Ensayo sobre voyeurisme.
Los Angeles, 1989
El Album del provocador
Amante del lujo y la belleza, el fotógrafo alemán Helmut Newton es un ser
mundano, técnicamente perfecto y profundamente provocador. Incansable
voyeur del mundo femenino, sus imágénes del mundo de la moda se han
columpiado durante años entre el erotisnio y la vulgaridad. Sus últimos retratos
se exponen en la Fundación Caja de Pensiones del 6 de junio al 16 de julio.
Texto: Cherna Conesa /Koro Castellano
Ensayo sobre vouyerisme.
Los Angeles, 1989.
Amenudo la gente me dice 'Esas chica me vuelve loco'. ¡Y no la conoce de nada, sólo de verla en una foto! Eso me encanta, que sueñen despiertos con ellas. Me gusta la provocación. Que mis modelos sean frías en la superficie y ardientes en el fondo. Eso fabrica una especie de violencia visual. Adoro pensar que puedo provocar en el espectador un verdadero deseo de hacer el amor con la modelo".
Fotográficamente, Helmut Newton es un irremediable amante del lujo y la belleza, un ser mundano, superficial en las formas y obsesivamente perfeccionista. Voyeur implacable del mundo femenino, pasmosamente sincero, Newton plasma todas sus desinhibiciones en imágenes fascinantes, llenas de descaro y rotundidad. Sus fotografias, certeros golpes visuales, dejan una puerta abierta a la sugerencia del sueño erótico y brutalmente bello que representan.
Nacido en Berlín hace 69 años, Newton era un muchacho delgaducho que odiaba el colegio y se pasaba las horas muertas mirando las páginas del Vogue alemán que compraba su madre. A los 12 años adquirió su primera cámara y comenzó a hacer fotos. "Para ser sincero, no sé qué me impulsó a gastarme mi dinero de bolsillo en una cámara. Todavía no sé por qué empezó a interesarme la fotografía. Simplemente, creo que estaba predestinado, que llevaba la fotografía en la sangre y que por eso me atraía tanto. Tuve la ventaja de que a mí madre la idea de que fuera fotógrafo le hacía mucha ilusión. A mi padre; ninguna.
Deseaba que me convirtiera en un serio hombre de negocios. Se sentía muy desilusionado: mi hermano quería ser granjero, y yo, fotógrafo. En realidad, yo quería hacer cine, pero de eso no quiso ni oír hablar. Así que le dije: '¿Qué te parecería la fotografía, papá?', y eso le pareció un mal menor, así que al final consintió en dejarme intentarlo".
Apoyado por su madre, encantada de que Newton se dedicara a algo creativo, consiguió su primer trabajo como ayudante de una fotógrafa alemana llamada Yva. "Allí fue donde de verdad comencé a aprender la sustancia de la que luego estaría hecha mi vida". Pronto, muy pronto, al cabo de unos meses de andar entre flashes, cámaras y focos, el cine se le quitó de la cabeza. "No lo he vuelto
Helmut Newton, retratado por su esposa, Alice Springs.
a echar de menos. Ahora creo que no tendría el más mínimo talento para dedicarme a él. Ya soy demasiado viejo para cambiar y ya he asumido que soy un fotógrafo. He tenido montones de ofertas para dirigir películas, especialmente durante los últimos 10 años, pero las he rechazado. Porque el cine y la fotografia son dos mundos distintos. Tengo montones de amigos en el mundillo cinematográfico de Hollywood, y me encanta ir al cine, y les admiro y son gente fabulosa. He fotografiado a Klaus von Bulow, a Catherine Deneuve, a Helmut Berger, que fue el único hombre a quien he retratado desnudo, antes de su decaimiento físico, y lo cierto es que me paso el día refotografiando a gente que ya retraté hace años. Y les adoro. Pero la fotografia es algo mucho más misterioso. Uno solo, con una cámara, un pequeño equipo, casi ninguno, y ya está. Me encanta la independencia, el poder sacar fotos donde te dé la gana. Además, en las películas hay que madrugar y duran una eternidad. Cualquier cosa que dure más de dos días es demasiado larga para mí. Me aburro muy deprisa. De una mujer, de un reportaje, de una historia. Estoy acostumbrado a vivir muy deprisa".
Newton dejó Berlín a los 18 años porque era judío y eso entrañaba los suficientes problemas en aquel momento como para obligarle a marcharse. Quería ir a Australia, pero hizo una escala en Singapur y se quedó allí dos años. "Tenía una cámara y todo lo que hacía era sacar fotos a lo que fuera para intentar ganarme la vida. Era muy pobre, claro".
