lunes, 4 de noviembre de 2013

NATIONAL GEOGRAPHIC

TEXTO: SERGI RAMIS




En acción. El fotógrafo Volkmar Wentzel aparece sobre su vehículo en Bundi (Rajasthan), en 1940.  

Dicen las crónicas oficiales que hacía frío aquella noche de enero en que 33 distinguidos caballeros se reunían en el Cosmos Club de Washington con la intención de fundar una nueva sociedad. Será verdad, porque los textos de la National Geographic Society (NGS) gozan del prestigio de ser absolutamente fiables. Incluso se conoce el dato de que, por la falta de una coma que desvirtuaba una frase, una vez las rotativas se pararon cuando la revista ya estaba a medio imprimir. La incorporación de ese insignificante signo de puntuación le costó a la Geographic 30.000 dólares en gastos (unos 3.600.000 pesetas), pero el honor de la sociedad había quedado a salvo, y su hoja de servicios, sin mácula. Con más de un siglo de existencia, esa organización geográfica se ha convertido en la mayor institución social, científica y educativa no lucrativa del mundo. Sus expediciones y su bandera han estado en los lugares más insólitos de este planeta y de fuera de él; su revista es una referencia obligada cuando hablamos de calidad fotográfica o claridad en los textos; sus programas de educación ambiental o geográfica son seguidos por decenas de miles de escolares; sus fotógrafos son los más reputados; sus becados, los más envidiados...

Y, sin embargo, los primeros tiempos fueron duros y vacilantes. Se partía con dos buenas bazas: en primer lugar, los miembros fundadores no eran sólo un grupito de señores cargados de buenas intenciones. Todo lo contrario. Entre los que el 13 de enero de 1888 dieron a luz a la National Geographic Society se hallaban destacados geógrafos estadounidenses: Adolphus Greely, que había estado en el Ártico; John Powell, explorador del río Colorado, o George Keenan, que había cruzado Siberia sobre un trineo de perros.

Otra ventaja para que la NGS acabara triunfando: los tiempos le eran favorables. Las grandes exploraciones de conquista estaban llegando a su fin. Las potencias coloniales ya habían hecho el reparto del mundo y ahora los territorios debían conocerse más que poseerse. La Real Sociedad Geográfica de Londres había sido la protagonista de las décadas precedentes. Un país emergente, el próximo líder del mundo, necesitaba contar con su propia sociedad geográfica para emular las hazañas de ingleses o franceses en junglas, montañas y desiertos.

Pero la National Geographic Society, que hoy abruma por sus dimensiones, hubiera sido otra cosa de no contar con un tronco tan sólido como su revista.

El boletín de la NSG empezó a aparecer ese mismo 1888, aunque su periodicidad no quedó clara, y tuvieron que pasar siete meses para ver la segunda entrega. Fiel a los principios tipográficos y estilísticos de finales del siglo pasado, la revista era abigarrada, carente de ilustraciones y, para los gustos de hoy, decididamente fea. Es más, la primera junta, presidida por Gardiner Green Hubbard, le dio un toque un tanto técnico y erudito,







Consejo de Redacción en 1967.

Eterno objetivo. Los chimpancés han sido objeto de estudio en la sociedad, como este macho que acaricia a la naturalista Jane Goodall. Michael Nichols. Congo, 1990.

Los elementos. El fotógrafo captó esta impresionante y súbita tromba de agua mientras esperaba que el relámpago le sirviera de flash. Fred K. Smith. Okeechobee, Florida, 1991.

Las profundidades. Visión de la inmersión de un robot medidor en la bahía más profunda
 de Japón, bajo el monte Fuji. David Doubilet y Kenji Yamaguchi. Suruga Bay, Japón, 1989.

Los animales. La línea de la tijera del trasquilador señala la longitud que alcanza la lana de las ovejas merinas australianas al cabo de un año. Cary Wolinsky. Victoria, Australia, 1986.

 Pioneros. Robert E. Peary coloca la bandera de Estados Unidos en el Ártico (1906). 



Imágenes de Hiram Bingham en su ascenso al Machu Picchu en 1911. 

poco acorde con las teorías divulgativas que habían llevado a fundar la sociedad. Las primeras críticas llovieron porque el gran público no podía entender la revista.

