lunes, 16 de enero de 2012

SketchUp (modelado en 3D) de Google


No queda otra cosa que dibujar, visto lo fácil que lo pone la universalización del conocimiento. Un equipo informático normalito y, hala, ya tiene uno el ojo de la cámara preparado para enseñarle donde y como es cualquier lugar que necesite conocer. En este caso, para nosotros: una campamento romano, muros, fuertes, poblados iberos, movimientos masivos de tropas, pueblos romanos, torres. Por supuesto, la participación masiva de los usuarios a favor del programa de 3D alimenta aún más la base de datos y supongo que con el tiempo llegará a ser indispensable. Menuda biblioteca de imágenes. Me encanta Google.









































domingo, 15 de enero de 2012

Las viñetas de la cruda realidad

Tras su crónica sobre Pyongyang, Guy Delisle firma 'Crónicas de Jerusalén' - El periodismo halla en el tebeo un vehículo de expresión de temas candentes
MAURICIO VICENT - Madrid - 14/01/2012



Imagen de Palestina, de Joe Sacco.-

Llámese como se le quiera llamar -novela gráfica, historieta de actualidad, tebeo de no ficción...-, la tendencia al cómic serio se consolida frente a las aventuras y temas de toda la vida. Aunque cada vez el género se amplía más y gana adeptos en Estados Unidos y Europa, no se trata de un fenómeno nuevo. El Maus, de Art Spiegelman, sobre el Holocausto, o el Palestina, de Joe Sacco, dos verdaderas biblias dentro de este estilo, han cumplido veinte años. También tiene una década Pyongyang, del dibujante canadiense Guy Delisle, que después de pasar dos meses en la capital de Corea del Norte asesorando el trabajo de unos estudios de animación, destripó al régimen de Kim Jong-Il con gran sentido del humor en un libro de referencia. Su último cómic, Crónicas de Jerusalén, es uno de los lanzamientos de la temporada en España.


Además, la vertiente más seria del género será la protagonista en la gran cita del cómic europeo, el Festival de Angulema. El certamen francés, que el año pasado concedió su gran premio a Spiegelman, dedica una gran exposición al autor estadounidense, que será presidente del jurado de la cita, celebrada entre el 26 y el 29 de enero.

El caso de Guy Delisle es representativo del éxito de la llamada novela gráfica. Crónicas de Jerusalén, que ha visto la luz en diciembre, está funcionando muy bien en Francia y en solo un mes en España casi se ha agotado la primera edición (Astiberri), de 5.000 ejemplares. La editorial ya prepara la segunda y va a reeditar Pyongyang -del que se vendieron 13.000 ejemplares en su momento- aprovechando la vigencia que ha cobrado el libro tras la muerte del dictador coreano. En el caso de Corea del Norte favorecen las circunstancias: el país está igualito y el libro retrata su espíritu totalitario mejor que cualquier documental.

"El cómic ha cambiado, se ha abierto a diferentes formas de hacer, ya no es solo ficción", asegura Delisle desde su casa en Montpellier. "Del mismo modo que con la edad uno cambia y le apetece dibujar otras cosas, la gente hoy se interesa por otras historias que pueden leerse cada día en los periódicos o verse en la televisión". Delisle (Quebec, 1966) no entra en el debate de si lo que hace es novela gráfica u otra cosa, aunque siente más cercano su trabajo a la narración literaria que al reportaje periodístico, que sería el caso de los libros de Sacco sobre la primera Intifada palestina o Gorazde, sobre la guerra de Bosnia.

Las diferencias con el norteamericano son obvias; mientras Sacco va a un lugar buscando investigar una historia y documentarse para luego escribir/dibujar lo visto con toda crudeza, como si se tratara de un gran reportaje en primera persona, Delisle simplemente vive su vida en los lugares que visita y cuenta lo que le sucede de modo subjetivo y siempre con ironía. "Es lo contrario al periodismo: lo que hago es una especie de gran postal, como la que enviaría a mi familia contándoles lo que me ha pasado, lo que me sorprende y me choca, lo que desconozco y aprendo de una realidad", explica.

Esa aparente ingenuidad -solo aparente- y esa distancia calculada de lo que habla -sea sobre Birmania, Shenzhen, en China, o Pyongyang- son fundamentales en el hilván de sus libros de viajes y para lograr la cercanía del lector con las historias que trata. En el caso de Crónicas de Jerusalén -"postal" del año que pasó en la ciudad santa acompañando a su esposa, miembro de Médicos sin Fronteras- Delisle utiliza como leit motiv su dedicación a sus hijos pequeños -"no teníamos dinero para nanas", confiesa- y su afán por dibujarlo todo para guiarnos por los entresijos de un conflicto que ocupa las primeras páginas de todo los informativos. El lector descubre las claves profundas del drama a través de sus vagabundeos por la ciudad, de los múltiples ángulos desde donde dibuja el muro vergonzante que divide a árabes de judíos y sobre todo de sus bromas inteligentes. En Gaza, dice, los palestinos "tienen derecho a votar democráticamente, pero deben votar democráticamente al partido que elija Israel".

"La novela gráfica es solo un concepto, una forma de llamarlo, pero sigue siendo cómic. Lo que pasa es que hoy el cómic ha madurado y trata un montón de temas que cada vez interesan a un público más general", asegura Héloïse Guerrier, editora de Astiberri. En su catálogo hay más de 300 obras y día a día se amplía el número de las que tratan asuntos "de actualidad", como los cómic del propio Delisle. Está también Viva la vida. Los sueños de Ciudad Juárez, de Edmond Baudoin, una indagación antropológica sobre la violencia en esa ciudad mexicana, o los tres tomos de Una vida en china, de Li Kunwyu, quien después de 30 años de realizar dibujos de propaganda para el Partido Comunista, ajusta cuentas con la historia de su país.

David Hernando, director editorial de Planeta DeAgostini Cómics, quien lleva en España la obra de Sacco, coincide en que este tipo de historias serias "cada vez tiene mayor aceptación". Gracias a ello, dice, "el cómic poco a poco puede equipararse con la narrativa, donde caben géneros de toda índole". Son temas que tienen tanto gancho, o más, que cualquier aventura de ficción.




Viñetas pertenecientes a Crónicas de Jerusalén, de Guy Delisle.-



El Pais 14/01/2012

Sesion fotografica



Probando una nueva camara de fotos, con algunos de mis dibujos. Me encanta. Fotos, collage, mezclas. Juguetes y dibujos.







La fotógrafa más íntima


Brigitte Lacombe empezó a retratar famosos con 17
años. Desde Julia Roberts hasta Al Pacino, Sharon
Stone o Gérard Depardieu han posado para ella. En
este reportaje cuenta cómo son los famosos ante la
intimidad de su cámara. Por Isabel Piquer


 Al Pacino, 1977. "Esta fotografía la hice en Múnich. Al Pacino acababa de hacer "El Padrino". Me gusta mucho porque es una imagen muy natural. Normalmente de Al Pacino se hacen retratos más oscuros;sin embargo, aquí se le ve despreocupado y sin posar".



