domingo, 10 de septiembre de 2017

Alan Davis EXCALIBUR


C. Edén







 Comics Forum

El retorno de Alan Davis a Excalibur, la colección que consagró su fama en los Estados Unidos, y, subsiguientemente, en el resto de colonias marvelianas, sobrevino a consecuencia del destronamiento de Chris Claremont, el hasta entonces rey de las colecciones protagonizadas por imitantes, las punteras de la casa, tras sus largas décadas de gobierno.

Es difícil conocer con certeza los motivos que condujeron a este particular golpe de estado, pero no resulta descabellado, para cualquier observador atento, imaginar que no fueran otros que los de imponer los criterios de los que se habían convertido, ya entonces, en nuevos ídolos de masas de la escena del comic-book: Lee y Portaccio. Con toda seguridad, Tom DeFalco se habrá arrepentido un millón de veces de su decisión de apoyar a los niñatos coreanos, en detrimento de el veterano británico.

Pero, aparte de las consecuencias comerciales de este advenimiento del fenómeno de los dibujantes super-estrella (y con super-ego), consecuencias que no son exactamente el que Marvel pierda o deje de ganar dinero, sino el que otros empiecen a ganarlo también, y en cantidades  considerables.  Mucho más  importantes son las consecuencias artísticas. Prácticamente todo lo que produce Marvel estos días es basura.

Tan solo dos nombres merecen ser respetados por su trabajo durante el pasado y lo que llevamos de este año: Davis y David. Los dos davides, dos creadores dignos, mucho mas modestos que sus colegas coreanos, con los cuales, recordemos, compartieron los honores de ocupar los huecos dejados por Claremont y su mano derecha, la Simonson. No por casualidad, sino porque ambos son, también, fan favorites. Lo cual demuestra una vez más, que el ser popular o comercial no esta reñido con la calidad.

A eso juega Alan Davis. Davis es, a juicio del que suscribe, y a tenor de mis limitados conocimientos, el único discípulo de Neal Adams que ha alcanzado relevancia artística (siendo condescendiente, aceptaría que Sienkiewickz, en algún punto de la evolución entre su etapa clónica y la más personal, produjo cosas interesantes, de inspiración adamsiana).

Davis es uno de los ilustradores más exquisitos que han pasado por el campo de los comic-books, sobre todo en su recreación de la figura humana. Sus hombres y mujeres son de una hermosura lujuriosa. Figuras sublimadas que transmiten oleadas de poder desbordado y sensualidad rampante. Ademas, Davis es capaz de conjugar su realismo épico con buenas dosis de humor y caricatura, que contribuyen notablemente a la humanización de los personajes.

Estaban por descubrir, y lo hemos hecho en esta, su segunda etapa en el título, sus posibles valores como escritor. Habíamos tenido un adelanto de ellos en el prestige de Lobezno, que realizara, un tiempo antes, en colaboración con Paul Neary. Un presagio de lo peor, porque, posteriormente, comprobaríamos que cuando más patina el Davis guionista es cuando se pone metafísico. La etapa Claremont de Excalibur, con todo y ser de lo mejor de este autor, no admitía calificativo mas allá del de correcta, así que no lo tenía Davis muy difícil para mejorarlo. Y no pasaba, esa mejora,por recuperar todas las líneas arguméntales iniciadas y no acabadas por Claremont. Bastaba con que hiciera lo que ha hecho. Abundar en el lado humano de los personajes, librarles del amaneramiento claremontiano (y de la imbecilidad de sus continuadores) y aligerar, mediante inyecciones de buen humor, el lastre de los rollos pseudo-cientificomísticos de la serie.

Sopesando pros y contras, Davis sale bien parado, como un guionista más que bueno; que, cuando acierta, hace tebeos que se leen a gusto,y que podría aspirar a expandir sus horizontes, más alla del guetto de los superhéroes.

Por desgracia, a las primeras de cambio, nos ha demostrado que no esta interesado en dar ese paso (próxima parada:ClanDestine). Como siempre, los que salimos perdiendo,somos los lectores.





