miércoles, 19 de marzo de 2014

TRAZOS SUBVERSIVOS




De ‘La Codorniz’ a ‘Mongolia’, tres cuartos de siglo de humor gráfico en la prensa española señalan la vitalidad de un género asociado a la memoria de varias generaciones

Luis Conde Martín

El humor gráfico español, con más de dos siglos de existencia, ocupa un lugar propio en la evolución de la prensa satírica y, como ella, ha sufrido los avatares históricos del progreso hacia la libertad de expresión, los problemas con la censura y las luchas por su reconocimiento como una manifestación del arte crítico e independiente. Rastrear su huella —en los archivos, en las bibliotecas o sobre todo en las hemerotecas— requiere un recorrido por la prensa general y la especializada, pues el humor se concentraba en las publicaciones y periódicos satíricos, pero también ha tenido espacio en la prensa generalista, informativa y de opinión. Se ofrece aquí una visión panorámica de este material sensible, documental e histórico, que abarca desde la aparición de La Codorniz, en 1941, hasta Mongolia, que está en los quioscos desde marzo de 2012. Un periodo que reúne cerca de setenta y cinco años de la vida española.

La revista más audaz

La revista humorística La Codorniz inicia su andadura en Madrid en el verano de 1941, impulsada por el dramaturgo Miguel Mihura, que durante la Guerra Civil había dirigido la revista combatiente La Ametralladora, desde 1937 a 1939. Con gente muy cercana a Dionisio Ridruejo y parece que con su acuerdo, circuló la propuesta de una revista titulada La Perdiz, de la que hasta hubo alguna maqueta o monstruo manejable, pero que finalmente fue desechada por la elección de otra, con el título de La Codorniz, que propugnaba Mihura y aprobó el director general de Prensa, Jesús Ercilla, su amigo desde la contienda. Con la experiencia de sus colaboraciones en la prensa satírica de anteguerra, Mihura se rodeó de amigos y especialistas prestigiados, para sacar adelante una revista que crearía escuela. Ahí estaban Antonio de Lara (“Tono”), Enrique Herreros, Picó, Galindo, José López Rubio y Álvaro de Laiglesia.

La peripecia de La Codorniz, con cuarenta y siete años de existencia a lo largo del franquismo y aun en los primeros años de la Transición, es conocida por numerosos estudios e investigaciones especializadas. De la mano de Mihura, hasta 1944, y luego de Álvaro de Laiglesia hasta 1977, la revista decana del humor en la España de aquellas décadas, vivió años de éxitos y preponderancia, con el orgulloso lema de “La revista más audaz, para el lector más inteligente”. Se apelaba así a un público exigente y enterado, no a cualquier lector de periódico masivo. Su clasismo era evidente y no todos entendían algunos de sus chistes, textos o ilustraciones subidos de tono.

Eran una leyenda urbana sus desencuentros con los censores y todavía se comentan los números y portadas dedicados a asuntos conflictivos, que inevitablemente había que eludir y ni por asomo podían publicarse. Aún quedan quienes aseguran haber visto esos ejemplares descartados... De esa época son recordados humoristas gráficos como Gila, Mingote, Chumy Chúmez, Goñi, Dátile, Se- rafín, Tilu, Pablo San José, Máximo, Cebrián y muchos más. Entre 1977 y 1978, La Codorniz se resistía a desaparecer y todavía aguantó otras 76 semanas de la mano de Summers y Cándido.


El lento despegue hasta ‘Hermano Lobo’

Desde 1941 hasta 1972, cuando aparece Hermano Lobo, el humor gráfico español estuvo marcado por los dictados de la revista decana e intentando competir tímidamente con ella u otras publicaciones que surgían y desaparecían, devoradas por el mercado empecinado en un modelo ya obsoleto. Contra La Codorniz surgieron revistas como Cucú, El DDT, Don Venerando, Pepote, ¡Tururut!, Titirimundi, Humorismo Mundial, El Caimán, Don José, Locus, La Olla, Pepe Cola, PZ, Can Can, Mata Ratos, Reseso, Tele-Cómico, El Pito, Barrabás, El Papus y, sobre todo, Hermano Lobo y Por Favor. Cada una de estas publicaciones aportaba algún detalle innovador, en formato, diseño, contenidos o estructura global, pero no podían competir con el dominio y la rutina del mercado, aherrojado por los modos de La Codorniz.

Con el tardofranquismo, tras las revueltas de 1968 en París y los EE.UU, la prensa sufrió el empuje de las nuevas tendencias de lo hippy, el rock y lo marginal, corrientes culturales que arrasaron en todo el mundo y de las que España no quedó fuera. A ellas se apuntó Hermano Lobo en 1972, con un humor gráfico que representaba como ninguna otra publicación los nuevos tiempos y se erigió como portavoz de la disidencia, símbolo del humor político contestatario y contrario al régimen franquista, aun sin decirlo expresamente. De la mano de Chumy Chúmez, Summers, Perich, Forges, Máximo, Ramón, Saltés, OPS, Dodot, Sir Cámara y otros, algunos que incluso habían debutado en la revista decana, se impusieron con nuevos bríos y modos de hacer sátira crítica. Su inicio arrollador, con ciento cincuenta mil ejemplares que se agotaron, era algo nunca visto. Su subtítulo, “Semanario de humor dentro de lo que cabe”, aludía a sus luchas semanales contra la censura.

Humor libertario

Otra revista innovadora fue El Papus, que surgió en 1973 y llegó mucho más lejos en su virulencia sociopolítica. Su propuesta anarquizante y libertaria, con una tirada inicial de ciento quince mil ejemplares, alcanzó un techo de cuatrocientos mil en marzo de 1976. Algunos de sus dibujantes destacados eran Gin, Ja, Ivá, García Lorente, Oscar, Tom, Fer, Ventura & Nieto, Vives y Oli. Blanco de las iras de la extrema derecha, la revista fue objeto de un atentado ultra en el que murió una persona y hubo numerosos heridos.

En marzo de 1974, como escisión de Hermano Lobo ya en decadencia, aparece Por Favor, que fue mucho más lejos en su humor politizado y de actualidad. Su impulsor principal era Perich, que se llevó con él a Forges, Cesc, Máximo, Guillén, Romeu, El Cubri, Turnes y Vallés. Su tirada media rondaba los cincuenta mil ejemplares y también sufrió multas y la suspensión por cuatro meses. El virulento humor de estas revistas sería ahora difícilmente comprensible, pero entonces los lectores entendían sus guiños y asimismo la censura, que los perseguía implacable. Vinieron después El Jueves, Butifarra, El Cuervo, Nacional Show, Balalaika, HDiosO, Tmeo, Cuadernos de Humor, La Puta Mili, ¡A las barricadas! o El virus mutante. Y otras con menos aguante y mucha carga crítica, en cada una de las diecisiete autonomías.


