miércoles, 2 de julio de 2025

La increíble, pero cierta, historia del zorro que salvó al Mundo

“¡Abrid bien las orejas, admirado público, ya que estoy a punto de narraros las increíbles peripecias de este animal de pelo rojizo!”


José Luis Vidal

01 de julio 2025 


La tradición oral nos ha ido transmitiendo, a lo largo de los siglos, historias que con el tiempo se han convertido en míticas.

Y la del zorro Renardo es una de ellas.

Una vez abráis los ojos a esta narración os encontrareis en un mundo que ya no es el nuestro, donde la magia hacía que los animales cuadrúpedos pudieran caminar como los seres humanos, hablar como ellos e incluso vestir prendas.



El cantar de Renardo

Autor: Joan Sfarr

Tapa dura

Color

120 págs.

24 euros

Fulgencio Pimentel


Serán dos de estos animales, una curiosa pareja de trotamundos, trovadores, los que narren a su curioso público las hazañas acometidas por el zorro Renardo que, perseguido por los aldeanos del lugar, estuvo a punto de ser víctima de la afilada espada del monarca que gobernaba la región.

Más no temáis, ya que sin protagonista no hay relato. Y aquí hay mucho que contar, ya que auxiliado por su lobuno amigo del alma, Ysengrin, conseguirá que la pena máxima cambie, y será lanzarlo por una sima que conduce nada más y nada menos que al Infierno…

Justo allí va a conocer a importantes personajes de esta historia: El mago Merlín, a la bella y seductora Marie de France, que quiere dedicarse al noble arte de la escritura; Guynesse, una brujita pequeña de estatura pero con mucha mala baba y, finalmente, a una pareja muy especial, cuya sola mención hace que se nos ericen los pelillos de la nuca.

¡Satanás en persona y la mismísima Parca, la Muerte!

Algo ocurrirá en la peculiar reunión que marcará el destino de los vivos y los fallecidos, convirtiendo la superficie en un lugar horrendo, en el que nuestro zorruno protagonista tendrá que tirar de inteligencia para devolver la vida al mago.

De paso va a conocer a Takka, un estudiante de magia, tan corto de entendederas como buen tipo, que le va a acompañar en su peripecia, en busca de una solución para el dislate que hace que los muertos caminen de nuevo.

No voy a glosar aquí la exitosa trayectoria de este genio de las viñetas, Joan Sfarr, uno de los grandes nombres de la bande dessinée franco belga, que conjuga en esta nueva obra (adaptación del famoso poema medieval) un humor que te hace sonreír a menudo, unido a una historia de la que no puedes apartar la vista, atrapado en sus viñetas, siguiendo las aventuras de este avispado animal al que, pese a ser bastante pillo, seguro que le vais a coger mucho cariño.

Fulgencio Pimentel nos trae esta obra de Sfarr con el cariño editorial que pone a todas sus producciones, hecho que agradecemos todos los que nos deleitamos con el buen ojo que poseen y que podéis comprobar en su ya extenso catálogo.

Y ahora, sin más dilación, sentaos en vuestro sillón más cómodo y preparaos para disfrutar de una historia increíble, llena de idas y venidas, mamporros, amores no correspondidos… ¡Ah!, y hasta un Golem.


Diario de Cadiz


martes, 1 de julio de 2025

Obras de arte de KPop Demon Hunters

 


"KPop Demon Hunters" generic characters : early sketches by Yesolyi Kim (who also worked on "Lost in Starlight" south korean animated feature).
https://instagram.com/yesolyikim/





Celine Kim 
@celinekim218
 (environment art director)










Mingjue Helen Chen 
 (production designer)


Euni Cho 
 (character designer)


Simon Baek (visual development artist)



Charles Hilton (visual development artist)




Scott Watanabe (character art director)




Rebecca Shieh 
@repeccas
 (environment visual development artist)


Marion Bordeyne 
 (character designer)



Nacho Molina 
@nachomolinaart
 (visual development artist)


Jeannie Lee @yoursconditionally (visual development artist)




Rad Sechrist 

 (story artist / designer)




Kat Tsai 
 (visual development artist)




Hyunsong We 
@we_sunsang
 (character designer)




Wendell Dalit (art director)
https://instagram.com/wendelldalit



Annie Ernaux, la fotografía como un cuchillo

Annie Ernaux con su hijo Éric, nacido el 25 de diciembre de 1964, en una fotografía del libro 'Escribir la vida. Fotodiario'.
ANNIE ERNAUX

El fotodiario de la premio Nobel, inédito en castellano, recoge 120 imágenes de su colección personal alternadas con sus escritos íntimos. El resultado revela los hilos invisibles que recorren toda su obra.