TODOS LOS DÍAS SON AYER


La vida es buena si no te rindes, obra cumbre del historieta Seth —y del cómic del último cuarto de siglo— se reedita en castellano. Mientras, su autor reniega de nuestra época

•   GUILLERMO ARENAS
Si existe un gen de la nostalgia, yo lo tengo". Gregory Gallant (Ontario, 1962), el hombre al que el mundo del cómic conoce como Seth, no tiene ningún reparo en admitir su naturaleza anacrónica. Su aspecto —trajes holgados, sombreros, gafas redondas...— lo es. Las referencias que le empujaron a dibujar —el primer Spider-Man, los Peanuts...—, también. Incluso su casa, como se puede comprobar en el documental Seth's dominion, parece conservada en ámbar desde algún momento indeterminado de mitad del siglo pasado.

"Soy una persona que mira hacia atrás de manera natural y encuentra placer en ello", explica a través del correo electrónico, su única concesión al presente. "Supongo que tiene que ver con haber crecido con unos padres tardíos y todas las historias de su infancia que me contaban. Nuestra casa estaba repleta de objetos de los años 30 y 40. Eso me parecía lo normal. Con el paso del tiempo, cada vez me resulta más obvio que no conecto con los gustos actuales, y me sorprende más que la gente no prefiera los estilos y las texturas de mediados de siglo".

No resulta extraño entonces que, en el altar del cómic contemporáneo, Seth se asocie inmediatamente a la nostalgia de la misma forma que a Charles Burns se le vincula con lo onírico y lo grotesco, o que Chrls Ware nos hace pensar al instante en pequeños y minuciosos universos propios. El dibujante canadiense se ganó en buena parte ese reconocimiento gracias a La vida es bueno sí no te rindes, su historia semiautobiográfica de 1996 que ahora reedita Salamandra Graphic. "Para ser sincero, ya no tengo la sensación de haber escrito ese libro. Es la obra de alguien joven", confiesa su autor. "Me siento mucho más cómodo conmigo mismo ahora, en la mediana edad. Probablemente estaba destinado a ser una persona vieja".

Aunque él prefiera no revisar su obra, en Lo vida es buena si no te rindes se encuentran la mayoría de los elementos que componen el universo Seth: inadaptación, obsesión con el pasado (en este caso, con un misterioso ilustrador del New Yorker) y un tono confesional que, en otras de sus historias, le ha llevado a contar cómo perdió la virginidad o una ocasión en la que recibió una paliza por su aspecto físico. "Aprendes una barbaridad sobre ti mismo escribiendo de manera autobiográfica", defiende él. "Como con el psicoanálisis,empiezas a ver patrones en tu comportamiento y tu forma de pensar. Sobre contar detalles íntimos, mi intención es poder hablar de cualquier cosa que crea necesaria para la obra. El límite lo pongo en desvelar secretos de otras personas o en hacer algo que pueda herirlas. Intento evitarlo, y casi siempre lo consigo".







El mundo de Seth, nostálgico y un poco neurótico, en La vida es buena si no te rindes.



Otras veces, él se ha encontrado en el otro extremo de la historia, cuando sus amigos Joe Matt y Chester Brown le han utilizado como personaje (a veces, de forma nada halagadora) en sus cómics. "Al principio resulta extraño, pero te acostumbras", asegura. "Me gustaba cómo me presentaba Matt, como alguien miserable. Tenía razón, yo era bastante desagradable con él casi siempre. Ahora soy más amable". Entre ellos crearon algo así como un ménage a trois emocional en viñetas, basado en las confesiones vergonzosas, la crítica destructiva y, en definitiva, la amistad verdadera. "Todavía les quiero como a hermanos, aunque no nos vemos mucho", admite Seth. "Joe vive en Los Angeles y hace unos años que no le veo. Además, nunca uso el teléfono, así que es difícil mantener la comunicación. Chester vive enToronto, a una hora de aquí, pero ya casi nunca voy a la gran ciudad. Los echo de menos y ningún nuevo amigo podrá reemplazarles. Algunas amistades se convierten, simplemente, en las únicas amistades".

Ahora Seth trabaja en una nueva obra autobiográfica, Nothing lasts. "Estoy intentando contar la historia de mi vida de manera muy orgánica, como en una conversación, con la arbitrariedad y la vaguedad con la que funciona nuestra memoria", detalla. Y lo hace, como era de esperar, intentando evitar la época que le ha tocado vivir. "Me alegro de estar desconectado del mundo actual", sentencia. "Intento vivir lo máximo posible en el plano físico. No tengo móvil, y nunca lo tendré si puedo evitarlo. Cuando salgo de casa quiero estar ilocalizable. Quiero retener algunas de las cualidades de la soledad y la introspección que existían antes de esta era. Con Internet ya nadie tiene la posibilidad de aburrirse, y hay algo de terrible en eso".