De la Transición a nuestros días

Casi todas estas publicaciones humorísticas eran semanales y aguantaban dos o tres años, a lo sumo, salvo El Jueves, que aún sobrevive con 1.910 semanas y 37 años a sus espaldas. Empezó en mayo de 1977, con el subtítulo de “La revista que sale los viernes” —luego pasó a los miércoles— y una tirada de cien mil ejemplares de los que vendió la mitad. Entre sus dibujantes figuraban Gin, J.L. Martín, Romeu, Tha, Fer, Kim, Gallego & Rey, Azagra, Alfons López, Tom, Martinmorales, Bernet, Ventura, Mariel, Monteys, Manel, Ozelui, Vera, Guillermo y Bernardo Vergara, entre otros. Su humor, más costumbrista y menos politizado, enganchó con la juventud y la clase media ciudadana, a la que todavía se dirige.



La más reciente revista satírica es Mongolia, de periodicidad mensual, que incluye una sección crítica, feroz, titulada “Reality News”, donde se aborda en serio todo tipo de asuntos de corrupción. Junto al propio nombre, un guiño para “expertos”, destaca una selección de nuevos humoristas como Darío Adanti, Mauro Entrialgo, Liniers, Langer, Javirroyo, Jlus Nonok, Javier Vázquez o Niño Rodríguez, toda una generación rompedora. Iniciada en marzo de 2012, recupera el humor político feroz de El Papus o Por Favor y aún más el de las revistas satíricas de la anteguerra civil.

Luis Conde Martín es periodista e historiador del humor gráfico español


Articulo publicado en la revista Mercurio nº 159 marzo 2014

Aquellos veloces años de libertinaje y paranoia


La vigencia estética de la escuela de cómic underground de la revista El Víbora de principios de los años ochenta demuestra su vigencia en dos recopilaciones recientes

Por Valentín Vanó

CON LA RECIENTE EDICIÓN del volumen Alta tensión, de Alfredo Pons, nos encontramos con nuevos argumentos para evocar la fundación mítica del cómic de autor que trajeron consigo las revistas de historietas de espíritu subversivo de los años setenta y ochenta. Con un primer número simbólicamente publicado en diciembre de 1979, El Víbora confirmó la apetencia de una nueva generación de autores por reproducir en sus viñetas el latido de la calle. Las agresivas, sexuales y urbanas historietas de Alfredo Pons se entienden mejor al recordar el espíritu que envolvió la creación de El Víbora: "No tenemos ideología, no tenemos moral", afirmaba el texto del primer editorial de la revista. La mirada visceral de Alfredo Pons sobre unos barrios bajos poblados de prostitutas, drogadictos, quinquis y toda clase de ángeles caídos nos recuerda que el hedonismo de la nueva década contenía tanto el vértigo de una libertad desconocida como el desencanto ante lo limitado del cambio político.





Alta tensión recoge una selección de relatos gráficos autoconclusivos de Alfredo Pons, de diversas épocas y estéticas, aunque lo bastante variados y significativos como para dar una visión panorámica de su labor. En concreto, hay dos aproximaciones narrativas fundamentales. Si en historias como 'Porno criminal' o las protagonizadas por la prostituta Maria Lanuit, el dibujante retrata a pie de calle una Barcelona de neón, habitada por la fauna canalla de las Ramblas, en otras como 'El bar de Charlie' se exilia en ensoñaciones esteticistas de género negro norteamericano. Sin duda Pons maneja mejor el primer registro, aunque el estilo gráfico sea menos sofisticado, casi juvenil, a pesar de la violencia ambiental y la reincidencia en el desnudo gratuito. Combinación de ambas tendencias es 'Todos los bares', una historieta de encuentro nocturno con lenguaje de alto voltaje literario y claroscuros quebradizos, casi hirientes.

Es importante y relevante que sea Ediciones La Cúpula quien haya decidido recuperar estas historias. No en vano, fue La Cúpula —hoy una editorial especializada en novela gráfica— quien produjo y publicó El Víbora durante sus 25 años de existencia, hasta 2005. Alta tensión quedaría perfectamente complementada por nuevas ediciones de otros materiales de Alfredo Pons, como Escalera de vecinos. Pero en sí misma resulta una antología idónea para comprobar la evolución hacia una belleza oscura de un dibujante que, no por casualidad, adaptó al cómic —y están incluidos en Alta tensión— relatos de Charles Bukowski y Robert Bloch.

El crimen es, también, un elemento recurrente en Atajos, de Martí, otra recopilación reciente de material clásico de El Víbora. La narrativa de Martí Riera, en todo caso, es muy diferente de la de Alfredo Pons; en sus historietas, que soportan mejor el paso del tiempo, la abundancia de referentes cristalizan en una visión intelectualizada e irónica de la paranoia urbanita.

En los hipnóticos e hilarantes relatos de Atajos, Martí adapta el tremendismo español a la posmodernidad con un sinuoso estilo de dibujo inspirado en los clásicos de cómic de crimen norteamericano de los años cuarenta y cincuenta. Gracias a esa elegancia gráfica retro, el autor desvela, en una suerte de estilizada crónica negra, la permanencia de la España rancia en la sociedad urbana contemporánea. Personajes como los protagonistas de 'Repulsión' o '¿Culpable?' son esa clase de ciudadanos corrientes, reconocibles, alienados y destruidos por los pensamientos irracionales propios o de otros miembros de la comunidad. El afán de análisis social de Martí se evidencia en historietas como 'Sospecha letal', que adapta un caso del psiquiatra Castilla del Pino: el de un individuo convencido del adulterio nocturno de su esposa con un extraterrestre verde. •

Alta tensión. Alfredo Pons. La Cúpula. Barcelona, 2014. 148 páginas. 24 euros.
Atajos. Martí Riera. La Cúpula. Barcelona, 2013. 112 páginas. 16 euros.

El Pais Babelia 01.03.14


Memoria dibujada por Antonio Muñoz Molina


En 1972, en San Francisco, entre los colorines de la psicodelia, Art Spiegelman descubrió que lo que él tenía que contar no era su atmósfera contemporánea, sino el pasado de sus padres
ANTONIO MUÑOZ MOLINA 8 MAR 2014

Spiegelman contó el terror del nazismo con la austeridad narrativa de las tiras cómicas.

