sábado, 23 de septiembre de 2017

La gran superproducción

En su última aventura, el botones de rojo se convierte en una de las caras más conocidas de la televisión y el cine y pondrá a prueba a su amigo

JOSÉ LUIS VIDAL
20 Septiembre, 2017



En toda buena tertulia de cómics que se precie, tarde o temprano surge el tema: Uno de los principales motivos por los cuales no hay una industria del cómic en nuestro país que pueda mantener a sus autores es por la falta de lectores, concretamente de los más jóvenes. Son los que ya rozan los cincuenta los que mantienen los débiles cimientos de estas editoriales, algunas con más suerte que otras a la hora de poder mantenerse en el mercado.

¿Qué ha ocurrido? Siempre le achacamos la culpa a los videojuegos, la televisión y las redes sociales, pero tampoco podemos pretender que los niños y chavales estén aislados en una imaginaria cueva. Y sí, es verdad que los anteriormente nombrados tienen su pequeña (o grande) parte de culpa, pero los directos responsables de la educación cultural de los niños somos los adultos. Tanto los padres, habituándolos desde la más tierna infancia, como la inclusión de la lectura de cómics en los colegios e institutos, pasando por la involucración de las instituciones, que piensan que con un premio nacional y una medallita es suficiente…

¿Y realmente que ocurre, no hay cómics para estas franjas de edad? Pues es curioso, porque la mayoría de las editoriales se han puesto las pilas y dentro de sus catálogos, rara es la que no posee una línea dedicada a los más jóvenes de la casa. Y una de las que más se "moja" en el tema (lleva haciéndolo ya desde hace años) es Dibbuks. Si tenéis alguna duda, tan sólo tenéis que acceder a su web y daros un virtual paseo por ella. No son una ni dos, sino muchos los tebeos que esta editorial viene publicando y que están especialmente dirigidos a esas franjas de edad que, en un futuro no muy lejano, será los que tengan que mantener este mercado, el del cómic español.

Bueno, os preguntaréis, a qué viene esta perorata si yo de los que habitualmente hablo de un tebeo o tebeos en concreto. Pues la verdad es que si tuviera que elaborar un listado de cómics que les pueden gustar y divertir a los más jóvenes, no me olvidaría de incluir las aventuras de cierto joven pelirrojo, que siempre va acompañado por su mejor amigo, el alopécico Fantasio y una, algunas veces, irritante ardillita.

Ya es el cuarto álbum de la serie Una aventura de Spirou por…, una colección de extrema calidad es la que la editorial madre, Dupuis, le da libertad absoluta a los autores para que creen "su" historia sobre Spirou: Con Schwartz y Yann hemos retrocedido, en un homenaje al genio Yves Chaland, a la Segunda Guerra Mundial; De ahí saltamos a bordo de un alocado crucero, de la mano de Fabrice Parme y Lewis Trondheim; Cambiando totalmente de tono y estilo, Frank Pé y Zidrou cogieron el relevo.

Y ahora llega a las tiendas La Mascarada, orquestada por un trío de autores, Tehem a los lápices, y Makyo y Toldac en el guión que, una vez más, cambian el tono y nos presentan, en forma de comedia, algunos de los males de esta desenfrenada sociedad moderna en la que vivimos. Y es que la fama cuesta, pero también pesa, y mucho.

Fantasio, periodista de pro, ha dejado un poco de lado la actualidad para centrarse en una actividad que, piensa él, le puede reportar más fama y dinero, la escritura de un libro de sus aventuras junto a Spirou. Pero hete aquí que, al contrario de lo que hacía el Doctor Watson con su compañero de fatigas, el celebérrimo Sherlock Holmes, una vez publicado el volumen, el pelirrojo botones contempla atónito que su, ejem, amigo, se ha colocado como el héroe de todas las aventuras, relegándolo a él a un papel secundario…

Por desgracia para el otrora rubio corresponsal, el libro no es un bestseller, más bien todo lo contrario, así que el pobre Fantasio no podrá cumplir uno de sus sueños, que era conocer íntimamente a la curvilínea presentadora Louis Garoin.

