domingo, 29 de abril de 2012

El hombre que ríe por Fernando de Felipe






La historieta no es demasiado pródiga en la adaptación de obras literarias. Sin embargo, cuando lo ha hecho con criterios de verdadera recreación y autoría, los resultados suelen ser de gran interés (pienso en Giménez, en Tardi, en Mazzucchelli). Es también el caso de El hombre que ríe: Fernando de Felipe, a partir de una nove­la de Víctor Hugo -una de sus últimas obras, al parecer considerada por la crítica literaria como un trabajo menor- construye un vigoroso relato en el que deja patente su voz y su particular narrativa, consiguiendo la que posiblemente, y hasta el momento, sea su obra más personal y lograda.
De Felipe encontró en el extraño texto de Víctor Hugo el grosor literario que necesitaba para desarrollar su obsesión por esos seres marginales, deformes y maltratados que padecen la violencia ejercida por otros y ape­nas tienen recursos para dirigir sus actos. Opta por ambientar la historia en la Edad Media (y no en el siglo XVII, como el original), y utilizar como elemento central el drama de Gwynplane, un personaje que fue mutilado y desfigurado de niño hasta dejar su cara convertida en una máscara macabra de sonrisa perenne para entretenimiento de príncipes y nobles. Gwyn es un personaje marcado, destrozado, cuyo destino no estará nunca en sus manos: nacido en una familia de linaje, fue secuestrado, vendido y abandonado; cuando encuentra un grupo de seres con los que comparte su vida -personajes igualmente marginales, solos y derro­tados- y encuentra la paz y el cariño, la ambición y las ansias de poder de otros le arrebatarán la felicidad para devolverlo a sus orígenes e intentar convertirlo de nuevo en un muñeco al servicio de intereses ajenos. El des­tino le ha entregado una familia para acabar arrancándolo de ella, en una cruel burla que desemboca inevi­tablemente en tragedia.
De Felipe aborda su narración con enorme energía, optando sin tapujos por una iconografía inspirada en el romanticismo más exacerbado, y eligiendo un tono narrativo y un cromatismo que enfatiza el melodrama, las pasiones y el sufrimiento; despliega además una amplia gama de recursos que se van adaptando a las exi­gencias del relato, desde la multiplicidad de voces superpuestas, la inserción de grabados e imágenes antiguas y un montaje de página dinámico, con continuos cambios de ritmo y planificación que buscan siempre la implicación emocional de un lector que no puede quedar impasible ante el dolor y la crueldad. El hombre que ríe es una obra torrencial e impetuosa, con un desarrollo final algo atropellado y resuelto con precipita­ción, pero visceralmente sincera y apasionada, fiel reflejo de la solidez narrativa y el espíritu inquieto de su autor.
ENRIQUE BONET

Revista U#20 junio 2000

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