Huellas cromadas. Un viaje a los años cincuenta en La Habana actual, donde los coches clásicos estadounidenses y la arquitectura de la primera mitad del siglo XX se alían para desafiar cualquier lógica temporal. Un patrimonio único que la mirada de Norman Foster ha convertido en libro.
Por Belinda Saile Fotografía de Nigel Young
Un dúo de 1957. El Chevrolet Bel Air del artista plástico Marco Castillo, retratado frente al hotel Riviera de La Habana
Cada mañana, cuando el sol empieza a calentar la explanada
frente al Capitolio de La Habana, se repite un desfile singular en el kilómetro cero de Cuba. Un día cualquiera, más de una veintena de coches clásicos estadounidenses de los años cincuenta, niquelados y brillantes, aparcan aquí para convertirse en taxis turísticos. Formidables modelos de Chevrolet, Cadillac, Dodge o Mercury pintados de rosa chicle, turquesa o gris.
Muchos son descapotables. como el Buick Super Dynaflow de 1950 de William Hernández, que luce un llamativo naranja, llantas cromadas y tapicería blanca. Sin techo se puede ver todo mucho mejor y el aire alivia el calor", dice William. Hemos tenido suerte, está esperando a los próximos clientes y ha respondido al teléfono. Suele pasear a los turistas hasta la plaza de la Revolucion. el cementerio de Colón, El
Bosque de La Habana y el barrio de Miramar para recurvar, siguiendo la gran línea del Malecón, hasta el punto de salida. La tarifa de una hora son unos 20 euros. Y desde los asientos de estas piezas de museo rodantes se despliega la fascinante belleza destartalada de la ciudad.
Un viaje en el tiempo.
"La Habana es un gran museo de arquitectura al aire libre con edificios que han preservado sus estructuras originales gracias a que el boom constructivo que arrasó barrios enteros en otras capitales latinoamericanas en los años sesenta y setenta no llegó a Cuba", explica la arquitecta cubana María Elena Martín Zerquera,
coautora de una de las guías mas ambiciosas de la arquitectura habanera. Destaca la primera mitad del siglo XX, con obras de estilo art deco, art nouveau, eclecticismo y movimiento moderno. "Hay barrios que incluso guardan el urbanismo de aquella época, como el Vedado o el Nuevo Vedado, que se construyó prácticamente entero en la década de los cincuenta. Un patrimonio de gran valor que necesita urgentemente un plan de rescate", dice la arquitecta.
Un legado fabuloso que fascinó a un visitante excepcional, el arquitecto británico Norman Foster, quien en sus viajes a la isla caribeña también se quedó maravillado con las líneas sinuosas de los coches clásicos. Y nació la idea de documentar este binomio congelado en el tiempo en un libro, Havana. Autos & Architecture, que vio la luz estos días. Coches y arquitectura. Dos elementos que funden el presente y el pasado de la ciudad y encierran historias que sólo podrían contarse en La Habana. El periodista Mauricio Vicent las ha escuchado a lo largo de los 28 años que ha vivido en La Habana (muchos de los cuales fue corresponsal de EL PAÍS) y las relata aquí con mucho detalle. Historias como las de William Hernández, cuyo abuelo fue un inmigrante canario que llegó a ser general mambi y congresista, y cuyo padre, dueño de una vaquería y de colonias de caña de azúcar, se compró en 1951 aquel Buick descapotable que fue lo único que
quedó de la fortuna familiar tras la revolución. Hoy da de comer a una familia entera.
La vida media de un coche en Europa puede ser de unos 10 o 15 años. En Cuba se calcula que circulan unos 70.000 vehículos estadounidenses fabricados antes de 1959; es decir, que tienen al menos 55 años. Muchos de ellos se han convertido en taxis colectivos, una especie de transporte público con rutas fijas que alivia la complicada movilidad cotidiana de la ciudad. Los cubanos suelen llamarlos "almendrones", en referencia a su forma de almendra
gigante, o "cacharros" cuando ya están muy destartalados. Los mas exclusivos y cuidados son, simplemente, clásicos . La gran mayoría sigue circulando gracias a múltiples adaptaciones e inventos mecánicos. Llevan motores rusos o modernas piezas coreanas. Todo vale con tal de seguir rodando y gastar menos combustible. Pero mantienen su estética. diseños soñados y llevados a la realidad en un tiempo en que la aerodinámica, el tamaño o la eficiencia no importaban.