Pese a esta postura aislacionista, Seth se muestra consciente de estar viviendo en una fantasía, un mundo idealizado y hecho a su medida. "Es cierto que veo el pasado con unas gafas que tienen un cristal de color rosa", admite, "pero el otro cristal es transparente". "El pasado no es una edad dorada, como tampoco lo es el presente", continúa. "Soy una persona de esta época, me guste o no, y no me sentiría cómodo viviendo con las costumbres sociales de los años 50, por ejemplo. Lo que lamento es que se hayan perdido ciertos elementos culturales y estéticos de mediados del siglo XX, esa formalidad y ese artificio de aquella época. Por supuesto, esos tiempos eran tan conflictivos y caóticos como los actuales, pero el pasado siempre parece mejor porque es algo que está congelado, en la distancia". Llámalo fantasía o autoengaño, pero él ha encontrado el lugar en el que se siente en casa. Hasta es capaz de resumirlo en una sola frase: "Me gusta vivir en el presente, pero pensar en el pasado".











La vida sigue estando bien

"Es un poco doloroso revisar mi trabajo. Mis dibujos jóvenes resultan extraños a mis ahora viejos ojos". Aún así, Seth es consciente del lugar que ocupa La vida es buena si no te rindes para sus lectores: "Es el libro que un mayor número de gente parece preferir de entre todos los míos, así que me siento agradecido". Mientras Salamandra Graphic reedita su obra más conocida, él sigue trabajando. "Lo que está por llegar siempre parece más prometedor que lo que ya has terminado", concluye.


El  Pais. Tentaciones Nº28. Septiembre 2017

sábado, 9 de septiembre de 2017

Calpurnio EL BUENO DE CUTTLAS

Antonio Trashorras


 Librería Makoki


Andaba yo terminando la E.G.B. (¿se llama todavía así?) cuando, por suerte, colisioné con una nutrida panda de chavalotes que también le pegaban duro a esto de la historieta. A menudo nos reuníamos en un parquecito (con yonquis y todo, ¡jo!) para contarnos nuestras movidas y tal; cada uno con sus tebeos a cuestas, casi como un rebaño de ancianos enfermos en la sala de un hospital, enseñándose unos a otros cicatrices y comparando sus achaques. Nuestras lecturas, vistas así en conjunto, resultaban de un heterogéneo que tiraba de espaldas (unos no salían de los superhéroes, otros del rollo underground o así, algunos solo leían cosas adultas del Toutain... y yo, como siempre picoteando), pero aún así existía un cierto consenso (entonces estaba de moda decir eso) respecto a lo que todos considerábamos un "buen dibujo" y, por consiguiente, un "buen comic". Por ejemplo, al margen de las debilidades particulares.Corben, Liberatore, o Altuna, gustaban a todos, y Segrelles a casi todos (a mi no me miren). En cambio, gente "rarita" como Alberto Breccia (Brrr, tanta mancha...), Gallardo o incluso el festivo Mariscal no es que fueran muy populares, no eran "buenos dibujantes", vaya. Como se pueden imaginar, la aparición repentina de las increíbles historias de El Bueno de Cuttlas (acompañado por sus inseparables Jim El Negro, Mabel La Bella y Rosario La Yegua) en la revista Makoki, cayó en aquel grupete de enteradillos como una auténtica bomba. Las sintéticas, espontáneas y, sobre todo, hilarantes historias pergreñadas por ese desconocido caradura llamado Calpurnio dinamitaban, de golpe y porrazo, gran parte de los prejuicios estéticos y narrativos sobre los cuales se asentaban nuestras frágiles certezas viñeteras.Al menos a mí, las mínimas peripecias de este vaquero con cara de nada me sirvieron para comenzar a cuestionarme qué era realmente una "buena historieta", para investigar porqué aquellas historias tan "simples y mal dibujadas" (o eso nos parecía) resultaban tan milimétricamente divertidas y, sobre todo, para empezar a reflexionar, de forma primitiva, sobre las interacciones entre los diversos componentes icónico-literarios de los tebeos, sobre la composición interna de la viñeta, sobre la narrativa visual, el ritmo, etc, etc, etc.