Con 20 años viajó a Australia y trabajó como descargador de mercancías en las estaciones de tren y como recolector de fruta, hasta que llegó la guerra. Ni corto ni perezoso —"No tenía nada mejor que hacer"— se enroló como voluntario en el Ejército australiano. "Aquello me encantó, me gustó muchísimo. Tuve suerte, porque no me tocó luchar en el frente. Conduje camiones durante cinco años, hasta que la guerra acabó y me licenciaron. Entonces, con las 100 libras que me dieron por mi trabajo de soldado raso, me compré un coche y empecé a intentar ganarme la vida como fotógrafo. Lo cual era especialmente dificil en aquellos tiempos
Gabriel Garcia Marquez y su mujer,
Mercedes. La Habana, 1987.
Botero, en su estudio con Sophia Vari.
París, 1987.
Emmanuel Ungaro.
París, 1988.
David Hockney.
Los Angeles, 1988.
Princesa Carolina de Monaco.
Palacio Princier. Mónaco, 1986.
Faye Dunaway.
Los Angeles, 1987.
David Lynch e Isabella Rosellini.
Newton fue sincero consigo mismo desde el principio. Lo que verdaderamente le interesaba era la búsqueda de la belleza. Nada de ser un fotógrafo comprometido, un ilustrador o un informador. Newton quería centrarse en el mundo femenino. "¿Qué le voy a hacer? Me apasionan las mujeres. A otras personas les gustan los hombres. A los 14 años era campeón de natación, me gustaban las chicas y me atraía la fotografía. Todavía me gusta nadar, me apasionan las mujeres y sigo con una cámara en la mano, así que me imagino que no he cambiado mucho en todos estos años".
Decidido a centrarse en sus particulares obsesiones y a poder imponer su criterio, Newton aguantó 17 años en Australia. Hizo cualquier cosa que le sirviera para comer: bodas, bautizos, comuniones y demás saraos a dos dólares la foto. Tenía un pequeño contrato con el Vogue australiano como fotógrafo local y todavía no existía la fotografía de moda. "No quería darme por vencido y cambiar de trabajo. Convertirme en un vendedor de zapatos en unos grandes almacenes, por ejemplo. Quería vivir de la fotografía. Sin embargo, no fueron tiempos tan duros como podría parecer. Era joven, no tenía dinero y sí muchas ganas de triunfar. Todo estaba bien".
Sin embargo, al final se dio cuenta de que Australia no era un buen caldo de cultivo para un fotógrafo. Dispuesto a empezar de nuevo, con 36 años, consiguió un contrato con el Vogue inglés y marchó a Londres a probar suerte. "No me gustó nada. No soy bueno en Inglaterra. He de reconocer que funciono mejor en unos países que en otros. Soy un fotógrafo muy geográfico. Me resulta muy importante el lugar donde tomo mis imágenes. El año que estuve en Londres fue un completo desastre. Ellos odiaban mis fotos y yo también. Eran horrorosas. Los ingleses son encantadores y maravillosos, pero no muy profesionales. Tienen gente fantástica, buenos pintores, buenos escritores, buenos actores, pero en el campo en elque yo trabajo son muy poco profesionales. Así que rompí mi contrato. Cogí mi precioso Porsche blanco y metí en él mis cámaras, mis fotos y mi mujer. Me dirigí a París".
Allí, por fin, dentro de las páginas del Vogue francés y del Jardin des modes, Newton consiguió la libertad suficiente para dar rienda suelta a su imaginación, alejarse del buen gusto impuesto por los cánones de la moda del momento y fotografiar el tipo de mujeres que le interesaba. Mujeres que imponen sus formas muy por encima de los vestidos que llevan. Mujeres bellas, tremendamente satisfechas de serlo, seguras de sí mismas. La displicencia de sus poses exhibicionistas para con ellas mismas, su distanciamiento, golpea desde cada fotografía con la perversidad del inalcanzable objeto deseado, con un erotismo violento, provocador. Son mujeres herméticas, burguesas, lujuriosas y desocupadas que sugieren disponibilidad, tiempo libre, aventura, placer. "Rara vez miran a la cámara. Es como si estuvieran haciendo una película, no una foto.
Sigourney Weaver.
Nueva York, 1987.
Brigit Nielsen.
Hotel Hermitage. Montecarlo, 1987.
Sus modelos son espectacularmente guapas, increíblemente sofisticadas —"No son mujeres de clase alta, pero yo hago que lo parezcan, ja, ja, ja"—, aunque con un punto de vulgaridad. "Normalmente, las encontraba a través de agencias de publicidad o de modelos. Rara vez las he contactado en la calle. Casi nunca. Es que soy muy tímido. Jamás me acercaría a una chica en medio de la acera y le diría: 'Oye, me gustaría hacerte una foto'. Podrían pensar que estoy metido en la trata de blancas o que les estoy haciendo proposiciones deshonestas. Cuando estoy con mi mujer o con alguna amiga, quizá. A una de mis modelos, Jenny Capitain, la contraté así. Yo estaba en París, en la puerta de Vogue, acompañado por un publicista. Y esta chica paseaba con un hombre delante de nosotros. ¡Nunca he visto unas piernas tan bonitas! Ni siquiera le vi la cara. Pero le dije a mi colega que le preguntara si le importaría posar para mí. Dijo que sí y ahora somos muy amigos. Le hice montones de fotos desnuda, muy provocativas".