Como casi todo artista en ciernes Art Spiegelman empezó su educación poniendo tierra por medio, alejándose de su propio origen tanto como pudo. Se había criado en Nueva Jersey y en Queens, en una familia de emigrantes europeos que le daba, desde niño, ese sentimiento agudo de diferencia con los otros que provoca tanta incomodidad en una conciencia infantil. Un niño quiere ser como los otros niños. Un niño quiere que sus padres no se distingan de los demás padres. Los padres de Art Spiegelman hablaban inglés con un fuerte acento extranjero y llevaban cada uno un número tatuado en letras azules en el antebrazo. Un día de verano, cuando su madre llevaba una blusa de manga corta, un chico del vecindario le preguntó qué significaba ese número. Ella se quedó un poco confundida al principio, y luego dijo que era un número de teléfono que se había apuntado en el brazo, por no tener un papel a mano. Los padres de Art Spiegelman tenían amigos y parientes tan raros como ellos, igual de embarazosamente extranjeros. Cuando se reunían hablaban sin mucho detalle de la guerra. No decían los campos de exterminio, ni el Holocausto. Esas palabras no se pronunciaban entonces.

El pasado entre aterrador y fantástico que invocaba ese término, la guerra, era tan vago como el mundo del que sus padres procedían, casi tan incomprensible como los idiomas en los que se comunicaban entre sí cuando no querían que el hijo los comprendiera, el polaco, el yiddish. A veces su padre o su madre le contaban algo, un episodio, la muerte de alguien, un trance de peligro; pero esas historias aisladas carecían de un contexto que las hiciera comprensibles, y eso las volvía aún más inquietantes. La guerra contra Hitler y contra los japoneses, la guerra heroica y cinematográfica del desembarco en Normandía, era omnipresente, en libros, películas, reportajes fotográficos en blanco y negro. Pero en el relato de esa guerra apenas había referencias a la persecución y el exterminio de los judíos de Europa. La guerra de la que hablaban, en sus lenguas extrañas, con sus acentos lamentables, los padres de Spiegelman y sus conocidos no parecía la misma en la que habían luchado distinguidamente los padres de sus compañeros de escuela. Era una guerra de hambre, de barracones helados, de piojos, de hornos crematorios, de gente que desaparecía para siempre, de brazos tatuados.


El artista adolescente no tiene tiempo de escuchar las historias de sus padres, y en cuanto crece se olvida de las que le contaban de niño. Hijo de extranjeros, Art Spiegelman quería ante todo ser americano. Leía tebeos y veía series de vaqueros en la televisión. Le regalaron un traje de cowboy y estuvo poniéndoselo hasta que ya no cabía en él. Su padre habría querido que fuera médico, o al menos dentista, profesiones que inspiran confianza al refugiado medroso que ya vio una vez derrumbarse su mundo. Art Spiegelman eligió hacerse dibujante de tebeos underground, y se fue lo más lejos que podía, a San Francisco, impaciente por hacer todo lo que su padre y su madre reprobaban, dejarse el pelo largo, vestirse como un mendigo, tomar drogas, vivir en una comuna. Ve uno los cómics que dibujaba en aquellos años, los últimos sesenta, y comprueba que a Art Spiegelman la impaciencia por la originalidad y la ruptura lo llevaba, como a casi cualquiera, a un conformismo de lo alternativo. Eran carillas mal impresas, en colores chillones, con dibujos que buscaban la provocación y la ofensa. Ahora se ven en las vitrinas del Jewish Museum, en la imponente exposición dedicada a Spiegelman, y lo que más sorprende de toda esa imaginería es, por una parte, el entusiasmo evidente con el que está dibujada, y por otra su aire genérico, de época, de aplicada imitación de una estética desquiciada en la que se ve por todas partes el influjo de Robert Crumb.

Inesperadamente, por puro azar, por iniciativa de otros, Art Spiegelman encontró de golpe su estilo y su mundo en 1972. Le encargaron una historieta de tres páginas para un número de una revista en la que tenía que haber personas retratadas como animales, con un propósito de denuncia del racismo. Un artista no empieza a madurar de verdad hasta que no encuentra una faceta del mundo o un ángulo de observación que sean exclusivamente suyos, y al mismo tiempo el estilo que se corresponde con ese material. En 1972, en San Francisco, entre los colorines de la psicodelia, Art Spiegelman descubrió que lo que él tenía que contar no era la atmósfera contemporánea en la que vivía sumergido, sino lo que hasta entonces le había parecido remoto y ajeno, el pasado de sus padres, el mundo de la guerra en Europa y de aquellos campos de exterminio de los que entonces todavía casi no se hablaba. Había roto con sus padres y se había marchado lejos en el empeño de llegar a ser lo que quería. Ahora comprobaba que solo avanzaría regresando; que encontraría su identidad como artista no contando la vida propia sino adentrándose en la memoria de su padre. Había roto con él, en la gran quiebra generacional de esos años. Su madre se había suicidado, dejando unos cuadernos testimoniales que su padre quemó.


Volvió a Nueva York. Con una grabadora prestada por un amigo recogió horas y horas de entrevistas con su padre. El hallazgo visual y poético de aquellas tres páginas dibujadas en 1972 se revelaba de una fertilidad sin límite: el relato sobre la vida en los guetos y en los campos se transformaba en fábula y en pesadilla sin perder su aspereza documental. Los dibujos tenían la seducción lóbrega de esas ilustraciones que siembran el miedo en las imaginaciones de los niños y los impulsan a desear que no se apague nunca la luz. Art Spiegelman descubrió que se podía contar el terror del nazismo sin trivializarlo usando la simplicidad visual y la austeridad narrativa de las tiras cómicas: los judíos como ratones, los nazis como gatos depredadores; ratones y gatos o seres humanos con cabezas de ratones y gatos, o ni siquiera eso, con máscaras. Pero en la historia, además de sus padres, también estaba él mismo, con su máscara de ratón y sus recuerdos de niño, con su voluntad de saber y su mezcla irresoluble de amor y de rechazo hacia su padre, con su decisión de contar el sufrimiento de las víctimas sin idealizarlas ni santificarlas.