La salida, por fin este año, del álbum recopilatorio de las primeras peripecias del carismático monigote (convertido ya en estrella cinematográfica y, pronto, televisiva) de este maño de 34 años, ha sido para mí como reencontrarse con un viejo amigo de infancia. Ahora, con más años y menos dioptrías, he descubierto en la relectura de aquellas casi geniales historias, elementos que en su día difícilmente podía haber percibido. Por ejemplo, la inteligencia y el cariño con que Calpurnio (A.K.A. Eduardo Pelegrín) subvierte algunas de las constantes temáticas y estilísticas del western clásico, sin traicionar en ningún momento sus coordenadas genéricas; los sorprendentes hallazgos rítmicos que es capaz de obtener del plano fijo general, o algunas intuiciones en cuanto al montaje, que de seguro dejarían patidifuso al mismo Anthony Mann.

Mas, por encima de consideraciones técnicas, lo que sigue brillando con intensidad en El Bueno de Cuttlas (además de su carisma), es el homenaje suave, la refrescante vitalidad de ese héroe de mentira, autoconsciente; la total ausencia de ornato que convierte estas pequeñas piezas, desnudas de firuletes y veleidades estéticas, en ejemplos de narración en estado puro.Un álbum idóneo para sacudirse la falsa gravedad que algunos insisten en echarse sobre los hombros. Se los compren ya, leñe.




Enki Bilal FRIO ECUADOR

Jaime Vane



Norma Editorial


Frío Ecuador (1992) es la última entrega de la trilogía iniciada con La Feria de los Inmortales (1981), en la que se narra lo que fue de Alcide Nikopol desde el momento en que el dios Horus quiso hacer servicio de su cuerpo, hasta el momento en que se vio obligado a abandonarlo.

En La Feria de los Inmortales, Alcide Nikopol, hibernado y viajando por el cosmos desde 1993, aterriza en el París del 2024, gobernado por el fascista Jean-Ferdinand Choublanc. Sobre París está la nave sin combustible de los dioses, quienes negocian con Choublanc mientras Horus, uno de ellos, se hace con el cuerpo de Alcide, lo despierta, lo habita a ratos y le confiere en esos momentos extraños poderes, que les sirven a ambos para hacerse con el gobierno. Luego, Alcide enloquece y recita versos de Baudelaire.

El relato de La Mujer Trampa (1987) se inicia en febrero del 2025. Alcide está en un centro psiquiátrico. En Londres está Jill Bioskop, periodista. Aparentemente, el novio de Jill es asesinado y ella empieza a consumir unas pildoras cuyos efectos desconoce, y que la sumen en un letargo del que la rescata su amigo Jeff Wynyatt, quien la invita a ir a Berlín, pasando antes por la cama. Jill cree matar a Jeff. Mas tarde se sorprende matando a Nick, amigo de Jeff. Sigue consumiendo pildoras. Conoce a un tal Ivan Vasek, quien resulta ser aquel cuyo cuerpo utiliza Horus. Ivan y Jill cenan juntos, suben al cuarto de ella a tomar la última copa, y a Ivan le sale de la cabeza un halcón, hecho que lo deja bastante traspuesto.

Frío Ecuador se inicia con la proyección de una película sin finalizar, interpretada por Alcide y Jill. El director se la está mostrando a Niko, el hijo de Alcide. Estamos en octubre del 2034, y Niko busca a su padre en África. Viaja a Ecuador City, ciudad controlada por una pandilla de mafiosos, sobre la que se halla la nave pirámide de los dioses. Alcide ha sido acusado en Paris de asesinar a Choublanc. Niko ve a Jill en Ecuador-City, mientras ella mira en una pantalla gigante un combate de Chess-Boxing entre Alcide y John-Elvis-Johnelvisson, uno de los hombres más perfectos del mundo. La sigue hasta casa, y ella le dice que Alcide esta acabado y lo despide. Anubis ha ocupado a Niko del mismo modo que Horus ocupa a Alcide; padre e hijo se encuentran en la calle, los dioses salen de los cuerpos de los hombres, y Horus lleva a Anubis a la pirámide. Alcide, que ha perdido la razón y continúa recitando a Baudelaire, se encuentra con Yelena en un tren con el que llegan a los estudios de cine, donde Jill, aparentemente desmemoriada como Alcide, intenta terminar la película.