Los primeros años de vida de la NGS fueron un tanto letárgicos. La iniciativa pionera en marcar el camino de lo que sería la política de la sociedad tuvo lugar en 1891. En coordinación con el Servicio de Geología de Estados Unidos se financió una expedición para explorar la Saint Elias, una montaña de Alaska fronteriza con Canadá. Se localizó el pico más alto de ese vecino país, y un nuevo glaciar hallado durante el viaje quedó bautizado con el nombre del presidente de la National Geographic.

Los problemas más graves de la NGS en esta primera etapa son económicos. En 1896, en un intento de mejorar las finanzas, la revista se convierte en mensual, que no sólo se distribuye entre los socios, sino que se vende en quioscos a 25 centavos la copia. La portada pasa ocasionalmente del sobrio marrón a un amarillo chillón, color que una década y media más tarde se convertiría en una de sus señas de identidad. Ese mismo año de 1896, una joven zulú marcó un hito en la historia de las publicaciones de viajes: apareció su foto con los pechos desnudos.

En 1898 murió el primer presidente de la NGS, Gardiner Hubbard. Al frente de la sociedad se puso su yerno, Alexander Graham Bell, conocido mundialmente por ser el inventor del teléfono. En la fuerza y el ingenio de este hombre reside el despegue, en prestigio e implantación, de la National Geographic Society.

Decidido a terminar con los problemas económicos, Bell resuelve que no será la sociedad la que sufrague la revista, sino al revés. Nombra editor a Gilbert Grosvenor, que se convertiría en el hombre más importante de la historia de la NGS en sus 55 años en el cargo, y le entrega la responsabilidad de sacar a flote una institución que tiene como sede media habitación equipada con una mesa y dos sillas. Bell le da a Grosvenor una consigna chocante sobre la línea que debe seguir la revista: "El mundo y todo lo que hay en él es nuestro tema".

En los primeros años del siglo XX empiezan a mejorar las cosas. Bell y Grosvenor forman un equipo demoledor, y aún quedan románticos —o ambiciosos— que desean protagonizar gestas geográficas. La National Geographic suele apoyarles.

Cuando Robert Peary llega al Polo Norte, el 6 de abril de 1909, planta una bandera de EE UU que le había entregado el presidente de la NGS, y que ya le había acompañado en todos sus intentos fallidos (1891, 1900 y 1906). Hoy, los restos de esa enseña son uno de los trofeos más admirados de la Sala de los Exploradores que la sociedad tiene en su edificio central de Washington.

Se ha iniciado el periodo más vigoroso de la NGS. El de 1904 había sido el primer ejercicio con beneficios, la cifra de socios rondaba los once mil y ese mismo año se había publicado un reportaje eminentemente gráfico (más de 40 páginas de fotos) sobre la capital del Tíbet, Lhasa, con gran aceptación.

Y todo ese auge se desarrollaba en un ambiente familiar. La bandera de la National Geographic Society fue diseñada por la mujer de Grosvenor (azul del cielo, marrón de la tierra,, verde del mar), y en la revista aparecían artículos sobre cometas porque sus directivos eran muy aficionados a ellas. De esa primera fracción del siglo XX son también las reglas de oro en las que se cimentó el éxito de la revista: abundancia de ilustraciones, narraciones en primera persona, publicación de temas de interés permanente y ausencia de reportajes conflictivos, polémicos y que enseñaran la cara amarga de los países o la vida. Este último aspecto le valió a la sociedad críticas durante muchos años.
 Alexander Graham Bell, a la derecha, y su yerno, Gilbert H. Grosvenor, dos de los pioneros.

Las aventuras. George Shiras en acción, uno de los pioneros de la fotografía nocturna, en 1906.

Richard Byrd, bajo los hielos de la Antártida, en 1934.

En el abismo. La imagen de la izquierda fue obtenida por Eric Valli a más de 30 metros de altura al oeste de Nepal, en 1987, siguiendo la pista de un cazador de miel. 

 Al detalle. La división de cartografía de la sociedad es una de las más prestigiosas del mundo. Realizan algunos de los mapas más precisos.



 Hasta el crash de 1929, la NGS vive un crecimiento imparable y sus expediciones son exitosas y espectaculares: Richard Byrd y Floyd Bennett volaban en avioneta sobre el Polo Norte orientándose con una brújula diseñada por un cartógrafo de la Geographic; más tarde sería Byrd, en solitario, quien repetiría la experiencia, pero esta vez en el Polo Sur; la expedición a Katmai (Alaska) descubriría el valle de las Diez Mil Fumarolas; el fotógrafo de la NGS Owen Williams estuvo presente en el momento de abrirse la tumba de Tutankamón; la revista da cuenta gráfica de la existencia de los dragones de Komodo, descubiertos pocos años antes; Hiram Bingham excava el Machu Picchu financiado en parte por la Geographic; los socios suscriptores de la NGS sobrepasan el millón antes de 1930.

