Su dominio de la luz le convirtió en maestro de la pintura. Rembrandt creó un estilo inconfundible que inspiró a Goya y Picasso. Veinte exposiciones conmemoran en Holanda los 400 años del nacimiento de un pintor al que fotógrafos y cineastas también tienen mucho que agradecer. Por Agustín Sánchez Vidal.
Fue famoso en vida, desde joven. Alcanzó éxito, posición social, dinero, prestigio internacional, numerosos discípulos... Gracias a éstos, su nombre no se apagó con él. Creó escuela, y más tarde le reconocieron como maestro algunos de los mejores, de Goya a Picasso. Pero no sólo los pintores: su uso de la luz ha inspirado a fotógrafos y cineastas, originando un tecnicismo todavía vigente, la "iluminación a lo Rembrandt".
Aun corrigiendo los excesos románticos, proclives al genio solitario e incomprendido, sigue amparándole el perfil de un hombre libre y poco sujeto a convenciones. Alguien que, tras la muerte de su amada esposa Saskia, mantiene relaciones con sus criadas, afrontando el ostracismo social que ello le supondrá. Un profesional extraordinariamente dotado, exigente hasta rehusar otros compromisos distintos a los contraídos con la pintura. Capaz de gozar del lujo y la buena vida sin plegarse a las modas ni soslayar lo más sombrío, tanto en los años de pujanza como en los de penuria y vejez, que no doblegan su arte, sino que lo depuran hasta logros de rara intensidad.
En ese itinerario hay algo que permanece, abriéndose paso como un escalpelo: esa mirada insobornable que preside sus numerosos autorretratos, y de la que brota literalmente todo. A medida que transcurren los cuadros y los años, en torno a esos ojos ceden los párpados, cunden las arrugas, la piel se apergamina, se entumecen los pómulos, el rostro se va haciendo más ancho, se agrisa el cabello alborotado y rebelde, crece la papada y se desploman los rasgos. Pero no las convicciones.
Hubieron de ser muchas las horas que Rembrandt pasó ante el espejo, auscultando el deterioro y maltrato del tiempo. La asiduidad con que se pintó a sí mismo carece de equivalentes en el siglo XVII, y en casi toda la historia del arte. El número de sus autorretratos resulta abrumador incluso en un contexto tan excepcional como
Porque nunca viajará a Italia ni saldrá de su país natal. Serán las otras culturas las que vengan a él, al emerger Holanda como potencia mundial. Sin aristocracia ni onerosos privilegios eclesiásticos, toda una laboriosa sociedad se está asentando sobre su bien irrigado tejido corporativo, un razonable reparto de la riqueza y gran disponibilidad tanto para el lado disciplinario de la vida comunal como para el desparrame festivo. Lo que se traduce en una pintura bien diferenciada del resto de Europa, Flandes incluido. Cuando Rembrandt empieza, los modelos vigentes remiten a Caravaggio y a la vecina escuela de Amberes, dominada por el monumentalismo de Rubens, lleno de color y dinamismo. No ignora esas nuevas vías. Le llegan a través de su maestro Pieter Lastman, con quien estudia en Amsterdam. Pero sus opciones serán otras. Cuando regresa a Leiden en 1625, con 19 años, abre estudio junto con Jan Lievens, un año menor que él, y los dos jóvenes no tardan en llamar la atención. De esta etapa inicial data el Autorretrato con pelo enmarañado. En su gran libertad formal ya se percibe una voz propia, frente a sus más relamidas obras de aprendizaje. El mismo año en que lo ejecuta, 1628, acaba de admitir a su primer alumno, Gerrit Dou, por entonces un quinceañero, pero pronto uno de los pintores neerlandeses de mayor renombre. Y en 1632, Rembrandt y Lievens reciben en su taller al personaje más culto, cosmopolita e influyente de Holanda, el escritor y diplomático Constantijn Huygens, secretario del príncipe de Orange. El visitante se queda admirado ante el oficio de aquellos dos desconocidos. Y apuesta por ellos. Tras encomendarles su propio retrato y el de su hermano, logrará que Lievens se abra camino en Inglaterra y conseguirá para Rembrandt encargos de gran relieve social. Es él quien le aconseja trasladarse a la vecina Amsterdam, lo que lleva a cabo en 1632, tras la muerte de su padre.
