jueves, 8 de noviembre de 2012

Arqueros

No es educado, ni correcto. En la página-blog, maravillosa, de Tor, empresa editora de ciencia ficción y fantasia, su directora artística, Irene Gallo ha tenido la feliz idea de buscar diversos temas en pintores, ilustradores y dibujantes varios. El esfuerzo y la selección, son suyos, de hecho, conozco la entrada gracias a otro espacio genial: lines and colours, total, que espero que me perdonen pero los arqueros molan. No he podido resistirme al arco y la flecha.


Los tres cuadros superiores, pinturas de N. C. Wyeth para Robin Hood

Perteneciente a la serie de cuadros de Black Arrow de N.C. Wyeth

cuadro de Brom

                 Utagawa Toyokuni, uno de los grandes pintores de finales del siglo dieciocho


                                  Cubierta del libro  "At the Earth´s Core" por . Allen St. John



Las dos ilustraciones de arriba pertenecen al trabajo sobre el personaje de Merida en la película de Pixar "Brave" del autor Carter Goodrich

 Cuadro de Harry Brooker




 Una de las pinturas de Charles Vess dedicadas a ilustrar "A storm of swords"

Charlotte Harding - como Wyeth, fue estudiante de Howard Pyle. Como Wyeth y Pyle, ella hizo su propio Robin Hood



 Chris Rahn y un elfo del bosque

 Cubierta de Donato Giancola para la novela de fantasia "The Last Paladin"

Giuseppe Crespi; the centaur Chiron instruye al joven Aquiles


 Greg Manchess, de su primera ilustración para libros de niños "To capture the wind"


  Ilustrador ruso Ivan Biliban

 Moebius


 Jeff Jones, rotulador y tinta

John R. Neill- Hiawatha

 John Liston Byam Shaw- Artemisa


  Kaare Andrews   Ojo de Halcon

Kekai Kotaki, cubierta para la novela de Peter Orullian "The Unremembered"

 Legolas, del magnífico Calendario del Señor de los Anillos de Michael Kaluta





 Trabajo para Guild Wars por Richard Anderson


 Artista academico ruso Sergey Chubirko



 Albert Vargas’ pin-up version of one of Robin Hood’s Merry Men. Albert Vargas, pin-up de la versión de uno de los Hombres Alegres de Robin Hood




 Green Arrow: Año Uno por Jock

Hannah Christenson

 Portada de James Jean para Green Arrow

 Cubierta de Jeffrey Jones para la novela "Songs of the Bear God"


 Lucas Graciano

 Raymond Swanland


 No es una de las mejores películas de la Disney, tal vez el final de una época, pero el zorro de Robin Hood es impresionante

                                                                  Telemaco de Giovanni Battista Tiepolo


William Blake y los angeles caidos del Paraiso Perdido


William-Russell-Flint


Howard Pyle- Robin Hood



frank stockton- hunger games



becky cloonan






Del uso y abuso por Jesús Cuadrado





La presente obra organiza, a manera de catálogo onomástico, una his­toria de la Historieta española. Historia basal, apremiada, de ur­gencia sobre un arte -un medio, una industria- que se fue debilitando en su propio cansancio, que se desplomó, exangüe, sin esperar a la lle­gada del tercer milenio.

Nuestra Historieta, la española, fue noble y esclavista, radical y pu­silánime, pionera y plagiaría, guerrillera y doctrinaria, alucinada, servil, lúcida, abstrusa, apatrida, demente, feminal, imbécil, insu­misa y, siempre, amante del octavo pecado capital: la comunicación.

Historietistas y editores, teóricos y censores, libreros y lectores abusa­ron entre sí, contra sí, para sí con sus pretensiones robinsonianas, y el futuro, distante en su lógica fría, les alcanzó con su cimitarra para el degüello final, inapelable. Náufraga, incomprendida, desvalida, arrinconada, nuestra Historieta, el pan con sonido de disparo, aún intentó una fuga tangencial, un desmaquillar, un revolverse medita­do en el final del siglo XX. Demasiado tarde; el sueño terminó. Ya no es el pan de cada día.

Y es la hora del resumen ambiental, del compendio anotante, del avi­so precipitado, de la clasificación, de la taxonomía, del diccionario. Por si un acaso, por si hubiera un después, por si el destino se aletar­ga, por si mereció la pena; que así fue.

Jesús Cuadrado


Diccionario de Uso de la Historieta Española, 1997



Los tesoros escondidos de Robert Crumb




Una edición monumental de cerca de 3.000 páginas y tirada limitada exhibe los dibujos preparatorios del genio del cómic underground, 600 de ellos inéditos

BORJA HERMOSO Madrid 7 NOV 2012 


'The little guy that lives inside my brain', incluido en Sketchbook.


