viernes, 11 de marzo de 2011

Los papeles eróticos de Gustav Klimt


EL PAIS, jueves 15 de junio de 2006

Una exposición reúne un centenar de dibujos, la mayoría desnudos, del pintor austriaco

ELSA FERNÁNDEZ-SANTOS, Madrid

Gustav Klimt vivió en la Viena finisecu­lar de Sigmund Freud. Una ciudad en la que, frente a la moral establecida, crecía un nuevo clima más erótico y complejo.

La leyenda cuenta que en el taller del pin­tor, una casa de una planta rodeada de un precioso jardín asilvestrado, las mujeres se paseaban desnudas a todas horas. Allí, él las dibujaba en todas las formas posibles: jóvenes, ancianas, embarazadas, so­las, con hombres o con otras mujeres, masturbándose... Desde mañana, y has­ta el próximo 3 de septiembre, la Funda­ción Mapfre reúne en su sede de Madrid un centenar de dibujos de aquella época de Klimt. La mayoría son esquemáticos desnudos a lápiz en los que se vislumbra una mujer desinhibida que, dueña de su cuerpo, no teme el asalto a su intimidad.


Pareja de amantes (1917-1918), lápiz sobre papel, de Gustav Klimt


Klimt nació en Baumgarten, en las cercanías de Viena (hoy dis­trito XIV de la capital) el 14 de julio de 1862. Su padre se llama­ba Ernst y su madre Anna Fins­ter. Estudió en la Escuela de Artes y Oficios, pero en 1890 se aparta de los modelos académi­cos. Funda con su hermano Ernst y con Franz Matsch el movimiento de la Secesión, una asociación de artistas modernis­tas y de arquitectos cuyo lema fue "a cada edad su arte, al arte su libertad".

En uno de sus escasos textos autógrafos, Klimt dice: "Estoy convencido de que no soy una persona especialmente intere­sante. No hay nada especial en mí. Soy pintor, alguien que pin­ta todos los días de la mañana a la noche".

Pero lo cierto es que Klimt despertó en su época una gran fascinación. Se especulaba so­bre su vida privada y sobre el movimiento que giraba en tor­no a su estudio vienés. Sus mo­delos eran generalmente muje­res que pertenecían a la burgue­sía vienesa, pero también tenía un séquito de prostitutas que le servían de musas.

Al parecer, siempre había mujeres desnudas, posaran o no, a su alrededor. Según la le­yenda, Klimt necesitaba estar siempre rodeado de mujeres. Cuentan también que cuando Rodin visitó el estudio vienés de Klimt se arrodilló ante él y le dijo: "Nunca había" sentido nada parecido a lo que siento aquí. Vuestro fresco de Beetho­ven, tan trágico y tan feliz al mismo tiempo; vuestra gran­diosa exposición, inolvidable; y ahora, este jardín, estas muje­res, esta música... Y alrededor de usted y en usted mismo, esta alegría feliz e inocente. ¿Qué puede ser?". Klimt, con su aspecto de apóstol, se giró y contestó con una palabra: "Austria".

En el catálogo editado para la exposición, Mujeres. Klimt, Pablo Jiménez Burillo, director del Instituto de Cultura de la Fundación Mapfre, recrea la Viena de aquellos años, una ciu­dad "saturada" de erotismo, con una obsesiva curiosidad por las historias secretas, por los vicios. "Una fascinación eró­tica por la mujer que lleva, ine­vitablemente, a la melancolía y la desazón, a la más pura de las desesperaciones de fin de si­glo", afirma Jiménez Burillo.

