lunes, 30 de junio de 2025

Entre telarañas y croissants: la extraña familia de superhéroes y superheroínas

Escrito por Eduardo Sastre

Jenny Sparks. Imagen Image/WildStorm/DC Comics.

Los superhéroes son esa rara especie de ficción que, como las cucarachas y las boy bands, sobreviven a cualquier cosa: a las guerras, a las crisis, a las modas cambiantes, a la demolición cultural y hasta a los mismos lectores que los vieron nacer. Han envejecido sin arrugarse y, por más que los calendarios insistan, siguen combatiendo el crimen como si los huesos no dolieran y las jubilaciones fueran un concepto ajeno a sus manuales. Los superhéroes, y las superheroínas, que tampoco vamos a caer ahora en esa trampa de la testosterona, se han convertido en patrimonio emocional, en herramientas de patio de colegio y en refugio intelectual para adultos que, en lugar de ir al gimnasio, coleccionan ediciones deluxe con sobrecubierta satinada.


Y si bien elegir al favorito puede parecer hoy una frivolidad para charlas de bar, lo cierto es que esas elecciones nos construyeron, nos definieron y, probablemente, nos marcaron más que algunas elecciones reales que tomamos ya de adultos. Superman, el eterno expatriado de Krypton, sigue siendo la postal clásica del superhéroe de manual: el último hijo de un planeta moribundo, criado por granjeros que le enseñaron que la decencia cabía en un almuerzo familiar y que la ropa interior era perfectamente aceptable por fuera del pantalón. Superman es tan luminoso, tan excesivamente bueno, que a veces nos parece un poco antiguo, pero nadie ha logrado borrar su sonrisa de las enciclopedias. Si buscas «superhéroe» en cualquier diccionario, allí está él, flotando.


Batman, en cambio, nos devuelve a la oscuridad, a la fantasía de que el miedo puede ser un superpoder y que, con dinero y trauma suficientes, uno podría domar la noche. No tiene poderes, no le picó ninguna araña radioactiva ni vino de otro planeta: tiene entrenamiento, gadgets y una capacidad prodigiosa para quedarse solo en las fiestas. Es el único que consigue que el hecho de llevar la ropa interior por fuera no sea tema de burla. Bruce Wayne es un millonario soso, pero Batman es el arquetipo del vigilante perfecto, el que no vuela pero sabe hacer caer a los demás.


Y luego está Spider-Man, que fue el primero en demostrar que tener superpoderes no te libra de pagar el alquiler ni de ser un desastre sentimental. Peter Parker es el superhéroe empollón y desgraciado al que, por mucha telaraña que dispare, siempre se le escapa algo. La genialidad de Spider-Man no está solo en sus poderes ni en ese diseño inolvidable de traje, sino en habernos recordado que uno puede tener todo el poder del mundo y, aun así, seguir tropezando con la misma piedra, con el mismo jefe, con la misma mala suerte.


En este recorrido también se cuela, como quien no quiere la cosa, Superlópez, aquel superhéroe de acento castizo que nació como una parodia desvergonzada —un remedo hispánico del mito estadounidense, bigote incluido— y que, con el paso de los años, se convirtió en una de las crónicas más lúcidas y certeras de nuestra tragicómica existencia diaria. Porque Superlópez, aunque sobrevolaba ciudades, aunque plantaba cara a alienígenas de saldo y villanos de caricatura, estaba condenado, como todos nosotros, a bajar a tierra para pelearse con la hipoteca, para aguantar a esos compañeros de oficina cuya estupidez parecía tener categoría de epidemia, para desayunar croissants rancios en bares donde el tiempo se detuvo sin que a nadie le importara demasiado. En sus viñetas, donde lo extraordinario y lo vulgar se codean sin pedir permiso, late un humor tan afilado como constante, un humor que jamás necesitó renunciar al absurdo ni al ingenio para seguir explicándonos, con la naturalidad de quien habla desde la barra de un bar, lo que muchos editoriales no consiguen explicar ni gastando litros de tinta. Superlópez nos enseñó, a base de aventuras imposibles y derrotas cotidianas, que a veces volar no te libra de estrellarte contra las miserias de siempre.