Menos mal que gracias a la resolutiva Seccotine, el dúo de amigos hará una adaptación del libro (ahora ya sí, dándole a cada uno el papel que le corresponde) en el teatro. Y todo con un fin de lo más loable, ayudar al pueblo de Bretzelburg, donde un golpe militar ha establecido una cruel dictadura alimenticia.

El azar hará que un director de cine, Paco Calente conozca a los muchachos y una cosa llevará a la otra, y de aquí el nombre de La Mascarada, una superproducción que llevará a Spirou al estrellato y, a la vez, pondrá a prueba la amistad de Fantasio, que se siente ninguneado.

Y ya no os cuento más, tan sólo deciros que además de infinidad de divertidos gags, los protagonistas se convertirán en verdaderos adalides de la revolución en Bretzelbrug, junto a los rebeldes F.A.R.C., mientras intentan mantener la línea después de atiborrarse del plato típico del lugar, el Chtoumpfell…

Una lectura genial para los más jóvenes de la casa y, claro está, para sus padres. ¡A leer tebeos, qué son dos días!



Malaga Hoy





miércoles, 20 de septiembre de 2017

Craig Russell CUENTOS DE OSCAR WILDE


Alvaro Pérez

Ediciones Júnior

Era inevitable.. No podía ser de otra manera. Russell y Wilde. Otra vez. Sí, otra vez, porque Russell ya adaptó a Wilde en Salomé, una de sus primeras óperas. Y sin duda una de las mejores.

El estilo gráfico de Russell, su composición, su utilización de los espacios, su decoración, la importancia que le confiere a la curva, el movimiento de los personajes-actores, la luminosidad, nos recuerdan en algunos aspectos a los prerrafaelistas ingleses de finales del siglo XIX, y en otros a los modernistas, que no eran sino la lógica evolución de los primeros.¿Y qué era Wilde, sino un prerrafaelista literario y un amante de la belleza como valor absoluto ? Russell, con sus obras, nos está demostrando que él es en realidad un romántico, como lo fue Oscar Wilde en su tiempo. Es lógico, por tanto, su interés por el dandy irlandés. Como también es lógico que el resultado de este interés sea el magnífico álbum que tenemos entre manos. El sugestivo vitalismo del más encantador Wilde, su júbilo por la felicidad, la misericordia, su búsqueda del paraíso terrenal encuentran la mejor representación que se le podría dar en el pincel de P. Craig Russell. A pesar de la adaptación literal de los cuentos, su lectura no es en absoluto lenta, gracias a unos dibujos sencillos, en los cuales se busca el reflejo del espíritu infantil que impregna la obra del escritor. Con lo que no se pretende dirigir este libro únicamente hacia los niños, sino buscar a todos aquellos que podamos sentirnos como tales, libres de prejuicios y dispuestos a adentrarnos en la magia, para lo cual Russell se ha desprendido del preciosismo de sus anteriores obras.

Esto no quiere decir que el trazo carezca de fuerza. Más bien todo lo contrario. Fuerza y movimiento vienen dados tanto por esas líneas en continua fuga, esas curvas y espirales omnipresentes, como por la expresividad de los personajes, no solamente facial, sino también corporal, ya sea en planos generales o en detalles de brazos y piernas. Russell capta y transmite a la perfección la lucha entre la caridad, la generosidad, el egoísmo y la mezquindad ,en un mundo en el que la belleza está asociada a la victoria de las primeras.





Hugo Pratt CORTO MALTES


Ricardo Vigueras
 Norma Editorial

Como ya está dicho casi todo sobre Hugo Pratt, supongamos que una vez pudieron haberse encontrado Popeye el Marinero y Corto el de Malta en una tabernucha veneciana: humo de tabaco áspero, música de acordeón somnoliento, copas que van, copas que vienen, copas que se quiebran. Declina la tarde y el local apesta a colillas y perfume barato. Huele a desintegración y enredadera.
Sentado a la pequeña mesa se encuentra el de Malta. Ni bebe ni fuma. Su característico pendiente oscila, curiosamente contoneado por una razón desconocida.

Desciende tuerto y pesado el Marinero las escaleras que llegan durmiéndose desde el puerto. Está a punto de resbalar en el último escalón, gastado y grasiento.Se sienta frente al de Malta y pide de beber. Guardan ambos silencio, pues se conocen de viejo, y los protocolos y pamplinas los entienden a su modo aventurero. Beben con sequedad y miramientos; en la boca del Maltes, la sombra de su nariz afilada parece la corbata de una sonrisa más o menos complicada.