Es fácil reconocer un retrato de Bri­gitte Lacombe. Son los mismos famosos, actores y cineastas que saturan las porta­das de las revistas, pero sin glamour pre­fabricado ni artificios. Sólo una increíble sencillez, casi absoluta fragilidad. Perso­nas en vez de personajes. En sus 25 años de carrera, esta fotógrafa francesa, afincada en Nueva York, ha desnudado, en el senti­do más escénico de la palabra, a todos los protagonistas del cine y del teatro. Muy pocos han resistido su mirada intensa y es­crutadora, y todos están en su primer libro retrospectivo que sale ahora en España.
Lacombe es una mujer estricta, que siempre va de negro, no lleva maquillaje yhabla con una densidad y sinceridad des­concertantes. La antítesis de lo que uno es­pera cuando se imagina a un profesional de las estrellas. Es una grata sorpresa. No habla de fiestas ni de saraos. sino de lo que pasa cuando se queda a solas con su mode­lo, con Mel Gibson. Sharon Stone, Susan Sarandon o Julia Roberts.
"La fotografía es una forma de tener relaciones íntimas con alguien. E algo muy personal por ambas partes. Es difícil ocultar algo o jugar en ese momento. Esta intimidad tan concentrada es muy emo­cionante. Es algo que no pasa en la vida co­tidiana, donde hace falta más tiempo. Eso es lo que me impulsa a hacer lo que hago.



 Gérard Depardieu, 1975. "Ésta es la primera vez que le fotografié, en 1975, en Cannes. Está con su hijo, que ahora debe tener más de 25 años. Le enseñé esta foto  a Depardieu hace poco y se puso muy triste. La vió como el símbolo de su fallida relación con su hijo".

 Julia Roberts. 1988. "Acababa de rodar Mistyc Pizza y todavía no había salido Pretty woman. Era antes de que fuera una estrella. Es un retrato muy puro, sin pretensiones. Tiene esa increíble sonrisa, aunque también tiene mucho más. Ahora es la reina de Hollywood y ha cambiado un poco".




Sigo buscando esos momentos, pero tienes que entregarte, estar ahí al cien por cien. No busco desestabilizar a la gente ni co­gerlos por sorpresa; al contrario, quiero ponerles en un entorno muy tranquiliza­dor y muy auténtico. No tengo ninguna mala intención. Quiero un momento que a mí me parezca verdadero".
Adam Gopnik, una de las firmas es­trella de la revista The New Yorker lo ex­plica perfectamente en la introducción del libro: 'Aunque desviste a sus modelos, siempre son más conmovedores que sexys. Están en sus camerinos, no en sus dormi­torios. Muestra a Natalie Portman, Cate Blanchett, Gwyneth Paltrow, tan bellas e individualistas como pueden ser las jóve­nes actrices, pero más como potenciales que como personas. (...) Lacombe trans­forma a una generación de estrellas en los actores que intentaron ser".
La fotógrafa explica con un ansia de contraste su interés, dedicación exclusiva, casi obsesión por los que se suben a un es­cenario. "Son el polo opuesto de lo que soy. Yo no me miro nunca. Llevo un uniforme, me visto todos los días igual. Encuentro extraordinario que los actores se expon­gan de esta forma y sean tan vulnerables. Tienen un valor que me conmueve mucho. Me parece muy peligroso y los admiro por ello. Es exponerse constantemente a que todo el mundo tenga una opinión sobre ti. Son riesgos íntimos, emocionales. Y ade­más deben soportar verse a sí mismos todo el tiempo. Creo que de alguna forma quiero protegerlos".
Sentada en una de las pocas banquetas de su estudio de Chelsea, a orillas del río Hudson, revisa las pruebas de lo que le ha costado tres años seleccionar. "Ha sido un arduo proceso. Nunca podrá ser del todo satisfactorio". Se ha puesto las gafas, lleva coleta y no hace caso del calor que despe­jan los enormes ventanales que dan a Man­hattan. Se concentra en lo que dice. "Esto no es un libro comercial, yo no soy tan co­nocida como Annie Leibovitz; mis fotos son más tranquilas, más introspectivas". Acaba de regresar de los estudios Cinecittá Roma, donde Martin Scorsese termina su última película, Gangs of New York. Así empezó, entre cámaras y decorados.
Tenía 17 años cuando Elle la mandó a Carnes en 1975. Había dejado los estudios para dedicarse a lo único que le ha intere­sado. Cayó bien por su aplomo y su suerte. "Allí tuve dos encuentros clave: Dustin Hoffman, que estaba a punto de hacer To­dos los hombres del presidente, y Donald Sutherland, que iba a interpretar El Casa­nova de Fellini. Y los dos me invitaron a ha­cer las fotos del rodaje. En ese momento pensaba que era normal y posible. Ahora me doy cuenta de que fue increíble.


 Kevin Kline.1983. "Es en una habitación de hotel en Francia. Acababa de terminar "The Pirates of Penzance", por el que obtuvo un premio de teatro Tony. Estaba a punto de hacer "La decision de Sophie", con Meryl Streep, y dar su salto al cine. Es alguien que me es muy cercano, soy muy amiga suya y de su familia".


                                               
 Sharon Stone. 1996. "Es un momento de abandono. Esta muy guapa sin ser dura o provocativa. Sensual sin ser sexual. Es la unica vez que la he fotografiado".

 Susan Sarandon.1983. "La he fotografiado varias veces, aunque ahora le he perdido un poco la pista. Siempre sale muy "sexy";  para mi gusto, demasiado. No le hace falta. Tiene mucha fuerza y es muy directa. Es increiblemente bella, tal cual, sin artificios".