Tony Stark, alias Iron Man, es otro de esos personajes que se reinventó cuando ya casi estaba destinado al desguace de personajes olvidables. Stark no es solo un tipo con armaduras molonas: es la fantasía definitiva del adulto: tener millones, tener juguetes imposibles y tener una verborrea con licencia para la arrogancia. Gracias a Robert Downey Jr. y a los tebeos de Ellis, Iron Man volvió a ser cool, a ser el millonario que sí querrías ser (porque ser Bruce Wayne está bien, pero sin las cenas deprimidas y los traumas infantiles, mejor).


Y claro, está Wonder Woman, que no necesitó una ciudad gótica ni un planeta natal en ruinas para convertirse en leyenda. Diana de Themyscira, nacida entre amazonas y moldeada con la arcilla de los mitos, fue la primera en recordarnos que no todo superhéroe necesita testosterona ni traumas paternos para salir a salvar el día. Armadura, lazo de la verdad y una capacidad casi olímpica para caminar entre la guerra sin perder la compostura ni la pedicura. Wonder Woman es la postal del poder sin pedir disculpas, la demostración de que romper techos de cristal es quedarse corta cuando puedes directamente atravesarlos a golpes, y la prueba viviente de que incluso la paz necesita a veces una buena espada.


En el panteón también está Jean Grey, que empezó siendo «la chica del grupo» y acabó dinamitando esa etiqueta para convertirse en Fénix, la encarnación del poder desbordado, del potencial que asusta, de la fuerza que no cabe en las estructuras convencionales. Jean Grey es la demostración de que el poder absoluto no solo corrompe, sino que también devora, que a veces lo más aterrador no es el villano, sino lo que uno mismo puede llegar a ser.


Y si hablamos de fuerza descontrolada, no se puede olvidar a Lobezno, esa mezcla de samurái canadiense, bar de carretera y cuchillas siempre a punto. Lobezno no vino a encajar: vino a romper la mesa, a destrozar la vajilla y a beberse la cerveza de los demás. Su pasado fragmentado, su actitud entre salvaje y cínica y ese imán para los focos lo convirtieron en el líder involuntario, en el que se quedó con las portadas aunque no quisiera sonreír para ellas.


Jenny Sparks es otra que merece su altar: la encarnación del siglo XX, la mujer que fumaba, bebía, lideraba y que no necesitó jamás un traje ridículo para patearte el alma. Sparks fue la antítesis definitiva del superhéroe de postal, la que podía vestir la bandera sin caer en el ridículo, la que no se salvaba ni a ella misma pero lo hacía todo igual, porque alguien tenía que hacerlo, porque alguien siempre tiene que hacerlo. Militantemente bisexual, hija del rayo, nacida el primer día del siglo y muerta el último, Sparks no venía a justificar quién era ni a pedir permiso para existir como era. No venía a posar, ni a inspirar camisetas ni a buscar estatuas de coleccionista: venía a encender cigarrillos, a comandar equipos imposibles y a recordarte, con cada calada, que los héroes y heroínas no son quienes que salen impecables en las fotos, sino los que se ensucian las manos mientras se ríen de las consignas patrióticas que otros repiten como loros domesticados. Bien nos vendría su ayuda en la ola reaccionaria que está sufriendo el mundo, donde los relatos, como antes, intentarían borrar su identidad, como si sus vidas, sus cuerpos, sus nombres valieran menos por no encajar en categorías cómodas para el merchandising. Sparks no era el sueño americano, ni el británico, ni el de ninguna nación plastificada: era el rayo que atraviesa la historia, la que miraba de frente a dioses, a presidentes y a alienígenas sin cambiar el paso ni soltar el vaso. No vino a salvarnos con sonrisas de portada, ni con discursos de calendario motivacional: vino a hacer lo que tocaba, aunque se dejara la piel y aunque supiera que, al final, nadie le pondría una estatua porque las estatuas son para los que saben caer bien, no para los que dicen la verdad cuando nadie la quiere escuchar.


Y no podemos olvidarnos de la Viuda Negra, la espía que nunca necesitó rayos gamma ni armaduras de lujo para abrirse paso a codazos entre dioses, supersoldados y genios millonarios. Natasha Romanoff no lanza rayos ni vuela, pero sí reparte las mejores patadas en un universo que a veces parece diseñado para que solo sobrevivan los que disparan láseres por los ojos. La Viuda Negra es la prueba de que la habilidad, la inteligencia y una buena llave de judo pueden ser tan letales como cualquier martillo mágico. Y cuando Scarlett Johansson se enfundó el traje en el MCU, consiguió que el personaje pasara de secundario reciclado a figura imprescindible, de las que se llevan los planos importantes y las despedidas que duelen. No necesitó superpoderes. Le bastó con tener historia.