Por Álex Vicente

En la obra de Annie Ernaux la fotografía no es un mero objeto evocador, sino un detonante de la memoria. Es el punto de partida de la escritura, una herramienta para acceder a lo que el tiempo y las defensas de la mente han sepultado. La escritora francesa ha recurrido a ella en El lugar, La vergüenza, Una mujer o Los años, donde describía instantáneas de su infancia y juventud como si fueran fotos en prosa. En Diario del afuera, la convirtió en técnica de escritura: transcribió fragmentos cotidianos de su vida entre 1985 y 1992 con la urgencia y la precisión de un fotógrafo callejero en busca del instante decisivo. Más tarde, en El uso de la foto, diario de cáncer de mama que sufrió en 2003, alternó imágenes tomadas tras sus encuentros sexuales con entradas escritas un tiempo más tarde, cuando la enfermedad ya había irrumpido en su día a día.

Aun así, la fotografía nunca había tenido un papel tan importante como en este fotodiario, que contiene 120 imágenes del archivo personal de la escritora. No es un simple apéndice o un tomo menor; revela los hilos invisibles que recorren su obra: la humillación por sus orígenes modestos (El lugar, Una mujer), el conflicto entre deseo y culpa (La vergüenza) y, en menor medida, el tabú del aborto (El acontecimiento), la desigualdad en el matrimonio (La mujer helada) o el arrebato amoroso (Pura pasión). Concebido en 2011 para la edición de sus obras completas en la colección Quarto, de Gallimard -una especie de Pléyade más asequible y menos elitista-, el libro ha sido ampliado para su edición española, que incluye nuevas entradas que llegan hasta 2023.

El resultado es un artefacto híbrido, fiel a la poética de Ernaux, que siempre ha desconfiado de la supuesta objetividad del relato biográfico. El libro propone otra forma de traducir una vida en palabras: a través del enfrentamiento entre la realidad muda de la imagen y la interpretación subjetiva que aporta la escritura. Este cruce entre álbum familiar y diario íntimo da lugar a un espacio autobiográfico inédito, en el que textos e imágenes de épocas distintas se suceden en desorden cronológico, con calculada disonancia. "En el fondo, podría ubicar un pasaje de 1978 en 1967, uno de 1963 en 1988. ¿Habría una gran diferencia?", se pregunta Ernaux.

A la vez que narra sus sueños, obsesiones y emociones en bruto, la autora comenta fotografías que acompañan una existencia común: los estudios, el matrimonio, los hijos, los nietos, los lugares donde vivió, de la Normandía rural a la periferia de París. La primera entradam de 1963, recoge una frase decisiva, esa que habla de "vengar a mi raza", que retomará en su discurso de aceptación del Nobel. La segunda escrita el último día de 1999, refleja su vértigo histórico: "Cae la noche sobre el siglo XX. Hace un siglo, mis abuelos vivían a la luz de las velas en una casa con suelo de tierra". En la séptima, de 1990, reaparece la figura de su hermana muerta, convertida por el relato materno en "una pequeña santa que al fallecer dijo que iba a ver al Buen Jesús". En unas pocas páginas, aflora todo su marco referencial: la pobreza y el transfuguismo de clase, el curso tortuoso del siglo XX, el catolicismo como enfermedad moral, el deseo de corregir un relato social plagado de falsedades.

"Nada traduce mejor la permanencia del yo que el diario, al no hacer historia", escribe Ernaux. Pero, como sucede en sus libros más conocidos, ese yo no es una entidad fija, sino una construcción en constante tensión. La autora contiene multitudes: está ella, pero también el reflejo que ve en la ventana de un tren de mercancías. "Una mujer extraña e intimidante, una mujer que no me gusta". "Yo soy una figura enemiga", añade. El proyecto tiene una misión arqueológica: busca entre los restos del tiempo hasta encontrar a la adolescente que fue, marcada por la vergüenza sexual y la exclusión social. "Una doble alienación de la que extraigo todo lo que escribo, pero a ciegas", apunta. Ese "malestar infinito" reaparece en una imagen en la playa de Ymare, donde trabajó como monitora, perdió la virginidad y fue tratada de chica fácil. Su yo verdadero podría ser esa joven herida, forjada por "el viento fuerte de las tardes solitarias en provincias". En "el agujero de esas tardes", escribe Ernaux, es donde se encuentra el tiempo de estado puro, "la muerte".