Los dibujos de Klimt, que se sitúan dentro de esta nueva fas­cinación por la mujer y su sexualidad, también fueron objeto de fuertes críticas. En 1908, Adolf Loos escribía un artículo titulado Ornamento y delito en el que acusaba al pin­tor de degenerado: "Todo arte es erótico. El primer ornamen­to fue de origen erótico. La pri­mera obra de arte, el primer acto artístico que el primer ar­tista garabateó en un muro pa­ra desahogar su exuberancia, fue erótico. Una línea horizon­tal: la mujer tendida. Una línea vertical: el hombre que pene­tra... Pero el hombre de nuestra época que, llevado por una com­pulsión interna, embadurna pa­redes con símbolos eróticos, es un criminal o un degenerado".

Guía de Egon Schiele y de Oskar Kokoschka, Klimt dedi­có lo mejor de su arte a la mujer, a la que pintó de múlti­ples maneras. Desde El retrato de Adele Bloch-Bauer, quizá el más famoso, a Las tres edades de la mujer o El beso. En la exposición que mañana se inau­gura en Madrid (avenida del General Perón, 40) se reconocen el esqueleto de sus conocidas obras maestras. Pero frente a sus cuadros —deslumbrantes iconos dorados que han inspira­do no sólo la historia del arte sino también la de la moda—sus dibujos muestran su lucha por captar otra esencia.

El casi centenar de papeles expuestos en Madrid pertenece a la colección Sabarsky que. con sede en Nueva York, está centrada en Klimt, Schiele y Kokoschka. La comisaria de la exposición, Annette Vogel. recuerda cómo siempre se ha especulado sobre la vida priva­da de Klimt y la relación que mantenía con sus modelos: "Contemplando estos dibujos cuesta creer que se mostraran al público vienés de fin de siglo".

Para Vogel, es compleja la relación entre los dibujos de Klimt y su obra pictórica. "Compleja y fascinante", aña­de. "Sus dibujos trascienden la condición de meros conjuntos de bocetos para ser trasladados a lienzos de tamaño monumen­tal. Al comparar los dibujos de Klimt con su obra pictórica per­cibimos que, muy frecuente­mente, utiliza los primeros como ensayos previos a sus lien­zos. Sin embargo, el tratamien­to estilístico en ambos soportes resulta muy diferente: la intensi­dad erótica que muestran sus bocetos naturalistas se transfor­ma en pura estilización en mu­chos de sus cuadros, en los que la carga emotiva es mucho me­nos evidente".

Los cuerpos de los dibujos se construyen con lápiz, contor­nos extremadamente delicados que transmiten la fragilidad de su desnudez. En los lienzos, según Vogel, los ricos ornamen­tos convierten los frágiles desnu­dos en iconos de espiritualidad.

Vogel recuerda que la obra de Klimt fue escandalosa en su época. En 1903, pinta a una mu­jer embarazada desnuda y lo titula Esperanza 1; la obra no en­caja bien. Klimt dibujó sesenta bocetos para este cuadro, la mi­tad de ellos muestran a la emba­razada abrazada a un hombre, en el resto está sola. "La seguri­dad y la felicidad que se des­prenden de los dibujos se trans­forma en algo sombrío en el lienzo", escribe Annette Vogel en el artículo A propósito de los (dibujos de) desnudos de Klimt.

Klimt dibujó el estereotipo de una nueva mujer, fatal y ensi­mismada. Son escasos los cua­dros en los que el hombre tenga mayor protagonismo que ella. Sólo en El beso la mujer se entre­ga a un hombre desnudo. Los representados son el propio Kli­mt y su amante Emilie. En los dibujos abundan las escenas de lesbianas, "heroínas de la nueva modernidad", dice Pablo Jimé­nez Burillo citando a Walter Benjamin. "Para el hombre y para la sociedad en general esta nueva imagen de la mujer crea un gran desconcierto. El deseo y la angustia, la insatisfacción fascinada, la lejanía sensual, el propio exotismo de su imagen y comportamiento convierten a la mujer y su erotismo en un asunto central y obsesivo para el final de siglo y, muy especial­mente, para una Viena, como la de Klimt, en la que la doble moral alcanza sus cotas más refinadas y perversas".

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