sábado, 9 de septiembre de 2017

Calpurnio EL BUENO DE CUTTLAS

Antonio Trashorras


 Librería Makoki


Andaba yo terminando la E.G.B. (¿se llama todavía así?) cuando, por suerte, colisioné con una nutrida panda de chavalotes que también le pegaban duro a esto de la historieta. A menudo nos reuníamos en un parquecito (con yonquis y todo, ¡jo!) para contarnos nuestras movidas y tal; cada uno con sus tebeos a cuestas, casi como un rebaño de ancianos enfermos en la sala de un hospital, enseñándose unos a otros cicatrices y comparando sus achaques. Nuestras lecturas, vistas así en conjunto, resultaban de un heterogéneo que tiraba de espaldas (unos no salían de los superhéroes, otros del rollo underground o así, algunos solo leían cosas adultas del Toutain... y yo, como siempre picoteando), pero aún así existía un cierto consenso (entonces estaba de moda decir eso) respecto a lo que todos considerábamos un "buen dibujo" y, por consiguiente, un "buen comic". Por ejemplo, al margen de las debilidades particulares.Corben, Liberatore, o Altuna, gustaban a todos, y Segrelles a casi todos (a mi no me miren). En cambio, gente "rarita" como Alberto Breccia (Brrr, tanta mancha...), Gallardo o incluso el festivo Mariscal no es que fueran muy populares, no eran "buenos dibujantes", vaya. Como se pueden imaginar, la aparición repentina de las increíbles historias de El Bueno de Cuttlas (acompañado por sus inseparables Jim El Negro, Mabel La Bella y Rosario La Yegua) en la revista Makoki, cayó en aquel grupete de enteradillos como una auténtica bomba. Las sintéticas, espontáneas y, sobre todo, hilarantes historias pergreñadas por ese desconocido caradura llamado Calpurnio dinamitaban, de golpe y porrazo, gran parte de los prejuicios estéticos y narrativos sobre los cuales se asentaban nuestras frágiles certezas viñeteras.Al menos a mí, las mínimas peripecias de este vaquero con cara de nada me sirvieron para comenzar a cuestionarme qué era realmente una "buena historieta", para investigar porqué aquellas historias tan "simples y mal dibujadas" (o eso nos parecía) resultaban tan milimétricamente divertidas y, sobre todo, para empezar a reflexionar, de forma primitiva, sobre las interacciones entre los diversos componentes icónico-literarios de los tebeos, sobre la composición interna de la viñeta, sobre la narrativa visual, el ritmo, etc, etc, etc.

La salida, por fin este año, del álbum recopilatorio de las primeras peripecias del carismático monigote (convertido ya en estrella cinematográfica y, pronto, televisiva) de este maño de 34 años, ha sido para mí como reencontrarse con un viejo amigo de infancia. Ahora, con más años y menos dioptrías, he descubierto en la relectura de aquellas casi geniales historias, elementos que en su día difícilmente podía haber percibido. Por ejemplo, la inteligencia y el cariño con que Calpurnio (A.K.A. Eduardo Pelegrín) subvierte algunas de las constantes temáticas y estilísticas del western clásico, sin traicionar en ningún momento sus coordenadas genéricas; los sorprendentes hallazgos rítmicos que es capaz de obtener del plano fijo general, o algunas intuiciones en cuanto al montaje, que de seguro dejarían patidifuso al mismo Anthony Mann.

Mas, por encima de consideraciones técnicas, lo que sigue brillando con intensidad en El Bueno de Cuttlas (además de su carisma), es el homenaje suave, la refrescante vitalidad de ese héroe de mentira, autoconsciente; la total ausencia de ornato que convierte estas pequeñas piezas, desnudas de firuletes y veleidades estéticas, en ejemplos de narración en estado puro.Un álbum idóneo para sacudirse la falsa gravedad que algunos insisten en echarse sobre los hombros. Se los compren ya, leñe.




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