Crumb cabalga de nuevo en campo abierto. El incansable azote de conciencias biempensantes, el eterno dedo en el ojo de las viejas, bienintencionadas y asfixiantes apariencias burguesas de serenidad y confort político, económico y sexual, el Atila underground puesto hasta arriba de LSD e infinidad de hierbas no precisamente aromáticas (eso pasó a la Historia)... el tipo adorado y escondido, el casi setentón Robert Crumb que hace por lo menos 40 años se instaló definitiva, inalterablemente en el Olimpo de la historia de los comics... sale de la cueva (la cueva es su casita de Sauve, aldea recóndita del sur de Francia, pertrechado entre su esposa Aline, sus dibujos y su colección de 5.000 discos de 78 revoluciones por minuto), sale de la cueva y le dice al mundo: “Aquí estoy”.

La culpa la tiene la editora estadounidense Dian Hanson, una de las factotum indiscutibles de la casa Taschen, esa gruta de las maravillas de papel en tiempos tan digitales y de tan poco papel (y lo que queda por ver), una editorial alemana que lanza al mercado libros de alta/altísima gama, auténticos tesoros para quien (en tiempos tan turbulentos y de tan poco dinero) pueda comprarlos. Aunque siempre queda el recurso de quedarse con la copla y, llegada la fecha mágica, pedir el regalito de marras. Es lo que debería hacer todo fan de Crumb que se precie con estos Sketchbooks o, lo que es lo mismo, seis volúmenes, seis, con los bocetos, apuntes, dibujos preparatorios, ocurrencias gráficas y demás variables del Robert Crumb no oficial: 1.344 páginas, lo que, toda criatura racional convendrá, son una burrada de páginas. Y lo que queda: otro tanto para el próximo año, ya que esta es tan solo la primera de dos monumentales entregas que en su conjunto rozarán las 3.000 páginas. Todo, a cambio del nada módico precio de 1.500 euros. Precio de oro. Precio de coleccionista puro y duro.

Es sencillo. Taschen convenció al creador de Mister Natural y El gato Fritz —la suma de dinero a cambio del sí, quiero del maestro no es conocida, pero cabe deducir que fue descomunal— para que seleccionara de entre el inmenso arsenal artístico solo aquellos dibujos que a su juicio mereciesen la pena de verdad. También convencieron al fundador de revistas como Zap Comix o Weirdo, sucesivas biblias del cómic undeground en la América de los años 60 y 80, respectivamente, de que estampara con su propia letra sus pensamientos sobre sí mismo. Eso, tratándose de un señor tan elusivo como Robert Crumb, revestía caracteres de hazaña, pero la hazaña se consumó y, en el texto que abre el primero de estos seis volúmenes, escrito en el verano de 2011, el interesado se autorretrata y explica así su progresiva pérdida de interés y de ganas a la hora de ejecutar estos trabajos preparatorios: “La compulsión de trabajar en cuadernos de dibujo ha remitido de forma gradual a través de los años y ahora ya casi no lo hago. No les aburriré explicando por qué... no estoy seguro de saberlo. La motivación ha ido disminuyendo”. Y para evitar ambigüedades, remacha: “Por supuesto, sigo dibujando para ganarme la vida, dibujar sigue siendo mi sustento, pero ya no es el centro de mi identidad”.

Él mismo exigió a los editores que se comercializara en primer lugar la que, por lógica, tendría que haber sido la segunda entrega: los trabajos comprendidos entre 1982 y 2011; que se dejara para 2013 el lanzamiento de los volúmenes sobre el período 1964-1981. La razón es sencilla: para Crumb resultaba prioritario atender la demanda de materiales nuevos por parte de sus fans. De hecho, en los últimos 20 años el artista de Filadelfia ha ido reduciendo de forma exponencial su ritmo de trabajo en lo que a esta técnica de los bocetos y series preparatorias se refiere. Y lo que ahora incluye esta entrega lujosísimamente editada, en edición limitada de 1.000 ejemplares y con un grabado en color firmado de puño y letra por el propio Crumb es más de 600 dibujos inéditos. O, lo que es lo mismo, un verdadero tesoro de Ali-Babá para los irredentos seguidores del genio del comic underground.

Estos Sketchbooks constituyen, en ese sentido, todo un legado de la forma de pensar y ejecutar el cómic a cargo de uno de sus maestros. Su tormentosa relación con las mujeres (“muy mejorada desde que me hice famoso”, ha reconocido más de una vez Crumb, recurrentemente tachado de misógino y ultramachista por los colectivos feministas), sus personajes angustiados y sin encaje claro en las vidas que les toca vivir, su aversión a las certidumbres de las sociedades acomodadas, su fascinación por la música popular y ante todo el blues, su capacidad para captar al vuelo las actitudes, las vestimentas, los peinados, los gestos, las costumbres y la fisonomía del hombre y de la mujer de los siglos XX y XXI, sus neuras producto de una infancia transcurrida entre su padre militar, su madre neurótica y el tremendo influjo de su hermano Charles... todo está ahí, en una galería inacabable de filias y fobias firmada por este Leonardo de la contracultura.