Mientras otras publicaciones norteamericanas vivían dramáticamente los tristes años treinta, la NGS perdía asociados, pero resistía la crisis, máxime teniendo en cuenta que jamás había aceptado publicidad de alcohol, con lo que la famosa ley seca no le afectó en lo más mínimo.
Entrada la década de los treinta, la National Geographic protagoniza el que tal vez sea el peor error de su historia: publica un artículo sobre Berlín y la nueva Alemania, comentando como anécdotas pintorescas la instrucción de las Juventudes Hitlerianas y el ascenso del nazismo, sin dedicar ni una sola línea a su brutalidad. Seguramente es una de las pocas cosas de las que la NGS puede avergonzarse en su largo y brillante historial.

La entrada de Estados Unidos en la II Guerra Mundial le dio la oportunidad de expiar su pecado. Los más de 53.000 mapas propiedad de la National Geographic son puestos a disposición del presidente Franklin D. Roosevelt, que no sólo acepta gustoso, sino que ordena distribuir entre sus tropas la cartografía de la sociedad, la más exacta y abundante de la época. Incluso le regala a Winston Churchill una colección en la Navidad de 1943. Sin temor a equivocarse, se puede decir que los mapas de la NGS estuvieron en cada uno de los frentes de batalla de los aliados y desempeñaron un papel destacado en el desarrollo de la contienda.

La sociedad ha tenido siempre a los presidentes norteamericanos comiendo en su mano. Si Roosevelt se mostraba eternamente agradecido por el uso de los mapas, Lyndon B. Johnson afirmaba que su madre le había criado "con la Biblia en la mano derecha y la Geographic en la izquierda". John F. Kennedy se declaraba satisfecho de la Guía de la Casa Blanca que la NGS había producido siguiendo las instrucciones de su esposa, Jacqueline. Y Ronald Reagan inauguraba los nuevos edificios de la sociedad en Washington, que aún hoy son su sede central.

Tal vez la década de los cincuenta sea la época menos brillante. Son años de auto-complacencia del american way of life, de amor por la era atómica (en 1953, un redactor de la revista es invitado a presenciar una prueba nuclear en el desierto de Nevada, de la que loa las ventajas) y de seguir con los arabescos literarios para evitar los temas escabrosos.

Ha llegado el momento del relevo de Grosvenor, 55 años como editor, con una necesidad evidente de renovar la estética y los contenidos de la revista, que, eso sí, se ha convertido en el pilar que sostiene a la NGS, como él se había propuesto más de medio siglo antes. Grosvenor se jubilaba habiendo visto cómo su apellido bautizaba un pez del río Amazonas, una planta china, una isla y un lago de Alaska, un glaciar en Perú, una cordillera en la Antártida y una montaña cercana al Tíbet.

Tras la era de Gilbert Grosvenor siguió la etapa de crecimiento de la National Geographic, pues aunque su sucesor en el cargo, J. O. La Gorce, no fue un editor especialmente brillante, y además tuvo fama de machista y racista, Estados Unidos vivía la euforia de verse convertido en la primera potencia mundial. La década de los cincuenta se cerró con más de dos millones y medio de socios y la innovación de colocar una fotografía en la portada, costumbre que sigue hoy.

Un mapa del oeste de la Unión Soviética hecho aún hoy a mano.

La NGS no se resiste a olvidar los viejos tiempos, y todavía plantea una expedición épica: la conquista de la montaña más alta del mundo por un equipo de alpinistas norteamericanos. Efectivamente, en 1963, las enseñas estadounidense y de la sociedad ondearon en la cima del Everest, siendo la primera vez que se vencía el pico por su cara oeste. De la odisea se produjo una película, que inauguró la división de filmes de la casa y que fue un éxito rotundo de audiencia en su pase por televisión.

