lunes, 4 de noviembre de 2013

NATIONAL GEOGRAPHIC

TEXTO: SERGI RAMIS




En acción. El fotógrafo Volkmar Wentzel aparece sobre su vehículo en Bundi (Rajasthan), en 1940.  

Dicen las crónicas oficiales que hacía frío aquella noche de enero en que 33 distinguidos caballeros se reunían en el Cosmos Club de Washington con la intención de fundar una nueva sociedad. Será verdad, porque los textos de la National Geographic Society (NGS) gozan del prestigio de ser absolutamente fiables. Incluso se conoce el dato de que, por la falta de una coma que desvirtuaba una frase, una vez las rotativas se pararon cuando la revista ya estaba a medio imprimir. La incorporación de ese insignificante signo de puntuación le costó a la Geographic 30.000 dólares en gastos (unos 3.600.000 pesetas), pero el honor de la sociedad había quedado a salvo, y su hoja de servicios, sin mácula. Con más de un siglo de existencia, esa organización geográfica se ha convertido en la mayor institución social, científica y educativa no lucrativa del mundo. Sus expediciones y su bandera han estado en los lugares más insólitos de este planeta y de fuera de él; su revista es una referencia obligada cuando hablamos de calidad fotográfica o claridad en los textos; sus programas de educación ambiental o geográfica son seguidos por decenas de miles de escolares; sus fotógrafos son los más reputados; sus becados, los más envidiados...

Y, sin embargo, los primeros tiempos fueron duros y vacilantes. Se partía con dos buenas bazas: en primer lugar, los miembros fundadores no eran sólo un grupito de señores cargados de buenas intenciones. Todo lo contrario. Entre los que el 13 de enero de 1888 dieron a luz a la National Geographic Society se hallaban destacados geógrafos estadounidenses: Adolphus Greely, que había estado en el Ártico; John Powell, explorador del río Colorado, o George Keenan, que había cruzado Siberia sobre un trineo de perros.

Otra ventaja para que la NGS acabara triunfando: los tiempos le eran favorables. Las grandes exploraciones de conquista estaban llegando a su fin. Las potencias coloniales ya habían hecho el reparto del mundo y ahora los territorios debían conocerse más que poseerse. La Real Sociedad Geográfica de Londres había sido la protagonista de las décadas precedentes. Un país emergente, el próximo líder del mundo, necesitaba contar con su propia sociedad geográfica para emular las hazañas de ingleses o franceses en junglas, montañas y desiertos.

Pero la National Geographic Society, que hoy abruma por sus dimensiones, hubiera sido otra cosa de no contar con un tronco tan sólido como su revista.

El boletín de la NSG empezó a aparecer ese mismo 1888, aunque su periodicidad no quedó clara, y tuvieron que pasar siete meses para ver la segunda entrega. Fiel a los principios tipográficos y estilísticos de finales del siglo pasado, la revista era abigarrada, carente de ilustraciones y, para los gustos de hoy, decididamente fea. Es más, la primera junta, presidida por Gardiner Green Hubbard, le dio un toque un tanto técnico y erudito,







Consejo de Redacción en 1967.

Eterno objetivo. Los chimpancés han sido objeto de estudio en la sociedad, como este macho que acaricia a la naturalista Jane Goodall. Michael Nichols. Congo, 1990.

Los elementos. El fotógrafo captó esta impresionante y súbita tromba de agua mientras esperaba que el relámpago le sirviera de flash. Fred K. Smith. Okeechobee, Florida, 1991.

Las profundidades. Visión de la inmersión de un robot medidor en la bahía más profunda
 de Japón, bajo el monte Fuji. David Doubilet y Kenji Yamaguchi. Suruga Bay, Japón, 1989.

Los animales. La línea de la tijera del trasquilador señala la longitud que alcanza la lana de las ovejas merinas australianas al cabo de un año. Cary Wolinsky. Victoria, Australia, 1986.

 Pioneros. Robert E. Peary coloca la bandera de Estados Unidos en el Ártico (1906). 



Imágenes de Hiram Bingham en su ascenso al Machu Picchu en 1911. 

poco acorde con las teorías divulgativas que habían llevado a fundar la sociedad. Las primeras críticas llovieron porque el gran público no podía entender la revista.