Fueron dos amistades profundas y determinan­tes. Empecé en la cumbre. Luego, en Los Ángeles me presentaron a Steven Spiel­berg, que acababa de terminar Tiburón. Entonces nadie sabía que iba a tener esa increíble carrera. Y también nos hici­mos amigos, me presentó a mucha gen­te del cine y me ayudó a conseguir un permiso de trabajo (la codiciada Green Card). Al final acabé instalándome en Nueva York, en un apartamento que aún tengo, a principios de los ochenta".
Estaba, como dicen los norteame­ricanos, en el sitio adecuado en el mo­mento justo. "Cuando Lacombe llegó a EE UU a mediados de los setenta. coin­cidió con la primera nueva generación innovadora de cineastas y actores desde los años veinte", dice Gopnik.
Al poco tiempo. Lacombe conoció al escritor David Mamet, que sigue siendo uno de sus mejores amigos. "Estaba a punto de estrenar en Chicago Glengarry Glen Ross, bajo la dirección de Gregory Mosher. Cuando a Gregory le ofrecieron reabrir el teatro Vivianne Beaumont del Lincoln Center, que había tenido una
Tengo un contrato con Condé Nast Tra­veller desde su primer número, hace 12 años, y para ellos he recorrido el mun­do. Será el tema de mi próximo libro. en el que ya he empezado a trabajar. Todo esto me abstrae completamente de la realidad y de la vida cotidiana. No sé qué es la rutina. Siempre estoy viajan­do. Vivo en un mundo de ilusión".
En ese mundo pocas cosas han cam­biado. Los rostros son distintos, las si­tuaciones diferentes, pero el punto de vista permanece. "Siempre he tenido la misma visión de la gente. La única dife­rencia es que ahora, en vez de llegar sola con mi pequeña cámara de 35 mm, vengo con más material y ayudantes. Trabajo en un formato más grande, pero no utilizo accesorios. Eso envejece las fotos. Se adivina la fecha de mis re­tratos porque la gente cambia con los años, pero no por el maquillaje o el pei­nado. Siempre prefiero a la gente depu­rada. Me acuerdo muy bien, por ejem­plo. de Julia Roberts. Acababa de empe­zar. Tenía un encanto increíble. Luego, las actrices, que en el fondo sueñan con ser modelos, pasan por las manos dedo una serie de contactos que hice para Time Magazine sobre los rodajes de To­dos los hombres del presidente y En­cuentros en la tercera fase. Es lo único que queda, el resto se ha perdido, y es una pena porque son mis primeros tra­bajos. Luego vuelves a encontrar cosas que no te esperabas. Las fotos para mí son como un cuaderno de notas porque no tengo ningún diario".
Reconoce que algunos modelos han escapado a su mirada. "Glen Close. Nunca he sentido que se acercaba a mí. Y la he fotografiado muchas veces. Pero nunca te mira. A lo mejor es algo perso­nal. También me ha pasado con Mel Gibson. Tiene que ponerse en escena. Él sienta las reglas. Y no hay nada que yo pueda hacer. A veces puede ser intere­sante que no quieran entregarse".
Otros momentos fueron más inten­sos. "Jeanne Moreau me sedujo mucho. La conocí ya mayor (hace cinco años), pero en los pocos minutos que pasé con ella me acordé de esa increíble seduc­ción, tiene los mismos gestos, la misma voz, una increíble presencia".
Lacombe asegura que es cada vez trayectoria muy difícil, me pidió que fuera la fotógrafa oficial. Y allí me que­dé durante siete años". En el prólogo, Mamet cuenta aquellos momentos: "Los primeros días, Brigitte estuvo mirando los ensayos desde la platea. Y luego se quedó entre bastidores. Al rato se aven­turó hasta el escenario, mientras los ac­tores ensayaban, y se movió entre ellos. Al final se trajo la cámara".
Lacombe nació en el sur de Fran­cia hace algo más de 40 años. Su padre, arquitecto de formación, estaba obse­sionado con la fotografía. "Eso me in­fluenció mucho, nos hacía fotos todo el tiempo. Me contagió su obsesión. Dejé de ir a clase muy joven y entré de aprendiz con 17 años en el laboratorio de Elle. Así fue como me mandaron al festival de Cannes". Y desde entonces no ha parado. "Mi vida está completa­mente ligada a mi trabajo, lo que me ha obligado a tomar decisiones bastante drásticas, como no tener familia. Ésta ha sido y sigue siendo mi pasión. Y lo decidí siendo muy joven. Fue la prime­ra cosa que quise hacer y se ha conver­tido en todo. Excluyo todo el resto. Lo único que me gusta casi tanto es viajar.todo tipo de estilistas y pierden su ori­ginalidad, se vuelven más uniformes. Y eso me interesa mucho menos".
Es una cuestión de química. La que se establece entre el fotógrafo y el foto­grafiado. "Lo que sale depende tanto del momento, a solas, como de mi persona­lidad. Intento establecer una relación muy directa. Cuando tenía 25 años uti­lizaba mucho la seducción, sobre todo con los hombres. Y conseguía ese mo­mento que ando buscando, en el que re­conozco la auténtica belleza de la per­sona, algo que no es ni edulcorado ni perfecto. Lo reconozco enseguida. A ve­ces los actores tardan en relajarse, se re­sisten. Se ganan la vida siendo otras personas, escondiéndose bajo el maqui­llaje, rodeados de admiradores. No les gusta cuando pido que todo el mundo se vaya. Pero no puedo evitarlo. Si hay otra mirada que la mía, se me escapa la ima­gen; entonces el retrato ya no es perso­nal, es una imagen bonita y comercial. Sé hacerlo, pero no es lo que quiero".
"¿Ha tenido sorpresas al revivir sus 25 años de fotografía?". "Sí. Buenas y malas. Al principio del libro he inclui­más dcil fotografiar famosos. No tan­to porque no se dejen, sino. al contrario, porque están en todas partes. La satu­ración quita contenido a las imágenes. "Quizá mi libro pase inadvertido. Hay tantas que ya se centran en las celebri­dades... pero no me da miedo. Confío mucho en lo que hago. Aunque reco­nozco que es cada más dificil hacer algo interesante para una revista. Hace 10 años te pedían cosas más originales. Ahora todo parece bastante ordinario, intercambiable. Ya no hay revistas vi­suales que tengan un contenido. Sólo quieren algo brillante y superficial".
Todo lo que Lacombe no es. O como resalta David Mamet: "Como tiene un gusto perfecto y simple, siempre me he referido a ella como el árbitro de la ele­gancia. (...) Una vez le traje una nueva cámara que me había comprado. Le en­señé todo lo que se podía hacer con ella. Se limitó a reír, porque la diferencia no está en la cámara". •
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Las fotografias de este reportaje son del libro: Lacombe. Cinema/ theatre' (Schi­mer/Mosel). En España sale a la venta a partir de mañana. También se puede encargar en: www.shimer-mosel.com.


Vanessa Redgrave. 1996. "Estaba interpretando "Antonio y Cleopatra". Hice la fotografia para "The New Yorker". Encuentro su blancura muy bella. Tiene una personalidad increiblemente fuerte".




El Pais Semanal numero 1.302 Domingo 9 de septiembre de 2001

La maestría revelada de Cecilio Pla




"La mosca", "Autorretrato" y "Playa de las Arenas", de Cecilio Pla.

