara.


El fotógrafo Nigel Young, que lleva dos décadas retratando la arquitectura de Norman Foster, atrapó estas historias habaneras para el libro, que incluye más de 250 imágenes suyas. Lo que más le llamó la atención fue que la arquitectura y los coches sobreviven como bellos recordatorios del pasado mientras satisfacen las necesidades más básicas de alojamiento y movilidad. "Ambos son ingeniosamente parcheados y reparados para seguir siendo útiles", dice el fotógrafo. "En un momento quizá descubría un improvisado taller callejero, cuyas piezas y partes de motores se dispersaban a lo largo de una elegante calle, y mientras enfocaba un soberbio edificio art nouveau pasaba por delante un antiguo descapotable cargado de turistas felices de ser el centro de atención en su particular taxi del sueño americano".

Cada sabado por la tarde, mucnos dueños de coches clásicos se reúnen en La Piragua, a un paso del hotel Nacional, aquel que Lucky
Luciano cerró durante una semana en 1946 para celebrar un gran conclave de la Mafia. La búsqueda de vehículos con historia puede seguir en La Habana Vieja, en el Depósito de Automóviles Antiguos, donde se exhiben entre otros, un Oldsmobile modelo Ninety Eight que perteneció a Camilo Ciengfuegos, guerrillero histórico de la revolución, y el MG descapotable que aparece en la portada del disco más famoso de Benny Moré.

El fotógrafo suizo Luc Chessex llegó a La Habana en 1961. Una docena de imágenes suyas en blanco y negro de aquella época abren el libro. "Entonces la ciudad tenía un rostro mucho mas politizado. En cada esquina había un cartel o una pintura con mensajes políticos y consignas anticapitalistas, recuerda. "Viví 14 años en La Habana, y en este tiempo, de algún modo, la ciudad se fue durmiendo poco a
poco a causa de las dificultades económicas. Pero la gente nunca perdió su chispa, es más, las necesidades despertaron el ingenio. Si algo se rompe. no se tira. Se busca una solución"

Actualmente, Luc Chessex vive en Lausana (Suiza), pero intenta volver cada año. "Aunque haya pasado el tiempo, La Habana sigue siendo la misma en su esencia. Los edificios más altos son los mismos y las calles no han cambiado mucho. En cierto sentido la
ciudad esta detenida, pero no por voluntad de los habaneros. Los jóvenes están soñando con otra cosa"

De arriba a abajo
La arquitectura de Max Borges. Un Austin Healey de 1958 junto a la casa del arquitecto del famoso cabaret Tropicana.
Fachada barroca. Un Mercury de 1954 con el palacio del Centro Gallego al fondo.
Una historia cubana. El Buick Super Dinaflow de 1950 de William Hernández, durante una reparación en 2012.



La Habana y el poder de la memoria
Por Norman Foster

Havana. Autos &Architecture tiene su origen en el viaje que realice a Cuba en la primavera de 2012. Se celebraba la XI Bienal de La Habana, y pasamos bastante tiempo con dos amigos artistas, Marco Castillo y Dagoberto Rodríguez, conocidos como Los Carpinteros. Los Carpinteros habían preparado para la Bienal un espectáculo impactante, La Conga irreversible. Imaginen una multitud de bailarines, todos vestidos de negro riguroso, desfilando por el centro de la ciudad, pero no hacia delante, sino hacia atrás. Mientras fotografiaba aquel extraordinario espectáculo me asaltaron dos fuertes sensaciones. En primer lugar, la perspectiva de la cámara me ofrecía un telón de fondo formado por coches y edificios antiguos, en un torbellino de decadencia detenida en el tiempo que sólo puede encontrarse en la isla.

Cuba es un auténtico museo de coches americanos clásicos, sobretodo de esa edad de oro que fueron los años cincuenta, y su color y estado de conservación establecen una sintonía especial con los edificios circundantes, pues ambos han desafiado la lógica y los embates del tiempo.