Los primeros años de vida de la NGS fueron un tanto letárgicos. La iniciativa pionera en marcar el camino de lo que sería la política de la sociedad tuvo lugar en 1891. En coordinación con el Servicio de Geología de Estados Unidos se financió una expedición para explorar la Saint Elias, una montaña de Alaska fronteriza con Canadá. Se localizó el pico más alto de ese vecino país, y un nuevo glaciar hallado durante el viaje quedó bautizado con el nombre del presidente de la National Geographic.

Los problemas más graves de la NGS en esta primera etapa son económicos. En 1896, en un intento de mejorar las finanzas, la revista se convierte en mensual, que no sólo se distribuye entre los socios, sino que se vende en quioscos a 25 centavos la copia. La portada pasa ocasionalmente del sobrio marrón a un amarillo chillón, color que una década y media más tarde se convertiría en una de sus señas de identidad. Ese mismo año de 1896, una joven zulú marcó un hito en la historia de las publicaciones de viajes: apareció su foto con los pechos desnudos.

En 1898 murió el primer presidente de la NGS, Gardiner Hubbard. Al frente de la sociedad se puso su yerno, Alexander Graham Bell, conocido mundialmente por ser el inventor del teléfono. En la fuerza y el ingenio de este hombre reside el despegue, en prestigio e implantación, de la National Geographic Society.

Decidido a terminar con los problemas económicos, Bell resuelve que no será la sociedad la que sufrague la revista, sino al revés. Nombra editor a Gilbert Grosvenor, que se convertiría en el hombre más importante de la historia de la NGS en sus 55 años en el cargo, y le entrega la responsabilidad de sacar a flote una institución que tiene como sede media habitación equipada con una mesa y dos sillas. Bell le da a Grosvenor una consigna chocante sobre la línea que debe seguir la revista: "El mundo y todo lo que hay en él es nuestro tema".

En los primeros años del siglo XX empiezan a mejorar las cosas. Bell y Grosvenor forman un equipo demoledor, y aún quedan románticos —o ambiciosos— que desean protagonizar gestas geográficas. La National Geographic suele apoyarles.

Cuando Robert Peary llega al Polo Norte, el 6 de abril de 1909, planta una bandera de EE UU que le había entregado el presidente de la NGS, y que ya le había acompañado en todos sus intentos fallidos (1891, 1900 y 1906). Hoy, los restos de esa enseña son uno de los trofeos más admirados de la Sala de los Exploradores que la sociedad tiene en su edificio central de Washington.

Se ha iniciado el periodo más vigoroso de la NGS. El de 1904 había sido el primer ejercicio con beneficios, la cifra de socios rondaba los once mil y ese mismo año se había publicado un reportaje eminentemente gráfico (más de 40 páginas de fotos) sobre la capital del Tíbet, Lhasa, con gran aceptación.

Y todo ese auge se desarrollaba en un ambiente familiar. La bandera de la National Geographic Society fue diseñada por la mujer de Grosvenor (azul del cielo, marrón de la tierra,, verde del mar), y en la revista aparecían artículos sobre cometas porque sus directivos eran muy aficionados a ellas. De esa primera fracción del siglo XX son también las reglas de oro en las que se cimentó el éxito de la revista: abundancia de ilustraciones, narraciones en primera persona, publicación de temas de interés permanente y ausencia de reportajes conflictivos, polémicos y que enseñaran la cara amarga de los países o la vida. Este último aspecto le valió a la sociedad críticas durante muchos años.
 Alexander Graham Bell, a la derecha, y su yerno, Gilbert H. Grosvenor, dos de los pioneros.

Las aventuras. George Shiras en acción, uno de los pioneros de la fotografía nocturna, en 1906.

Richard Byrd, bajo los hielos de la Antártida, en 1934.

En el abismo. La imagen de la izquierda fue obtenida por Eric Valli a más de 30 metros de altura al oeste de Nepal, en 1987, siguiendo la pista de un cazador de miel. 

 Al detalle. La división de cartografía de la sociedad es una de las más prestigiosas del mundo. Realizan algunos de los mapas más precisos.