- ¿Cómo vienen las cosas.Pop? -pregunta el de Malta.
- Mal -rumia el Marinero- Estoy cansado de no reconocerme en el espejo por las mañanas. ¡Y todas esas espinacas...! Nunca supuse que llegaría a odiarlas tanto.
La vida es dura. Los héroes sí lo saben.
-Bueno, Pop, tú al menos mantienes el tipo, aunque sea con tiralíneas. Recuerda lo que le pasó a Ben Bolt.
Guardan un minuto de silencio, y luego sabe el Marinero que tiene que parecer cortés.
- ¿Qué tal anda el viejo?
- Todavía libra su guerra -responde el de Malta
con una sonrisa ambigua, gastada por la pose, pero eficaz-. Comprenderás,
Pop, que ya no es el que fue, ya no tiene ese nervio y esa garra, se ha vuelto acomodaticio, y ya no husmea por los desvanes ni revienta baúles que no llevan su nombre para hurgar entre secretos que no le pertenecen, con las manos sin lavar de tinta... Ahora sueña demasiado, sus propuestas oníricas y sus audacias son más propias de un dilettante que de un soñador... Pero todavía tiene toda la bendita risa y las manos largas... Con el tiempo nos hacemos blandos, Pop, también a tí te ha pasado.
- ¡Vale, larguirucho! ¡Pero al menos tus álbumes son cada vez más blandengues, y tus cortas patillas se comercializan a precios cada día más elevados! Bien es verdad que son bonitos, pero... ¡qué precios.Cristo! Tengo el último en casa, ya lo creo, y te doy la razón: ¡No pasan en balde los años, aunque pasen con cortesía!¡Qué prólogos más bien dibujados! Lo compré la otra tarde, pero me quedé sin blanca, y ya no pude visitar a esa muchacha coja del jardín demás arriba, esa de la sonrisa tan bonita... No sé si tu... Da igual, Corto, da lo mismo...
El de Malta enciende un pequeño puro antes de volverse amable del todo.
- ¡Venga, Pop! ¿Qué tal la familia?
- Bien, ya sabes... - la cuenca del ojo le vibra como si dentro tuviese una cucaracha loca - Todos al pie del cañón, pero ya nunca volvió a ser lo mismo, tu ya me entiendes.
El Marinero se levanta para despedirse pero antes mira muy serio al de Malta.
-El mundo está cansado, Corto, y me parece que nosotros también. Buenas noches, Corto, que cuando duermas tengas felices sueños.
El Marinero se marcha contoneando sin malicia su culo carrilludo, bastante más caído que en los buenos viejos tiempos. El de Malta le ve remontar las escaleras y cruzar de nuevo la boca de la boba puerta. Sonríe para la galería, como siempre.
El, al menos mantiene todavía su dignidad, pero ¿Qué ocurrirá cuando la dignidad lo abandone? En efecto, el mundo esta cansado. Buenas noches. Buenas noches.





Miguelanxo Prado TRAZO DE TIZA


Carlos Portela


Norma Editorial

Hay historias e historias. Historias para disfrutar con la cabeza e historias que se disfrutan con el corazón, aunque haya también quien diga que se pueden apreciar con el estómago. Esta que nos ocupa es de las que se entienden mejor desde el lado del sentimiento, porque, Trazo de Tiza, es, por encima de cualquier otra cosa, una historia de sentimientos.

Trazo de Tiza es, además de la última obra de uno de los más importantes autores de la historieta española actual, la primera incursión de Miguelanxo Prado en el campo de la narración larga. Hasta la fecha, todos sus álbumes se habían nutrido de historias cortas. El acto de asumir una narración larga se constituye como un verdadero punto de inflexión en la carrera de un autor que ha demostrado sobremanera que es un maestro consumado en el manejo de los registros del relato corto(Fragmentos de la Enciclopedia Deifica o Stratos), y hasta me atrevería a decir ultracorto (Quotidianía Delirante), llama la atención el hecho de que este cambio en la forma habitual de trabajar de Prado se lleve a cabo cuando se supone que posee una más que considerable madurez en el manejo del relato corto, y bien podría seguir exprimiendo ese modo de narración sobre el que, hasta la fecha, ha cimentado su carrera. De todas maneras no debe pensarse que Trazo de Tiza sea un salto al vacío, pues este ha sido un proyecto largamente madurado por el autor.