El tebeo, el cómic, la banda dibujada, es un arte raro que se lee y se ve al mismo tiempo, que está más cerca de la poesía que de la prosa, por su necesidad de compresión y síntesis. A lo largo de una pared entera del Jewish Museum se despliegan los bocetos, los cuadernos de notas, las páginas definitivas de Maus: se ve entonces, en su evidencia física, la amplitud del empeño, sostenido a lo largo de años, la inmensidad del trabajo, una viñeta tras otra, las nubecillas del texto, las manchas y las líneas de tinta, las tentativas a lápiz. De vez en cuando Spiegelman se autorretrata, con su cabeza o su máscara de ratón, su cigarrillo, sus hombros inclinados sobre el tablero, la vida entera volcada en el logro de esa tarea que uno sabe únicamente suya.



Art Spiegelman’s Co-Mix: A Retrospective. The Jewish Museum. Nueva York. Hasta el 23 de marzo.

www.antoniomuñozmolina.es

Mafalda, una niña de 50 años



El popular personaje de Quino cumple este 2014 cincuenta años y aunque sus tiras no se publican desde 1973, sigue siendo una figura reconocida a nivel internacional, con fans en casi cualquier rincón del planeta.

CARMEN LÓPEZ 07 DE MARZO DE 2014

Mafalda 

Mafalda, esa niña argentina de pelo negro y mente inquieta, cumple este año medio siglo. Pese a que cualquier ser humano con su edad ya sería considerado un adulto en su madurez, ella sigue conservando el apelativo de niña, ya que así es como se la conoce y se ha mantenido en el imaginario colectivo: una chiquilla precoz y preocupada por el devenir de la humanidad, cuestionadora del orden establecido pero, en el fondo, siempre positiva.

La fecha de su aniversario fue motivo de cierta polémica hace un par de años, cuando sus fans decidieron celebrar su medio centenario tomando como referencia el momento el que Joaquín Salvador Lavado —más conocido como Quino— dibuja por primera vez al personaje dentro de una tira cómica destinada a promocionar la marca de electrodomésticos “Mansfield”, de la empresa Siam Di Tella. El encargo vino por parte de la agencia Agens Publicidad a través del también humorista y amigo de Quino Miguel Brascó y tenía como principales requisitos la aparición de electrodomésticos y que los nombres de los personajes empezasen por la letra “M”. La campaña no prosperó aunque sirvió como embrión de esas historietas que más tarde llegarían a ser internacionalmente conocidas.

El propio Quino publicó en su página web oficial un comunicado en el que confirma que: “El día de su primera publicación fue el 29 de septiembre de 1964 en la revista Primera Plana”, día que debe ser considerado como cumpleaños de Mafalda. Asimismo, en el mensaje también se aclara que: “El malentendido se debe a que en una tira del propio Quino publicada (el 15 de marzo de 1966) en el diario El Mundo habría nacido en 1960 y a que en la biografía publicada (el 2 de junio de 1968) en la revista Siete Días dice que nació “en la vida real” el 15 de marzo del 62. Ni una ni otra fecha son de tener en cuenta”.

Mafalda
Mafalda cumple 50 años el 29 de septiembre de 2014, pero siempre seguirá siendo una niña.
Las tiras de Mafalda —cuyo nombre viene de uno de los personajes de la película argentina Dar la cara de David Viñas— se publicaron primero en la mencionada revista Primera Plana y posteriormente en el diario argentino El Mundo y en el semanario Siete Días Ilustrados. La última vez que se publicó en este formato fue el 25 de junio de 1973 y desde entonces su autor solo la ha rescatado en momentos puntuales, como para ilustrar la campaña de los diez derechos de los niños de UNICEF, a finales de los años 70, en la que la propia Mafalda advertía: “Y estos derechos a respetarlos ¿Eh? No vaya a pasar como con los diez mandamientos”.

El motivo de que Quino dejase de dibujar a Mafalda fue meramente personal o, al menos, así lo ha declarado siempre el autor. En la breve biografía que se puede consultar en su web , explica que: “Ya no siente la necesidad de utilizar la estructura expresiva de las tiras en secuencia”. Curiosamente, hace unos años se propagó un rumor -especialmente popular en México- en el que se apuntaba a una posible muerte del personaje atropellada por un camión de sopa (alimento que Mafalda odia con las mismas fuerzas con las que ama a los Beatles). Quino lo negó públicamente en una visita a dicho país en 2008, pero también sostuvo que no volvería a dibujarla ya que los ideales que reinaban en la época en la que se publicaban sus tiras “se han diluido”.

Su aniversario ha motivado una serie de acciones como la Mini expo - Mafalda, una niña de 50 años que se ha podido ver en la embajada de Argentina en París y que actualmente y hasta el mes de mayo visitará Samarante y Nápoles, en Italia. Además, en la web oficial del autor se puede hacer un repaso por la ficha de los personajes —desde Mafalda a Libertad, la última en unirse al grupo—, en la que se incluye: nombre, edad, sexo, filias, fobias y fecha de aparición.

En España, por el momento y a falta de confirmación de otras iniciativas, la editorial Lumen (que desde hace décadas publica los libros de Quino en el país, ahora perteneciente al grupo Penguin Random House) ha lanzado una edición especial aniversario del recopilatorio Todo Mafalda 1964-2014). Una buena oportunidad para recuperar a un personaje universal y atemporal casi desde su nacimiento, del que el propio Julio Cortázar llegaría a decir: “No tiene importancia lo que yo pienso de Mafalda. Lo importante es lo que Mafalda piensa de mí".

Mafalda
Mafalda es una chiquilla precoz y preocupada por el devenir de la humanidad, cuestionadora del orden establecido pero, en el fondo, siempre positiva.


Las viñetas que se reconocen de lejos


Los chistes Forges nacieron una noche de guardia en Televisión Española
En mayo se cumplen 50 años desde la publicación del primero de ellos en el diario ‘Pueblo’
Sus personajes y sus juegos de palabras forman ya parte del imaginario colectivo
Un tributo a su inconfundible humor “con buena leche” acompañado de cinco viñetas

ÁLEX GRIJELMO 10 MAR 2014


El viñetista, Antonio Fraguas, Forges. / FEDE SERRA



Antonio Fraguas, Forges, no empezó con un dibujo, sino con 40. Estaba de guardia el 19 de marzo de 1963 en su puesto de telecine en Televisión Española y sin nada que hacer en pleno puente de San José Obrero. Se sentía como un vigilante militar, oteando el horizonte por si aparecía algún enemigo imposible. Así que se dio una vuelta por el departamento de decoración y rotulación, y encontró por allí papeles y bolígrafos. Le entraron ganas de dibujar y se largó de repente nada menos que 40 chistes.