El Pais 07.11.2012

Portafolio Calendario 1989 del Universo Marvel















Los Nuevos Mutantes nº42 (Diciembre 1988) The New Mutants Annual Vol I nº4

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Los comics en la cultura de masas contemporanea por Roman Gubern

Ilustración por Jack Davis (William Gaines)



Nacidos como subproducto del sensacionalismo periodístico finisecular, y asociados casi siempre a la más blandengue tradición de la iconografía de consumo infantil, los cómics han experimentado una auténtica revolución en su estatuto cultural, social y semiótico en las últimas décadas. Esta mutación espectacular no se ha producido en otra variedad de la literatura de la imagen, en la foto-novela, cuya pronunciada inercia expresiva la ha anclado de un modo que parece irreversible en la provincia más kitsch de la cultura de masas. Esta comparación del destino histórico-cultural sufrido por dos medios de comunicación verboicónicos, emparentados por muchas razones, no deja de ser ejemplar e ilustrativa. En la génesis de los cómics norteamericanos fue determinante la estructura del mercado periodístico de finales de siglo, de la que derivó la composición sociológica de su público lector. A finales de siglo, cerca de la mitad de la población neoyorquina, como consecuencia del alu­vión migratorio europeo, era semianalfabeta en relación con la lengua inglesa. No es raro, por lo tanto, que el cine mudo y la literatura de la imagen se convirtiesen en dos productos culturales alta­mente funcionales para su esparcimiento y para su proceso de socialización yanqui. Los periódicos que eran soporte de los cómics eran comprados, por otra parte, por los padres de familia, pero sus llamativas viñetas permitían ensanchar en el hogar el círculo de su lectura a su esposa y a sus hijos pequeños. De este modo, el público inicial de los cómics fue muy heterogéneo en razón de su diver­sificación de edades y de su estratificación inter­clasista, que era la propia del mercado periodístico. Tan vasta heterogeneidad no hacía sino anunciar la composición del mercado del que sería el medio de comunicación más popular medio siglo más tarde: la televisión. Y como en el caso de la televisión, la vasta heterogeneidad de su público inicial coartó su refinamiento y sus exigencias estéticas, situándose al alcance del mínimo denominador cultural común de su difuso mercado. En Europa, en cambio, los cómics se desarrollaron sobre todo asociados a los soportes especializados de la industria editorial infantil, lo que determinaría un destino histórico muy diverso y unas divergencias muy significativas en su evolución ulterior. Pero tanto en un caso como en otro, la infancia de los cómics se corres­ponde con la etapa de una paleocultura de masas sumamente reductiva en sus planteamientos y aspiraciones, y sometida además drásticamente a los imperativos más triviales de la ley del mínimo es­fuerzo intelectual y del correlativo máximo bene­ficio económico.


Wash Tubbs (NEA)



Esta paleocultura de masas, vecina por muchas razones a la del coetáneo cine mudo, evolucionó con rapidez y en menos de ochenta años cubrió unas etapas de desarrollo, de madurez y de experi­mentación que comprimen densamente la evolución que las artes plásticas tuvieron que cumplir en los trescientos siglos que median entre las pinturas rupestres y Picasso. A los pocos años de su naci­miento, por ejemplo, los cómics conocieron —pese a carecer de una tradición cultural contra la que sublevarse— su primera floración vanguardista (período 1903-1910: Gustave Verbeek, Lyonel Feininger, Winsor McCay, George Herriman), en un movimiento de experimentación formal y lingüís­tica que merecería un estudio pormenorizado, im­pulso vanguardista yugulado por las imposiciones estandarizadoras de los Syndicates (agencias de prensa) y por las exigencias conservadoras de la industria periodística. Tendría que llegarse a los años sesenta para que este impulso renovador fuera retomado por otra generación de dibujantes orien­tados hacia el mercado adulto e intelectual (Jules Feiffer, Guido Crepax, Alberto Breccia, Enric Sió, etc.), de modo que con ellos se produjo la definitiva legitimación cultural del medio por parte de las élites de la cultura highbrow. Esta irrupción del "cómic adulto", que es el que en la actualidad re­tiene mayormente nuestro interés, tuvo múltiples focos simultáneos de irradiación. Recordemos aquí el papel desempeñado por la revista italiana Linus desde su fundación en 1965, la actividad del recien­temente fallecido editor francés Eric Losfeld, los estudios semióticos sobre la cultura de masas de Umberto Eco, así como el impacto producido por los heterodoxos y rupturistas comix underground norteamericanos. Con estas diversas contribucio­nes, en las que no faltaron aportaciones españolas (y, más concretamente, barcelonesas) se produjo la emancipación de los cómics de su estatuto infantil o parainfantil y correlativamente se admitió su legi­timación cultural por parte de los círculos intelec­tuales. Este salto cualitativo acarreó también un florecimiento de los estudios semióticos sobre el medio, entre los que destacaron los de Pierre Fresnault-Deruelle, del brasileño Moacy Cirne, etc.: el número 24 de la prestigiosa revista francesa Com­munications ofreció en 1976 un estudio colectivo y monográfico que daba buena cuenta de la plura­lidad de reflexiones semióticas generada por el interés en torno a los cómics producido en el ámbi­to de las ciencias sociales a lo largo de la década anterior.