Hablemos ahora de la obra en sí. No son demasiado habituales en el campo de la historieta las historias en las que el aislamiento de los personajes determine el discurrir de la trama; me vienen a la memoria El Cometa de Cartago y Huracán. Aún lo son menos aquellas en las que este aislamiento es buscado por los propios protagonistas, con la paradoja que acarrea el encuentro de las distintas soledades. Y de eso precisamente es de lo que trata Trazo de Tiza; de encuentros, y de cómo el choque de las distintas formas de ser y de sentir afecta a cada uno de los protagonistas. Pero también trata de una isla, del mar, del viento, de las gaviotas y de la luz. La luz como un elemento vivo; este es uno de los grandes hallazgos gráficos de Trazo de Tiza, al utilizar el color base de la página, lejos del neutro blanco habitual, como reflejo de la luz que rodea en cada momento a los personajes, y que, en ciertos pasajes, parece reflejar también el sentir de los mismos; además de resultar un referente inmediato para facilitar la medición, por parte del lector, sobre el paso del tiempo.

Hay en Trazo de Tiza una explosión gráfica de lo que hasta ahora habíamos conocido como el estilo Prado: ya no encontramos esas grotescas deformaciones cercanas al esperpento, ni esa fantástica arquitectura del desequilibrio, sino un conjunto de elementos de gran fidelidad a la realidad, que con todo, y a pesar de los demás aditamentos, ayuda a crear una atmósfera de total verismo. El conjunto no deja de transmitir un aire de irrealidad, un olor a fábula como el que se respira en algunas de las novelas del llamado realismo mágico. Y es que en toda la historia está presente esa brumosa sensación que envuelve los sueños, a veces más vividos que la propia realidad: en el diario que escribe uno de los protagonistas, en el faro que preside el islote, en esa especie de pensión fantasma, eje de los encuentros, y, sobre todo, en el largo malecón donde se acumulan los mensajes que han ido depositando los distintos viajeros que por la isla han ido pasando y que constituye más que ningún otro elemento o personaje, la memoria viva de la propia isla.

Como resumen, cabría decir que Trazo de Tiza se nos presenta como un paso más allá en la ya magnífica trayectoria gráfica de Miguelanxo Prado, demostrando que su dominio del dibujo abarca con maestría cualquier registro que pueda requerir el tipo de narración que en cada momento decida afrontar este inquieto dibujante gallego.






Katsuhiro Otomo AKIRA


Enrique Vela
 Ediciones B

Durante este año, la edición en castellano de Akira, culebrón japonés por excelencia, ha alcanzado el desarrollo cronológico de la edición americana. El largo periodo en el que viene siendo conocida por el público aficionado ha ido asentando su status de estandarte del manga, paradigma de los elementos que configuran esta especie de género entre la ciencia ficción y los superhéroes. En efecto, dentro de las coordenadas de tan manoseado género, el comic de superhéroes japonés se mueve sobre unas premisas más específicas que el occidental y atiende a una diferente concepción de la ideología. El poder representado como de origen mutante y desarrollo psíquico, exageradamente devastador, transmitiendo la idea de comparación de fuerzas, de escalafón, la incomprensible supervivencia de los personajes son rasgos hacia los que el comic americano viene tendiendo en las últimas décadas de forma irreversible, y que el manga, Akira, no hace sino profundizar y depurar. Incluso podría decirse que esa misma pureza devuelve al lector la clase de emociones que buscaba en él y que sus predecesores yanquis comenzaban a dejarse en el tintero.