Esas viñetas comenzaron a circular entre sus compañeros, que ya le habían identificado antes como un tipo realmente chistoso. Lo recuerda, por ejemplo, José María Íñigo, quien dirigía y presentaba entonces los programas estelares de TVE. En una ocasión, a Íñigo no le hizo mucha gracia que Antonio Fraguas desatendiera sus labores como mezclador de imagen en el control central del Estudio 1 de Prado del Rey durante la grabación de uno de sus exitosos espacios; así que le recriminó: “Déjate de hacer dibujitos y pon atención a los monitores, o nunca llegarás a nada”. Íñigo se ríe ahora de aquella profecía, claro. Pero reconoce que se lo dijo en serio, “aunque con esa familiaridad que da trabajar semanalmente durante años en el mismo programa”, precisa.

Aquellos dibujos llegaron algún tiempo después a las manos de Jesús Hermida, quien entonces simultaneaba su presencia en la televisión incipiente y única con un empleo como redactor jefe de información local en el diario Pueblo. Este periódico vespertino y popular (grandes titulares, mucha farándula) tenía entre sus jefes a Jesús de la Serna, a quien le gustaron las ocurrencias de un desconocido de 21 años que trabajaba en el área técnica de TVE. Le hizo llamar, gracias a la mediación de Hermida, y le dijo: “Haz un dibujo para mañana. Si te sale bien, publicas todos los días”.

Todos los humoristas repetimos mecanismos, pero él siempre se renueva, dice Quino, el ‘papá’ de mafalda
Parece que la prueba salió bien, porque entre Hermida y él decidieron inventarse la sección El cómic del oso y el madroño, muy de Madrid. Y desde entonces Forges no ha parado; exactamente desde el 13 de mayo de 1964, en que se publicó el primer dibujo, hasta hoy. Fecha en la que ya ha celebrado los 72 años de vida y en la que tampoco piensa parar.

Ahora se cumple medio siglo, en efecto, desde aquel estreno, y con ese motivo la editorial Espasa acaba de publicar El libro de los 50 años de Forges, que recoge sus mejores dibujos de cada uno de esos cinco decenios, seleccionados por el propio autor y acompañados de la contextualización necesaria, década por década.

El éxito de esos chistes primigenios en el escaparate del diario madrileño le sirvió para que le pidieran enseguida colaboraciones desde distintos semanarios. La firma de Forges se expandiría así hacia otras publicaciones, entre ellas La Codorniz.

Esa revista mítica del humor durante el franquismo (autodenominada “la revista más audaz para el lector más inteligente”), dirigida por Álvaro de Laiglesia, reunió a muchos de quienes hoy todavía son considerados los mejores dibujantes del humor español, incluso a título póstumo: Mingote, Gila, Chumy Chúmez, Perich, Andrés Rábago (entonces firmaba como Ops, ahora lo hace como El Roto), Serafín, Máximo, Tono, Mena… y Forges, claro. A veces sorteaban la censura, a veces se estrellaban contra ella. Un día, alguien de la empresa editora enloqueció y los despidió a todos. Se murieron de risa y crearon otra revista, Hermano Lobo, que aguantó viva (como los restos de La Codorniz) hasta la llegada de la democracia, si bien muchos de sus colaboradores (entre ellos, Forges) se pasarían más tarde a Por Favor, también de corta vida.


Una viñeta correspondiente a la primera década (1964-1974) como dibujante de Antonio Fraguas, Forges, con las mujeres de pueblo Cosma y Blasa de protagonistas. / FORGES

De aquellas aventuras nació un grupo de humoristas que compartirían alborotos y contraseñas, y que armaron un buen ambiente que perdura todavía hoy entre los dibujantes españoles, amigos y compañeros a pesar de competidores. En esa pandilla convivieron, por ejemplo, Antonio Mingote (quien sería el humorista de referencia en Abc, diario monárquico de la derecha) y Miguel Gila (de clara herencia izquierdista y republicana). Y se entiende bien tal mezcla cuando lo explica el propio Forges: “Antonio Mingote era un liberal. Pero un liberal de verdad. Sufrió muchos ataques de la ultraderecha, que le enviaba anónimos amenazantes”. En eso podían comprenderse y reconocerse todos.

La confusión triunfaba en aquel tiempo. El propio Antonio Fraguas colaboró en las páginas culturales del diario Arriba, órgano oficial del Movimiento (el partido único durante el franquismo). Forges todavía habla con cariño de Rufo Gamazo y Cristóbal Páez, que le llevaron a esas páginas. Y sí, allí estaban también, en comandita, Máximo, Perich… ¿Cómo era posible? “Es que los censores no se leían el Arriba”, recuerda Forges. “Ese periódico no les preocupaba”.

El libro de los 50 años de Forges permite encontrar todos los Forges que hay en Antonio Fraguas: el que juega con las palabras, el que ironiza, el que usa la sátira, el solidario, el feminista, el tierno… Y también invita a deducir su influencia en todos los humoristas a los que ha ido contagiando, a la vez que ellos le contagiaban a él.

Aquellos genios que coincidieron en La Codorniz, y luego en el resto de sus vidas, siempre estuvieron en contacto. Ahora más por teléfono (“¿te han llamado a ti para esto?, ¿y has dicho que sí?”), porque se consultan de vez en cuando; y también coinciden en algunos actos y encuentros, sobre todo en los promovidos por el Instituto Quevedo del Humor, creado por la Fundación General de la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid).

Así que no es de extrañar que, entre unas cosas y otras, en los primeros chistes de Forges se vislumbren algunos similares que llegarían más tarde con El Roto, o con Gila, incluso con los argentinos Les Luthiers. Muchos Forges dentro de Forges.

Da la sensación de que Antonio Fraguas ha ejercido como si fuera un buen repartidor de pizzas. A uno le entregó la de los siete quesos (quizá eran cuatro); a otro, la margarita; a otro, la pizza hawaiana (quizá era “tropical”); al de más allá, la de prosciutto. Y cada receptor del producto se dedicó luego a fabricar y mejorar lo que le había correspondido en el reparto.


La viñeta (1974-1984) con Mariano (personaje abandonado en los últimos años para que no se interprete alusión al actual presidente del Gobierno) y una Maciza echándole ceniza en el sombrero. / FORGES

Porque algo de lo que luego sería El Roto se adivina tal vez en un chiste de Forges en el que un señor aparentemente adinerado le dice a su conductor:

–Bautista, hoy me siento caritativo. Atropelle a alguien para poder indemnizarle.

O en otro con el siguiente diálogo entre dos hombres:

–Hoy es el día del libro.