Pero no eran ya tiempos de las grandes hazañas sin finalidad práctica. Y así, la década de los sesenta fue de Louis Leakey, con sus trabajos de paleoantropología en África oriental; Jacques-Yves Cousteau, con sus inmersiones submarinas; Jane Goodall, Dian Fossey o Biruté Galdikas, con sus investigaciones del comportamiento de los grandes primates; Paul Zahl, el descubridor del árbol más alto del mundo, una secoya de 112 metros, eran los nuevos protegidos de la Geographic. Sin olvidar que los tripulantes del Apollo XI portaban una bandera de la NGS en su viaje espacial. Las suscripciones aumentaron vertiginosamente.

Aun intentando no perder ese aire Victoriano y tradicionalista clásico en la sociedad, la National Geographic afronta la década de los sesenta con importantes innovaciones en su estructura. Se institucionaliza el departamento de libros, se publica el primer atlas con el nombre de la institución, se inician los documentales televisivos, se crea el departamento de publicaciones especiales y la revista simplifica su nombre, National Geographic.

Tras la breve etapa de La Gorce aparece un nuevo Grosvenor en la dirección de la institución. Es Melville, el hijo de Gilbert. En su mandato se superaron los 5,5 millones de socios.

El final de los sesenta y principios de los setenta son convulsos en todo el mundo. Aparecen generaciones que no han vivido la guerra y que quieren transformar las instituciones familiares, políticas y sociales. La NGS viviría su propia revolución. La aparición de artículos sobre Vietnam, Cuba, la Unión Soviética, los guetos de Harlem o el problema lingüístico en Quebec removieron sus cimientos.

Una institución que había vivido los acontecimientos más importantes del último siglo no podía seguir dando la espalda a la realidad. La corriente a favor de terminar con la norma de no mostrar la cara amarga de la vida acabó imponiéndose. La metamorfosis fue aplaudida por la prensa norteamericana, que se había mostrado ferozmente crítica en este aspecto, y por los suscriptores, que no querían una revista rosa. La calidad no se resintió y la credibilidad aumentó. Temas antes vetados, como la revolución sandinista o el problema árabe-israelí, se hacían sitio en la publicación.

Los ochenta fueron los años de la expansión mundial y de la diversificación de los materiales informativos. En un mundo pragmático, la National Geographic centra sus esfuerzos en la labor educativa e inunda el mercado con CD-ROM, vídeos, tiras de diapositivas, libros infantiles, juegos educativos, la revista de viajes Traveler, fascículos coleccionables, programas informáticos...

Sin renunciar a las nuevas exploraciones que quedan pendientes, la National Geographic afronta su segundo siglo con el reto de conservar la Tierra. Queda faena. Aún hoy el 95% de los escolares norteamericanos no saben situar Vietnam en el mapa.

Ayer y hoy. Evolución de las portadas de la revista de la National Geographic. Ejemplares de 1896,1900, 1905,1910 (año en el que aparece el famoso recuadro amarillo), 1959 y 1982.







Joaquín Gutiérrez Acha, en el rodaje.

EL LATIDO DEL BOSQUE

National Geographic Televisión, la mayor productora mundial de programas sobre el medio ambiente, se ha estrenado en España en la aventura de los documentales de naturaleza. Para esta primera coproducción trabajará con un equipo de Canal + España.
El latido del bosque es un ambicioso proyecto de 52 minutos de duración que dirigirá Joaquín Gutiérrez Acha, reconocido fotógrafo y realizador español, y en el que también participarán Canal + Francia y la distribuidora ITEL. La película se desarrollará en el bosque mediterráneo del sur de España y mostrará la vida de diversos animales que habitan permanentemente en la región. Concretamente, en el Parque Natural de los Alcornocales, en Cádiz, y sus alrededores. A través de historias intercaladas de tres protagonistas de la vida animal y sus crías —el águila culebrera, la culebra de herradura y la gineta— el documental explora la lucha por la supervivencia de éstos y otros animales como la víbora, los escorpiones, los camaleones y los buitres.
El rodaje se efectuará durante los tórridos meses de verano, cuando la sequía y el riesgo de incendio forestal son más acusados.


El Pais Semanal año 1996

Portadas de la revista Tsuzu y Neko























Portadas de la revista Tsuzu nºs 1,2 y 3 y de la revista Neko del nº1 al 17 (del año 1994 a marzo de 1996)

domingo, 3 de noviembre de 2013

Homenaje al fotógrafo desconocido



 “21/10/1918. Resistencia final alemana en Hooglède (Bélgica)”, escribe sobre el negativo de vidrio el autor.