La lectura de Akira es compulsiva. Su sencillo mecanismo narrativo impone con suprema eficacia le necesidad del siguiente episodio. En este sentido funciona como cualquier folletín al que estamos acostumbrados, sólo que acelerado. Por tanto, mantiene un misterio por descubrir que abarca toda la obra (centrado en el quién, cómo y por qué de Akira) que se revela en dosis que plantean nuevas preguntas... y, salvo las escasas coordenadas que distinguen a los «buenos» de los «malos», desconocemos palmariamente hacia dónde va a ir la ficción. Decir esto de un tebeo con tan prodigiosa cantidad de páginas es, en efecto, estar hablando de algo más de lo que uno se imagina como folletín.

Al comienzo de la lectura, la historia se interpreta como de estructura clásica, llevada a cierto exceso barroco por la emoción.Sin embargo, el climax va dejando el poso de que, tras tan aparente movilidad, la acción, el argumento, no progresa hacia nada, no se resuelve en una afirmación de los presupuestos ideológicos de los protagonistas. El relato desarrolla una espiral cada vez más abierta de bandos y situaciones que posponen la esperada revelación sobre Akira.

Así pues, la única conclusión posible es que lo que nos parece exceso, sea, en realidad, estructura, y lo que se presenta como forma sea, sin más, el contenido. Y este rasgo, chocante, de ausencia de sustancia debe tomarse como el signo de un paradigma de lenguaje originado en una mentalidad no occidental, como la profusión de viñetas de intercambio mudo de miradas, la superabundancia de líneas cinéticas o la secuenciación pormenorizada de las escenas de acción.

Roland Barthes, en un estudio sobre las relaciones de signo y significado en la cultura japonesa,ofrecía un ejemplo bastante revelador de las diferencias existentes con nuestra cultura, al hablar sobre los gritos de guerra. Mientras en Occidente tales gritos se emiten en función de «La Causa» (¡Por España!, ¡Por la justicia!, y tantos que conocemos), en Japón se trata de gritos sin referente directo fuera del propio grupo de atacantes: cosas como ¡Banzai! tendrían pues su equivalente en algo así como ¡Vamos! o ¡Nosotros!.

Visto a la luz de lo que este pequeño ejemplo nos enseña sobre la mentalidad japonesa, la falta de escrúpulos con la que se «justifican» los bandos rivales, la ausencia de un planteamiento claro que distinga héroes de monstruos, fascistas de revolucionarios, la dificultad de la catarsis, dejan de ser una barrera para la aceptación de un culebrón tan hipertrofiado. Por el contrario, adquiere valor en si mismo porque nos pone delante una forma de ver el mundo genuinamente distinta de la nuestra. Y nos permite disfrutar de la acción por la acción, con toda una serie de cargas ideológicas contradictorias o difusas que desvían el acento hacia la coreografía, liberan en algo el destino.




domingo, 17 de septiembre de 2017

Willy Ronis o el compromiso poético con la sociedad

El Jeu de Paume expone en la ciudad francesa de Tours los archivos de este gran maestro de la fotografía humanista

GLORIA CRESPO MACLENNAN
15 SEP 2017


Desnudo con punto a rayas, París, 1970 WILLY RONIS

Miraba, interpretaba y plasmaba. Willy Ronis (París, 1910-2009) andaba siempre a cuestas con su cámara, de la que orgullosamente decía que no se separaba ni para comprar el pan. Buscando la belleza y la emoción en lo banal, y consciente de que la fotografía “es la mirada. O se tiene o no se tiene”, pasó a la historia como uno de los grandes fotógrafos humanistas. Su ojo de poeta nunca se dejó engañar por una visión placentera momentánea; con afán introspectivo y mirada fresca quiso ser un hombre de su tiempo.

“Lo interesante de Ronis es su compromiso poético con la sociedad en la que le ha tocado vivir”, señala Marta Gili, directora del Jeu de Paume de París. “No se trata del compromiso de un fotoperiodista”. Forma parte de la fotografía humanista de la posguerra en Europa, donde el hombre adquiere un protagonismo central. Su obra puede verse hasta el 29 de octubre en una retrospectiva organizada por el Jeu de Paume en el Château de Tours, con los fondos que el propio fotógrafo donó al estado francés en 1983. Le exposición recorre la larga y prolifera trayectoria del artista. Junto a sus fotografías más icónicas desvela imágenes aún desconocidas.


