jueves, 10 de mayo de 2012

Helmut Newton

Ensayo sobre voyeurisme.
Los Angeles, 1989

El Album del provocador

Amante del lujo y la belleza, el fotógrafo alemán Helmut Newton es un ser
mundano, técnicamente perfecto y profundamente provocador. Incansable
voyeur del mundo femenino, sus imágénes del mundo de la moda se han
columpiado durante años entre el erotisnio y la vulgaridad. Sus últimos retratos
se exponen en la Fundación Caja de Pensiones del 6 de junio al 16 de julio.
Texto: Cherna Conesa /Koro Castellano



Ensayo sobre vouyerisme.
Los Angeles, 1989.



Amenudo la gente me dice 'Esas chica me vuelve loco'. ¡Y no la conoce de nada, sólo de verla en una foto! Eso me encanta, que sueñen despiertos con ellas. Me gusta la provocación. Que mis mo­delos sean frías en la superficie y ardien­tes en el fondo. Eso fabrica una especie de violencia visual. Adoro pensar que puedo provocar en el espectador un ver­dadero deseo de hacer el amor con la mo­delo".
Fotográficamente, Helmut Newton es un irremediable amante del lujo y la belle­za, un ser mundano, superficial en las for­mas y obsesivamente perfeccionista. Vo­yeur implacable del mundo femenino, pas­mosamente sincero, Newton plasma todas sus desinhibiciones en imágenes fascinan­tes, llenas de descaro y rotundidad. Sus fotografias, certeros golpes visuales, dejan una puerta abierta a la sugerencia del sue­ño erótico y brutalmente bello que repre­sentan.
Nacido en Berlín hace 69 años, Newton era un muchacho delgaducho que odiaba el colegio y se pasaba las horas muertas mi­rando las páginas del Vogue alemán que compraba su madre. A los 12 años adquirió su primera cámara y comenzó a hacer fo­tos. "Para ser sincero, no sé qué me impul­só a gastarme mi dinero de bolsillo en una cámara. Todavía no sé por qué empezó a interesarme la fotografía. Simplemente, creo que estaba predestinado, que llevaba la fotografía en la sangre y que por eso me atraía tanto. Tuve la ventaja de que a mí madre la idea de que fuera fotógrafo le ha­cía mucha ilusión. A mi padre; ninguna.
Deseaba que me convirtiera en un serio hombre de negocios. Se sentía muy desilu­sionado: mi hermano quería ser granjero, y yo, fotógrafo. En realidad, yo quería hacer cine, pero de eso no quiso ni oír hablar. Así que le dije: '¿Qué te parecería la fotografía, papá?', y eso le pareció un mal menor, así que al final consintió en dejarme inten­tarlo".
Apoyado por su madre, encantada de que Newton se dedicara a algo creativo, consiguió su primer trabajo como ayudante de una fotógrafa alemana llamada Yva. "Allí fue donde de verdad comencé a aprender la sustancia de la que luego esta­ría hecha mi vida". Pronto, muy pronto, al cabo de unos meses de andar entre flashes, cámaras y focos, el cine se le quitó de la cabeza. "No lo he vuelto


Helmut Newton, retratado por su esposa, Alice Springs.