FRANCISCO CALVO SERRALLER
Del 18 de noviembre del presente año al 17 de enero de 1999, se podrá visitar, en la sala madrileña de la Fundación Mapfre-Vida (avenida del General Perón, 40), la exposición antológica dedicada al pintor Cecilio Pla (Valencia, 1860-Madrid, 1934). Se trata de una muestra ambiciosa, que consta de casi ochenta obras, entre las que hay ejemplares tempranos de la década de 1880 y otros de la etapa final de los años veinte. Con ello, el comisario, Javier Pérez Rojas, ha logrado proporcionarnos una revisión retrospectiva bastante completa, que es, además, la primera de esta natura­leza que se exhibe en Madrid.
Por otra parte, hay que subrayar el mo­mento oportuno en que se presenta esta muestra de Pla, cuando nos hallamos aún en el año conmemorativo del centenario de 1898, el de la generación de pintores que maduraron a fines del siglo pasado. Esta fue, sin duda, la generación de Pla, aunque no es una figura que se haya teni­do demasiado en cuenta a este respecto, pero no tanto sólo porque sea uno más de esos artistas comparativamente preteridos, que llenan los almacenes de la historia, si­no porque, siendo uno de esos pintores va­lencianos, de paleta luminosa, que no ca­ben en el esquema de la "España Negra", ha quedado un poco como en el limbo, más esquinado que otra cosa. No obstan­te, una de las cosas que las exposiciones y estudios llevados a cabo el presente año ha puesto en evidencia ha sido precisamente que la pintura española del 98 no fue ho­mogénea, ni sólo cortada por el patrón de lo negro. Esto ha permitido no ignorar, por ejemplo, al también valenciano Joaquín Sorolla, pero, además, hay que rescatar a otras figuras, como Cecilio Pla,a través de cuya exposición se comprobará que fue un excelente pintor, dotado con una interesante personalidad propia.
¿Acaso estamos hablando de un simple académico que pintaba bien? Cecilio Pla fue académico de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, ocupando la plaza que estaba destinada a Joaquín Sorolla, y que éste no pudo ocupar por su enfermedad final y consiguiente fallecimiento, así como de la de San Carlos de Valencia. Más aún: en 1901 fue nombrado profesor en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, y, años después, en 1910, a la muerte de su maes­tro Emilio Sala, ocupó la cátedra de estéti­ca del color en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado, de Madrid. Mas obtener honores académicos y ejercer la docencia académica no significan nece­sariamente ser un académico, en el sentido peyorativo del término. No lo fue su pin­tura, ni sus ideas, ni, sobre todo, su acti­tud, lo que explica que, entre sus alumnos, se encontraran algunos de los más señala­dos vanguardistas españoles. En 1914 pu­blicó una célebre Cartilla de arte pictórico, donde se manifiestan los problemas e in­quietudes de un artista profesor que se to­maba muy en serio su labor docente.
Cuando se contempla un buen cuadro de la madurez de Pla se descubren todas las mejores cualidades que prodigaron los excelentes pintores valencianos de la se­gunda mitad del XIX y primer tercio del XX, como los ya citados Sala y Sorolla, pero también los Pinazo, Francisco Domingo, Muñoz Degrain, José Benlliure, etcétera. Me refiero a la brillan­te paleta cromática, el sentido de la luz, la factura suelta y el gesto expresivo. Son las cualidades, en definitiva, de un buen picto­ricista. pero, además, Pla era un pintorcon enorme brío y un soberbio talento pa­ra tratar con acierto los grandes formatos. Alguien superdotado para lo decorativo y, de hecho, nos dejó excelentes pruebas al respecto en algunos palacios madrileños. De todas formas, lo asombroso en Pla no fue sólo su capacidad para enfrentarse con paneles y techos, sino los cuadros de enor­me tamaño, en los que representaba todo tipo de historias, a veces, de género. Esto significa que era capaz de trasladar a lien­zos descomunales anécdotas domésticas triviales en el más exigente estilo naturalis­ta, como en su momento hizo Courbet.
Precisamente, fue el naturalismo lo que mejor define el estilo maduro de Pla. Llegó a este estilo a partir de unos comien­zos más convencionales de paisaje y pintu­ra regionalista al modo valenciano. Pero supo transformar esa luminosidad esplen­dente en otra, más matizada, donde la luz se agrisaba con sorprendentes matices y ri­quísimos efectos interiores de contraluz. Pla coqueteó con otras tendencias finise­culares, como el simbolismo, lo que enri­queció con extrañas tonalidades mórbidas su siempre maravilloso sentido cromático, pero, en el fondo, más allá de temas y co­rrientes de moda, fue un superdotado de la pintura que se recreaba en serlo, sin por eso incurrir en facilidades al uso, pues pin­taba con el mismo amor un interior doméstico, de intención social, que un san Isidro Labrador, donde un fortísimo senti­do realista se enlazaba sin problema con fugas imaginativas del más preciosista acerbo simbolista.
Creo, por tanto, que esta exposición descubrirá la verdadera talla artística de Pla, pero, sobre todo, entusiasmará a los amantes de la pintura, que se quedarán deslumbrados con los efectos de este estu­pendo maestro valenciano.


El Pais, 14 de noviembre de 1998

martes, 3 de enero de 2012

TAKASHI MURAKAMI por ALEJANDRO RODRÍGUEZ MEDINA



"Japón podría ser el futuro del mundo. Y ahora, Japón es súper plano"
Takashi Murakami  


Takashi Murakami: Signboard TAKASHI, 1992/2007. Plywood and sticker with brand, 70 x 48 x 1,5 cm. (27 9/16 x 18 7/8 x 9/16 inches). Courtesy of the artist. ©1992/2007 Takashi Murakami/Kaikai Kiki Co., Ltd. All Rights Reserved.


La imagen del Japón contempo­ráneo está asociada a la de un país que ha experimentado un cambio radical tras la derrota en la II Guerra Mundial, protagonista de un milagro económico que lo ha convertido en la segunda economía global y una sociedad de consumo ultramoderna donde la más avanza­da tecnología y unas milenarias tradiciones conviven en aparente armonía. Un país capaz no sólo de exportar todo tipo de productos electrónicos sino también de atraer a través de una sofisticada cultura popular a las jóvenes generaciones de los países desarrollados. Una imagen de uno de los extremos del mundo que desde Occidente se alimenta para satisfacer los deseos de exotismo, la ficción de un futuro hipertecnológico. Una proyección plana tras la que parece complicado atisbar un mínimo de realidad.
La coherente trayectoria artística de Takashi Murakami está íntimamente ligada a las con­diciones del Japón contemporáneo. Como artista japonés contemporáneo, su proyecto artís­tico integra en una misma superficie un análisis crítico de la relación entre el individuo y la sociedad, entre el artista y el mundo del arte, entre lo local japonés y lo universal occiden­tal, que sustituye a esa simulación proyectada desde el "nosotros" por una imaginada desde el margen, identificado éste en sus trabajos como la cultura popular de su país, y, más concretamente, la subcultura otaku creada por los aficionados al manga y el anime. Murakami ha conseguido incorporar a la práctica artística el repertorio y los métodos productivos aso­ciados a esta subcultura, conocida como otaku, creando un género nuevo exclusivamente japonés desde el que plasmar una crítica a las tendencias sociales, culturales, políticas y eco­nómicas del Japón contemporáneo y, por extensión, a las de la sociedad posmoderna. Un artista capaz de cambiar radicalmente la percepción del arte de vanguardia en su propio país y cuya trayectoria profesional durante las últimas dos décadas ha hecho de él el artista japo­nés más reconocido internacionalmente y el más valorado en el mercado del arte. Sus tra­bajos, revestidos de una aparente inocencia y espectacularidad, han atraído a un gran público, mientras que su labor como comisa­rio le ha llevado a ser autor de numero­sos ensayos caracterizados por una para­dójica densidad teórica con la que expli­car su planteamiento artístico. Un crea­dor polémico por su marcado interés en la comercialización a través de su propia compañía multinacional de una miríada de productos derivados de sus trabajos y que él considera una extensión natural de su estrategia artística.



Takashi Murakami: The World of Sphere, 2003. Acrylic on canyas mounted on board, 350 x 350 cm (13713/16 x 137 13/16 inches) Private collection, New York Courtesy of Marianne Boesky Gallery New York. ©2003 Takashi Murakami/Kaikai Kiki Co., Ltd. All Rights Reserved.


Nacido en Tokio en 1962, hijo de un miembro de las Fuerzas de Autodefensa japonesas y de una diseñadora de texti­les, Murakami pertenece a la primera generación de japoneses nacidos durante el milagro económico que experimentó Japón tras la devastadora derrota en la llamada Guerra del Pacífico. Una gene­ración que creció intentando armonizar las costumbres tradicionales con la desbordante presencia de cultura foránea proveniente de Estados Unidos. Aunque sus padres siempre insistieron en que recibiese una formación lo más universal posible, desde niño asis­tió a clases de caligrafía a la vez que visitaba las grandes exposiciones de artistas occiden­tales; durante su adolescencia experimentó una irresistible atracción hacia la animación pro­ducida en su país –el ahora globalmente popular anime– que le llevó a estudiar Bellas Artes en la Universidad de Bellas Artes y Música de Tokio, popularmente conocida como Geidai, a partir de 1980. Para Murakami, el impacto que supuso durante su adolescencia el visiona­do de series televisivas de animación como Uchuu senkan Yamato (Barco de guerra espa­cial Yamato, 1974/75) o Galaxy Express 999 (1975/76) condicionaría su concepción de lo bello. En esta última serie el animador Yoshinori Kanada comenzó a desarrollar nuevas téc­nicas de animación conocidas como "efectos Kanada", y sería durante el visionado de una explosión realizada con estas nuevas técnicas cuando Murakami decidió dedicarse al anime. Aunque su intención última era la de convertirse en un profesional de la animación, Murakami eligió formarse en el departamento de nihonga, o pintura de estilo japonés, de Geidai, un estilo pictórico desarrollado durante el periodo Meiji (1868/1912) a modo de