Las entradas más recientes irradian una luz crepuscular. En una de 2021, Ernaux escribe: "Lo que odio de las ocupaciones de mi vida actual es que me impiden conocer la vejez, ese tiempo que, como la juventud, solo se vive una vez". En otro texto, pegado a un selfi con su gato, anota: "El sufrimiento de este árbol me parece evidente. Me gustaría hacer algo por él, pero sé que no hay nada que hacer". No es la última entrada, pero condensa algo esencial: la conciencia de una vida que se agota. Sus frases son breves y claras, pero dejan un poso de verdad que nunca logrará igualar ninguna confesión ruidosa.


Escribir la vida: Fotodiario

Annie Ernaux

Traducción de Lydia Vázquez Jiménez

Cabaret Voltaire, 2025

176 páginas. 20,95 euros


El Pais. Babelia. Núm. 1.752. Sábado 21 de junio de 2025




lunes, 30 de junio de 2025

Entre telarañas y croissants: la extraña familia de superhéroes y superheroínas

Escrito por Eduardo Sastre

Jenny Sparks. Imagen Image/WildStorm/DC Comics.

Los superhéroes son esa rara especie de ficción que, como las cucarachas y las boy bands, sobreviven a cualquier cosa: a las guerras, a las crisis, a las modas cambiantes, a la demolición cultural y hasta a los mismos lectores que los vieron nacer. Han envejecido sin arrugarse y, por más que los calendarios insistan, siguen combatiendo el crimen como si los huesos no dolieran y las jubilaciones fueran un concepto ajeno a sus manuales. Los superhéroes, y las superheroínas, que tampoco vamos a caer ahora en esa trampa de la testosterona, se han convertido en patrimonio emocional, en herramientas de patio de colegio y en refugio intelectual para adultos que, en lugar de ir al gimnasio, coleccionan ediciones deluxe con sobrecubierta satinada.


Y si bien elegir al favorito puede parecer hoy una frivolidad para charlas de bar, lo cierto es que esas elecciones nos construyeron, nos definieron y, probablemente, nos marcaron más que algunas elecciones reales que tomamos ya de adultos. Superman, el eterno expatriado de Krypton, sigue siendo la postal clásica del superhéroe de manual: el último hijo de un planeta moribundo, criado por granjeros que le enseñaron que la decencia cabía en un almuerzo familiar y que la ropa interior era perfectamente aceptable por fuera del pantalón. Superman es tan luminoso, tan excesivamente bueno, que a veces nos parece un poco antiguo, pero nadie ha logrado borrar su sonrisa de las enciclopedias. Si buscas «superhéroe» en cualquier diccionario, allí está él, flotando.


Batman, en cambio, nos devuelve a la oscuridad, a la fantasía de que el miedo puede ser un superpoder y que, con dinero y trauma suficientes, uno podría domar la noche. No tiene poderes, no le picó ninguna araña radioactiva ni vino de otro planeta: tiene entrenamiento, gadgets y una capacidad prodigiosa para quedarse solo en las fiestas. Es el único que consigue que el hecho de llevar la ropa interior por fuera no sea tema de burla. Bruce Wayne es un millonario soso, pero Batman es el arquetipo del vigilante perfecto, el que no vuela pero sabe hacer caer a los demás.


Y luego está Spider-Man, que fue el primero en demostrar que tener superpoderes no te libra de pagar el alquiler ni de ser un desastre sentimental. Peter Parker es el superhéroe empollón y desgraciado al que, por mucha telaraña que dispare, siempre se le escapa algo. La genialidad de Spider-Man no está solo en sus poderes ni en ese diseño inolvidable de traje, sino en habernos recordado que uno puede tener todo el poder del mundo y, aun así, seguir tropezando con la misma piedra, con el mismo jefe, con la misma mala suerte.