La ciudad está en plena ebullición. Es la capital económica de un vasto imperio colonial que seis años antes ha fundado en la otra orilla del Atlántico una delegación americana suya con el nombre de Nueva Amsterdam, que los ingleses cambiarán más tarde por el de Nueva York. Sus opulentas compañías comerciales han tendido por todo el mundo una red que les procura los más exóticos productos de los cinco continentes. Una abundancia que se desborda por doquier, compaginando el tumulto de sus imprevisibles tabernas con un proverbial respeto a la ley y el orden. Ese ambiente de culta tolerancia atraerá a algunos de los mejores cerebros del momento, como el filósofo René Descartes, mientras un urbanismo en plena expansión remodela sus canales y edificios públicos. Se cultiva con asiduidad el teatro, al que Rembrandt es gran aficionado, hasta el punto de contar en su taller con atrezzo y vestimentas que le permiten disfrazar a sus modelos según el motivo bíblico o mitológico que representan. El mercado artístico no es menos exigente. Llegan muestras de todos los rincones, lo que le permite afinar sus modelos, desde los europeos hasta los del Oriente más remoto. La obra que asienta su fama, el mismo año de su llegada, es La lección do anatomía del doctor Tulp. Representa un género muy especial, el retrato corporativo que se expone en las sedes de las asociaciones. Una peculiaridad holandesa, que de este modo glorifica el espíritu cívico de su burguesía. En términos pictóricos supone un desafío del que -Frans Hals aparte- pocos logran salir airosos. Hay que retratar a los componentes respetando su individualidad, sin que ninguno quede postergado, pero ensamblados en un conjunto no demasiado rígido ni monótono. Rembrandt marcará nuevas pautas: primero, con esta Lección de anatomía; diez años después, con La ronda nocturna, y en 1662, con Los síndicos de los pañeros.
El doctor Tulp es el más relevante de este grupo de notables que atiende a sus explicaciones sobre el cadáver de un ajusticiado. Dos veces burgomaestre de Amsterdam, autor de un manual de primeros auxilios y medicina familiar, es conocido como "el Vesalio de Amsterdam", por alusión al famoso cirujano italiano que añadió al descubrimiento de nuevos continentes otra terra incógnita no menos fabulosa: el interior del cuerpo humano. Ése es el espectáculo que presenta Tulp a sus invitados tras diseccionar el brazo para mostrar la trabazón de tendones y músculos, cuyo funcionamiento y contracciones imita con el gesto de su propia mano izquierda.
Rembrandt es muy consciente de las cualidades de este trabajo suyo. En lugar de las iniciales del nombre, apellido y procedencia utilizadas en sus comienzos, "RHL" (Rembrandt Hamenszoom de Leiden), lo firma con un escueto "Rembrandt f. 1632"; es decir, su nombre de pila, al modo de los grandes maestros italianos -Miguel Ángel, Leonardo, Rafael...-, seguido de la contracción del fecit latino y la fecha. Un "Rembrandt lo hizo" que pronto se convertirá en legendario. Ese mismo año, un alguacil le visita para certificar su existencia. Ante su asombro, le explica que su nombre ha sido citado por un par de juerguistas tras cruzar una apuesta que les obligaba a enumerar 100 celebridades vivas. Y él aparecía en esa nómina.
Es entonces cuando entra en su vida una muchacha de 20 años llamada Saskia van Uylenburch, huérfana de padre, perteneciente a una adinerada y muy respetable familia frisona. Su boda en 1634 abre al pintor de par en par las puertas de la mejor sociedad. Y le introduce de lleno en la etapa más feliz y luminosa de su existencia, a juzgar por los retratos de ambos, separados o juntos, como el que los muestra nimbados de radiante alegría encarnando atrevidamente el pasaje bíblico del hijo pródigo en el burdel.
En 1639 compran un espacioso palacete en uno de los barrios de moda. Allí vivirá el pintor durante los próximos 20 años, en el mismo lugar donde en la actualidad se ubica el museo dedicado a su obra gráfica, y que todavía impresiona por su amplitud. También alquila un holgado almacén, que convierte en taller, para dar cabida a los numerosos discípulos que quieren aprender junto a él pagando sumas considerables. En justa correspondencia, Rembrandt siempre prestará gran atención a sus alumnos. A diferencia de otros pintores, que los utilizan para aumentar su productividad, él les dispensa una atención más personalizada sin imponerles unas directrices estrictas. Pero eso no evitará que cree escuela, hasta el punto de provocar numerosas atribuciones erróneas. En su taller se forman algunos de los puntales de la pintura holandesa. Entre ellos, Carel Fabritius, quien se trasladará a la ciudad de Delft para enseñar, a su vez, a Jan Vermeer.