–Sí, ya lo he quemado.

Y cómo no ver a Gila en la conversación que sostienen Blasillo y su amigo mientras caminan por el campo:

–Hoy he ido a la Biblioteca Municipal para pasar el rato, pero resulta que ya había leído el libro.

A lo que el otro contesta:

–Yo, tres veces.

Claro, en aquellos tiempos veraneaba Forges en El Espinar (Segovia), y la biblioteca del pueblo solo tenía disponibles La Ilíada, La Odisea, un libro de poemas de Manuel Machado, la edición española de la revista del ejército alemán Signal y la Enciclopedia de la juventud.

Y quién sabe si por algún camino Les Luthiers conocieron el siguiente chiste de los primeros años de Forges, concebido en los tiempos del pluriempleo y referido a los procuradores franquistas (es decir, a quienes se sentaban en el Hemiciclo que hoy ocupan los diputados de la democracia):

–¿Es usted procurador?

–Sí, señor.

–Pues a ver si me puede procurar alguna cosa para por la tarde de 4 a 9.

Porque, sí, incluso los argentinos Les Luthiers formaron parte de ese grupo bienhumorado. Daniel Rabinovich lo recuerda desde Buenos Aires: “Conocí a Antonio en casa de mi querido y admirado José Luis Coll. Jugábamos a las cartas unos cuantos amigos; recuerdo a Chumy Chúmez y Manuel Vicent, entre otros. Poco tiempo después, cuando algunos de ellos participaban en el programa de Luis del Olmo, los miércoles, en El debate sobre el estado de la nación, fui invitado como diputado de Argentina y me divertí mucho”.

Les Luthiers, añade Rabinovich, considerarían un honor que se viera algo de Forges en ellos. “Siempre lo admiré a Antonio por sus ideas y la elegancia de sus globitos, por su particular lenguaje, lleno de inventos, y por el audaz y certero mecanismo de humor para señalar cosas de la realidad de todos nosotros. Y no es fácil hacerlo cotidianamente… Muy a menudo abro la página web de EL PAÍS solamente para encontrarme con él y disfrutar de sus viñetas. Y también trato de escucharlo los fines de semana en Radio Nacional, a través de Internet”. Rabinovich aprovecha el diálogo para enviarle un abrazo: “Felices 50 añitos con el dibujo. Creo que ya debes haber aprendido…”.

Antonio Fraguas no cree tanto en esas influencias: “Es que el sentido del humor es un sensus universalis. Yo también habré recogido herencias, no sé. El humor es uno y un millón”.


Los jóvenes amigos Blasillo y Cosme filosofando (1984-1994). / FORGES

Quino, Joaquín Lavado, coincide en elogiar esa originalidad de Forges: “Todos venimos de algún sitio. Con uno piensas: ‘Esto viene de Chumy’; con otro: ‘Esto viene de Gila’… Pero este tío salió con unas cosas que no se parecían a nada”.

El papá de Mafalda –y de una interminable lista de escenas geniales después de Mafalda– proclama su “admiración inabarcable” hacia Forges desde siempre. Ahora lo sigue en EL PAÍS (diario al que llegó Fraguas en 1995, desde El Mundo). El dibujante argentino, que pasa una temporada en Madrid, añade: “No solo le admiro por su discurso, no solo por el tipo de dibujo, sino también porque todo el humor que tiene es una novedad, y la renueva día a día, es increíble. Todos repetimos ciertos mecanismos, pero es que él se renueva siempre”.

En eso siguió Forges el consejo de su padre cuando le pidió permiso para ser dibujante profesional: “Vale. Pero tienes que ser siempre original. Que se vea a 15 metros que un dibujo es tuyo”. Y él se puso a la tarea:

–¿Qué, papá: se ve ya que es mío?

Eso explica los característicos bocadillosque envuelven las palabras de sus personajes, y que se reconocen a distancia. Los comenzó a plasmar cuando Jesús de la Serna se lo llevó con él de Pueblo a Informaciones.

También se distinguió Forges en el bocadillo mismo. Por entonces, los dibujantes enviaban su viñeta y, aparte, el pie que la acompañaba, que se componía luego en texto de plomo.

Sentado en una mesa del café madrileño El Espejo, lugar que dice tener como oficina, Forges cuenta que eso respondía a una razón concreta: “Yo pensé que les facilitaba la vida a los del periódico si el texto se lo ponía en el dibujo. Así no tenían que componerlo en la linotipia y colocarlo en la caja de plomo. Iba todo junto. Imaginé que si algún día debían elegir entre mi dibujo y el de un humorista que entregara el pie aparte, elegirían el mío. Mi sistema era más fácil y evitaba las confusiones”.

Los personajes forgianos van apareciendo en el libro conmemorativo por orden de creación. Ahí están Blasillo, los náufragos, y Romerales, y Mariano (arrinconado en estos últimos años para que no se interpretara alusión al actual presidente del Gobierno)… y Concha, esa señora gorda, vestida a menudo con bata de andar por casa y tocada con un moño. ¿No será eso una deformación de la imagen de la mujer española? ¿No habrá levantado ampollas entre las feministas? “Nunca he recibido quejas”, responde Forges. “Casi todos los humoristas hemos tenido líos por nuestros dibujos, y falsas interpretaciones… La verdad es que yo con eso no he tenido problemas. Quizá porque se nota mucho que es un chiste. Pero, de todas formas, Concha ha ido adelgazando, acompañando la evolución de la mujer española. Ahora aparece delgada y con un libro en la mano”.

Y cómo no entrever a José Luis Coll en los juegos de palabras: estupendérrimo, bocata, esnafrarse.

¿Cuál será la etimología de esnafrarse? Está clarísima: “La etimología de esnafrarse”, contesta Forges, “es que íbamos mi amigo Antonio y yo en una bicicleta, y se nos soltó el manillar. Yo le grité: ‘¡Tírate!’, pero no se tiró. Yo me tiré, pero él se pegó una chufa contra una pared. Y entonces dije: ‘Se ha esnafrado’. Me salió así. Mucho tiempo después me enteré de que en gallego existe esnafrarse, que equivale a escarallarse. Pero mi padre, que era gallego, no hablaba nunca en gallego, y jamás le había oído esa palabra”.