Difícil es ver Frío Ecuador como una obra autónoma; quizá, de la trilogía, sólo La Feria de los Inmortales se presta a ese juego; las otras partes, solas, quedan menguadas, cojas. No únicamente porque utilicen cosas ya dichas, o porque las acciones que describen sean consecuencia de lo sucedido, sino porque en ellas los personajes se desdibujan, llegando a una superficialidad incómoda en Frío Ecuador, donde Alcide se queda en pelele, Niko en boy-scout y Jill ha perdido el aire de melancolía morbosa que justificaba La Mujer Trampa. En Frío Ecuador se intenta cerrar el ciclo, recoger los cabos sueltos: Niko, enviado al espacio, ocupará allí el lugar que tenía su padre antes de iniciarse la serie; Alcide vuelve a recitar versos de Baudelaire,... Frío Ecuador recupera el humor que encontrábamos en La Feria de los Inmortales, pero aquí los chistes parecen deslucidos, desmedidos, insustanciales, incómodos, sin la frescura de aquella primera parte. Es como si esta trilogía mostrase, sin proponérselo y de modo caricaturesco, lo que le ha pasado a la historieta (y al mundo) en los últimos 10 años: a medida que los sombreados con el frotar de los lapiceros sustituyen a los rayados de la pluma o el estilógrafo, la historia pierde espontaneidad y gracia, los personajes sustituyen su simpatía natural por una pose vacía, la corrección le roba terreno a la brillantez ,y a uno le asustan las nuevas generaciones y se siente viejo.






Andreas RORK




Enrique Vela







Norma Editorial

Esta, por todos los indicios, penúltima narración concerniente al personaje de Rork, nos deja premonitoriamente a solas con él. Con él solo, con su razonar pausado, lleno de calma, atravesando las estructuras que lo separan de su misterio, que lo esconden. El secreto que anima su existencia desde su convencional comienzo.

Descenso. Al interior. Al origen. Es fundamental esta idea de descenso. O caída, mejor. Un movimiento hacia un fondo con inseguridad, sin control. Al final (es al final) del relato se menciona lo que espera. En ese último momento de este penúltimo episodio. Sin nombre, sin cara, con todo el aspecto de tratarse, de nuevo, del otro lado del espejo de un ser del que no sabemos nada. Tras todas las aventuras.

Bueno, sabemos cómo se comporta. En las situaciones. Con las otras personas. Con lo desconocido. Podemos concederle simpatía, cariño. Es observador, culto. La virtud de la paciencia se transforma en el ritmo de sus relatos, del cuento de Rork, que impregna las páginas de este extraño camino iniciático. O terminal. Como esas presencias que, a veces, gustaría que existieran, que contagian la paz de espíritu, que adormecen la agresividad que incubamos contra nosotros mismos, por una mala educación, por una culpa. Enfocar el sentido de la supervivencia contra esto mismo.

¿Qué sabemos de Rork? Rork es un personaje que no tiene persona. Se pone en acción por enigmas, ante enigmas. El espacio en el que construye su discurso es interior ala mente, sólo poblado por los dos que todos somos, nosotros y ese con el que hablamos cuando no hay otro: eterno burlado imposible de engañar.

No se sabe con certeza su raza, su pelaje. Blanco. Ese sí, es blanco. Color simbólico de lo muy viejo y de lo muy nuevo. Pues casi su tiempo es también impreciso. Y qué decir respecto a sus sentimientos. Un breve apunte insinuado, deducido de hechos narrados, no expresado. Porque la expresión no es una parte del autodiscurso del cerebro. No tiene sentido expresar al espejo nuestros sentimientos por los otros. Ya los conoce. Tiene sentido razonar, deducir, sobrevivir. No aparecen, por lo tanto, en las recensiones de la historia de Rork, ocupando el lugar fundamental que ocupan en toda la vida humana. No significa que no existan. Viven en otro espacio, los sentimientos, de otra narración, de otro discurso.

Y¿Qué hay de ese mundo, de su mundo, de los dibujos que configuran espacio y tiempo?