Takashi Murakami: 727, 1996


 reacción ante la amenazadora entrada de la pintura de estilo occidental o yoga. En la pintu­ra tradicional japonesa o nihonga se utilizan técnicas tradicionales japonesas, a las que se incorporaron ciertos elementos de la pintura occidental, para representar una temática tradi­cional. Consideraba que esta formación le permitiría adquirir una suficiencia técnica y unos conocimientos útiles para el desarrollo de la profesión de animador, para la que se prepara­ba en paralelo en una academia.
Murakami descubrió pronto que sus habilidades corno dibujante no eran válidas para alcanzar su meta. Ni la calidad de sus diseños ni su velocidad de ejecución del dibujo le per­mitirían dedicarse al diseño de personajes o a la producción de fondos para series de ani­mación. De su experiencia como aspirante a animador sacaría algunas conclusiones: la orga­nización del trabajo en un estudio de animación en secciones especializadas en las distintas fases del proceso de creación permitía una mayor productividad y aprovechamiento de los conocimientos de cada miembro de un equipo, unas lecciones que aplicaría en su propio estudio años más tarde y que tienen sus orígenes en los estudios de los grabadores del perio­do Edo (1615/1868). Además, la visión desde dentro del sistema sumada a su incondicional afición al anime y al manga serían capitales en la creación de su propuesta estética. Tras once años de formación en el departa­mento de pintura tradicional japonesa y haber constatado el absoluto desco­nocimiento que sobre las últimas tendencias artísticas internacionales demostraban sus compañeros de estu­dios, decidió aumentar su conoci­miento y su relación con el arte con­temporáneo. Una serie de afortunados encuentros entre los que cabe destacar al crítico Noi Sawaragi de la influyen­te revista de arte Bijutsu techou, quien le informaba de los conceptos con los que se estaba trabajando a nivel glo­bal, provocaron un cambio en la trayectoria de Murakami, quien deci­dió comenzar a trabajar a partir de estos supuestos y convertirse en artis­ta de vanguardia.
Desde sus primeros trabajos a principios de la década de los noventa, marcados por la aplicación del apropiacionismo al contexto japonés, los objetivos de su proyecto artístico quedaron definidos.
En su Randoseru Project (1991), una instalación que presentó en la exposición colectiva Sansei no hantai nanoda (Cuando digo sí, quiero decir lo contrario) en la galería Hosomi de Tokio, la utilización crítica de un aparentemente insignificante elemento de la cultura visual japonesa es descontextualizado y transformado para desvelar las estructuras ideológicas que subyacen bajo estos signos. En concreto, aquellas estructuras de poder social que definen el imperialismo japonés y que se caracterizan por una seducción suave en una sociedad eminentemente horizontal en su organización, con un alto tanto por ciento de la población declarándose a sí mismos clase media. Unas estructuras reaprovechadas en el Japón de posguerra para crear lo que el filósofo político Akira Asada describió corno "capitalismo infantil", una sociedad sin un centro espiritual ni valores transcendentes que la guíen, en la que los individuos desconocen la finalidad de su trabajo y demuestran una pasión infantil por el consumo'. 

Takashi Murakami: DOB in the Strange Forest, 1999. FRP, resina, fiberglass, acrylic, and iron, 304.8 x 304.8 x 127 cm (120 x 120 x 50 inches). Collection of Peter Norton and Eileen Harris Norton, Santa Monica. Coartesy, of Marianne Boesky Gallery, New York. Photo by Kazuo Fukunaga. ©1999 Takashi Murakami/Kaikai Kiki Co., Ltd. All Rights Reserved.

 Así, Murakami presentó una fila de ocho randoseru, las mochilas que tradicionalmente utilizan los escolares japoneses y cuyo diseño está inspirado en las que utilizaba el ejército prusiano, revestidas de pieles de animales exóticos, algunas en el límite de la legalidad, como las usadas en los productos de lujo comercializados por las grandes fir­mas de moda. La intención de Murakami no era la de condenar sino la de proponer una ale­goría, un juego de significados que provoquen la reflexión del espectador acerca de los sig­nos presentes en la sociedad posmoderna japonesa, así como el valor del arte más allá del de objeto de lujo.
En esta misma línea se inscribe otro trabajo realizado a principios de los noventa, Sea Breeze (1992), que marcaría el inicio de una productiva relación con la cultura gráfica japo­nesa creada a partir de la segunda mitad del siglo XX, en la que encontró unas manifesta­ciones visuales desde las que operar para realizar una reflexión crítica sobre las representa­ciones culturales posmodernas producidas en Japón. En el caso de esta instalación, Murakami se siente identificado con los creadores de cultura otaku, en concreto con el van­guardista estudio GAINAX, por la marginalidad a la que se ven abocados debido al cons­treñimiento de unos marcos sociales a los que no se adaptan. Él, como artista, sentía la misma necesidad de libertad, de sobrepasar los límites impuestos por las estructuras del mundo del arte japonés, no operativas por poco maduras e ineficaces en un contexto que considera no les era propio, hereda­das de una cultura ajena. Murakami presentó en una exposición colectiva en el Röntgen Kunst Institut de Tokio una instalación en la que colo­có dentro de un armario dieciséis focos de luz en círculo en una forma que recuerdan a la parte inferior de un cohete. Enmarcado e incapaz de despegar, este cohete tan del gusto de los amantes de los contenidos de ciencia ficción del manga japonés, aludía al fracaso en los propósitos de alcanzar la citada libertad por parte de ambos.
Estos trabajos le relacionarían en opinión del citado Noi Sawaragi con otros artistas japoneses que estaban trabajando con estrategias similares, artistas como Kenji Yanobe o Kodai Nakahara, for‑
mando la corriente neopop de principios de los noventa. Tras una estancia en el P.S.
International Studio entre 1994 y 1995, dentro de un programa de artistas en residencia, con
la que buscaba alcanzar la maestría en el uso del lenguaje artístico internacional, Murakami
comenzaría a madurar a través de ensayos y del diseño de exposiciones los objetivos y plan‑
teamientos estéticos que hasta ese momento habían guiado su carrera de una forma más
intuitiva. Su primera elaboración teórica de esta nueva estética se dio en la definición del lla‑
mado Tokyo Pop. En su ensayo Hola, estás vivo. Tokyo Pop Manifesto publicado en 1999 en
la revista Koukoku hihyou (Anuncio crítico), Murakami planteaba una transformación dia‑
léctica de las condiciones negativas del Japón contemporáneo en ventajas para la creación
de un nuevo estilo artístico únicamente japonés. Para Murakami, el Japón contemporáneo se
caracteriza por ser una sociedad de consumo que se ha desarrollado en una absoluta depen‑
dencia con respecto a una autoridad externa. Unas políticas que han producido una sociedad
infantil incapaz de hablar de su propia historia e identidad de una forma madura, causa de
una suerte de negación de la realidad. Murakami cita tres factores negativos en esta socie‑
dad dada a la vida bajo la tutela de los Estados Unidos tras la derrota en la Guerra del
Pacífico, un sistema de valores basado en una sensibilidad infantil, una sociedad sin ningún
estándar de riqueza y una dominante falta de profesionalismo, es decir, un gusto amateur en