En este recorrido también se cuela, como quien no quiere la cosa, Superlópez, aquel superhéroe de acento castizo que nació como una parodia desvergonzada —un remedo hispánico del mito estadounidense, bigote incluido— y que, con el paso de los años, se convirtió en una de las crónicas más lúcidas y certeras de nuestra tragicómica existencia diaria. Porque Superlópez, aunque sobrevolaba ciudades, aunque plantaba cara a alienígenas de saldo y villanos de caricatura, estaba condenado, como todos nosotros, a bajar a tierra para pelearse con la hipoteca, para aguantar a esos compañeros de oficina cuya estupidez parecía tener categoría de epidemia, para desayunar croissants rancios en bares donde el tiempo se detuvo sin que a nadie le importara demasiado. En sus viñetas, donde lo extraordinario y lo vulgar se codean sin pedir permiso, late un humor tan afilado como constante, un humor que jamás necesitó renunciar al absurdo ni al ingenio para seguir explicándonos, con la naturalidad de quien habla desde la barra de un bar, lo que muchos editoriales no consiguen explicar ni gastando litros de tinta. Superlópez nos enseñó, a base de aventuras imposibles y derrotas cotidianas, que a veces volar no te libra de estrellarte contra las miserias de siempre.


Tony Stark, alias Iron Man, es otro de esos personajes que se reinventó cuando ya casi estaba destinado al desguace de personajes olvidables. Stark no es solo un tipo con armaduras molonas: es la fantasía definitiva del adulto: tener millones, tener juguetes imposibles y tener una verborrea con licencia para la arrogancia. Gracias a Robert Downey Jr. y a los tebeos de Ellis, Iron Man volvió a ser cool, a ser el millonario que sí querrías ser (porque ser Bruce Wayne está bien, pero sin las cenas deprimidas y los traumas infantiles, mejor).


Y claro, está Wonder Woman, que no necesitó una ciudad gótica ni un planeta natal en ruinas para convertirse en leyenda. Diana de Themyscira, nacida entre amazonas y moldeada con la arcilla de los mitos, fue la primera en recordarnos que no todo superhéroe necesita testosterona ni traumas paternos para salir a salvar el día. Armadura, lazo de la verdad y una capacidad casi olímpica para caminar entre la guerra sin perder la compostura ni la pedicura. Wonder Woman es la postal del poder sin pedir disculpas, la demostración de que romper techos de cristal es quedarse corta cuando puedes directamente atravesarlos a golpes, y la prueba viviente de que incluso la paz necesita a veces una buena espada.


En el panteón también está Jean Grey, que empezó siendo «la chica del grupo» y acabó dinamitando esa etiqueta para convertirse en Fénix, la encarnación del poder desbordado, del potencial que asusta, de la fuerza que no cabe en las estructuras convencionales. Jean Grey es la demostración de que el poder absoluto no solo corrompe, sino que también devora, que a veces lo más aterrador no es el villano, sino lo que uno mismo puede llegar a ser.


Y si hablamos de fuerza descontrolada, no se puede olvidar a Lobezno, esa mezcla de samurái canadiense, bar de carretera y cuchillas siempre a punto. Lobezno no vino a encajar: vino a romper la mesa, a destrozar la vajilla y a beberse la cerveza de los demás. Su pasado fragmentado, su actitud entre salvaje y cínica y ese imán para los focos lo convirtieron en el líder involuntario, en el que se quedó con las portadas aunque no quisiera sonreír para ellas.