Y entonces llegó Hulka, la abogada verde que demostró que no hacía falta levantar edificios ni derrotar alienígenas para desatar un seísmo en el mundillo superheroico: bastaba con romper la cuarta pared y, de paso, reventar unos cuantos prejuicios. Jennifer Walters no solo ganaba juicios mientras doblaba farolas, sino que lo hacía con humor, con desparpajo y con un vestuario que no necesitaba remaches ni hombreras para intimidar. Y cuando llegó su serie, con sus efectos discutibles y sus guiños autoconscientes, apareció también ese enjambre previsible de televidentes incel, ofendiditos de foro y guardianes del canon que jamás soportaron que una mujer verde les mirara a cámara y les explicara, sin pedir permiso, que el show iba de ella y no de sus expectativas rancias. Como si ser verde, abogada y protagonista fuese el último pecado imperdonable. Como si el problema nunca hubiera sido el CGI, sino el espejo incómodo que les estaba devolviendo.


Y cerramos con Deadpool, que nació casi como un chiste privado entre autores y se convirtió en el mejor resumen de su propia parodia. Deadpool habla, rompe la cuarta pared, es incorrecto, es deslenguado, es inmortal y, sobre todo, es el ejemplo perfecto de que en un mundo saturado de reglas y continuidad, a veces lo que uno necesita es precisamente eso: a alguien que venga a cargárselo todo a golpe de chiste y a golpe de hachazo.


Elegir una superheroína o superhéroe favorito no es solo una cuestión de poderes ni de trajes ni de logos. Es, probablemente, una forma de confesar con qué tipo de fantasía hemos decidido pactar: con la del que vuela, con la del que muerde, con la del que sangra, con la del que se cae y se levanta, o con la del que se ríe hasta de sus propias cicatrices. No sobreviven por sus capas ni por sus puños, ni por las editoriales ni por las cifras de taquilla. Sobreviven porque seguimos necesitándolos, aunque a algunos les dé vergüenza admitirlo. Son el último clavo ardiendo al que nos aferramos cuando el curro apesta, el alquiler asfixia, el espejo devuelve una cara que ya no reconocemos y las notificaciones solo traen malas noticias. Los superhéroes y superheroínas son una droga blanda del desencanto en dosis controladas de esperanza que nos permite seguir tragando mientras el mundo se desmorona. Nos enseñaron a volar, sí, pero sobre todo nos enseñaron a estamparnos con estilo. Quizá la gran lección no era cómo salvar el mundo. Era cómo sobrevivir a este, al nuestro, a este que no da tregua, a este que no siempre tiene banda sonora épica ni red de seguridad. Sobrevivir sin manual ni superpoderes, sobrevivir aunque sea a hostias.


Jot Down 


La revolución creativa "low cost"

Un momento de Clair Obscur
 


Herramientas accesibles como la IA o el "software" libre permiten a los autores con poco presupuesto sacar adelante proyectos como películas o videojuegos.

Jorge Morla

Madrid

Cada año la Peintresse, una pintura gigantesca, escribe un número en un monolito kilométrico que se entrevé en el horizonte y toda la gente que tiene la edad de ese número muere, convertida de repente en un amasijo de cenizas y pétalos. Hartos de esta situación, Gustave y sus amigos inician una expedición para poner fin a la maldición. Es el punto de partida de Clair Obscur: Expedition 33, el juego mejor valorado del año en el agregador de notas Metacritic. Y todo un éxito de ventas: en su primer mes (salió al mercado hace dos) vendió 3,5 millones de copias. Por factura visual, por estética, por ambición y por sistemas de juego, nadie pensaría que no es una de las superproducciones más caras del mundo de los videojuegos (no es raro que los más esperados superen los 200 millones de presupuesto), Sin embargo, solo ha costado unos 10 millones.

El de Clair Obscur es el último ejemplo de una tendencia cada día más visible y con más impacto: cómo la tecnología abarata obras que, hasta hace no tanto habrían costado auténticas fortunas. Desde software libre hasta inteligencia artificial, pasando por motores gráficos democratizados, la tecnología está reescribiendo las reglas del juego en industrias como el cine, la animación o los videojuegos.