Mientras mi pensamiento se entretenía con estas imágenes, la segunda impresión que tuve, espoleada por la paradojas de la conga, fue la gran sensación de cambio que flotaba en el ambiente. Así, coincidiendo con nuestra visita nos enteramos de que el Gobierno había liberalizado el mercado inmobiliario y que los cubanos podrían comprar propiedades por primera vez desde el triunfo de la revolución.

Mientras observaba la enorme serpiente humana que danzaba por la calle, pensé que no sería extraño que en poco tiempo las cosas en Cuba fueran exactamente igual que en el resto del mundo. Los exóticos vehículos del pasado, esos dinosaurios fabulosos, serían reemplazados por coches modernos, quizá técnicamente superiores, pero carentes de alma. Del mismo modo, la riqueza repentina podría acabar de golpe con esa mezcla ecléctica, exótica y única que solemos englobar bajo la etiqueta de arquitectura cubana.

La idea de este libro nació con el propósito de ayudar a las generaciones presentes y futuras, y a los amantes de los coches y de la arquitectura cubana, a apreciar este valioso patrimonio cultural tal y como aparece conservado en una coyuntura tan crítica como la actual. Desde el principio entendí que esta tarea sólo podía recaer en las manos de los mejores. Mi mujer, Elena Ochoa, no sólo apoyó mi idea desde su condición de esposa, junto con su equipo de Ivorypress. Desde un inicio formó parte del proyecto el fotógrafo suizo Luc Chessex, que vivió en La Habana en los años sesenta y cuyas imágenes, tomada entonces, sirven de introducción al libro. También está el Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal, quién me presentó por primera vez el esplendor urbano de La Habana. Y la elección del fotógrafo era casi inevitable. Durante muchos años, Nigel Young ha sido un integrante fundamental de mi estudio londinense, empeñando toda su experiencia técnica y su instinto visual en registrar nuestros proyectos. La columna vertebral de este volumen se basa en una poderosa idea propuesta por Mauricio Vicent, nuestro escritor. Tras vivir muchos años en Cuba como corresponsal del diario español EL PAIS, Mauricio poseía amplias conexiones. Su idea era plantear la estructura literaria a través de la vida y los recuerdos de los propietarios de algunos coches muy especiales, cuyas historias a veces transcurrían a lo largo de varias generaciones. Sus relatos, llenos de color, expresan la fragilidad de la vida humana y son la antítesis de las historias oficiales.

En cierto modo este libro es un testimonio del ingenio cubano que ha permitido que continuara funcionando gran parte de esta vasta flota de vehículos, muchos de los cuales siguen prestando servicio a la comunidad, aunque también existe un puñado de coches clásicos que ha subsistido hasta hoy en un fabuloso mundo paralelo creado por unos propietarios y chóferes enamorados de los modelos originales, que han sido fieles a su espíritu y han hecho lo imposible por restaurarlos y devolverlos a su estado primigenio.

En una sociedad en la que la búsqueda utópica de la igualdad absoluta lo tiñe todo de color gris, los brillantes colores de los coches y la arquitectura que les sirve de trasfondo forman un conjunto único y distinto del resto del mundo. A pesar de las limitaciones económicas y de la situación de escasez, estos viejos vehículos no sólo han logrado sobrevivir, sino que siguen siendo símbolos de un estatus: unos objetos concebidos para ser exhibidos, de forma que sus detalles más ínfimos logren capturar la imaginación y sean sujeto de discusión y debate entre amigos y vecinos. El marco arquitectónico ofrecido por una calle de La Habana no recuerda demasiado a los arbolados barrios elegidos por la publicidad de los años cincuenta, pero todo sigue igual. Porque el primitivo orgullo de la posesión y la necesidad del individuo por sobresalir de la masa siguen estando tan vigentes como el primer día.

Extracto del epílogo de "Havana. Autos & Arquitecture", editado por Ivorypress (2014).

El Pais Semanal nº1.984 
Domingo 5 de octubre de 2014