Un archivo de 500 imágenes inéditas de la I Guerra Mundial, hechas durante años por un militar anónimo, será la base de una gran exposición en 2014, centenario de la contienda
ANDRÉS GARCÍA DE LA RIVA Logroño 31 OCT 2013 


“20/06/1918, en el casino de Loon-Plage”, escribe sobre el negativo de vidrio el autor.

Viendo estas fotos en blanco y negro, algunas terribles, otras llenas de romanticismo e incluso de ternura, todas ellas testimonio mudo de una época indeseable de la Humanidad, la de la I Guerra Mundial, uno piensa en Senderos de gloria, la película con la que Stanley Kubrick retrató en 1957 la sinrazón de la contienda y sus miserias. Tras un repaso veloz a estas imágenes, tomadas durante y después de la Gran Guerra por un militar anónimo que se recorrió todo el frente occidental de norte a sur haciendo fotos con su unidad, uno piensa que podrían estar hechas directamente por el responsable de la foto fija de aquella obra maestra de Kubrick protagonizada por Kirk Douglas.


“26/03/1918, refugiados en la plaza de Oise (norte de Francia)”, escribe sobre el negativo de vidrio el autor.

Todo comenzó en 2003, cuando el fotoperiodista Pablo San Juan encontró por casualidad en un mercado de Tánger un curioso material: unas cajitas de madera, de 15 x 20 centímetros, dentro de cada una de las cuales había 50 placas de vidrio con imágenes.

“Octubre de 1918, un tanque pequeño”, escribe sobre el negativo de vidrio el autor.

El vendedor le dijo que eran fotos pero que se veían al revés. Lógico, teniendo en cuenta que eran negativos obtenidos con una cámara estereoscópica Verascope. Cuando San Juan extrajo uno de aquellos negativos comprobó que reproducía una escena bélica antigua. Intrigado, no dudó en llamar de inmediato para contarle su hallazgo a su amigo Jesús Rocandio, un fotógrafo riojano responsable de la Casa de la Imagen de Logroño. La CDI es una entidad especializada en la conservación de material fotográfico que ha impulsado iniciativas tan solventes como Fotoconservación, un encuentro internacional celebrado en 2011 donde se actualizaron las técnicas de restauración de patrimonio fotográfico. Rocandio no dudó en recomendarle encarecidamente que comprara todas las cajas. Lo hizo, y cuando estas llegaron a Logroño, Rocandio y sus ayudantes descubrieron con gozo que habían adquirido un verdadero tesoro: una colección de medio millar de negativos estereoscópicos de gran calidad, fechados, localizados y, muchos de ellos, con comentarios. Como explica el fotógrafo Carlos Trespaderne, compañero de Rocandio en la Casa de la Imagen, “la técnica estereoscópica de aquella época consistía en un cámara con dos objetivos y un disparador. La imagen que se obtenía era doble y correspondía una a cada ojo. Las dos quedaban recogidas en una placa de cristal, el negativo. Cuando la información llegaba al cerebro creaba la sensación de profundidad”, una suerte de 3D en los albores del siglo XX.


“4/6/1918, un avión inglés aterriza en Dunquerque”, escribe sobre el negativo de vidrio el autor.


La colección supone un documento inédito de la I Guerra Mundial ya que, “a diferencia de la mayoría de imágenes que conocemos sobre esta contienda, nos sumerge de lleno en el frente de la contienda, en la guerra de verdad; vemos las trincheras, las armas, los tanques, los cañones, los ejércitos, las destrucciones... Nunca se había visto esta guerra así”, asegura Trespaderne.




BÉLICA (I Guerra Mundial) from Casa de la Imagen on Vimeo.




La colección está formada por 500 negativos de entre 1916 y 1938. Un primer bloque de 235 placas se obtuvieron durante las principales batallas de esta contienda, como Verdun, Arras o Somme. El resto corresponde a la posguerra y retrata escenas familiares y vacaciones localizadas en Niza, el sur de Italia o el norte de África.



“25/10/1917, tanque”, escribe sobre el negativo de vidrio el autor.


Aunque se sabe que el autor de estos negativos era un militar francés, seguramente un capitán de artillería —extremo deducido por sus minuciosos comentarios sobre el calibre de los cañones—, aún no se hay datos sobre su identidad, ya que no firmaba sus fotografías. Ahora se investiga quién era realmente este oficial aficionado a la fotografía cuyo trabajo tiene, según él, “un gran valor documental y estético: tenía un ojo fotográfico estupendo, sus planos están muy bien construidos y sabía componer muy bien para 3D”.