Jenny Sparks es otra que merece su altar: la encarnación del siglo XX, la mujer que fumaba, bebía, lideraba y que no necesitó jamás un traje ridículo para patearte el alma. Sparks fue la antítesis definitiva del superhéroe de postal, la que podía vestir la bandera sin caer en el ridículo, la que no se salvaba ni a ella misma pero lo hacía todo igual, porque alguien tenía que hacerlo, porque alguien siempre tiene que hacerlo. Militantemente bisexual, hija del rayo, nacida el primer día del siglo y muerta el último, Sparks no venía a justificar quién era ni a pedir permiso para existir como era. No venía a posar, ni a inspirar camisetas ni a buscar estatuas de coleccionista: venía a encender cigarrillos, a comandar equipos imposibles y a recordarte, con cada calada, que los héroes y heroínas no son quienes que salen impecables en las fotos, sino los que se ensucian las manos mientras se ríen de las consignas patrióticas que otros repiten como loros domesticados. Bien nos vendría su ayuda en la ola reaccionaria que está sufriendo el mundo, donde los relatos, como antes, intentarían borrar su identidad, como si sus vidas, sus cuerpos, sus nombres valieran menos por no encajar en categorías cómodas para el merchandising. Sparks no era el sueño americano, ni el británico, ni el de ninguna nación plastificada: era el rayo que atraviesa la historia, la que miraba de frente a dioses, a presidentes y a alienígenas sin cambiar el paso ni soltar el vaso. No vino a salvarnos con sonrisas de portada, ni con discursos de calendario motivacional: vino a hacer lo que tocaba, aunque se dejara la piel y aunque supiera que, al final, nadie le pondría una estatua porque las estatuas son para los que saben caer bien, no para los que dicen la verdad cuando nadie la quiere escuchar.


Y no podemos olvidarnos de la Viuda Negra, la espía que nunca necesitó rayos gamma ni armaduras de lujo para abrirse paso a codazos entre dioses, supersoldados y genios millonarios. Natasha Romanoff no lanza rayos ni vuela, pero sí reparte las mejores patadas en un universo que a veces parece diseñado para que solo sobrevivan los que disparan láseres por los ojos. La Viuda Negra es la prueba de que la habilidad, la inteligencia y una buena llave de judo pueden ser tan letales como cualquier martillo mágico. Y cuando Scarlett Johansson se enfundó el traje en el MCU, consiguió que el personaje pasara de secundario reciclado a figura imprescindible, de las que se llevan los planos importantes y las despedidas que duelen. No necesitó superpoderes. Le bastó con tener historia.


Y entonces llegó Hulka, la abogada verde que demostró que no hacía falta levantar edificios ni derrotar alienígenas para desatar un seísmo en el mundillo superheroico: bastaba con romper la cuarta pared y, de paso, reventar unos cuantos prejuicios. Jennifer Walters no solo ganaba juicios mientras doblaba farolas, sino que lo hacía con humor, con desparpajo y con un vestuario que no necesitaba remaches ni hombreras para intimidar. Y cuando llegó su serie, con sus efectos discutibles y sus guiños autoconscientes, apareció también ese enjambre previsible de televidentes incel, ofendiditos de foro y guardianes del canon que jamás soportaron que una mujer verde les mirara a cámara y les explicara, sin pedir permiso, que el show iba de ella y no de sus expectativas rancias. Como si ser verde, abogada y protagonista fuese el último pecado imperdonable. Como si el problema nunca hubiera sido el CGI, sino el espejo incómodo que les estaba devolviendo.


Y cerramos con Deadpool, que nació casi como un chiste privado entre autores y se convirtió en el mejor resumen de su propia parodia. Deadpool habla, rompe la cuarta pared, es incorrecto, es deslenguado, es inmortal y, sobre todo, es el ejemplo perfecto de que en un mundo saturado de reglas y continuidad, a veces lo que uno necesita es precisamente eso: a alguien que venga a cargárselo todo a golpe de chiste y a golpe de hachazo.


Elegir una superheroína o superhéroe favorito no es solo una cuestión de poderes ni de trajes ni de logos. Es, probablemente, una forma de confesar con qué tipo de fantasía hemos decidido pactar: con la del que vuela, con la del que muerde, con la del que sangra, con la del que se cae y se levanta, o con la del que se ríe hasta de sus propias cicatrices. No sobreviven por sus capas ni por sus puños, ni por las editoriales ni por las cifras de taquilla. Sobreviven porque seguimos necesitándolos, aunque a algunos les dé vergüenza admitirlo. Son el último clavo ardiendo al que nos aferramos cuando el curro apesta, el alquiler asfixia, el espejo devuelve una cara que ya no reconocemos y las notificaciones solo traen malas noticias. Los superhéroes y superheroínas son una droga blanda del desencanto en dosis controladas de esperanza que nos permite seguir tragando mientras el mundo se desmorona. Nos enseñaron a volar, sí, pero sobre todo nos enseñaron a estamparnos con estilo. Quizá la gran lección no era cómo salvar el mundo. Era cómo sobrevivir a este, al nuestro, a este que no da tregua, a este que no siempre tiene banda sonora épica ni red de seguridad. Sobrevivir sin manual ni superpoderes, sobrevivir aunque sea a hostias.