Los amantes de la Bastilla, 1957, París WILLY RONIS

Fue Willy Ronis, junto con otros fotógrafos, entre ellos Robert Doisneau, Izis, André Kertész y Brassaï, responsable de esa imagen en blanco y negro, cándida y romántica del París de mediados del siglo XX. Vistas desde la perspectiva actual, estas imágenes conservan una indudable aura de nostalgia, pero podrían resultar en cierto modo un cliché. “El humanismo de los años 50 y 60 adopta una forma de representación visual que no deja de ser naíf y utópica, pero también una mirada crítica e irónica (en España podríamos incluir en esta corriente a Català Roca, a Masats y Miserachs), destaca Gili, quien es comisaria de la exposición junto con Matthieu Rivallin. Ronis participa de esta mirada optimista y un poco azucarada, pero como militante del partido comunista “no se deja intimidar por esa necesidad de edulcorar la vida después de haber vivido dos guerras mundiales en el mismo territorio. Su trabajo no es tan dulce; hay una cierta melancolía por la vida”.

“Nací con un meticuloso gusto por la música. Durante mucho tiempo, hasta los 16 o 18 años pensé que iba a ser compositor”, recordaba el artista en una entrevista grabada en los últimos años de su vida. Su madre, profesora de piano, le inculcó la pasión por la música. Fue también quien le aconsejó visitar el Louvre. Admiraba a los pintores flamencos. De la descripción de lo cotidiano que observó en su pintura surgió la búsqueda del fotógrafo por los momentos triviales y fugaces de la vida diaria. Su padre era fotógrafo y dueño de un estudio de fotografía de retrato. A los 15 años le regaló su primera cámara y cuando enfermó de cáncer le pidió que se hiciera cargo de su negocio. Las paredes del estudio pronto quedaron estrechas para este fotógrafo que se describía a sí mismo como “un hombre de acción, de la calle”. El 14 julio de 1936 se lanzó a la calle para documentar el ascenso del frente popular en París.

La fragua de Renault, Boulogne-Billancourt, 1950 WILLY RONIS

Las clases más desfavorecidas y desestabilizadas encontraron siempre un lugar en la mirada del autor. “Su sensibilidad hacía el mundo laboral lo diferencia de los fotógrafos humanistas de la época, como Doisneau, Boubat o Izis”, destaca Gili. “Es un hombre muy implicado en la voluntad de un cambio social. No se queda en el intento de unificar la humanidad bajo azucarados lemas que hablan de la bondad intrínseca del ser humano, sino que se aprecia en él una voluntad real de lucha y de reivindicación de los derechos humanos”. Cubrirá, como encargos para distintas publicaciones, los conflictos de Citroën o Renault, y documentará entre otros a los trabajadores textiles de la Alsacia y a los mineros de SaintÉtienne. Sus proyectos no glorifican la esperanza ciega en el ser humano, como intentaba preconizar la mítica exposición The Family of Men, organizada por Steichen en 1955, y en la que participó Ronis.

Trabajó para la agencia Rapho, y entre sus mejores amigos se encontraban David Seymour y Robert Capa, fundadores de Magnum. Con ellos compartía la necesidad de reivindicar los derechos de autor del fotógrafo. “Reivindicaba la fotografía como medio de expresión al que hay que respetar, no como una mera ilustración, sino una micronarración”, destaca la comisaria. Así, exigía su derecho a decidir qué imagen había de publicarse, cómo debía cortarse y de qué pie de foto debía ir acompañada. Esto le creó muchos problemas dentro del mundo de la prensa.

Autorretrato con flash, París, 1951 WILLY RONIS

Perfeccionista en la técnica, cuidaba con exquisitez la composición y la proporción. La mayoría de sus imágenes están tomadas en la calle. Le gustaba trabajar en proyectos de largo recorrido. “No va al evento sino que intenta crear una serie de narraciones que explican el contexto en el que suceden las cosas”, explica Gili. Catalogaba y referenciaba cada uno de sus negativos. Estos iban acompañados de una pequeña narración escrita donde explicaba los detalles de cada toma, con la intención de contextualizarlos. “Ronis es consciente de que la fotografía es un momento. Que hay un antes y un después, y que el antes y el después a veces cuenta más que la propia fotografía”, añade la comisaria.