La Casa de la Imagen inició hace ahora una década el lento proceso de conservación de este material, estabilizándolo, aislándolo, reproduciéndolo y realizando una complejísima restauración digital. “Las cajas llegaron en muy malas condiciones, el clima del norte de África, tan seco, es terrible, tenían hasta termitas”, recuerda Carlos Trespaderne. En 2007 organizaron Bélica, una primera muestra con una mínima parte de este material; y ahora trabajan para la puesta en marcha de una exposición definitiva, y la publicación de un libro en 2014 con motivo del primer centenario del inicio de la contienda. Para ello, la entidad se ha puesto en contacto con asociaciones y organismos de diferentes países que participaron en la guerra, como Italia, Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda o Reino Unido.



“20/03/1916, iglesia de San Hilario (Marne)”, escribe sobre el negativo de vidrio el autor. 

“27/3/1917. Somme”, escribe sobre el negativo de vidrio el autor.

“01/07/1917, Un avion inglés (Somme)”, escribe sobre el negativo de vidrio el autor.

Estado mayor del 99º Regimiento de Infantería.


El Pais

La dura travesía del cómic



Tras el éxito de ‘Dublinés’, Alfonso Zapico recrea la expedición de Vasco Núñez de Balboa
El autor emuló con más pena que gloria la ruta de hace 500 años
Un novísimo a los pies de un clásico

TEREIXA CONSTENLA Madrid 1 NOV 2013 



Viñetas de 'El otro mar', de Alfonso Zapico. / EL PAÍS

Hay cierta aura de poeta romántico o de pintor maldito revoloteando en torno a Alfonso Zapico (Blimea, Asturias, 1981), hijo de la cuenca minera de manos estilizadas y sueños contundentes que el año pasado se consagró como talento del cómic con poco más de 30 años y cuatro álbumes. Por Dublinés, una mirada apasionada al no menos apasionado James Joyce y sus correrías interiores y exteriores, ganó el Premio Nacional, un abrazo institucional que los historietistas agradecen con la humildad de quienes derrochan maestría para lograr ventas modestas.

Algo se mueve, sin embargo. Dublinés (Astiberri) va por su quinta edición, camino de los 10.000 ejemplares, una cifra a enarbolar en un mundillo donde el pan de cada día ronda las 2.000 copias. La novela gráfica se ha traducido al francés, al polaco, al alemán y al inglés. En Irlanda, prueba de fuego, lo celebran con cierta pesadumbre nacionalista. “Les parece un poco feo que el autor no sea irlandés”, desvela con picardía Zapico. Su novela destila admiración por Joyce. Contagiosa. “Mucha gente me dice que le han entrado ganas de leer Ulises después del cómic”. Hace una pausa, sonríe con sorna y añade: “Y eso no sé si es bueno o malo”.

Alfonso Zapico, autor de cómic. / ULY MARTÍN

En su nuevo álbum, el dibujante ha retornado a la Historia para recrear la expedición del extremeño Vasco Núñez de Balboa en El otro mar (Astiberri). Un trabajo que arranca de la iniciativa de la Fundación Mare Australe, que invitó a nueve creadores de Panamá y España a emular la travesía de hace 500 años. “Muy interesante, pero allí fue un desastre. Nos libramos de la lluvia pero sufrimos todo lo demás: un calor horrible, caminatas por el río, noches en hamacas al raso. Allí no disfruté nada, me habría vuelto de haber podido, pero luego al regresar empecé a verlo de otra manera y a pensar que había sido una experiencia singular”, relata sobre los 12 días que invirtió en salvar los 110 kilómetros que separan Atlántico y Pacífico. Su Núñez de Balboa es a ratos sanguinario, a ratos heroico. “El personaje es muy contradictorio y yo no quería hacer una historia idealizada. He dibujado una historia épica pero también hablo de la devastación de una tierra y unos pueblos que desaparecieron pocos años después de la llegada de Balboa”.
Una equidistancia que desea imprimir a su próximo trabajo, La balada del Norte, novela gráfica que saldrá en dos entregas dedicada la revolución de Asturias en 1934 y a la singular sociedad donde enraizó. “No fue algo ni heroico ni romántico ni tampoco condenable... fue más complejo que todo eso”, reflexiona. Suena a balada final, a homenaje de despedida y cierre de alguien ensamblado en una cultura industrial que camina hacia la extinción. “Es un mundo que desaparecerá porque en dos años se cerrarán las explotaciones”, señala Zapico, primera generación de una familia con raíces mineras hasta dónde se sabe que se aferró a una veta artística y dio la espalda a la costumbre.
Al cómic llegó por una sucesión de placer infantil, tenacidad adolescente y refugio psicológico. “Soy solitario, muy tímido y cortado; descubrí que el cómic me ayudaba, que yo podía crear algo solo en mi casa que luego llegaría a un montón de gente. Y a mí me interesa compartir lo que hago”.