 a echar de menos. Ahora creo que no tendría el más mínimo talento para dedicarme a él. Ya soy demasiado vie­jo para cambiar y ya he asumido que soy un fotógrafo. He tenido montones de ofertas para dirigir películas, especialmente duran­te los últimos 10 años, pero las he rechazado. Porque el cine y la fotografia son dos mundos distintos. Tengo montones de amigos en el mundillo cinematográfico de Holly­wood, y me encanta ir al cine, y les admiro y son gente fabulosa. He fotografiado a Klaus von Bulow, a Catherine Deneuve, a Helmut Berger, que fue el único hombre a quien he retratado desnudo, antes de su de­caimiento físico, y lo cierto es que me paso el día refotografiando a gente que ya retraté hace años. Y les adoro. Pero la fotografia es algo mucho más misterioso. Uno solo, con una cámara, un pequeño equipo, casi nin­guno, y ya está. Me encanta la independen­cia, el poder sacar fotos donde te dé la gana. Además, en las películas hay que ma­drugar y duran una eternidad. Cualquier cosa que dure más de dos días es demasia­do larga para mí. Me aburro muy deprisa. De una mujer, de un reportaje, de una historia. Estoy acostumbrado a vivir muy de­prisa".
Newton dejó Berlín a los 18 años por­que era judío y eso entrañaba los suficien­tes problemas en aquel momento como para obligarle a marcharse. Quería ir a Australia, pero hizo una escala en Singa­pur y se quedó allí dos años. "Tenía una cá­mara y todo lo que hacía era sacar fotos a lo que fuera para intentar ganarme la vida. Era muy pobre, claro".
Con 20 años viajó a Australia y trabajó como descargador de mercancías en las estaciones de tren y como recolector de fruta, hasta que llegó la guerra. Ni corto ni perezoso —"No tenía nada mejor que hacer"— se enroló como voluntario en el Ejército australiano. "Aquello me encan­tó, me gustó muchísimo. Tuve suerte, porque no me tocó luchar en el frente. Conduje camiones durante cinco años, hasta que la guerra acabó y me licencia­ron. Entonces, con las 100 libras que me dieron por mi trabajo de soldado raso, me compré un coche y empecé a intentar ga­narme la vida como fotógrafo. Lo cual era especialmente dificil en aquellos tiempos


Gabriel Garcia Marquez y su mujer, 
Mercedes. La Habana, 1987.

Botero, en su estudio con Sophia Vari.
París, 1987.

Emmanuel Ungaro.
París, 1988.

David Hockney.
Los Angeles, 1988.

Princesa Carolina de Monaco.
Palacio Princier. Mónaco, 1986.

Faye Dunaway.
Los Angeles, 1987.


David Lynch e Isabella Rosellini.


 y en aquel lugar, Melbourne. Pero quería quedarme porque me encantaba Austra­lia. Adoro ese país. Y tiene unas mujeres fantásticas".
Newton fue sincero consigo mismo desde el principio. Lo que verdaderamen­te le interesaba era la búsqueda de la be­lleza. Nada de ser un fotógrafo compro­metido, un ilustrador o un informador. Newton quería centrarse en el mundo fe­menino. "¿Qué le voy a hacer? Me apasio­nan las mujeres. A otras personas les gus­tan los hombres. A los 14 años era cam­peón de natación, me gustaban las chicas y me atraía la fotografía. Todavía me gus­ta nadar, me apasionan las mujeres y sigo con una cámara en la mano, así que me imagino que no he cambiado mucho en todos estos años".
Decidido a centrarse en sus particula­res obsesiones y a poder imponer su crite­rio, Newton aguantó 17 años en Austra­lia. Hizo cualquier cosa que le sirviera para comer: bodas, bautizos, comuniones y demás saraos a dos dólares la foto. Te­nía un pequeño contrato con el Vogue australiano como fotógrafo local y toda­vía no existía la fotografía de moda. "No quería darme por vencido y cambiar de trabajo. Convertirme en un vendedor de zapatos en unos grandes almacenes, por ejemplo. Quería vivir de la fotografía. Sin embargo, no fueron tiempos tan duros como podría parecer. Era joven, no tenía dinero y sí muchas ganas de triunfar. Todo estaba bien".
Sin embargo, al final se dio cuenta de que Australia no era un buen caldo de cultivo para un fotógrafo. Dispuesto a empezar de nuevo, con 36 años, consiguió un contrato con el Vogue inglés y marchó a Londres a probar suerte. "No me gustó nada. No soy bueno en Inglaterra. He de reconocer que funciono mejor en unos países que en otros. Soy un fotógrafo muy geográfico. Me resulta muy importante el lugar donde tomo mis imágenes. El año que estuve en Londres fue un completo desastre. Ellos odiaban mis fotos y yo también. Eran horrorosas. Los ingleses son encantadores y maravillosos, pero no muy profesionales. Tienen gente fantásti­ca, buenos pintores, buenos escritores, buenos actores, pero en el campo en elque yo trabajo son muy poco profesiona­les. Así que rompí mi contrato. Cogí mi precioso Porsche blanco y metí en él mis cámaras, mis fotos y mi mujer. Me dirigí a París".
Allí, por fin, dentro de las páginas del Vogue francés y del Jardin des modes, Newton consiguió la libertad suficiente para dar rienda suelta a su imaginación, alejarse del buen gusto impuesto por los cánones de la moda del momento y foto­grafiar el tipo de mujeres que le interesa­ba. Mujeres que imponen sus formas muy por encima de los vestidos que llevan. Mujeres bellas, tremendamente satisfe­chas de serlo, seguras de sí mismas. La displicencia de sus poses exhibicionistas para con ellas mismas, su distanciamien­to, golpea desde cada fotografía con la perversidad del inalcanzable objeto de­seado, con un erotismo violento, provo­cador. Son mujeres herméticas, burgue­sas, lujuriosas y desocupadas que sugie­ren disponibilidad, tiempo libre, aventu­ra, placer. "Rara vez miran a la cámara. Es como si estuvieran haciendo una película, no una foto.


