miércoles, 20 de septiembre de 2017

Miguelanxo Prado TRAZO DE TIZA


Carlos Portela


Norma Editorial

Hay historias e historias. Historias para disfrutar con la cabeza e historias que se disfrutan con el corazón, aunque haya también quien diga que se pueden apreciar con el estómago. Esta que nos ocupa es de las que se entienden mejor desde el lado del sentimiento, porque, Trazo de Tiza, es, por encima de cualquier otra cosa, una historia de sentimientos.

Trazo de Tiza es, además de la última obra de uno de los más importantes autores de la historieta española actual, la primera incursión de Miguelanxo Prado en el campo de la narración larga. Hasta la fecha, todos sus álbumes se habían nutrido de historias cortas. El acto de asumir una narración larga se constituye como un verdadero punto de inflexión en la carrera de un autor que ha demostrado sobremanera que es un maestro consumado en el manejo de los registros del relato corto(Fragmentos de la Enciclopedia Deifica o Stratos), y hasta me atrevería a decir ultracorto (Quotidianía Delirante), llama la atención el hecho de que este cambio en la forma habitual de trabajar de Prado se lleve a cabo cuando se supone que posee una más que considerable madurez en el manejo del relato corto, y bien podría seguir exprimiendo ese modo de narración sobre el que, hasta la fecha, ha cimentado su carrera. De todas maneras no debe pensarse que Trazo de Tiza sea un salto al vacío, pues este ha sido un proyecto largamente madurado por el autor.

Hablemos ahora de la obra en sí. No son demasiado habituales en el campo de la historieta las historias en las que el aislamiento de los personajes determine el discurrir de la trama; me vienen a la memoria El Cometa de Cartago y Huracán. Aún lo son menos aquellas en las que este aislamiento es buscado por los propios protagonistas, con la paradoja que acarrea el encuentro de las distintas soledades. Y de eso precisamente es de lo que trata Trazo de Tiza; de encuentros, y de cómo el choque de las distintas formas de ser y de sentir afecta a cada uno de los protagonistas. Pero también trata de una isla, del mar, del viento, de las gaviotas y de la luz. La luz como un elemento vivo; este es uno de los grandes hallazgos gráficos de Trazo de Tiza, al utilizar el color base de la página, lejos del neutro blanco habitual, como reflejo de la luz que rodea en cada momento a los personajes, y que, en ciertos pasajes, parece reflejar también el sentir de los mismos; además de resultar un referente inmediato para facilitar la medición, por parte del lector, sobre el paso del tiempo.

Hay en Trazo de Tiza una explosión gráfica de lo que hasta ahora habíamos conocido como el estilo Prado: ya no encontramos esas grotescas deformaciones cercanas al esperpento, ni esa fantástica arquitectura del desequilibrio, sino un conjunto de elementos de gran fidelidad a la realidad, que con todo, y a pesar de los demás aditamentos, ayuda a crear una atmósfera de total verismo. El conjunto no deja de transmitir un aire de irrealidad, un olor a fábula como el que se respira en algunas de las novelas del llamado realismo mágico. Y es que en toda la historia está presente esa brumosa sensación que envuelve los sueños, a veces más vividos que la propia realidad: en el diario que escribe uno de los protagonistas, en el faro que preside el islote, en esa especie de pensión fantasma, eje de los encuentros, y, sobre todo, en el largo malecón donde se acumulan los mensajes que han ido depositando los distintos viajeros que por la isla han ido pasando y que constituye más que ningún otro elemento o personaje, la memoria viva de la propia isla.

Como resumen, cabría decir que Trazo de Tiza se nos presenta como un paso más allá en la ya magnífica trayectoria gráfica de Miguelanxo Prado, demostrando que su dominio del dibujo abarca con maestría cualquier registro que pueda requerir el tipo de narración que en cada momento decida afrontar este inquieto dibujante gallego.






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