 Hasta el crash de 1929, la NGS vive un crecimiento imparable y sus expediciones son exitosas y espectaculares: Richard Byrd y Floyd Bennett volaban en avioneta sobre el Polo Norte orientándose con una brújula diseñada por un cartógrafo de la Geographic; más tarde sería Byrd, en solitario, quien repetiría la experiencia, pero esta vez en el Polo Sur; la expedición a Katmai (Alaska) descubriría el valle de las Diez Mil Fumarolas; el fotógrafo de la NGS Owen Williams estuvo presente en el momento de abrirse la tumba de Tutankamón; la revista da cuenta gráfica de la existencia de los dragones de Komodo, descubiertos pocos años antes; Hiram Bingham excava el Machu Picchu financiado en parte por la Geographic; los socios suscriptores de la NGS sobrepasan el millón antes de 1930.

Mientras otras publicaciones norteamericanas vivían dramáticamente los tristes años treinta, la NGS perdía asociados, pero resistía la crisis, máxime teniendo en cuenta que jamás había aceptado publicidad de alcohol, con lo que la famosa ley seca no le afectó en lo más mínimo.
Entrada la década de los treinta, la National Geographic protagoniza el que tal vez sea el peor error de su historia: publica un artículo sobre Berlín y la nueva Alemania, comentando como anécdotas pintorescas la instrucción de las Juventudes Hitlerianas y el ascenso del nazismo, sin dedicar ni una sola línea a su brutalidad. Seguramente es una de las pocas cosas de las que la NGS puede avergonzarse en su largo y brillante historial.

La entrada de Estados Unidos en la II Guerra Mundial le dio la oportunidad de expiar su pecado. Los más de 53.000 mapas propiedad de la National Geographic son puestos a disposición del presidente Franklin D. Roosevelt, que no sólo acepta gustoso, sino que ordena distribuir entre sus tropas la cartografía de la sociedad, la más exacta y abundante de la época. Incluso le regala a Winston Churchill una colección en la Navidad de 1943. Sin temor a equivocarse, se puede decir que los mapas de la NGS estuvieron en cada uno de los frentes de batalla de los aliados y desempeñaron un papel destacado en el desarrollo de la contienda.

La sociedad ha tenido siempre a los presidentes norteamericanos comiendo en su mano. Si Roosevelt se mostraba eternamente agradecido por el uso de los mapas, Lyndon B. Johnson afirmaba que su madre le había criado "con la Biblia en la mano derecha y la Geographic en la izquierda". John F. Kennedy se declaraba satisfecho de la Guía de la Casa Blanca que la NGS había producido siguiendo las instrucciones de su esposa, Jacqueline. Y Ronald Reagan inauguraba los nuevos edificios de la sociedad en Washington, que aún hoy son su sede central.

Tal vez la década de los cincuenta sea la época menos brillante. Son años de auto-complacencia del american way of life, de amor por la era atómica (en 1953, un redactor de la revista es invitado a presenciar una prueba nuclear en el desierto de Nevada, de la que loa las ventajas) y de seguir con los arabescos literarios para evitar los temas escabrosos.

Ha llegado el momento del relevo de Grosvenor, 55 años como editor, con una necesidad evidente de renovar la estética y los contenidos de la revista, que, eso sí, se ha convertido en el pilar que sostiene a la NGS, como él se había propuesto más de medio siglo antes. Grosvenor se jubilaba habiendo visto cómo su apellido bautizaba un pez del río Amazonas, una planta china, una isla y un lago de Alaska, un glaciar en Perú, una cordillera en la Antártida y una montaña cercana al Tíbet.

Tras la era de Gilbert Grosvenor siguió la etapa de crecimiento de la National Geographic, pues aunque su sucesor en el cargo, J. O. La Gorce, no fue un editor especialmente brillante, y además tuvo fama de machista y racista, Estados Unidos vivía la euforia de verse convertido en la primera potencia mundial. La década de los cincuenta se cerró con más de dos millones y medio de socios y la innovación de colocar una fotografía en la portada, costumbre que sigue hoy.

Un mapa del oeste de la Unión Soviética hecho aún hoy a mano.

La NGS no se resiste a olvidar los viejos tiempos, y todavía plantea una expedición épica: la conquista de la montaña más alta del mundo por un equipo de alpinistas norteamericanos. Efectivamente, en 1963, las enseñas estadounidense y de la sociedad ondearon en la cima del Everest, siendo la primera vez que se vencía el pico por su cara oeste. De la odisea se produjo una película, que inauguró la división de filmes de la casa y que fue un éxito rotundo de audiencia en su pase por televisión.