Sigourney Weaver.
Nueva York, 1987.

Brigit Nielsen.
Hotel Hermitage. Montecarlo, 1987.

 Y porque me gustan frías, casi gélidas. ¿Por qué? Porque no soy muy ro­mántico".
Sus modelos son espectacularmente guapas, increíblemente sofisticadas —"No son mujeres de clase alta, pero yo hago que lo parezcan, ja, ja, ja"—, aun­que con un punto de vulgaridad. "Nor­malmente, las encontraba a través de agencias de publicidad o de modelos. Rara vez las he contactado en la calle. Casi nunca. Es que soy muy tímido. Ja­más me acercaría a una chica en medio de la acera y le diría: 'Oye, me gustaría ha­certe una foto'. Podrían pensar que estoy metido en la trata de blancas o que les es­toy haciendo proposiciones deshonestas. Cuando estoy con mi mujer o con alguna amiga, quizá. A una de mis modelos, Jenny Capitain, la contraté así. Yo estaba en París, en la puerta de Vogue, acompa­ñado por un publicista. Y esta chica pa­seaba con un hombre delante de noso­tros. ¡Nunca he visto unas piernas tan bonitas! Ni siquiera le vi la cara. Pero le dije a mi colega que le preguntara si le importaría posar para mí. Dijo que sí y ahora somos muy amigos. Le hice monto­nes de fotos desnuda, muy provocativas".
Para perturbar más y acercar al públi­co a la posibilidad del hecho, Newton eli­ge siempre escenarios naturales, casi vul­gares. Un pasillo de hotel, un jardín, una piscina, un ascensor, un coche. "Es que odio trabajar en estudio. La gente no vive en los estudios, de espaldas a un enorme papel en blanco. La gente vive en los ca­fés, en la calle, en los bares, en las casas o en los hoteles. Además, alquilar un estu­dio cuesta un montón de dinero. Yo pre­fiero alquilar una maravillosa suite en un hotel. Estoy más cómodo y me salen foto­grafías más vivas. Aborrezco el estudio, el modo de trabajar allí, los focos, los flashes electrónicos, los flous... Creo que ha­cen que todo parezca igual, nunca cambia nada".
Newton huye del refinamiento y la asepsia de ese ambiente y busca la sor­presa en la simplicidad, la vulgaridad pre­meditada como desencadenante de la pa­sión erótica. Persigue, sobre todo, la be­lleza que supera cualquier clasificación de erotismo o incluso pornografía. De­fiende que ésta puede ser bella. La única pornografía que concibe se

Condesa Marta Marzotto.
Roma, 1986.

