"La mosca", "Autorretrato" y "Playa de las Arenas", de Cecilio Pla.
FRANCISCO CALVO SERRALLER
Del 18 de noviembre del presente año al 17 de enero de 1999, se podrá visitar, en la sala madrileña de la Fundación Mapfre-Vida (avenida del General Perón, 40), la exposición antológica dedicada al pintor Cecilio Pla (Valencia, 1860-Madrid, 1934). Se trata de una muestra ambiciosa, que consta de casi ochenta obras, entre las que hay ejemplares tempranos de la década de 1880 y otros de la etapa final de los años veinte. Con ello, el comisario, Javier Pérez Rojas, ha logrado proporcionarnos una revisión retrospectiva bastante completa, que es, además, la primera de esta naturaleza que se exhibe en Madrid.
Por otra parte, hay que subrayar el momento oportuno en que se presenta esta muestra de Pla, cuando nos hallamos aún en el año conmemorativo del centenario de 1898, el de la generación de pintores que maduraron a fines del siglo pasado. Esta fue, sin duda, la generación de Pla, aunque no es una figura que se haya tenido demasiado en cuenta a este respecto, pero no tanto sólo porque sea uno más de esos artistas comparativamente preteridos, que llenan los almacenes de la historia, sino porque, siendo uno de esos pintores valencianos, de paleta luminosa, que no caben en el esquema de la "España Negra", ha quedado un poco como en el limbo, más esquinado que otra cosa. No obstante, una de las cosas que las exposiciones y estudios llevados a cabo el presente año ha puesto en evidencia ha sido precisamente que la pintura española del 98 no fue homogénea, ni sólo cortada por el patrón de lo negro. Esto ha permitido no ignorar, por ejemplo, al también valenciano Joaquín Sorolla, pero, además, hay que rescatar a otras figuras, como Cecilio Pla,a través de cuya exposición se comprobará que fue un excelente pintor, dotado con una interesante personalidad propia.
¿Acaso estamos hablando de un simple académico que pintaba bien? Cecilio Pla fue académico de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, ocupando la plaza que estaba destinada a Joaquín Sorolla, y que éste no pudo ocupar por su enfermedad final y consiguiente fallecimiento, así como de la de San Carlos de Valencia. Más aún: en 1901 fue nombrado profesor en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, y, años después, en 1910, a la muerte de su maestro Emilio Sala, ocupó la cátedra de estética del color en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado, de Madrid. Mas obtener honores académicos y ejercer la docencia académica no significan necesariamente ser un académico, en el sentido peyorativo del término. No lo fue su pintura, ni sus ideas, ni, sobre todo, su actitud, lo que explica que, entre sus alumnos, se encontraran algunos de los más señalados vanguardistas españoles. En 1914 publicó una célebre Cartilla de arte pictórico, donde se manifiestan los problemas e inquietudes de un artista profesor que se tomaba muy en serio su labor docente.
Cuando se contempla un buen cuadro de la madurez de Pla se descubren todas las mejores cualidades que prodigaron los excelentes pintores valencianos de la segunda mitad del XIX y primer tercio del XX, como los ya citados Sala y Sorolla, pero también los Pinazo, Francisco Domingo, Muñoz Degrain, José Benlliure, etcétera. Me refiero a la brillante paleta cromática, el sentido de la luz, la factura suelta y el gesto expresivo. Son las cualidades, en definitiva, de un buen pictoricista. pero, además, Pla era un pintorcon enorme brío y un soberbio talento para tratar con acierto los grandes formatos. Alguien superdotado para lo decorativo y, de hecho, nos dejó excelentes pruebas al respecto en algunos palacios madrileños. De todas formas, lo asombroso en Pla no fue sólo su capacidad para enfrentarse con paneles y techos, sino los cuadros de enorme tamaño, en los que representaba todo tipo de historias, a veces, de género. Esto significa que era capaz de trasladar a lienzos descomunales anécdotas domésticas triviales en el más exigente estilo naturalista, como en su momento hizo Courbet.
Precisamente, fue el naturalismo lo que mejor define el estilo maduro de Pla. Llegó a este estilo a partir de unos comienzos más convencionales de paisaje y pintura regionalista al modo valenciano. Pero supo transformar esa luminosidad esplendente en otra, más matizada, donde la luz se agrisaba con sorprendentes matices y riquísimos efectos interiores de contraluz. Pla coqueteó con otras tendencias finiseculares, como el simbolismo, lo que enriqueció con extrañas tonalidades mórbidas su siempre maravilloso sentido cromático, pero, en el fondo, más allá de temas y corrientes de moda, fue un superdotado de la pintura que se recreaba en serlo, sin por eso incurrir en facilidades al uso, pues pintaba con el mismo amor un interior doméstico, de intención social, que un san Isidro Labrador, donde un fortísimo sentido realista se enlazaba sin problema con fugas imaginativas del más preciosista acerbo simbolista.
Creo, por tanto, que esta exposición descubrirá la verdadera talla artística de Pla, pero, sobre todo, entusiasmará a los amantes de la pintura, que se quedarán deslumbrados con los efectos de este estupendo maestro valenciano.
El Pais, 14 de noviembre de 1998
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