Uno de los modelos más brillantes fue el Chevrolet Bel Air de 1957, un clásico entre los clásicos, símbolo del sueño americano, el lujo accesible para la clase media. Sus grandes y estilosas aletas fueron trazadas por el genial Harley Earl (responsable de otros modelos míticos como el Chevrolet Impala o el Cadillac Eldorado), y en Cuba se vendieron de este modelo unas 2.000 unidades. Uno de ellos, de color verdesurf, lo cuida y conduce hoy el artista plástico Marco Castillo, integrante del conocido dúo Los Carpinteros. Todo es original, cada una delas piezas. localizadas y compradas por medio mundo durante años. Marco Castillo ve su Bel Air como una escultura perfecta que supo capturar el espíritu de un tiempo.
En Havana. Autos & Architecture, el Bel Air de Marco Castillo posa junto al hotel Riviera. inaugurado aquel mismo año de 1957 con un elegante casino en manos del mafioso americano Meyer Lansky. Las fotos siguen evocando otras historia. Un Mercury rojo de 1954 cruza
por delante de la rachada barroca del palacio del Centro Gallego, aquel que el escritor cubano Alejo Carpentier comparó con un pastel
de cumpleanos. Y un elegante Austin Healey de 1958 aparece junto a la casa racionalista de Max Borges, arquitecto del mítico cabaret Tropicana. Varios almendrones pasan junto al hotel Habana Libre, en cuyo piso 23 instaló su primer cuartel general Fidel Castro en 1959
Un par de años después entrarían los últimos coches estadounidenses en Cuba.
Dos clásicos. Arriba un Mercury Monterey de 1955 frente al Palacio de los Capitanes, en La Habana Vieja, y abajo, una pareja se retrata el día de su boda en un Ford Thunderbird también de mediados de los años cincuenta.
En el barrio del Vedado. Un Chevrolet de 1957 pasa por la mítica esquina de las calles L y 23, donde se sitúa el cine Yara.
El fotógrafo Nigel Young, que lleva dos décadas retratando la arquitectura de Norman Foster, atrapó estas historias habaneras para el libro, que incluye más de 250 imágenes suyas. Lo que más le llamó la atención fue que la arquitectura y los coches sobreviven como bellos recordatorios del pasado mientras satisfacen las necesidades más básicas de alojamiento y movilidad. "Ambos son ingeniosamente parcheados y reparados para seguir siendo útiles", dice el fotógrafo. "En un momento quizá descubría un improvisado taller callejero, cuyas piezas y partes de motores se dispersaban a lo largo de una elegante calle, y mientras enfocaba un soberbio edificio art nouveau pasaba por delante un antiguo descapotable cargado de turistas felices de ser el centro de atención en su particular taxi del sueño americano".
Cada sabado por la tarde, mucnos dueños de coches clásicos se reúnen en La Piragua, a un paso del hotel Nacional, aquel que Lucky
Luciano cerró durante una semana en 1946 para celebrar un gran conclave de la Mafia. La búsqueda de vehículos con historia puede seguir en La Habana Vieja, en el Depósito de Automóviles Antiguos, donde se exhiben entre otros, un Oldsmobile modelo Ninety Eight que perteneció a Camilo Ciengfuegos, guerrillero histórico de la revolución, y el MG descapotable que aparece en la portada del disco más famoso de Benny Moré.
El fotógrafo suizo Luc Chessex llegó a La Habana en 1961. Una docena de imágenes suyas en blanco y negro de aquella época abren el libro. "Entonces la ciudad tenía un rostro mucho mas politizado. En cada esquina había un cartel o una pintura con mensajes políticos y consignas anticapitalistas, recuerda. "Viví 14 años en La Habana, y en este tiempo, de algún modo, la ciudad se fue durmiendo poco a
poco a causa de las dificultades económicas. Pero la gente nunca perdió su chispa, es más, las necesidades despertaron el ingenio. Si algo se rompe. no se tira. Se busca una solución"
Actualmente, Luc Chessex vive en Lausana (Suiza), pero intenta volver cada año. "Aunque haya pasado el tiempo, La Habana sigue siendo la misma en su esencia. Los edificios más altos son los mismos y las calles no han cambiado mucho. En cierto sentido la
ciudad esta detenida, pero no por voluntad de los habaneros. Los jóvenes están soñando con otra cosa"
De arriba a abajo
La arquitectura de Max Borges. Un Austin Healey de 1958 junto a la casa del arquitecto del famoso cabaret Tropicana.
Fachada barroca. Un Mercury de 1954 con el palacio del Centro Gallego al fondo.
Una historia cubana. El Buick Super Dinaflow de 1950 de William Hernández, durante una reparación en 2012.