Takashi Murakami: Tan Tan Bo, 2001. Acrylic on canvas mounted on board, 360 x 540 x 6.7 cm (141 3/4 x 212 5/8 x 2 5/8 inches). Collection of John A. Smith and Victoria Hughes, London. Courtesy of Tomio Koyana Gallery, Tokyo. ©2001 Takashi Murakami/Kaikai Kiki Co., Ltd. All Rights Reserved.



la creación de artefactos culturales. Lejos de considerarlos una desventaja, Murakami plan­teaba que a través de la integración en la práctica artística de las creaciones producidas bajo estas condiciones se podía alcanzar un nuevo mundo de creatividad. La subcultura entendi­da en el modo que Dick Hebdige la define en su Subculture: The Meaning of Style (Subcultura: El significado del estilo, 1979), una bolsa de resistencia que opera contra la anodina hegemonía de las ideologías invisibles y dominantes en una cultura'. La in­trovertida sensibilidad otaku y su cerrado modo de comunicación y consumo expuestos y potenciados.
Murakami había descubierto la potencialidad que suponía el uso crítico y reflexivo de las subculturas surgidas al amparo de la sensibilidad infantil que caracteriza a los consumido­res de esos productos culturales. Su trabajo Time Bokan (2001) ilustra perfectamente las ideas planteadas en este ensayo. Se trata de una serie de pinturas y estampas en las que Murakami toma prestados el nombre de una de las series anime más populares durante su infancia y la imagen con la que finalizaba: un hongo atómico que reproduce la silueta de una calavera y con la que se simbolizaba la derrota de los villanos de la serie. Un símbolo de muerte visto a través de los ojos de un niño que es reproducido sobre un fondo plano de color brillante. Al reutilizar esta imagen, propone una reflexión crítica sobre la forma en la que es reconstruido un trauma nacional como es el lanzamiento de las bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, un hecho que supuso el fin del enfrentamiento bélico entre Japón y Estados Unidos. Una imagen tan estilizada que ya no parece hacer referencia a un hecho, el horror del desastre nacional, sino que se convierte en el símbolo de la nega­ción emocional de las generaciones nacidas tras la guerra. Un desastre que produjo un adiós a la edad adulta por parte de la nación japonesa que pasaría a depender de los Estados Unidos, una sociedad habitada por unos no adultos, una cultura en permanente impotencia para hablar de su propia historia e identidad de una forma real, siendo sólo capaz de hacer­lo a través de una simulación infantil'. Para subrayar esta idea, Murakami ha introducido dentro de los ojos de la calavera dos de las pequeñas flores sonrientes presentes en numero­sos de sus trabajos y que hacen igualmente referencia a esa estética infantil de lo kawaii, de lo rico, ñoño e inocente. Sobre la planitud del lienzo, Murakami superpone ideas opuestas, la simpatía y aparente inocencia de una imagen infantil y el horror con el que se inició la creación del Japón contemporáneo. Una imagen que sirve de reflejo a la estructura psicoló­gica de una nación y de herramienta para el análisis crítico de la situación de la sociedad japonesa posmoderna a través de un lenguaje visual perfectamente com­prensible por el espectador.

Takashi Murakami. Photo: Miget.

 La estética de lo kawaii (rico) es la base de los innumerables personajes que, ya sea a modo de símbolo de todo tipo de marcas, protagonistas de vide­ojuegos o aquéllos creados directa­mente para su comercialización y con­sumo, pueblan la cultura visual japo­nesa contemporánea. Herederos indi­rectos de los personajes de la factoría Disney, con Mickey Mouse como estandarte, que encarnarían en opi­nión de Murakami el afán consumista de una sociedad con una marcada sen­sibilidad infantil. El sociólogo Eiji Otsuka llamó la atención sobre esta relación entre el inusual desarrollo de la cultura de consumo japonesa y el infantilismo que caracteriza su cultura en Shoujo minzokugaku (El folclore de
las chicas, 1989). Estas figuras formarían parte de la concepción inocente y rica que las con­sumidoras de estos productos tendrían de sí mismas, una identidad que intentarían reforzar a través de la creación de un microcosmos en sus propios hogares rodeándose de estos ino­fensivos productos kawaii. A estas "chicas", Otsuka las considera el "consumidor puro", ya que su única finalidad vital era el deseo por consumir. Murakami realizó una de sus opera­ciones artísticas más productivas y exitosas a través de la creación de un personaje que refle­jase el infantilismo, la incongruencia y el sinsentido del consumo de este tipo de productos. La idea de crear Mi: DOB (1994) surgió con un proyecto para crear un símbolo asociado a un eslogan. La evolución del proyecto le llevó a crear un personaje cuya inspiración remota sería Mickey Mouse, está dotado de dos enormes orejas, pero tras un proceso de hibridación con caracteres propios de la cultura gráfica nipona, como Sonic o Doraemon. Con una esté­tica absolutamente kawaii el personaje lleva escritas en una oreja la letra "D" y en la otra la "B" mientras la cara circular reproduciría la letra "O". Su nombre es la abreviación de la frase Dobozite, dobozite, oshamanbe, un juego de palabras sin sentido compuesto por una deformación de la pronunciación de la palabra doushite (porqué) extraída de una serie de animación, y el nombre de un pueblo de la isla de Hokkaido, Oshamanbe, que hace refe­rencia a un chiste de contenido sexual de un popular cómico televisivo. Esta frase subraya la incongruencia del deseo por consumir además de jugar con el uso de eslóganes escritos en letras latinas por artistas y publicistas japoneses. El personaje se convertiría en un alter ego de Murakami a la vez que su firma. En su investigación sobre cómo estas imágenes per­duran y son conductores del deseo, Murakami ha sometido a innumerables transformacio­nes a DOB sacando de él el aspecto siniestro y feroz que se esconde tras ese deseo sin fin por consumir. Su última manifestación sería Tan Tan Bo / a.k.a. Gero Tan (Chico flema / alias Vomitando, 2002); el personaje se presenta al borde del colapso en una visión apoca­líptica.
Con la exposición Superflat celebrada en 2000 en la galería Parco de Tokio, y el catálogo que la acompañaba, Murakami sublimó las ideas presentes en sus trabajos y ensayos hasta aquel momento. El término superflat surgió de una conversación que el artista tuvo con dos galeristas de Los Ángeles cuando les estaba presentando su trabajo, al ver una de sus piezas uno de los galeristas comentó "es súper plana, súper alta calidad, súper limpia". Este comen­tario le hizo valorar que, si la cultura japonesa no conseguía transcender esa superficie plana, nunca conseguiría respetabilidad como cultura'. La intención de Murakami es la de construir una teoría que legitime y apoye la creación de una nueva estética únicamente japonesa con la que independizarse de esa tutela del arte moderno occidental, una estética con unos estándares de creación y apreciación deri­vados de fuentes japonesas'.



Takashi Murakami: Milk, 1998. Acrylic on linen mounted on board, 243.8 x 487.7 cm (96 x 192 inches). Collection of Eileen Harris Norton and Peter Norton, Santa Monica. Courtesy of Blum & Poe, Los Angeles. ©1998 Takashi Murakami/Kaikai Kiki Co., Ltd. All Rights Reserved.