Al llegar a este punto de inflexión, que corres­ponde a una etapa de aristocratización y especialización del medio, la televisión se había implantado ya como el medio hegemónico de comunicación de masas en la sociedad occidental. La televisión, es­pectáculo doméstico y gratuito, había supuesto una competencia devastadora tanto para el cine, como para los periódicos y las revistas ilustradas. Y en este contexto altamente competitivo era fácil pre­decir, sino la muerte, por lo menos el declive comer­cial de un medio verboicónico impreso frente al reto de un medio audiovisual electrónico. Sin embargo, este declive no se ha producido y los cómics adultos gozan hoy de mejor salud y de una solidez de mer­cado que no tiene precedentes en su historia.




Viñeta de Clay Wilson


Página de Jules Feiffer


 ¿A qué se debe este curioso fenómeno? Aunque desprovis­tos de estadísticas confirmadoras, podemos avanzar fácilmente la hipótesis de que se ha producido, tras el primer ensanchamiento vertical, cualitativo y je­rárquico del mercado lector en los años sesenta, un segundo ensanchamiento horizontal y cuantitativo del mismo. Es decir, el cómic adulto que anteayer era relativamente minoritario y elitista está ensan­chando rápidamente su área de incidencia, más allá de las minorías culturales que lo legitimaron a me­diados de los años sesenta. Con ello estamos asis­tiendo a un nuevo y revolucionario capítulo en la historia de este medio, que puede significarse por un doble movimiento expansivo: 1) por su diversifi­cación de contenidos (transgresión de los géneros clásicos y de tabúes ideológicos tradicionales); y 2) por su diversificación de lenguajes (transgresión de códigos y de normativas técnico-formales rígidas). De esta diversificación nace a la vez la universalidad y la parcelización del cómic contemporáneo, aso­ciado a las diferentes subculturas sociales vigentes (subcultura de la droga, subcultura de la fantaciencia, subcultura de la erotomanía, subcultura de la magia, etc.).

Estos datos revelan que el cómic adulto contem­poráneo, amén de universalizar sus ámbitos de inci­dencia social, está en condiciones óptimas para re­sistir el ambate competitivo de la televisión, medio extremadamente conservador y rígido en razón de su condición de espectáculo hogareño y familiar. Sin contar con la ventaja que supone la libérrima capacidad antinaturalista del dibujo frente al natu­ralismo fotográfico del medio televisivo. La banali­dad de la imagen televisiva jamás podrá competir con, pongamos por ejemplo, la fantasía iconográ­fica de un Richard Corben. Son dos lenguajes sin posible solapamiento (al contrario de lo que ocurre entre la televisión y el cine), lo que proteje sólida­mente al cómic de la competencia de la imagen televisiva. En este contexto, no es difícil detectar las raíces del neoexpresionismo y del antinaturalis­mo que tienden a predominar en la parcela más viva y significativa del cómic contemporáneo. Mien­tras la televisión entroniza el apogeo de la estética documental o paradocumental, los cómics contem­poráneos triunfan con la réplica transgresora de la liberación explosiva de las capacidades fabuladoras de la imaginación.

Desde este punto de arribada, desde esta ata­laya cultural, es posible reinterpretar toda la histo­ria de los cómics como un laborioso y zigzagueante itinerario desde un medio de comunicación infantil o parainfantil hasta un medio adulto que ofrece una de las puntas de vanguardia de la cultura de masas contemporánea. Con la preciosa salvedad de que esta condición vanguardista apenas atenta con­tra su condición de macroconsumo masivo, fenó­meno que no se produce con la misma nitidez en el cine, cuyo público está en cambio más diversificado y especializado frente a la dicotomía cine-espec­táculo versus cine-cultura. Creemos que estas refle­xiones someras, desde la perspectiva actual de un medio que apenas ha recorrido un siglo de historia, pueden ayudar a entender la vitalidad, originalidad y singularidad del cómic en el seno de la cultura de masas contemporánea. 


R.G. 



Camp de L´Arpa, revista de literatura nº 79-80 Septiembre-Octubre 1980