Jot Down 


La revolución creativa "low cost"

Un momento de Clair Obscur
 


Herramientas accesibles como la IA o el "software" libre permiten a los autores con poco presupuesto sacar adelante proyectos como películas o videojuegos.

Jorge Morla

Madrid

Cada año la Peintresse, una pintura gigantesca, escribe un número en un monolito kilométrico que se entrevé en el horizonte y toda la gente que tiene la edad de ese número muere, convertida de repente en un amasijo de cenizas y pétalos. Hartos de esta situación, Gustave y sus amigos inician una expedición para poner fin a la maldición. Es el punto de partida de Clair Obscur: Expedition 33, el juego mejor valorado del año en el agregador de notas Metacritic. Y todo un éxito de ventas: en su primer mes (salió al mercado hace dos) vendió 3,5 millones de copias. Por factura visual, por estética, por ambición y por sistemas de juego, nadie pensaría que no es una de las superproducciones más caras del mundo de los videojuegos (no es raro que los más esperados superen los 200 millones de presupuesto), Sin embargo, solo ha costado unos 10 millones.

El de Clair Obscur es el último ejemplo de una tendencia cada día más visible y con más impacto: cómo la tecnología abarata obras que, hasta hace no tanto habrían costado auténticas fortunas. Desde software libre hasta inteligencia artificial, pasando por motores gráficos democratizados, la tecnología está reescribiendo las reglas del juego en industrias como el cine, la animación o los videojuegos.

"La animación siempre ha estado cerca de la tecnología", cuenta José Luis Farias, director de NextLab, una incubadora de proyectos de tecnologías emergentes aplicadas a la animación. "Lo que pasa es que estos cambios habían sido paulatinos y ahora son muy rápidos", explica, y resta importancia a la IA cuando habla de esto: "Más importante que la inteligencia artificial es el cambio de funcionamiento en las empresas de animación. Están comenzando a usar dinámicas propias de las starts-up y tecnologías que no son específicas de la animación. Por ejemplo, motores gráficos de videojuegos como Unreal o Unity. Y luego, la distribución: ahora disponemos de un big data que nos permite conocer mejor a los espectadores".

La ganadora del premio Oscar a mejor largo de animación este año fue Flow, un filme letón con un presupuesto de unos tres millones creado con Blender, una herramienta de animación en 3D gratuita que cuenta con la Blender Foundation, una organización sin ánimo de lucro que va mejorando la herramienta día a día con aportes de la comunidad de usuarios. Farias señala un fenómeno en ascenso: la tecnología de realidad virtual, pero no para visualizar el contenido, sino para crearlo, para que los artistas puedan pintar en el espacio. "Es más natural usar las gafas y las manos, porque al final el teclado y el ordenador no son el elemento natural para dibujar. Hay estudios que hablan de que las empresas de animación que usan realidad virtual se ahorran un 40% de tiempo de producción".

¿Puede ser Flow un punto y aparte que señale la dirección hacia donde se dirige la animación mundial? "Está claro que las empresas grandes tardan más en adaptarse a las nuevas tecnologías. Pero las pequeñas pueden arriesgar, y con equipos pequeños se pueden lograr cosas increíbles", señala Farias. "Lo mejor, con todo, es lo que se gana en creatividad. Porque cuando estás alejado de los centros de producción y financiación habitual, tienes que ser creativo. Flow es un producto de un equipo muy pequeño de Europa del Este. Hace poco, sería impensable". Este uso de las tecnologías no es exclusivo del mundo de la animación: en el mundo del cine de imagen real, El brutalista es otro caso revelador. La película, ganadora de tres Oscar, fue creada con un presupuesto de 8,5 millones, en la que se usó IA para la creación de imágenes de algunos edificios, lo que aumentó el empaque visual del filme.