"La animación siempre ha estado cerca de la tecnología", cuenta José Luis Farias, director de NextLab, una incubadora de proyectos de tecnologías emergentes aplicadas a la animación. "Lo que pasa es que estos cambios habían sido paulatinos y ahora son muy rápidos", explica, y resta importancia a la IA cuando habla de esto: "Más importante que la inteligencia artificial es el cambio de funcionamiento en las empresas de animación. Están comenzando a usar dinámicas propias de las starts-up y tecnologías que no son específicas de la animación. Por ejemplo, motores gráficos de videojuegos como Unreal o Unity. Y luego, la distribución: ahora disponemos de un big data que nos permite conocer mejor a los espectadores".

La ganadora del premio Oscar a mejor largo de animación este año fue Flow, un filme letón con un presupuesto de unos tres millones creado con Blender, una herramienta de animación en 3D gratuita que cuenta con la Blender Foundation, una organización sin ánimo de lucro que va mejorando la herramienta día a día con aportes de la comunidad de usuarios. Farias señala un fenómeno en ascenso: la tecnología de realidad virtual, pero no para visualizar el contenido, sino para crearlo, para que los artistas puedan pintar en el espacio. "Es más natural usar las gafas y las manos, porque al final el teclado y el ordenador no son el elemento natural para dibujar. Hay estudios que hablan de que las empresas de animación que usan realidad virtual se ahorran un 40% de tiempo de producción".

¿Puede ser Flow un punto y aparte que señale la dirección hacia donde se dirige la animación mundial? "Está claro que las empresas grandes tardan más en adaptarse a las nuevas tecnologías. Pero las pequeñas pueden arriesgar, y con equipos pequeños se pueden lograr cosas increíbles", señala Farias. "Lo mejor, con todo, es lo que se gana en creatividad. Porque cuando estás alejado de los centros de producción y financiación habitual, tienes que ser creativo. Flow es un producto de un equipo muy pequeño de Europa del Este. Hace poco, sería impensable". Este uso de las tecnologías no es exclusivo del mundo de la animación: en el mundo del cine de imagen real, El brutalista es otro caso revelador. La película, ganadora de tres Oscar, fue creada con un presupuesto de 8,5 millones, en la que se usó IA para la creación de imágenes de algunos edificios, lo que aumentó el empaque visual del filme.

"El avance de la tecnología hace que cada vez haya más software, y más accesibles. Y la democratización del conocimiento hace que ahora se puedan hacer proyectos de videojuegos, música, animación o películas con menos presupuesto y equipos menores", cuenta Fernando Rodrigo Olalla, profesor del centro universitario de artes digitales Voxel School. "Las escuelas pequeñas tienen menos filtros a la hora de tomar decisiones, así que pueden ser más arriesgadas. Y los consumidores muchas veces premian ese riesgo, porque muchos de estos juegos tienen muy buenas ventas".

Optimizar recursos

"Usamos algo de IA, pero no mucho", cuenta a El Pais por videoconferencia François Meurisse, productor de Clair Obscur. "La clave es que teníamos muy claro lo que queríamos hacer y en qué invertir esfuerzos. Y, claro, la tecnología nos ha permitido hacer cosas que hace poco eran impensables", explica. "Las herramientas y assets de Unreal Engine 5 han sido muy importantes para mejorar los gráficos, el aspecto jugable y las cinemáticas". Cuando habla de assets se refiere a los elementos 3D que ha están hechos (una casa, un árblo, un camino) que se utilizan para modelar tridimensionalmente, abaratando así el proceso de producción.

"Las infraestructuras muy rígidas frenan la creatividad, pero son comprensibles con grandes gastos. Hoy hay alternativas a hacer productos originales y divertidos, optimizando el gasto si se junta conocimiento y buena visión de negocio", finaliza el Rodrigo Olalla, que da con una frase que sintetiza todo: "Que la tecnología avance y sea más accesible provoca siempre que podamos hacer más con menos".