Pero no eran ya tiempos de las grandes hazañas sin finalidad práctica. Y así, la década de los sesenta fue de Louis Leakey, con sus trabajos de paleoantropología en África oriental; Jacques-Yves Cousteau, con sus inmersiones submarinas; Jane Goodall, Dian Fossey o Biruté Galdikas, con sus investigaciones del comportamiento de los grandes primates; Paul Zahl, el descubridor del árbol más alto del mundo, una secoya de 112 metros, eran los nuevos protegidos de la Geographic. Sin olvidar que los tripulantes del Apollo XI portaban una bandera de la NGS en su viaje espacial. Las suscripciones aumentaron vertiginosamente.

Aun intentando no perder ese aire Victoriano y tradicionalista clásico en la sociedad, la National Geographic afronta la década de los sesenta con importantes innovaciones en su estructura. Se institucionaliza el departamento de libros, se publica el primer atlas con el nombre de la institución, se inician los documentales televisivos, se crea el departamento de publicaciones especiales y la revista simplifica su nombre, National Geographic.

Tras la breve etapa de La Gorce aparece un nuevo Grosvenor en la dirección de la institución. Es Melville, el hijo de Gilbert. En su mandato se superaron los 5,5 millones de socios.

El final de los sesenta y principios de los setenta son convulsos en todo el mundo. Aparecen generaciones que no han vivido la guerra y que quieren transformar las instituciones familiares, políticas y sociales. La NGS viviría su propia revolución. La aparición de artículos sobre Vietnam, Cuba, la Unión Soviética, los guetos de Harlem o el problema lingüístico en Quebec removieron sus cimientos.

Una institución que había vivido los acontecimientos más importantes del último siglo no podía seguir dando la espalda a la realidad. La corriente a favor de terminar con la norma de no mostrar la cara amarga de la vida acabó imponiéndose. La metamorfosis fue aplaudida por la prensa norteamericana, que se había mostrado ferozmente crítica en este aspecto, y por los suscriptores, que no querían una revista rosa. La calidad no se resintió y la credibilidad aumentó. Temas antes vetados, como la revolución sandinista o el problema árabe-israelí, se hacían sitio en la publicación.

Los ochenta fueron los años de la expansión mundial y de la diversificación de los materiales informativos. En un mundo pragmático, la National Geographic centra sus esfuerzos en la labor educativa e inunda el mercado con CD-ROM, vídeos, tiras de diapositivas, libros infantiles, juegos educativos, la revista de viajes Traveler, fascículos coleccionables, programas informáticos...

Sin renunciar a las nuevas exploraciones que quedan pendientes, la National Geographic afronta su segundo siglo con el reto de conservar la Tierra. Queda faena. Aún hoy el 95% de los escolares norteamericanos no saben situar Vietnam en el mapa.

Ayer y hoy. Evolución de las portadas de la revista de la National Geographic. Ejemplares de 1896,1900, 1905,1910 (año en el que aparece el famoso recuadro amarillo), 1959 y 1982.







Joaquín Gutiérrez Acha, en el rodaje.

EL LATIDO DEL BOSQUE

National Geographic Televisión, la mayor productora mundial de programas sobre el medio ambiente, se ha estrenado en España en la aventura de los documentales de naturaleza. Para esta primera coproducción trabajará con un equipo de Canal + España.
El latido del bosque es un ambicioso proyecto de 52 minutos de duración que dirigirá Joaquín Gutiérrez Acha, reconocido fotógrafo y realizador español, y en el que también participarán Canal + Francia y la distribuidora ITEL. La película se desarrollará en el bosque mediterráneo del sur de España y mostrará la vida de diversos animales que habitan permanentemente en la región. Concretamente, en el Parque Natural de los Alcornocales, en Cádiz, y sus alrededores. A través de historias intercaladas de tres protagonistas de la vida animal y sus crías —el águila culebrera, la culebra de herradura y la gineta— el documental explora la lucha por la supervivencia de éstos y otros animales como la víbora, los escorpiones, los camaleones y los buitres.
El rodaje se efectuará durante los tórridos meses de verano, cuando la sequía y el riesgo de incendio forestal son más acusados.


El Pais Semanal año 1996

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