La Habana y el poder de la memoria
Por Norman Foster
Havana. Autos &Architecture tiene su origen en el viaje que realice a Cuba en la primavera de 2012. Se celebraba la XI Bienal de La Habana, y pasamos bastante tiempo con dos amigos artistas, Marco Castillo y Dagoberto Rodríguez, conocidos como Los Carpinteros. Los Carpinteros habían preparado para la Bienal un espectáculo impactante, La Conga irreversible. Imaginen una multitud de bailarines, todos vestidos de negro riguroso, desfilando por el centro de la ciudad, pero no hacia delante, sino hacia atrás. Mientras fotografiaba aquel extraordinario espectáculo me asaltaron dos fuertes sensaciones. En primer lugar, la perspectiva de la cámara me ofrecía un telón de fondo formado por coches y edificios antiguos, en un torbellino de decadencia detenida en el tiempo que sólo puede encontrarse en la isla.
Cuba es un auténtico museo de coches americanos clásicos, sobretodo de esa edad de oro que fueron los años cincuenta, y su color y estado de conservación establecen una sintonía especial con los edificios circundantes, pues ambos han desafiado la lógica y los embates del tiempo.
Mientras mi pensamiento se entretenía con estas imágenes, la segunda impresión que tuve, espoleada por la paradojas de la conga, fue la gran sensación de cambio que flotaba en el ambiente. Así, coincidiendo con nuestra visita nos enteramos de que el Gobierno había liberalizado el mercado inmobiliario y que los cubanos podrían comprar propiedades por primera vez desde el triunfo de la revolución.
Mientras observaba la enorme serpiente humana que danzaba por la calle, pensé que no sería extraño que en poco tiempo las cosas en Cuba fueran exactamente igual que en el resto del mundo. Los exóticos vehículos del pasado, esos dinosaurios fabulosos, serían reemplazados por coches modernos, quizá técnicamente superiores, pero carentes de alma. Del mismo modo, la riqueza repentina podría acabar de golpe con esa mezcla ecléctica, exótica y única que solemos englobar bajo la etiqueta de arquitectura cubana.
La idea de este libro nació con el propósito de ayudar a las generaciones presentes y futuras, y a los amantes de los coches y de la arquitectura cubana, a apreciar este valioso patrimonio cultural tal y como aparece conservado en una coyuntura tan crítica como la actual. Desde el principio entendí que esta tarea sólo podía recaer en las manos de los mejores. Mi mujer, Elena Ochoa, no sólo apoyó mi idea desde su condición de esposa, junto con su equipo de Ivorypress. Desde un inicio formó parte del proyecto el fotógrafo suizo Luc Chessex, que vivió en La Habana en los años sesenta y cuyas imágenes, tomada entonces, sirven de introducción al libro. También está el Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal, quién me presentó por primera vez el esplendor urbano de La Habana. Y la elección del fotógrafo era casi inevitable. Durante muchos años, Nigel Young ha sido un integrante fundamental de mi estudio londinense, empeñando toda su experiencia técnica y su instinto visual en registrar nuestros proyectos. La columna vertebral de este volumen se basa en una poderosa idea propuesta por Mauricio Vicent, nuestro escritor. Tras vivir muchos años en Cuba como corresponsal del diario español EL PAIS, Mauricio poseía amplias conexiones. Su idea era plantear la estructura literaria a través de la vida y los recuerdos de los propietarios de algunos coches muy especiales, cuyas historias a veces transcurrían a lo largo de varias generaciones. Sus relatos, llenos de color, expresan la fragilidad de la vida humana y son la antítesis de las historias oficiales.
En cierto modo este libro es un testimonio del ingenio cubano que ha permitido que continuara funcionando gran parte de esta vasta flota de vehículos, muchos de los cuales siguen prestando servicio a la comunidad, aunque también existe un puñado de coches clásicos que ha subsistido hasta hoy en un fabuloso mundo paralelo creado por unos propietarios y chóferes enamorados de los modelos originales, que han sido fieles a su espíritu y han hecho lo imposible por restaurarlos y devolverlos a su estado primigenio.
En una sociedad en la que la búsqueda utópica de la igualdad absoluta lo tiñe todo de color gris, los brillantes colores de los coches y la arquitectura que les sirve de trasfondo forman un conjunto único y distinto del resto del mundo. A pesar de las limitaciones económicas y de la situación de escasez, estos viejos vehículos no sólo han logrado sobrevivir, sino que siguen siendo símbolos de un estatus: unos objetos concebidos para ser exhibidos, de forma que sus detalles más ínfimos logren capturar la imaginación y sean sujeto de discusión y debate entre amigos y vecinos. El marco arquitectónico ofrecido por una calle de La Habana no recuerda demasiado a los arbolados barrios elegidos por la publicidad de los años cincuenta, pero todo sigue igual. Porque el primitivo orgullo de la posesión y la necesidad del individuo por sobresalir de la masa siguen estando tan vigentes como el primer día.
Extracto del epílogo de "Havana. Autos & Arquitecture", editado por Ivorypress (2014).
El Pais Semanal nº1.984
Domingo 5 de octubre de 2014
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