Doctor Extraño
Orígenes Marvel
Editorial Planeta-De Agostini
STAN LEE STEVE DiTKO
Está mucho mejor en los planos ambiente: de conjunto, generales, -generalísimos (con perdón); pero no, no es que en los conversacionales, en los de exposición, en los de intercambio, en los de réplica, ya saben, los fotonovélicos (discúlpenme, es para entendernos), el gran Ditko desbarre, que no es eso: tan sólo, que allí está porque tiene que estar. Bi bien, es cierto que, cuando está (y lo está, ay, demasiado y a su pesar), lo está en formato propio: si es medio, lo es, pero largo; si es corto, lo es, pero, con angulación, dinamiza el encuadre; si es primero (pocos, con tristeza lo anoto), descarga la luz de su lectura directa, obvia (frontalidad, recorte de lo inmediato, apoyo exterior, en fin, cosas muy suyas, que no de la historia propiamente dicha); no, primerísimos no hay, no se llevaban, no era el momento (o rehuyó el tema, que cualquiera sabe el grado de cansancio de cada uno).
O sea, que no, que no es que se quede corto en lo corto, pero está mejor en lo largo. Dicho así, hasta parece boutade (léase pasada, si se precisa). Como que disfruta, parécenos, en complicarse la alegría en tan diminutos contornos; veamos: la media está bien, de seis a nueva escaques por página, hablo del contorno escénico de la acción en sí: esos férreos límites que establecen las cosas de Lee (el Stan, que no mi General, Don Roberto). Un gran parlamento (hablo en simple apreciación a partir de la tercera entrega, que, las previas, mero probatorio son: encantador, sí, pero ensayo) es siempre cárcel: ayer, hoy y siempre. Ahí tienen los doscientos mil doscientos doce ejemplos morosos (de Víctor Mora, o sea) abrumantes en nuestro pasado y apaisados: los Canella, Quesada y demás, grandes tipos, pero absortos en la convicción de que lo suyo va primero; y sí, para muchos lectores es posible, pero no para todos. En fin, es ya Historia del tebeo, lo de la polémica, digo, del gran bocadillo; también son Historia todos ellos, los creadores: su forma de hacer, si se descontextualiza, ningún sentido se le encuentra.
He aquí, sin rubor lo constato, un clásico de los míos (sin antorchas, humanas o de las otras, por medio, se devora mejor): el gran Ditko, antes de irse al carajo (un poquito ayudado en el empujón, que no todo es autosuicidio en los suicidios). En la edición, no molesta mucho la neocoloración, el traductor (el Patrullero Méndez) vigila lo justo y la memez del prologuista es solapada, colateral; álbum que, como toda la colección, es de búsqueda, pero ya (aún sin su cartoné original). Felices sueños, pues.
Revista Viñetas nº3 marzo 1994 Ediciones Glenat
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