La estética Superflat se caracteriza­ría estilísticamente por la ausencia de una composición centralizada, ésta se ve sustituida por una decoratividad que juega con la mirada del especta­dor haciendo que se desplace por la superficie del plano pictórico, que en definitiva sería lo único que exis­te, ya que en la tradición estética japonesa no habría espacio para una representación realista. Takashi Murakami cita el trabajo del historia­dor del arte Nobuo Tsuji, quien en su libro Kiso no keifu (El linaje de la excentricidad, 1988) subraya unas características compartidas, la crea­ción de unas imágenes excéntricas y fantásticas, por un grupo de artistas japoneses en los siglos XVII y
XVIII, entre los que se encontrarían Itou Jakuchuu y Kano Sansetsu, para plantear su tesis de la cultura decorativa que caracteriza la expresión estética japonesa. Reaprovechando este linaje a modo de legitimación histórica de sus ideas, Murakami establece una conexión entre estos artistas premodernos, un periodo anterior al inicio de las relaciones culturales con Occidente, con los creadores de manga y anime de posguerra. Si Kano Sansetsu pinta un tronco de árbol retorciéndose horizontalmente en la superficie del plano pictórico en su Viejo ciruelo (1647), las decorativas explosiones creadas por Yoshinori Kanada lo hacen en la pantalla del televisor, y el mismo Murakami pinta su Milk (Leche, 1998), en el que la explosión de una sustancia cuya textura recuerda a algún tipo de fluido corporal recorre de forma decorativa el lienzo reproduciendo el perfil del árbol de Kano Sansetsu. Así, Murakami introduce otro de los aspectos básicos de su teoría Superflat, la no diferenciación entre alta cultura y cultura popular, entre arte y artesanía o mercancía, entre las instituciones que albergan el hecho artístico y el espectáculo. Unas distinciones que, aunque desgastadas durante la posmodernidad, son clave en la cultura euroamericana pero nunca existieron en el contexto japonés, éstas fueron introducidas junto a otros conceptos durante el periodo de modernización del país desencadenado por el inicio del contacto con las poten­cias coloniales a finales del siglo XIX.


Takashi Murakami: Installation view of Miss ko2 (Project ko2) (1997) at Wonder Festiyal, Summer 2000. Oil, acrylic, fiberglass, and iron 254 x 116.8 x 91.4 cm (100 x 46 x 36 inches). Courtesy of Marianne Boesky Gallery, New York; Blum & Poe, Los Angeles; Galerie Emmanuel Perrotin, Paris and Miami; and Tomio Koyama Gallery, Tokyo. Photo ky Kazuo Fukunaga. ©1997 Takashi Murakami/Kaikai Kiki Co., Ltd. All Rights Reserved.




Los aspectos estilísticos de Superflat se ven complementados por otros aspectos sociales y culturales, así, esta Súper planitud haría referencia a la horizontalidad de la organización social japonesa y a la no jerarquización de las manifestaciones culturales. Murakami sería el creador y principal representante de un estilo artístico puramente japonés que afirma su uni­cidad frente a Occidente. En opinión de la crítica de arte Midori Matsui, su planteamiento encarna un acto de arti­culación cultural tal y como lo define Stuart Hall. Es una herramienta poseo­lonial de redefinición cultural, una deliberada adopción de los marcos cul­turales del colonizador para rellenarlos
con conocimiento local, para inventar un nuevo medio que, además, forma una nueva iden‑
tidad'. Murakami tomaría el concepto de pop americano modificando su significado a tra‑
vés de las citadas subculturas locales, una reacción a las causas que ha producido la infanti‑
lización de la sociedad japonesa.
Los paralelismos entre los planteamientos de Takashi Murakami y Andy Warhol son evi­dentes aunque sus objetivos y la constancia y seriedad de la persecución de su consecución difieren en grado y dirección. Mientras Warhol introdujo elementos de la cultura de masas en la práctica artística, Murakami extiende el concepto de arte, lo presenta en un escapara­te infinitamente más amplio a la vez que trabaja desde esa cultura de masas. Donde Warhol creó The Factory, un estudio donde introdujo la maquinaria necesaria para la reproducción masiva de imágenes, Murakami ha creado una compañía multinacional con oficinas en Tokio y Nueva York que le sirve de estudio donde expertos en diseño informático, modela­do, marketing y un largo etcétera de disciplinas hacen las veces de ayudantes del maestro en cada una de las fases de producción de sus proyectos artísticos, expositivos o comerciales.



Takashi Murakami: 727-727, 2006. Acrylic on canvas mounted on board, 300 x 450 x 7 cm (118 1/8 x 177 3/16 x 2 3/4 inches). The Steyen and Alexandra Cohen Collection. Courtesy of Blum & Poe, Los Angeles. ©2006 Takashi Murakanzi/Kaikai Kiki Co., Ltd. All Rights Reserved.

 De estas diferencias entre ambos artistas y sus objetivos es claro ejemplo My Lonesome Cowboy (Mi vaquero solitario, 1998), cuyo título recuerda a la película de Andy Warhol de 1968 en la que el protagonismo lo ocupaba una erótica homosexual. Murakami representa a un joven masturbándose y creando un lazo vaquero con su propio semen. La figura subraya la perversa —hasta la monstruosidad— sexualidad de la cultura gráfica manga. En ella, la exa­gerada cantidad de semen parece aludir al onanismo y su obsesión por la eyaculación en una referencia crítica a las nuevas formas de consumo de pornografía haciendo de la figura una parodia de la erótica otaku. Para la realización de esta figura, Murakami contó con la cola­boración de especialistas en la realización de las figuras creadas para satisfacer al público del manga y el anime que busca una proyección física tridimensional de sus más queridos personajes de ficción, objetos del deseo cuyo consumo sirve de redención al vacío existen­cial en una sociedad sin unos valores transcendentales. Si Warhol consideraba que "un buen negocio es arte", Kaikai Kiki Co., Ltd., la compañía de Takashi Murakami que recoge su nombre del calificativo empleado por los espectadores ante la visión del trabajo del pintor del siglo XVI Kano Eitoku y cuyo significado es el de "sobrenatural" y "bizarro", es una auténtica obra maestra que comercializa todo tipo de pro­ductos bajo la firma Murakami. Kaikai Kiki Co., Ltd. se encarga de gestionar todos los pro­yectos realizados por Takashi Murakami por muy dispares que parezcan, colaboraciones con otras compañías que le encargan el diseño de líneas de productos como en el caso de Issey Miyake o Louis Vuitton; la producción de su último proyecto, una película de animación para cuya realización ha creado un estudio independiente de la sede de Kaikai Kiki, viendo así realizadas sus aspiraciones de convertirse en animador; o la organización del festival de arte Geisai (Festival de las artes), una feria entendida a modo de festival, en un sentido cer­cano al de carnaval por la supresión de toda regla o jerarquía durante su duración, y que encuentra su inspiración en los salones organizados de forma amateur por los otaku. En él, los participantes pueden mostrar sus creaciones libremente en un concurso con un jurado formado por artistas internacionales así como por críticos y comisarios de museos de arte contemporáneo. De estos festivales Murakami ha seleccionado a jóvenes artistas a los que ha incorporado a su estudio/compañía para proporcionarles una plataforma desde la que desarrollar libremente este nuevo arte, artistas como Aya Takano, Chiho Aoshima o Mr. con la seguridad que la marca Kaikai Kiki Co., Ltd. proporciona, al haber conseguido asociar a su nombre un reconocimiento a su labor de producción y representación artística.
Con ello busca asegurar la consecución de unos objetivos que ha declarado abiertamente en innumerables ocasiones a través de sus ensayos y entrevistas, como si de un mesías del arte contemporáneo en Japón se tratase. Desde sus inicios ha buscado romper las limitacio­nes a las que se había autosometido el mundo del arte japonés, disolviendo la jerarquía entre arte y subcultura, estratégicamente concebida como ataque a las bases de la concepción occidental de arte. Igualmente ha buscado crear un nuevo arte japonés a partir de una estra­tegia similar, la reutilización de la producción marginal de las subculturas locales. Este nuevo estilo se ha mostrado como un gran acierto ya que otros artistas, como los que traba­jan en su estudio, han exhibido una desbordante energía creativa, además de un gran atrac­tivo para el publico japonés que se ha visto multiplicado desde la irrupción de Takashi Murakami en el panorama artístico a principios de la década de los noventa. Y, por último, con el éxito en sus anteriores metas, aportar una personalidad propia para el arte japonés en el mundo, una identidad cultural que sea reconocible internacionalmente. Un estilo artístico que ha pasado en su opinión de una posición de marginalidad a una posición de ventaja para hablar de las condiciones y conflictos de la sociedad posmoderna, y al que ve posibilidades de convertirse en un estándar internacional', ya que, en definitiva, el Japón del hoy podría ser el mundo del mañana.