Tanto prospera Rembrandt que se convierte en un coleccionista compulsivo. Poco después de mudarse a la nueva mansión pretende comprar un famoso retrato de Rafael, el de Castiglione, que se subasta y alcanza la astronómica suma de 3.800 florines. En la puja le gana por la mano un mercader de arte y diamantes llamado Alfonso López, cuyo nombre manifiesta tan a las claras su origen sefardí. El pintor ha quedado prendado del cuadro, y le pide permiso para estudiarlo. Junto al Retrato de un hombre, de Tiziano -que en la actualidad se custodia en
A la vez que asegura su dominio de la pintura al óleo, se interna en el grabado, con tal maestría que al cabo de poco tiempo no tiene rival en este campo. El enriquecimiento de su universo visual no es sólo cuestión de técnica; también crece hacia dentro, pues está lejos de ser un militante en esta o aquella profesión de fe. Ha de atender encargos de todos los frentes: calvinistas, católicos, judíos o de otras confesiones. Como, por ejemplo, su retrato de Cornelis Claeszoon Anslo, flanqueado por su esposa. Este predicador menonita es uno de los más famosos del país, y su imagen debe transmitir el ascendiente alcanzado a través de la palabra. Para ello le sitúa como intermediario entre
El punto de vista bajo y el modo en que se establece su restricción lumínica convierten el retrato de Anslo en un importante eslabón entre La lección de anatomía y la llamada Ronda nocturna. Un título que no se corresponde con lo representado, sino que se debió al oscurecimiento de los barnices. Fue al limpiarla, tras su rescate del escondrijo donde permaneció a salvo durante
Originalmente, el lienzo medía cerca de cuatro por cinco metros, pero fue recortado en 1715 para encajarlo en una nueva estancia. Rembrandt resolvió tan difícil asunto, de enorme complejidad compositiva, representando a todos los personajes en acción, en un momento muy preciso: el de la llamada a las armas, mediante el redoble del tambor. Una instantánea subrayada por la secuencia de los diversos movimientos que deben conducir a la alineación, lo que le permite organizar el grupo gracias a la calculada tensión de las diagonales trazadas por lanzas, arcabuces, espadas y estandartes; el flujo de las gorgueras y cabezas bañadas por la luz, que serpentean de izquierda a derecha; los distintos planos de la escalinata del fondo, sobre la que alza su pendón el abanderado; el perro que ladra al tamborilero; la profundidad lograda por esos dos fogonazos de luminosidad del teniente y la niña que cruza con su gallina colgada a la cintura, misteriosa como un ectoplasma, y en la que algunos han querido ver una evocación de Saskia.
Porque su esposa fallece mientras pinta el lienzo, marcando el inicio del declive social de Rembrandt, aunque en absoluto el de su pintura. Los prósperos años que han mediado entre 1632 y 1642 dan paso a una etapa muy dura en lo personal, preanunciada con la muerte de sus padres y de sus tres primeros hijos, ninguno de los cuales superó los dos meses de vida. Ahora es la propia Saskia quien no logra reponerse del parto de su cuarto hijo, Tito, complicado con una tuberculosis, y, tras meses de sufrimiento, su esposa muere en junio de
Esa relación hace referencia a Hendrickje Stoffels, con la que Rembrandt terminará viviendo y teniendo una hija. Pero nunca se casarán porque ello conllevaría la pérdida de buena parte de las rentas otorgadas por Saskia en su testamento, condicionadas a que no se desposara de nuevo. Hendrickje es llamada al orden y excomulgada por el consejo de
Vienen a ser un trasunto de lo que sucede en su propia vida. Ha de mudarse a una modesta casa del Rozengracht, uno de los barrios más pobres de Amsterdam. Su situación económica es tan apurada que se ve obligado a vender la tumba de Saskia. Está en la ruina, con todas sus obras embargadas y la sola posesión de sus útiles de pintor y viejas ropas. En 1663 fallece su compañera Hendrickje Stoffels, que tanto había contribuido a crear un islote de sosiego en medio de la tribulación. Su hijo se casa en febrero de 1668 con una sobrina de la hermana de Saskia y le anuncia que pronto tendrá un heredero que le hará abuelo. Pero Tito agoniza en septiembre, a los 27 años. La nieta nace en marzo de 1669, y su nuera expirará no mucho después, dejando al pintor a cargo de la recién nacida. Por poco tiempo, porque Rembrandt muere el 4 de octubre de
•Holanda celebra el 400º aniversario de Rembrandt. En el Rijksmuseum de Amsterdam puede verse toda su obra y la muestra estrella 'Rembrandt-Caravaggio'. a partir del 24 de febrero. Más información en: www.rembrandt400.com.
El Pais Semanal número 1529. Domingo 15 de enero 2006