Su primer libro, La guerra del profesor Bertenev, se publicó en Francia, en 2006. Con la audacia de quien nada tiene que perder apostó por llamar a la puerta de editoriales francesas, grandes maquinarias de producción de tebeos para públicos masivos. “Todos pensábamos que publicar allí era la repera, pero era mentira. No era tan bonito. Resulta que me ha ido mucho mejor publicando antes en España y vendiendo los derechos”, compara.

Zapico reside en Angulema, ciudad sagrada para los historietistas de todo el mundo por facilidades, atmósfera y devoción a las viñetas. Hace cuatro años se instaló allí, primero en la Casa de los Autores y ahora en el taller de Julie Maroh, la autora de El azul es un color cálido (Dibbuks), el cómic que inspiró La vida de Adèle. Angulema no le decepciona, aunque tal vez cierre pronto esa etapa: “Tengo ganas de volver”.


El Pais 1.11.13

Lo que está arriba, lo que está abajo


El empeño en la ternura y la preocupación por hacer arte sobrevuelan la obra de Miguelanxo Prado

BORJA HERMOSO Madrid 1 NOV 2013

Arcanos no del todo descifrables, pero que seguro que tienen que ver con cosas como el horror a diluir la memoria, la renuncia militante al olvido, el empeño en la ternura, la afición a edificar universos complejos y raros a partir de cosas microscópicas y la preocupación por hacer arte en cada centímetro cuadrado sobrevuelan la obra de Miguelanxo Prado. Después de ciencias ficciones de estructura compleja (Fragmentos de la enciclopedia délfica, Stratos...), el realismo más reconocible, cuando no el costumbrismo más asfixiante y más hilarante (véase las aventuras del detective Manuel Montano), poblaron sus viñetas. Las historias recogidas en Quotidiania delirante, que antes de convertirse en álbum lo habían sido en las páginas de El Jueves para guateque semanal de sus devotos lectores, son buena prueba de ello, con sus brujas de aldea, con sus ejecutivos patéticos, con sus labriegos bonachonamente temibles o temiblemente bonachones y, en general, con esas gentes pintorescas y reales como la vida misma... y como nosotros todos, por ende.

Galicia caníbal.

Pero enfrente de los vejetes gruñones y cabroncetes, y de los insoportables empleados de banca y demás hombres del maletín surgidos de la nada (aunque han acabado mandando en todo), de las parejas dislocadas y de los perros cagando en los parques —cosas tan nuestras— Miguelanxo Prado siempre colocó aquello que arcanos no del todo descifrables, etcétera, etcétera, definieron como lo que está debajo (y algo sabía Moebius), por contraposición a lo que, como el aceite de las evidencias, siempre se queda arriba, tiránico, tangencial, blanco o negro. Y así, las gamas de grises, los reflejos ondulantes, el mar abisal, los amores rotos y hasta, como diría Kundera, ridículos, los recuerdos, la soledad, el respeto a los mayores, el sexo legañoso entre las sábanas, la dignidad de esos personajes femeninos y poderosos poniendo en evidencia al macho alfa y grotesco... Trazo de tiza, Tangencias, Ardalén. Y todo eso en, como siguen diciendo algunos, unas cosas para niños llamadas viñetas... arte mayor, en el caso de este señor gallego y de algún otro maestro empeñado en este maravilloso arte secuencial, como Carlos Giménez, pongamos por caso.

Que Miguelanxo Prado gane el Nacional de Cómic es un honor. Para el Nacional de Cómic.