El Pais. Cultura. Sábado 28 de junio de 2025

domingo, 29 de junio de 2025

Warframe | "The Hex"

 



Warframe | "The Hex" – Warframe: 1999 Animated Prologue

The Line Animation

Recomendaciones de comics para el verano por El Pais



Una invitada en casa

E. M. Carroll. Traducción de Inga Pellisa Díaz. Sapristi, 2025. 256 páginas. 28,45 euros

Todo parece fluir por fin para Abby. Se acaba de casar tras muchos años de soledad. La casa que comparte con David tiene vistas a un lago y está rodeada de árboles. Trabaja en un supermercado de una apacible ciudad. Y, sin embargo, algo no encaja, chirría. No tanto por Crystal, la hija de David, que Abby debe aprender a querer. Lo raro es lo que no está, y aún así siempre está: su nuevo marido es viudo, pero ¿qué pasó con su anterior esposa? ¿Y con los cuadros que ella pintaba? Resulta que Abby afronta otra relación más: con un fantasma. Con pinceladas de thriller, Carroll construye el retrato psicológico de obsesiones, inquietudes y temores. Y con trazos blancos y negros y alguna explosión de colores, despliega un imaginario gráfico que multiplica dilemas y angustias. inspirado en la célebre novela gótica Rebeca, el cómic deslumbra por sus propios méritos.

Tommaso Koch



La estación

Raphäel Geffray. Traducción de Núria Molines Galarza. Andana Gráfica, 2025. 192 páginas. 25,90 euros

Este cómic va de amor. Y de política. Y del capitalismo salvaje, la vigilancia, la toxicidad, la obsesión y muchísimos más temas. Todos ellos, de alguna manera, resumidos en su escenario principal, que se convierte en otro personaje más: una estación de ferrocarril que parece moverse, enredarse y retorcerse justo con los impulsos y sentimientos de los protagonistas. En concreto, Hannah, directora del lugar, que después de décadas volcada solo en el trabajo se ve sacudida por la aparición de Adán, un músico por el que siente un flechazo, primero, y una obcecación cada vez más insistente después. 

T.K.



Bajo los árboles donde nadie te ve

Patrick Horvath. Traducción de Santiago García. Astiberri, 2025. 152 páginas. 19 euros

Samantha Strong es una adorable osa parda. O eso parece. Cocina tartas, visita las tiendas del pueblo, bromea con los vecinos. No hay, sin embargo, mucho de lo que reirse: Samantha es una asesina en serie, que disfruta de arrebatar vidas y tiene cierto talento para ello. Siempre, eso sí, en otras localidades, para que nadie la descubra. Hasta que un imitador empieza a matar en su aldea, y las sospechas recaen en la osa. Una obra salvaje en un mundo aparentemente de encanto, donde corren sangre y sirope de manzana, tan irónico como terrorífico.

T. K.


El Pais. Babelia Núm. 1.753. Sábado 28 de junio de 2025



Paula Rego sigue siendo joven


La primera misa de en Brasil (1993), de Paula Rego


Una exposición en Lisboa rescata a la gran pintora portuguesa de la fosilización institucional haciendo dialogar su obra, siempre pertubadora, con la de la artista brasileña Adriana Varjão

Por Javier Montes

A estas alturas es dificil decir nada que no sepamos sobre Paula Rego, una de las artistas más reconocidas y más reconocibles de este primer cuarto de siglo. Con la clásica anglofilia de la burguesía portuguesa, su padre la mandó a estudiar pintura a la Slade School de Londres en los cincuenta: una academia mítica por flemática y figurativa y por escéptica ante los aspavientos de las vanguardias continentales. Con profesores como Gombrich o Wittkower, muy a la inglesa, la Slade funcionaba sobre todo para pintores fieramente individualistas, visionarios incluso, con historias muy personales por contar, más interesados en encontrar formas nuevas de expresarse apoyándose en la tradición que en encarnar o defender programas de grupo o manifiestos políticos.

Por allí pasaron los pintores de Bloomsbury y grandes "raros" como Stanley Spencer o Paul Nash. Esa posición excéntrica, intensa, refinada y a ratos casi perversa le iba muy bien al temperamento insondable y sibilino de Rego: ganó el primer año el prestigioso Summer Prize y fue a partir de la Slade y en Inglaterra donde construyó su fama mundial.