Extraido de la revista Arte y Parte nº 79

domingo, 1 de enero de 2012

Los dioses de la Antigüedad viven en el vecindario


Viñeta del cómic El ladrón del rayo, adaptado por Robert Venditti e ilustrado por Attila Futaki y José Villarrubia.-


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REPORTAJE: CÓMIC

ELISA SILIÓ 30/12/2011
       

El estadounidense Rick Riordan, el sexto autor con mayor número de ventras en 2010, da el salto al Egipto de los faraones con La pirámide roja, En paralelo, el exprofesor arrasa con una serie de mitología griega anclada en el siglo XXI

Cuando uno termina La pirámide roja, de Rick Riordan, acaba extenuado. Ha recorrido a salto de mata Londres, París, Luxor o Nuevo México y con el terror de ser perseguido por magos, dioses y monstruos egipcios. De paso aprende que en el lado oriental del Nilo vivían los vivos y en el otro, los muertos; que la reina-faraón Hatshepsut usaba una barba postiza para enfatizar su poder, o que debajo del aeropuerto de El Cairo están las ruinas de Heliópolis. "Las momias, las pirámides y los jeroglíficos fascinan a los jóvenes lectores. Sus mitos son tan interesantes como los griegos, pero no son tan conocidos. Eso me motivó a escribir", explica por correo electrónico Riordan (San Antonio, Tejas, 1964).

De esta primera parte de la trilogía The Kane Chronicles se han vendido ya cerca de 2 millones de ejemplares en Estados Unidos. La segunda (que Montena publicará en español a finales de marzo) ha puesto allí, en sus calles, más de dos millones. Y le han llovido los reconocimientos: Mejor Libro de 2010 del School Library Journal o el Children's Choice Book Awards 2011. En estos momentos La pirámide y El hijo de Neptuno se cuentan entre los libros más vendidos de la lista de The New York Times.

¿La clave del superventas? "Humor, acción, misterio y magia con personajes empáticos. El joven siempre necesita una razón para pasar la página". Riordan enseñó Inglés e Historia durante 15 años en San Francisco y San Antonio, y no ha perdido el didactismo: "¡Me siento profesor con millones de alumnos! Quiero que se diviertan y, de paso, introducirles en las emocionantes leyendas, animándoles a indagar más". En su caso particular se enganchó con El señor de los anillos.

Riordan todavía no goza de gran popularidad en España, a pesar de que en 2010 fue el sexto autor que más ganó: 15,6 millones de euros, justo por detrás de Stephenie Meyer. Sin embargo, son muchos los niños que conocen las aventuras de Percy Jackson que se publican desde 2006. A Percy, que padece dislexia y problemas para concentrarse -como un hijo de Riordan-, los dioses le revelan que es hijo de un dios y una mortal, y que debe cumplir una misión. Con estos mimbres se construye un mundo en el que los dioses nos rodean.

La pirámide, por su parte, arranca con la pesadilla de cualquier egiptólogo. "La luz azulada se volvió de un blanco abrasador y la piedra Rosetta estalló en mil pedazos", se cuenta en el libro. La culpa es un conjuro de un arqueólogo que desaparece dejando a su suerte a sus hijos a quien ataca el dios del caos. "Investigué mucho. Todos los hechizos aparecen en los textos antiguos. También las estatuas Shabti, las varitas, los báculos, las leyendas... Egipto era envidiado por tener los mejores magos, por eso la victoria de Moisés ante la magia de los faraones en el Antiguo Testamento es tan admirada".

"La tradición popular egipcia ha sido arrinconadadurante siglos. Tan sólo desde 1800 estamos reaprendiendo a leer jeroglíficos, por eso no se ha entrelazado con la cultura romana y la griega", se lamenta. "Pero hemos heredado mucho en literatura, arte, arquitectura, matemáticas o ingeniería: seguimos levantando obeliscos y las proas de los barcos pesqueros del Mediterráneo se decoran con ojos de la suerte".

El autor de La pirámide roja empezó a escribir novela negra para adultos porque echaba de menos San Antonio y lo situó como escenario de los crímenes. Ocho policiacos de los que ha vendido al menos millón y medio de ejemplares. En 2004 dejó la enseñanza para centrarse en la literatura. Continúa con suspense, también para niños, con libros como El laberinto de huesos.

Hasta ahora, Riordan ha viajado por medio Estados Unidos participando en las "semanas olímpicas" en las que los fans del escritor, disfrazados de dioses, tan pronto bailaban en una toga party que contestaban en un trivial mitológico. Pero eso se acabó. "Recibo tantos correos que no puedo contestar. He optado por cambiar de estrategia. Lo más importante es que los libros estén en sus manos cuanto antes mejor. ¡Es la mejor forma de comunicarme con ellos", se excusa el autor.

En España acaba de salir el cómic El ladrón del rayo, del que se estrenó en 2010 la película. Ahora se trabaja en las viñetas de La pirámide roja y en 2013 llegará a las pantallas El mar de los monstruos, de Thor Freudenthal. Riordanno verá la adaptación: "No quiero reemplazar los personajes por la idea que tiene en mente otra persona".

La pirámide roja. Rick Riordan. Montena. Traducción de Manuel Viciano. Barcelona, 2011. 476 páginas. 15,95 euros. En catalán, La piràmide vermella (La Galera). En euskera, Piramide gorria (Mezulari). El laberinto de huesos. Traducción de C. Costas. Destino. Barcelona, 2011. 11,95 euros. El ladrón del rayo (cómic). Adaptación de Robert Venditti. Ilustraciones de A. Futaki y J. Villarrubia. Percy Jackson y los dioses del Olimpo. Traducciones de Francisco del Rey, salvo la primera que es de Libertad Aguilera. I. El ladrón del rayo (2006). II. El mar de los monstruos (2008). III. La maldición del titán (2009). IV La batalla del laberinto (2009). V. El último héroe del Olimpo (2010). Salamandra. Barcelona.