Miguelanxo Prado gana el Nacional de Cómic con ‘Ardalén’


El autor invirtió tres años y medio en un álbum pictórico que ahonda en las trampas de la memoria
Un novísimo a los pies de un clásico
TEREIXA CONSTENLA Madrid 31 OCT 2013

Miguelanxo Prado, en su estudio de Sada. / GABRIEL TIZÓN

Miguelanxo Prado (A Coruña, 1958) tiene larga carrera, muchos reconocimientos como autor de cómics (en Angulema, en Barcelona...) e incluso la admiración rotunda de Steven Spielberg. Esta mañana añadió uno más: el Premio Nacional de Cómic 2012 por su obra Ardalén. El álbum, que ha sido publicado en gallego por El patito editorial y en castellano por Norma, es un fiel ejemplo de su estilo: la historia se mueve en la nebulosa entre lo mágico y lo real; el trazo es más pintura que dibujo. Para culminar las 256 páginas de este, el autor empleó tres años y medio. "El cómic es un lenguaje muy lento. No hay atajos. Siempre hay una hoja en blanco en la que tienes que ir viñeta a viñeta. En este trabajé a buen ritmo, creo que si lo hubiera hecho con menos años de experiencia habría tardado el doble", cuenta por teléfono poco después de recibir la noticia de su galardón desde una casa rural de Segovia, donde pasa unos días de vacaciones.

El fallo del jurado le alegró, pero su reflexión inmediata es sobre lo colectivo y no lo individual. "El premio está siendo muy eficaz porque mucha gente ha empezado a darse cuenta de que se pueden abordar muchos temas". "Aunque en España la relación con el cómic no se ha normalizado como en otros países como Francia o Bélgica, donde lo lee desde el ministro de Cultura al repartidor de supermercado, el premio ha ayudado a cambiar la visión que había", añade.


Página de 'Ardalén', de Miguelanxo Prado.


Los protagonistas de Ardalén son Sabela, una mujer un tanto en crisis que comienza a rastrear los orígenes de su familia, marcada por la desaparición de un abuelo emigrante, y Fidel, un mayor solitario que podría atesorar valiosos recuerdos para esa búsqueda. Entre ambos surge una relación que, como ocurre a menudo en las obras de Prado, avanza en diferentes caminos: uno mágico y otro pegado a la realidad. El jurado destacó el carácter poético de su obra, que mezcla la realidad con el sueño, la memoria y el olvido, y su maestría técnica en el uso del color. El premio, concedido por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, está dotado con 20.000 euros


Viñetas de 'Ardalén', de Miguelanxo Prado.

Prado obtuvo un gran reconocimiento internacional con álbumes como Quotidianía delirante (1987) y Trazo de tiza (1992). Ambos están incluidos en 1001 cómics que hay que leer antes de morir, editado en España por Grijalbo. Aunque como todas las selecciones es arbitraria, no es baladí que Prado haya sido el único español con dos obras incluido en este volumen que aspira a fijar el canon mundial del cómic. Comenzó su trayectoria en revistas como Creepy, Comix Internacional y Zona84. En 1985 publicó Fragmentos da Enciclopedia Délfica, su primer álbum en solitario, al que seguiría Stratos en 1987, y la serie Quotidiania Delirante se publicó en la revista satírica El Jueves. Trabajó para la Televisión Galega creando el personaje Xabarín y todos los personajes de la serie Os vixíantes do Camiño. En 2003 publicó junto al guionista de Sandman, Neil Gaiman, en el libro colectivo Noches eternas. Desde 1998 dirige el salón del cómic Viñetas desde o Atlántico.

Gemma Sesar, directora de El patito editorial, destaca de él su profesionalidad ("siempre cumple") y su sencillez a pesar de su éxito: "Fue jefe de dibujantes de la serie Men in black, trabajó con Spielberg y, a pesar de que se lo pidieron, no quiso quedarse". Durante cuatro temporadas, entre 1997 y 2001, creó algo más de 1.700 personajes entre humanos y alienígenas para esta serie de animación.

Hace poco volvió a lo audiovisual con una película, De profundis, un filme de animación silente protagonizado por un pintor que sueña con ser marino y una intérprete de chelo que viven en mitad del mar (de nuevo el mar, sus criaturas fantásticas y el universo onírico), con una banda sonora de la Orquesta Sinfónica de Galicia y que luego se trasladó al cómic. Su obra ha sido traducida a 14 idiomas. Y Ardalén ha sido el primer álbum que ha salido al mercado simultáneamente en gallego, idioma en el que el autor hace la primera versión, y en castellano (él mismo se traduce y se "reescribe").


El Pais 31.10.13