Allí pintó desde luego sus mejores obras, en los ochenta: interiores y escenas de familia entre la alucinación sebastianista y la pesadilla freudiana, de una potencia visual y narrativa inolvidable, perturbadoras, como La hija del policía, que introduce su brazo en la bota de cuero del padre ausente para pulirla con mimo. Y allí lanzó su carrera la galería Victoria Miró, con subastas millonarias, con el cargo de artista asociada a la National Gallery en 1990 (el primero en la historia). El éxito, como a Louise Bourgeois, Carol Rama o Etel Adnan, le llegó relativamente tarde, cumplidos los 60. No dejó de producir hasta su muerte, en 2022, y por el camino su pintura perdió un poco de la finura y el misterio de su mejor década mientras se volvía ubicua y algo demasiado "oficial": sin ir más lejos, este mismo año hemos podido ver sus cuadros al fondo de la sala de Downing Street donde Stramer recibe a Zelenski o Macron y en una más de sus enésimas retrospectivas, en el Kunstmuseum de Basilea: resultan algo clónicas, pero es que la obra de Rego a estas alturas es garantía de taquillazo allá donde se presenta.

Por suerte, en la Gulbenkian y en Portugal, donde conocen muy bien su trabajo y tienen en Cascais un museo entero para ella firmado por el gran Souto de Mora, han encontrado una forma muy interesante de darle un twist a su trabajo evitando caer en el repaso rutinario y archisabido al estilo suizo. Más allá del simple blockbuster, exploran enfoques nuevos para su trabajo en diálogo con una artista 30 años más joven, la brasileña Adriana Varejão. Y eso también ayuda a conocer mejor la obra de Varejão, una artista muy estimable que se hizo conocidísima en todo el mundo en los dos mil por las series de obras que mezclaban azulajería portuguesa y vísceras sanguiñolentas, pero que aparte de haber cantado aquel bingo formal tiene toda una trayectoria coherente que merece la pena revisitar.

La idea de ese diálogo había sido explorada previamente por la galería Fortes D´Aloia y Gabriel en 2017 en la Carpintaria, su estupendo espacio cerca de Lagoa Rodrigo de Freitas en Río. Para prepararla, Varejão viajó a Londres a conocer a Rego: claramente hubo química, y el equipo de comisarios de esta exposición, que ya trabajó en parte de la anterior, desarrolla aquí con más profundidad sus conexiones. Lo hacen proponiendo un montaje arquitectónico logrado, que arma cubículos estancos bajo la gran nave acristalada de la ampliación reciente de la Gulbenkian. Se abre a uno de los jardines modernos más hermosos de Europa y no envidia nada al telón tropical carioca. Dentro de cada pabellón se proponen temas similares y puntos de encuentro, con obras de envergadura de la trayectoria de ambas. Varejão y Rego tienen en común la lusofonía y el pasado histórico y colonial , y la exposición subraya precisamente ese interés por la raíz cultural compartida. Lo hace ya desde el título, prestado por los versos de la inmensa escritora brasileña Hilda Hilst (menos conocida en castellano de lo que deberíamos, con esa especie de ceguera colectiva para la literatura en portugués que tanto nos hace perdernos): "Reyes, ministros, y vosotros, políticos todos(...) Oro, conquista, lucro, logro/ y la sangre de las gentes/ y la vida de los hombres/ entre vuestros dientes".

Pérola imperfeita (2009), de Adriana Varejão


Y precisamente sobre el pasado colonial del imperio portugués y su perpetuación en el Brasil moderno (fue el último país americano en abolir la esclavitud) hay grandes cuadros de historia, como La primera misa en Brasil (1993), de Rego, e Hijo bastardo (1997), de Varejão. El mítico Salazar vomitando la patria, de Rego, que compró en su día la Gulbenkian y pasó increíblemente la censura del salazarismo en 1960 (imaginen a Tàpies o a Chillida titulando así un cuadro sobre Franco en ese año), preside la sección titulada Apesar de você, como el título de la canción famosa de Chico Buarque, quizá la única canción protesta bonita y bailable de la historia. En su articulada conversación para el catálogo, Varejão le cita a él y a su padre, el historiador Sérgio Buarque de Holanda: su libro Visión del paraíso es una piedra angular de los estudios poscoloniales en América Latina e inspira también Ruina Brasilis, su escultura de 2021 que expresa el asco y la podredumbre del bolsonarismo aún latente en Brasil.

También está el famoso Tríptico de 1998 que Rego pintó como apoyo al en el referendum de despenalización del aborto de Portugal en ese año, que ahora Chega promete revocar si toca poder: lo mejor de esta exposición meditada y oportuna es que rescata a Rego de la fosilización acelerada de salas de subastas y casas de millonarios y nos recuerda por qué antes y después de todo eso su obra sigue tan viva y joven como en su primer día en la Slade.