Para perturbar más y acercar al público a la posibilidad del hecho, Newton elige siempre escenarios naturales, casi vulgares. Un pasillo de hotel, un jardín, una piscina, un ascensor, un coche. "Es que odio trabajar en estudio. La gente no vive en los estudios, de espaldas a un enorme papel en blanco. La gente vive en los cafés, en la calle, en los bares, en las casas o en los hoteles. Además, alquilar un estudio cuesta un montón de dinero. Yo prefiero alquilar una maravillosa suite en un hotel. Estoy más cómodo y me salen fotografías más vivas. Aborrezco el estudio, el modo de trabajar allí, los focos, los flashes electrónicos, los flous... Creo que hacen que todo parezca igual, nunca cambia nada".
Newton huye del refinamiento y la asepsia de ese ambiente y busca la sorpresa en la simplicidad, la vulgaridad premeditada como desencadenante de la pasión erótica. Persigue, sobre todo, la belleza que supera cualquier clasificación de erotismo o incluso pornografía. Defiende que ésta puede ser bella. La única pornografía que concibe se
Condesa Marta Marzotto.
Roma, 1986.
Anita Ekberg, mirando en su jardín.
Genzano, Italia, 1988.
Para redondear la oferta, Newton elige una técnica sencilla que haga más creíble la escena. Huye de atmósferas creadas por técnicas fotográficas. Se aferra a sus principios de fotos nítidas que muestren todos los elementos de la escena. La sugerencia se la deja al subconsciente de cada uno.
Prefiere trabajar con pocos elementos de iluminación, una sola cámara y la modelo. Si puede, prefiere prescindir del ayudante y concentrarse en su pasión de voyeur, de instantes breves y supremos. No intima con el modelo, se mantiene distante, no busca retratar su espíritu; sólo le interesa la forma y el clímax que de ella consigue obtener. Y casi siempre utiliza el blanco y negro. Su equipo es sencillísimo e incluye "una de esas cámaras para tontos, de las que lo hacen todo con tal de apretar el botón. Me sirve para los momentos de prisa, para cuando he de hacer algo con celeridad y no me da tiempo a prepararme".
Por esta búsqueda de belleza formal, superficial, se aleja del retrato psicológico. Prefiere mostrar la belleza de cualquier mujer-espejo antes que sumergirse en la intrincada imagen de un sesudo literato. Imagen por imagen, bellezá por belleza. Así de directo, así de rápido, así de ¿simple?
No. Newton escenifica sus propios ensueños, y la atractiva ambigüedad de sus imágenes provoca un cierto vértigo entre nuestra realidad y la suya, entre lo permitido y lo prohibido, entre la creación y la contemplación. Algo tan sencillo aparentemente y al mismo tiempo tan insólito. "Me agrada, sobre todo, el contraste entre lo normal y lo extraño. Suelo poner cosas raras en sitios comunes. Puedo hacer cosas extrañísimas en lugares normalísimos, pero lo de irme, por ejemplo, a una isla desierta a hacer el típico reportaje de moda me aburre mortalmente. Me interesan muchísimo los contrastes. Hice un reportaje para el Vogue italiano llamado Rich girl, poor girl sólo por ese motivo. Y otro en Tejas en el que fotografié a ocho de las mujeres más ricas de ese Estado y a ocho mujeres normales, peluqueras, ferroviarias, dependientas, gente de la calle... Siempre me ha fascinado la relación y las diferencias entre ricos y pobres".
Paulatinamente, Newton evoluciona. Se ha asentado en Montecarlo: "Quería un lugar donde pudiera hacerme viejo tranquilamente, tomar el sol y no pagar impuestos. Ahora que soy viejo y famoso, puedo permitirme el lujo de vivir en un lugar tan apartado como éste, porque la gente viene a mí. Sigo trabajando todos los días". Ya no le interesa más el mundo de la moda. "Me he pasado 40 años entre trapos y ya me he aburrido. Publiqué un libro sobre moda llamado World without men y cuando ahora lo miro me pregunto de dónde saqué el coraje y la paciencia para hacer aquellas fotos. Me involucraba demasiado. Ahora mis fotos siguen teniendo detalles de mí mismo, pero prefiero los retratos, los desnudos o las ciudades". Su descaro exhibicionista y provocativo va dejando hueco en sus últimos retratos a una postura más reposada y. contemplativa del modelo, casi condescendiente. ¿Quizá un guiño de generosidad al mundo del objeto fotografiado? ¿Habrá ya superado sus ensoñaciones freudianas? No, por favor.
El Pais Semanal. 1989