domingo, 17 de septiembre de 2017

Nine / Zentner RELATOS DEL NUEVO MUNDO


Antonio Trashorras





Planeta-DeAgostini

Entre mucha inutilidad vergonzante (Ortiz, Prunes, Font, Redondo,...), pagada encima a precio de oro, alguna que otra cosita curiosona o cuando menos profesional (Max, Enrique Breccia, Mattoti, Pellejero...) y cierta calamitosa decepción (¡Ay, Muñoz!), la megacolección Relatos del Nuevo Mundo, lanzada a lo bestia por Planeta-DeAgostini con motivo del puñetero Quinto Centenario, ha servido, por lo menos, para que vieran la luz tres verdaderas gemas de la historieta, a guardar entre algodones por cualquier aficionado perspicaz, a saber: La Desaparición de Gonzalo Guerrero, del apabullante Miguel Calatayud, la última obra del incombustible Alberto Breccia y este La Adelantada del Pacífico, debida al tándem argentino compuesto por el guionista Jorge Zentner y el indómito grafista Carlos Nine.

Para empezar decir que, en mi opinión, Zentner (quien tampoco lo hizo mal con Mattoti y Pellejero) ha conseguido con este libro uno de los más legibles y, por fortuna, menos discursivos guiones de tan errática colección, en general caracterizada por unos textos entre lo barbitúrico y lo puramente oligofrénico. Ahora bien, discúlpeme el señor Zentner y, de paso, el resto del (exiguo) gremio de guionistas si, por una vez, minimizo un tanto su aportación, para dar mayor relevancia a la soberbia, salvaje e inconmensurable labor del siempre acertado Nine, un coloso del tebeo de cuya obra el lector de papelotes nacionales conocerá bien poco (apenas han aparecido por aquí un manojito de páginas suyas dispersas por las fallecidas revistas de Toutain y en alguno de los fardones álbumes temáticos de Ikusager), y que si existiese justicia en este mundo, debería estar ya ganando por lo menos tantos billetes como ciertos zampabollos llenapáginas de esos que cada vez que agarran un lápiz se pasan por los fondillos más de 100 años de Historieta.

Contemplando cualquiera de las viscerales, furiosas planchas de Nine a uno le asalta, ante todo, una indefinible sensación de vértigo escénico, de riesgo expresivo, que choca frontalmente con el rutinario y vegetativo cartesianismo imperante, para nuestra desgracia, en este cada vez más anoréxico medio. Tanto la correosa fisicidad de sus encuadres más vibrantes (nunca histéricos) y primitivos como la apacible textura medusina lograda en los pasajes arropados por un mayor sosiego (sin llegar a la catatonía de otros), delatan una filosofía estética en perpetua beligerancia contra el formalismo orgánico y la maquinal atonía compositiva. O sea, la repera. Hay que comer muchos "Bollicaos" para dibujar como Carlos Nine.



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