Paula Rego y Adriana Varejão. Entre vuestros dientes. Centro de Arte Moderna Gulbenkian. Lisboa. Hasta el 22 de septiembre.


El Pais. Babelia Núm. 1.752. Sábado 21 de junio de 2025

sábado, 28 de junio de 2025

Amor y comics: Daniel Hansen Cellar

Como en el amor, no busquen coherencia, ni lógica. Tampoco es algo irracional. Siempre he encontrado en el comic ( o la denominación que prefieran para los comics) unas raíces artísticas enormes para mi. Traducido: me encantan los comics.

Internet, las redes sociales, han facilitado mucho poder conocer autores de comics en todo el mundo. Autores que promocionan su trabajo, lo exponen, lo muestran.



Vi la página de instagram de Daniel Hansen Cellar, y me gustó desde el principio. Narración, disección, trazo, el tio sabía lo que hacía, todo un motor gráfico. Y es que, a medida que profundizaba en su trabajo, en la página, casi no podía creer lo que veía. Pero es que la biografía del autor aún fue más rocambolesca.



A ver, para promocionar su novela gráfica, su comic, el primero que hacía, aunque hay otro, realizó más páginas de comic como publicidad que de sus propios comics. Y es que además no se dedicaba específicamente a trabajar con editoriales. Encontré una biografía en Betheteque, cortesía de la editorial Glenat, donde publica Daniel Hansen: "Daniel Hansen es un artista y director de arte sueco. Tras destacarse en storyboard y animación 2D, se mudó a Dubái durante cinco años para trabajar en el diseño de parques temáticos. Lleva unos diez años trabajando como director de arte para películas de Bollywood. Es responsable de la preproducción, los efectos especiales, los decorados y mucho más. Aunque colaboró ​​en numerosos fanzines en los 90, Alva in the Night es su primera tira cómica. Vive en China."

La foto de Daniel Hansen


La cosa se ponía cada vez más interesante. En mi cabeza no paraba de hacer elucubraciones. Para mí estaba muy claro, estaba ante un amante de los comics. Ha colaborado en Metal Hurlant, tiene ilustraciones muy curiosas en la página de instagram, y como remate, la foto de su página de instagram es un autorretrato moebuisiano en estado puro.

Y por supuesto, no me he resistido a copiar algunas de sus páginas de propaganda. 

Supongo que habrá muchos casos parecidos, de artistas que tienen profesiones de todo tipo, obviamente mejor remuneradas, pero que mantienen el impulso de crear comics. 

















































viernes, 27 de junio de 2025

El anime exhibe su poderío en Annecy

El festival de animación refleja el imparable auge de las producciones japonesas tras el salto que supuso el éxito global de "Guardianes de la noche: Tren infinito"

Rocío Ayuso

Annecy

Un momento de 'Arcane' (2021).

IMDB


El año de la pandemia trajo otras primeras experiencias. Por primera vez en la historia del cine, la película más taquillera del año no salía de Hollywood. Demon Slayer: Kimetsu no Yaiba - The Movie: Mugen Train ( En España, Guardianes de la noche: Tren infinito) es una película japonesa basada en el manga de la autora Koyoharu Gotōge que superó los 500 millones de dólares en la taquilla mundial (443 millones de euros) pese a las trabas que la pandemia supuso para la distribución y exhibición de películas.

Ese dominio dejó clara también la fuerza de un estilo de animación hasta entonces minoritario en Occidente, conocido como anime. "Es un modo de contar historias profundamente enraizado en la cultura japonesa", explica Mitchel Berger, vicepresidente ejecutivo y al frente del comercio global de Cunchyroll, plataforma y principal sello de distribución de anime fuera de Japón. "Una expresión artística fundamentalmente realizada a mano, llena de acción y de emociones, con historias complejas y un ritmo muy peculiar, sin cinismo, que se ha convertido en un fenómeno global, con una presencia cada vez mayor en la cultura popular", que se expande a su paso por el festival de Annecy, la principal muestra de animación mundial, que se celebra hasta hoy.