"El avance de la tecnología hace que cada vez haya más software, y más accesibles. Y la democratización del conocimiento hace que ahora se puedan hacer proyectos de videojuegos, música, animación o películas con menos presupuesto y equipos menores", cuenta Fernando Rodrigo Olalla, profesor del centro universitario de artes digitales Voxel School. "Las escuelas pequeñas tienen menos filtros a la hora de tomar decisiones, así que pueden ser más arriesgadas. Y los consumidores muchas veces premian ese riesgo, porque muchos de estos juegos tienen muy buenas ventas".

Optimizar recursos

"Usamos algo de IA, pero no mucho", cuenta a El Pais por videoconferencia François Meurisse, productor de Clair Obscur. "La clave es que teníamos muy claro lo que queríamos hacer y en qué invertir esfuerzos. Y, claro, la tecnología nos ha permitido hacer cosas que hace poco eran impensables", explica. "Las herramientas y assets de Unreal Engine 5 han sido muy importantes para mejorar los gráficos, el aspecto jugable y las cinemáticas". Cuando habla de assets se refiere a los elementos 3D que ha están hechos (una casa, un árblo, un camino) que se utilizan para modelar tridimensionalmente, abaratando así el proceso de producción.

"Las infraestructuras muy rígidas frenan la creatividad, pero son comprensibles con grandes gastos. Hoy hay alternativas a hacer productos originales y divertidos, optimizando el gasto si se junta conocimiento y buena visión de negocio", finaliza el Rodrigo Olalla, que da con una frase que sintetiza todo: "Que la tecnología avance y sea más accesible provoca siempre que podamos hacer más con menos".


El Pais. Cultura. Sábado 28 de junio de 2025

domingo, 29 de junio de 2025

Warframe | "The Hex"

 



Warframe | "The Hex" – Warframe: 1999 Animated Prologue

The Line Animation

Recomendaciones de comics para el verano por El Pais



Una invitada en casa

E. M. Carroll. Traducción de Inga Pellisa Díaz. Sapristi, 2025. 256 páginas. 28,45 euros

Todo parece fluir por fin para Abby. Se acaba de casar tras muchos años de soledad. La casa que comparte con David tiene vistas a un lago y está rodeada de árboles. Trabaja en un supermercado de una apacible ciudad. Y, sin embargo, algo no encaja, chirría. No tanto por Crystal, la hija de David, que Abby debe aprender a querer. Lo raro es lo que no está, y aún así siempre está: su nuevo marido es viudo, pero ¿qué pasó con su anterior esposa? ¿Y con los cuadros que ella pintaba? Resulta que Abby afronta otra relación más: con un fantasma. Con pinceladas de thriller, Carroll construye el retrato psicológico de obsesiones, inquietudes y temores. Y con trazos blancos y negros y alguna explosión de colores, despliega un imaginario gráfico que multiplica dilemas y angustias. inspirado en la célebre novela gótica Rebeca, el cómic deslumbra por sus propios méritos.

Tommaso Koch



La estación

Raphäel Geffray. Traducción de Núria Molines Galarza. Andana Gráfica, 2025. 192 páginas. 25,90 euros

Este cómic va de amor. Y de política. Y del capitalismo salvaje, la vigilancia, la toxicidad, la obsesión y muchísimos más temas. Todos ellos, de alguna manera, resumidos en su escenario principal, que se convierte en otro personaje más: una estación de ferrocarril que parece moverse, enredarse y retorcerse justo con los impulsos y sentimientos de los protagonistas. En concreto, Hannah, directora del lugar, que después de décadas volcada solo en el trabajo se ve sacudida por la aparición de Adán, un músico por el que siente un flechazo, primero, y una obcecación cada vez más insistente después. 

T.K.



Bajo los árboles donde nadie te ve

Patrick Horvath. Traducción de Santiago García. Astiberri, 2025. 152 páginas. 19 euros

Samantha Strong es una adorable osa parda. O eso parece. Cocina tartas, visita las tiendas del pueblo, bromea con los vecinos. No hay, sin embargo, mucho de lo que reirse: Samantha es una asesina en serie, que disfruta de arrebatar vidas y tiene cierto talento para ello. Siempre, eso sí, en otras localidades, para que nadie la descubra. Hasta que un imitador empieza a matar en su aldea, y las sospechas recaen en la osa. Una obra salvaje en un mundo aparentemente de encanto, donde corren sangre y sirope de manzana, tan irónico como terrorífico.

T. K.


El Pais. Babelia Núm. 1.753. Sábado 28 de junio de 2025