Una cena noble en tiempos de crisis (1994-2004). / FORGES

¿Y los sufijos en –ata?: bocata, cubata, tocata, segurata… Las tres primeras han entrado en el Diccionario, donde se anota esa formación con el sufijo jergal –ata. Forges aclara: “Bocata sí que lo inventé yo, y tocata también. Pero cubata y segurata, no”. Esa manera de llamar al bocadillo, al cubalibre, al tocadiscos y al vigilante parte de los propios recursos del idioma, los mismos que nos dan “caminata” o “perorata”, aunque tal vez un poco dislocados para la ocasión, como sucede con estupendérrimo.

Otro apartado del léxico de Forges lo forman esos inglesismos (por distinguirlos de los anglicismos) que aparecen en la boca de algunos de sus personajes: formidéibol, incrédibol… ¿Y por qué? “En mi época escolar, todos estudiábamos francés. La clase media española estudiaba francés. Pero llegaron los superpijos y se pusieron a estudiar inglés. Entonces yo le tomo el pelo de esa forma a ese estrato social, porque empezaban a decir palabras en inglés sin saber a veces ni qué estaban diciendo”.

El vocabulario forgiano (cuyo diccionario se incluye al final del libro) ha dado lugar a sesudas tesis doctorales en dos universidades extranjeras (Lovaina y Praga) y cuatro españolas (Complutense, Autónoma de Madrid, Autónoma de Barcelona y Valladolid; de ellas, tres en lingüística y una de enseñanza de la historia, por la forgérrima Historia de aquí publicada en los años ochenta).

Debió de resultarles divertido a todos los doctorandos analizar palabras como firloyo, esforciar, muslamen o firulillo; y buscar en sus adentros la raíz, la etimología, o más bien la chispa del genio. Antonio Fraguas se apasiona con el idioma y la gramática, y arropa su intuición lingüística con muchas lecturas, lo que se traslada a los siempre cuidados textos de sus viñetas.




Sátira política de estos últimos 10 años. / FORGES

Cuando las termina, le gusta reírse con ellas. Su esposa, Pilar Garrido, siempre anda cerca de los rotuladores del artista y le suelta sus opiniones con sinceridad. Y le critica. “Pero no me hace caso”, precisa Pilar . “Y luego me dice que tienen más éxito los dibujos que a mí no me gustan”.

Pero a ella va dedicado el libro, por algo será. Sus páginas permiten apreciar la solidez del artista y de sus convicciones, y también la resistencia ante la crueldad del tiempo que pasa. Qué actuales algunos chistes.

Por ejemplo, en uno de los más antiguos, publicado en el diario Arriba en los años setenta, un hombre le susurra a otro ante una taza de café, y en referencia a un tercero que pasa por allí cerca: “Fíjate si será rico que está de Rodríguez García López González de Saavedra”.

Y en una viñeta titulada Ingenieros, destinada a una revista universitaria, se lee: “Y entonces te dan un título y lo cuelgas de la pared y ya te puedes morir de hambre”.

Y en un dibujo de los años ochenta, publicado en Diario 16, se ve a un hombre contorsionado en un sillón, cabeza abajo y con los pelos tiesos, que está leyendo un papel. El texto escrito a mano sobre el dibujo dice: “Catedrático de lógica intentando descifrar el recibo de la luz”.

‘Firloyo’, ‘esforciar’, ‘muslamen’ ‘firulillo’ y ‘bocata’ son algunos de los éxitos del diccionario Forgiano

El veterano grupo de humoristas que se reunió en torno a La Codorniz se ha ampliado hoy día, sin perder el viejo buen ambiente y el compañerismo. Juan Carlos Ortega, uno de los nuevos exponentes del humor español (La mitad invisible, en La 2, y también en la cadena Ser y en Radio Nacional), descubrió con ocho años de edad a Forges en un libro de la colección de RTVE dedicada al humor gráfico español. Y lo admiró ya para siempre: “Forges representa, en el humor, algo muy parecido a la bondad. Hoy día se lleva una suerte de humor teñido con eso que algunos, a modo de incomprensible elogio, llaman ‘mala leche’. Antonio demuestra, por el contrario, que es más eficaz ser crítico desde la luz. Forges es ‘la buena leche”.

Y eso también se ve desde lejos.


 El Pais 10.03.14


jueves, 13 de marzo de 2014

Se reedita 'La Cosa del Pantano' de Alan Moore

Se reedita 'La Cosa del pantano', la primera obra maestra de Alan Moore

·                                 La serie acumuló numerosos premios e hizo al cómic más adulto
·                                 Y Moore encabezó una oleada de guionistas británicos en EE.UU.
·                                 Una etapa que se reedita en seis estupendos volúmenes


JESÚS JIMÉNEZ 11.03.2014

La Cosa del Pantano (ecc ediciones), de Alan Moore, es uno de los mejores cómics americanos de la historia, uno de los más premiados y además el inicio de una nueva época, en el mundo del cómic, por dos razones. 
La primera: significó el desembarcó de Alan Moore en Estados Unidos, como punta de lanza de una generación de guionistas británicos que crearían historias más adultas y tramas más complejos, dando lugar a obras como Watchmen, del propio Moore, o Dark Night de Frank Miller.
La segunda: el género del terror experimentaría una revolución, con historias más oscuras pero también más intensas e interesantes. No olvidemos que John Constantine (Hellblazer) nació como  un personaje secundario de la etapa de Moore en esta colección. Y La línea de Vértigo (cómics para adultos con títulos imprescindibles como Sandman o Predicador), no existiría sin La Cosa del pantano y Alan Moore.
Ahora ecc ediciones reedita esta etapa, al completo, en seis estupendos volúmenes.
Portada del primer tomo de ’La Cosa del Pantano de Alan Moore’ecc ediciones


Si no te convence el personaje: ¡Mátalo!

La cosa del pantano fue creada en 1972 por el guionista Len Wein y el dibujante Bernie Wrightson, que realizaron una decena de números que ya son clásicos del cómic. En ella nos contaban la historia de Alec Holland, un científico que era asesinado en el pantano, envuelto en productos químicos, y regresaba a la vida como un monstruo.
Pero cuando abandonaron la colección esta languideció enseguida hasta desaparecer. Y no habría resucitado si no fuese por Wes Craven (Pesadilla en Elm StreetScream) que se empeño en hacer una película sobre el personaje (bastante floja, todo hay que decirlo)
Pero no podía haber una película sobre un personaje que no tenía colección, así que la Cosa volvió al pantanoso terreno de los cómics en una serie bastante correcta. Pero a la altura del número 20, Len Wein decidió contratar a un guionista que estaba despuntando en Inglaterra, con series como Miracleman o V de Vendetta (Aunque no había terminado ninguna de ellas).
¡Y lo primero que hizo Moore fue matar al personaje!
Página de ’La Cosa del pantano’, de Alan Moore, Steve Bisette y John Totleben