Durante una semana, esta pequeña localidad francesa, casi en la frontera con Suiza, se convierte en la capital mundial de todo lo animado. Cortos, largos, documentales, videojuegos, producciones dibujadas a mano, por ordenador, stop motion, experimentales, de industria o hechas con granos de café y dos euros, dirigidas a un público familiar o a una audiencia que aprecia los contenidos más adultos. Todo aquello hace de la animación una técnica cinematográfica y no un género, como muchos quieren encasillarla, se da cita en Annecy. Un foro al que este año se ha sumado el anime con todas su fuerza, buscando el mejor de los escaparates tras el salto que supuso el éxito de Guardianes de la noche: Tren infinito.

Potencial de expansión

Las cosas han cambiado mucho desde los tiempos de Sailor Moon o Dragon Ball. Quienes crecieron merendando con aquellas series japonesas en los años noventa, durante la pandemia prefirieron refugiarse en el anime de su infancia en lugar de amasar pan. "Es increíble lo mucho que esta forma artística se ha quedado con ellos. Especialmente, aunque no solo, con aquellos de la generación Z", dice Berger, en el corazón de esta explosión dada la importancia de Crunchyroll a la hora de proporcionar unos contenidos que antes solo encontraban pirateados. En la actualidad la plataforma cuenta con 17 millones de suscriptores en unos 200 países a los que ofrece un fondo de más de 2.000 títulos con unas 200 series de anime y más de 25.000 horas de contenido, que incluyen éxitos internacionales como Solo Leveling.

Una imagen de Solo Leveling


En España, el interés también se ha disparado, y Crunchyroll ha duplicado en los dos últimos años su número de suscriptores. Pero Berger quiere más de un pastel que atrae a 1.000 millones de aficionados en el mundo. Un estilo con el que conecta religiosamente un 42% de la generación Z y la alpha en EE UU, que ve anime semanalmente en un porcentaje superior al que sigue retransmisiones deportivas como las de fútbol americano. 

La popularidad del anime está a la par con la de figuras de la cultura popular como Beyoncé, LeBron James o Taylor Swift, según un sondeo difundido por la compañía, y Berger ve un gran potencial de expansión en mercados como Oriente Próximo, Iberoamérica y Europa. "Para ello estamos adquiriendo e invirtiendo en unas 40 o 50 series y preparando de seis a diez películas anuales", confirma. Entre sus apuestas está la nueva entrega de Demon Slayer: Kimetsu no Yaiba- Castillo infinito, "un épico" con el que en septiembre de este año espera repetir y superar el triunfo de Guardianes de la noche: Tren infinito.

Disfrute comunal

Habla además de estrenos globales. Berger no se conforma con la labor de Crunchyroll como plataforma. En un momento en el que la distribución en salas se considera moribunda, tan solo en manos de unas pocas estrellas como Tom Cruise o franquicias tipo Marvel, Berger habla de ofrecer a los aficionados "experiencias", devolviéndolos a los cines para que disfruten de manera comunal con este estilo de animación, cuyos tentáculos también se dejan notar en la música, en conciertos, convenciones o merchandising.

Para poner en marcha este plan de dominación mundial, Crunchyroll está yendo "donde los fans están". Y qué mejor sitio que Annecy, ciudad que ha congregado a más de 17.000 profesionales y aficionados procedentes de 200 países. El anime cuenta, además, con la ventaja que le ofrece un cambio en las tendencias animadas. "Se está dando un claro giro en los gustos, en los contenidos, hacia una temática más adulta", confirmó a su llegada a Annecy el animador turco Aziz Kocanaogullari, de los estudios ILM, conocidos como los pioneros en el campo de los efectos especiales, pero que ahora buscan mejorar su posición en el mundo de las series animadas para adultos.

La animación con un contenido adulto es un campo al alza como demuestran series como Love, Death & Robots o Scavengers Reigns (Planeta de recolectores). Ambas son parte de la filmografía como director del español Diego Porral, candidato por esta última al Annie, el Oscar de la animación, y también en Annecy estos días. "Tengo la fortuna de trabajar en proyectos que me gustaría ver como espectador", admite.

Los ejemplos que se acercan al anime desde fuera de Japón son cada vez más frecuentes. "La división de anime de Netflix en Tokio nos felicitó por el trabajo que habíamos hecho porque no se creían que era español", recuerda la realizadora Maite Ruiz de Austri sobre la serie Memorias de Idhún.


El Pais. Cultura. Sábado 14 de junio de 2025