Anita Ekberg, mirando en su jardín.
Genzano, Italia, 1988.


produce cuando se ofende al objeto retratado por no saber mostrar su belleza.
Para redondear la oferta, Newton elige una técnica sencilla que haga más creíble la escena. Huye de atmósferas creadas por técnicas fotográficas. Se aferra a sus princi­pios de fotos nítidas que muestren todos los elementos de la escena. La sugerencia se la deja al subconsciente de cada uno.
Prefiere trabajar con pocos elementos de iluminación, una sola cámara y la mode­lo. Si puede, prefiere prescindir del ayudan­te y concentrarse en su pasión de voyeur, de instantes breves y supremos. No intima con el modelo, se mantiene distante, no busca retratar su espíritu; sólo le interesa la forma y el clímax que de ella consigue obte­ner. Y casi siempre utiliza el blanco y ne­gro. Su equipo es sencillísimo e incluye "una de esas cámaras para tontos, de las que lo hacen todo con tal de apretar el bo­tón. Me sirve para los momentos de prisa, para cuando he de hacer algo con celeridad y no me da tiempo a prepararme".
Por esta búsqueda de belleza formal, su­perficial, se aleja del retrato psicológico. Prefiere mostrar la belleza de cualquier mujer-espejo antes que sumergirse en la in­trincada imagen de un sesudo literato. Ima­gen por imagen, bellezá por belleza. Así de directo, así de rápido, así de ¿simple?
No. Newton escenifica sus propios en­sueños, y la atractiva ambigüedad de sus imágenes provoca un cierto vértigo entre nuestra realidad y la suya, entre lo permiti­do y lo prohibido, entre la creación y la contemplación. Algo tan sencillo aparente­mente y al mismo tiempo tan insólito. "Me agrada, sobre todo, el contraste entre lo normal y lo extraño. Suelo poner cosas ra­ras en sitios comunes. Puedo hacer cosas extrañísimas en lugares normalísimos, pero lo de irme, por ejemplo, a una isla desierta a hacer el típico reportaje de moda me abu­rre mortalmente. Me interesan muchísimo los contrastes. Hice un reportaje para el Vogue italiano llamado Rich girl, poor girl sólo por ese motivo. Y otro en Tejas en el que fotografié a ocho de las mujeres más ricas de ese Estado y a ocho mujeres nor­males, peluqueras, ferroviarias, dependien­tas, gente de la calle... Siempre me ha fascinado la relación y las diferencias entre ri­cos y pobres".
Paulatinamente, Newton evoluciona. Se ha asentado en Montecarlo: "Quería un lugar donde pudiera hacerme viejo tranquilamente, tomar el sol y no pagar impuestos. Ahora que soy viejo y famoso, puedo permitirme el lujo de vivir en un lu­gar tan apartado como éste, porque la gente viene a mí. Sigo trabajando todos los días". Ya no le interesa más el mundo de la moda. "Me he pasado 40 años entre trapos y ya me he aburrido. Publiqué un libro sobre moda llamado World without men y cuando ahora lo miro me pregunto de dónde saqué el coraje y la paciencia para hacer aquellas fotos. Me involucra­ba demasiado. Ahora mis fotos siguen te­niendo detalles de mí mismo, pero prefie­ro los retratos, los desnudos o las ciuda­des". Su descaro exhibicionista y provo­cativo va dejando hueco en sus últimos retratos a una postura más reposada y. contemplativa del modelo, casi condes­cendiente. ¿Quizá un guiño de generosi­dad al mundo del objeto fotografiado? ¿Habrá ya superado sus ensoñaciones freudianas? No, por favor. 


El Pais Semanal. 1989



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