Tocó múltiples géneros, entre ellos el desnudo. Una de sus fotos más famosas, El desnudo provenzal, es la que tomó a su mujer Mari Anne Lansiaux cuando la sorprendió lavándose en su cabaña de Gordes (Provenza): “Fueron dos minutos. Los milagros existen. Lo pude comprobar. Nunca antes había sentido tanta ansiedad como cuando revelé esa película. Sentí que la imagen era buena, técnica y estéticamente. Fue un gran momento en mi vida, un momento prosaico de extrema poesía”, recordaba el fotógrafo francés.

Esperaba con paciencia el momento, no salía en su búsqueda. Receptivo a ese instante de epifanía que se revela por sí mismo, supo documentar con belleza y realismo una época. “Nunca he ido en busca del momento extraordinario de la primicia. He buscado aquello que complementaba mi vida. La belleza de lo ordinario fue siempre la fuente de mis grandes emociones”, diría.

Willy Ronis. Jeu de Paume, Château de Tours, Francia. Hasta el 29 de octubre.

GALERIA:


El circo de Achille Zavatta, París, 1949
WILLY RONIS

Manifestación en Vimy-Lorette, 1949
WILLY RONIS 

Desnudo provenzal, Gordes, 1949
WILLY RONIS 

El pequeño parisino, 1952
WILLY RONIS

En crucero, 1994
WILLY RONIS

Estación, Châtelet-Les-Halles. París, 1979
WILLY RONIS 


















El Pais Babelia

Nine / Zentner RELATOS DEL NUEVO MUNDO


Antonio Trashorras





Planeta-DeAgostini

Entre mucha inutilidad vergonzante (Ortiz, Prunes, Font, Redondo,...), pagada encima a precio de oro, alguna que otra cosita curiosona o cuando menos profesional (Max, Enrique Breccia, Mattoti, Pellejero...) y cierta calamitosa decepción (¡Ay, Muñoz!), la megacolección Relatos del Nuevo Mundo, lanzada a lo bestia por Planeta-DeAgostini con motivo del puñetero Quinto Centenario, ha servido, por lo menos, para que vieran la luz tres verdaderas gemas de la historieta, a guardar entre algodones por cualquier aficionado perspicaz, a saber: La Desaparición de Gonzalo Guerrero, del apabullante Miguel Calatayud, la última obra del incombustible Alberto Breccia y este La Adelantada del Pacífico, debida al tándem argentino compuesto por el guionista Jorge Zentner y el indómito grafista Carlos Nine.

Para empezar decir que, en mi opinión, Zentner (quien tampoco lo hizo mal con Mattoti y Pellejero) ha conseguido con este libro uno de los más legibles y, por fortuna, menos discursivos guiones de tan errática colección, en general caracterizada por unos textos entre lo barbitúrico y lo puramente oligofrénico. Ahora bien, discúlpeme el señor Zentner y, de paso, el resto del (exiguo) gremio de guionistas si, por una vez, minimizo un tanto su aportación, para dar mayor relevancia a la soberbia, salvaje e inconmensurable labor del siempre acertado Nine, un coloso del tebeo de cuya obra el lector de papelotes nacionales conocerá bien poco (apenas han aparecido por aquí un manojito de páginas suyas dispersas por las fallecidas revistas de Toutain y en alguno de los fardones álbumes temáticos de Ikusager), y que si existiese justicia en este mundo, debería estar ya ganando por lo menos tantos billetes como ciertos zampabollos llenapáginas de esos que cada vez que agarran un lápiz se pasan por los fondillos más de 100 años de Historieta.

Contemplando cualquiera de las viscerales, furiosas planchas de Nine a uno le asalta, ante todo, una indefinible sensación de vértigo escénico, de riesgo expresivo, que choca frontalmente con el rutinario y vegetativo cartesianismo imperante, para nuestra desgracia, en este cada vez más anoréxico medio. Tanto la correosa fisicidad de sus encuadres más vibrantes (nunca histéricos) y primitivos como la apacible textura medusina lograda en los pasajes arropados por un mayor sosiego (sin llegar a la catatonía de otros), delatan una filosofía estética en perpetua beligerancia contra el formalismo orgánico y la maquinal atonía compositiva. O sea, la repera. Hay que comer muchos "Bollicaos" para dibujar como Carlos Nine.