Del espacio, el exceso, y del tiempo, la cadencia suave de su paso. Exceso en tamaños, en detalles, en complejidad. Exceso de la línea y del color que puebla todo el discurrir de las aventuras de Rork a través de mundos, tierras y tiempos. Pero no exceso muerto, no exceso sobrante, sino necesario, pertinente. Cantidad de belleza, exenta de saturación. Vine taje desprovisto de patrón, de cuadrícula. Sensibilidad de la forma. Reto, incluso.

Cadencia, parsimoniosa y rítmica. Atestada de secuencias, de énfasis, de insertos... de lo que llaman cine. Sin saber, supongo. Pero en este último, este penúltimo álbum, los colores han abandonado el exceso, descendiendo directamente a los tonos fríos. La cadencia ha disminuido su batir quizás un poco, y las lechuzas que custodian la entrada y salida en el real/irreal mundo de nuestro Rork, cansadas siempre de esperar una reunión, un desenlace o no sabemos qué, parecen cercanas a recibir la recompensa a su paciencia.

Rork ha encontrado su negativo fotográfico, y se dispone a afrontar una cita que lleva ya varios álbumes fijada. La esperamos jugosa.




Andreas AZTECA

Agustín Oliver


Ikusager Ediciones




Cuando apareció Azteca, del alemán Andreas Martens, estábamos inmersos en el maremágnum de álbumes dedicados a la cosa esa del dichoso Centenario, con lo que el aficionado corría el riesgo de pasar por alto alguna obra por el mero hecho de tener algo que ver con el tema, lo que hubiera sido especialmente injusto con una editorial como Ikusager, que lleva ya tiempo sacando material relacionado con lo histórico. Y, ciertamente, sería lamentable perder de vista este espléndido tomo que, además, es de los pocos que muestra las civilizaciones precolombinas con un cierto rigor histórico ajeno al romanticismo barato y las elucubraciones vacías. O eso me parece a mí, que, la verdad, poco más del tema sé que lo que estudié en el colegio, que es como no decir nada. Claro que eso no importa demasiado, puesto que no es de ningún libro de texto de lo que estamos hablando y, por lo tanto, debe pesar más el valor historietístico que el histórico.

Y lo que hace Andreas es, básicamente, buena historieta. El guión es más que correcto, con personajes trabajados y desarrollados, sin caer en el estereotipo, con una acción que avanza y atrae. Con personajes y situaciones, en definitiva, interesantes y reales, inmersos en un mundo creíble aunque no sea, quizá, todo lo realista que pudiera o debiera (que a mí me parece que también pero, repito, perfectamente podría ser que no, y me seguiría valiendo igual). Salvando,eso sí las dificultades que siempre entrañan los métodos narrativos que suele utilizar Andreas, entrelazando continuamente historias que se nos presentan de un modo fragmentado, casi tangencial en ocasiones.

Aun así , no es su capacidad como guionista su mejor faceta como historietista sino, es evidente, su dibujo. Muy distinto ahora de aquel que nos deslumbrara en Creepy, con la lovrecraftiana Cromwell Stone. Ya no quedan, o pocas, de aquellas viñetas de angulaciones salvajes. Sigue siendo un estajanovista del lápiz, pero ha madurado, ha alcanzado el difícil equilibrio entre lo excesivo, lo sobrio y lo cómodo. El antiguo clon de Wrightson ha superado a su maestro en muchos aspectos, conservado solo lo principal: Las figuras barrocamente estilizadas, la facilidad para las posturas, el cuidado en el detalle, en la decoración..., a lo que ha añadido sus propios avances, en especial en lo que se refiere al color.

Olvidado, es lo mínimo, aquel monstruoso tono sepia de las páginas con que nos obsequiaba el editor en la ya mencionada Cromwell Stone, el color que emplea Andreas es de lo mejor que he disfrutado en una historieta. Trabajado como pocos y, sin embargo, contenido; con una enorme variedad cromática, que nunca cae en lo abigarrado, ejerciendo una función que va mucho más allá del mero ornamento, siendo parte esencial de la historia, narrando. Como debe ser. Como Herriman, como Breccia, como los grandes.




LOS HABITANTES DEL CIELO Atlas cósmico de Valerian y Laureline por Christin-Mezieres


















Páginas de comic extraidas del libro Los Habitantes del Cielo Atlas cósmico de Valerian y Laureline por Christin-Mezieres
Publicado por Grijalbo-Dargaud en julio 1992