Una lección de... como hacer un cómic

Tras matar al personaje en el primer episodio, Moore decidió empezar de cero e hizo una autopsia literal y figurada de la Cosa del Pantano.
En La lección de anatomía, su segundo número como guionista, sentó las bases para lo que sería la colección, un relato de terror pero también una historia de amor de la Cosa con el pantano y con su novia, Abby Arcane.
Lo primero que hizo Moore fue despojar al personaje de sus órganos internos y con ellos de su humanidad. Aunque La Cosa del Pantano creía ser Alec Holland, se equivocaba. No se trataba de un hombre convertido en monstruo sino de mucho más, aunque su nuevo estatus en el Universo DC lo iríamos descubriendo poco a poco. Pero podemos asegurar que se convirtió en "el campeón de lo verde", en una auténtica fuerza de la naturaleza.
Y la colección entró en una parcela del terror que pocas veces se había estudiado antes, con episodios realmente espeluznantes, como esta Lección de anatomía. Pasó del terror gótico de los episodios de Len Wein al terror psicológico.
Aunque Moore sabía mezclar el horror con la defensa de la ecología, la crítica a las desigualdades sociales y otros temas de actualidad.
Página de ’La Cosa del pantano’, de Alan Moore, Steve Bisette y John Totleben

Imágenes que ya forman parte de la historia del cómic

Durante su etapa en La Cosa del Pantano, Moore se arriesgó a ir más allá en cada episodio, sin temer la caída en picado en lo ridículo. Y así consiguió llevar las historias hasta sus últimas consecuencias, como nunca antes se había visto en un cómic.
Para ello fueron fundamentales Steve Bisette y John Totleben, cuyo abigarrado dibujo, se compenetraba a la perfección con los mundos de pesadilla y los demonios interiores y exteriores de Alan Moore, consiguiendo páginas en las que la vegetación se adueña por completo de la escena y logrando imágenes absolutamente terroríficas, como los sueños de Abby, la novia de la Cosa del Pantano.

Un equipo creativo que tras unas primeras historias cortas se embarcó en una macrosaga, American Gothic en la que recuperó a casi todo el panteón de personajes sobrenaturales y mágicos del Universo DC, que estaban acumulando polvo, como Demon, El Fantasma, Dead Man, Zatanna y una nueva creación, John Constantine, con el rostro de Sting y su sempiterna gabardina. Un secundario que enseguida tendría su propia colección.

Pero para leer esa saga tendremos que esperar a los siguientes volúmenes de esta estupenda recopilación de una de las mejores colecciones de la historia del cómic americano y que ya presagiaba otras obras fundamentales de Moore como Watchmen.

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lunes, 10 de marzo de 2014

El Salón del Cómic reivindica la función social y crítica del humor gráfico

El Salón Internacional del Cómic de Granada ha mezclado hoy el valor de las viñetas como vía de protesta y reivindicación social con el 'frikismo' de cientos de jóvenes que hacían cola antes de la apertura disfrazados y dispuestos a explorar las 200 actividades de este año.

El Salón Internacional del Cómic de Granada ha mezclado hoy el valor de las viñetas como vía de protesta y reivindicación social con el 'frikismo' de cientos de jóvenes que hacían cola antes de la apertura disfrazados y dispuestos a explorar las 200 actividades de este año.

El recinto ferial de Armilla (Granada), la sede de la XIX edición del Salón Internacional del Cómic, dedicada al humor gráfico, se ha convertido desde primera hora de hoy en un hervidero de jóvenes con los atuendos más dispares mezclados con veteranos autores y editores nacionales e internacionales.
El Salón dedica su programación a destacar las aportaciones del humor gráfico, con un recorrido histórico que repasa el reflejo de la sociedad desde la España franquista que captó Andrés Vázquez de Sola, periodista, dibujante y colaborador de medios como Le Monde, a la acidez de autores como Manel Fontdevila, que firma el cartel de este año.
Fontdevila, habitual de la revista El Jueves, y su compañero de publicación Albert Monteys, han resaltado para Efe el valor del humor gráfico en tiempos convulsos y han destacado que sus obras traducen la actualidad en imágenes "como una lectura rápida pero también con humor".
"La gente tiene ganas de que se frivolice, que incluso se falte al respeto. Decir que necesitan el chiste puede sonar pedante, pero es así", ha subrayado Fontdevila, que ha apuntado el valor del humor gráfico como posibilidad de crítica.
Algunas de sus obras han provocado críticas, denuncias y hasta el secuestro de uno de los números de El Jueves, pero estos dos dibujantes han incidido en que "no somos editorialistas, somos cómicos" para explicar que, en algunas ocasiones, se les toma demasiado en serio.
"Antes, con la censura, el humor gráfico servía para decir lo que en las informaciones no estaba permitido. Antes hacía una labor muy importante, ahora se ofrece otro matiz de la realidad", han señalado Fontdevila y Monteys, que han incidido en que estas viñetas "siguen cumpliendo una función".
Armilla ha acogido además en la segunda jornada del Salón del Cómic charlas y conferencias sobre el futuro del cómic y las editoriales especializadas, como la que ha ofrecido el editor y propietario de EDT, Joan Navarro, que ha lamentado que casi el 30 % de las novelas gráficas y cómic que se consumen en el país respondan a descargas piratas.
"Hay que cambiar el modelo, ahora el autor va por ferias, librerías o salones como éste a vender originales firmados y algún libro, porque de los ejemplares ya no vive nadie", ha declarado a Efe.
El Salón ha proyectado además hoy el documental 'Trazos de una vida', que aborda la trayectoria de Andrés Vázquez de Sola y ha encontrado su lado más 'friki' en las competiciones de karaoke o el cosplay, un concurso de disfraces que ha llenado el recinto de decenas de imitadores de los protagonistas más dispares de mangas y cómics.
El director del Salón, Alejandro Casasola, ha confiado en superar este año los 30.000 visitantes de la anterior edición con una programación de doscientas actividades que incluye exhibiciones de esgrima histórico, kenjutsu o Muay Thai, talleres de iniciación al Aikido y el Ninjutsu o dieciocho microconferencias sobre proyectos exitosos.
Esta XIX edición ofrecerá además 250 encuentros entre autores y editores y estudios del sector como Animacion Happy Trails Animation (EEUU), la agencia francesa Makma o la española Infinitoons, para facilitar la incorporación laboral de artistas y la edición de sus trabajos.
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